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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY 2007

Era cerca de media noche cuando al fin las calles ya se encontraban más despejadas, a pesar de las ambulancias con sus sirenas resonando aún, en general, al menos en cierta forma, la tranquilidad había retornado acechada por la posibilidad latente de nuevas réplicas. Hacia media hora que un auto había venido a recoger a Samuel, este pareció algo incómodo de irse y dejarlo ahí, acababan de tomar el lonche con su abuela y ella pareció encantada con su nuevo amigo "parece buena persona el gringuito" le dijo, pero James aún no superaba el bochorno que sintió cuando justo antes de entrar al auto, Samuel volvió y de improviso le dio un dio un beso en la frente "cuídate" le dijo, para luego desaparecer tras las lunas polarizadas del vehículo el cual avanzó en medio de la oscuridad (aún no regresaba la electricidad) de las calles. Las noticias, sin embargo, habían llegado ya por radio o de boca en boca, se sabía que el epicentro del terremoto había sido en las ciudades del sur, se hablaba de decenas de muertos, de Puerto Azul parcialmente destruido, de miles de personas acampando en las calles o en tierras altas por el miedo a un maremoto. James trataba de no pensar en eso, pero recordó cuando una vez le preguntó a su madre si un maremoto podía llegar hasta su casa, ella sonrió y le dijo que no, que el agua llegaría en forma de riachuelos, poquito, como el agua de los canales de regadío. Claro, años después James supo que era imposible que en un posible Tsunami el agua llegase, así sea en forma de riachuelos, hasta los distritos del este, pero la respuesta de su madre se había quedado por alguna razón grabada en su memoria.

Ahora su abuela se acababa de ir a acostar y ya no tenía que soportar su mirada inquisitiva y sus constantes preguntas sobre Samuel, al menos hasta mañana. Así se encontraba a punto de subir a su habitación cuando su celular empezó a resonar, los mensajes seguían llegando y el aparato no dejaba de vibrar, cuando abrió la tapa se dio con los dieciséis mensajes de texto y las 20 llamadas perdidas, más incluso que las que su abuela lo había llamado. Todas eran de Franco.

En aquel momento algo se estrelló contra su ventana cortando el silencio. El ruido  del cristal siendo golpeado se repitió, James vio hacia la calle por entre las cortinas y afuera se encontraba él, parado junto a su bicicleta tirada a un lado, llevaba la capucha puesta y se disponía a lanzar nuevamente otra piedrecilla. James abrió la puerta con cuidado de no hacer ruido y Franco se detuvo, tuvo el impulso de abrazarlo pero vaciló al ver la mueca dolida de James.

—Sólo quería asegurarme de que te encontrabas bien —le dijo. James se encogió de hombros.

— ¿Tu mamá y tu hermano están bien?— Preguntó.

Franco asintió agradecido de que al menos hablase y llene el silencio entre ambos. Lo veía y no podía dejar de pensar en cómo había podido resistir las últimas semanas lejos de él, la brisa llevaba su olor, su cabello cayéndole por el rostro y su piel límpida reflejando la escasa luz de la noche. Cómo es que había aguantado sin escuchar su voz, sin tenerlo lo suficientemente cerca como para abrazarlo, para sentir su cuerpo párvulo estremeciéndose junto a él.

—Oye, James... —habló con la voz temblorosa, Francisco no recordaba haber estado así de nervioso, no podía traer a su cabeza alguna vez en la que hubiese sentido que su cuerpo perdía composición que sus piernas se derrumbarían— no sé por dónde comenzar, yo, yo...

—No lo hagas, mejor no comiences —se adelantó James —no hay nada que decir.

—No, si lo hay, escucha, no entiendes nada. No quise abandonarte nunca, no te abandonaría así nunca, es solo que estaba asustado, el ver las fotos allí, de pronto todo se volvió tan real y no supe que hacer, no sabía cómo actuar. Trata de entenderme por favor, todo esto me cogió de sorpresa.

—No  te estoy pidiendo explicaciones. — lo cortó James, mirando hacia una esquina por donde una vecina entraba a paso apurado hacia la calle donde vivía.

—Pero yo quiero dártelas— respondió Francisco en voz alta, la voz antes temblorosa ahora era colérica, casi furiosa, sujetó a James por los brazos y se acercó a su rostro con los ojos nublados. — Tenía miedo, estaba espantado — repitió — por favor, entiéndeme. — sus dedos empezaron a soltar lentamente los brazos de James quien miraba al suelo como avergonzado.

—Te entiendo— fue lo único que le dijo antes de soltarse por completo y volver a su casa. La puerta se cerró y Franco se sentó junto a su bicicleta, tenía la sensación de que le habían arrancado algo dentro de él, como si alguien le hubiese quitado las entrañas y ahora se encontrase hueco.

***

CDRY, 1988

Debido a la toma de Yanamarka y los rumores de una intervención del PCP en la capital las clases se habían suspendido por dos semanas, sin embargo, el movimiento, en la ciudad continuaba en la medida de lo posible, con normalidad, las personas iban a trabajar a las siete y volvían a las seis, los comercios abrían a las once y cerraban a las ocho, todo iba como si tan solo a unas horas de la capital no se hallase una ciudad entera en sitio por las fuerzas armadas. Miguel no había tenido información de su padre quien había sido delegado de urgencia a la zona de conflicto, pero a esas alturas era obvio que ya se había enterado de su huida y más que seguro, era el hecho de que haría algo, volteaba, veía a Oscar echado en el sofá, con la polera ploma desteñida y los shorts deportivos azules y le dolía el alma de solo pensar que podrían lastimarlo por su culpa, en su cabeza se repetía lo que su padre le había insinuado en el edificio del servicio de inteligencia y la impotencia lo hacía soltar el bolígrafo incapaz de sostener nada, ni siquiera su propia conciencia al recordar a Tony y la mera posibilidad de que su padre hubiese tenido algo que ver con su muerte.

Por las mañanas, al no haber clases iba al comedor a ayudar en lo que fuera necesario, además de poner en orden las cuentas, las cuales se revolvía entre recibos de encomiendas y costes de servicios básicos, todo debía encontrarse ordenado para informar al ministerio. Al rededor del mediodía el flujo de personas comenzaba y el local se llenaba de murmullos de conversaciones. La profesora Sonia tras el mostrador despachaba las bandejas y la señora Helena ponía orden en las filas que se formaban para pasar a recibir el almuerzo.

Oscar llegó al medio día, llevaba una camisa celeste y unos pantalones de vestir que apenas rozaban sus mocasines café, "hoy tengo una presentación" le dijo sonriente como un niño antes de presentar su proyecto en la escuela, Miguel lo abrazó y le dio un beso en la mejilla escondido tras los anaqueles repletos de bolsas de arroz y menestras.

Aquella tarde transcurrió tranquila, como desde hacía dos semanas, él, junto con la hermana María, luego de haber ayudado a limpiar todo, a acomodar la vajilla en su lugar, los utensilios en sus cajones, al fin, logró sentarse a escuchar la radio con las últimas noticias. El acartonado comentarista hablaba sobre las cifras aproximadas de muertos y desparecidos que iba dejando la toma de la ciudad y continuo con los acontecimientos de la noche anterior, en la que se habían escuchado cantos desde la plaza central, decenas de personas se abrían reunido a apoyar al PCP.

Aún recordaba cuando el partido se encontraba en pañales, el acaba de ingresar a la universidad; de pronto se vio en aquel enorme campus rodeado de bosques y alamedas con edificios erigiéndose cada cierto tramo, para Miguel fue un sueño hecho realidad, más aún al ingresar de la mano de Tony. Los primeros meses, a pesar de encontrarse en distintas facultades, ambos andaban juntos para todos lados, apenas terminaban las clases Tony lo esperaba en las bancas de la alameda o en caso él saliese antes, simplemente se dejaba caer sobre el piso encerado de la facultad de ciencias políticas y esperaba apoyado contra el muro del aula de clases de Tony.

Fue en esos pasillos donde por primera vez vio gente discutiendo sobre "la revolución", "la lucha de clases", "un nuevo país" repetían y todos escuchaban, todos oían atentos y aplaudían, arengaban, incluso él lo había hecho; pero Tony, él realmente se llegó a apasionar con esas palabras. A menudo andaban de la mano por los rincones más escondidos, los caminos serpenteando por los tupidos huertos y jardines de la facultad de agronomía, mientras  le hablaba sobre un país más justo, más humano, donde no hubiese más pobreza, ni más abusos, lo abrazaba y le gustaba lo que decía, pero en el fondo, la idea no le calaba tanto—Miguel río —pasarían algunos años para que tomase verdadera conciencia de lo que Tony hablaba. Así los meses transcurrieron y con ellos los semestres y años, cuando Miguel se encontraba en tercero, ya sentía aquellas paredes de la facultad como su hogar, caminaba por los senderos y se sentía animado el solo hecho de ver los árboles mecerse en el mismo lugar una y otra vez, los mismo rostros, rostros nuevos, y Tony e Isabel, como siempre, a su lado.

Aunque eso empezó a cambiar poco a poco. Tony con el tiempo se había hecho un lugar en un frente político partidario anterior al PCP, sus caminatas por los senderos apartados en lo recóndito del campus se habían hecho cada vez más lejanas, ya apenas solo se veían en los pasillos saludándose con una inclinación de cabeza o se encontraban en los servicios del último piso en horas de la noche, cuando ya nadie recibía clase y solo habían grupos de muchachos hablando afuera de los edificios, demasiado cansados para ir a casa, ellos, sin embargo, se encontraban ávidos el uno del otro, tanto que ni bien se veían sus cuerpos se unían sobre la ropa, Tony lo tomaba de forma desesperada, casi salvaje, apenas con tiempo de bajarse la bragueta y sacar su erección, la puerta del cubículo semiabierta, y Miguel, él sentía que cualquier cosa que hiciesen en aquel momento no sería suficiente para suplir su ausencia durante el resto de los días, pero igual se sumergía en las sensaciones de Tony embistiéndolo contra la pared le provocaba.

Así medio año pasó y luego vino la publicación "Flores de aguas negra" , pronto él mismo se vio sin tiempo suficiente para extrañar a Tony, iba a clases, almorzaba, coordinaba la edición, luego debía avanzar sus lecturas para finalmente, luego del infernal tráfico de Ciudad de los Reyes, llegar a casa a encontrarse con los mismos reproches de sus padres que desde aquella época no dejaban de señalar  su poco interés en su vida social, claro está, la vida social que ellos consideraban correcta, con su círculo cerrado del country club o de los barrios del sur donde conocían a casi cada familia importante. "Por qué no invitas a salir a la hijita de tal" "porque no llevas a tomar un café a la sobrina de tal" y así todas las noches.

Hasta que estalló la primera bomba y muchas cosas cambiaron. Fue un 20 de Junio cuando la noticia les calló a todos de sorpresa, hasta aquel momento las acciones prácticas habían sido solo en el interior y solo detonaciones de torres de luz o pintas en edificios del estado, pero nunca el colocar un explosivo en una calle flanqueada en ambos lados por edificios de apartamentos. La gente gritaba y lloraba en la TV, los escombros emanaban un humo negro y los noticieros no dejaban de repasar la cifra de muertos que iba en aumento cada cierto tiempo. Al final la cifra se detuvo y Ciudad de los Reyes no volvió a dormir tranquila.

Tony se encontraba furioso, tenía aquella expresión de dolor mezclado con furia en  el rostro, golpeó la pared y no dejaba de caminar de un lado a otro pateando los muebles del cuarto que había alquilado en una pensión cerca de la universidad, Miguel no sabía que decir, se encontraba dolido, porque aún a pesar de no coincidir con las ideas del PCP, los respetaba por sus convicciones, así que solo esperó a que se calmase. Esa noche no tuvieron sexo, solo se quedaron abrazados sobre el camastro, por momentos creía oír  los sollozos de Tony, pero no estaba del todo seguro. Durante el transcurso de la semana siguiente él se desligó por completo de cualquier compromiso con el partido, o al menos eso fue lo que le dijo cuando apareció luego de clases con aquella sonrisa pícara, casi matonesca, que había adquirido con los años.

***

El camarada Cesar lucia inusualmente tenso, caminaba de un lado a otro por la habitación, revisaba su pequeño maletín, el cual siempre traía junto a él, parecía ahogarse en el pequeño cuartucho donde el camarada Luis confirmaba con Sonia que el momento había llegado. Lester seguían sentado en el sofá, ya había alistado su arma y se hallaba  escondida en el cinto del pantalón, era solo cuestión de minutos para que todos partieran a aquel comedor popular unas cuadras en dirección a la parte sur del distrito. El camarada Cesar de pronto empezó a toser y se metió al baño por tercera vez, él y Luis se quedaron viendo extrañados por su comportamiento, ambos lo habían visto ir a misiones que cualquiera hubiera considerado como suicidas sin el más mínimo atisbo de miedo en su rostro, siempre recordaría cuando lo remitieron a la zona Este de la ciudad y le dijeron que estaría bajo el comando del camarada Cesar, Lester sonrió recordando cómo le temblaron las piernas la primera vez que vio a aquel sujeto del que tanto había escuchado en las conversaciones con los otros camaradas, era casi un mito, sobretodo en la región de la sierra donde decían que el solo había tomado la comisaría de alto Accos o que durante la masacre de Wilka había quedado con el cuerpo como coladera, pero los cachacos no habían logrado asesinarlo y él, mismo demonio, se había puesto de pie y había continuado peleando a punta de machete hasta que cayó por una quebrada, donde luego lo encontraron los camaradas.

Quién lo viera ahora no lo creería, aquel hombre que  había liderado innumerables asaltos en varios poblados de la sierra Centro-sur, ahora le temblaba la mano cuando cargó el arma y se la escondió en el cinto. Pronto el camarada Cesar recuperó la compostura y con la voz autoritaria que solía usar con ellos, dio orden de que abandonasen el departamento. Afuera avanzaron callados por la calle camino a abajo, la loma se le hizo algo más empinada de lo usual a Cesar quien ponía su mayor esfuerzo en no parecer perturbado, ya se había percatado que Luis y Lester habían notado su indisposición, no podía permitirse quedar en evidencia una vez más.

¡Pero vaya! Qué tan difícil era, hacia tanto tiempo que no tenía esa sensación, ya hasta había olvidado lo que era tener ese temblor en el estómago, esa incomodidad en el pecho, el constante recuerdo de él le nublaba el pensamiento claro y frío que siempre le había ayudado de salir de las peores situaciones, ahora era todo inútil, era inevitable el encuentro; era inevitable la colisión de una vida que ya había dado por olvidada, y es que, lo cierto era que aquella vida ya no existía, sus días enteros, cada respiro que daba, cada paso haciendo crujir los grajos, todo estaba encomendado a la glorioso revolución popular que su generación gestaría. Ya había caído Yanamarka, pronto las ciudades del sur serían tomadas y la intervención en la capital era inevitable. Claro, abrían bajas, de eso estaba seguro, pero los daños no se comparaban en nada con lo que podían lograr liberando al pueblo de aquel gobierno incapaz e indolente que sólo le daba migajas a la gente mientras los burgueses despilfarraban la abundancia en un estilo de vida inhumano frente a la pobreza extrema que asolaba el interior del país. Aún recordaba la primera vez que vio los sacrificios de revolución, se sintió decepcionado, furioso, traicionado, había tenido que pasar tanto para que al fin pudiese comprender que aquellos sacrificios son necesarios, imprescindibles para cualquier cambio positivo.

Al final de la calle doblaron hacia un callejón que se torcida al borde del cerro y daba a la parte lateral del comedor, la noche ya llegaba y el camarada Cesar, con la habilidad que Lester había admirado tanto, despejó la zona comprobando que ninguna patrulla se encontrase cerca o que ningún curioso los viese ingresar al recinto. Pronto les dio la señal, todos se pusieron los pasamontañas y  avanzaron sacando las armas, los faroles se encendieron como velas, parecieron chispear sobre la calle y el camarada Cesar de una patada abrió el portón que se encontraba sin asegurar, él y Luis se adelantaron apuntando a dos señoras que conversaban en la cocina y que comenzaron a chillar apenas vieron a los hombres encapuchados, Lester pasó al siguiente ambiente, donde se encontraban las mesas largas y apuntó a una monja que, ante el arma solo se quedó de pie, altiva, casi retándolo, le preguntó qué es lo que quería.

—Buscamos al profesor Miguel, hermana—le contestó Lester modulando la voz y sin bajar el arma en ningún momento. La religiosa se disponía a contestar cuando otra voz lo interrumpió.

—Aquí estoy — dijo el profesor Miguel mientras salía de la trastienda tranquilo, su rostro inexpresivo intimidó un poco a Lester quien estaba habituado a que apenas mostrase el arma las personas se deshagan asustadas, ambos individuos sin embargo, no se habían inmutado en lo más mínimo, aunque no espero menos de ambos, sobre todo del profesor Miguel, con quien había cursado los últimos años de la escuela.

— ¿Qué es lo que buscan conmigo? —contestó el menudo profesor.

—Creo que usted ya lo sabe —respondió el camarada Cesar desde atrás quien entró a la estancia con Luis cubriéndolo.

El profesor Miguel retrocedió un par de pasos, Lester vio claramente como su rostro, antes inexpresivo, impaciente, ahora se veía estupefacto, incluso sorprendido, pestañeo tres veces y miró al suelo confundido. Lester sonrió viendo de reojo como el camarada Cesar avanzó hacia el profesor ahora con la guardia baja, ese era el hombre que había tomado la comisaría de Alto Accos por sí solo, el mismo que incluso con el pasamontañas puesto podía intimidar a alguien solo con mirarlo.

***

CDRY 2007

Isabel había permanecido callada por unos minutos, Manú comenzaba a impacientarse y se bebió el vaso de cerveza de un solo trago, el bar se encontraba casi vacío— de esperarse, teniendo en cuenta que era medio día— y la señora detrás de la barra se secó el sudor de su frente mientras ordenaba los vasos limpios en una repisa. "Sabes, este libro causó mucho revuelo en su momento" soltó de pronto Isabel, su rostro seguía con una expresión ausente pero hablaba como tomando conciencia de donde se encontraba.

"Miguel se encontraba en el penúltimo año de la universidad junto con Tony, yo  iba en tercero, demoré algo más en ingresar. Recuerdo como nos juntábamos por las tardes en casa de Carlos a ayudarlo en una publicación de actualidad que sacaba quincenalmente, allí fue cuando surgió la idea de publicar a Miguel—ella rio —ni él mismo se lo creyó cuando lo tomamos en cuenta seriamente, ya lo habíamos escuchado un par de veces en recitales de micrófono abierto, además lo había leído en una publicación anterior de una revista, era bueno, y él lo sabía, pero no había pensado por tan sólo un instante el publicar un poemario completo, y eso me di cuenta cuando las dudas lo empezaron a atormentar una vez el proyecto se puso en marcha. Por primera vez lo sentí temeroso de lo que los críticos dirían, lo que los profesores de la facultad pensarían de su trabajo y lo que pensarían en general sus compañeros, vaya, estaba irreconocible, Tony, sin embargo lo contuvo, se habían distanciado por un tiempo, pero por aquella época los volví a ver juntos en todos lados, tomados de la mano, abrazados, siempre en contacto, la mayoría pensaba que eran hermanos, era mejor que pensaran eso, no era una época segura para personas como ellos."

Alguien entró al bar y por un segundo se escuchó el barullo de la calle y un perro ladrando de forma angustiosa en la acera. "Al fin, el libro salió con un traje de cien unidades, todas se vendieron, sacamos cincuenta más, todas volvieron a venderse, pronto no nos dimos abasto para las copias que nos solicitaban, las invitaciones comenzaron a llegar, incluso de un par de universidades del extranjero, era la revelación del año, un poesía descarnada, sincera, pero a su vez densamente construida. Miguel no terminaba de creérselo, de hecho, creo que nunca lo llegó a creer del todo. Claro que luego comenzaron los problemas, "Flores de Aguas Negras" ya se había convertido en un éxito, y Miguel había sido arrastrado con su publicación a una sucesión de congresos, conferencias, cócteles y recitales, Tony, sin embargo, parecía opacarse.

Es cierto, lo acompañó en varias ocasiones, pero ya no los veía como antes, poco a poco se fue distanciando, dejó de traerlo a todos estos eventos, a las reuniones en la casa de Carlos, a las noches conversando sobre literatura en los bares del centro, cuando le preguntaba por él me decía que no se sentía cómodo en aquel ambiente por lo que prefería quedarse en casa. Por supuesto que está explicación no me convencía del todo, había algo más.

Fue por medio de una amiga en la facultad de derecho que me enteré que él había vuelto a militar en el Partido, esto tampoco me sorprendió, sabía que siempre había sido activo en el PCP, sin embargo luego de que empezaron los ataques terroristas Miguel me había dicho que había dado un paso al costado. Al parecer había cambiado de opinión, así que no me quedé con la duda, esa misma tarde me enteré de la reunión de articulación que venían organizando e uno de los salones de la facultad de economía, por aquellos tiempo aún el Partido no tenía las confidencialidades con las que empezó luego, por lo que uno podía ingresar a las reuniones a escuchar tranquilamente, se asumía que todos nosotros, por el mismo hecho de estar en la UNCR jamás delataríamos a alguien. Así que eso hice, me colé en la reunión esperando sinceramente que lo que mi amiga me había contado fuese mentira, conocía a Tony desde los dieciocho años, siempre fue un idealista, siempre había sido del  tipo de personas que se indignaba ante una injusticia, por lo mismo, sabía que sería incapaz de hacerle daño a alguien, fuese cual fuese el motivo, él no mataría ni a una mosca."

"Sin embargo esa noche lo vi allí, hablando frente a aquel salón rebosante de gente, jóvenes repitiendo el mismo discurso, las misma palabras el mismo tono, la misma entrega que me escarapeló el cuerpo, esta gente iría a la guerra, pensé, ellos quieren guerra. Tony seguía hablando y yo lo escuchaba sorprendida del contraste entre el mocoso endeble que conocí en la academia y aquél sujeto que llevaba la cólera en los ojos. Me quedé allí un rato y luego salí, nadie noto mi presencia ni me preguntó nada o increpó algo, pero él sí, y fue tras de mí, me repitió lo mismo que ya había escuchado, buscó convencerme de que sus fines eran nobles, yo solo le dejé en claro que no tenía que preocuparse por mí, que no le contaría nada de lo que había visto a Miguel, y así fue. Un año después Tony viajo al interior y nunca volvió, aun así nunca le conté lo que vi aquella noche a Miguel, preferí que se quedase con el Tony que él había conocido, aquel muchacho algo torpe y ansioso con quien ambos hicimos migas en la academia."

 

CDRY 1988

Las noticias habían terminado y ahora la emisora transmitía un bolero digno de las más representativas cantinas de la ciudad, ya se lo había comentado a la hermana María que escuchaba embelesada el aparato, pero ella lo mando a callar riendo, Miguel soltó una carcajada y se apresuró en pasar el inventario para poder ir a descansar a la pensión, si todo iba bien ya la semana siguiente se reanudarían las clases y más valía comenzar descansado el último mes del año académico.

Pasaba contando los sacos, apuntando el peso que indicaban en las etiquetas, la fecha de vencimiento de los productos procesados, luego, comprobaba que las verduras y tubérculos se encontrasen bien acomodados y que no hubiese ningún intruso en el almacén, alzó la vista y por una pequeña ventana entraba la luz azul del atardecer moribundo, de un momento a otro los faroles se encendieron y la luz se tornó púrpura. Miguel sonrió levemente cuando escuchó un fuerte sonido proveniente de la parte delantera del comedor, por un momento pensó que a alguna de las dos vecinas que se habían quedado a ayudar con la limpieza se les había caído algún enser, pero al escuchar inmediatamente después sus escandalosos gritos dejó la libreta sobre los anaqueles y salió de la trastienda esquivando una torre hecha de depósitos de arroz apilados, tras la cortina que separaba el almacén del comedor vio la silueta de la hermana Ada de pie, no escucho claramente lo que hablaban pero pudo entender que lo buscaban a él, Miguel cruzó esta división sintiendo el lino acariciarle el rostro y empujar sus cabellos, al ingresar al salón donde se servía la comida un sujeto encapuchado apuntaba a la hermana Ada quien se encontraba en una posición defensiva, su rostro usualmente amable y cercano ahora lucia taimado y alerta. Miguel aún no estaba seguro si aquel tipo era mandado por su padre o el Partido, sólo sabía que pase lo que pase no dejaría que hirieran a nadie allí adentro. Era una suerte que la profesora Sonia se había retirado hacia un rato.

— ¿Qué es lo que buscan conmigo? —preguntó con la voz firme, no podía vacilar, no dejaría que aquellos tipos lo vieran dudar por un solo momento, sabía que se hallaba en desventaja, pero de igual manera no conseguirían nada de él. Todo se veía tan nítido en aquel instante, el punto del pasamontañas del sujeto apuntándoles, las finas líneas de expresión en el rostro de la hermana Ada y las paredes, ventanas y muebles delimitando la habitación, enmarcándolo todo. "Creo que usted ya lo sabe" respondió una voz, y por un instante Miguel lo dudo, miró al encapuchado que entraba junto con otro apuntándolos tras él, era imposible, cerró los ojos unos instantes como procesando sus pensamiento, los abrió viendo la loza encerada, "¿Y bien? ¿Se va a quedar allí parado sin decir nada?" volvió a cuestionarlo esa voz. Miguel tomó aire e intentó responder.

—No van a conseguir nada de mí, ¿Quieren provisiones? Costéenlas con sus partidarios, ¿Quieren un local de reunión? Pues usen el de alguno de sus benefactores.

—Creo que aún no nos entendemos bien, Profesor, no hemos venido a pedirle nada, el ejército popular toma lo que sea necesario para la revolución, para erradicar a las mismas lacras que solo le dan al pueblo las migajas que se ofrecen en los lugares como este.

Miguel sentía que las piernas le temblaban y que en cualquier momento perdería la compostura, pero utilizó lo último de autocontrol que le quedaba en su pecho para poder asegurarse de que no estaba alucinando, de que la vida no le jugaba una pasada.

—Ustedes son todos una sarta de parásitos, dicen estar en contra del estado pero lo único que hacen es robar y hacer daño, tanto como cualquier funcionario corrupto o cualquier empresario abusador. En algún momento pensé que querían un país más justo, más humano; son una farsa... —Era él, no cabía duda, y aun así, ¿seguía en el comedor? ¿Cómo era todo eso posible?— son iguales que las lacras de las que tanto se quejan, criminales, y peor aún asesinos... —Luis se adelantó callando en medio de improperios a Miguel y alzó el brazo a punto de golpearlo en la cabeza con la culata de la pistola, pero el camarada Cesar lo detuvo justo en el instante en que Miguel ya sentía el golpe acercarse a su rostro.

—Lleven a la monja con las otras dos viejas afuera, hablaré a solas con el profesor—dijo el camarada Cesar con la voz fría y rasposa, a Lester se le escarapeló el cuerpo al escuchar el tono de la orden, el camarada explotaría en cualquier momento, de eso estaba seguro, así que se apresuró a sacar a la monja y llevarla junto con Luis hacia el otro ambiente.

Miguel recupero el control de la situación, se sintió más seguro, lo miró a los ojos, es él volvió a resonar en su cabeza, nunca lo había intimidado, incluso cuando dejó de ser el muchacho tímido e inseguro que una vez se echó a llorar en su regazo, incluso luego de que se transformó que aquel sujeto de ademanes bruscos, de andar seguro, voz grave y carácter dominante. No le temería a un fantasma.

Así que se acercó sin titubear, el camarada Cesar estaba de pie, con el arma apuntando al suelo, con una postura defensiva pero a la vez vulnerable, como si el más mínimo contacto lo fuese a derrumbar, y eso hizo Miguel, acercándose lentamente, reconociendo cada parte de su cuerpo, cada pliegue de la casaca, las hendiduras en el pasamontañas, los zapatos, blanqueados por la tierra, eran del mismo tipo que solía usar, no se podía equivocar, era él. Se encontraba ahí y tomó el pasamontañas de su cuello jalándolo hasta que sus cabellos cayeron sobre su nuca y su rostro apareció a centímetros de él, irreal, no era de verdad. Miguel soltó el pasamontañas  y se sentó en una de las bancas mientras no pudo controlar los ojos humedeciéndosele. Él estaba de pie aún, mirándolo, reconociéndolo nuevamente, como si ahora que no tenía puesto el pasamontañas hubiese cambiado por completo de personalidad, hubiese vuelto a ser el de antes, cosa imposible a esas alturas, sin embargo, lo tenía allí, ligeramente más delgado que cuando lo despidió en la estación, tenía el rostro insolado, del tipo de bronceado perpetuo que llevan las personas que caminan a la intemperie en las punas, se veía algo avejentado, el cabello más largo y los gestos más toscos, sin embargo en aquel instante en que el pasamontañas cedió y ambos se reconocieron con el rostro descubierto, en aquel instante en que Miguel cayó sobre la banqueta y él abandonó esa pose de soldado; Miguel vio claramente aquella misma mirada temerosa, aterrada del porvenir, que le dedicaba cuando tenía tan solo diecinueve años. Como si de alguna forma previniera todo por lo que pasarían luego.

"Cómo" fue lo único que pudo articular Miguel, primero como una palabra suelta, ni siquiera como una pregunta, simplemente como una intersección soltada por reflejo, "¿Cómo?" volvió a decir , esta vez como una pregunta retórica, sin esperar respuesta, nada de lo que le pudiese contestar en aquel momento lo podría satisfacer.

Tú no puedes estar acá, le dijo, no puedes; mierda, yo te vi, te dejé en el tren a Wilka en medio de toda esa gente y arrimado con todos esos costales, te tenía cerca todos los días, tenía tu risa, tu voz jodiendo constantemente, y aun así te dejé ir, a pesar de que era tan feliz,  el país comenzaba a entrar en guerra y yo te veía a ti y me importaba un carajo todo, todo, todo. No me podías haber hecho esto; ¿cómo pudiste? , ni una palabra, ni una carta simplemente desapareciste, luego vinieron las noticias —Cesar empezó a sentir los ojos escocerle, intentaba con todas sus fuerzas retener las lágrimas que burlonas se prendían de sus pestañas, eran innobles, lo sabía, eran cobardía, pero estas buscaban resbalar sobre sus mejillas chaposas — las fotos, los muertos, no había sobrevivientes, todos habían sido ejecutados y luego quemados en sus casas; y ahora después de cinco años tienes el valor de venir frente a mí y encima de todo, Miguel tomó aire para continuar , pero no pudo, escondió la cabeza entre las piernas y trató de acallar sus sollozos. Él seguía de pie, no quería moverse, no sabía cómo actuar a pesar del sólo querer abrazar a Miguel, tomarlo entre los brazos y tenerlo contra su pecho hasta que todo terminase, hasta que lo más cruel pasase y no fuera más que un recuerdo de tiempos peores, pero no podía, todos tendrían que soportar su cuota de sufrimiento.

— ¿Por qué lo hiciste, Tony? —preguntó al fin Miguel, cubriéndose los ojos.

Notas finales:

Buen sábado a todxs! 


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