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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY 2007

La semana siguiente, tal y como Fred lo había anticipado, fue dura, mucho más de lo que esperaba, y es que a pesar de que las ocasionales burlas no le ofendían tanto, el mismo aislamiento en él que había sido implícitamente puesto lo hacía sentir como un paria. Solo sus amigos más cercanos le hablaban, tenía a Fred y Diana siempre respaldándolo, Juan y Diego, se mostraban aún dubitativos, por lo que ambos solo se mantuvieron al margen de todo, Esther simplemente le dijo que todo pasaría eventualmente, claro, era fácil decirlo cuando ella no era él escándalo del momento en el colegio, incluso los profesores lo miraban diferente.

 Aquél martes siguiente Manú entregaba los resultados de las pruebas bimestrales, cuando lo llamó y James se puso de pie para ir a recibir su prueba alguien en el fondo del salón gritó "¡Mariposa!" disimulándolo con una tos fingida, los demás rieron. En aquel instante Manú se puso de pie, con aquel rostro frío que ponía en ocasiones, avanzó hacia el fondo del aula y miró a los ojos a Vargas, quien era el que lo había insultado.

— ¿Qué pasa? —le preguntó, con la voz colérica disimulada con desgano— ¿Te sientes mal? —Vargas solo negó con la cabeza asustada.

— ¡Bien! Porque si quieres puedo llevarte  donde el director, tal vez te dé un par de días de descanso obligatorio, algunos lo llaman suspensión, pero personalmente prefiero llamarlo así, suena menos escandaloso, ¿no crees?—el salón entero quedó en silencio. —a ver si tus padres piensan lo mismo.

Manú fue a su escritorio nuevamente y le entregó su examen a James, "nota excelente como siempre, James" le dijo mientras continuaba llamando a los siguientes, él solo volvió a sus sitio revisando el examen y las ligeras correcciones que le había hecho Manu, volteó la hoja de papel y atrás junto con su nota había una cita de uno de los poemas de Miguel escrita con la caligrafía cursiva de su profesor, "y vendrán las tempestades en marzo,/ vendrán bosques de hombres a buscarme,/ vendrán las horas y los días intentando asesinarme,/ pero aún muerto,/ mis huesos estarán clavados en la tierra, erguidos." y abajo de aquella cita estaba escrito "Fuerza" junto con una carita feliz, James alzó la vista y Manú lo miraba, él le sonrió ligeramente y su profesor  asintió devolviéndole el gesto.

Así transcurrió esa semana, el receso se volvió un suplicio ya que debía andar siempre pendiente de que nadie buscase hacerle algo, Fred y Diana lo seguían a todos lados, incluso hasta al baño, a menudo trataban de evitar el tema, pero James sabía que llegado el momento Diana le preguntaría por la identidad del chico con el que aparecía en la foto, y él se sentía terrible al verla al rostro y comprobar lo preocupada que estaba por él, lo buena amiga que era, tanto así que sin pedir ningún tipo de explicación lo llamaba en las noches o llegaba a su casa con el pan o algún pastel para la hora del lonche, su abuela pensaba que ambos habían empezado a salir juntos, pero a ella no le importaba, solo el día anterior le había dicho mientras conversaban en el portón de su casa, "es en estos momento cuando los amigos tenemos que mantenernos cerca, ¿no? Estoy segura que tu harías lo mismo por mí."

Ella se fue y apenas James llegó a su habitación empezó a llorar cubriéndose la boca para que su abuela no lo escuchase, los espasmos lo hacían torcer el cuerpo y aun así no lograba sacar la miseria que sentía traía dentro, así que continuo llorando en silencio mientras se sentó en su cama preguntándose cómo se había dejado arrastrar hasta ese punto. La imagen de Franco riéndose de él lo asaltó y James solo se acostó, sacó el celular y abrió la tapa, tenía cinco mensajes de Samuel. Cerró el móvil nuevamente y solo se quedó mirando al techo hasta que el sueño al fin lo venció y todos los pensamientos que se enredaban cada vez más en su cabeza fueron lavados por una sombra negra que terminó por hacerlos desvanecer.

Al día siguiente se dio con la sorpresa que en su carpeta estaba escrito con letras enormes la palabra "maricón" con un marcador indeleble azul, rápidamente intento borrarla con la manga de su chompa pero fue inútil, Diana llegó tras él y rociando su perfume en la superficie al fin lograron quitar la pinta, aunque luego la superficie quedó llena manchones azules, la clase prosiguió.

Aquel viernes las clases se habían extendido hasta las cuatro, cuestión usual para los estudiantes de último año que debían tomar horas extras ya que a menudo eran llevados a charlas de orientación vocacional. Eran las tres de la tarde y James salió del salón hambriento, Diana había corrido al baño, "emergencia de chicas" fue lo único que le dijo antes de perderse en la escalera y dejar un rastro de su perfume, el mismo que había tenido que oler todo el día al quedar impregnado en su carpeta. James caminó por el corredor hasta el extremo de su pabellón, solo compraría algo de comer pensó, mientras su estómago no dejaba de rugir, y ahora la escaleras estaban frente a él, pero no pudo bajar, sintió como lo tiraron hacía atrás y luego la dureza del piso encerado contra su espalda, se incorporó a duras penas en medio de las risas de un grupo de sujetos de otra clase. "A ver si el maricón sabe pelear" no dejaba de repetir uno de ellos, un tipo de estatura normal de rostro anguloso, nariz bulbosa y pecas en las mejillas. "A ver, vamos, rosquete, golpéame" le dijo a James dándole ligeros empujones.

Vio el rostro del sujeto cuyo nombre no recordaba, aquellos ojos negros como los de Franco, el rostro idiota, confiado, la mueca burlona y por un instante en aquel tipo pudo sentir la risa de todos los que se pararon frente a la fotografía la semana anterior, no lo pensó, simplemente le asestó un golpe en la mejilla que lo hizo trastabillar  y apoyarse en el muro lateral del corredor, este se recompuso rápidamente e iba a devolverle el golpe a James quien ya se encontraba en posición de defensa, pero en aquél momento Esther llegó tras él e intervino alejándonos a ambos, ella empujó al tipo mientras no dejaba de lanzarle una serie de insultos, uno más compuesto que el otro, este se fue con los otros dos muchachos que lo acompañaban. Tomó a James del brazo y lo jaló en la dirección opuesta a la que se fueron ellos quienes aún soltaban bromas por lo bajo. "Ya me sabía que la bomba era machona, tiene que proteger a los de su especie" dijo uno de ellos lo suficientemente fuerte como para ser escuchado.

—No sé si voy a llegar a soportar todo esto hasta el fin del semestre— le dijo James.

—No digas cojudeces, claro que vas a llegar. —respondió ella aún algo alterada.

—No, en serio, Esther, me siento sofocado, no puedo hacer nada, a donde vaya siempre hay alguien que me mira mal, que me insulta en voz baja, alguien que se siente incómodo al verme entrar o lo peor quien simplemente me deja de hablar por completo como si tuviera alguna enfermedad contagiosa, mira a Diego por ejemplo.

—Diego es un idiota —respondió ella —ahora cálmate, piensa en que hay peores cosas en esta vida a que un grupo de imbéciles te insulten.

—Pero cómo, es que tú no entiendes nada por lo que...

—No, entiendo perfectamente, James, lo entiendo, todo pasa por algo.

James se quedó en silencio, ambos siguieron caminando ¿es qué acaso merecía todo aquello?, frente a ellos Diana salió de los servicios de mujeres y los saludó con la mano.

—Mira—le dijo Esther mientras señaló con un ligero gesto a Diana que caminaba hacia a ellos — es por ella que pegué las fotos y es por ella que vas a tener que ser fuerte, porque tú sabes que la cagaste James, la cagaste en grande.

***

CDRY, 1988

Miguel estaba aterrado, en el fondo lo sabía y era algo que no podía negar, sin embargo ponía todo su esfuerzo en parecer inquietantemente tranquilo, en lo posible trataba que sus respiración no se notase más acelerada de lo usual, no había derramado ni una lagrima ni había hecho una sola pregunta desde que se despertó y vio todo negro, solo sombras moviéndose tras el polo que le habían amarrado a modo de venda. "Ni parece cabro" soltó uno de los sujetos, ellos conversaban y Miguel escuchaba, callado, una vez que llegaron fue empujado fuera del auto y por último arrojado a lo que parecía un deposito, o al menos eso pensó luego de toparse con una cubeta y lo que se sentía como una escoba, además de trapos retaceados. Entonces solo esperó, apoyado contra el muro contaba los segundos hasta llegar a un minuto y luego volvía a repetir la operación hasta tener una idea de cuánto tiempo había pasado desde que comenzó. Así estuvo lo suficiente como para saber que dos horas habían transcurrido desde que lo habían dejado ahí, finalmente uno de los sujetos abrió la puerta y tomándolo del brazo lo arrastró requintando que aquellas no eran sus funciones, que él no debería estar haciendo eso, otra voz algo lejana los animó prometiéndole ir luego a lo que Miguel asumió era un bullin o prostíbulo. Algo andaba mal, Miguel lo había intuido desde que fragmentos de sus conversaciones llegaron a él, aquella forma de hablar no era de los militantes del partido, aquella manera de hablar no tenía los mismos códigos que él ya había podido identificar después de tantos años trabajando en el distrito de Santa Ana.

Pronto la luz apareció y la tela cedió casi raspándole el rostro, un muro blanco, casi aséptico apareció, luego vio la habitación entera, pequeña, reducida, giro el rostro y frente a él, sentado en un escritorio de madera arañando por los años se encontraba su padre observándolo, escrutándolo de pies a cabeza. En aquél momento lo entendió todo.

— ¿Te han hecho daño?—le preguntó. No dejó que la sorpresa lo inmutase, negó con la cabeza.

No me dejaste más opción—continuó— te lo advertí varias veces. Miguel intentó responder  pero ante el mínimo asomo de gesticulación le calló la boca con la misma agresividad que tenía con él y su hermano cuando eran niños. ¿Qué te crees? Dime, Miguel—continuó gritándole —que voy a dejar un hijo mío yendo por allí ridiculizándonos a mí y a tu madre, a la familia entera. ¿Sabes lo que hubiera hecho tú abuelo? Habría terminado con este problema de forma más drástica. No serías el primer desviado que hubiese fondeado, tenlo por seguro. Agradece que yo sea distinto, intenté enderezarte, todas las hembras que te serví en bandeja de plata... Carajo, pero ya sabía que algo tenías mal, desde siempre fuiste débil, afeminado, un ahuevado; que diferencia con tu hermano, él sí tenía las bolas bien puestas, deportista, avispado, en cambio tu... Solo dando problemas, eras el mayor pero aun seguías aniñado, tras las faldas de tu madre. Traté de enderezarte, lo hice, hasta me manché las manos por ti, mira que traer a ese serrano comunista a la casa, y el so pendejo aún tenía la concha de mirarme a la cara con odio.

Miguel por primera vez sintió que la situación lo excedía ¿Qué buscaba decir? , no tenía sentido, sabía que su padre tenías varios secretos turbios los cuales con el tiempo él había decidido ignorar, pero ahora...

— ¿Sabes? El cholo ese murió en su ley, me dijeron que no hubo lloriqueos ni súplicas, el maricón se comió la bala calladito.

Los ojos se le humedecieron, su padre se había puesto de pie e iba de un lado a otro mientras seguía divagando acerca de todo lo que había hecho por su bien, no quería que lo viera llorar, no soportaría esa humillación, pero la imagen de Tony despidiéndose de él en la estación, y luego las imágenes de la gente masacrada en los periódicos se superponían la una a la otra, su voz, diciéndole que no tomaría mucho, que volvería en un par de semanas, pero sobre todo diciéndole lo mucho que lo quería, lo feliz que era. Las fotos de los cuerpos calcinados, las casas destruidas ¿Quién había sido asesino y quien la victima?

—Ahora este provinciano mostacero con el que andas de arriba a abajo, mira, Miguel, no te dije nada cuando te fuiste de la casa, ya te vas para los 30, pero ir haciendo mariconadas no te lo voy a permitir, así que te voy a dar una última oportunidad, no me temblará la mano para hacer lo que se deba hacer para que te endereces, ¿me entiendes?—su padre encendió un cigarrillo y por primera vez esperó que respondiese.

                                                              ***    

CDRY, 2007

Al salir de la escuela James aún se encontraba aletargado por lo que le había dicho Esther, no sentía rabia hacia ella, no podía odiarla, solo sentía vergüenza y culpa. Los ojos se le humedecieron mientras iba caminando por la calle que  desemboca en la avenida. Ahora todo cobraba mayor sentido, esa era la razón por la que la foto solo lo mostraba a él, Esther no le contaría nada a Diana, pero buscaba que ambos se dejen de ver, y había sido tan perspicaz... no, él había sido tan idiota que nunca se imaginó que ante el primer problema Franco escaparía y todo terminaría.

No, Esther nunca le diría nada, y tal vez era mejor que él tampoco lo haga, al fin y al cabo, ¿para qué hacerla sufrir con algo que ya había pasado? Ahora ni uno de los dos estaba con Francisco.

James siguió avanzando, pasaba frente a la pampa donde hacía unos meses lo habían intentado asaltar. Parecía una eternidad visto en retrospectiva y más aún no podía recordar del todo bien lo que había sucedido en aquél tiempo ¿habían estado juntos? lo único que tenía fresco era aquel sentimiento de calidez que se apoderó de su pecho al ver a aquel muchacho de ojos negros con el rostro desorientado en medio de la formación del primer día de clases, luego, aquel rostro lleno de cólera tomándolo del cuello de la camisa y besándolo mientras se desarmaba frente a él. Pero claro, si se ponía a pensarlo mejor, el dilema comenzó desde aquella noche en la que Franco evitó que le robaran.

Aquella noche en la que hasta se escuchaban el zumbar de los mosquitos y las hormigas aladas estrellándose contra el alumbrado—a pesar de que se encontraban en pleno invierno— ahora, se veía a sí mismo caminando en una tarde soleada como esa hacia la avenida, magullado interiormente por los continuos golpes que había recibido durante la semana, y el rostro de Esther mientras le dijo que ella había sido la que puso las fotografías junto a las puertas de los salones, exponiendo la traición, exponiendo su propia falsedad, aquella expresión convencida de lo correcto de sus actos, eso había sido lo último de una semana llena de burlas y agresiones.

Los ojos volvieron a humedecérsele mientras alzaba la mirada y miraba al sol esperando que este le seque las lágrimas y le arranque del pecho aquella sensación tan horrible que yacía dormida desde que besó a Franco aquella noche en la fiesta y que despertó con el rostro de él mismo burlándose mientras James solo se deshacía, caía en pedazos.

Dio dos pasos y las piernas le pesaban más, el polvo se alzó, el viento sopló en dirección contraria y el atardecer se veía tan alegre,  todo tan cálido, las hojas de los árboles verdes, las flores rosadas llenas de vida, una lágrima se escapó e inmediatamente fue atajada por el dorso de su mano, algo de rabia surgió al verse a sí mismo en aquella situación, ¿cómo pudo dejar que todo le afectará tanto? Siguió caminando y sus zapatos empolvados ahora pisaron el concreto de la acera que bordean a el parque, frente a él la imagen de Franco viéndolo con disgusto, con asco, se repetía una y otra vez hasta que no pudo evitar ponerse a llorar y limpiarse las lágrimas con desesperación, cólera contenida que no hacía más que aumentar cada vez que repetía la patética escena en su cabeza.

— ¿Hola, sabes si el colegio 0041 se encuentra por acá?—habló la voz de un muchacho tras él, el auto se había detenido junto a la acera y Samuel lo miraba detenidamente con una enorme sonrisa pícara en los labios.

James forzó una mueca haciendo su mayor esfuerzo para reaccionar de forma natural, “¿Qué haces aquí?” le preguntó mientras él bajaba del auto. Samuel inmediatamente parecía haber sospechado algo, su enrome sonrisa dio paso a una expresión prudente, casi preocupada que intento suavizar mientras hablaba con esa fascinante calma que parecía tener  siempre. “Bueno, dejaste de contestar mis mensajes, pensé que algo había sucedido así que decidí venir.” “aunque no lo creas no esta tan lejos de mi escuela, por la carretera uno realmente llega volando y…” Siguió hablando él.

James tenía la vista fija en sus zapatos meticulosamente lustrados, la basta de su pantalón apenas rozándole los tobillos y la cabeza en su voz tratando de darle algo de confianza con la cotidianidad de la plática, pero James ya no podía controlar ni la tembladera que pronto le asaltó los labios o la cada vez más acuciante sensación de nausea, sus ojos amenazaban con traicionarlo en cualquier instante, su pecho gritaba hacia sus entrañas por un respiro, por algo de calma y lo único que podía pensar era ¡detente! Pero no había escapatoria entre la basta de Samuel, el cielo despejado y la vergüenza en su propio rostro, líneas de arbustos cruzando el parque y el tráfico en la avenida, auto tras auto, claxon estridente y la grava al mover sus zapatos, crujiendo, sacudiéndole el cuerpo entero, ahí iba él, cediendo frente a él.

— ¿Quieres que vayamos a otro lado?—se atrevió a decir al fin Samuel mientras reposaba su mano en el hombro de James como transmitiéndole en algo cierta estabilidad. James solo asintió con la misma mueca lastimera en el rostro y los músculos tensos, los puños fuertemente cerrados.

                                                            ***

Al legar a su destino Samuel despidió al chófer y le dejo encargado que no le dijera nada a sus padres, el auto negro los dejo así en medio de aquella calle peatonal, los dos muchachos descendieron hacia el tumulto de gente cruzando aquella intersección, Samuel lo tomó del brazo y se adentraron abriéndose paso a través del flujo incesante de oficinistas en traje que marchaban hacia las estaciones de buses.

James ya se encontraba más calmado, los ojos aún los tenía rojos y las ojeras amoratadas y hundidas evidenciaban que hacía días no dormía bien. Las fachadas barrocas, recargadas de ángeles y flores pasaban quedando tras ellos para dar paso a balcones coloniales de madera con los mismos detalles aglutinados uno sobre otro y luego la torre de una iglesia erigida hasta terminar en la fina espada de un serafín en la punta. Samuel miraba a James y aún sentía el resentimiento en su cuerpo de aquella vulnerabilidad que lo asaltó cuando lo vio a punto de llorar, aquella resistencia que ponía para evitar mostrar su desesperación, se sentía pequeño a su lado, impotente ante lo que sea que le estuviese sucediendo.

Al fin, llegaron a una amplia alameda con árboles pelados al borde del malecón que bordea al río, el cual, cargado de tierra, pasaba metros más abajo. La tarde se había apagado y cruzando la ribera se veía el enorme cerro con la cruz de hierro en su cima, como vigilando a toda la ciudad mientras ocasionalmente algún nubarrón la engullía y luego la escupía en su lugar. Hasta las flores lucían opacas pese a la saturación de sus pétalos y a lo vívido de los maceteros que las contenían. Junto a los árboles varias vendedoras ambulantes ofrecían dulces y en el borde de la explanada las parejas yacían tendidas viendo hacia el cerro y la intimidante cruz que ahora había encendido parcialmente los faroles que la iluminaban en las noches, probablemente a causa de alguna falla.

Samuel le acomodó el cabello a James encajándole un mechón tras la oreja, "¿Ya te encuentras mejor?", le preguntó impaciente. Él asintió avergonzado por el gesto.

— ¿Cómo llegaste hasta allí?—le preguntó.

—Oh, fue muy fácil, verás, recordaba que eras del 0041 del distrito de Santa Ana, así que solo  fue cuestión de hacer una búsqueda rápida en el ordenador de mi padre y, como Joel me debía un viaje luego de haberle ganado una partida de cartas, le dije que me recogiera de la escuela y me llevara a Santa Ana, ya me habías dicho que los viernes salías tarde, así que esperaba poder encontrarte, y tuve suerte. —James Intentó sonreír al gesto satisfecho de Samuel. No se había percatado que se encontraba con uniforme, y es que aquello parecía más un traje de etiqueta, llevaba puesta una camisa crema manga larga con una corbata roja anudada en el cuello (a diferencia de James que llevaba una camisa manga corta con el cuello abierto), pantalones grises y un saco ocre con una pequeña insignia prendida en el pecho, sobre todo, estaba envuelto en una bufanda gris que le caía por la espalda hasta casi su cintura y volaba ocasionalmente con el viento acompañando al río en su recorrido.

¿Puedo preguntarte ahora porque llorabas? habló al fin Samuel luego de un lapso de silencio que se extendió por un rato, James se tomó su tiempo, miró hacia el cerro y los barrios asentados en  sus faldas que comenzaban a iluminarse uno por uno.

—Porque tenías razón. —Le dijo. —no existe tal cosa como una "ética en el amor".

Samuel asintió y algo indeciso deslizó su mano desde el bolsillo de su saco y la puso sobre la mano fría de James sujetándolo firmemente, como empecinándose en retenerla allí. El viento corrió nuevamente y abajo de donde ellos se encontraban sentados las rocas del río crujieron salpicando el agua parda hasta los muros de contención.

***

Fred terminó de leer el último párrafo del artículo y luego de darle una última mirada al texto entero, el rectángulo que formaban las letras encuadradas en la hoja de papel, alzó la visita hacia Manú que lo observaba impaciente. ¿Qué te parece? Le preguntó. A lo que él le reafirmó que le había gustado mucho la interpretación, que no lo había entendido de aquella forma y que ahora todo tenía sentido, y es que la primera vez que leyó aquel poema de diez estrofas, no hallaba el sentido a todos esos versos cuyo único nexo era el dolor que transmitían, aquel poema que la señora Isabel se los había alcanzado luego de recuperarlo de entre sus trastos viejos. El sobre donde este estaba se encontraba fechado con el 15 de noviembre de 1988 y Manuel creía que sí realmente Miguel Ortega había llegado a terminar el manuscrito de un segundo libro, esos poemas serían del mismo estilo que aquél, titulado "Sangre".

No sabía que había ocurrido algo así, dijo Fred rompiendo el silencio que se había generado, digo, claro que se todos los horrores que la guerra causó pero no sabía de aquella masacre. Manú se quedó pensando por un instante.

Sí, "La masacre de Wilka", asesinaron a todo el pueblo, mujeres, ancianos y niños incluidos, se creía que fueron los del PCP, que los habían asesinado por negarse a colaborar con su causa, pero luego, años después de terminada la guerra se supo que fue el mismo ejercito quien los ejecutó por encontrarse, supuestamente, varios partidarios entre los campesinos.

Aquella tarde, luego de  que las clases terminaron Fred se encontraba nuevamente en las cabinas de internet, a un lado tenía dos cuadernos recordándole la razón por la que había alquilado una pc, sin embargo continuaba escrutando distintas páginas  en  busca de información de la masacre, las investigaciones y los responsables. Al otro extremo la encargada lo llamó recordándole que solo lo quedaban cinco minutos para que su tiempo terminase, él hizo como que no escucho nada, acomodándose los audífonos, la tarea seguía esperándolo a un costado. Pronto sus cejas se arquearon extrañado, volvió a leer aquella parte del informe que revisaba, Raúl Ortega-Arrué, decía dentro de la lista de los presuntos mandos militares responsables por la Masacre de Willka. La encargada se acercó y le quitó los audífonos diciéndole que su tiempo se había terminado, "dame una hora más" le dijo él sin voltear a verla.


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