Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de Polvo por Dedalus

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

CDRY 2007

Llegó octubre y la situación en la escuela había mejorado notablemente, aún no se libraba del todo del acoso eventual de los mismos idiotas, pero ya podía andar solo por los corredores sin que alguien le gritase alguna grosería o podía entrar al baño de varones sin que todos los presentes huyeran incómodos. Así comenzó octubre, con ocasionales días soleados y la apatía del alumnado incrementándose al ver que el año escolar ya llegaba a su fin. James se tranquilizaba al ver como los días se sucedían unos a los otros, llegaba el viernes y Samuel lo recogía de la avenida con su semblante radiante y su sonrisa amplia que lo mantenía deslumbrado, él era de aquel tipo de personas que más allá de su aspecto físico resultaban tan encantadoras, cada gesto o la forma como gesticulaba, como movía las manos al hablar.

Se encontraba enredado en sus largas pláticas mientras caminaban por las angostas calles del centro, él hablaba y hablaba y a James en ocasiones hasta le apenada replicar, solo quería escucharlo. Él entero era una aparición, por momentos su composición era diáfana, opaca, no terminaba de creer que alguien como él había aparecido en su vida de aquella forma. Ambos doblaban hacia la alameda y él le rozaba la mano, Samuel lo miraba y sonreía escondiendo el mentón bajo la bufanda que se empecinaba en seguir usando a pesar de los inusuales cielos despejados y mañanas cálidas.

Aquellas tardes los edificios del colegio lucían más sólidas, el cerro más árido y el cielo más alto,  esto no había pasado desapercibido por Fred que andaba cada vez más enamorado de Manú. El día entero veía su rostro en cada vuelta que tomaba, en cada cuaderno que abría, en cada palabra que leía se perdía recordando el miércoles anterior en el que habían trabajado juntos en "la investigación". Le encantan cuando la llamaba así, se sentía parte de un proyecto importante, más aún sentía que ambos estaban dentro de algo importante.

Solo la semana anterior habían estado en un edificio siniestro a las afueras del centro sobre la carrera militar del padre de Miguel Ortega, luego de haberse cruzado con aquella acusación que pesaba sobre la cabeza de aquel sujeto, era sólo cuestión de unir cabos para saber que Miguel no tenía una relación sencilla con su padre, el tipo al parecer era un alto mando militar a cargo de una división del ejército asignada en una de las zonas más convulsionadas durante el conflicto armado, uno de esos sujetos que nunca salió a patrullar las montañas o a retomar pueblos secuestrados, sino que solo se remitía a mandar soldados jóvenes a hacer el trabajo sucio.

Manú había llegado a dos hipótesis; una, pensaba que probablemente haya sido por eso que el partido decidió asesinar a Miguel, parecía además lo más probable, tomando en cuenta que su hermano ya les había dicho que por aquellos días había conformado un comedor popular con la ayuda de los vecinos y algunos profesores del colegio, lugar que al parecer estaba en la mira del partido al ser el lugar perfecto para reuniones logísticas, además, no podían olvidar los inicios de en sus épocas de estudiante en la UNCR y su participación en distintos movimientos de izquierda, militancia que luego se convirtió en moderada, yendo totalmente en contra a la ideología del partido. Luego, la segunda sería la posibilidad que deslizó Isabel de que fuese el mismo ejército, a mundo de su padre, quienes hubiesen ejecutado a Miguel luego de que este abandonase la casa de la familia Ortega-Arrué y comenzar a vivir con un profesor, muy probablemente su pareja.

Aquella tarde vería a Manú en el centro, no podían arriesgarse a que nadie los viera juntos, ya de por sí Ronald los tenía en constante vigilancia dentro de la escuela, a menudo le preguntaba sobre cómo iba con  las distintas asignaturas y si cumplía con su tarea, ya había incluso llamado a su casa a preguntar por él con la excusa de una supuesta mala calificación en matemáticas, para su suerte su prima Mercedes contestó haciéndose pasar su madre. En fin, el profesor Manuel parecía bastante entusiasmado, y él se encontraba feliz de verlo tan animado.

Así que las clases terminaron y James salió apresurado, Fred lo observo coger su maletín y cruzar la puerta luego de un rápido "nos vemos luego", Diana y él cruzaron miradas, ella se encogió de hombros. Afuera el tráfico era intenso y la avenida se encontraba congestionada por lo que tuvo que caminar hasta su casa, el smog de los autos y buses se podía ver elevándose y el viento lo esparcía junto a la brisa que llegaba caliente a los rostros de los escolares cansados de los congestionamientos espontáneos. Luego de llegar a casa y almorzar Fred salió nuevamente en dirección al centro donde bajó del bus y se encontró nuevamente con el mismo olor a combustible quemado, y más gente, ríos de gente, gritos, buitres en las cornisas y policías parados en el centro de la avenida intentando encauzar aquel desorden.

La biblioteca se encontraba a unas calles y debía llegar lo más pronto posible, usualmente los bibliotecarios se tomaban un receso para el almuerzo a las tres, así que tenía solo diez minutos para llegar o debería esperar una hora hasta que vuelvan a atender, cruzó la avenida, salto raya a raya el cruce de cebra, avanzó por una estrecha calle empedrada donde la luz casi no llegaba, la gente se interponía, un vendedor de artesanías lo termino arrimando a un lado y  tras él subían marchando filas de sujetos en traje y personas en desgastadas ropas cargando bolsas de rafia enormes.

Más ruido y el sol fue ocultado por un nubarrón, las molduras de las fachadas se hicieron más siniestras y cayó en cuenta del anuncio de una exposición fotográfica en un pequeño museo. "Le diré a Manú para ir luego de terminar la jornada de hoy" pensó, preguntando a uno de los sujetos que cuidaban la entrada si es que cobraban por el ingreso. Continuó su camino, miró la hora en el celular, cinco minutos, se le hacía tarde, frente a él le faltaban dos bloques más por caminar. A un costado un puesto de flores dejaba un aroma dulce en el ambiente, y el claxon de un taxi parecía insultarlo mientras cruzó la calle corriendo, "¡dos minutos!" pensó, ya llegaba, solo media cuadra más.

                                                              ***

James golpeaba las yemas de los dedos contra la mesa, impaciente, irritante, el sonido seco se sentía en la cafetería entera y vio la hora en su celular nuevamente, tal y como hacía solo tres minutos lo había hecho, se mordió con avidez la uña del índice y miro nuevamente por la vitrina hacia la calle. Tras la barra la barista apilaba unas bolsas dentro de un repostero y en la mesa contigua una señora de contextura gruesa y cabellos blancos lo quedó observando. Pronto la puerta se abrió con el tintineo de la campana y un sujeto alto y robusto cruzó hacia el mostrador dejando su maletín sobre la barra, James arqueo las cejas y volvió a mirar hacia la calle donde las personas pasaban caminando a zancadas y los globos con helio parecían ser arrastrados hacia las nubes dificultando el paso al pequeño vendedor que iba encorvado hacia la intersección.

Seguía pensando en Franco a diario, seguía viéndolo de reojo cuando se lo topaba por la escuela, él , sin embargo, parecía una estatua incapaz de mover una sola articulación apenas lo divisaba, seguía conversando con sus amigos, indiferente, indolente a su compostura que sentía se resquebraja cada vez más, cada día que pasaba veía más lejanas las noches en las que lo despedía desde su ventana viendo cómo se escabullía entre la oscuridad, volteando hacia atrás cada dos paso para sonreírle con los ojos fulgentes, la piel helada, y las mejillas coloradas.

La campanilla sonó nuevamente y Samuel entró fresco como siempre, como si su presencia trajera consigo la primavera arremetiendo contra Ciudad de los Reyes. Él se sentó frente a James con los ojos muy abierto, la sonrisa en el rostro tan natural que James se preguntó si alguna vez desde que lo conoció lo había visto triste o al menos decaído.

Su café ya se encontraba frío y Samuel comenzó a disculparse por la tardanza mientras se sacaba el abrigo y se desenroscaba la bufanda. El filo de su quijada quedó visible, un vaho a perfume llegó hasta James y su rostro, algo avergonzado se entornó hacia él mientras volvía a disculparse y le decía lo congestionada que estaba la Vía Expresa, lo terrible del atasco en el paseo Colón y el pésimo humor con el que su madre lo había dejado venir a duras penas. "Últimamente vas mucho al centro" le había dicho, "deberías tener cuidado, un jovencito como tú no debería andar por esos lugares" "hace años aquel lugar solo estaba lleno de carteristas e indigentes, claro qué, la mayoría eran ambos" le había dicho una y otra vez, retrasándolo más aún. Samuel siguió hablado y empezó a reír, ¿no vas a pedir nada?, le preguntó. Él se detuvo a tomar aire y asintió.

La tarde transcurrió con el andar de los transeúntes, pronto la prisa desapareció, el reloj quedó olvidado en aquella mistura de sonidos, sonrisas, fachadas ornamentadas y las luces de la marquesina del cine, la confitería, la risa de Samuel y afuera a el frío dándoles de lleno en el rostro, no importaba, los hombros pegados las manos rozándose, la calle empedrada extendiéndose frente a ellos hasta la avenida al fondo. Los faroles que dejaban atrás y la gente que avanzaba en sentido contrario dándoles paso, Samuel abrazó a James con su brazo izquierdo y así siguieron su rumbo hablando sobre lo terrible del tráfico y lo fastidioso de ir a clases al día siguiente.

                                                               ***

Fred salió de la galería sonriendo, estaba feliz, últimamente un sentimiento muy recurrente en él, se abotonó la camisa hasta arriba y al voltear Manú cruzó el portón acomodándose el cabello, "Buena idea venir acá, Lara" le dijo, "fue un muy buen descanso luego de tanto trabajo", Fred asintió y metió las manos al bolsillo avanzando lo más lento posible, quería que el camino hacia la estación de buses se prolongase hasta que deje de sentir aquel adormecimiento que lo complacía tanto, que lo tranquilizaba tanto. En aquel momento sentía que no necesitaba nada más, que la escuela y su vida, su familia y el estudio giraban en torno a él pero con Manú caminando a su lado esa carga se sentía distante.

La plaza se abrió ante ellos con sus edificios marfil, sus ventanas amarillo encendido, radiantes de siluetas, sus cornisas sobrias, sus portones barrocos, los árboles retorcidos y la estatua erguida en el centro rodeada de personas yendo en todas direcciones y una relativa calma, una brisa que venía desde el puerto por la avenida La colonia y que se llevaba consigo el estruendo de los cláxones cuadras más abajo.

Algo, sin embargo, cambio en un instante, ambos se miraron de soslayo percibiéndolo, pero ninguno identifico la causa de esta alteración, había algo en  el ambiente que se sintió perturbar, algo en las hojas de los árboles que se tensó y se estiró huyendo, un rumor sordo entre la gente que los hacía voltear y ver el tráfico, los vendedores, las terrazas, algo se sentía en la plaza, y aun así algunos seguían caminando, los edificios, entonces, se vieron alterados, se sobrecogieron ante el estruendo, ante un corto pero potente siseo de la tierra, de lado a lado, como si una onda los hubiese lanzado y luego retraído. Manuel lo sujetó del hombro y ambos cruzaron hacia los jardines, las calles se abarrotan de gente y de un momento a otro, los llantos llenaron el ambiente cerrado en el que los edificios parecían querer caminar, las ventanas gritaban y el tráfico se detuvo.

No había nada que hacer más que intentar mantenerse de pie y ver como ríos de gente emergían corriendo de los portones  y bocacalles, no había más que alzar la vista y ver el cielo relampagueando, bajar la mirada y ver ancianas rezando de rodillas. Manú, lo palmeo dos veces como dándole valor, le puso  mano sobre la nuca, como dándole soporte al estoicismo con el que enfrentaba cada nuevo remesón sin siquiera inmutarse, Fred se acercó más, el alumbrado parpadeo como si de una cortadora se tratase, el movimiento decreció, las ventanas dejaron poco a poco de resonar y los edificios de crujir, unos segundos después el rugir de la tierra se había ido y el rumor dio paso a un silencio perturbador.

Luego de los minutos posteriores en los que la gente solo se miraban entre ellos reconociendo lo que acaba de suceder, Manú lo jaló del brazo a través de la multitud, a través de los niños que aun lloraban y los autos que comenzaron a avanzar, los vendedores de las tiendas volvían a entrar a los negocios asustados y ahora todos corrían en una u otra dirección. Fue en medio de aquella confusión que entre las decenas de rostros desencajados, de cuerpos descompuestos, vio el rostro de James apenas iluminando su perfil, sus ojos yendo de un lado a otro y temblándole como cuando le tocaba exponer en clase. Fred se soltó del agarre de Manú y fue hacia él, aún no del todo convencido de si en verdad era su amigo el cual seguía ahí de pie, algo encorvado, como siempre, interrumpiendo el paso, como siempre, desorientado, como siempre, pero un muchacho se le acercó, un tipo alto, de cuerpo proporcionado y cabello claro peinado hacia atrás, ¿era él? Este muchacho lo tomó de los hombros y lo abrazo, James los sujetó de las muñecas y le dijo algo, cada vez Fred dudaba más. Finalmente James alzó la mirada hacia la plaza y extrañado, con la inconfundible mueca que ponía en clase de trigonometría, gritó: ¡¿Federico, qué haces aquí?!

***

CDRY, 1988

Oscar estaba exhausto; sabía que estaba exhausto, lo sentía en sus músculos, en sus huesos, pero aun así no quería descansar, el solo sentarse por un instante lo ponía más ansioso, ya había hablado con la estación de policías, la denuncia estaba allí, pero no le aseguraron nada, el tombo solo lo miró y asintió mientras anotaba lo que decían los vecinos lo que él tuvo que declarar, le preguntó por Miguel, si tenía alguna tendencia política, porqué vivían juntos y Oscar solo quería partirle la cara por el desgano con el que le hablaba por su apatía general, como si hubiese estado en la misma situación tantas veces que ahora le parecía todo irrelevante, pero ahora era Miguel quien había sido llevado por los encapuchados...

No durmió toda la noche, solo se quedó sentado en medio del desastre que habían dejado, llamó a Carlos y este fue junto con Isabel al apartamento que al entrar se llenó nuevamente de voces ya que él solo estaba en un rincón mirando al techo, casi en trance. Ambos limpiaron la sala y el cuarto mientras tranquilizaban a Oscar, el hacerlo no era necesario pero el hecho de hacer algo les daba la sensación de que no perdían el tiempo, de que Miguel, a pesar de estar aún desaparecido, se encontraba cada vez más cerca.

Carlos, quien siempre tuvo una relación cercana con gente del Partido, a pesar de que siempre aseguró no pertenecer a él, llamo a un par de sujetos, averiguando si  había habido algún movimiento en la zona, ambos le confirmaron que todo había permanecido tranquilo. Llego un momento en que las conjeturas se agotaron, las anécdotas se volvieron demasiado dolorosas y el decir cualquier cosa sonaba inapropiado en aquel instante.

Al día siguiente el sol directamente sobre su cabeza irradiaba quemante su aliento, el chalet anguloso se levantaba frente a él, y tomó aire ante la expectativa de lo que iba a hacer, alguien tenía que decirle a sus padres que Miguel, había sido secuestrado de su casa, que había sido llevado por la fuerza por un grupo de encapuchados, que la policía ni siquiera se esforzaba por encubrir su inutilidad. Avanzó; hasta la acera se sentía hervir, la puerta de la casa se abrió y Oscar se detuvo, secándose el sudor de la frente. Del dintel emergió un alto sujeto de cabello negro y bigote espeso, estaba vestido enteramente con un uniforme caqui y llevaba un portafolio café de broches dorados. Era él, su padre de Miguel, ya le había dicho que  era militar, que no era de carácter afable y que de hecho, no tenía una pizca de simpatía, pero Oscar avanzó intuyendo que al menos él podría hacer algo por que se agilice la búsqueda, porque al menos alguien haga algo, después de todo, era su hijo, pensó, por más que estuviesen peleados, lo seguía siendo.

Así que apenas el alto sujeto se dio cuenta de su presencia, Oscar se presentó y un torrente de palabras emergió de su boca, su tono nervioso por momentos lo hacía casi ininteligible, pero el padre de Miguel asentía, entendiéndolo todo, lo cual lo ponía más nervioso aún, este no pareció siquiera inmutarse, no dijo ni una sola palabra hasta que terminó de hablar, no tuvo ni una reacción además de asentir una y otra vez. Finalmente Oscar se detuvo a tomar aire y una leve sonrisa burlona apareció en el rostro del viejo el cual torció su bigote, y le explicó que simplemente no tenía idea de lo que hablaba, que su hijo se encontraba en casa y que nunca le había hablado de él, es más, nunca había hecho mención de nada de lo que le decía. Oscar no entendió a aquel sujeto, nada de ello que decía tenía sentido y por un segundo pensó haberlo comprendido mal, el tipo se despidió y subió al auto negro aparcado a un lado de la calle, Oscar se quedó solo allí inseguro de qué hacer, volteó a ver la fachada de la casa de dos pisos y allí, Miguel lo observaba tras la ventana de la segunda planta.

***

El teléfono sonó, el timbre hizo eco en el apartamento tres veces hasta que Oscar atinó a levantar el auricular, eran las tres de la mañana y apenas había podido conseguir sueño. Al otro lado de la línea se escuchó el crujir de la respiración agitada de alguien más, Miguel se calmó y al fin pudo hablar. Oscar apenas escuchó su voz salto de la cama y comenzó a atiborrarlo de preguntas, no entendía nada, no entendía por qué se había quedado en casa de sus padres, porqué hacia tres días no iba a trabajar y porque la había ignorado por completo desde el día en que los vecinos vieron como se lo llevaban a rastras del apartamento.

—Escucha, escucha—lo calmó —no tengo mucho tiempo, no puedo explicarte ahora , solo quiero que sepas que no podemos vernos, al menos por lo pronto, deja que solucione la cosas con mi padre, no me perdonaría nunca si algo malo te llegara a pasar... Un sollozo ahogado se dejó sentir al otro extremo del auricular y Oscar nuevamente dejo escapar todas sus preocupaciones, sus reproches, sus miedos. "Tengo que irme" lo siento, susurró y así la llamada terminó dejándolo nuevamente inmerso en su habitación vacía. Las sombras se volvieron más altas, los muebles más picudos y grotescos, el techo pareció haber desaparecido y él, más solo que nunca, en aquella ciudad al borde del colapso, al borde del abismo.

Al día siguiente levantarse se le hizo un suplicio, nunca había tenido ese tipo de problemas, pero desde aquella tarde en la que vio a Miguel observándolo de la ventana de su casa, cada amanecer lo torturaba con su llegada. No entendía que era lo que lo había hecho cambiar, sin duda había algo tras ello, pero porqué simplemente no se lo decía y acababa con todo  de una buena vez. ¿O  no era lo suficientemente importante como para merecer el riesgo? Era cierto, había sido llevado a la fuerza, pero él había escogido libremente quedarse allí, lo había dejado parado frente a su casa y ni siquiera se inmutó al verlo marcharse con una asquerosa sensación de ridículo incrustada como un puñal en el pecho.

Ahora ante todos esos alumnos a los cuales recibía a diario con una sonrisa, no podía apenas fingir una mueca gentil ante la perspectiva de que Miguel renunciase a él así de simple, así de repentinamente. ¡Al carajo todo! no soportaba estar lejos de él, a la mierda sus padres y esa condenada guerra que parecía sólo ladrar y ladrar pero nunca llegaba a morder, o si lo hacía solo se prendía en los zapatos.

Las clases prosiguieron, los muchachos notaban su  inusual apatía y estuvieron toda la mañana intentando sonsacarle los motivos, realizó práctica escrita, exposición y luego sonó el timbre del receso. Eran la 10:30 de la mañana y en la radio hacían una transmisión en vivo desde la ciudad de Yanamarka, la capital de la región central conocida por sus numerosas iglesias y monasterios, además de sus casas de techos a dos aguas y fachadas pardas. Al parecer el partido había comenzado a tomar distintas sedes del estado en aquel lugar, no le pareció nada nuevo; le pidió a la señora del quiosco un paquete de galletas y un café, ella escuchaba atenta al locutor que narraba con gran dramatismo lo que sucedía en la ciudad. No durarían mucho, ya había pasado algo similar hacia un año, el resultado fueron varias decenas de encapuchados detenidos o abatidos y el plan del PCP, de meses de preparación, desbaratado en tan sólo una mañana, aquella no sería la excepción.

La campana volvió a sonar y el resto de lo que duró la jornada se la paso recordando la reacción de Isabel al contarle lo que había sucedido, "ten cuidado con aquel viejo, es más perverso de lo que parece" "lo digo en serio, flaco, ten cuidado" le repitió, para luego reconfortarlo diciéndole que Miguel no tardaría mucho en escapar, siempre lo había hecho.

Igual, no se sentía de ánimos para nada, apenas llego al final del día, por primera vez en los casi cuatro años que llevaba enseñando en escuelas privadas y públicas, evito hablar en clase y solo mando a su alumnos a que leyeran en silencio una gruesa separata sobre la emancipación latinoamericana. Al salir de clase avanzó suspirando, escuchando el taco de sus zapatos negros chocar contra la acera pulida del corredor, los niños corrían a su alrededor y afuera la calle lo recibió más árida que de costumbre, camino un par de cuadras más, la señora del quiosco dentro de la escuela no se había quedado, todos habían corrido a sus casas a seguir las noticias de lo que sucedía en el centro del país, incluso la Hermana María, luego de haber conversado con él sobre Miguel, había enrumbado a la residencia que compartía con las demás monjas de la escuela a escuchar las noticias.

En el mercadillo abarrotado de puestos precarios, carretillas llenas de frutas, verduras y hierbas la gente también se encontraba pegada a las radios, nadie hablaba, se sentó en la mesa y el habitual murmullo de los comenzase había sido sustituido por el piar de los pájaros y los ladridos de los perros peleándose por las sobras. La comida fue servida frente a él por una distraída jovencita de no más de diecisiete años, llevaba el cabello trenzado y se limpió el sudor de la frente con su mano, "es increíble ¿no, profesor? Lo que están pasando allá, mi tía es del centro de Yanamarka, espero estén bien" Oscar asintió, y por primera vez desde el receso prestó atención a la transmisión.

Dos tercios de la ciudad ya habían sido ocupados por el partido, la municipalidad y el cuartel principal incluidos, habían rodeado por completo los suburbios y el ejército nacional se había quedado rodeado por los subversivos en tres barrios, la gente se encontraba refugiada en sus casas y trabajos, pero en las calles se veían varios cuerpos tirados desangrándose, a lo largo de las avenidas y jirones los sonidos de las balas hacían eco opacados ocasionalmente por los cañones del cuartel San Pedro, desde donde los pocos militares que quedaban en pie intentaban resistir el asedio. El presidente había decretado estado de emergencia en toda la región y se había dictado toque de queda para todas las ciudades del país aplicando desde aquel mismo día a las diez de la noche, además, quedaban prohibidas las reuniones de grupos numerosos  entre otras medidas que el locutor leyó tan rápido que Oscar apenas tuvo tiempo de comprender. Ese mismo día, a las seis de la tarde la ciudad entera fue tomada, los noticieros transmitían todos como la bandera del PCP flameaba en la municipalidad de Yanamarka, por las calles desfilaban las patrullas de encapuchados y desde el techo en el que se transmitían las imágenes varias columnas de humo se divisaban el horizonte donde los cientos de tejados ocre se perdían mezclados con el amplio cielo serrano.

El camino de vuelta a casa solo lo puso nostálgico, el clima entero en la ciudad, todos hablando de la ocupación de Yanamarka, todos dándose ánimos, convenciéndose de que no podrían llegar a la capital, lo hacía sentir más solo, Miguel, con sus respuestas cortas y tajantes, con su lógica aplastante no estaba más para hablar sobre la realidad nacional mientras caminaban hasta el apartamento a tomar el lonche. Ya no resonaba su voz algo irritada, extrañaba su carácter terco sacándolo de quicio y frente a él, un niño le preguntaba a su mamá si los encapuchados llegarían al distrito, ella lo levantó en brazos y le aseguró que nada pasaría. Oscar sonrió pensando en lo difícil que sería mantener esa promesa, sobre todo considerando que Sta Ana era la puerta de entrada de la región central hacia la capital.

Al llegar al barrio se detuvo a comprar pan en una bodega pequeña cerca de una esquina, adentro varios señores mayores se habían juntado al rededor del radio ubicado en una vitrina. Ellos discutían de lo mismo que hablaban todos, qué es lo que ahora pasaría, cuál sería el siguiente movimiento del partido. Oscar pidió lo que había ido a buscar, le dio a la rolliza señora el pago exacto y salió rápidamente sin hacer contacto visual con todos los que se encontraban ahí. A medida que avanzaba el viento venía en su contra, los niños en las calles no jugaban, solo estaban sentados en grupo cuchicheando entre ellos, los vecinos salían ocasionalmente a sus ventanas, constatando que nadie extraño estuviese rondando por el vecindario y los perros, como siempre se peleaban en el parque por lo que parecía los restos de una muñeca de trapo.

Oscar miró hacia sus pisadas pensando en la noche que le esperaba, escuchando las noticias mientras cenaba para luego simplemente quedarse dormido en el sofá, inhaló aquel aire frío del crepúsculo avecinándose y frente a él, como un fantasma, se encontraba Miguel sentado en el portón de la pensión, llevaba una mochila y al verlo sonrió lastimosamente, como si el solo hecho de arquear los labios le causara sufrimiento.

                                                                  ***

CDRY, 2007

Las calles abarrotadas estaban repletas de comentarios, rumores de lo que  sucedía en otras partes de la ciudad, de dónde había sido el epicentro o de si se acercaba un maremoto, lo cierto es que no había nada seguro aún, los radios no transmitían y las señales de televisión locales  solo pasaban grabaciones o no transmitían nada en lo absoluto, por primera vez en su vida James sintió que se encontraban completamente desconectados de todo y su abuela, donde quiera que esté sabía que lo necesitaba, pero las líneas telefónicas habían colapsado. Samuel, quien tampoco podía comunicarse con sus padres o el chofer intentó una vez más marcar pero la respuesta era nula, así que envío un texto a su papá y esperó a que este llegase a ser recibido. Pronto una sensación de incomodidad lo distrajo, aquel muchacho delgado de cabello desordenado no dejaba de observarlo, escrutándolo de pies a cabeza. Tras ellos el sujeto que había llegado con él (aparentemente un profesor de su escuela) hablaba con un grupo de personas y James, quien seguía insistiendo con el móvil no dejaba de marcar y rechistar al ser enviado a la casilla de voz. Parece que las líneas de buses han dejado de funcionar, pero si llegamos a la avenida este es muy probable que alguien nos pueda al menos acercar a Sta. Ana, muchachos, dijo Manú volviendo hacia ellos y acomodándose el cabello que le caía sobre la frente, debemos avanzar ahora, ¿lograron comunicarse con sus casas?

Las personas caminaban por las carreteras, el tráfico estaba atascado y nadie se sentía seguro aun volviendo a los edificios, se veía en general un desconcierto impregnado en el rostro de todos los transeúntes, de las personas en sus portales, de los trabajadores abandonando sus puestos de trabajo.

— ¿Así que, quién eres tú?— soltó de pronto Fred algo desconfiado, Samuel sonrió y le extendió la mano presentándose. Fred lo quedo observando nuevamente sin corresponder,

—¿de dónde conoces a James?—Soltó, a lo que  el muchacho le explicó como ambos habían sido los finalistas en el concurso de ensayo y que se habían conocido allí, pero este aún no pareció muy convencido, James lo reprochó por su actitud y le dio un golpe en el brazo, "ya párale con las preguntas, Federico" le dijo irritado.

—Una más—le dijo— ¿Cuáles son tus intenciones con mi amigo? —soltó Fred, James se atoró con su propia saliva y Samuel, manteniendo el mismo semblante amable apenas se inmutó.

—Las mejores— fue lo único que dijo sonriendo antes de que Manú se acercara a ellos para señalarle la ruta y un nuevo remesón los hiciese trastabillar, los gritos retornaron nuevamente y la calzada entera pareció balancearse tres veces antes de que así como llegó, el temblor se fuera con aquel rugido ensordecedor que asustaba a todos.

— Bueno, tienen mi venia, muchachos— les dijo Fred apenas la impresión pasó, James no sabía dónde esconder el rosto y Fred reía divertido.

***

Franco por momentos veía los postes de alumbrado seguir moviéndose, los cables; eso era un hecho, seguían balanceándose, pero luego se percató que era simplemente él quien no se recuperaba de la impresión. Su hermano seguía llorando asustado, lo tenía prendido a su cuerpo, se aferraba a su pecho y le había humedecido el polo con sus lágrimas, los vecinos seguían quejándose, llorando y rezando mientras a lo lejos se escuchaban sirenas de ambulancias a lo largo de la avenida, la relativa penumbra en la que estaban sumidos posibilita ver los reflejos azul y rojo de las sirenas siendo apenas vista a través de las esquinas y pasajes que llevaban al barrio de estrechas calles.

Pronto tras aquél desesperante murmurar de la gente escucho a su madre gritando su nombre, ella llegó empujando a todo mundo, con el cabello alborotado y la respiración agitada, Arturo se desprendió de él y corrió hacia ella, Franco la tranquilizó sujetándola del hombro y repitiéndole lo mismo que le había estado diciendo a su hermano hacia cuarenta minutos, "fue solo un susto, ya pasó".

Así que tan pronto ambos se encontraron más calmados corrió hacia la casa y —a pesar de los gritos de su madre pidiéndole que no entre —sacó su bicicleta del patio interior y enrumbó hacia la avenida con solo una persona en su cabeza. El corazón le latía fuertemente, y es que ahora que Arturo ya no se encontraba llorando junto a él ya no tenía que pretender que nada de lo que había pasado lo había asustado, que no le inquietaba para nada el saber qué es lo que había pasado en el resto de la ciudad y sobre todo no saber si James se encontraba bien.

A medida que cruzaba la avenida grupos de personas se encontraban reunidas  en las esquinas, las patrullas habían salido a las calles y las sirenas de ambulancia con su cantar inquietante no dejaban de hacer eco, de silbar como un constante recordatorio de que nadie sabía del todo lo que sucedía. Las ruedas de su bicicleta chasqueaba y la grava crujía, iba a toda velocidad pedaleando con el ímpetu con el que lo hacía durante sus paseos dominicales en la carretera central, hasta que la vio. Era una sombra alta justo en una esquina ahora irregular, los ladrillos se apilaban unos sobre otros y trozos de pared sobresalían entre ellos, las ventanas con sus marcos negros se encontraban a centímetros de la pista y las personas alrededor lloraban e intentaban remover los escombros buscando algo de valor.

En aquel momento Franco sintió que algo lo golpeó violentamente, ahora todo era real, vio el rostro dolido de James en su memoria, sus ojos prístinos observándolo mientras huía por las escaleras en medio de las burlas y el desconcierto de todos cuando alguien pegó aquellas fotos en la escuela. No soportaba esa sensación, no recordaba haber sentido un dolor así, volvió a pedalear y todas los miedos que traía en la cabeza se hicieron más pesados de llevar, el respirar, se le hacía más difícil de lo usual.

Era como si la constante culpa que lo había perseguido desde aquel incidente, la preocupación constante de qué es lo que estaría haciendo James y qué es lo que pensaría de todo eso, ¿lo habría entendido? ¿Habría comprendido que no pudo hacer nada sin quedar en evidencia? Que no pudo defenderlo, que falló protegiéndolo vencido por su miedo, por su vergüenza a que todos se enterasen de lo que era. Ahora, una vez más le había fallado, había estado lejos de él —como las semanas  luego de que estallara lo de las fotos —cuando la ciudad entera se sacudía y los edificios de desplomaban.

Saltó hacia la acera y de ahí nuevamente a la pista, siguió por una calle paralela a la avenida, dobló en una intersección vacía, al parecer todos se encontraban refugiados en un parque cuadras más abajo y luego entró una larga calle llena de grupos de personas sentadas en el asfalto. Francisco redujo la velocidad angustiado, su vista saltaba de rostro en rostro, algunas casas tenían las fachadas resquebrajadas, algunos rostros aún se veían asustados. Él seguía buscando entre aquellas personas descalzas cubiertas con mantas tejidas, veía el alumbrado, los cables seguían balanceándose, ¡replica! Grito alguien y los gritos comenzaron nuevamente, no se detuvo, ahora a pie mientras empujando la bicicleta continuaba escrutando perfiles con la mirada cada una de aquellas personas que buscaban refugiarse del ahora leve remesón que hacían temblar sus rodillas. Así, apenas el temblor siguió su camino hasta desvanecerse, Francisco se detuvo, metros al frente de él corrió James hasta el portal de su casa donde su abuela lo esperaba con los brazos abiertos. Él quería ir con él, también abrazarlo, sentir su pecho junto al suyo y el latir agitado de los corazones de ambos responderse el uno al otro, tal y como lo había sentido la primera vez que se besaron en casa de Oliver. Pero ahora que el alivio de ver a James había pasado, se percató de que junto a él se encontraba un tipo alto con pinta de gringo, este se acercó y saludó a su abuela de James quien le retribuyó el saludo amablemente, ella entró a la casa y el tipo abrazó por el hombro a James con una confianza que se le hizo odiosa, Franco entonces subió a su bicicleta y emprendió el camino de regreso.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).