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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY, 1988

"¡Ñel! Gritaba Mauricio, el hijo menor de Helena, con su lengua enredada," ¡Ñeel! “gritaba intentando llamar la atención de Miguel quien lo veía correr a él con su andar patuleco y sus brazos regordetes tratando de hacer contrapeso. Parecía una suerte de duendecillo cruzando a toda velocidad el salón y estirándole los brazos para que Miguel le hiciese caso y lo cargase.

—Caramba, Mauricio, ¿cuándo vas a hablar bien? —le decía Oscar cada vez que lo escuchaba gritar "Ñeel" y corretear atrás de Miguel quien en tan solo una semanas ya había malcriado al ya de por sí mimado hijo de su hermana.

Ahora para todo era Miguel, ya sea para darle de comer, para hacerlo dormir, para jugar, aquél enano siempre lo buscaba y no se quedaba tranquilo hasta que Miguel lo cargaba y se sentaban juntos en el sofá del salón o en su habitación, solo así Mauricio se callaba y se quedaba anonadado escuchando los cuentos que le narraba o las canciones que le enseñaba mientras su madre agradecía al fin poderse dar un respiro del demandante bebé que había tenido que criar sola luego de que se separara del padre.

Mauricio se había convertido en el centro de la atención desde hacía dos años, Oscar sólo lo conocía por fotos, pero desde que llegó su hermana con el bebé en brazos, notablemente más madura y algo subida de peso, Oscar cayó en cuenta que muchas cosas habían cambiado desde la última vez que estuvo allí. La situación con Jesús, sin embargo, era completamente distinta, su hermano se encontraba tal y como lo recordaba, incluso usaba el mismo polo a rayas y shorts jeans con los que lo despidió hacia tres años cuando él se embarcó en el bus rumbo a la capital. Jesús le abrió los brazos y su vozarrón resonó en toda la casa "¡mono flaco! " le dijo su hermano constriñéndolo entre sus brazos, pudo ver la risa burlona de Miguel tras suyo.

— ¿Y quién es el muchacho?—le dijo inmediatamente reparando en el colorado.

—Es su amigo de Oscarsito —le dijo Helena rápidamente en tono de confidencia, ella sonrió de forma picaresca y las mejillas de Miguel no podían encontrarse más encendidas, lucia increíblemente guapo allí con su expresión avergonzada, indefenso en medio de su familia.

—Un gusto—le dijo Miguel presentándose y extendiéndole la mano a Jesús quien se acercó y le dio un tosco abrazo que zarandeó su cuerpo como un arbusto endeble. Miguel sonrió y a Oscar se le hizo imposible no perderse por un instante en aquél gesto  que hizo él al no saber cómo reaccionar frente a la familiaridad con la Jesús tendía a hablar, como si fuesen viejos conocidos, Miguel asentía con el rostro aún encendido, los labios entre abiertos como cuando se encontraba a punto de decir algo, o aún sopesaba lo que iría a decir, y aquellos ojos enfocando hacia un lado algo nerviosos, todo él lo tenía cautivado, y después de todo lo que habían pasado lo seguía fascinando y dejando absorto en los momentos menos pensados. Esto no pasó desapercibido para Helena, quien no le quitaba la vista de encima y sonreía satisfecha de su propia perspicacia.

La cena aquella noche transcurrió repleta de las historias sobre la capital y las preguntas hacia Miguel, hasta sus sobrinos interrogaron al Colorado quien ya se hallaba menos avergonzado y les trataba de responder sin caer en detalles engorrosos. Incluso su padre—quien había llegado poco antes de que todos se sentasen a comer —le preguntó por su profesión, de que parte exactamente era su familia y qué es lo que pensaba del presidente de turno y las próximas elecciones.

—Acá las cosas están cada vez más movidas, ¡Qué íbamos a pensar que los terrucos iban a llegar acá!, muchacho, si eso solo pasa en el sur, en la capital, acá todos vivimos tranquilos, no nos sobra pero tampoco nos falta nada, y ahora me vienen con esto de la lucha de clases, del obrero... ¿Y el campesino? Yo cultivo mi propia tierra muchacho, yo mismo cuido mi chacrita, no le pido nada a nadie, no jodo a nadie, qué se vayan a otro lado con su lucha de clases. —le decía don Ramiro mientras remojaba el pan en el café, Oscar miraba a Miguel algo tenso por el rumbo que tomaban las cosas, Miguel solo asentía sorbía el té.

—Y tu Oscar, ¿cuál es tu posición frente a esta gente? —le dijo su padre de pronto, todos permanecieron en silencio y los niños, intuyendo el clima volátil agradecieron la comida y se levantaron de la mesa.

Su padre él seguía observando con sus ojos escrutándolo como si no lo conociese, Oscar sentía su mirada inquisidora, sus orbes negros y sus bigotes temblorosos.

—Nunca me interesó mucho la política, papá, eso lo sabes bien —le dijo Oscar cogiendo una rebanada de queso y tratando de disimular su nerviosismo. Miguel puso sus manos sobre su muslo bajo la mesa, él parecía imperturbable tomando el té tibio, se mojaba los labios y bajaba la taza con una paciencia que en aquel momento envidió profundamente.

—Eso pensé, ¿entonces qué cambio? —Rebatió don Ramiro —Dime qué juntas hiciste en la capital.

Ambos se miraron de reojo, Miguel dejó definitivamente la taza a un lado Y Oscar esperó a que su padre termine de masticar el último pedazo de pan que tenía entre los dedos. Este se puso de pie y trajo él periódico que se hallaba cuidadosamente doblado bajo una figurilla de cerámica.

—"Balacera en Santa Ana, una terrorista detenida, dos abatidos y dos no habidos, uno de ellos se presume sería además uno de los  prófugos de Rioalto, identificado como Oscar Bendezú..."—su padre estiró el periódico y prosiguió—"el presunto cómplice y militante sería el subdirector de la escuela y gestor del comedor popular de la 0041, Miguel Ortega-Arrué, todo la plana docente y la dirección está siendo investigada."

Miguel bajó la vista ante la cara desencajada de sus hermanos, su madre Lucía igual de calmada que Don Ramiro, ambos estaban enterados de todo desde el comienzo. Jesús fue el primero en hablar pidiendo explicaciones mientras que Helena al escuchar llorar a Mauricio se puso de pie salió a calmarlo.

—Eres o no  comunista—le dijo su padre con el rostro rojo de la cólera y las cienes pronunciándosele ante el esfuerzo.

Se sentía desarmado, veía a sus padres frente a él y no sabía qué decir, como actuar, pero no fue hasta que Miguel entornó los labios para decir algo que él se apresuró a ganarle la palabra, porque sabía que si él hablaba asumiría toda la responsabilidad, diría que él fue quien lo metió en aquel problema que las armas (con sus razones o si ellas) habían llegado a aquel almacén gracias a él y que había sido él quien permitió que el partidos los ayudase a escapar. Y todo eso era verdad, pero una sola perspectiva de la historia, eran los hechos vistos desde los ojos de Miguel.

Nada le hubiese costado a él decir que aquel local estaba a cargo del subdirector, que él no tenía nada que ver con aquella caja llena de armamento, con aquella propaganda y los líquidos extraños, que él apenas tenía acceso al comedor para almorzar y que no había tenido en su vida contacto con el partido. Pero eso también implicaba el hecho de haber renunciado a mirar a Miguel y sentirse tan capaz como él de asumir compromisos, de ser consecuente, de ser fiel a lo que sentía y pensaba; él amaba a Miguel, estaba seguro de eso, no cabía en su cabeza dejar que pasase tan solo una noche en las celdas de Rioalto, le indignaba la sola idea de que fuese tocado por uno de aquellos monstruos que ni se inmutaban ante el dolor de sus prisioneros, que los veían ahogarse y suplicar, pero igual seguían hundiéndoles el rostro en agua o quebrándole los dedos.

—Todo fue un malentendido, pa’, escucha... —alzó la voz Oscar mientras Jesús lo miraba incrédulo y Helena volvía con Mauricio en brazos.

— ¡Qué mal entendido si está en el diario! —espetó el señor lanzando el periódico sobre la mesa.

Es así que Oscar hizo su mejor esfuerzo para no intimidarse ante la figura aún imponente de su padre cuando se hallaba enfadado, las narinas henchidas y los ojos rojos lo hacían parecer un toro furioso a punto de asestar una cornada, Oscar se sentía desprotegido ante la bestia, totalmente expuesto. Sin embargo, al ver el rostro contrariado de Miguel, petrificado por el terror que no quería mostrar pero que se escapaba en el temblar de sus dedos, Oscar recobro firmeza. Sus hermanos esperaban que el hablara y su madre, quien hasta ahora no había dicho ni una palabra le dijo que les contase todo lo que había sucedido.

Así que eso hizo, claro, parcialmente, les dijo que el partido los había hostigado hasta el punto de golpear a una de las vecinas de Miguel y obligarlo a mudarse por seguridad, que los habían amenazado y no les quedó más remedio que almacenar los paquetes (los cuales no sabían que contenían) en el almacén del comedor. Cuando llegó el ejército Oscar no supo que decir e inmediatamente fue detenido, adentro todo se hizo más complicado, era un infierno —esto era parcialmente verdad también —así que ante la primera oportunidad que tuvo escapó ayudado por un partidario que conoció allí dentro, Miguel se encargó de ayudarlo a escapar pero al parecer uno de los supervisores que el estado había mandado se percató de que algo sucedía y cuando se encontraban a punto de partir les cerraron el pase un escuadrón de milicos, lo demás ya se hallaba en el periódico.

Miguel lo observaba fijamente, los demás parecían terminar de procesar todo lo que le había contado. "¿Alguien sabe que viniste para acá?" le dijo Helena a lo que él negó con la cabeza, "Pero cómo, Oscar, ¡qué te pasa por la cabeza! ¿Te das cuenta en la situación que te encuentras? Nos dijiste que ibas a estudiar, que volverías con la maestría tal y como cuando fuiste a Piura y ahora llegas con esto..." "¿Dónde mierda tenías la cabeza?" no dejaba  de gritar Jesús quien levantó la voz más incluso que su padre, este inmediatamente lo mando a callar.

Aquella noche ambos durmieron en su antigua habitación, le había improvisado una cama a Miguel extendiendo una estera y un par de gruesas frazadas como base, pero al final ambos terminaron acostados allí, solo sintiendo el contacto del otro, sentía el peso de la cabeza de Miguel sobre su pecho, el olor de sus cabellos y el tacto suave de la chompa que llevaba puesta, no dejaba de dar vueltas al rostro indignado de Jesús durante la cena. No esperaba de él que comprendiese su situación de forma tan fácil; Jesús, de los tres, siempre había sido el más práctico, para él las cosas no podían venir más que extremos, era o blanco o negro y no existía todo el espectro de tonalidades en medio. Él trabajaba con su padre en la chacra, trabajaba en el pueblo reparando motores y para él eso era todo, comida sobre la mesa, llegar a casa y ver a su familia, a Edith, su mujer y los niños. Cualquier cosa que perturbase aquel orden era deleznable y hasta aterradora.

Pero lo cierto era que siempre él había sido así, desde la escuela recordaba que todo se remitía a sacar buenas notas en la libreta y luego de eso, pues toda responsabilidad que tuviese estaba suplida, era así que se burlaba de él por leer libros que no entraban en la asignatura o comprar mapas y aprenderse las capitales del mundo de memoria a pesar de que en la escuela ni siquiera existía la asignatura de geografía. Para él eran pérdidas de tiempo, simplemente su boleta no tenía ni un rojo y eso era lo que contaba. Sus padres, por supuesto, no tenían nada en contra de esto, y mientras continuase sacando calificaciones promedio, pues, el sr Ramiro y la Sra. Soledad se encontraban tranquilos, después de todo, ¿por qué complicar las cosas?

Y ahora llegaba el corrido de la ciudad junto con su "amigo", ambos enredados con asuntos del partido y el gobierno; no, no esperaba que entendiese, él mismo no lo haría si se encontrase en su posición. Pero ahora estaba su padre, él era la cara opuesta de la moneda,  no concebía como se soportaban ambos juntos todo el día en la chacra, siendo los dos tan distintos, desde que tenía memoria recordaba a ambos discutiendo. Él desde joven había sido un activo militante del partido AP que se hallaba ampliamente extendido por el norte, un partido que, si bien había tenido sus inicios en el ala izquierda de la política, en la actualidad se había trasladado casi completamente a la centro derecha, además de encontrarse bastante debilitado. Pero su padre aún recordaba los antiguos tiempos en los que su militancia le trajo problemas con su familia y fueron incluso hasta perseguidos por la dictadura, aún recordaba el ardor en el pecho ante el idealismo y la fe ciega de creer en un proyecto político. Mucho de eso le quedaba aún, motivo por el cual siempre se hallaba pendiente de las juntas vecinales y había desempeñado cargos de dirigencia por casi una década por lo que, a pesar de no seguir en el cargo, todos los vecinos tenían presente sus opiniones en las cada vez más frecuentes reuniones ante la aparente llegada del Partido a la región.

Pero de allí a aceptarlo luego de enterarse que había estado preso por actividades subversivas, él, su hijo relacionado con el PCP, con el partido extremista que tanto odiaba y del cual siempre auguró traería solo desgracias al país cuando empezó a llevar a cabo sus primeras acciones terroistas. Es por eso que nunca vio venir sus tranquilizadoras palabras cuando le dijo que siempre tendría un hogar allí y que, pase lo que pasé no dejarían que se lo lleven. Helena respiró hondo al escuchar esto y su madre asintió como reafirmando lo que don Ramiro había dicho, el único que aún no parecía del todo convencido era Jesús quien se levantó de la mesa, llamó a sus hijos y se fue sin despedirse.

Había sido difícil el llegar hasta allí, pero en sólo lo que habían pasado aquellas horas sentía había terminado de agotar el poco valor que le quedaba. Miguel se encontraba a punto de quedarse dormido sobre su pecho, había estado callado desde que habían subido, apenas intercambiaron unas palabras y ahora lo tenía allí, hecho un ovillo con las mantas y hundiendo su rostro en la camiseta que usaba para dormir. Sabía que no podía permitirse flaquear a aquellas alturas, pero cada vez todo se hacía más difícil, las cosas parecían seguir complicándose una tras otra, se sentía perdido en un laberinto en el que no entendía como había caído solo por el hecho de querer tanto a Miguel.

Y ahora lo veía a él tan frágil, aún vulnerable luego de la noche buena y no podía permitirse dudar por tan solo momento, era allí que debía mostrar su fortaleza, tal y como aquella noche en la que ambos estaban allí tumbados en el cerro, escuchando los disparos y viendo iluminarse la ladera opuesta cuando se cruzaron con aquella figura casi demoníaca que emergió de la oscuridad y que al acercarse más reveló su verdadero rostro, era Efraín Lara, el alumno de Miguel.

Este pareció entender la situación inmediatamente, más aún cuando vio el aspecto desgarbado de ambos y el rostro lacrimoso de Miguel, él los llevó hasta su casa donde, aprovechando que sus padres se encontraban celebrando la nochebuena en casa de sus tíos, los coló hasta su azotea donde ambos pudieron dormir en cuartucho que hacia de lavandería, él les alcanzó una manta y ambos se las arreglaron esa noche, aguantando el miedo de que alguno de las patrullas que aullaban en la calle se detuvieran en la casa de Lara y los encontrasen.

"No se preocupen camaradas, ya han pasado por mucho, ahora descansen y mañana se verá lo que hace" les había dicho Lara de forma tan madura que por un instante Oscar olvidó que tenía apenas dieciséis. Ambos se acurrucaron a una esquina y simplemente esperaron a que la mañana llegara escuchando las celebraciones y las sirenas. Era grotesco como el clima de incertidumbre se mezclaba de forma tan prolija con el festivo, Oscar se sorprendió a sí mismo cantando en su cabeza una conocida salsa que sonaba en la casa de al costado, hasta que pronto empezó a cantarla en voz baja. Miguel en un principio no hizo ningún gesto, le pareció que lloraba en silencio, pero luego escucho su voz apenas uniéndose en la  letra de los coros y arrimándose más a él. Así fue como llegó la mañana de navidad, con olor a pólvora y muerte, con una terrible resaca grumosa que el cielo gris por toda la pirotecnia quemada acentuando más aun aquel molesto tono plomo rata.

Lara quiso ponerse en contacto con gente del partido para reorganizar el traslado, pero era inútil, para aquella hora la prensa ya se debía haber enterado de la balacera en la pública 0041 y de los profesores terroristas que enseñaban allí, no podía ni imaginarse el rostro de la hermana María a aquellas horas de la mañana, por primera vez Oscar se sintió terriblemente culpable por todo lo que recaería sobre la directora de las escuela, si es que ya no la habían detenido. Ambos decidieron continuar por su cuenta, pese a los inacabables argumentos de Lara, este los convenció que al menos esperasen a la tarde hasta que tuviesen información de la situación real.

Sin embargo, al rededor del mediodía nuevamente el ya acostumbrado rumor de la desesperación se dejó sentir en Santa Ana, las patrullas entraban por las calles y tocaban en las puerta de las casa, los soldados entraban sin siquiera decir palabra alguna, los vecinos corrían la voz de casa en casa y cuando ambos vieron entrar con a Efraín con el rostro asustado, supieron  que era hora de irse.

Este silbó en la parte trasera de la azotea e inmediatamente una réplica se dejó escuchar unos metros hacia abajo en la casa colindante. Inmediatamente una escalera de madera se apoyó en el borde de la azotea sin cercar. “¡Listo!” grito alguien desde allí.

—Salgan tranquilos, una vez que lleguen al borde del cerro sigan el sendero hacia la huaca y luego cerro arriba, ahí hay una suerte de choza rodeada por varios árboles, no creo que los cachacos lleguen hasta allí, nadie que no viva aquí conoce ese lugar, es donde solíamos jugar de pequeños con los muchachos del barrio; vayan, vayan. —les dijo Lara apresurándolos.

Miguel asintió a todo lo que Lara dijo, tanteo la madera astillada de la escalera y sintió sus pies inseguros pisando el primer peldaño, Óscar lo esperaba abajo sosteniéndola y el otro muchacho que los estaba ayudando miraba hacia la calle vigilando que las patrullas no llegasen y que ningún vecino los viera.

—Profesor—le dijo Lara desde la azotea—muy buena suerte.

Miguel, una vez más, solo asintió viendo como su figura quedaba allá arriba a contra luz de aquel cielo nublado, deprimente. Al salir a la calle esta se encontraba desierta, todos habían corrido a sus casas, cerrado sus ventanas y trancado sus puertas ante el alboroto que se escuchaba desde la calle contigua, ambos caminaron dando amplias zancadas, las pocas cuadras hasta el límite, el cerro y la huaca parecían a kilómetros, pero una vez dejaron la acera atrás y nuevamente se internaron en el sendero enroscándose entre peñas y árboles secos, la sensación de inminente peligro disminuyó.

                                                           ***

 

CDRY, 2007

—Ya han pasado casi veinte años y no les voy a mentir, mi memoria no es la misma; igual, recuerdo claramente muchas cosas de aquel día, claro que estor recuerdos son fragmentados y no necesariamente del todo objetivos—Isabel encendió un cigarrillo y apoyo la espalda en la silla.

—pero bueno, para todos los efectos trataré de ser lo más clara posible y no irme por las ramas, ya ven que siempre me pasan estas cosas.

Manu la escuchaba atento y Fred, luego de terminar el último corte de su bistec dejó delicadamente el tenedor sobre el plato y enfocó sus ojos curiosos hacia la alta mujer que ahora lucia pensativa. Afuera la última luz de la tarde ya se había desvanecido y solo quedaba una suerte de bruma luminosa que se resistía a difuminarse con  la ausencia del sol, todavía no era de noche propiamente hablando.

—El día de navidad yo solía pasarlo siempre con mi familia, esa vez no fue la excepción, me había quedado en casa de mi hermano desde nochebuena, no tenía la mínima idea de lo que estaba pasando, Miguel había adoptado la costumbre de no contarme todo, algo por lo que peleamos un par de veces, luego de eso me había quedado algo resentida.

Así que aquella mañana me levanté con el olor a recalentado, chocolate caliente y panetón, mis sobrinos correteaban por todos lados con sus juguetes nuevos y la mayoría de los adultos llevábamos en el rostro el cansancio de una noche sin sueño. Todo había sido pirotecnia, las patrullas recorriendo las calles, los cerros encendiéndose con pintas subversivas y finalmente el estruendo de las torres de luz siendo voladas. Pero aquella noche ciudad de los reyes no quedo a obscuras como de costumbre, la gente parecía tener la determinación de celebrar como es debido, y lo hicieron, iluminados por velas, con cajón y guitarra, con grupos electrógenos, todo valía en las distintas casa que se rehusaron a abrir los regalos e irse directamente a la cama.

Me enteré de la balacera en la 0041 durante el desayuno, mi hermano había encendió el tv y durante una breve nota informativa sobre los acontecimientos de la noche anterior mencionaron la intervención en la escuela y la captura de tres partidarios y la huida de otros dos. En un primer lugar no recordé que aquella era la escuela en la que Miguel trabajaba, siempre se burlaba de mi dificultad para recordar números, ya sea de teléfono, DNI o tarjetas de crédito, pero el código de la escuela quedo resonando en mi cabeza hasta que el narrador de noticias menciono el distrito de Santa Ana, inmediatamente salté de mí silla.

Llamé a casa de Miguel y nadie contesto. Recuerdo claramente el nudo que se me formo en la garganta, el olor a pólvora incinerada no ayudaba mucho en superar las arcadas que me dieron solo de imaginar lo que pudiese haber ocurrido el día anterior, pero estaba segura de una cosa. Miguel tenía algo que ver con todo eso.

Estaba muy confundida, sabia de las convicciones de Miguel, de su postura ante el partido, pero ante su reticencia a contarme muchas cosas solo podía generar duda en mí. Y a la larga no me termine por equivocar, claro que, las cosas no eran como yo pensaba en un primer lugar, aunque, siendo sincera, incluso hoy estoy llena de dudas.

Media hora después Carlos llamó a la casa de mi hermano. Al escuchar que la llamada era para mí temí lo peor. Su voz se encontraba ansiosa al otro lado del auricular, no sabía por dónde comenzar, me dijo que Miguel no quería que me enterase de nada, que todo era muy peligroso y que no quería arrastrar a nadie más a ese asunto, pero la situación lo ameritaba—se justificaba él—y no sabía a quién más recurrir.

 Afuera las calles en una ciudad tan caótica como la capital estaban completamente desocupadas, el taxi casi llego de un solo tirón hasta mi departamento cerca al centro. Al llegar lo primero que hice fue dar una vuelta a la cuadra con la esperanza de que Miguel estuviese allí, esperando. No había nadie, ni una sola alma caminaba por las calles arboladas de alrededores del edificio, solo el cielo tapado casi acariciando las copas de los pinos y las risas de los niños, los murmullos de las mesas llenas de familias alargándose en cada solar hasta que la calle se fundía con el zanjón de la vía expresa.

Al subir a mi departamento lo primero que oí fue el timbre del teléfono, era Carlos de nuevo, me dijo que ya había hablado con ellos, que esté atenta, que pronto llegarían. No me quiso dar más detalles, me dijo que no era seguro que hablemos por teléfono—lo cual me dejo más consternada aun— él colgó y yo me quede con la mirada vacía y el pecho tan pesado que simplemente me deje caer sobre la alfombra con el auricular colgando a mi costado. No sabía qué hacer, la ansiedad me carcomía, deambulé por cada una de las habitaciones como buscando alivio en las paredes de siempre, en mi cama, en mi armario y  el desorden de mis cosméticos, me quite el maquillaje que llevaba puesto dese el día anterior y me cambie de ropa, una vez más mire por la ventana pero no había nadie afuera.

Una hora más paso entre las noticias de la tv y mis fotos viejas de la universidad y todo lo posterior, los viajes, los muchachos de siempre, el piso rechinó y media hora más se fue en idas y venidas desde mi ventana y mi sillón, nadie. Llego un punto en que no pude contenerme más allí sin hacer absolutamente nada y me puse los botines, me envolví en una chompa y baje hacia la calle sin haber planeado que haría allí parada como una loca en medio de la calle un 25 de diciembre, así que me alejé del edificio mirando hacia a todos lados, no había nada nuevo, solo dos indigentes recostados en uno de los jardines, algunos niños jugando con los cuetecillos sin estallar y la música proviniendo de las casas.

Crucé hacia la bodega más cercana que había y recordé que Don Pedro debía encontrarse de viaje, las rejas de la tienda estaban corridas y solo los anuncios de comercio empapelado el portón me recibieron a punto de desprenderse de la madera encerada, alcé la vista incapaz de procesar lo que haría ahora, mire a los niños jugar, estos hicieron estallar un petardo que rebotó hasta mis pies, el césped lucia más encendido que nunca, era casi hiriente verlo bajo mis botines y en la parcela siguiente los indigentes antes junto a mi edifico se encontraban de pie. En un primer lugar me asuste de la presencia de aquellos andrajos vivientes, eran dos bultos llenos de mugre y retazos de algodón y periódico, retrocedí un par de pasos, pero inmediatamente, brillando debajo de aquella capa de tierra reconocí el  castaño de los cabellos de Miguel, su rostro estaba negro, sus ojos… no parecía el, pero al momento en que me llamo “Isa” me colgué de su cuello con tal desesperación que los trozos de periódico en los que se había envuelto cayeron sobre la acera.

***

CDRY, 15 de Diciembre de 2007

Ya iba media hora tarde y todos comentaban con decepción en el rostro el hecho de que tal vez el profesor Manú no llegaría para el final del último día de clases, las conversaciones y juegos improvisados resonaban entre los carpetas  mientras Fred trataba de no torturarse más pensando en que Manú no llegaría por culpa suya y que tal vez, todo lo que dijo fue demasiado para alguien como él, quien ni en sus más remotos pensamientos hubiera imaginado que un mocoso imberbe  hubiese tenido los huevos para soltarle semejante barrabasada.

No puedo creer que Manú no vaya a venir, y mira que la promoción se iba a llamar como él—bromeaba Diana sentada sobre la mesa —y de verdad que pena que no esté para nuestras últimas horas en el colegio, sentenciaba de forma dramática y James ahí abajo en su silla asentía apretando los labios, pero recién comienza la hora, dijo mirándolo de reojo,  para Fred esto suponía más que algo reconfortante, una condena de tortura, hora y media más culpándose por haber perdido aquella última chance de ver a Manú y al menos despedirse de él, porque luego, luego, ¿ya cuándo hablarían? Cuánto tiempo para pasar de un simple saludo de hola a hola —como decía su mama— amigos de hola a hola, nomás. Era todo culpa suya por haber querido más y aun así, un esporádico "¿cómo le va profesor?" cada vez que se lo cruzase en el supermercado o el paradero...

— ¡Hola, hola muchachos!—se hizo notar Manú desde la puerta y todos giraron sonriendo y saltando de sus asientos al ver que llegaba con un inflado pastel rebosante de merengue y fresas viscosas. Fred se contuvo en la carpeta con una sonrisa que escapó de él como un reflejo, más vulnerable que nunca, tan expuesto que sentía la piel  fina, tensada y a punto de rasgarse.

Manú mandó a Anthony a que trajese un cuchillo del quiosco para repartir el pastel y todos se sentaron nuevamente en sus carpetas ansiosos por el cada vez más cercano repicar de las campanas anunciando el fin del año escolar y con él el último año en la secundaria 0041. Palabras sentidas nuevamente, más despedidas y: "extrañarán tanto esta época muchachos" decía y "ya verán cuando los vea de acá a unos años como añorarán todo esto" y sí, no podía imaginar la monotonía de una vida sin las clases de Manú, mucho menos una vida en la que ya no estén ni James, incluso Diana o alguno de los idiotas de la clase que siempre terminaban por sacarle una sonrisa. También le entusiasmaba, sin embargo, el hecho de que al dejar la escuela también dejaría al fin de ser un mocoso más, un mequetrefe cualquiera que corría atrás de su profesor; no, ahora serían Fred y Manuel, solo eso. Pronto el semblante le cobró mayor color a Fred, era un idiota por haberse tardado tanto en sopesar las cosas desde ese punto de vista. —soltó el lápiz marcado por sus dientes sobre la carpeta —No todo sería negativo, y aún quedaba una ínfima posibilidad que le daba al menos la oportunidad de aferrarse a algo, al menos una intención de no perder contacto con Manú, de reafirmarse en sus sentimientos, de decírselo cuántas veces sean necesarios para que los tome en serio.

Después de todo, estaba claro que no le desagradaba, lo veía en su mirada, sabía que Manú solo se reía de aquella forma tan graciosa cuando estaba con él, era obvio por la forma como se llevaba una mano al rostro o la manera como se acomodaba el cabello mientras seguía con la mirada el más irrelevante detalle que los rodeaba, todo con tal de escapar de la realidad parada frente a él, Fred allí, con el embobamiento estampado en el rostro sin la mínima cautela y el evitándolo avergonzado distraído con el vuelo de alguna paloma o siguiendo el paso renqueante del bibliotecario.

Allí una vez más Manú no lo veía a los ojos y por un segundo él se sintió hinchado de valor, porque si estaba tan avergonzado como él lo único que podía significar era que también tenía algo por lo que avergonzarse y que tras aquélla férrea ética de profesor se hallaba germinando sobre un suelo plagado de rocas al menos un ínfimo gusto por su alumno. Una nueva oleada de entusiasmo lo hizo estremecerse, su pecho se sentía irritado bajo la camisa y su entrepierna lo comenzó a incomodar, sentía la tela de sus boxers constriñéndolo cada vez más, calor y humedad, se hallaba agitado y más aún cuando Manuel se sentó en el escritorio y tras morder un poco de la torta se manchó los labios del espeso merengue blanco, el, con un  ágil movimiento de lengua se limpió el labio superior y Fred desde su asiento no dejaba de contemplarlo sumido en la más plena estupefacción mientras la Bomba le extendía la servilleta con una tajada de torta.

Y la hora se pasaba tan rápido, tanto que le era desesperante ver como entre una conversación y la otra el tiempo se deshacía en sus manos y aun no se había acercado ni un metro más hacia Manuel, seguía allí en su sitio respondiendo a los fastidiosos comentarios de Diana. Habrá que verlo como anda de distraído, pues, en qué pelada andará pensando ¿o no? Jamie, tu que dices, habla por tu amigo. James solo reía, andas muy pendiente—le dijo— y Fred apenas caía en cuenta de la charla y la mandó a callar. Pero no podía manejar tantas voces dirigiéndose a él y James era el único que permanecía a su lado en silencio, porque era el único que veía su estado real, él fue el único que se percató de aquella sonrisa más tensa de lo usual.

Así llegó un momento donde el salón entero parecía hablar sin dirigirse a nadie en particular, todos conversaban sin saber con quién y en este ambiente saturado de palabras que buscaban capturar tanto dentro de su propia cotidianidad, allí Fred al fin pudo aislarse lo suficiente como para pensar en tranquilidad por al menos algunos minutos. Así transcurrió la última media hora en la que ellos se pararon como si fueran a hacer algún tipo de rito y sin más se empezaron a abrazar unos a otros, los ojos a punto desbordar y otros casi eufóricos con la sonrisas más anchas que hubiese visto en su vida, el frescor de la tarde afuera irrumpiendo por la puerta, un mundo entero esperándolos recubierto de larguísimas calles arboladas, no quería llegar a la avenida aun y tras aquellos cuerpos expectantes, al otro extremo del salón Manuel solo los observaba, con la sonrisa nostálgica en los labios; ambos se cruzaron por un brevísimo instante.

***

                                                       

CDRY, 1988

Isabel ya se había calmado lo suficiente como para comenzar a pregunta acerca de todo, desde el mismo principio del asunto, partiendo de cómo se conocieron él y Migue, hasta como es que su padre se había enterado de lo suyo y como era que se habían visto envueltos en semejante enredo. Tony, por supuesto, formó gran parte de esta narración apresurada, "¿segura que nadie nos ha visto entrar? " no dejaba de repetir Miguel quien parecía reducido abrazado a sí mismo mientras su espalda apenas se apoyaba al respaldar del mueble.

Carlos llegó cerca de una hora después,  inmediatamente se fue a una habitación contigua a hablar con Isabel y Miguel, él simplemente espero allí en el mismo lugar en que había permanecido los últimos tres cuartos de hora. Oscar comenzaba a fastidiarse de permanecer así, sin tomar parte en nada, el hecho de contar con ropa limpia al menos era un alivio, aunque las mangas de la chaqueta que le había prestado Carlos le quedase sobre la muñeca, Miguel, todo lo contrario, parecía perderse dentro de aquélla casaca acolchada que Isabel le había puesto a modo de capa.

Carlos no dejaba de repetir que se encontrarían más seguros en la chacra de sus padres, mientras que Isabel lo contradecía diciéndole que el único lugar seguro era fuera del país, y que esa era la prioridad, que no tardarían en encontrarlos, sobre todo en la chacra de sus padres que estaba solo a un par de horas de Yanamarka. Miguel no decía tan solo una palabra y esto era lo que más lo irritaba, lo que más le dolía era ver el estado catatónico en el que se hallaba sumergido.

— ¡Basta!—habló al fin Oscar poniéndose de pie —no haremos nada de eso, ambos iremos a casa de mis padres en el norte, ni el ejército, ni el partido tienen presencia allí hasta donde sé, será fácil escondernos hasta que las cosas se calmen y podamos escapar hacia la frontera.

Ambos se quedaron en silencio, Carlos asintió sopesando la solidez de aquel plan, pero Isabel, por otro lado, parecía a punto de estallar con la misma brusquedad con la que él había hablado, se mantuvo firme y, al igual que ella no bajó la guardia, sabía que cualquier muestra de flaqueza le daría el chance para que ella arremetiese, pero ninguno de los dos suavizó su expresión hasta que Miguel, dejando la casaca a un lado, apoyó la idea de Oscar. "Es lo más prudente" les dijo y todos parecieron quedar convencidos.

Así que la mañana siguiente ambos partieron se subieron al bus rumbo al norte en plena carretera panamericana, la mañana  nublada era casi asfixiante y en el horizonte se avistaba las nubes disipándose poco a poco en lo que parecía sería un caluroso día de verano, Isabel se prendió de él sintiendo su pecho menudo, Carlos también lo abrazó, por un momento incluso cruzó por su cabeza que tal vez sería la última vez que vería a Miguel y esto le hizo un nudo en la garganta que le humedeció los ojos, no era momento para ponerse sentimental—pensó—y lo vio subir con una pequeña mochila al hombro, el volteó y sonriendo les prometió que cuando todo pase les debía unas cervezas.      

                                                                  ***

 

CDRY, 15 de Diciembre de 2007

Ya casi todos habían salido, pero él se negaba a ceder, así que apenas hubo perdido a James y Diana volvió hacia el salón seguro de que Manu aun estaría allí organizando sus cosas. No estaba listo para salir a la calle y ver la fogata de agendas escolares en el pampón o las multitudes de estudiantes inundando la tranquilas calles periféricas con sus gritos y risas, con insultos y mentadas de madre. Él quería permanecer un poco más en aquel salón de clases que había cobijado tan cuidadosamente la ilusión de un imposible que veía pronto a ser arrancado de raíz, pero que aceptaba consiente del dolor de la próxima decepción con todo lo que implicaba, con todo lo que traía tras sí—madurar, que le dicen—y un sin número de penas que tal vez acarrearía la mediocridad de una vida que le causaba tedio vivir.

Solo Manuel había sido el viso de entusiasmo tras las próximas mañanas en el taller de su padre, las interminables tardes llevándole el almuerzo a su hermano  y madre y las noches de cansancio, fines de semana apáticos en los cuales no tendría más escape que una mano proporcionándole compañía, unos labios que lo succionarían como sacándole lo poco de vitalidad y un piso grisáceo recibiéndolo con el cuerpo frio, una marejada de vómito, lunes nuevamente, y así toda la semana, esperando ansioso un sábado en el que solo en los breves momentos entre el atardecer y la noche cerrada, tupida, podría sentir el mismo entusiasmo que cuando veía a Manu a los ojos, o la mismas ansias por capturarlo todo, por vivir cada minuto, cada vez que ambos se quedaban horas conversando en un café o cruzaban las calles mojadas del centro, centros culturales repletos de gente igual de embelesada por la misma calidez que lo recubría cuando él le sonreía y no cabía en su propio cuerpo, solo podía respirar hondo y seguir su paso.

Manu estaba allí, tal como lo imaginó de pie junto al escritorio, el maletín aun sobre la silla y la mirada en los ventanales relucientes luego de la limpieza final del bimestre. Y ese tímido ¿qué haces aquí? Se le hizo tan falso, tan sobreactuado que por un instante supo que ya había ganado, que todo lo que dijera de ahora en adelante sería igual de falso, de que ya no era su alumno, de que ya no bajaría la cabeza antes la sola mención de su apellido, Lara, le dijo, deberías estar con tus compañeros, pero él no hizo caso, no respondió nada ante la voz de él, efectivamente, no era lo que buscaba decir, estaba claro, y aun así una sombra de inseguridad se asomó tras él como queriendo sujetarlo y arrastrarlo hacia donde debería encontrarse, junto a James y Diana, con Diego y Juancito saltando sobre las fogatas y correteando con las camisas pintarrajeadas.

Pero se mantuvo firme frente todo ese atardecer deslumbrante descendiendo tras los ventanales, los cerros tostados por el dorado del sol vespertino y el cielo celeste fundiéndose poco a poco con el ocre de las escasas nubes enroscándose y empujándose entre ellas. Fred lo sujetó del brazo sin detenerse y aprovechando su incapacidad de reaccionar, lo besó sujetando su nuca delgada, sus cabellos crespos. Él se apoyó en su vientre, lo sujetó del hombro, luz frente a ellos, los cerros de únicos testigos, y aquel viento fresco, casi incómodo que aún persiste en la primavera y no se va hasta mediados de enero. Él se apoyó más sobre él y Fred lo abrazó por la cintura queriendo sentirlo más cerca, más fuerte, más, más, hasta sentir sus cuerpos fundirse, engullirlo ahí, en su mismo pecho, y tener aquella vitalidad toda la vida,  esas ansias por vivir y sostenerla con seguridad, convicción, ya sea frente a su padre, frente al cachaco, frente a todos los que lo veían como un caso perdido, un mediocre más en una ciudad de mediocres. Manú tenía todo allí en los labios, en su cuerpo, con el movimiento de su cuerpo, con el calor que irradiaba, era suficiente, y aun así podía ver todo a su alcance, todo lo que soñaba cobraba materialidad.

Ambos se separaron sin mirarse, Fred alzó tímidamente la mirada y vio el rostro de Manú desconcertado, el giró hacia su maletín, nervioso, seguía con la mirada escondida. ¿Pretendía simplemente irse? Escapar cuando lo tenía allí con el pecho abierto frente a él, de cara al sol de la tarde y con su última ilusión de adolescente desubicado expuesta como todas sus inseguridades, todo su miedo, Fred estaba allí completamente expuesto, deliberadamente vulnerable y ahora él pretendía irse, sin  más respuesta que un primer y último beso; y toda la vergüenza en aquel rostro que tantas noches había repasado a oscuras en la madrugada. No me dejes así, le dijo en un hilo de voz que salió con tono tan débil, tan delicado que lo avergonzó, retuvo todo aquel coraje en la boca, apretó fuertemente los labios y lo tomó del brazo nuevamente, Manú se detuvo y giró a verlo, Fred no movió un musculo más, solo una lagrima le bajo por la mejilla como burlándose con la mayor sorna de toda la situación, caía con una lentitud grotesca, Manú rápidamente la limpio con la yema de su dedo y apenas acariciándole, volvió a apoyar su mano sobre el escritorio. Esto no está bien, Fred, le dijo, con la ternura de quien le habla a un niño.

¡Pero cómo! ¿Por qué? Si ya no era su alumno, ya no estaba a cargo de él, se graduarían en sólo una semana y no habría nada que comprometiese su  trabajo, porque él no volvería a pisar aquella escuela nunca. Pero Manú nuevamente pareció recomponerse negando con la cabeza, eres muy joven—le dijo — vas a conocer mucha gente aún, muchos chicos, chicas, créeme, esto no es correcto. Fred sentía sus ojos irritados, la rabia se le escapaba a cada lagrima que le recorría el rostro, ya era imposible contenerlo más y aun así no sentía vergüenza, incomodidad; era cierto, se encontraba frente a Manú con el pecho lacerado, abierto, las entrañas expuestas junto con sus más grandes esperanzas, pero no había humillación en eso, solo la más clara muestra de confianza.

Manuel sujeto su mano aún prendida en su brazo, aterrado de que se escape y lentamente lo hizo desprenderse, Fred no dejaba de llorar en silencio, Manú lo sujetó del torso y  abrazó sintiendo su cuerpo inclinarse hacia él; Manú hinchaba el pecho a medida que respiraba y Fred lo sentía, el latir de su corazón junto a él, tan cerca que ambos podía escuchar claramente el ritmo de las exhalaciones, sus músculos tensándose y cediendo, el calor crispado sus pieles, el azul marino del uniforme, resplandeciente en contraste a su chaqueta gris. Fred inhaló su perfume una vez más y cerró los ojos con toda aquella luz atravesándole los párpados.


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