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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY, 1988

Miguel se paseaba por la pieza con la misma ansiedad que lo veía acompañando desde el día anterior en que la noticia llegó a él de mano de la hermana María. En aquel instante la relativa tregua que le había dado la rutina obligándolo a seguir trabajando había terminado tan intempestivamente que se quedó desorientado incapaz de organizar sus emociones. El día era soleado y seco, las hojas de los árboles tenían una textura aterciopelada producto de la leve capa de polvillo juntándose en sus marcas como cicatrices incendiadas por el extrañísimo resplandor a aquella hora de la mañana, las clases recién comenzaban y en aquel momento llevaban a Lara a la dirección, no era en lo absoluto un alumno problemático, pero lo habían encontrado repartiendo propaganda del partido entre sus compañeros de clase. Peor aún, Ronald lo había pescado y, si es que el mismo no se hubiese encontrado presente, se lo hubiera llevado directo a la comisaría, aun así no podía abusar de su suerte, aquél sujeto lo tenía en la mira desde que las armas fueron encontradas en el comedor y muy probablemente el mismo fue quien mando aquél escuadrón a revisar específicamente el local aprovechando la intervención en el distrito. A pesar de que Oscar se había inculpado de todo, tenía claro que aquel sujeto no se lo había creído ni por un instante.

 Lara con su rostro rígido le preguntó si lo iban a suspender, como siempre no lucia preocupado, parecía incluso hasta orgulloso caminando decidido a través del patio, a lo que Miguel ladeó la cabeza.

— No lo sé aún, muchacho—le dijo—no estoy en posición de interceder por ti.

—Entiendo. — le respondió serio—Gracias por evitar que el cachaco me llevara, camarada.

Miguel se quedó tenso ante esto último, el muchacho le hizo un saludo miliciano con la mano y entró a la dirección dejándolo pasmado en medio del corredor. "Los problemas del colegio se resuelven en el colegio, no en la comisaría" le había dicho a Ronald cuando lo encontró sujetando del brazo a aquel muchacho, no lo pensó, la indignación por el maltrato fue la que habló sin ningún freno, pero ahora, por primera vez desde que había comenzado a trabajar en aquella escuela, se sintió inseguro. La hermana María apareció tras las rejas de la sala de maestros con su antifaz de arrugas y sus ojos claros y acuosos, tenía el rostro consternado y las manos temblorosas, lo sujetó del brazo y Miguel ya sabía que algo malo ocurría.

El resto del día lo paso con la cabeza en otro lado, sus alumnos, enterados ya de lo que sucedía en rioalto y las rocas, simplemente se remitieron a apoyarlo con su silencio. Durante la clase sólo tomó una evaluación escrita y luego mandó a leer el texto escolar; segunda hora, igual; luego del receso, lo mismo, faltaban media hora para que la campana tocase y a ratos sentía que los nervios se le rebalsaban y no podía ocultar la mueca de dolor frente a la clase, en aquellos momentos los muchachos solo desviaban la mirada, en parte por incomodidad, en parte por solidaridad, no había nada digno en ver a alguien quebrarse, pero respetaban la entereza que tenía el profe Miguel para tragarse el dolor y seguir hablando sin menguar ni un poco su tono de voz firme y regular.

La hora de partir llegó y luego de escuchar a la hermana María que se desvivió en palabras tranquilizadoras, cogió el maletín aún sin saber lo que haría, porque definitivamente no podía quedarse rezando con la hermana María, pero tampoco podía ir a Rioalto, se encontraba allí impotente en medio de aquella ciudad que ya comenzaba a ver en el nuevo espectáculo de los rehenes de la prisión como el último drama que la guerra contra el Partido les regalaba para su entretenimiento y sed de morbo.

Al cruzar el portón se le hizo extraño ver que los muchachos no se iban a sus casas como de costumbre, todo lo contrario, se quedaban apostados en las rejas del parque, prendidos en los árboles e interrumpiendo el paso en la pista, vio a un par de sus colegas cruzar miradas incómodos y Miguel pensó por un instante en acercarse y mandar a todos aquellos mocosos a sus hogares pero la tensión le quitó las ganas de hacer cualquier cosa más que preocuparse por algo que se escapaba de sus manos.

Camino hacia la avenida y al momento de dejar atrás el parque frente a la escuela logró ver a Lara en medio de aquella multitud empujándose los unos a los otros, comenzaban a hablar más fuerte, una arenga tímida se dejaba sentir interrumpida por voces discutiendo hasta que el grupo de muchachos se decidió y a una sola voz, la entonaron reviviéndola con el valor que el colectivo les daba, incluso avanzaron hacia el portón principal donde el portero los mandaba a sus casas entre insultos y maldiciones, amenazaba con llamar al director, pero ellos se mantenían firmes. Incluso frente a la hermana María no bajaron la guardia y se mantuvieron en su lugar, parecían decididos a hacerse notar aquel medio día en el que tanto los padres de familia que venía a recoger a sus hijos, como los mismos transeúntes que casualmente cruzaban por allí quedaban extrañamos ante la espontánea manifestación. Nadie supo de dónde salió la primera arenga alusiva al partido, está sólo fue dicha en el anonimato y se esparció, fue réplicas a de boca en boca, repetida al unísono hasta que la policía llegó y los dispersó a todos en cuestión de segundos. Lara, pese a todo, igual fue expulsado.

El televisor, en el cuartito que Miguel compartía con Oscar, seguía transmitiendo en las tres viñetas las imágenes de ambos penales sublevados y en la tercera el rostro felino del narrador de las noticias informando sobre las negociaciones que aún seguían en curso. "¡Negociaciones!" exclamaba incapaz de creérselo; qué tenían en la cabeza, qué cruzaba por la mente de aquella gente al punto de dar exigencias cuando se encontraban rodeados por la policía nacional y muy probablemente pronto por el ejército. Las paredes retumbaron con la música proveniente de la casa aledaña, el rugido de los parlantes hizo vibrar las ventanas y Miguel se llevó las manos a la cabeza pensando por un instante que está le iría a estallar. Era cuestión de tiempo para que aquel lugar ceda ante la desgracia y le horrorizaba el pensar que Oscar estaba allí por su culpa, que debía enfrentar todo eso por su falta de carácter para hacer frente a los chantajes de Tony.

La puerta sonó y rápidamente se apresuró a abrirla y hacer pasar a Carlos quien traía un sixpack de cervezas y un paquete de pringles en una bolsa de rafia blanca, la puso sobre la cocina y se giró para darle un abrazo y palmearlo en el hombro. —Vaya fiestón que se ha armado al costado ¿eh? — le dijo su viejo amigo con una sonrisa forzada delatada por sus tintes lastimero, él lo observó con detenimiento, Miguel sentía que calculaba cada gramo de preocupación que llevaba a cuestas— lo siento Colorado, de verdad, apenas me enteré pensé en llamarte pero luego de que mi esposa se enterara de que Oscar estaba preso por subversivo me armó un pleito monumental por haberlo llevado a la casa tantas veces, lógicamente no me creí nada de aquel cuento, ¡Oscarín guardando armas para el partido! ¡Ja!  Si el muchacho  se la pasa todo el día pensando en ti y la maestría, es de lo único que habla y lo único que pareciera importarle. —prosiguió destapando una cerveza y ofreciéndosela. Miguel la tomó y miró hacia el televisor, las imágenes de los muros altísimos, las columnas de humo y las siluetas paseándose por los techos con los rostros cubiertos.

—Ha sido mi culpa, Carlos, él está ahí por mi causa. — Carlos se quedó en silencio esperando a que continúe, no quería precipitarse en hablar.

—Yo escondí las armas ahí, Oscar las encontró y allí fue cuando los milicos entraron en el barrio. —Carlos seguía sin entender lo que Miguel decía, tomó una cerveza, la destapó con su alianza de bodas y bebió un largo trago.

— ¿Te amenazaron? Dime, Miguel, ¿te hicieron algo esos hijosdeputa?

Miguel se llevó las manos a la cara restregándose con tanta violencia que su nariz parecía iba a salirse en cualquier momento, rodeo el mueble, hecho un vistazo por la ventana desorientado y frotándose los ojos irritados se sentó en el brazo del sofá.

—Tony está vivo.

Carlos frunció el ceño extrañado, resistiéndose a creer que lo que había escuchado no era más que una broma, Oscar comunista y Tony vivo, no podía digerirlo, pero Miguel asentía con un gesto de "lo sé, lo sé". En la habitación nuevamente solo se escuchaba proviniendo de la fiesta en la casa aledaña.

— ¡Conch'esumadre!—soltó dejando la botella a un lado —¡hijodeputa! —Carlos se sentó en el sillón marrón de tapicería rasgada y recostó  la cabeza en el respaldar. — ¡Cómo! ¿Pero ustedes no lo vieron? Todos vimos aquella horrenda chompa crema que usaba siempre ensangrentada junto a los demás muertos carbonizados. ¡Velamos sus libros! ¿Recuerdas? — Carlos río sintiéndose ridículo. — No es posible, ¡casi cinco años! ¿Y el pendejo ese vuelve a aparecer?

Miguel tomó asiento con una repentina apatía escociéndole la piel, Carlos aún no comprendía del todo pero le agradeció el hecho de guardarse todas sus dudas para un momento posterior que tal vez no llegaría. "Así que él fue quien te obligó" dijo tomando un trago de la botella parda. Miguel asintió contándole todo, desde las rencillas con su padre hasta lo último que le dijo aquella madrugada luego de que escondiera aquellas cajas en el comedor.

La noche cayó intensa y la cerveza se acabó, la sala seguía vibrando con la resonancia de la música de la casa contigua y el noticiero dejó de transmitir, tal parecía que aquel día no habría novedades, que las negociaciones continuarían hasta el día siguiente, y eso creyó también Miguel quien luego de pasar todo el día con el ceño fruncido y los dientes castañeándole, cedió ante sueño aliviado por el momentáneo olvido.

***

CDRY, 15 de Diciembre de 2007

Una de las formas en las que James caía en cuenta de que se encontraba frente a uno de los acontecimientos más relevantes de su vida era la repentina y casi total falta de sueño. La cama y las mantas se convertían en su mayor tortura cuando se encontraba en medio de aquellas largas noches en vela en las que se enredaba entre las sábanas blancas y hundía la cabeza bajo las almohadas cada vez más húmedas, estas parecían arder junto a su piel que gritaba por salir de allí, por hacer de una vez lo que tenía que hacer, por pasar por lo que tenía que pasar o soportar lo que sea que lo amenazase.

Es así que ante la perspectiva de su último día de clases, ya se había preparado para pasar las interminables horas de la madrugada dando vueltas a decenas de recuerdos, impresiones y vergüenzas, enumerándolas desde la más ridícula a la más incómoda, desde la conversación más irrelevante hasta el punto más álgido del año que ya llegaba a su fin. Sin embargo, aquel jueves, apenas llegó a casa luego de pasar toda la tarde junto a su abuela haciendo las compras de navidad;  apenas entro a su habitación, se lanzó sobre su cama sintiendo las breves reminiscencias de su perfume, vio por su ventana—con todo lo que esto lo conllevaba a pensar— y se puso la ropa de casa, apenas hubo metido los pies dentro de las mantas fue inevitable que el sueño lo venciese y cuando menos se percató no hubo más recuerdos que dar vuelta, ni más fantasías que maquinar, no hubo más conciencia y con ella, tampoco había más frustración, pena o culpa.

La noche fresca y silenciosa apenas lo rozaba con el casi inaudible vibrar de las paredes ante el eventual paso de los camiones de carga por la avenida principal, su pecho silbaba al ritmo de su respiración y los parpados se mantuvieron caídos hasta el momento en que la casi completa oscuridad dio paso a la tenue luz proveniente de cielo clareando, de la ciudad desperezándose afuera de su ventana con los pájaros chillando dolorosamente, los arboles estirando sus ramas y la penumbra de la noche aun presente pero menguando ante los atisbos de amanecer que emergían como un aura fantasmal desde los cerros tras la avenida.

Eran las cuatro y media de la madrugada cuando despertó aquel viernes, el último viernes de escuela. Soltó el celular de mala gana a un lado, era una burla, definitivamente una gran broma que, durante toda su vida escolar, haya padecido para despertarse a tiempo antes de ir al colegio, y ahora, en el último día de clases sus ojos se abrieran más de una hora temprano. Era inútil intentar conciliar de nuevo el sueño, la mañana ya estaba allí llegando y él se encontraba tan ansioso que si no fuera por el frio y la pereza que le daba meterse a la ducha, hubiera abandonado su cama en aquel mismo instante.

Por lo que simplemente se estiro, sintiendo crujir sus articulaciones, giro un par de veces en la cama y finalmente se quedó acostado allí, con los ojos cerrados, solo escuchando el ruido de la calle volverse cada vez más tangible y con él la imperiosa necesidad de ponerse de pie y enfrentar lo que el día le deparaba. Ya veía venir los rostros emocionados de sus compañeros, profesores dando sus sermones sobre como seria todo cuando ellos se gradúen, la importancia de ir a la universidad, la importancia de tener un oficio, un proyecto de vida, lo mucho que entrañarían aquellos salones, ya lo tenía todo previsto, las camisas pintadas con marcador, las agendas siendo enarboladas como trofeos de guerra antes de ser lanzadas a la pira mortuoria que tradicionalmente armaban luego del último día de clases; los muchachos, quedándose hasta muy tarde luego de la hora de salida, conversando todos, grupos aparte, simpatías aparte, solo con el mero fin de extender el mayor tiempo posible su ultimo día como escolares.

Podía con todo eso, había pasado los últimos meses preparándose para las despedidas y los últimos “hasta luego” los últimos “nos vemos” que sabía en el fondo significaban un  “hasta nunca” camuflado con la menos dolorosa perspectiva de un probable futuro encuentro. Después de todo, Santa Ana no era un distrito muy grande, ¿no? Siempre podría cruzarse con sus ex compañeros en el momento menos pensado, cruzando la avenida principal o comprando en el reciente supermercado (el primero del distrito) que acababan de inaugurar en  la avenida oeste.

En fin, eran perdidas de amistades de por sí distantes que, si bien le causaba lastima, sería el tipo de pena que solo se percibía cuando uno pensaba detenidamente en el asunto. Sin embargo  era distinto cuando se trataba sus amigos más cercanos como Fred y Diana, y, por supuesto, todo se hacía más doloroso cuando  recaía en Francisco.

Él se había mantenido firme desde aquella última vez que estuvieron juntos, se había vuelto a cruzar en la escuela, lo había visto pasar con el rostro adusto y la vista distante, era casi como si no se conocieran más. Incluso el día en que le devolvió sus zapatos él permaneció lejano, cauteloso de cada palabra, habló solo lo necesario y se despidió con una propiedad que lo hirió, pero que aceptó consiente que, por primera vez desde la fiesta de Oliver, Franco parecía seguro de sus acciones, completamente comprometido con ellas. Así que se tragó el resentimiento que le despertó el aplomo con el que él parecía manejar la situación y simplemente se despidió tomando ambos caminos distintos.

Había llegado un punto en el que sentía que Franco seguía cautivándolo con la misma fuerza  del primer día que lo vio en el patio central de la escuela, y aun así, estaba plenamente consciente que no debían estar juntos, y que, de hecho, nunca lo estarían, jamás podría andar de la mano con Franco por la calle, nunca sentiría su brazo recayendo sobre sus hombros, la cercanía de su rostro en la alameda o su risa avergonzada haciendo eco mientras él lo veía enternecido esperando el bus.

No se arrepentía de nada de lo que había hecho, de eso se encontraba seguro, no cambiaría nada de aquella tarde que habían pasado escondidos en aquel bosquecillo, de las caricias, su rostro excitado viéndolo mientras descendía hacia su miembro, sus quejidos roncos, sus muslos y piernas largos, fuertes, sus manos firmes, todo estaba impregnado en sus recuerdos y  no quería dejar ir aquellas imágenes, más aún sentía que permanecerían ahí para toda su vida.

Y luego estaba el rostro de Samuel al día siguiente, su cara entusiasmada, su trato gentil, casi infantil por momentos, mientras ambos caminaban hacia la playa, la bajada balta se abría como un embudo frente a ellos, lomas verdes ascendían suavemente hasta emerger de ella toscos edificios de apartamentos de rugosas fachadas. Y andaba sonriendo, contento de mostrarle los lugares a los que iba con sus amigos, sus sitios preferidos, los puntos desde donde se veían las mejores vistas de la costa verde, la bahía y el morro.

En aquel momento no se sintió mejor que Franco, más aun, en cierto punto comprendió perfectamente su forma de actuar.

Mira, una vez intentamos bajar con unos amigos por ese sendero, idea de un idiota que nos dijo que era un atajo, cuando menos nos dimos cuenta el camino se fue estrechando tanto que de pronto estábamos al borde del precipicio, y de abajo la gente gritaba pensando que nos íbamos a matar, pero todos estábamos los suficientemente borrachos para no sentir la menor vergüenza cuando los bomberos llegaron y nos ayudaron a descender—le contaba Samuel señalando la delgada línea del sendero serpenteando barranco abajo.—James le sonrió sintiéndose falso, sabía que este no era el caso, estaba consciente que se encontraba dando tumbos en la oscuridad, pero realmente le gustaba Samuel.

No podía imaginarse, más aun, temía que llegase el momento en que ya no pudiese sentir más sus manos cerrándose entrelazada con la suya y conversar con él por horas, sentirse reconfortado por su buen humor, su soltura para hablar, el calor que parecía emanar perpetuamente, aquella seguridad que transmitía desde el momento en que le sonreía y lo quedaba viendo con una intensidad casi perturbadora en su honestidad, en su exposición, no le importaba nada, no tenía el mínimo asomo de vergüenza cuando le decía “Jamie, que bonito que eres” “Jamie, qué te hechas que hueles siempre tan rico” o simplemente quedarse embobado viéndolo mientras hablaba.

Era hasta irritante la forma en la que parecía tener todo tan claro, todo tan propio, aquel día por primera vez vio a Samuel y se sintió menos que él, sintió que de alguna forma lo estaba engañando, no por el hecho de haber tirado con Franco, sino por el hecho de no tener del todo claro lo que sentía. Samuel estaba allí trepando sobre un montículo de rocas que se adentraba en el mar dividendo la playa, el tanteaba con los pies la firmeza de estas hasta que llego a la cima. Desde allí, soportando los embates del viento, con el cabello desordenado y los brazos levemente extendidos parecía tan sólido, tan firme sobre aquel brazo que partía las olas en dos, mientras James bajó la vista hacia sus zapatillas hundiéndose en la arena, todo él se disolvía en la inseguridad, en el miedo que intentaba camuflar, que intentaba enfrentar pero que a veces sentía que lo rebatía, que le ganaba terreno y lo tumbaba de la peña, allí donde Samuel parecía plantarse tan bien, él era lavado por las olas. Tenía que decirle todo lo que había pasado.

***

CDRY, 1988

Los párpados cada vez más ligeros veían la pantalla del televisor apagado reflejando la estancia minúscula donde Carlos se encontraba dormido en el sillón y tras él la ventana se vibraba cubierta por una anticuada cortina bordada. Cerró los ojos por un rato más y el arrullo de los autos cruzando la avenida a toda velocidad lo distraía junto con los casi inaudibles ronquidos de Carlos, los ruidos de la casa respirando, el viento chocando contra la ventana y el chasquido de las manecillas del reloj, en la casa de al lado la fiesta al fin parecía agonizar.

Sentía la piel resentida, los ojos irritados y el rostro al rojo vivo; la alfombra emanaba un olor a tabaco y perfume, los cuadros parecían querer moverse ante la desesperante tranquilidad que se desmoronó  frente al repentino estallido en la ventana. Miguel no se movió, esperó con los ojos cerrados temeroso de que fueran sus nervios los que le jugarán una mala pasada nuevamente, pero ahora un silbido atravesó la noche cortando la brisa marina, casi tumbando los cristales, ¡era su silbido! ¡Era él! Pensó Miguel con el pecho hinchado, las esperanzas avivándose desde la angustia y los dedos temblando incontrolables.

Saltó del mueble y lanzó la manta al piso, pero Carlos lo atajó y le hizo una seña para que guardase silencio. Miguel dudó por un instante pero el recuerdo de los cachacos entrando a Santa Ana lo hizo volver a sentarse y solo ver como Carlos se deslizaba hacia la ventana, él aguaitó cauteloso, levantando apenas la cortina bordada. Su rostro pareció sorprendido, pero no tuvo tiempo apenas de reaccionar, "Son ellos" fue lo único que alcanzó a decir antes de que Miguel saliera corriendo escaleras abajo, los pies se le pegaban sobre el cemento frío y afuera los grajos de la pista le punzaron los talones pero nada de eso le importo cuando vio parados en medio de la calle a un magullado Oscar con el rostro negro y pegotes de sangre en el polo, llevaba a sujetado a Tony por la cintura, este se hallaba seminconsciente, el cuerpo encorvado y el brazo flexionado cubriéndose lo que parecía una profunda herida en el tórax. Tras ellos Lester encendió el auto y arranco haciéndoles un gesto de despedida.

Carlos apareció tras él y trató de reconocer en aquél golpeado sujeto a su viejo amigo de la universidad, pero poco encontró del muchacho con el que solía ir a jugar fútbol en la cancha de la facultad. Oscar fue hacia ellos y Carlos apenas tuvo tiempo para sostener a Tony quien no podía pararse por sí solo, vio hacia las fachadas de las casas, nadie se había percatado de los recién llegados.

Miguel se había fundido en un fuerte abrazo con el Flaco, el muchacho parecía sufrir con el fuerte apretón, pero ninguno de los dos tenía la mínima intención de soltarse, olía a combustible quemado y sudor, su cabellos parecía solo una mata gomosa tirada hacia atrás y sus labios se sintieron como costras contra su piel cuando Oscar lo besó, pero a Miguel esto no le importó y volviendo a tomar consciencia de la situación ambos se apresuraron en entrar a la pensión tras Carlos quien a duras penas podía subir a Tony por las escaleras, Miguel se apresuró a sujetarlo por el lado izquierdo, pero era inútil, él se seguía quejando hasta que simplemente se desvaneció por completo y entre ambos lo cargaron. Toda discreción ya había quedado abandonada, Miguel se percató de las miradas curiosas de los hijos de la señora Maruja y arriba frente a su pieza el rostro asombrado de Tamara tras el cual apareció el de su madre quien salió anudándose la bata. Betty se llevó las manos a la boca y se apresuró a ayudarlos a meter a Tony dentro de la minúscula sala, entre los tres lo tumbaron en el mueble y tras ellos Oscar se dejó caer sobre el sofá aturdido.

Miguel se apresuró a ver si Oscar se encontraba bien mientras Betty revisaba a Tony, rompió el polo percudido que llevaba puesto y mandó a Tamara a que le trajese el botiquín. Carlos no salía de su asombro, retrocedió unos pasos, tenía la respiración agitada y vio por la ventana hacia la calle por si es que las policía o los militares los hubiesen seguido. Támara volvió con el maletín y Miguel seguía con Oscar, le limpiaba el rostro con un trapo húmedo y  sostenía la mejilla del flaquito exhausto quien calló dormido apenas le alcanzaron un galón lleno de agua que se zampó de un solo trago.

"Esto es una herida de bala" les dijo Betty, "no puedo hacer mucho sin equipo; ayúdenme a levantarlo, así, despacio—Tony soltó un alarido— por suerte solo lo ha rozado, ahora debemos enfocarnos en detener la hemorragia, pero deben llevarlo a un hospital lo más pronto posible." Ambos se miraron, en los pisos inferiores se sentía movimiento." No podemos llevarlo al hospital, lo entregaran a los cachacos nuevamente, ¿acaso no has visto lo que está pasando? Lo enviarán a las Rocas si lo agarran una vez más."

Betty aceptó a regañadientes mientras limpiaba las heridas, tenía cortes, algunos considerablemente profundos, además de hematomas en todo el rostro, en aquel instante la puerta resonó con dos golpes y la voz de Doña Paquita se escuchó desde el corredor. "¡Abran la puerta carajo!" gritó la corpulenta señora quien apenas corrieron el pestillo irrumpió en la sala en su camisón de noche, ella miró la escena tomándose su tiempo para caer en cuenta de todo lo que sucedía, su rostro se le había tornado colorado y los ojos parecían arder de indignación, "¡No!" fue lo primero que grito señalando a Oscar y posteriormente a Tony. "¡Mi casa no es refugio de rojos fugitivos! Miguel, dejé que te quedaras porque el contrato aun no vencía—Tony soltó otro quejido—y no parecías un muchacho problemático, pero has rebasado los límites" sus fosas nasales se dilataban y relajaban al ritmo de su respiración. "¡Tengo hijos, por dios!" "no puedo permitir..."

La casera fue interrumpida por dos fuertes azotes en la puerta principal, Carlos, una vez más saltó en dirección a la ventana y miró hacia la calle pellizcando apenas la cortina. "son dos tombos" fue lo único que dijo con una expresión mortuoria que le heló el cuerpo a Miguel, vio a Oscar desmayado en el sofá y a Tony  con una perforación entre las costilla desangrándose en medio de la sala, no sabía  qué hacer y dudaba que alguien tuviese la más remota idea de cómo proceder, Támara comenzó a llorar, pero al menos la señora Paquita se calló.

***

Betty abrió la puerta fingiendo rostro de sueño, frente a ella los dos policías de civil se encontraban con el mismo rostro cansado preguntando por si es que allí residía el señor X a lo que ella asintió esforzándose por parecer lo más malhumorada que ya de por su amargo rostro podía parecer.

—Lo siento mucho señora, pero debemos registrar, ha habido una fuga del penal y tenemos que  elevar el informe. — Betty pensó por un momento hacer tiempo preguntando por la orden de allanamiento, pero ambos hombres simplemente la hicieron a un lado y entraron a tropel por las escaleras golpeando en los apartamentos y llamado a la gente a que saliese al corredor. La señora Paquita salió de su apartamento con los ruleros puestos y la bata rosada a medio anudar soltando una retahíla de groserías que a las que los policías hicieron oídos sordos.

Entraron cuarto por cuarto, habitación por habitación hasta llegar al último piso, todos los vecino se hallaban en la escalera viendo hacia allí, Miguel abrió la puerta y salió con el cabello desgreñado, tras él Carlos apareció fingiendo estar ebrio, trastabillaba a cada paso y hablaba a medias, Miguel, en un principio extrañado, le siguió el juego a pesar de que sentía que en cualquier momento aquella actuación se caería, los tombos quisieron entrar y Carlos se puso agresivo. "¡Atentan contra mis derechos! ¡Ya no hay respeto con los ciudadanos!" no dejaba de gritar y patalear impidiendo el paso a los policías quienes ya de por sí veían entorpecido su trabajo por los vecinos que ahora habían subido a la última planta, la señora Paquita que no dejaba de despotricar contra los agentes y el ruido de la fiesta aledaña donde ahora sonaba "take my breath away"; las luces se apagaron, los perros de Betty ladraban, Miguel se deshacía en disculpas hasta que frente el intento de uno de los tombos por entrar Carlos le lanzó un certero golpe ante el cual pronto tuvo a ambos agentes sobre él, lo redujeron en el suelo, de cara a la mayólica terracota; más gritos, "watching slow motion as the..." seguía la canción y la regordeta casera empezó a empujar a los policías para que lo soltasen, pero ante la amenaza de que la detuviesen también está levantó las manos y enmudeció.

Ambos lo hicieron  bajar por la escalera y Carlos, sin abandonar el personaje volteo de forma asolapada viendo como el Colorado lo miraba con el mismo rostro preocupado con el que lo había recibido en la tarde, él le sonrió, buscando tranquilizarlo y levantó el puño, Miguel comprendió devolviéndole la sonrisa. Carlos giro el rostro comenzando a hablar incoherencias nuevamente, arrastrando las palabras y escupiendo en cada lugar que se le hiciese posible.

Aún recordaba la primera impresión que tuvo de Miguel cuando lo conoció hacía ya tantos años en la universidad. Aquel muchacho de mejillas chaposas, nariz respingada salpicada de unas cuantas pecas y cabello castaño haciéndose más claro en las puntas, no era el estereotipo del pituco clásico de rostro pálido y cabello tirando para rubio, más aún,  tenía cierto aire andino en sus rasgos. Sin embargo, desde un principio lo juzgó como superficial, alienado, y hasta pretencioso, un gringuito más metiéndose a una universidad pública a estudiar cualquier cosa meramente relacionada con las artes, aún en contra el deseo de sus padres quienes de seguro habían planeado tener un abogado o médico en la familia, no un pintor o poeta.

En las primeras colaboraciones que hizo con Isa y él apenas le dirigió la palabra, luego comenzaron a hablar un poco más, pero su recelo aún se hallaba latente y se había erigido como una barrera ante cualquier interacción que inmediatamente era  finalizada con alguna respuesta cortante. "Sí" y "No" eran las palabras que más empleaban cuando Isa iba por un refrigerio o al baño y el silencio los incomodaba al punto que no sabían dónde esconder los rostros.

Le intrigaba como una muchacha como Isabel podía ser amiga de alguien así, ella era sin duda una de las personas más honestas que había conocido allí dentro, hecho que no sólo se veía en sus ideas o su forma de actuar, sino hasta en su mismo rostro al no esconder ninguna emoción que la alterase, era incapaz de fingir y mucho menos de medir lo que decía, este frente a quien esté, ella soltaba su opinión, sincera, cruda y muchas veces conflictiva.

A fines de ese año la universidad se encontraba estallando en efervescencia política, diversos frentes se habían agrupado en federaciones de estudiantes que empezaban a tener cada vez más presencia en las aulas y oficinas administrativas. Por supuesto, muchos de aquellos grupos terminarían adhiriéndose a El Partido, posteriormente, pero no hasta algunos años luego, cuando este pasase de su fase de reclutamiento y adoctrinamiento a la verdadera lucha armada.

Fue durante ese semestre que se llevaron a cabo las elecciones de autoridades universitarias y, por supuesto, el frente de estudiantes se presentó en los distintos puestos, incluso con aliados en la plana de docentes, profesores comprometidos con "la causa " o al menos lo suficientemente honestos como para confiar en ellos. Él entusiasmo en la población estudiantil era innegable.

Recordaba incluso que llegó a repartir volantes con Isabel en un par de ocasiones, la muchacha se postulaba  para el consejo de estudiantes, una suerte de intermediarios entre las autoridades y los alumnos.

El día de las elecciones aquel mismo optimismo se sentía en las aulas y patios de las distintas facultades, era más que evidente que la lista del Frente de estudiantes ganaría las elecciones por un gran trecho, y es que ante los contrincantes de siempre, pertenecientes a rancios partidos políticos de derecha, la iniciativa estudiantil tenía la victoria asegurada. A las cuatro de la tarde se cerraron las urnas, muchos se quedaron en los locales aledaños almorzando o brindando por el casi seguro nuevo consejo de estudiantes y las nuevas autoridades. Los conteos ya habían comenzado llevados a cabo por una mixtura de profesores y estudiantes que tuvieron la mala suerte de salir sorteados para tal trabajo, además estos se encontraban siendo fiscalizador por los mismos estudiantes entusiastas de la nueva organización. A las seis ya la victoria era innegable, las celebraciones ya comenzaban en las residencias cuando un fuerte estallido se dejó sentir retumbando las ventanas, luego otro, y posteriormente un tercero. El alumnado salía a los patios con los rostros confundidos buscando el origen de aquellos ruidos cuando el murmullo del alboroto llegó sigilosos hasta que se oía en todos lados los gritos de los alumnos siendo sacados a empujones de las facultades, las puertas y rejas siendo cerradas intempestivamente y las arengas siendo elevadas con cólera contenida, a punto de desbordar ante el abuso que se cometía. Todos los edificios fueron tomados por hordas de sujetos innegablemente afiliados al gobierno actual de la UNCR quienes se atrincherados en las distinta facultades confinando a los pocos estudiantes que habían permanecido en el campus a las residencias donde el clima antes de celebración, ahora se condensaba en miedo y recelo por lo que iría a pasar.

Él se encontraba en el dormitorio de Tony, un amigo de Isabel y Miguel, que en medio del alboroto le habían presentado, alto, delgado, de tez trigueña y un lejano  acento del interior, el muchacho parecía estar muy metido en el movimiento, a pesar de que su nombre no se había postulado para ningún puesto. La habitación se encontraba abarrotada de gente en su mayoría desconocida y de especialidades tan diversas que no lo sorprendía que sus rostros se le hiciesen extraños, sin embargo, todos se hallaban unidos por la misma preocupación, ¿y ahora qué? Miguel y Tony discutían a un lado mientras los demás escuchaban la radio donde daban cuenta de algunos disturbios en la zona este de la ciudad universitaria, las puertas habían sido bloqueadas. Isabel lo ponía al tanto de la situación cuando escuchó como la discusión entre ambos se acaloraba y el más alto levantó la voz hinchando el pecho un poco, Isa pareció no percatarse, siguió hablando, la radio seguía resonando ahora con las noticias nacionales y la discusión pareció detenerse, Seguía escuchando a Isabel, acalorada por la situación, al otro extremo Tony y Miguel se abrazaron, besándolo posteriormente este primero al otro en la frente, parecía estar reconfortándolo en lo que en un principio pareció un gesto fraternal pero que luego Carlos comprendió no era el caso, siguió asintiendo a Isabel, ella le sonrió.

Al día siguiente se dio como ganadora a la lista 4, la perteneciente al gobierno de turno; el día posterior se pretendió retomar las clases, pero nadie entró a las aulas, se decretó una huelga de estudiantes hasta que se llamen a nuevas elecciones, sin embargo los profesores (en su mayoría preocupados solo en su estabilidad dentro de la universidad) continuaron evaluando como si nada ocurriese en los distintos patios repletos de estudiantes. Tres días después se tomó la universidad.

Sartas de cuetecillos estallaron por los corredores, bombardas usadas como proyectiles, bombas de sonido y bombas caseras —solo por precaución, dijeron — estallaron en los alrededores y dentro de las distintas facultades donde, una vez más, las clases se suspendieron, los alumnos neutrales y profesores fueron expulsados y se decretó por asamblea general que la universidad seguiría paralizada hasta que se llamasen a nuevas elecciones.

Miguel y Tony estaban en la facultad de letras y humanidades junto a él, por aquel entonces aquella era su primera toma, pero había escuchado que dos años antes había habido una anterior en apoyo a la gran huelga en Yanamarka, por lo que habían algunos muchachos que ya sabían qué era lo que debía hacer, le sorprendió ver a Miguel en este grupo. Tony asumió el liderazgo de la facultad (nadie se opuso, ni lo nominó, fue como si esta decisión ya se encontrase como un acuerdo tácito entre todos) e Isabel los seguía desde afuera; debido a que se había postulado para el consejo de estudiantes, lo más prudente era que no participase directamente en ninguna de las medidas de fuerza, igual se las arregló para llevarles víveres de primera necesidad y noticias de lo que había decidido el rector y su consejo de parásitos.

Las facultades estaban repletas de entusiastas, la mayoría muchachos que se encontraban allí solo de curiosos. Carlos sabía que nada de eso duraría, que apenas las cosas se pusieran duras todos aquellos que ahora se llenaban la boca y jugaban a hacerse los rebeldes terminarían por irse discretamente ante la  ausencia de agua, luz o simplemente porque no les gustaba la comida de la olla común, tal y como había escuchado a una muchacha. No le dejaba de sorprender, sin embargo, lo comprometido que se hallaba Miguel, siendo el primero en organizar las ollas comunes de la facultad de letras, dispuso que se racionen los alimentos  y aun así se dieron el lujo de tener tres comidas al día, o al menos así fue a un comienzo.

Los días posteriores bandas de matones se metían en la ciudad universitaria y agredan las distintas facultades, a la semana, la mitad de los edificios habían sido desocupados por sujetos provistos de varas de madera, piedras y—según decían algunos — armas escondidas en sus cintos, nadie sabía si el gobierno tenía conocimiento de eso, a la prensa no le importó en lo más mínimo, por lo que sólo les quedó resistir.

Dos semanas después, la facultad de letras fue la única que continuo tomada, las autoridades se ratificaban en sus puestos y se organizaban vigilias para hacer frente a los matones que los visitaban casi todas las noches para azuzarlos. Adentro, en la facultad, tal y como lo había previsto, más de la mitad se había ido, no tenían agua, luz, ni gas, por lo que se mantenían de lo que los compañeros les alcanzaban por entre las rejas de la entrada. Miguel, contrario a lo que se imaginó, era el más firme, incluso cuando a la tercera semana Tony empezó a plantear la idea de abandonar la medida de lucha y buscar otra forma de hacer frente al decano y su corte de corruptos.

Esa fue la primera vez que vio pelear a Miguel y Tony de verdad, durante las tres semanas atrincherados en la facultad, bloqueando puertas con rumas de carpetas, sobre llevando estoicamente la sensación de hambre por las tardes cuando la comida no alcanzaba para todos, o tiritando de frío en las noches cuando la niebla venía desde Puerto Viejo extendiendo sus blancos brazos a Ciudad de los Reyes, en cada momento los había visto juntos, cooperando el uno con el otro. No había nada que aclarar, lo había entendido todo, y a pesar de que en un principio sentía una ligera perturbación al verlos tan juntos, los pechos unidos, las sonrisas cómplices, ¡dos hombres tan cerca!

Pero era inevitable no sonreír ante gestos tales como cuando casualmente vio a Tony cediendo los últimos gajos de una mandarina a Miguel, siendo esta la única ración que recibiría en todo el día y de hecho, lo último de comida que quedaba  en todo el edificio. U otra noche, cuando le tocó vigilar de amanecida junto a ellos y vio como Miguel se mantenía atento al frontis y las escalinatas mientras cubría a Tony quien se hallaba durmiendo con la cabeza apoyada sobre sus piernas, exhausto por un altercado que había tenido temprano con dos sujetos en la puerta principal. El viento llegaba violento a la terraza y, Miguel, con toda la ternura que en aquella situación era improbable, lo arropó como a un niño y le acarició los cabellos. Allí comenzó pensar que tal vez lo había juzgado terriblemente mal. Lo que sucedió dos días después solo hizo que ratificase lo mismo.

Dos estruendos; una patada que retumbó todo el endeble portón, y el forcejeo continuo, todos colisionaron contra aquella delgada plancha de lata negra; ida y vuelta, las manos como olas, los cuerpos como peñas, Tony animándolos, "¡No los dejen pasar!" ¡"Aguanten!" mientras Carlos sentía que aquella muralla no resistiría por mucho más, dos muchachas desde el techo gritaron "¡es la policía! ¡Son los tombos!" y esto solo pareció alentar más a los compañeros que enlazados unos contra otros sostenía el portón arqueado. Arriba las chicas gritaban azuzando a los policías y estos desde el otro lado les exigían que abandonen el lugar.

El primer estallido hizo que Carlos se desprendiera del agarre, el gas irritante le entró en la boca, ojos y nariz, se sentía invadido, inmovilizado, el portón no dejaba de sonar mientras que vio su cuerpo descender como tanteando el suelo, sus compañeros se replegaban, Tony, o lo que le parecieron eran sus zapatillas corriendo con los demás hacia el patio interior y luego la pared le dio de lleno en la sien, el portón cedía, la visibilidad era nula y entre las vibraciones del fierro y la lata siendo arrancados de sus goznes, la voz de Miguel y su agarre firme lo llevaron casi a rastras con los demás donde el aire apenas limpio lo despertó.

—Ha llegado el momento, compañeros, debemos replegarnos, no hay de otra, la tombería entrará y no tendrán contemplación...— dijo Tony convencido de cada palabra, Carlos trataba de entender con la cabeza dándole vueltas y la visión incapaz de mantener su ritmo. Ahora Miguel levantó la voz irritado "¡Tres semanas!" ¡Casi un mes! ¿Y ahora van acobardarse, compañeros? No les digo que podemos evitar que los tombos entren, o que no nos vayan a detener y hasta golpear, pero a mí no me van a hacer huir de mi facultad como un ladrón" la discusión se encendió de nuevo, todos hablaban, pero Tony se encontraba en silencio viendo colérico a Miguel quien ni por un instante cedió, ni por un momento se contuvo y las voces de cruzaban, el griterío de afuera encendió la desesperación y cuando el portón calló todos corrieron hacia el corredor principal donde cerraron la trinchera y la bombas lacrimógenas llovieron nuevamente sobre la facultad de letras, pero ahora los muchachos provistos de trapos húmedos las regresaban, y las estelas se desdibujaban dejando su rastro corrosivo, rebotando en el suelo y girando sobre su centro daban contra las botas de los policías quienes buscaba abrirse paso por la barrera de carpetas que ahora los separaban.

En el ala norte detuvieron a las muchachas que se encontraban en la azotea y en uno de los salones detuvieron a dos compañeros que se escondieron cuando la confusión estalló en el frontis. Todos fueron reducidos como delincuentes comunes y llevados a la fuerza a los camiones porta tropas; ahora, tantos años después de aquel día, con el tiempo sintetizando contra su voluntad todo estos recuerdos, habían dos cosas que Carlos recordaba con un increíble nivel de detalle, una de ellas eran los alaridos de las muchachas siendo llevadas, altivas, con el puño en alto, "¡Viva la toma!" "¡Viva el movimiento estudiantil!" "Viva la revolución del pueblo!" resonaban sus voces y las bombas seguían cayendo, ellos intentaban golpearlos con escobas de madera, pero sobre los cascos, los golpes apenas tenían efecto en los policías que empezaron a desmontar la barricada.

Pronto las carpetas, sillas y todo trozo de madera que encontraron para levantarla barricada, cedieron bajo su propio peso y los tombos irrumpieron empujando,  golpeando con sus bastones indiscriminadamente. Los golpes caían sobre su espalda mientras corría hacia las oficinas administrativas al final del gran corredor junto con un grupo de muchachos igual de asustados que él, atrás se quedaron algunos compañeros de años superiores en su mayoría, Miguel y Tony entre ellos.

Se sintió avergonzado y regresó pero  una nueva ronda de bombas lacrimógenas lo inmovilizó, las columnas subían por los tragaluces de las escaleras; violencia extrema, los cuerpos rebotando contra las paredes y las botas de los policías pisando a sus compañeros, Tony agarró a empujones a uno de ellos que pateaba en el suelo a Fermín, un conocido suyo de primer año. Carlos corrió hacia él, pero vio cómo tres matones inmediatamente lo intervinieron y lo levantaron en peso, Miguel cayó lanzándose sobre uno de ellos y Fermín se arrastró a un lado, Miguel los insultaba con un lenguaje que nunca le había escuchado y Tony se retorcía intentando zafarse. Al fin su cuerpo reaccionó y empujó a otro de los policías, Tony se soltó, pero más de ellos llegaron y lo sujetaron, "¡Corran! ¡Salgan!" gritaba mientras se lo llevaban. Miguel fue sujetado por el brazo e inmediatamente  empujó al sujeto de un puntapié, ambos corrieron con los pocos que aún no habían sido llevados al porta tropa, tras ellos oían como uno a uno caían, era como si los cazaran con pistolas de perdigones y gas irritante. Nuevamente los golpes fueron lanzados, y ellos resistieron empujones y garrotazos hasta que ocultados por el gas blanquecino aún esparcido por los corredores lograron entrar a una de las oficinas con cinco muchachos más, Miguel cerró la puerta con seguro y afuera le empezaron a dar a puntapiés, "Salgan, ya perdieron jóvenes" Les decía la recia voz de uno de los policías. Miguel quedó apoyado de espaldas contra la puerta, veía hacia la parte tras de la oficina, en aquel momento Carlos se percató de la ventana que daba hacia el bosque, un pinar plantado tras la facultad que se perdía hasta morir en la pampa árida. Ambos cruzaron miradas y luego Miguel repasó con la vista a los demás muchachos, todos eran de primer o segundo año, nuevamente lo vio y en su expresión entendió lo que iba a hacer, quiso protestar, decirle que no era la única opción, pero fue muy tarde, la puerta estaba a punto de ser derribada a patadas y él habló:

—Rápido, muchachos, corran hacia el bosque y sigan de frente, llegarán hasta la huaca del ermitaño y de ahí a la avenida, no se detengan, los tombos los perderán en el bosque, pero es mejor prevenir, vayan por separado. ¿Qué esperan? —la puerta se sacudió violentamente — ¡Ya, vayan, apuren!— rezongó Miguel conteniendo la puerta.

Carlos fue el último de saltar por la ventana, dudó antes de lanzarse y se quedó apoyado por un instante en el marco, afuera la pelea con algunos estudiantes parecía seguir, vio a Miguel algo agitado, este, percatándose de su inseguridad, le sonrió y levantó el puño asintiendo, como dándole pie a que se vaya, Carlos entendió. Vio su temor ante la puerta cediendo, su esfuerzo por no temblar, pero en su mirada tenía el valor de quien estaba convencido de que hacía lo correcto, Carlos saltó hacia afuera y Miguel abrió la puerta de par en par y saltó a su vez contra los policías lanzando patadas en todas direcciones, daba golpes y cabezazos como un animal salvaje, intentaba captar la atención de la mayor cantidad de agentes posible, nadie entró al salón y nadie los vio huir hacia el bosque.

Carlos dio un último vistazo al edificio de la facultad antes de internarse en el pinar, los tres pisos y la forma escalonada del lado oeste, los ficus bordeándolo y los dos eucaliptos del frontis el ocre de las paredes de mampostería expuesta y ventanas plomizas. Dos cosas quedaron grabadas en su memoria aquel día, la segunda de ellas fue la imagen de Miguel sonriéndole y levantando el puño, consciente de su propia vulnerabilidad, pero con el coraje intacto.


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