Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de Polvo por Dedalus

[Reviews - 8]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

2007, 15 de Diciembre. 6:00 pm

Y la tarde ya llegaba a su fin con los últimos rayitos reflejados en las ventanas de las fachadas, dos pisos arriba se veía toda la ciudad —pensó James —todo una amalgama de casas hasta la protuberancia del San Cristóbal brotando pardo sobre el océano de pobreza y decadencia vestido de cotidianidad, de familiaridad y cariño, de pena y ansiedad en cada esquina al voltear y ver que alguien los seguía, que alguien los ve, que alguien lo reconoce. Franco reía con un grupo de muchachos de su salón y parecía contento, plenamente feliz con su risa estruendosa y ronca, él lo veía desde el otro lado del jardín en flor, junto a los muchachos quienes se pasaban un tomatodo rosado lleno de pisco mezclado con Pepsi cola.

La tarde moría sobre sus cabezas, grito sordo, una despedida rabiosa, dramática al borde de lo ridículo, él lo veía todo apoyado en el hombro de Fred (más calmado ya) y sabía que Franco también era plenamente consciente de tal espectáculo, que ambos estaban a dos pisos sobre aquellos muchachos viendo el sol hundirse en el puerto y el mar más allá, ver el año morir en un atardecer esperado desde Enero. Pero nadie vio venir aquella nostalgia que la tenía atragantada en la garganta. La Bomba estallaba en risa, aplaudiendo a la vez que escondía el rostro, y el baboso ese—decía señalando a Diego—se vomitó todo cuando salimos del taco sin un chico porque a don webón se le ocurre apostarle a Calí... Y las palmeras se bambolean, bailan, bailan como las muchachas de cuarto sobre el césped, ya bastante ebrias, ya lo suficientemente felices como para olvidar la libreta de notas, la clausura y las academias, el men que les silba en la calle o el amigo que aprovechando lo tibia que está la tarde y lo frío que se ve el cielo y la calle, las toma de la cintura y les planta un beso, o las aprieta más de la cuenta, suena aquella canción con ese continuo retumbar de tambores, una y otra vez, que parece lavar el cielo y el barrio entero; su rostro lavado por dos lágrimas que le brotan de los ojos y el quiere evitar que lo vean pero Diana se percata y lo abraza por el hombro apoyando su cabeza contra la suya. Casi ni podía con toda aquella carga y allí supo que en algún punto tendría que contarle a ella todo, que por momentos inevitablemente alzaba la vista y veía de pies a cabeza a Franco tumbado en la hierba con la camisa ligeramente subida y sus brazos todo musculo y hueso, todo fuerza e impotencia.

Pero ya nada era igual, ya nada se remitía a la necesidad de tenerlo allí en frente no tenía el deseo apremiante de estar apoyado contra su pecho, los dedos enredados en su cabello, ya nada de eso le nublaba la vista viendo a Diana (todo estará bien, le decía con la mirada) y no sabía exactamente si así sería pero tenía presente que ya no le ocultaría más nada y que ya no habría vergüenza, no habría traición, todo quedaba atrás con la última luz del día muriendo en las palmeras bailando y las copas de los árboles, de hojas ralas y flores en su punto, a punto de caer pero con el aroma expulsado como el aliento a alcohol y tabaco, húmedo como el tacto de su amiga en la nuca, como el torso de Fred y los rostros de los muchachos. Como el césped bajo el cuerpo de Franco, como el cielo amenazando con la primera lluvia de verano tras el azul, amarillo, celeste y gris chocando con una furia borrascosa en una sola nube, en ese pedacito de cielo sobre ellos.

Ahora ya no había más que un profundo silencio afuera de aquel barrio, el parque era la plaza, ellos el mundo entero, ellos los únicos aún despiertos, de cara a la tormenta (aunque en Ciudad de los Reyes nunca llueva, mucho menos truene) con los uniformes desgarbados y la piel expuesta y ansiosa ante el primer estremecimiento (no tronará, pero sí ruge, sí tiembla) que los haría al fin convertirse en adultos y tener sus vidas en las manos, al fin sujetas dentro del puño helado. Pero qué calor que hacía, aquel verano iba a ser fuerte, uno de esos en los que el bochorno arrecia tanto en la tarde  las piscinas desbordan de gente y los árboles no son más que parasoles convenientemente ubicados en las aceras, Diana refunfuñaba, detesto el calor, no lo soporto, a lo que Esther asentía dándole la razón.

Franco y los muchachos de cuarto en aquel momento se levantaron y emprendieron la marcha hacia la avenida, saltando y empujándose entre ellos, las muchachas como eslabones andando de tres en tres; chicos de uno en uno, uno sobre otro, saltando y topándose. Excepto Franco, él iba atrás, al final de aquel desfile carnavalesco, riendo ante los chistes groseros y los apodos vociferados, Franco caminaba lento con las manos al bolsillo. Ambos se vieron por una última vez mientras él salía por una calle lateral al parque, con una sonrisa en los labios, los ojos tristes, pero ya se acabó la pena, ¿verdad? Ya se acabó el dolor contenido en la eterna espera de cambiar, de mejorar, de madurar, ¿hasta cuando? Si ya la tarde había terminado y el último manotazo de sol alcanzó la cima de la palmera donde destelló amarillando hasta volverse violeta en un abrir y cerrar de ojos, como sus rostros azules que pronto se encendieron como velas bajo el alumbrado público estallando en luz mientras la música seguía desde una de las casas. Su teléfono sonó en su mochila, era Samuel.

***

San Antonio, 1989

Al volver sus padres a la casa la rutina se encauzó con relativa normalidad, nuevamente retomaron las jornadas en la chacra, los almuerzos familiares, las noches tomando el sereno en la fachada, las madrugadas tumbado con Miguel sobre la estera, incendiándose ambos con la pasión desbordada en un suspiro ahogado o un quejido retenido firmemente con la misma mano compañera que lo hacía morderse los labios y, nuevamente allí, había que resistir, contenerse, porque abajo dormían sus padres y sólo unos cuartos a la derecha Helena, pero el calor era tanto... Y Miguel desnudo a su lado, iluminado apenas por la luna enorme que alumbraba más que los postes nuevos  recientemente puestos por el municipio hacia unos  años.

Los altercados, sin embargo, continuaron, pronto ya no eran casos aislados, el partido comenzó a pedir contribuciones a los pequeños negocios de San Antonio y las batidas policiales, los allanamientos a comedores populares, asociaciones vecinales y escuelas comenzaron, incluso su padre fue detenido en una de sus habituales escapadas a San Antonio, por lo que Helena y Jesús tuvieron que correr al pueblo antes de que se lo llevasen a Piura dos oficiales  de rostro poco confiable. Él y Miguel ya no podían dejar las tierras de su padre, nadie en San Antonio podía verlos, además, era demasiado arriesgado exponerse a ser encontrados sin documentos y que fuesen detenidos, por lo que sus días transcurrían entre la casa y la chacra.

El trabajo, para su sorpresa, ya no suponía gran esfuerzo para Miguel, quien, muchas veces llegaba a la casa con más ánimo que con el que salió, con energías suficientes para jugar al fútbol con sus hijos de Jesús o entretener a Mauricio. Y es que habían días—cada vez más usuales —en los que sólo eran él y Miguel en el campo, su padre últimamente se iba todo el día con el señor Coqui y Juancho y Daniel no habían sido contratados todo aquel mes en los que aparentemente no había mucho que hacer más que llevar a cabo algunas refacciones, tal como les había dicho Don Ramiro cuando él le reclamo su ausencia durante el desayuno.

Cada vez era más claro, sin embargo, que las cosas ya habían cambiado. La ronda vecinal fue instaurada en conjunto con el apoyo policial y su padre fue uno de los primeros en ofrecerse a patrullar los alrededores de San Antonio junto con otros vecinos aledaños. Por suerte estas patrullas no llegaron a enfrentarse más que con un par de carteristas y un borracho violento que agredida a su esposa en plena calle. Las actividades del partido en San Antonio aún eran pocas y se remitirán a ocasiones aisladas en las que desvalijaban alguna bodega en pos de la revolución o se llevaban las gallinas y pollos de los corrales. En Piura, sin embargo, sólo unos días antes había estallado la primera bomba trayéndose abajo una enorme torre de alta tensión y dejando en tinieblas a la ciudad entera. Cada vez las manifestaciones, los volantes, las pintas y hasta las caravanas eran más comunes a medida que también se hacían más usuales las patrullas de militares, el estallido de las balas a lo lejos y la desaparición de personas que salían de sus casas al trabajo o universidad y nunca más volvían, no se los volvía a ver. Y siempre era "lo detuvieron aca" "lo subieron a un auto en esa esquina" "hubo batida y lo bajaron el bus" pero nunca nadie daba más razón y la esperanza de volver a ver a ese NN, a ese gran anónimo no rescatado por los periódicos, se deshacía con tal lentitud que incluso la certeza de la muerte era vista como misericordia.

Las noticias del resto del país no eran tan distintas, Yanamarka seguían ardiendo en violencia por parte de ambos bandos frente a frente en una ciudad desangrándose y desparramándose por los valles andinos, fluyendo a la costa, donde en la misma capital la presión social por la crisis económica y el continuo remecer de las bombas, el estremecimiento de los cachacos pisando el pavimento, metiéndose a las casas, todas las universidades intervenidas y el mar de gente parecía desbordarse en una ciudad incapaz de tolerar el clima volátil prendiendo los cerros como mecheros. No habían tenido noticias de Isabel y Carlos, era mejor así —se tranquilizaba Oscar —era demasiado peligroso que llamasen a la bodega de la Chito, donde estaba  teléfono más cercano en San Antonio, más aún que enviasen algún paquete el cual fácilmente podría ser rastreado por el servicio de inteligencia. Había sido un gran golpe de suerte que su Madre no halla actualizado su identificación desde hacía más de dos décadas y que su padre aún siga usando su dirección de Ciudad de los Reyes, por lo que ninguno pudo ubicarlos en aquel pueblo perdido en el fondo de la pampa , al menos no de momento y ya había pasado mes y medio desde que huyeron de la capital, el viejo del Colorado debía encontrarse muy ocupado para dejarlos tanto tiempo sin joder o meter presión a sus subalternos, Ronald se había quedado extrañamente tranquilo luego de la emboscada afuera del colegio.

Aún así amanecía y era nuevamente la misma rutina, todos parecían seguir empecinados en continuar inherentemente lo que había que hacer durante el día, entonces había ropa que lavar, había que limpiar los corrales, arreglar las parras y nuevamente Don Ramiro que desaparecía, pero Miguel a su lado, tostado por el sol y con el rostro más pecoso aún, la jornada con el pasaba como jugando, y ciertamente no excluían los juegos y escarceos cuando él lo empujaba sobre los surcos de tierra labrada y caía sobre la hierba seca, o durante los merecidos descansos que se daban en los que saltaban al río desnudos, sintiendo el fango entre los dedos y el cuerpo del otro a sólo centímetros de distancia, entonces chapoteando como niños, Miguel se le trepaba encima bromeando con haber visto un cocodrilo, pero ahí no había de esos le había dicho tantas veces, "¿un caimán?" tanteaba con un gesto travieso, a lo que él se zambullía atrapando entre las fauces de sus brazos sus piernas, luego sus muslos y finalmente todo él era engullido por la lascivia brotándole del cuerpo con tal naturalidad como el  agua tibia resbalándole por el pecho.

No había prisas, ambos se tumbaron sobre las rocas a tomar el sol hasta quedar parcialmente secos y, luego de vestirse, retomaron el camino de regresó a la casa con la serenidad de quien sólo veía en perspectiva una tarde tranquila tirados sobre sus antigua cama, nada más que viendo la carretera perdiéndose hacia Piura por su ventana y palpando el cuerpo del otro eventualmente, como comprobando que ambos seguían allí, que después de todo permanecían uno junto al otro. No habían avanzado mucho de los pendientes y aún faltaba construir un nuevo corral para los cuyes, el antiguo se hallaba tan maltratado que su antigua forma rectangular ahora se había transformado en una suerte de polígono de malla metálica donde los pobres animales a veces quedaban atascados en su intento por roer los finísimos barrotes de esa cárcel en miniatura.

Daba igual, lo harían mañana, su padre no se había aparecido en toda la mañana, menos para el almuerzo, no le recriminaría por el atraso, no tenía cara para hacerlo cuando temprano apenas y le dijo "Buenos Días" con su perpetua voz aguardentosa y salió acomodándose el sombrero y ciñéndose el cinturón. Afuera lo esperaba la camioneta nueva del señor Coqui, quien al verlo silbó y lo saludo con la mano, Oscar solo respondió al gesto con un movimiento de cabeza a lo que la camioneta aceleró y entró hacia carretera.

Y ahora que la noche caía no quería ni bajar a cenar, ni el hambre apremiante lo empujaban a abandonar la cama, a dejar de sentir el viento fresco colándose por la lluvia ventana y derramándose sobre la piel de ambos allí tumbados, Miguel tieso como un tronco, su respiración lenta y pausada, silbaba a un compañero gracioso, su pecho subía y bajaba con delicadeza y sus piernas se ampolla an sobre los barrotes de la parte inferior de la cama. Él a su lado se curva se hallaba enredado con él, ambos parecían un solo ser de extremidades duplicadas, retorcidos sobre la celeste tan desgastada por los años que el estampado apenas era perceptible.

Abajo, sin embargo, Helena lo llamó asustada. Oscar saltó sobre sus sandalias pensando lo peor, se puso un short deportivo y bajó metiendo la cabeza dentro del polo crema que Miguel había usado en la jornada de la mañana. Helena estaba apoyada sobre la mesa del comedor y su madre sentada en la sala con el rostro preocupado. Juancho estaba de pie algo avergonzado, pero al verlo inmediatamente se espabiló y él contó lo que había visto, parecía hasta disfrutar el relato de los policías —¿o eran militares? - una batida en el local del APP, el alcalde había sido acribillado; y luego el edificio , se los llevaron, solo a ellos dos, destruyeron todo, todo, no mataron a nadie más, pero se llevaron a Don Ramiro y Don Coqui, ambos estaban con  el alcalde de San Antonio; Oscar, la gente los vio meterlos en un auto, creo que era ese nuevo que tenía Don Coqui, de ahí ya más no se sabe, eso ha sido hace una hora masomenos, la policía a pedido refuerzos a Piura, pero los rojos ya se fueron, todos en el pueblo están asustados, la gente se ha encerrado en sus casas . En un momento la policía de Piura va a llegar y todo San Antonio se va a llenar de patrullas, pero se me hace que se los han llevado para el bosque, a la zona de las huacas, en San Antonio me comentaron que habían visto un campamento por ahí, pero igual nadie dirá nada, todos están demasiado asustados como para hablar, antes de irse tiraron el cuerpo del alcalde en la plaza principal con un cartel en el cuello que decía "Ladrón", y si viera todas las pintas en el local del APP, "Perros vende patria", "Cerdos asquerosos" "¡Viva la revolución del pueblo!".

En aquel momento llegó Jesús empujando la puerta y preguntando a todos qué es lo que había pasado, cómo es que había sido, dónde estaba su papá, nadie supo dar razón, menos aún Doña Soledad quien apenas lo vio entrar y rompió en llanto. Helena era la más serena y seguían preguntando a Juancho los más mínimos detalles, todo valía para entender mejor que hacía su padre enredado en aquella tragedia, el alcalde muerto—imaginaba su cuerpo tendido sobre la acera— y la gente frente a la sangre regada sobre la pista, los niños y las torres de la catedral, pero qué hacía el alcalde en el local del app conversando con el señor Coqui y su Padre.

Juancho no sabía dar mayores razones del asunto, pero habían rumores que decían que estaban acordando una nueva canalización del río en las tierras al norte de San Antonio donde todo era desierto, el APP estaba siendo intermediario con el gobierno y una empresa extranjera para que se lleve la concesión de la obra, por supuesto algunos decían que el APP se beneficiaria de aquel acuerdo, el señor Coqui en particular quien era el que poseía grandes terrenos por aquella zona. Pero Oscar no creía nada, debía haber algo más, no podía ser la historia completa, su padre nunca había sido un sujeto metido en aquel tipo de jugadas sucias, si aún lo recordaba hablando con tal convicción de justicia e igualdad, discutiendo con sus tíos sobre el último golpe de estado, el ultimo referéndum, la asamblea constituyente, la revolución y el imperialismo. Su padre no era una de aquellas sanguijuelas que se prendían del sistema para sangrar dinero y beneficios.

Inmediatamente Oscar subió a su habitación a ponerse las zapatillas y una camiseta, Jesús fue por la linterna que usaban antes de la llegada de la luz eléctrica durante las noches y Juancho intentaba tranquilizar a Helena quien no dejaba de tratar de convencerlos de no ir hacia a la huaca, pero Oscar estaba determinado, incluso Jesús no se hallaba del todo convencido y asentía ante los argumentos de su hermana, hay que pensarlo bien, le dijo, tampoco podemos ir a la de Dios. Oscar los miró tratando de ocultar su indignación, si quieres quédate, al fin  y al cabo tienes a mis sobrinos, yo iré de todas formas con Juancho,—el susodicho asintió algo dubitativo—,en aquel momento Miguel bajó los cuatro salieron seguidos por Helena y Doña Soledad quien no terminaba de entender qué es lo que pretendían hacer, nada pudo hacer para detener a Oscar quien se hallaba impaciente por llegar a la huaca, un complejo de ruinas a algunos kilómetros de ahí a través de las chacras de la familia Arrieta.

La noche era sofocante y el sudor se le había impregnado en la piel, sentía la cabeza reventarle ante el continuo punzar de la preocupación por aquel viejo testarudo. Tienes que ser más precavido, le había dicho, luego de que le comentara sobre la abierta oposición del APP contra El Partido. Aquellos comunistas no va a venir a traer problemas a mi pueblo, le había respondido Don Ramiro, no van a venir a quitarnos la tranquilidad a nosotros que llevamos una vida acá; que contribuir con la revolución, tira de holgazanes y aprovechados. Oscar lo miraba negando con la cabeza, viejo, tienes que tener cuidado, ¿sabes lo que le hacen en la capital a tipos que se oponen directamente con el partido?

—Claro que sí—le había dicho —yo también he sido perseguido político, alguna vez también mi cabeza tuvo precio, y lo mío no fue por una confusión —prosiguió —lo mío fue por convicción.

Ante esto Oscar no había dicho nada, pero quiso responderle, claro que quiso contestar a su respuesta odiosa, porque él también lo había hecho por convicción, una igual de valida que la de él, tal vez no un idealismo político, pero idealismo al fin y al cabo. No se arrepentía de nada, más aún, haría lo que fuera para proteger que motivo. Oscar se detuvo en seco y su madre y Helena se quedaron expectantes junto a la verja del pequeño jardín frente a la casa.

—Miguel, quédate con mi mamá y mi hermana. —le dijo. Él sólo se quedó mudo, parecía no haberlo entendido y trató de seguir avanzando, pero Oscar se puso frente a él y lo tomó por los hombros. Quédate por favor, le dijo con una voz tan seria que le escarapeló el cuerpo, todo en él le llenó de cólera en aquel instante, su pose plantada firmemente buscando intimidarlo, someterlo, no había visto a hasta ahora esa reacción en él y no sólo le precio repulsiva, sino además preocupante, inevitablemente no pudo evitar ver atisbos su padre en esa misma actitud. No era momento de pelear, sin embargo, la prioridad en aquel momento era Don Ramiro y ante la impotencia de no poder alzar la voz lo vio a los ojos con toda la rabia con la que nunca se hubiera imaginado verlo. Él desvió la mirada avergonzado y prosiguió el camino junto a Juancho y Jesús quien lo palmeo ligeramente en la espalda como buscando tranquilizarlo, pero él se hallaba agitado, y no podía dejar pasar el hecho de que lo hubiese reducido de aquella forma, porque tenía claro que ese "quédate con mi hermana y mi mamá" significaba un no quiero tener que cuidarte, no puedes protegerte a ti mismo y por tanto una señal de que no lo veía como su compañero, sino como alguien ubicado a  un plano inferior a él. Ellos siguieron avanzando y se internaron en la chacra, ya solo se veía el tenue brillo de la linterna entre las plantas de hojas angulosas. Una mano se posó sobre su hombro, vamos a dentro, Miguel, le dijo Helena, Doña Soledad aún se hallaba de pie frente a la fachada observándolo todo con tal dignidad que agradeció no haberse dejado llevar por la cólera.

***

Ciudad de los Reyes, 15 de diciembre de 2007. 7:07 pm

Todos los muchachos se callaron inmediatamente ante el aparato sonando y su rostro sorprendido tratando de entender la situación entera. Por un momento no quiso contestar, sentía vergüenza de su voz hablándole al otro lado de la línea y el allí sin nada más que poder asentir, porque se sentía desbordar y a falta de palabras solo había gestos y expresiones. Pero venía esperado tanto saber de él que no pudo aguantar más la inseguridad y presiono el botón verde del móvil, lo llevó inmediatamente a su oído, miraba ansioso hacia Fred, hacia Juancito y Diana y todos ellos lo miraban de vuelta, incluso Esther quedó en silencio y dio un largo trago al tomatodo de hello kitty que parecía nunca agotar su contenido.

Aló dijo él ante la expectativa, se hallaba agitado y al otro lado de la línea sentía la misma respiración descompuesta, casi trabajosa, Samuel no hablaba, podía ver incluso sus labios apretados y él allí un manojo de nervios, tras él se oían voces y música, alguien lo llamó, era la voz de una muchacha que hacía eco tras él, "Samuel" dijo James y al otro lado de la línea, como ambos unidos alguien más lo llamó—algo lo punzo en lo más profundo—, él cortó la llamada. James alzó la vista nuevamente hacia los muchachos, "no dijo nada".

Está tocado, cómo te va a llamar para solo respirarte al oído, gringo zafado, dijo la Bomba pasándole el tomatodo, no sé, se oía nervioso, y aun así, qué le cruzaba por la mente; cierto, cierto, cierto. Pero el tipo está mal Jamie, debe estar borracho o algo. James tomó un trago del pisco con aquella respiración agitada aún en su oído y con aquellas risas atrás, ¿es que se burlaba de él? No se quejaba, más aún, lo tranquilizaba, lo liberaba de la culpa de haberlo jodido tanto con su debilidad y el miedo, Franco ya se había ido y todo seguía igual, pero si no era Franco y tampoco Samuel; era él, era toda la mierda que le jodía la cabeza y le enturbiaba el pecho, le retorcía las entrañas, es tan difícil ser feliz, pero el no quería más que estar bien, pisar fuerte, no hacer daño a nadie.

¿Sabes dónde puede estar? Le dijo Diana. No tenía la más mínima idea, no, no, iría a su casa, sería muy vergonzoso, no conocía  a sus padres y la única referencia que tenían de él era el muchacho que ganó el concurso de ensayo y cuya abuela hace un estupendo escabeche, no iría allí, era mucho, aun así,  dudaba que estuviese en su casa. Aquellas voces tras la línea eran voces jóvenes, aquella muchacha llamándolo era alguien de su edad, tal vez un par de años mayor a lo sumo. Pero anda, pregunta por él, Jamie, te acompaño si quieres, le dijo Fred. ¿A todo esto que pasó entre ustedes dos? Hablo Juancito abrazado de la Bomba. Ni yo sé, ni yo entiendo. ¿Pero están juntos no?

Ahora que la noche ya los había cubierto sentía que debía hacer algo, cualquier cosa, salir corriendo o quedarse allí con el pecho inflamado, y sus amigos viéndolo hacer combustión. Jamie, he visto a ese muchacho cruzar media ciudad para venir a verte, lo llevaste a la fiesta de Canchita, por dios, qué webón de la zona sur hubiera subido un cerro de Santa Ana…a no ser de que. Sí, sí lo sabía, y todo aquello lo espantaba aún más, pero a su vez, lo repelía tanto, lo ataba con tal fuerza que el mismo se sorprendía divagando en las sombras de su rostro o repitiendo aquella imagen suya, de pie en el paradero o su expresión cuando lo fue a buscar hasta la escuela justo en aquel momento en que ni él mismo se ubicada en aquella melaza de hojas y lágrimas, el parque se abría como una grieta enorme y él a punto de dase de lleno contra el fondo, fue dar con su rostro reconfortante. Ahora se hallaba en la misma situación, en el borde de la incertidumbre, la duda y desesperación, pero ahora Samuel no estaba y no sabía dónde encontrarlo.

Toma Jamie, toma que así se te va la pena, le dijo Diego y otro trago más, otra descompensación en el cuerpo reacio a aceptar el cóctel barato, las miradas ahora solidarias trataron de superar el momento con el alivio de la ironía de la Bomba, los chistes de Diego, el ánimo burlón de Fred, imitando a Juancito tartamudeando en clase, frente a cualquier profesor, frente a la Bomba "S-sz-sz-sí, m-mi am-mooor...". Calla huevón, le dijo Esther, si a ti nadie te jode cuando te pones como cojudo frente al profe Manú. Fred se quedó en silencio y Diana la quedó observando con los ojos muy abiertos, ella, como tomando en perspectiva el peso de lo que decía, bajó la mirada algo avergonzada a lo que Fred comenzó a reír a carcajadas. "Es el amor que nos tiene cojudos ¿no, Bomba?"

***

San Antonio, 1989

Durante el camino entero nadie dijo una sola palabra, las hojas siendo apartadas era lo único que se escuchaba, luego las pisadas sobre la barro, la acequia y los grillos; insectos, cientos, miles de ello tronando, saltándole sobre las piernas y la espalda. Había olvidado aquella invasión estival que inevitablemente los atacaba todos los años, que inevitablemente llegaba marchando, aparecía de la nada sobre los campos y las carreteras, dentro de las casas, en el cielo nocturno. A lo lejos ya veía el pequeño cerro donde el complejo de ruinas emergía como la silueta de los panteones en el cementerio general de Ciudad de los Reyes.

Había un tenue resplandor naranja que emergía al otro lado de la pirámide central, Oscar volteo a buscar la reafirmación de Jesús y Juancho, ambos parecieron asentir sin siquiera mover la cabeza. No había duda, allí había un campamento, se oía incluso un rumor proveniente de las ruinas y el siseo del campo disminuía a medida que se adentran en el complejo arqueológico. Mejor volvemos a avisar a la policía, Oscar, nos van a matar si vamos solos, le dijo Jesús quien se detuvo en al borde la trocha. Esto es una locura, qué vamos a hacer los tres sin armas contra no sé cuántos sujetos armados allá. Y el sudor le caía sobre la frente como mezclado con el miedo, pero Jesús tenía razón, no había pensado las cosas bien, había imaginado hablar y solucionar todo, había ayudado en el motín de Las Rocas, alguna licencia tendría que dar, pero no era lógico, no podría hacer nada, tal vez dando el nombre del camarada Cesar o Tony, pero este ya se hallaba probablemente muerto, y aun así, ¿qué harían? ¿Felicitarlo? Pero cómo apelar por su padre... ¿Qué hacemos? Le dijo Juancho con el machete en la mano.

Al otro extremo se escuchaban voces que, con el eco e las construcciones parecían cantos elevados a la luna enorme sobre ellos, la luna de verano irradiando vida al cielo entero, parecían ser observados por todos lados, Oscar les iba a decir que vuelvan pero fue muy tarde, un silbido atravesó el campo y desde el límite de uno de los templos alguien gritó ordenando que no se muevan. Ellos iban a correr, ya sé iban a lanzar al campo de cultivo, pero tras ellos ya había un grupo de tres guerrilleros apuntándolos, Juancho soltó el machete y levantó las manos, "ya está bueno, no nos hagan nada" les dijo. A lo que la una mujer los hizo ponerse de rodillas y levantar las manos a los tres, los otros dos sujetos los registraron para luego ser llevados al campamento.

Allí vio varias tiendas acopladas a las construcciones ruinosas, sobre los muros recubiertos en un polvo rojizo se veían aún los murales precolombinos cubiertos en su mayoría por las carpas verdosas, casi negras o algunas tiendas más rústicas hechas con costales hilvanados a modo de telares. Eran más de los que pensaba, mínimo unas treinta personas se encontraba na haciendo lo que parecía una suerte de formación en la que todos entona an un himno bañados por la luz dorada de la fogata en el centro de la plaza frente al trémolo. La mujer los llevó hasta una tienda donde los otros dos guerrilleros que la acompañaban los ataron de las manos y pies, déjalos acá hasta que venga el camarada Sergio, él ya sabrá qué hacer con estos sapos, hasta entonces no hagan nada, les ordenó la mujer quien se acomodó el arma en el cinto del pantalón y volvió a salir dejándolos con ambos tipos que —ahora que los veía de cerca—a duras penas parecían mayores de edad. No había rastro de su padre o el señor Coqui.

***

Ya habían pasado dos horas desde que Oscar se había ido junto a Jesús y Juancho, ya había llegado el oficial a dar parte de lo sucedido en San Antonio y Helena ya había ido al pueblo a dejar parte de lo sucedido en la comisaría, ya había ido al local del APP y no pudo evitar sentir una arcada al ver el edifico con las ventanas rotas y la fachada llena de pintas, adentro todo parecía estar destrozado. La gente seguía curioseando afuera y ella allí se sintió tan impotente frente a tanta violencia, que se frotó los brazos y respiro hondo para no ahogarse con el miedo que le subió por la espalda como una alimaña. Dónde estaría su padre, pensó, a dónde se habrían metido Jesús y Oscar; y por qué no estaba con ellos, se lamentaba, por qué seguía allí sin hacer nada, sola frente al local de aquel partido rancio...

¿Hija mía, cómo estás? Ya me enteré lo de tu papito, le decía doña Dela, una señora muy delgada que antes solía llevarles productos por catálogo a ella y su madre, pero Helena no tenía palabras, simplemente negó con la cabeza y salió de ahí devuelta hacia la callé principal, dejó allí la multitud asomándose a aquella casa asaltada a punta de pedradas y balas. La policía encendió las sirenas de sus patrulleros y los tombos empezaron a dispersar a la gente, desde el otro lado de la pampa vio las luces de Piura respirar la oscuridad del campo, la luna brilló más y la ciudad quedó a oscuras. Miguel y su madre sosteniendo a Mauricio se hallaban esperándola.

El pueblo entero se hallaba en movimiento, la gente corría la voz alertando el inminente apagón, había comentarios en todas las esquinas y calles que en aquellos instantes Piura estaba siendo asaltada por los partidarios, que la policía había sido reducida y el ejército era insuficiente, que ya vendrían refuerzos de las ciudades del sur, pero no sé escuchaba nada, no se oía nada al otro lado de la pampa donde apenas se divisaba la ciudad a lo lejos, casi como una ilusión cruzando aquel desierto moteado de densos oasis de vegetación. Ya había pasado mucho tiempo y aún no sabían nada de Oscar, Miguel miraba ansioso a doña Soledad y ella parecía calmarlo con la mirada, pero sabía que ella estaba tan asustada como él, sus dos hijos de habían unido a buscar a su padre desaparecido a un campamento de guerrilleros, no veía como la situación podía ser más compleja, más aún una vez Helena comenzó a increparle a uno de los policías jóvenes por qué no hacían nada para buscar a su padre, pero el pobre muchacho parecía ya estar de por sí bastante atareado con instar a los vecinos a que volviesen a sus casas. Todo San Antonio se hallaba agitado en una noche que apenas precia comenzar, Mauricio no dejaba de pregunta qué es lo que sucedía, a qué hora tomarían lonche, dónde estaba el abuelo, y Helena qué gritaba una vez más, Miguel al fin se acercó y trató de calmarla.

Ahora no había más que hacer, la casa se sentía aterradoramente silenciosa y los tres allí sentados no hacían más que verse a los rostros y agachar la mirada hacia el mantel de la mesa, el café frío sobre las tazas despedía un olor hostigan te que, junto al bochorno de la noche, hacía más sofocante el ambiente en la sala donde las paredes se reducían, el techo era cada vez más bajo y su respiración más dificultosa. Miguel se puso de pie cubriéndose el rostro con la manos, caminaba de un extremo a otro; y miraba hacia el reloj colgado en el extremo de la cocina, Doña soledad permanecía férrea a su silla y Helena con las manos en las sienes no dejaba de recordarles todo el tiempo transcurrido, la irresponsabilidad de Oscar, la desconsideración de don Ramiro y Jesús que nunca sabe decir que no, siempre se deja llevar, no se pone a pensar que tiene dos hijos que mantener, seguro su mujer no tarda en llamar y qué le voy a decir —ella lo miró como esperando una respuesta —¿qué su marido se fue a la huaca a buscar a los terroristas?

Miguel sentía que la cabeza le estallaría entre la voz incesante de Helena y el asfixiante ambiente. Sobre ellos dos polillas se estrellaban contra la bombilla, se llevó los cabellos acá atrás, su frente húmeda le dejó la mano pegajosa, el cabello lo sentía tieso y tibio. No voy a esperar más aquí, le dijo al fin Helena, vamos a la huaca Miguel, vamos a buscarlos. Doña Soledad se puso de pie inmediatamente golpeando la mesa con su mano y haciendo vibrar las tazas sobre los platos. No van a ningún lado, les dijo.

No me voy a quedar a esperar  más acá, mamá, le contestó Helena quien tomó la llave y se dirigió hacia la puerta, doña Soledad volvió a gritar una y otra vez, pero ella parecía determinada y Miguel no soportaba más aquel ambiente, tenía que salir, tenía que buscar  Oscar y porque mientras siguiese ahí inerte seguiría teniendo aquella amarga sensación de impotencia, aquella ilusión de debilidad que tanto lo repelía.

***

Santa Ana, Ciudad de los Reyes. 9:20 pm

Llegado el momento todos se fueron retirando de a pocos, los grupos se desintegraron en forma de parejas o tríos de amigos yendo hacia los paraderos o caminando hacia los barrios aledaños, no había gran ansia por llegar a sus casa y en general uno podía ver el entusiasmo en los rostros de aquello muchachos sonriendo al inicio de las vacaciones de verano y a la nueva rutina luego de la secundaria, no había miedo en esos rostros, había impaciencia. ¿Por qué él se sentía, entonces, tan inseguro? Los cinco salían hacia la avenida riendo, mirándose a los ojos e intentando retener cada segundo, la imágenes entera frente a ellos, las casas de siempre, las bromas de toda la vida, pero ahora con la pesada carga de ser conscientes que sería la última vez que las dirían, la última vez que pasarían por allí con la naturalidad de un viernes más.

Llegado el momento Esther y Juan tomaron un microbús hacia el boulevard, Diego se fue hacia su casa—solo unas cuadras en dirección hacia el óvalo—y sólo los tres quedaron caminando sin prisa por la alameda central de la avenida Vallejo, como anonadados con las marquesinas de las pollerías y anuncios sobre los comercios, asombrados con los enormes edificios del hospital y los altísimos árboles que lo bordeaban, el cerro lleno de casas con sus centenar se de ojos, todo iluminado como un rascacielos deforme, los cláxones y risas. El celular de James volvió a timbrar.

Al otro lado de la línea se oía música, risas, voces extrañas y una respiración jadeante, habla, Samuel, dime algo, le dijo James incapaz de tolerar aquél juego retorcido. El pareció tomar aire y hacer un gran esfuerzo en articular ¿Ahora sí estas solo? Le dijo arrastrando cada palabra y con un deje sentido en la voz— James miró hacia Fred y Diana—sí, estoy solo, le respondió a lo que Fred le cubrió inmediatamente la boca a Diana, la cual no dejaba de hablar entusiasmada.

¿Dónde estás? Le dijo James tratando de sonar firme, y es que estaba claro que todo aquello era una niñada, una majadería que debía tragarse luego de lo cruel que fue con él cuando se encontraban en la playa. Él pareció dudar y respondió con un escueto "En casa de Mafer..." James se quedó en silencio "estamos acá todos los muchachos" agregó él como justificándose ante la ausencia de réplica, como previniendo una reacción que nunca había existido. Y es que James no le preocupaba por el hecho de que él se esté enredando con alguna chica, no le importaba que en aquel momento estuviera en el cuarto de aquella tal Mafer, más aún, eso lo hubiera liberado al menos en algo del peso de la responsabilidad sobre su espalda. Aun así, él sabía que nada de eso sería la solución, y que el dolor solo pasaría una vez que él dejase de estar tan jodido, porque oía perfectamente en su voz aquél dolor ahogado en música, ahogado en alcohol, una pena que el quería compartir; y ahora lo tenía claro, él quería estar allí, estaba dispuesto unirse a él, en expiar toda la inseguridad a su lado. Franco había sido el entusiasmo y la necesidad, era el deseo desmedido y el sufrimiento de su incapacidad. Pero él no se comparaba en lo más mínimo, porque tras su rostro siempre sonriente, su trato ameno, gentil, aquella delicadeza casi desesperante con la que lo trataba, su firmeza al tomarlo de la mano, su orgullo inocente cuando le pasaba el brazo por los hombros y caminaban así, abrazados como los mejores amigos, su "amigo". Lo siento, le dijo al fin, perdóname, continuó James, ahora era Samuel quien se hallaba en silencio, su respiración sonaba agitada, alguien lo llamó otra vez, era la misma muchacha que le insistía que entre "ya voy" escucho responder, él se puso el teléfono al oído nuevamente y James, caminando aún por la alameda no sabía a dónde mirar, sus amigos atrás, las copas oscuras de los árboles, las ventanas iluminadas o el cielo clareando en nubarrones blanquecinos que reflejaban las luces anaranjadas del alumbrado público. Diana, por la expresión que puso su amigo se percató de que le habían dicho algo que le hizo cambian el semblante completamente, su rostro se tensó, sus ojos parecían querer escapar hacia el vacío. La llamada se cortó nuevamente.

James guardó el celular e inmediatamente Fred y Diana lo abrumaron de preguntas, pero el solo negaba y asentía, y otra vez "No sé, o tal vez, no sé, yo creo que sí" respondía  y Diana lo miraba como intentando descifrarlo. Me dijo que está enamorado de mí, dijo al fin a lo que Diana sonrió contenta sacudiendo el hombro de Fred con tal violencia que este le aparto la mano intentando recobrar la compostura. ¿Tú lo quieres a él también? Le dijo con un interés verdadero, ambos parecían esperar su respuesta con ansias, los buses que iban hacia el puente les iluminaban los rostros y James sintió que no podía rehuir más a la raíz del asunto, y que sin importar lo que respondiese ambos rostros entenderían la verdad, así que asumió qué él también lo tenía claro, dudas a parte, sí, sí estaba enamorado de Samuel. Así que asintió como por inercia, pero se reafirmó en aquel mismo acto sonriendo al recordar sus gestos espontáneos cuando paseaban, aquella facilidad de decir las cosas más intensas y sacarle la vuelta a la cursilería con la gracia que parecía dársele tan natural.

—Vamos a buscarlo —dijo Diana. James dio un respingo y la quedó observando detenidamente como tratando de figurarse si lo que decía iba en serio, ella asintió con la mayor naturalidad del mundo; sí, vamos, tienes que arreglar las cosas ya ¿por qué esperar? ¿Hasta cuándo? James, es ahora el momento. Él busco ayuda en Fred pero este asintió apoyando a Diana. Vamos, le dijo, no hay excusa, tienes que ir a buscarlo. ¿Sabes dónde vive esa Mafer? Le dijo a lo que no se contuvo la risa burlona. Con ese nombre me lo puedo imaginar le respondió Diana.

No, pero sé que su familia es cercana a la de Samuel. Les respondió a lo que ambos recobraron la inesperada seriedad. James sabía a lo que llegarían con todo eso y se negó rotundamente, no llamaría a casa de Samuel para preguntar por la dirección de la tal Mafer, se negaba a pasar por aquella vergüenza. Fred y Diana lo animaban a que lo intentase, pero era inútil, no podía hacer algo así. Mientras tanto él se debía encontrar ebrio en aquél lugar —recordó aquella respiración  agitada, casi trabajosa—pero el no podía hacer nada así, en completo desconocimiento de su ubicación —y nuevamente su voz tan dolida que fue como le abrieran de un tajo el pecho "yo estoy tan enamorado de ti" le había dicho "pero tu me lastimas y lo peor es que no te odio por eso. "

James sacó el celular y los tres se sentaron en una de las bancas mientras el marcaba el infame número que ahora de lamentaba haber guardado en su teléfono. La línea sonaba al otro lado y a cada segundo podía sentir su corazón nervioso desbocado, era tan ensordecedor que incluso opacó el tráfico de la avenida, tanto que casi ni escuchó la otra voz hablándole desde el otro extremo de la línea.

¿Diga? Dijo la voz al otro lado de la línea, ¿aló? Repitió, Fred y Diana  se apresuraron a empujarlo a que hable, Buenas noches —lo único que pudo improvisar — ¿Se encontrará Samuel por ahí? Soy amigo suyo... No, ha salido, joven, no sé a qué hora vuelva ¿quién habla?—respondió algo seca la mujer —a lo que él trató de responder algo nervioso. James Velázquez, soy amigo de Samuel del concurso de... ¡Ah! —lo cortó ella —con que el famoso James, continuó, si el joven para hablando de ti muchacho, hasta harta me tiene con que dice que mi comida no se iguala a la de tu mamita. Él ha salido desde la tarde, creo que está en la casa de los Silva, no sé a qué hora vuelva.

James miró hacia Fred como preguntando por ayuda, como buscando en su rostro la respuesta de que decir. ¿Podría darme la dirección de la casa, por favor? Es urgente, le dijo a lo que Malena rio y le contestó algo burlona "¿Qué tan urgente pueden tener ustedes muchachitos?" James no supo que responder y la vergüenza se le atoró en la garganta, pero ella prosiguió, ahora más condescendiente, Vamos a hacer un trato —le dijo— yo te doy la dirección de los Silva, pero tu me alcanzas la receta del escabeche de tu abuela, ¿bueno? James soltó una sonrisa y aceptó asintiendo mecánicamente.

***

San Antonio, 1989

Oscar no tenía idea de cuánto tiempo había pasado, Jesús y Juancho al fin se habían quedado callados luego de la larga discusión que habían tenido una vez el muchacho que los vigilaba se había quedado dormido. Oscar veía las sombras proyectarse en la lona de la tienda, el resplandor de la fogata no había disminuido en lo más mínimo, las luces de las linternas parecían cortar la noche con sus proyecciones circulares, las risas y comentarios sueltos. No quería siquiera imaginarse el rostro de su madre, o el de Miguel, aún en la casa, esperándolos, sintió que los ojos se le inundaron, vio hacia el resplandor y nuevamente hacia la tierra donde intento hundir sus pies, pero solo logró levanta algo de polvo.

Ey, nos van a dejar ir, no te preocupes, le dijo Jesús; él solo asintió, el hecho de estar allí no le preocupaba tanto como que el paradero de su padre aún fuera desconocido. Después de todo, ellos eran simples pobladores que habían tenido la mala suerte de andar merodeando cerca al campamento del PCP. Don Ramiro, sin embargo, era militante del APP, no sólo eso, sabía dios en qué jugarretas  debía andar metido, porque si bien podía meter las manos al fuego por la conciencia de su padre, por la del señor Coqui no pondría en juego ni un centavo. Él sabía lo que le hacían a los corruptos, él lo había visto en innumerables reportajes, en innumerables historias de alcaldes de poblados de la sierra, ahorcados en plena plaza central, degollados públicamente y o arrojados de la forma más denigrante, con el infame cartel en el cuello.

En aquel momento se escuchó movimiento afuera de la tienda, la risa rasposa de un  hombre hizo despertar al muchacho que los vigilaba, este se acomodó la gorra y frotó los ojos intentando espabilarse cuando a la estancia entró un sujeto alto y de rostro pálido. Tras él inmediatamente reconoció el rostro de Miguel y Helena, por un momento temió lo peor. Jesús se encontraba a punto de hablar pero se mantuvo en silencio apenas se percató del gesto que puso Helena al verlo, Oscar hizo lo mismo lleno de rabia al verse inmovilizado.

Siempre supe que usted apoyaba la causa popular, siempre le supe, le decía el sujeto alto a Miguel quien sonrió y asintió comentándole que acerca de sus años en la UNCR y su apoyo al partido desde sus inicios. Flores de Aguas Negras debe ser uno de los pocos libros de poesía que llegaron a mis manos cuando era cachimbo ¿sabe? Tenía amigos del partido que incluso musicalizaron alguno sus versos, solían cantarlos en las manifestaciones culturales que hacíamos en la universidad San Agustín. Siempre pensé que era alguien mayor, no sé por qué, solo fue hasta que lo vi en aquel recital al que asistió en el local del partido socialista, ¿recuerda? Que caí en cuenta de lo joven que era.

Miguel asentía, claro que recordaba, claro, cómo olvidar esas épocas en las que la izquierda aún no se dividía entre militantes del PCP, los viejos dinosaurios que se negaron a tomar las armas— "oportunistas cobardes" agregó el sujeto —a lo que Miguel asintió. "Suéltelos, camarada" le ordenó, a lo que el muchacho se apresuró a desatarlos. Justo hoy estamos teniendo una celebración por el onomástico de un compañero, sería realmente estupendo si pudiera recitar alguno de sus poemas, estoy seguro de que él estará tan contento como los demás partidarios.

—No hay problema, con mucho gusto, camarada Sergio—le dijo él. Oscar sintió nuevamente aquella corriente de rabia fluyéndole hasta los puños, Helena lo tomó del la muñeca y Jesús lo quedó observando con un gesto furioso, él se calmó y agachó la cabeza. Llegaron al agasajo dentro de una amplia tienda donde un grupo de guerrilleros ya se hallaba algo bebidos, el camarada Sergio los presentó ante aquel grupo de intoxicados militantes y la mayoría parecía haber escuchado los poemas de Miguel, Oscar se quedó estupefacto al ver el sentimiento con el que hablaban del libro el cual el Colorado le había dicho no había sido más que una publicación modesta de sus épocas de estudiante hacía ya varios años. Aquellos hombres, sin embargo, no dejaban de mencionar lo significativo de su obra para sus sueños revolucionarios, el rol inspirador que había jugado en sus vidas, el humanismo, la conciencia de clase y tantas cosas que chamullaban terminando de pasar el pisco barato que les habían convidado, más cercano a un aguardiente que al trago nacional que tanto le encanta abajo a Don Ramiro tomar luego de la cena, "una vasito nunca hace mal" le decía mientras salía a beberlo en la puerta de la casa con un cigarrillo entre los dedos.

Miguel sonreía a todos, respondía certero todos los comentarios, incluso algunos malintencionados cuestionando su ausencia en el partido "nunca le hemos visto en los congresos, no sabíamos que usted era militante" le decían algunos de los más jóvenes en la reunión, pero él, lejos de ponerse nervioso, asentía y les daba la razón, siempre me he mantenido perfil bajo, les decía, mi apoyo al partido es más valioso como incógnito que en el frente, contestaba. Ellos parecían comprender inmediatamente. ¿Qué hace tan lejos de Ciudad de los Reyes? Le preguntó el camarada Sergio, a lo que Helena rápidamente se inclinó para hablar pero Miguel se adelantó. He venido a acompañar a un camarada que se encuentra perseguido, dijo señalando a Oscar con la mirada, es uno de los que escaparon de Las Rocas. Varios de ellos entornaron las cejas hacia él con sorpresa. Así que tu estuviste en el glorioso motín de Las Rocas, le dijo el camarada Sergio. Oscar asintió tratando de permanecer firme frente a aquel hombre que parecía analizarlo de pies a cabeza.

Sírvanle un trago más a este hombre, agregó, brindemos por los compañeros presos, porque la revolución llegará y todo el sacrificio habrá valido la pena, prosiguió. A lo que todos levantaron los rústicos vasos y el tintineo se le hizo tragicómico en aquella escena aberrante donde Miguel comenzó a recitar algunos de los  poemas de su libro y todos los sujetos parecían embelesados con él, con su voz, Oscar sentía que no aguantaría el coraje un segundo más, su padre aún seguía desaparecido y ellos ahí, entreteniendo al enemigo, a los mismo que habían causado todo aquel embrollo desde un  principio, a la razón por la cual tuvo de dejar Ciudad de los Reyes, y el motivo por el cual el país entero se encontraba enfrascado en una guerra no oficial, no reconocida por las autoridades, pero que cada vez se veía más clara, más tangible en las calles, las noches oscuras y los muertos al amanecer.

Miguel, sin embargo se sintió embriagado por las todas aquellas miradas atentas, prestas a escucharlo, pero sobre todo el sentimiento de unidad que se respiraba en esa tienda, aquellos hombres creían ciegamente en la revolución y la lucha de poderes. De alguna forma los versos que había escrito hacía ya varios años, en el albor de su idealismo, conectaba estrechamente con ellos, tanto que uno de los camaradas consiguió una guitarra algo desentonada, y le hizo el acompañamiento. Por un momento—y esto lo aterró apenas se percató —incluso se olvidó que Oscar, Helena y Juancito también estaban allí, no recordó que Don Ramiro aún estaba desaparecido y que todo aquella situación había sido causada justamente por el Partido y su incapacidad de dejar el pasado atrás.

Así que una vez la noche avanzó más y llegó la hora de partir, se sentía avergonzado con Oscar, no podía siquiera mirarlo a los ojos y, toda aquella satisfacción que había saboreado al llegar a sacarlos de ahí luego de que lo hiciera quedarse en casa de su madre, terminó por desaparecer y sólo quedar aquella amarga sensación de traición y estupidez al dejarse llevar por el tono condescendiente del camarada Sergio y los demás. Ahora que salían del campamento prometiendo seguir en contacto, ¿un recital en el próximo congreso?  Claro— había dicho—si se coordina sería un privilegio. No, no hacía falta que los acompañen, ellos podían regresar solos. Decía esquivando una vez más la mirada irritada de Oscar y sonriéndole al camarada Sergio quien se había detenido para despedirse. Tenga cuidado, le dijo luego de darle un fuerte apretón de manos, él se acercó más y Miguel sintió la mejilla escocerle al sentir su aliento caliente. El gobierno no tardará en enviar refuerzos a Piura, pronto los verdaderos enfrentamientos comenzarán y más temprano que tarde, las detenciones, mantenga perfil bajo en el pueblo. Usted es de gran valor para el partido. Nos vemos, le dijo él, ellos prosiguieron hacia la trocha dividiendo los campos de cultivo. Miguel no lo miraba, seguía avanzando frente a ellos, todos se encontraban en silencio, parecían adormecidos aún por el pisco y el vino agrio.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).