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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY 1988

Oscar terminó de limpiar las mesas y adentro, en la cocina, todo parecía en orden, el lugar entero se encontraba limpio y la señora Virginia hacía ya media hora que se había ido, a esa hora ya se debía encontrar en casa con sus hijos. Oscar dio un hondo suspiro imaginándose cuando regresaría Miguel de su reunión, vaya que lo necesitaba ahí, aún más luego de sentir ese ligero fastidio dentro de los pantalones que lo venía molestando desde la mañana, tuvo que quedarse más de lo usual luego de clase por miedo a que se notase, "quiero terminar de leer esto" le dijo como excusa a su amiga quien le preguntó si no se iría, ella extrañada asintió y salió. Ahora ahí iba de nuevo, así que se  acomodó por sobre la ropa interior mirando de un lado a otro, como si no supiera que se encontraba solo.

Miguel llegaría en cualquier momento y lo llevaría a cenar, ya se lo había dicho, irían a comer, a olvidarse de todo lo que había sucedido, de la guerra, de las amenazas de su padre, del PCP; solo serían ellos dos esa anoche en el chifa de Mickey, un ruidoso chino de tez pálida. Y luego... No podía esperar para llegar a casa, lo tomaría en sus brazos y recorrería sus muslos con toda la paciencia del mundo, esa noche se lo haría como hacía mucho no tenía oportunidad, tomándose su tiempo, disfrutando cada suspiro, cada gemido escapándose de la boca de aquellos labios sonrosados al igual que sus mejillas perpetuamente coloradas, lo tomaría del cabello y disfrutaría cada instante de estar dentro de él y sentirlo parte de sí, sentirlo completamente para él.

Algo calló en el almacén y una lata de conservas rodó cruzando la cortina plástica que dividía aquel ambiente de la cocina y el comedor. Oscar extrañado metió la cabeza entre la cortina y el dintel cuando vio como la larga cola se zarandeaba de un lado hacia el otro. Inmediatamente saltó tras la alimaña arrojándole uno de sus zapatos que se dio contra las botellas de vinagre y salsa de soya. El roedor brincó como si un resorte lo hubiese impulsado y voló hasta los costales donde se hundió entre el arroz y los frijoles, Oscar empezó a arrimar la montaña de sacos cuando algo a sonó entre todo aquel desastre. Debajo de los costales de cereal y menestra había una suerte de trampilla, inmediatamente imaginó que abajo también almacenaban más productos, tal vez justamente para protegerlos de los roedores, afuera se escuchó que alguien golpeaba la puerta, él volvió a ver aquella trampilla con la manija negra. La puerta volvió a sonar y se dispuso a salir ver quien era, pero su curiosidad pudo más, regresó al almacén y jaló la manija hacia arriba levantando los pesados listones de madera unidos por dos placas transversales, la puerta volvió a ser golpeada con más insistencia. Oscar no podía comprender lo que veía allí.

Pronto escuchó como los cristales de la puerta se quebraron y luego de otro fuerte golpe la puerta se abrió intempestivamente, "¡Salgan carajo!" gritó uno de los sujetos, del tragaluz descendieron dos más bajando por la escalera a la azotea. Oscar no sabía qué hacer, todo había ocurrido tan de pronto que aún no comprendía lo que sucedía, no sabía que decir, como actuar, solo quedó petrificado mientras aquellos hombres con chalecos de la división antiterrorista se lo llevaban a rastras, él no opuso resistencia, de adentro escuchó "¡lo encontramos! " y recordó aquel almacén escondido lleno de armas y municiones que él mismo acababa de hallar también. En aquel instante supo que estaba jodido, peor aún, no entendía qué es lo que hacían esas armas ahí, porque Miguel no sabía nada ¿o sí? Él sería la última persona que aceptaría prestarse a algo así, o al menos eso pensaba, lo cierto es que desde que su padre intentó llevárselo había actuado raro, pero era de esperar, igual, la únicas personas que tenían la llave del local eran la hermana María y él, y, definitivamente cualquier nexo de la hermana María con el partido sonaba descabellado ¿entonces Miguel sí sabía?

Uno de los oficiales lo empujó dentro del auto, afuera Santa Ana entera parecía estar en las calles, le habían puesto las esposas en las manos y los pies los tenía atados "Ahora si ya te cagaste, terruco, tú y toda la basura en este cuchitril " le dijo al oído a Oscar, este sintió como los vellos se le erizaron. La puerta volvió a abrirse y metieron a la camioneta dos muchachos no mayores de veinte años que se miraban entre ellos asustados. El vehículo avanzó y todos los vecinos que  se hallaban en las calles no sabían cómo reaccionar ante los oficiales metiéndose a sus casas, preguntando por documentos.

***

Ronald entró en la oficina de la división contrasubversiva en el ministerio del interior un enorme edificio de corte brutalista anclado en medio  hectáreas de bosque de pinares, la puerta se abrió se dirigió al tercer piso, la segunda puerta, esa era la oficina del Coronel Raúl Ortega-Arrué, jefe de la división centro contra el SL. Eran exactamente dos minutos para las nueve, Ronald se sintió complacido de haber llegado a tiempo, como siempre, se paró tras la puerta, vio su reloj nuevamente esperando que marcase las nueve en punto, tal y como el general lo había citado, y luego tocó con la misma solemnidad con la que se arrodillaba rezar por las noches.

—Pasa Martinez, pasa. —respondió la voz autoritaria desde adentro.

Él entró, con la misma solemnidad desesperante que al coronel Raúl se le hizo graciosa.

— ¿Qué era lo tan urgente que me tenía que comunicar, Martínez? Aquellos piojosos siguen jodiendo en la sierra y apenas tengo tiempo para volver a la capital para ordenar unos asuntos y regresar, lo que sea, dilo rápido.

Ronald tomó aire y comenzó a hablar con tranquilidad, sabía qué hacía lo correcto, después de todo y a pesar de que en un principio se había dejado llevar por su repulsión hacia aquellos dos sujetos, ahora todo se había vuelto real, era cuestión de hechos, él no había inventado las reuniones confirmadas que tenía Miguel con aquel sujeto, el camarada Cesar, según tenían información de uno de un colaborador que había tratado directamente con el antes de que lo capturen. Así que continuo hablando, le contó los movimientos extraños en el comedor popular que había gestionado su hijo, la constante visita de rostros conocidos, guerrilleros de poca monta que si no se repriman ahora podían ser una verdadera molestia en el futuro, más aún con el partido enquistado en Yanamarka y amenazando con invadir otras ciudades.

El general no parecía inmutarse ante nada de lo que decía, no vio en él ni un ápice de sorpresa o siquiera decepción de que su propio hijo, por más que se un desviado, estuviese con el Partido, después de todo no había duda y desde la última vez que lo vio ya venía pensando una solución definitiva para aquél problema.

—Muy bien, Martínez, por lo visto no me equivoqué mandándote a aquel lugar, lo más probable es que el partido intente entrar por la sierra, de hecho, es muy probable que lo intenten pronto, por lo que la zona Este de la ciudad será su única vía de ingreso, es prioridad debilitar todas las bases que tengan en el distrito de Santa Ana, ya se venía organizando la intervención en el distrito, pero ahora mismo ordenaré que se lleve a cabo un operativo a ese comedor y a las casas aledañas, cualquier libro o material de propaganda roja será tomado como evidencia y ameritará detención inmediata. Sólo asegúrate de que mi hijo no esté presente cuando se lleve a cabo la intervención, yo me encargaré de él.

—Como ordene, mi general—respondió Ronald, para luego ponerse de pie y  despedirse haciendo sonar los tacos de las botas.

—Una cosa más, Martínez, alguna novedad de aquél profesorcito, ese norteño perfumado que anda con Miguel últimamente. ¿Esta confirmada su militancia en el PCP?– Ronald nuevamente sintió aquel pequeño vértigo que lo venía asediando, la saliva se le quedo en la garganta y bajo la mirada solo por un instante, menos de un segundo donde la decisión final fue tomada.

—Confirmada, Coronel. —le respondió.

—Avísame cuando lo detengas, quiero ir a darle personalmente la bienvenida a las oficinas del sótano. — Ronald asintió y salió de la oficina.

***

CDRY 2007

Las bombardas estallaron dejando tres manchas negras en el cielo blanco, adentro la escuela estaba llena de gente yendo en todas direcciones, el patio central estaba bordeado por toldos donde se vendía comida y en el centro se había hecho espacio para las presentaciones de danzas folclóricas, baile contemporáneo y el concurso de canto.

Samuel parecía bastante entusiasmado cuando entraron y una humareda con olor a hojas de plátano los recibió. Todo el camino le había hablado sobre lo animado que estaba de por fin conocer la pública 0041, saber donde estudiaba, y cómo era, quienes eran sus profesores, amigos, en qué lugares tonteaba durante los recesos y donde hacían deporte. Estando en el bus él lo abrazó por el hombro y James se sintió incómodo y lo detuvo, no sabía que le sucedía, él se disculpó y bajó la vista algo avergonzado, pero inmediatamente empezó a mover su pie una y otra vez de forma desesperante, luego a hacer crujir sus dedos y finalmente  a escribir en su móvil. James no le prestó mucha atención y el resto del camino se la pasó viendo por la ventana esperando que el ambiente no se ponga demasiado raro en la escuela. Sin embargo, —ahora que estaban allí— todo se encontraba más tranquilo, a sus amigos parecía haberles agradado Samuel, incluso a Esther, con quien se encontraba en una especie de tregua luego del incidente de Franco.

Así, su entusiasmo, más explosivo que lo usual, no disminuyó, pasearon por los puestos de comida, con olores de distintos condimentos, hojas, leña, todo mezclándose en las narinas, Samuel reía viendo como un loro imitaba a una señora gritando ¡Asados! ¡Asados! Y James sintió que algo en su pecho se estrujó al ver sus dientes reflejando el cielo blanco y sus ojos entrecerrándose, la sonrisa expuesta, sin ningún tipo de timidez en su rostro.

— ¡Ey! ¡Chicos! —grito Diana prendiéndose del brazo de James por atrás.

—Atrás es todo un caos, los muchachos se están poniendo los vestuarios y Oliver que no llega aún, me dijo que aún estaba en su casa hace un rato que lo llamé, no sé cómo haremos, nos toca entrar en unos minutos. Samuel quien había ido a comprar algo para comer apareció tras ellos nuevamente.

— ¿Yo lo haría pero dudo que el vestuario me quede, Oliver es aquel chico menudo del otro día, verdad? —James asintió, se veía algo incómodo, sabía lo que venía ahora.

—Jamie, por favor, remplázalo, no tienes que hacer mucho, solo seguir los pasos a los demás, nada del otro mundo.—le dijo Diana con un hilo de voz.

James quería decir que no, de hecho se encontraba a punto de hacerlo pero, nuevamente, solo asintió, y cuando menos se dio cuenta Diana ya lo había empujado al salón de clases donde todos se cambiaban e iban de un lado a otro alcanzándose imperdibles para sujetarse los cinturones tejidos o los pañuelos.

Samuel estaba sonriente siendo testigo de todo aquél ajetreo a su alrededor, ayudó a James a ceñirse el chaleco bordado, a acomodarse el pañuelo y cuando lo vio con el sombrero sintió el impulso de besarlo, pero James sólo pensaba en qué es lo que haría allí cuando se encontrase frente a todo el público.

— ¡¿Quién mierda cogió mi sombrero?! — gritó Esther quien rebuscaba en una bolsa de rafia malhumorada.

Afuera el profesor Dílber, quien hacía de presentador en todas las actividades de la escuela, anunció al salón de quinto año sección B y un rumor de desesperación movilizó a todos en el salón mientras se terminaban de alistar, Diana soltó el lápiz de labios y formados en dos columnas salieron hacia el patio, el profesor Manuel los esperaba afuera del salón para guiarlos y desearles suerte, él también se encontraba disfrazado para actuar en una pequeña obra con la clase de primero A. Samuel, desde atrás, los despidió mientras James dudoso iba al final de la fila.

Pronto fueron risas y conversaciones, gente prestando atención y gente distraída en las graderías, gente comiendo por los pasillos cruzando el jardín y al director sentado en el ala izquierda con varios de los profesores tras él pretendiendo ser jurados, Manú ya había tomado su sitio allí y los saludó entusiasmado a lo lejos, Fred y Diana respondieron el saludo con el mismo entusiasmo, James seguía pasmado y cuando menos se percató la música comenzó, era un carnaval muy conocido, recordaba aquella tonada, la había escuchado antes pero no ubicaba donde, sus compañeros empezaron a bailar, vio el rostro de Samuel en la multitud animándolo, Fred lo miró a los ojos haciéndole una seña para que lo imitara, Esther sería su pareja y la muchacha no dejaba de guiarlo murmurando el paso o la formación que seguía ahora mientras fingía una sonrisa. Pronto el recuerdo vino a su cabeza de forma tan repentina que lo hizo perder la concentración, su abuela bailando en medio de la plaza del pueblo con otro señor, debía haber tenido seis o siete años, jugando con los demás niños del pueblo, un lugar aislado, en medio de la nada, a una edad en que  pocas cosas lo asustaban más que la nada, el vacío, la oscuridad; aun así, su abuela estaba allí, bailando, zapateando contenta mientras recibía un vaso de cerveza y era animada por sus paisanos, la banda siguió tocando.

Ella permaneció allí, sonriente en medio del vacío y por años aquella imagen lo siguió cada vez que sentía miedo, veía otra vez a su abuela bailando incluso en el fin del mundo, de alguna manera eso le inspiraba valor. Así que recordó los pasos de esa noche y siguió las indicaciones de Fred le hacía muecas intentando orientarlo, Esther por ratos no tenía que fingir la risa, las carcajadas se le escapaban mientras lo veía arquear las cejas o torcer la boca indicando a James, ahora más tranquilo, que ahora harían una ronda, o que para terminar seguía una formación de dos filas.

La canción finalmente llegaba a su fin y sujetados en pareja salieron del improvisado escenario en el patio central, la gente aplaudía y, apenas dejaron de ser visibles para el público y los jurados, sus compañeros saltaron emocionados unos contra otros, Esther lo abrazó, luego Diana y Fred lo cargó diciéndole que apenas se había notado que no sabía nada de la coreografía, los demás lo reafirmaron. Luego de obligarlo a que lo soltase apareció Samuel entre la multitud, lo tomó de los hombros sonriendo.

— ¡Salió genial! ¡Mucho mejor que el número anterior! ¡Todos dicen lo mismo!— James solo le devolvió la sonrisa a lo que este se acercó a su oído sin soltarlo—no sabes lo guapo que te vez con ese atuendo. —le soltó haciendo que el muchacho se tiña todo de rojo.

El profesor Dílber en aquel instante llamó a la siguiente aula, ellos volvieron hacia la parte trasera donde la mayoría de familiares esperaba para las fotos y las felicitaciones, Samuel iba a su lado abrazándolo por el hombro, Fred no dejaba de hablarles de lo que harían con el dinero si ganaban el concurso "¡podríamos pagar la fiesta de fin de curso, Jamie!" no dejaba de repetir.

Frente a ellos la sección A de cuarto año iba hacia el patio, cada uno concentrado en no dejar caer la indumentaria, los cascabeles resonando como un eco, en aquel momento  sintió la mirada fija de Franco escrutándolo de pies a cabeza, tal y como aquella mañana hacia unos meses, luego de que lo defendiera de aquel ladrón. Se veía pálido, más de lo usual, su semblante arisco lucia más grave que de costumbre y el traje no le aligeraba la perpetua aura gris en lo absoluto, llevaba una casaca violeta bordada con hilos dorados, pantalones ceñidos del mismo color, un grueso cinto de cuero con un látigo de utilería atado y botas altas con cascabeles adheridos a los costados. No cedió ni un poco, se colocó el sombrero con cintas atadas a la borla y frunció un poco los labios.

Ambos se cruzaron y sintió que aquel instante duró más de lo que podía soportar, Samuel se percató de eso, ambos intercambiaron miradas, su sonrisa se apagó y Fred, quien seguía hablando al fin tomó conciencia del momento.

—En fin, más allá de si ganemos o perdamos, tenemos que celebrar ¿te recuerdas a Canchita?— dijo Fred alzando la voz y viendo como Francisco se alejaba.

— ¿Canchita, al que expulsaron el año pasado por robarle el celular a un profesor, ese Canchita?— respondió James con cierta ironía en la voz.

—Ese mismo—respondió su amigo, Samuel seguía con la cabeza girada viendo a aquel muchacho que los había mirado de forma tan agresiva.

— ¿Canchita, el mismo que luego de que el profesor lo acusara con  la dirección rayó con una llave el auto de este mismo profesor y le rompió las lunas?

—Vamos, el muchacho era algo impulsivo.

— ¿Que tiene? — prosiguió James sonriendo.

—Hoy es su cumpleaños, estuvo acá más temprano, invito a todos a su casa más tarde, se armará una grande, Jamie.

—El flaco tiene razón, Jamie, todos irán —intervino Diana quitándose el cinto que le apretaba la cintura.

—Vaya, parece que será todo un evento— habló Samuel por primera vez en un buen rato.

Vaya que lo sería, pensaba James, a pesar de su carácter explosivo y conducta matona Canchita era uno de los tipos más conocidos de su promoción, de hecho no había escuela en Santa Ana donde no lo conociesen, pero no sabía si sería bueno ir con Samuel, sobre todo sabiendo el tipo de amistades con que Canchita andaba últimamente, no es que a él le desagradasen, de hecho algunos de ellos eran conocidos o incluso algunos, parientes lejanos (bastante lejanos, según su abuela, pero relacionados de alguna forma) sin embargo, probablemente llevar Samuel al cumpleaños de Canchita en su primera visita a la pública 0041 lo intimidaría un poco.

En aquel momento James recién calló en cuenta lo lejos que veía la vida de Samuel de la suya, había pasado por alto el auto, el colegio de paga y el uniforme de etiqueta, en fin, no le importaban ni le asombraban, pero ahora, cuando se trataba de presentarlo a sus conocidos, de llevarlo a los lugares que  frecuentaba, pues el hecho de sentir cierto recelo a la idea lo hizo avergonzar; se quedó pensando en esto último mientras Diana le contaba como Canchita, una vez, al ser castigado por mal comportamiento fue obligado a guiar la oración al frente de la formación de los lunes, pero cuando tuvo el micrófono entre sus manos lo único que hizo fue empinarse un poco y soltar un sonoro eructo que hizo llevarse las manos a la boca a las profesoras y estallar en carcajadas a la hermana María.

***

CDRY, 1988

Aquel viernes Oscar había venido de la universidad bastante animado, las clases del turno tarde habían sido canceladas por los que ninguno de los dos tendría que dictar por la tarde, así que almorzaron en el comedor y todo el rato este no dejo de contarle su día, lo agitado que estaba el centro y el caos en la universidad con la detención de dos profesores solo en su facultad por tener presuntamente nexos con el Partido. Miguel ya había escuchado de las detenciones, había comentarios que decían incluso que era cuestión de tiempo para que interviniesen las escuelas, inmediatamente vino a su mente las cajas escondidas en el almacén y sintió que la respiración se le hacía dificultosa.

Era definitivamente solo cuestión de tiempo para que los milicos entrasen a las universidades, no había duda, sobre todo cuando el hecho de que estas eran los núcleos logísticos del Partido era un secreto a voces. En tal caso, que las escuelas fuesen las siguientes no sería extraño, de hecho, era bastante probable, y la pública 0041 sin duda sería una de las primeras, más aún luego de los informes que la Hermana María había visto que el auxiliar Ronald había enviado a la UGE con relación a unas pintas pro PCP dentro de las aulas y baños.

Oscar lo miraba mientras comía esperando que hablase pero Miguel seguía pasmado, no sabía que decir y solo vio como la señora Martha pasaba con una torre de bandejas y la profesora Sonia seguía recibiendo los tickets al otro extremo, ella levantó la mirada por un instante y le sonrió.

—Miguel, te estoy hablando. No me has respondido, ¿saldremos en la noche a cenar? —Miguel volvió los ojos hacia su plato y asintió intentando sonreírle.

—Claro, ¿a dónde Mickey?

El rostro de Oscar pareció iluminarse y luego de asentir volvió a su plato de estofado, Miguel sin embargo ya no pudo comer, los recuerdos de aquella noche, erráticos pero recurrentes, le quitaron el hambre. Aún no lograba aceptar del todo lo que había ocurrido, el hecho era que esas armas se encontraban ahí y Tony no estaba muerto, claro que esto último era mucho más difícil de creer que las tres cajas con armas y municiones envueltas en trapos sucios. ¡Después de tantos años! Pero aquel no era el muchacho que conocía, no era el chico que embarcó en el tren hacia la sierra y eso lo comprobó aquella noche.

Tuvo la desfachatez de repetirle el mismo discurso que le habían dado sus enviados; impersonal, casi ajeno a todo, "es por la revolución popular", "todos deben colaborar", "el pueblo debe tomar lo que necesita para derrotar a los parásitos que nos consumen". Miguel simplemente no pudo soportar, no pudo aguantar ni un segundo más esa situación ridícula, saltó de su asiento y se abalanzó contra él lanzándole un certero golpe en la mejilla que hizo trastabillar a Tony, pero inmediatamente este reaccionó tomándolo por el cuello y arrinconándolo contra el muro, Miguel sintió su cabeza estrellarse contra la pared falsa de madera y la banqueta caer empujada por una patada de él, siguió con su discurso robótico, parecía una cinta siendo repetida una y otra vez, pero ahora que lo veía más cerca pudo comprobar sus ojos húmedos, sus pestañas mojadas y sus labios temblorosos, su agarre se aflojó y Miguel pudo respirar mejor pero él no lo soltó.

— ¿Crees que no lo pensé? ¿Qué no sufrí al  renunciar a ti? Pero hice lo que tenía que hacer, Miguel, tenía que escoger del lado en el que estaría. Más aún luego de lo que hizo tu padre, de lo que nos hizo a todos, ¿sabes cómo murió mi abuela? ¿Tienes idea de cómo mataron a mis primas? —Su voz se quebró — murieron quemadas vivas, ellas y todas las mujeres, niños... Los cachacos los encerraron en la iglesia y le prendieron fuego... — un suspiro inútilmente contenido lo detuvo, el agarre en su cuello al fin se soltó y Miguel, recordó lo que le dijo su padre en aquella oficina. — luego incendiaron las casas, y fusilaron a todos los hombres del pueblo, yo logré salvarme al caer por una pendiente luego de que una bala me alcanzara el hombro, allí fue donde el Partido me encontró.

No sabía que decir, sabía que no era su culpa, y le costaba trabajo creer que su padre hubiese ordenado todo eso, pero luego de aquél episodio entendía la posibilidad de que fuese verdad, aun así ¿lo culpaba por las acciones del Coronel Raúl? Intentó sobreponerse y, luego de recuperar el aliento, se acercó a él, quien se tocaba el pecho como intentando calmar su dolor, Miguel le puso la mano en el hombro y pronto se vio de nuevo en aquella banca en la avenida Alfonso Ugarte donde vio por primera vez quebrarse a Tony, pensó que sería la última.

De pronto él se incorporó y los sujetó por los brazos empujándolo contra el muro nuevamente, ahora su voz temblorosa había adquirido firmeza y sus ojos agudos lucían furiosos.

—No crees que no sé nada de lo que has hecho aquí, desde que me enteré que trabajabas en la 0041 solicité a la comisión central del partido que me trasladaran a la división este de Ciudad de los Reyes, a pesar de saber que no podía tenerte, que lo nuestro no beneficiaría al nuevo país que queremos construir, al menos me resignaba con el seguirte de cerca, con ver que te encontrabas bien, sé que tú fuiste el principal gestor de este lugar, siempre has buscado el bien del pueblo, Migue, lejos de ser uno de esos burguesitos idiotas que solo se interesan en sus vidas dentro de la zona sur, tu; tu siempre tuviste más conciencia de clase que muchos imbéciles que conocí en las épocas en las que el partido aún andaba en formación. Pero ahora te niegas a colaborar, niegas el ayudar al partido y dificultas  la revolución popular... También sé lo de ese sujeto, Oscar, ¿verdad?— la sangre se le heló a Miguel— estas dificultando los objetivos del partido, Migue, si estuviésemos en la sierra ya hubiesen usado la fuerza, claro que, sería incapaz de hacerte daño, antes preferiría matarme a  mí mismo... pero ambos sabemos que eso sería muy egoísta, sobre todo ahora que nos encontramos tan cerca de tomar la capital, a estas alturas el partido no puede prescindir de ningún soldado, ahora, escucha, vas colaborar, porque sabes que es lo correcto, pero también porque si no lo haces ordenaré que ajusticien a ese tal Oscar como infiltrado del gobierno...

El reloj dio las dos y Miguel salto de la banca cogiendo su maletín, habían convocado a una reunión con los profesores nombrados y autoridades de la escuela justamente para hablar del tema de las pintas en el colegio, Oscar le recordó una vez más lo de la cena en el restaurante  de Mickey y lo dejó ir algo apenado, Miguel sintió ganas de besarlo, de decirle que lo importante que se había vuelto para él en los últimos meses, pero no era el momento ni el lugar, así que solo lo palmeó en el hombro, se despidió de Sonia y la señora Virginia con un gesto mientras salía  rumbo a la escuela unos metros calle abajo.

Cuando llegó la reunión ya había comenzado, la sala de maestros se sentía densa, era casi imposible respirar con los catorce docentes nombrados, la hermana  María y las religiosas más antiguas que aún continuaban ocupando cargos importantes, cuestión aparte era el supervisor que había mandado la UGE, Ronald, aquel sujeto de rostro amargado y voz siempre impertinente que no dejaba de hablar de lo intolerable de la situación en la escuela, solo hacía un par de días dos alumnos habían lanzado arengas revolucionarias en plena formación y ayer habían aparecido dos pintas más en el patio trasero colindante al cerro. Todos permanecían callados.

Nadie quería una intervención de los militares en la escuela, y aquél cachaco disfrazado de educador lo sabía, por eso no dejaba de usarlo como amenaza para mantenerlos a raya, nada de hablar de temas de actualidad, de la guerra interna, de la crisis política o de la hiperinflación que provocaba escases de alimentos y largas colas en los mercados. Los muchachos no eran idiotas, ellos preguntaban y ante el silencio de los docentes buscaban respuestas en otros lados. Y eso mismo fue lo que dijo ante el rostro irritado del supervisor. Había algo en él que le escarapelaba la piel, algo preocupante en su rostro, en su voz, tenía la ligera sensación de que los conocía de algún lado.

El debate se encendió y las discusiones acaloradas no cesaron hasta que al fin la hermana María cedió dándole la razón a Ronald y aprobó la disposición de que no se hablase del tema en las aulas, cualquiera que incumpliese la norma sería cesado de su cargo y notificado a la UGE para que se investigue el asunto. Todos se quedaron mudos, ella se puso de pie con una expresión severa y cierto aire de frustración en el rostro, los demás comenzaron a recoger sus cosas, Miguel se sentía terriblemente disgustado. Camino al portón de salida la hermana María lo sujetó del brazo apenas ejerciendo fuerza. “Hay algunas batallas que no se pueden ganar” le dijo, “y con los tiempos que corren es mejor hacer ciertas concesiones.”

—Todo en este país siempre se repite, no creas que es la primera vez que algo similar pasa, pero te prometo algo,  siempre vienen tiempos mejores, te lo digo yo, que ya he vivido dos dictaduras, ningún veto me detuvo de educar a mis alumnos como se debe, sé que esto tampoco te detendrá de hacerlo. — le aseguró la religiosa andando con algo de dificultad mientras se limpiaba el sudor del rostro con su pañuelo. Afuera se escuchó un barullo, gente gritando, ambos se miraron y de pronto el sonido de dos disparos y gritos sucediéndolos,  se apresuraron hacia la puerta y atrás de ellos los demás profesores corrieron imitándolos o subieron hacia los pisos superiores a ver lo que sucedía desde arriba.

Miguel en medio de aquella confusión vio a la señora Virginia entrar llorando por el portón, esta lo interceptó visiblemente afectada gritando "¡se lo llevaron!" "¡los cachacos se lo llevaron!" y Miguel en aquel instante estuvo seguro de lo que hablaba. Él salió corriendo a la calle, cruzó el parque y los disparos se repitieron, la gente estaba en sus portales o en las calles viendo como los militares entraban a sus casas y removían todo. Dos muchachos —Miguel los había visto varias veces almorzando en el comedor —se resistían a ser llevados y un tercero, unas casas más lejos, se resignaba mientras dos soldados se lo llevaban a rastras y su madre gritaba desconsolada, aquel muchacho había sido su alumno hacia un par de años.

Al llegar al comedor la puerta había sido derribada y la gente se agrupaban en la puerta hablando todos al mismo tiempo, otro disparo se escuchó y un suspiro colectivo lo hizo exasperar, nadie podía darle información clara por el miedo, el desconcierto ante lo que pasaba. Hasta que al fin una muchacha se acercó a él, era Tamara, la hija de una de las vecinas de la casa donde Oscar alquilaba un cuarto, ella lloraba asustada, no debía superar los dieciséis años, pero al verlo desorientado lo tomó de la mano y controlando sus espasmos le habló.

—Se lo acaban de llevar, al profesor Oscar, lo sacaron con unas cajas que encontraron dentro y lo subieron al carro esposado, también están registrando la pensión. — la muchacha se detuvo a tomar aire y Miguel alzó la vista hacia el fin de la calle en la avenida, hacia donde tan solo unos minutos la camioneta del ejército se había ido.

***

CDRY 2007

La casa de Canchita estaba rebosante de gente, no sólo muchachos de la 0041, sino del colegio Mariscal Castilla y el Virgen de Fátima, este último solo de mujeres. La música estallaba desde los parlantes y se vaciaba sobre la amplia sala de piso sin pulir y paredes de adobe expuesto pintadas de crema; vista así, con las luces apagadas y dos faros yendo de extremo a extremo, parecía una suerte de cueva enroscándose hasta la negrura de las habitaciones posteriores.

—No me importa que los de Castilla estén acá, de verdad, me llega altamente, pero esto es una bomba de tiempo, Jamie, esto va a terminar mal, más aun con las flaquitas del Fátima también acá, mira quien está allá, es Magda— Samuel escuchaba atento lo que Fred hablaba sin entender del todo, vio a la muchacha a la que se refería, esta abrazada a un sujeto delgado y de complexión encorvada, parecía una suerte de gancho emergiendo del sofá.

 Ella era hermosa, a pesar de la poca luz podía ver su cabello dorado trenzarse tras sus hombros, su nariz curiosa, mejillas sonrosadas salpicadas de algunas pecas y unos ojos ligeramente rasgados de aspecto felino.

— ¿No había quedado en el pasado; ya, ese problema con Magda?—le respondió James a lo que Samuel al fin se atrevió a intervenir preguntando a qué se referían. Fred, presto para este tipo de historias, sonrió complacido y se acercó más a ellos para que lo escuchasen a pesar del coro casi ininteligible del reggaetón que ahora sonaba.

—Esa muchacha que ves ahí era la novia de Sánchez, un compañero nuestro y mejor amigo de Canchita—James hizo una mueca de asco y Fred prosiguió — Ambos estuvieron juntos desde primer año pero luego ella conoció a aquel tipo al borde de la anorexia, ese es Calí,  es del Mariscal Castilla y su viejo es uno de los grandes en la zona de Santa Ana baja, choros de alto vuelo. Ella lo empezó a ver a escondidas, habiendo ambos, Sánchez y Calí, tenido una pelea antes.

—Fue en una fiesta de fin de año en la escuela —habló James —Calí sacó a bailar a Magda y Sánchez loco de celos lo agarró a golpes apenas terminó la música, recuerdo claramente como Canchita se abalanzó sobre un sujeto que quería intervenir y golpear a Sánchez, también al auxiliar Ronald separándolos y Magda gritando histérica, con las manos temblorosas y el maquillaje corrido, luego de eso suspendieron estas fiestas por un año. Samuel escuchaba atento.

—En fin, ella siguió viendo a Calí y ya sabes, "pueblo pequeño, infierno grande", siendo la 0041, el Mariscal Castilla y el Virgen de Fátima las únicas escuelas de Santa Ana, solo fue cuestión de tiempo para que todos se enteraran y el chisme llegase a oídos de Sánchez.

—Esa tarde luego de la escuela todos fueron al parque triángulo unas cuadras calle abajo de aquí, allí se reunieron todos los de nuestra promoción de ambos colegios, la 0041 y el Mariscal Castillo y una que otra chica del Fátima, Magda no estaba, cada uno animaba a Sánchez y a Calí respectivamente. Sánchez iba ganando, nada extraño si tomamos en cuenta que sabía artes marciales, karate creo, en la primaria siempre nos mandaba cabezazos cuando menos nos lo esperábamos, creo que es por eso que Jamie hasta hora no lo soporta. —dijo Fred riendo.

—Es un tipo traicionero y no puede aguantar dos minutos sin mentar la madre, la hermana, la tía o la abuela de alguien, es por eso que no me agrada.

—En fin, la pelea duró casi una media hora, hasta los vecinos de las casas colindantes, quienes en otro caso nos hubieran tirado agua, se quedaron viendo a aquellos dos chibolos con el uniforme descuajeringado y los rostros magullados, Calí, a pesar de su complexión es una rata peleando, y Sánchez, pues, el tipo tiene maña.

Al fin, Calí logró agarrar a Sánchez del cuello, había que ver sus bracitos tensándose y sofocando al grandulón ese, fue ahí cuando los vecinos apiñados en sus balcones y ventanas comenzaron a gritar y un sujeto intervino separándolos, los demás salieron de sus casas botándonos, una señora nos lanzó un balde de agua, o al menos espero eso fuese, y la pelea terminó. Magda al fin cortó con Sánchez y se la empezó a ver con Calí agarrados de la mano por el boulevard todos los fines de semana. Eran una pareja más, perdidos en esa calle de farolillos levitando sobre sus postes y buganvilias cayendo de los muros de los chalets.

Samuel quedó observando a la pareja nuevamente, Calí parecía ignorarla por completo viendo a las parejas bailar bamboleando el cuerpo, ella lo miraba a él, luego volteaba el rostro y paseaba la mirada por toda la fiesta bebiendo ocasionalmente de su vaso de plástico.

— ¿Están hablando de la pareja favorita de Santa Ana?

Esther y Diana llegaron peinadas y maquilladas, como si hacía tan solo unas horas no las hubiesen visto sudadas bajo las capas de tela de la indumentaria típica pensada para las zonas altas, no para la sofocante costa de cielos caídos y paisajes áridos.

— ¡Agh! Cómo me cae mal esa tipa, mírala ahí, sentada como si nada en la casa de él mejor amigo de su ex. —escupió la Bomba haciendo una mueca de asco.

— ¿Creen que Sánchez venga? — la siguió Diana.

—No sé, pero si lo hace tengan por seguro que se armará la grande. —Fred terminó de hablar y empezó a repicar la percusión al ritmo que él sacaba a Esther a bailar — vamos, Bombita, ¿o bomboncito? ¿Cómo te vacila más que te llamen?

—Por mi nombre, baboso. —respondió ella mandándole un sonoro manotazo en el hombro, así, lo siguió hasta el centro de la sala donde se unieron a los demás girando bajo las luces de los faros multicolor, hasta aquella muchacha, Magda, se había puesto de pie y bailaba con una amiga suya, James y Diana conversaban sobre el concurso de la tarde y lo decepcionantes que había sido quedar en segundo puesto, además de como todos culpaban a Oliver por nunca haber aparecido, cuando, en aquel instante, Samuel se percató del rostro nervioso de James mirando hacia la entrada, Diana también giró y allí,  junto a un grupo de cinco o seis personas más, estaba el mismo muchacho que en la tarde los había quedado viendo de forma tan despectiva.

Samuel miró a James y este seguía aletargado, pero se apresuró a salir del pase sacando a bailar a Diana, le pidió que lo espere un momento, él asintió y se unió con Juancito quien acababa de llegar con el grupo del muchacho de rostro avinagrado.

James seguía a Diana en sus movimientos, por suerte se encontraba tan incómoda que no se había percatado de su rostro igual de fastidiado, ninguno pensó que los de cuarto año vendrían a la reunión en casa de Canchita, ahora él los observaba a ambos y James no se sacaba de la cabeza su mirada quemante, casi violenta la cual les lanzó esa misma tarde cuando se cruzaron con él volviendo a los vestuarios. Tampoco olvidaba lo guapo que se veía con aquella chaqueta púrpura, los pantalones aterciopelados, el cinturón de cuero ancho y las botas negras con cascabeles. Ahora qué haría; sentía que si permanecía mucho tiempo en esa situación terminaría por sofocarse, miró hacia la esquina de la sala y Samuel conversaba animado con Juancito quien le debía estar contando sobre su caída en los ensayos del día anterior.

— ¿Nos está viendo, verdad? — le preguntó Diana cubriéndose con su mano derecha el rostro, como intentando que sólo James escuchara su duda. James asintió.

—No sé cómo llegó aquí, él no conoce ni remotamente al dueño del santo, Lalo debe haberlo traído, ese enano se conoce a medio mundo, sabes, el otro día me llamó. ¿Lalo o Franco? Le dijo James a lo que ella, como si fuese lo más obvio le dijo “Fanco” —James frunció el ceño animándola a que prosiga— primero empezó a reventar el celular con mensajes preguntando si podíamos vernos, obvio no le contesté, así que me empezó a llamar y cuando le respondí me dijo que quería que nos veamos, imagínate, luego de que ese día del paseo  me hiciese creer que de verdad quería volver conmigo, todo para luego ignorarme por completo y terminarme sin el mínimo asco. Le dije que se vaya a la mierda...

James solo escuchaba, intentando cuadrar todo esto con lo último que Franco le dijo aquella noche luego del temblor, afuera de su casa. Pero no veía sentido en nada de eso, en nada de lo que él hacía, “está jodido", pensó de forma sentenciosa, fue lo único que pudo saber con certeza ante lo que Diana volvía a repetirle. Y ella seguía bailando tratando de superar aquel percance, el hecho de tenerlo a él viéndolos ocasionalmente la música terminó.

— ¡Miren que quien tengo acá! —llegó Diego sujetado a Canchita del hombro, ambos ya bastante bebidos.

Él les comenzó a contar que es lo que hacía el último año el cual había tenido que dejar la escuela para trabajar, pero que volvería a inscribirse a un curso nocturno el año siguiente, su vieja ya lo había amenazado, y su padre, bueno, a él realmente no le importaba mucho, tomen chicos, tomen nomá, les dijo trayendo una jarra de  trago mezclado desde donde estaban unos muchachos del Mariscal, trago acá es lo que sobra, ¿o no? Les dijo, mirándolos a lo que ellos solo asintieron.

Les pasó un vaso, James miró de reojo a Samuel, quien aún seguía hablando con Juancito y ahora con Lalo, qué le diría aquél chato, podía ser bastante intrigoso cuando quería, pero en aquel momento tenía mucho que pensar para preocuparse por sus chismes.

Cancha le tendió la mano teatralmente a Esther y ambos salieron a bailar ante las risas y bromas de los demás, de afuera entraba algo de viento pero la sala repleta de gente al igual que la entrada de la casa de una sola planta hacían que el ambiente no se sienta frío. El trago pasó nuevamente por sus manos.

Ahora Diana se había unido a la pareja y los tres bailaban con Canchita al centro sonriendo coquetamente a las dos.

Diego comenzó hablarle de como los chicos del Mariscal Castilla estaban ahí, que no entendía bien el porqué, pero que todos sentían la tensión de que Calí y Magda se encuentren en la casa del mejor amigo de Sánchez, la mayoría esperaba el momento oportuno para retirarse antes de que todo se complique, ya de por sí se veían algunas miradas recelosas entre grupo y grupo, parecía saltar de jarra en jarra o vaso en vaso entre las cabezas de los allí presentes, por supuesto que Samuel no percibía del todo esto y simplemente saludaba cuando le presentaban a alguien y hablaba tratando de no parecer tan ajeno a ellos, y lo cierto era que no se sentía así del todo, solo sentía una creciente ansiedad rebasándolo; como casi todo el día. Cuando alzó la vista James no estaba, las chicas bailaban con un sujeto de cabello rapado, Juan y dos muchachos más ahora hablan casi en tono de confidencia sobre una tal Denisse de tercer año, Juan, particularmente interesado preguntaba a ellos quienes no le daban muy buenas referencias.

***

—Pensé que no danzarías con tu aula, me dijiste que lo odiabas.

—Y lo odio —respondió James los más inexpresivo que pudo gesticular—no pienso hacerlo de nuevo, fue una eventualidad.

Francisco asintió con un simple "ya" escapando de sus labios, James no quería alzar el rostro, mantenía la vista al piso y avanzó intentado esquivar al muchacho quien ante su reacción solo atinó a interrumpirle el acceso a la sala, él tampoco lo podía mirar de frente.

— ¿Hasta cuándo vamos a seguir así, Jamie? —habló al fin, sin moverse un centímetro con la mano apoyada a la pared. James intentó ver de soslayo hacia la sala por si alguien los veía, quería evitar hablar con él pero se dio cuenta de que era inútil, tendría que decir algo para salir del pase, evitar una confrontación inoportuna. Sin embargo lo que pensaba fue muy distinto a lo que respondió al reclamarle el hecho de que haya llamado a Diana pidiéndole que hablen, pronto el flujo de palabras prosiguió imparable, incontenible y termino reprochándole su falta de decisión, su cobardía que una y otra vez lo lastimaban, sintió quebrarse por un instante, como una leve falta de aire y  alivió la carga en la garganta dando un hondo respiro.

—Para ti todo es sencillo, ¿no? Quieres estar con Diana de día y correr a mi habitación en la noche, como si fuera algún tipo de escape para ti, alguien solamente para botar tensión. Dime, eso es realmente lo que extrañas, verdad, solo el cache y ya, te hace falta tirar, y como con Diana no lo logras, pues... —esta vez James sí se detuvo, ante los gimoteos ahogados de Francisco. Desvío la vista una vez más, sintiéndose terrible, nadie los veía, la mayoría parecía a duras penas tener conciencia de sí mismo a aquella hora de la noche.

Un rumor se sintió dejando en segundo plano la música, un cuchicheo de boca a oído, esquina a esquina que llegó hasta el pasadizo donde James estaba, la cerveza se siguió destapando, la siguiente canción comenzó y Francisco, quien sentía que James le abría el pecho, que le rasgaba la carne, olvidó los esporádicos ebrios tambaleándose hasta el baño o el faro iluminándolos a medias, tomó a James de las manos, contuvo el alzar la voz y habló con tal tranquilidad que descolocó a James.

— ¿A caso tú no tienes miedo nunca? Siempre te vez tan tranquilo, tan seguro de lo que haces, de lo que eres, de cómo eres, vas por ahí como si el mundo te importara un carajo, tu solo, pasas y... Me pones así, James, mírame, como de jodido estoy por ti, tengo miedo a todo, ya ni en mi cama, tapado hasta el copete, puedo escapar de esto. —Franco se encogió de hombros soltando a James. — Por favor...—fue lo último que dijo antes de volver a la sala sin siquiera mirarlo.

Allí, Esther ya comenzaba a colgarse del cuello de Juancito quien tenía el rostro de un niño decepcionado al ver que Denisse, esta vez, no apareció a pesar de todas las probabilidades en su contra. Canchita jugaba con una muchacha alta, caderas anchas y piernas largas y en los sillones varias figuras se retorcían como una amalgama de cuerpos pegados, además, en las paredes y algunos hasta en el suelo se abrazaban, rozaban las caderas o simplemente seguían bebiendo no sin cierto aire de intimidad en sus actitudes, sus posturas, la forma de pararse o apoyarse contra el muro, en el centro algunos seguían bailando.

Así fue como James se percató que Samuel no estaba por ningún lado, y fue a buscarlo con Juan, pero cuando giró la vista hacia él la Bomba había atacado, a pesar de todo Jamie sonrió y Esther y Juancito se unieron al siseo de la amalgama de cuerpos entrelazando sus piernas como si estuviesen bailando, ella enterró la mano en la cabellera del muchacho y Juan trataba de seguirle el ritmo a sus labios.

Miró nuevamente a su alrededor, Fred se encogió de hombros desde el otro extremo mientras secaba el contenido de un vaso, así que James volvió al pasadizo que conectaba con el patio posterior, fue hasta el patio mismo y las luces de las estrellas se veían difuminadas, borroneadas en un cielo serpenteado por finas nubes que apenas se animaban a concentrarse. Algo se rompió, corrió hacia la sala y justo antes entrar el estallido de vasos y golpes se unió con  el de la música violenta de por sí, agresiva hasta en la percusión, hasta en las armonías. Fred saltó sobre un sujeto que había agarrado a Canchita de las solapas del cuello de la camisa y Esther empujó a Juan casi inconsciente tras el mueble para que ningún golpe lo asestase, más nadie sabía contra quien peleaba en aquella caverna, solo que, en el centro de todo, se encontraban Sánchez y Calí  haciendo girar aquél caótico escenario.

James esquivó a los chicos del Mariscal Castilla que lo vieron como una presa fácil debido a su complexión, corrió hacia el baño, los muebles comenzaron a voltearse, escuchó a la Bomba gritar "¡Suéltame reconchatumadre!" y tras un empujón contra filo de un muro vio a Diana prendida del brazo de Diego, ambos bajo la mesa eludiendo los vasos volando y las jarras detonando. Abrió una puerta, solo escuchó más música y gemidos, abrió otra, solo estaba un sujeto inconsciente; otra más y una carcajada histérica seguida de una risa conocida le escarapeló el cuerpo.

Adentro dos muchachos estaban tumbados en el suelo riendo mientras Samuel y una chica se turnaban para fumar, los ojos de los muchachos desorbitados miraban al techo, Samuel no se percató de su presencia y reía divertido de una gracia que Steffie, de cuarto año, le decía al oído, ella alzó la vista y vio James de pie en el dintel, le sonrió con el rostro brillante "James, ¿verdá? Ven, únetenos" le dijo a lo que Samuel saltó de la cama asustado, lucia sudado y algo desorientado, olía a alcohol y al perfume de Steffie quien no entendía nada, dejó el pucho a un lado y recién se percató del escándalo en la sala, se puso de pie y como si se hubiera recompuesto de pronto, ella salió haciendo a un lado a James como si nada.

Samuel intentó decir algo pero su lengua se enredaba, tomó sus tenis tirados a un lado y siguió a James sujetándose de su brazo mientras su cabeza permanecía incapaz de controlar sus extremidades cada vez más torpes y pesadas, se apoyó un instante en  un muro e intentó ponerse las zapatillas, escucho a James gritando, discutiendo con alguien, luego la voz de Fred e incluso un par de improperios de Esther en medio de todo aquel alboroto, luego el estómago se le revolvió, sintió una arcada y dejó que todo saliese de dentro de él, James lo sujeto del hombro, trató de recomponerse, incluso adormecido sentía vergüenza de que lo viera así, ¿sentiría asco de él? salieron hacia el patio donde el aire fresco lo ayudó a poder erguirse lentamente, la noche ahora hizo eco a las sirenas entrando al barrio y Fred salió de adentro sujetando a Juan por el hombro. James lo jaló del brazo y otra vez sus extremidades no le respondían, pero hizo lo posible para no entorpecer al menudo muchacho quien padecía para ayudarlo a cruzar por una valla de adobe sin reforzar. La maleza le arañaba el rostro, de adentro los gritos se reavivaron esta vez por las recias  voces de los policías ordenando que nadie saliese, pero la casa inmediatamente empezó a expectorar siluetas de muchachos desesperados por huir. La música se detuvo, Diana ayudó a Esther a cruzar la valla, huyeron por una callejón lateral sin pavimentar y mientras los vecinos prendían las luces de sus casas para ver de dónde venía todo aquel alboroto, Samuel miraba el suelo, la tierra seca color mostaza, en aquel instante todo se hizo más negro, más oscuro en los bordes de su visión, el rostro de James se puso frente a él por un instante, luego el cielo y luego Fred discutiendo con la Bomba por haber tirado de casualidad a Juan. "Creo que nos olvidamos de Diego" escuchó decir a Diana al fondo.

Notas finales:

Buen fin de semana a todxs!


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