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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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Notas del capitulo:

Disculpen los errores que pueda haber, utimamente no he tenido mucho tiempo para corregir u.u

Santa Ana, Ciudad de Los Reyes. 10:20 pm

La intersección del Puente  de los Perros era un nudo vial que dividía Santa Ana con Lurigancho, en aquél cruce se unía tanto la carretera que se abría paso desde el norte de la ciudad hasta el centro y luego a Santa Ana, donde se elevaba al cruzar la avenida Mariátegui, esta última era una amplia via con una alameda en el centro que nacía en el óvalo  y moría al cruzar el río en el distrito de Lurigancho. Esta enrevesada intersección donde decantaban además cuatro autopistas laterales a la carretera, era una de las más concurridas de las ciudad, a los bordes del puente se alzaban diversos hoteles baratos de fachadas modulares y lunas oscurecidas, en sus techos se sostenían intrincadas estructuras iluminando a los buses y autos surcando la carretera, los letreros de neón y las marquesinas daban más iluminación que el escaso alumbrado público (inexistente sobre el puente)  aprovechado por los delincuentes para saltar al cuello de sus víctimas.

Uno podía bajar allí por sus escaleras grasosas oliendo a orina, cruzar la avenida con sus montículos de basura, y ver tanto o más movimiento que en el mismo centro de la ciudad, sin embargo, tan solo unas cuadras más arriba la avenida Mariátegui se iba descongestionando hasta solo ser una simplona avenida periférica más. Los árboles altos arqueándose al centro y las casas de tres pisos se apiñaban como cajas de cartón, una sobre otra, parecían dibujadas por la misma mano, verde, crema y naranja; azul, guinda y salmón, no había más variaciones de color en aquel pintoresco paisaje marginal de cables gruesos colgando de poste en poste y boca calles como puertas a lo desconocido, pasajes tan angostos que parecían la entrada al inframundo solo vigilados por el séquito de hamponcitos que deambulaban en los pareados tanteando a la gente metiendo mano a las muchachas apretadas en sus jeans sin bolsillos o los muchachos con las franelas y las zapatillas Nike, plato preferido de las hordas de ladrones rebuscando entre la multitud aquel distintivo blanco escandaloso, aquel blanco socarrón como ajeno a la pobreza, burlándose de aquella pista parchada con mojones de perro secos .

Fue allí en aquel histórico puente inaugurado a comienzos de la década pasada, cuando la guerra interna y la crisis económica se hallaba en su punto más crítico, cuando las detenciones era tan comunes y los desaparecidos incontables, que los miembros del partido pintaron aquél bodoque de concreto de rojo y colgaron media docena de perros muertos desde las barandas de la carretera superior. Los animales amanecieron allí, tiesos como muñecos con las fotos de distintos líderes políticos colgados de sus lomos encrespados. Aquella imagen quedó marcada en las miradas de los transeúntes asalariados que madrugaban para trepar a los microbuses detenidos en las vías laterales. La multitud anonadada desbordó las aceras y pronto el tráfico se atoró constipado por las decenas de cabezas paradas frente a los sacrificados aquella mañana de diciembre de 1992, una de las navidades más tristes que recordaba la ciudad, una navidad en la que la leche era un producto de lujo, el azúcar casi imposible. Aquella figura de los animales quedó impregnada en el imaginario colectivo de Santa Ana, las innumerables fotos publicadas en los diarios y los videos en los medios de comunicación aportaron al mito, pronto el famoso puente de "la paz" (irónico nombre para aquellos tiempos) quedo rebautizado popularmente como "el puente de los perros muertos" nombre que con el paso de los años simplemente se abrevió a "El puente de los Perros".

Diana insistía que esa era la vía más rápida para ir al distrito de Surco. No hay de otra, chicos, tomaríamos uno de aquellos carros que van hasta Villa Maria, fácil nos pueden acercar allí, tendríamos que bajar en la avenida "Los Geranios ", una vez lleguemos pedimos que nos indiquen como llegar a la dirección que tienes, Jamie. Fred aún no parecía del todo convencido, miraba hacia las ramas de los árboles desprendiendo sus hojas ocasionalmente ante el frenesí de algunas palomas que se negaban a dormir y se montaban entre ellas. En el mejor de los casos así terminarás con Samuel hoy, le dijo el flaco haciendo un gesto grosero a lo que Diana estalló en carcajadas y le lanzó un sonoro lapo. James no pudo evitar ceder y aflojar la mueca de preocupación, aquella parecía la única ruta razonable, la otra opción era ir al centro y de ahí tomar un colectivo hasta el sur, una ruta que, a pesar de ser más segura, fácilmente les podría tomar el doble de tiempo, así que sin pensarlo más se puso de pie y ambos lo siguieron hasta la acera del frente, donde las cousters tapizadas de stickers se cerraban el paso en busca de pasajeros.

El vehículo avanzó apenas ellos subieron,  los tres se hallaban sentados en la parte trasera, la avenida Vallejo se desdibujaba con los orbes resplandecientes de la alameda rasgando fachadas y faros de autos cortando la calle entera, compitiendo con el conductor quien llegó al ovalo y giró con tal violencia que James vio Santa Ana entera por la ventanilla, el cielo pleno en unos segundos donde el aire le faltó y un breve momento de duda le estrujó el estómago ¿qué le iba decir, después de todo? Pero por primera vez estuvo seguro de que llegado el momento todo caería en su lugar, era refrescante aquella tranquilidad que lo centró nuevamente en el micro bus acelerando a toda velocidad por la avenida Mariátegui y Diana aferrada al brazo de Fred. Este webón está haciendo carrera, le dijo la muchacha evitando mirar hacia el conductor. El cobrador anunció la parada, Fred dejó caer tres monedas sobre su mano y saltaron hacia la calle llena de carretillas de comida, gente caminando en ambas direcciones, todas las direcciones, gritando, en silencio. Una se podrá volteaba los anticuchos humeantes sobre la parrilla y ella los pintaba a manotazos con la pancakes del choclo como brocha, el menjunje ocre salpicaba sobre el negro quemado de la plancha, tienen que subir, les dijo, por arriba pasan los buses a Surco, bajan en la panamericana sur, díganle que el cobrador les avise porque todo es carretera, apenas se ven los árboles y algunos edificios, es fácil perderse. Ella volvió a voltear las brochetas y las personas se empujaban frente a su puesto, una anciana sentada a un lado sobre una banca de plástico les indicó que suban por la escalera del frente, por la de acá hay mucho 'pericote' vayan por allá que es más seguro.

Los tres saltaron raya a raya por el ecléctico cruce de cebra que se teórica hasta la acera de enfrente y luego se refractaba a la acera de al lado por donde se subía al puente. Ya eran las nueve y media y Diana se encontraba cada vez más nerviosa, no le gustaba para nada andar en aquel lugar tan tarde, era tentar a la suerte, más aún del solo imaginarse de la bofetada que le lanzaría su vieja cuando llegue a casa, ya hasta podía oír sus grito. Pero acompañar a James a ir a buscar a Samuel era importante, luego de todo lo que había aguantado aquellos dos últimos meses, realmente Jamie merecía a alguien tan buena gente como el gringo. Y es que era emocionante ver aquella expresión anonadada de aquel muchacho cuando James decía algo, cuando los veía juntos, él parecía no caber en su entusiasmo cuando hablaba de Jamie "Sí, desde que lo escuché por primera vez me pareció brillante, él hablaba y yo estaba preocupado de parecer un idiota, solo decía sí, sí... cojudo me quedé" se carcajeaba el gringo mientras les sacaba una sonrisa a ellos  en casa de Canchita. Franco nunca había sido así con ella, él nunca hubiera sido así, jamás se hubiera expresado así  frente a sus amigos, ¡Y ellos eran dos chicos! Vaya que Samuel sí tenía bolas para no intimidarse por el qué dirán, tal vez aquello fue lo más enternecedor de aquella vez en la que al muchacho ya comenzaba a enredársele la lengua e incluso Diego, luego de su inicial mueca de desagrado, terminó por sonreír  ante la sinceridad descarnada del semialcoholizado enamorado.

Arriba del puente había mucho menos gente que en la parte inferior donde las cabezas comenzaban a ralear, James inhaló el aire frío y viento le dio contra la cara, frente a él se veía el cauce del río y cruzando el distrito de Lurigancho con sus pequeños comercios bordeando el malecón. Las cousters corrían sin parar en el puente, pasaban raudas frente a ellos apenas dándoles tiempo de levantar las manos.

 A esta hora ya no paran estos pendejos, se van de un solo tiro hasta el cono Este, dijo una señora  tras ellos mientras se apeaba a su bolso beige , los tres se miraron sin saber qué hacer, James se llevó las manos al bolsillo apretando el celular con los dedos mojados de sudor. Ya iban más de diez minutos que el los micros no paraban, o si lo hacían, eran los que iban hacia atrás rutas. La sombra de la duda comenzó a carcome lo poco a poco, Fred seguía haciendo sus payasadas y Diana lo miraba algo preocupada también. No te preocupes, Jamie, a esta hora el carro vuela. Ya verás que llegamos al toque; total, esa dirección no se ve difícil de seguir, imagínate que la tal Mafer viviese en el cerro ¿te imaginas? Mafer Silva de la zona alta de Santa Ana. James sonrió imaginándose la grotesca imagen, toda una princesa de la pobreza, soberana de la barriada, socialité entre los drogadictos del parque principal. Fred divisó el bus a lo lejos y levantó la mano una vez más para que este se detuviese, de nada sirvió el escándalo que montaron junto con la señora del bolso beige, el vehículo se pasó de largo a lo que Fred se jaló de los pelos ¡Hijodeputaaa!

Nuevamente a esperar diez, veinte minutos hasta que  las demás personas que esperaban con ellos fueron disminuyendo, Fred sentía el pavimento remecer tras el paso de los camiones bajo ellos, siguió la ruta de la carretera hacia el centro y allí, donde la pista se desdibujaba mezclándose con el cielo pardo y las luces amarillas de los edificios, el cerro San Cristóbal se levantaba caprichosamente con su silueta definida de cara a la noche, en la cima la cruz parecía marcar el punto de llegada de una peregrinación imaginada, ellos tenían que ir en dirección contraria, a donde aquella cruz que parecía poder ver a todos lados, no los pudiera juzgar más, a donde su luz blanca no llegase a iluminar y su rigidez no los forzase a esconderse como ratas bajo las columnas de aquella mola de concreto armado.

Un patrullero se había detenido abajo de la escalera, Diana se asomó apoyándose en la baranda, un sujeto menudo intentó huir ágilmente saltando los autos como simples vallas cromadas, pero el sereno lo cogió del holgado polo rosado que se rasgó como papel y lo hizo caer de cara al cemento de la acera, dos serenos más se fueron contra él, la gente miraba y James en plan de no sé qué decir muchachos, no quiero cagarla esta vez... Y Fred que lo anima, pero ella no tenía palabras para darle valor, porque decirle que se abriera, que le dijera todo lo que temía era muy arriesgado, luego de Franco dudaba poder ser tan honesta con alguien más, se sentía herida, ella había logrado por él, le había dicho que había logrado por él, que la lastimaba, pero a Franco poco o nada le importaban sus confesiones, su desentendimiento (consciente o no) era el mismo, su irresponsabilidad igual de dolorosa.

¡Ahí viene otro! Gritó Fred, a lo que los tres se apresuraron a levantar las manos haciéndole señas para que pare, el vehículo parecía no tener intenciones de hacerlo. James sintió que el frío de sus manos le subía por los brazos, la frente fruncida, los cabellos se le crisparon y avanzando hacia la pista se paró con las manos extendidas en el camino de la couster, de frente a la cruz del San Cristóbal, de cara a la carretera interminable y haciendo equilibrio entre el el puente y el río la indecisión y el valor. La couster inmediatamente desaceleró hasta detenerse a unos metros de él. "¡¿Qué estás loco, muchacho?! ¿Qué tienes en la cabeza?" le dijo el chófer cuando uno a uno pagó el pasaje al subir apurados. James se avergonzó y solo negó con  la cabeza entregándole las monedas y recibiendo el boleto.

***

San Antonio, 1989

Al llegar a la casa su madre lo esperaba en la puerta, al verlos casi se cae bajando las gradas hacia la calle y luego de abrazarlos y palpar le la cara a Jesús y Helena, le lanzó una sonora bofetada a Oscar quien sin decir más bajó la cabeza como un muchacho pequeño. Miguel se quedó en silencio mientras Doña Soledad no dejaba de gritar reclamando por la irresponsabilidad de los tres, por la poca consideración que tenían al dejarla sola allí y lo estúpidos que eran al pensar que harían algo yendo al campamento de los rojos. Miguel se hallaba sorprendido al ver como los tres inmediatamente se reducían ante la irritada señora que los repasaba uno a uno con su furiosa mirada, Juancho le hizo una seña con la mano, como previniéndolo que no dijese nada, este retrocedió unos pasos, como dando campo a que los tres fuesen ejecutados ahí, a  punta de carajeadas, Miguel hizo lo mismo.

Una vez Juancho se retiró a su casa y todos se fueron a acostar (o al menos se refugiaron en sus habitaciones) fue inevitable toparse de frente con el rostro fastidiado de Oscar. Por un momento pensó que había sido solo él quien se percató de su momentánea perturbación, pero ahora caía en cuenta de que  lo había comprendido todo. Oscar se acostó junto a él, buscándole la mirada, inquiriéndole alguna respuesta, alguna explicación, pero Miguel no tenía ninguna, se hallaba desnudo frente a él y no había más que pudiese decir porque él lo había comprendido todo. Aun así trató de articular una palabra, de decir algo, darle alguna razón o una excusa al menos, pero nada salió más que un suspiro desesperado y el llanto emergiendo como una verborrea, hundió la cabeza en su pecho y él lo abrazó, las manos alrededor de su cuerpo, el calor y la oscuridad  cubierta por la sabana de algodón que ardía en aquella madrugada sofocante.

Pasada la media noche Oscar no resistió más la inacción, la impotencia y frustración que en su pequeño cuarto parecían más evidentes. Se puso de pie con mucho cuidado de no despertar a Miguel quien había caído rendido ante el sueño una vez dejó de llorar en silencio, como quien sabe que su pena no tiene remedio. De la misma forma descorrió el pestillo de la puerta y bajó a la cocina en busca de algo de beber, allí estaban Helena y su madre sentadas en la sala. Ambas parecían estar allí sumidas en un aletargamiento, con los rostros tiesos, las manos grácilmente apoyadas sobre el regazo y la noche afuera, ruidosa con el crujir de los insectos y el canto de las lechuzas. Perdón por haberme ido así, madre, los puse en peligro a todos, perdón por haber venido, por seguir exponiéndolos. Doña Soledad no volteó siquiera a verlo. Helena permanecía en silencio y Oscar dejó el vaso de agua sobre la mesa apoyando ambas manos allí, como buscando soporte. ¿Lo quieres mucho, verdad? Habló al fin, él levantó la cabeza intentando formular una réplica igual de directa a aquella pregunta, pero ella continuó. ¿Es terruco? Oscar negó inmediatamente con la cabeza, no, ma', no lo es, todo lo contrario, fuimos agredidos por el partido en la capital. Pero ella no parecía del todo convencida ¿cómo había logrado traerlos de vuelta, entonces? ¿Cómo es que a ellos los habían retenido y maniatado, mientras a él le habían convidado pisco y todo? ¿Quién era realmente aquel muchacho? Pero ni Oscar mismo sabía explicarse, solo le aseguró que apenas encuentren a su padre se irían de la casa.

Mauricio empezó a llorar en el piso superior y Helena se fue a atenderlo, él aprovechó en sentarse en uno de los muebles, tumbarse al menos allí, donde el viento se colaba entre las rendijas de la ventana y el calor desesperante no le comprimía más los nervios, incluso los hilos que se entretejían en el mueble le fastidiaba al tacto, tenían aquella tibieza o del cual había huido y que el agua apenas lograba calmar. No te culpo de nada, le dijo su madre, no quiero que te vayas... Pero si crees que es lo más seguro tampoco te detendré. Oscar asintió llevándose el vaso de agua a los labios, tomó un trago largo, recorrió la sala entera con los ojos, capturando cada recodo, cada esquina de aquella sala tan conocida, pero ahora tan ajena. Yo siento que lo amo, mamá, y estoy seguro que él también a mí. Ella, una vez más, permaneció en silencio.

La madrugada fue larga como ninguna, la luz en la estancia poco a poco se fue consolidando hasta tener la certeza ambos de que había amanecido, para cuando  ya se encontraban sorbiendo el café caliente de sus tasas, afuera ya los pájaros cantaban de forma escandalosa. Helena seguía en el cuarto de Mauricio y entre los recuerdos de su madre y los suyos dieron las siete y cuarto, Oscar lo tenía clarísimo, apenas había visto las manijas del reloj cuando la puerta sonó y su madre corrió a ver quién era. Afuera estaba su padre junto a Juancho, quien a duras penas lo ayudaba a mantenerse en pie, el señor Coqui, sin embargo, no había corrido la misma suerte.

Eran cerca de las seis y media de la mañana cuando San Antonio comenzó a desperezarse y la gente salía a las calles por el pan o directo al campo o a la ciudad, prestos a la nueva jornada, apurados por la tardanza y retenidos por el desgano. Fue allí que los primeros transeúntes se dieron con ambos fardos lanzados en la esquina de las calles la Merced y Duarte, uno de ellos estaba sobre un espeso charco de sangre y pegado a la bolsa que lo cubría estaba escrito "traidor del pueblo".

Don Ramiro se encontraba furioso, pero sobre todo frustrado de su impotencia, las rondas vecinales no había podido hacer nada ante el avance terrorista, de nada servía tocar las campanas que habían instalado o soplar sus silbatos cuando ellos los callaban a punta de balas y golpes. Nada servía en contra de aquella marejada de violencia que inevitablemente parecía inundar su pueblo hasta aquél momento, ajeno a las tragedias del sur. Oscar y Helena le llevaron la comida a su cuarto, su madre permanecía todo el día con él, pero el viejo apenas quería hablar. Todo el día se la pasó en su habitación y ya a la noche solo salió cuando escucho el remecer de las detonaciones en los cerros cruzando la pampa.

 El ruido hacía eco en todo el valle, debía escucharse incluso en Piura y los demás pueblos colindantes, ellos se apresuraron hacia afuera, tras las cercas y lo campos vieron aquellas fugaces llamaradas prender los cerros, y era el estruendo seguido por un remesón en el pecho, los hijos de Jesús comenzaron a llorar y en San Antonio la comisaría alumbró con un reflector hacia las chacras inmóviles frente al espectáculo, la luz recorría el horizonte, cruzó como una estela sobre la casa, pero los cerros se hallaban muy alejados, en aquél momento la silueta de la huaca, resplandeció frente a ellos, era una antorcha guiando las detonaciones, sus muros resplandecían satinados ante el reflejo del fogueo imparable, se oyeron disparos desde San Antonio y a lo lejos se comenzó a dibujar una figura, era el símbolo del partido ardiendo en la ladera más baja de la cordillera apenas levantándose. Su padre simplemente se metió a la casa y no salió hasta el día siguiente, ellos se quedaron en la sala, durmiendo sobre los muebles y algunas frazadas extendidas sobre el suelo, una vez la oscuridad amainó y el eco de las salvas se detuvo, un silencio aterrador envolvió la casa, San Antonio y la misma ciudad de Piura. Todos sabía que algo estaba a punto de ocurrir, solo era cuestión de esperar. Él y Miguel partieron hacia a Piura esa misma mañana.                                              

Juancho los iba a llevar en la vieja camioneta hasta Piura y luego de allí tomarían un colectivo hacia Caleta la Cruz, que era donde su hermano de Miguel vivía. No habían tenido tiempo de avisarle y él se hallaba desconfiado de que Iván recibiese con los brazos abiertos a dos fugitivos. Aun así, más allá de la duda, la inseguridad, el desánimo de Miguel y su fastidio por la situación en general, aquella era la única opción viable de huida, más al norte no tenían a nadie, Ciudad de los Reyes estaba pronta a ser un invadida por las fuerzas subversivas (según se rumoreaba) y prácticamente la sierra entera se hallaba ocupada por el partido ¿esa era la única opción? Pasarse a las filas del PCP ante la ofensiva del estado, ante la casa de brujas en que se había convertido la lucha contra los terroristas.

Apenas habían tenido tiempo de hablar, Miguel se hallaba completamente desmoralizado, podía percibirlo cada vez que le esquivaba la mirada. Una vez las detonaciones en los cerros de detuvieron y el sol ascendió desde el rugoso horizonte, el movimiento en San Antonio se hizo más evidente. En medio de aquel clima extraño fue el sonido de la corneta de don Gregorio se escuchó camino arriba. "¡Están bajando los cachacos! ¡'Tan trayendo las tanquetas por carretera, vienen del sur! Una vez más, allí vino aquel sacudón que lo lanzó hacía las escaleras y al entrar a su cuarto tomó a Miguel por los hombros y lo sacudió levemente hasta que esté se despertó, como cayendo en cuenta de la situación que por algunas horas había olvidado. Tenemos que irnos, le dijo, los militares están viniendo a San Antonio. Él solo abrió los ojos y asintió mientras se levantaba de forma pesada a vestirse.

Ahora que ya había lanzado el morral sobre la parte trasera de la camioneta parecía no tener fuerzas ni para subir, él se encontraba a punto de ayudarlo pero inmediatamente Helena lo atajó despidiéndose con un abrazo. Cuídate mucho, siempre te voy a querer hermanito, pase lo que pase, le dijo al oído Oscar sintió estremecer el cuerpo una vez más, su madre se había acercado a decirle algo a Miguel, él solo asintió. Jesús le dio un apretón de manos seguido de un abrazo fuerte que casi le quitó el poco aire de los pulmones, su padre aún seguía durmiendo en la casa, vio hacia allí, a la ventana del segundo piso donde el sol ya reflejaba y la cortina brocada se veía apenas balanceándose. Su madre lo abrazó una vez más y le dio un beso en la frente, Juancito prendió el motor y la casa de sus padres se fue quedando atrás, cada vez más lejana, más irreal, parecían mentira las semanas que habían pasado con Miguel metidos en la chacra bañándose en el río, quedándose conversando por las noches hasta la madrugada. Él yacía acostado en el otro extremo, junto a un saco de retazos de tela y una jaula con algunas plumas prendidas en sus barrotes retorcidos. Tenía miedo por ambos, hasta ahora la lejanía los había mantenido a salvo, pero una vez que la guerra había movido su frente y la violencia les pisaba los talones, una vez más huyendo hacia un lugar incierto que tal vez no sería por mucho tiempo seguro. Era como si estuviesen tratando de escapar de un futuro cuya suerte ya estaba echada, esto lo fastidiaba aún más, carajo, nunca había creído en la predestinación, pero últimamente era difícil permanecer firme en todas sus convicciones.

Era la segunda vez que confiaba ciegamente en Miguel, la segunda vez que Miguel actuaba de forma rara, que se dejaba llevar, y, pese a su aparente culpa, no podía concebir que él hicieses algo sujeto por el miedo, como intentaba el mismo convencerse había pasado con las armas, o por la vanidad, como sólo tan solo ayer había ocurrido en el campamento de los guerrilleros. Pero más aún, le irritaba el hecho de que este nunca le dijera las cosas claras, era un misterio para él saber lo que pasaba por su cabeza, y, a pesar de ya poder identificar cuando era que se sentía incómodo, cuando tenía miedo o cuando reía de pura felicidad... Aún era incapaz de descifrar la causa de estas reacciones, se sentía andando a ciegas con él en un camino que se cerraba cada vez más a medida que avanzaban.

No vas a decir nada, le dijo sonando algo violento mientras miraba el paisaje pasar y el viento le llevaba el cabello hacia atrás. Miguel, una vez más, lo ignoró. Te estoy hablando, insistió, ¿no me escuchas? ¿Vas a estar así todo el camino? Siguió Oscar incorporándose lo más estable que podía mientras se sujetaba de uno de los tubos que unían el compartimiento de pasajeros con el de carga. Ya te oí y no, no tengo nada que decir, respondió él sin siquiera voltear a verlo. Esto fastidio aún más a Oscar quien sintiendo la frustración emanándole del cuerpo, pateó una de las jaulas de pollos apostadas a un lado, esta salió despedida dando contra el barandal y luego hacia la trocha, Miguel se incorporó y lo quedo observando extrañado, por un instante Oscar incluso pudo ver un atisbo de miedo en su mirada.

Es que no sé qué pensar, no sé qué pensar sobre todo esto, le dijo volviendo a sentarse contra la ventanilla del compartimiento de pasajeros. Miguel lo continúo escuchando en silencio. ¿Acaso apoyas a esos hijosdeputa? Dime, Migue, se sinceró, ¿Quieres unirte a ellos? Él negaba con la cabeza, pero Oscar no podía creerle —y entendía que este era un punto de no retorno — ¿Tony tiene que ver algo con esto?

Él una vez más desvío la mirada hacia las chacras tan extensas como daba la vista hasta que abruptamente eran comidas por los cerros. ¿Cómo puedes pensar algo así? Le dijo, pero Oscar sintió que ni él mismo se hallaba seguro de lo decía. ¿Por qué no le había contado lo de él antes, entonces? ¿Por qué no le había dicho que Antonio era del partido? Pero Miguel negó nuevamente diciéndole que quería protegerlo, que nada de eso venía al caso y hasta lo último quiso mantenerlo al margen. ¡Pero mira dónde estamos por eso! ¡Yo soy el más implicado en toda esta historia y ni siquiera sé si te involucraste con el PCP por miedo, convicción o simplemente porque aún sigues amando a Tony!

Miguel lo miró fijamente, aun intentando mantener la firmeza que lo hacía inescrutable, pero pronto Oscar se percató que está fachada comenzaba a fracturarse, las fisuras eran más visible en aquel rostro corrompido por el llanto contenido y una mueca lastimero, trató de esconderse y giró la vista hacia San Antonio que ahora sólo era un conjunto de casitas a lo lejos. Eres la última persona a la que quería implicar en esto, la última a la que pondría en peligro y aun así te he fallado tanto... Le dijo con un hilo de voz, Oscar no contesto nada.

***

Algún punto en la carretera sur, Ciudad de Los Reyes. 11:05 pm

Una vez ubicados en la parte trasera los tres se dejaron reposar contra los asientos de plástico, estiraron los pies cansados por la espera. James se llevó el cabello hacia un lado mirando la ventana donde  quedaban atrás  los gigantescos anuncios del puente de los perros, los edificios se reducirían dramáticamente y ahora abajo de la carretera solo veían modestas casas de techos planos, avenidas discretas apenas iluminadas y parques olvidados en medio del océano periférico, el microbús parecía volar sobre la ciudad y la voz de Diana en su oído lo adormecida más aún, pero James trataba de contestar a sus dudas. Sí, tenía apuntado donde debían bajar, sí, sí se ubicaba masomenos y no, no tenía la menor idea de que es lo que iban a hacer una vez se encontrasen con Samuel, tan lejos ni había llegado. Fred río restándole importancia. Se honesto, Jamie, fue lo único que le dijo mirando hacia el océano de luces bajo ellos y como poco a poco el vehículo descendía hundiéndose en aquel mar negro repleto de ojos incandescentes y monstruosas criaturas de ladrillo y con las columnas inacabadas saliendo de sus techos como el ralo pelambre de un gigante adormecido por la brisa marina y el frescor de los árboles cada vez más frondosos por aquella zona de Ciudad de los Reyes.

Fred sentía inacabada la pena por Manú, cada vez que sus amigos se quedaban en silencio era como si nuevamente aquel recuerdo de su cuerpo estremeciéndose ante él—sujetado por él —era irreal. Tal vez ahí radicaba lo especial de aquella escena. ¿Eso era consuelo de algo? No, para nada, porque sabía que al besarle y sentir aquel mismo estremecimiento toda aquella distancia que lo había embelesado por casi dos años había quedado destrozada, toda la frustración y el deseo, la pena contenida había acabado con el platonismo de aquél enamoramiento. Ahora sabía que el profe Manú se había estremecido cuando el lo besó, vio la desesperación en su mirada, el deseo contenido en sus labios levemente entornados... Y es que si tan solo tuviera unos dos años más, tal vez todo sería tan distinto, más simple. Él nunca le correspondería, pero ahora Fred estaba seguro que Manú también sentía atraído por él, estaba seguro de eso, aquella duda en su mirada no era en vano, todas aquellas tardes conversando, compartiendo recuerdos, hablando de libros o repasando los aburridísimos catálogos de la biblioteca, todo aquello no se podría olvidar tan sencillamente, era muy probable que no lo volviera a ver luego de la promoción, pero era más seguro el hecho de que Manú nunca lo olvidaría, no solo por el muchachito que lo ayudó con la investigación de su tesis, sino también por ser el único que le había robado un beso antes de graduarse.

 Fred sonrió y la couster se detuvo en un paradero desolado. Inmediatamente un sujeto subió, el chófer puso el microbús en marcha y el sujeto intentó seguir adelante a lo que el conductor le increpó por el pasaje. El tipo lo miró como intentando entender lo que le decía. El pasaje, animal, soltó el conductor perdiendo la paciencia. ¿Cómo dice? Le contestó al fin el hombre sacando un arma, el chofer palideció ante el fierro  empuñando en su mano como un ídolo sagrado, el centro de su poder ante las caras aterrada de los escasos pasajeros, la anciana sentada en la primera fila de asientos soltó un grito sujetando su bolso como un salvavidas, pegado a su cuerpo. Fred lo vio todo desde atrás.

¡Los celulares, carajo! ¡Apura vieja de mierda! Le espeto a la anciana quien inmediatamente le soltó la cartera con todas sus pertenencias, siguió avanzando. Fred miraba hacia todos los extremos del bus buscando una salida, tratando de agotar todas las posibilidades para salir del pase, bajar por la puerta posterior era imposible, aun se encontraban en plena carretera elevada, atravesando un oscuro barrio de casas modestas, enfrentarlo, estaba completamente descartado y el delincuente se encontraba demasiado cerca como para esconder el poco dinero que tenían en sus zapatos o su ropa interior. Justo ahora, pensaba, ahora que iban con el dinero ajustado a un distrito prácticamente desconocido a buscar al gringo en saber dónde...¡Cómo que no tienes nada, pendejo! Le dijo el sujeto a un hombre al cual lanzó un cachazo que lo dejó atontado frotándose la cabeza. Éste aprovechó para rebuscar su mochila y palpar le los bolsillos torpemente.

Diana se le prendió del brazo asustada y James lo veía como esperando a que dijese algo, cualquier cosa, al menos una señal en plan "perdimos, muchachos" pero Fred seguía intentando buscar alguna salida y el tipo al frente con el fierro anormalmente enorme en una mano y la otra sujetada de uno de los asientos. Él los miró casi despectivo con una mueca impaciente e inmediatamente se apresuró a arrancarles las mochilas rebuscar inútilmente en su contenido. Sólo había cuadernos y algunos lapiceros, los slams y la camisa pintarrajeada de Fred hecha un rollo. El muchacho miró al sujeto, no parecía tan mayor, tenía el rostro sudoroso y una de las cejas se hallaba cortada por lo que parecía una cicatriz. Los celulares—les dijo —a lo que Diana empezó a negar con la cabeza pero fue incapaz de oponerse y le entregó el teléfono, Fred hizo lo mismo y cuando James sacó el suyo vio su mano aferrarse al aparato y nuevamente al tipo impacientarse, parecía a punto de lanzarle un golpe a James, ambos hicieron contacto visual, estaba asustado, pero en un instante lo comprendió, no podía entregarle el celular, era la única forma de encontrar a Samuel. ¡Que me des el teléfono, carajo! Soltó el ladrón intentando arranchárselo, pero él se mantuvo firme y no dejó que lo tomara. Su codo se  alzó en un ademán que inmediatamente Fred reconoció como el impulso a un cachazo con la pistola. ¡Espera! ¡Espera! Le dijo levantando las manos, James se aferraba más fuerte  al aparato. ¿No podemos conservar esto?

El tipo frunció el ceño confundido. ¿Por? Le contestó, había bajado el arma. Fred miró a James y Diana algo dudoso, volvió a ver al ladrón, este se había sujetado del pasamano. Es que... Estamos yendo a buscar a alguien. Diana apretó más fuerte  su brazo. "Ya, ya y eso a mí que me importa" el bus seguía de largo por la carretera y los escasos pasajeros se habían volteado esperando que Fred hablara. Es que... Acá mi amigo; mira, ¿alguna vez la has cagado con alguien a quien quieres? ¿Todos lo hemos hecho, verdad? El ladrón se bamboleo al momento que el bus desaceleró, el conductor los veía por el espejo retrovisor. "Ya, sí, entonces van a buscar a una flaquita, grupo de pendejos" sí, sí, algo así le decía Fred algo más confiado, es de la zona sur... No nos cagues, primo, ya de por sí vamos a ir caminando a la casa de esta persona, mira estamos cruzando media ciudad... "No me florees tampoco, ¿Cómo es esta flaquita? ¿Vale la pena todo esto?" ahora miraba a James quien inmediatamente se puso nervioso, la anciana de adelante se había corrido al asiento del corredor para escuchar mejor.

Sí, ehmm, esta persona... no creo que vuelva a conocer a alguien así otra vez en mi vida. "Vaya que fuerte, mocoso, ¿qué vas a saber tú? ¿Cuántos años tienes, 15?" el ladrón ahora se había sentado con el arma aún en la mano y el rostro algo confundido. "A tu edad todos creen que conocen al amor de su vida, pero al final no es más que ganas de querer tirar"

No, es más que eso, es mucho más, ahora sí lo sé. James se avergonzó luego de percatarse que había levantado la voz, una pareja de amigas se miraron sonriendo y la anciana adelante lo apoyó "anda búscala" le dijo a lo que el ladrón la mandó a callar. "Anda a tu casa, luego la verás" pero James inmediatamente sintió que la seguridad de llegar hasta Samuel, ya en aquél punto era indudable.

No, no, es que tu no entiendes la historia completa —intervino nuevamente Fred—acá mi amigo realmente la ha jodido, se ha metido con alguien más y es tan sano que le ha terminado contando todo a esta persona. James se percató de la mirada de Diana, ella no sabía aún los motivos por los cuales Samuel estaba tan dolido con él, más aún, era ignorante de que aquella otra persona era Franco. Y ahora está persona en cuestión le ha llamado borrach... Muy pasada de copas desde una fiesta en una casa de una amiga, así que estamos yendo para que este webón le diga las cosas claras y evite que esta "persona" se tire a alguien más solo por despecho ¿no? James asintió. "Que pendejo" espetó alguien en los asientos delanteros.

¡No es así, estaba confundido! Se defendió James. No entendía lo que sentía por él, nunca le quise lastimar. "¿él? ¡Así que es un hombre!" una exhalación de sorpresa se dejó sentir en todo el bus, incluso el chófer volvió a desacelerar  para escuchar a James. "¡Qué horror!" se indignó la anciana adelante. "¡A callar, vieja!" volvió a silenciarla el delincuente.

James se hallaba avergonzado y se cubrió la boca con una mano, con la otra volvió a apartar el celular ante la perspectiva de que el ladrón se lance sobre él nuevamente. El tipo, sin embargo, se quedó pensativo en el asiento, se acomodó la mochila con lo que había hurtado de las demás personas y sin mirarlos habló. "Mi hermano también era así" Diana al fin soltó del brazo a Fred y se recompuso en el asiento. ¿Qué le pasó? Se aventuró a hablar Fred, "Nada, tiene una peluquería en Lurigancho, pero ya no nos hablamos"

¿Podemos quedarnos con el fono entonces? Habló al fin Diana. "Ya, está bueno, por cierto, a dónde dijeron que iban?"

Los tres se miraron entre ellos, tenemos que bajar en la avenida Los Geranios, respondió James. "Niño, ese es el paradero que viene, le dijo una mujer sentada  adelante de ellos. Los tres saltaron del asiento y conductor frenó el bus en seco, el ladrón salto como un animal sobre el pasadizo y salió a la carrera con la mochila llena de las pertenencias de los pasajeros, pero sin el celular de James, ellos bajaron tras él, sin saber dónde se encontraban parados en medio de aquella avenida angosta flanqueada por modernos edificios de concreto opaco y ventanas negras, torres de cristal y altas antenas de telefonía.

***

Piura, 1989

Al llegar a Piura la ciudad entera estaba intranquila, la gente se encontraba en sus balcones, ventanas y techos viendo hacia la carretera por donde las tanquetas se hallaban detenidas apuntando hacia la huaca y San Antonio, la plaza de armas estaba cerrada al igual que las calles aledañas. Frente a una pequeña tienda de abarrotes Juancho se despidió de ellos dándoles un fuerte apretón de manos y un par de palmadas. Tengan mucho cuidado, les dijo antes de encender la camioneta y aceleró de vuelta al pueblo. Ambos se vieron allí uno junto al otro y como por inercia entraron a la bodega, adentro habían dos sujetos sentados en bebiendo una cerveza y del otro lado un anciano intentaba escuchar inútilmente las noticias por la radio.

Oscar pidió una gaseosa y el anciano se levantó de la silla de plástico a alcanzársela. ¿Ya se enteró lo que está pasando en Yanamarka? Se están matando entre los rojos y el ejército, les dijo el acomodando la antena de la radio, dicen las voladas que los del PCP entrarán acá entre hoy y mañana, por ahí también escuche que ya tomaron Cuzco y Puno, ¡Dios mío! ¡Como a los milicos no se les ocurra bombardear  mi ciudad! Yo soy de Cuzco verá y  desde las semana pasada no puedo comunicarme con mi familia allá. Mi hijo en Ciudad de los Reyes dicen que allá no están mejor, los cortes de luz son cosa de todos los días y hay toque de queda desde la diez de la noche, persona que salen luego de esa hora es jugarse la vida, los cachacos disparan a quien sea. Oscar asentía bebiendo de la botella y cuando se la quiso alcanzar a Miguel se percató que este había salido.

Afuera el sol ya caía implacable de forma perpendicular sobre la calle vacía, Miguel se hallaba frente a un puesto de periódicos, los titularse eran casi idénticos, las fotos empapelando las laterales de la caseta se alteraban entre tomas de escenas de gente abrazada, llorando, de Yanamarka en ruinas, de Ciudad de los Reyes atestada de soldados en las calles y la probable victoria del PCP como un temor tácito plasmada en cada rostro temeroso. Él se acercó más y vio que observaba una pequeña nota en la esquina inferior de "El Correo", un rancio diario de ultraderecha del que siempre hacía burla por sus notas poco serias. Allí abajo, sin embargo, estaba la foto del padre de Miguel, inmediatamente reconoció aquella expresión adusta y fría.

Está muerto, le dijo, lo mataron en una emboscada en Ischullaqta. Dice que tiraron su cuerpo en la plaza central junto con  la delegación entera, el ejército los recuperó días después luego de arrasar con el poblado entero. Oscar no sabía cómo consolarlo, después lo que había hecho aquel hombre no podía hallar las palabras precisas para decirle que no lo sentía, pero que al fin y al cabo aun así seguía siendo su padre, algo de cariño debía quedar dentro de Miguel. Porque en lo que respecta a Oscar no tenía el mínimo de compasión por la muerte de aquel siniestro hombre. Vamos a buscar transporte a Caleta la Cruz, le dijo Miguel sin cambiar de semblante, Oscar fue tras él.

La calle desierta se extendía frente a ellos, la acera ardía irradiando el calor refractario del sol, parecía pegarse a las piernas como si tuviera consistencia. Él mandó a matarlo; a Tony, mi padre fue quien dio la orden que lo cazara durante la intervención a Willka. Oscar lo escuchaba viendo como su artificial indiferencia cedía ante la honestidad de su voz, dio un hondo suspiro que le hizo recobrar las fuerzas. Él mismo me lo dijo cuándo mandó a aquellos matones para que me llevaran, Tony me lo confirmó cuando dejó lar armas en el comedor. En un principio me había amenazado con hacerte daño, me había dicho que te podía acusar de soplón, pero llegado ese punto ya no sé si lo hice por miedo o por odio a mi padre y a todos aquellos salvajes ¿me entiendes? Cómo puedo condenar a los del PCP sí el ejército mismo no era ni mejor ni peor con sus sangrientas intervenciones y los desaparecidos que se contaban por docenas... Dejé que metieran las armas y no te voy a mentir, no fue del todo por presión.

Oscar asentía siguiéndolo, trataba de encajar todo en su cabeza, de buscar algo de coherencia en lo que Miguel le decía, pero no podía, el sentimiento de incomodidad, de miedo, de una incipiente traición lo lastimaban escuetamente, como anunciándose con anticipación. Ambos decidieron  tácitamente entrar a una juguería inesperadamente abierta, de las rejas blancas colgaba un cartel de madera pintarrajeado con tiza, adentro una mujer los atendió sin despegar la vista del minúsculo televisor arrimado sobre uno de las repisas, la señal era borrosa y a menudo se perdía bajo la interferencia. "Miles de personas escapan de puerto viejo ante el rumor de un probable desembarco de los insurrectos en el puerto..." Miguel movía el jugo aguado que la mujer le acaba a de traer, Oscar vio con desgano la rebanada de biscocho seco que tenía en frente y esperó a que Miguel prosiguiera, pero él parecía haber agotado lo que tenía que decir.

El silencio se asentó entre ambos y la transmisión del televisor se cortó definitivamente, de inmediato un estruendo sacudió el comercio entero, la mujer, quien se encontraba limpiando los vasos, se escondió debajo de lavadero y ambos saltaron de sus sillas mirando hacia al techo y la entrada, la calle estaba despejada, Oscar se asomó a ver si la mesera se hallaba bien cuando otro estruendo más los sacudió y las alarmas de los autos aparcados afuera se encendieron, eran cañonazos, las tanquetas habían disparado. Afuera la gente se asomaba pos sus ventanas, los marcos de estas se abrían de par en par cortando con el chirrido de sus goznes el eventual silencio que hacía de interludio a los disparos a lo lejos, ambos corrieron hacia la larga calle donde Juancho los había dejado temprano, desde allí se podía ver la carretera donde las tanquetas se hallaban apostadas. La gente se empujaba para ver los estallidos materializarse en nubes de humo negro y cruzando la pampa, allá donde las siluetas de las casas en San Antonio se divisaban apenas, los disparos hacían eco entre las calles, personas diminutas corrían hacia el arenal y tumbados en los techos escucharon estallidos en el pueblo elevarse en forma de incendios.

El conflicto duró cercado de media hora, luego la situación nuevamente pareció calmarse. Oscar por un instante tuvo el impulso de volver a San Antonio por su familia, pero sabía que si las cosas se ponían más peligrosas irían al pueblo del tío Félix, un par de horas arriba en la cordillera. Mientras ellos se hallaban varados buscando transporte hacia Caleta la Cruz. Fueron hacia la plaza donde habían estacionado dos minivans. No joven, hoy no va a salir nadie, ¿no ve cómo está la situación? Le había dicho un hombre de rostro bronceado y shorts deportivos desgastados, vaya hacia la calle Sucre, ahí fijo debe haber algún colectivo o taxi que le quiera hacer la carrera. Pero allí ninguno de los conductores se arriesgó a salir, temerosos de que apenas emprendieran en dirección al sur, el conflicto vuelva a estallar y ya no puedan regresar a ver a sus familias.

Ambos terminaron sentados exhaustos bajo la sombra de un algarrobo en una pequeña plazoleta cerca del centro del pueblo. No había forma de salir, nadie se arriesgaría a dejar la ciudad con el ambiente volátil que se respiraba en cada esquina, en cada restaurant. El mercado era un atolladero de gente comentando los últimos rumores de lo que pasaba e los pueblos aledaños—San Antonio incluido —en los que decían que los subversivos habían tomado comisarías y ayuntamientos, escuelas y hasta barrios enteros en el que distintos vecinos ayudaban a los partidarios escondiendo los en sus casa, otros simplemente habían encerrado y esperaban a que el enfrentamiento terminase, otro tanto (según cuentan) dicen que los rojos están amenazando a las personas, las reducen y se meten a la fuerza a sus casas. ¿Y ustedes de dónde son? Le pregunto la muchacha que atendía en el puesto de comida. Oscar se apresuró a contestarle reavivado su casi extinto acento que venía de San Antonio, ella asintió cambiando de semblante. Espero que su familia esté bien, señor. Yo igual, le respondió él a lo que luego de sonreír a la muchacha a modo de agradecimiento, esta se retiró. Es mejor no llamar la atención, le dijo Oscar casi susurrando, mejor que nadie sepa que venimos de la capital.

Por la tarde se filtró la información de que la situación había sido controlada, los soldados entraron apilados en los porta tropas a San Antonio, San Luis y Tallan. La gente seguía atenta a la radio y televisor, se veían grupos de vecinos conversando en las esquinas, organizándose para cuando lo peor pase, incluso los niños se hallaban cohibido conversando en grupo, sentados sobre las aceras simplemente esperando a que sus padres terminen de hablar con él comité vecinal o que sus hermanos mayores los lleva en a casa. Era inútil, sin embargo. Aquel día ya no saldría ningún transporte y la posibilidad de que en los días subsecuentes saliera algún bus o auto era casi nula.

***

Surco, Ciudad de los Reyes. 11:16 pm.

Calle abajo los tres seguían rumbo por la avenida silenciosa, demasiado para el gusto de Diana quien se iba quejando del frío y la humedad de aquella zona de la ciudad. Fred veía hacia los edificios de apartamentos iluminados, los carteles de restaurantes con sus fachadas minimalistas, simplonas y los dos únicos sujetos paseando a sus perros en la berma central donde un pequeño jardín separaba los dos sentidos de la pista lisa como una plancha negra reluciente al cielo nocturno despejado.

James ya había intentado marcar y el gringo nada de contestar, la casa debía encontrarse varias cuadras hacia abajo —como le había dicho Malena —y Samuel no daba señales, nuevamente intentaba marcar y veía sus dedos temblorosos, podía sentir aquel frío en las manos, aquella misma incertidumbre zarandeándose en el vientre. Intenta llamar a su casa de nuevo, fijo debe haberle dicho algo a sus padres ¿no? No nos dijo esa vez en el cementerio que su mamá era supercontroladora. No, qué vergüenza llamar de nuevo, cómo voy a hacerlo. Diana no dijo nada más y se cruzó de brazos tiritando.

Como podía hacer eso, cuando la sola perspectiva de hablar con  Malena de nuevo lo ponía ansioso, ahora hablar con su madre era impensable. Le marcaría a Samuel otra vez, pero el aparato sonaba y sonaba y él nada de contestar al otro lado de la línea, vacío en aquella avenida mientras el viento parecía empujarlos hacia atrás y no permitirles avanzar. Debían ser casi las once y los buses dejarían de pasar en tres cuartos de hora, Diana y Fred parecían animarlo con sus rostros comprensivos, pero  no dejaba de pensar que todo aquello era un sinsentido. No, hay que quedarnos aquí, mejor vamos a regresar, aún llegamos a coger algún bus hacia el Puente de los perros si volvemos ahora, chicos...

Fred lo atajó inmediatamente y Diana frunció el ceño arrugado la nariz. ¿Realmente vas a acobardarte a estas alturas? ¿Hemos cruzado media ciudad para esto, James?—él no decía nada — estoy harta de que solo te escondas con aquél desentendimiento idiota, con las mismas justificaciones tontas. "no tiene sentido" "no estoy seguro" ya, no hay vuelta que darle, o va  ahora o sabes que nunca vas a volver a buscar a ese muchacho.

Pero Diana no entendía del todo, ella nos ajiaco la historia completa y le daba tanta rabia el no poder defenderse con eso, decirle el porqué de su duda que no era un cobarde... Ella lo seguía encarando y Fred a un lado en completo silencio. No, es que tú no sabes él por qué no estoy seguro de esto, no quiero lastimarlo, yo conozco mis flaquezas, pero cobarde no soy, cobarde no.

—El no haberme contado que estuviste con Franco fue cobarde, James. —le dijo ella con inesperada tranquilidad.

James no supo cómo reaccionar, sólo se quedó allí de pie frente a ella, retrocedió hacia la valla de un chalet y se apoyó contra el muro de ladrillo sobre el cual una enorme enredadera se desparramaba sin forma ¿Que me crees tan estúpida para como para no haberme dado cuenta? Estaba clarísimo, desde esa vez que intervino cuando te quisieron robar saliendo de la escuela, actuaba extraño, más cuando tu estabas, te veía distinto. En un principio pensé que no le caías bien, parecía lo más probable porque siempre que hablaba de ti parecía incomodarse. Pero luego cuando empezó a actuar cada vez más errático, malhumorado cuando estaba conmigo y cuando aparecías tú era como si se abstrajera en sí mismo, como si estuviese aterrado de algo. Luego con las fotos lo confirmé todo. ¿Cómo no me iba a percatar que era él? Era su corte, su espalda, sus piernas largas.

James trataba de excusarse, pero se le iban de las manos las palabras, las ideas, solo la vergüenza se hallaba tan tangible que la sentía al río vivo en su rostro. Fred intentó intervenir, pero ella inmediatamente lo mandó a callar. Lógicamente tu también lo sabías todo flacuchento alcahuete. ¿Sabes lo peor de todo? James, no voy a decir que no sentí rabia en un principio, ser rechazada así, él tipo no tuvo ninguna consideración, era terrible fingiendo, el desinterés se le notaba en cada gesto, cada vez que abría la boca... Pero dije, tal vez realmente se ha enamorado, debe querer mucho ha esa persona, debía ser algo más fuerte que lo que teníamos, y más aún al ser tu James—ella se acercó, su rostro se hallaba pálido, pero había dejado de temblar, él sintió que los ojos se le humedecían incontrolablemente —tu sobre las demás mo’stras del colegio, ella rio y Fred no terminaba de comprenderla, James, eres una de las mejores personas que he conocido en la escuela, eres mi mejor amigo, nunca hubiera dejado que un tipo nos separe. Pero no me dijiste nada, nada, ni lo intentaste, ni cruzó por la cabeza ¿y para qué todo esto? ¿Para qué? No dudo que lo tenías embobado, Jamie, Franco andaba como idiota, de hecho sigue poniendo esa cara de cojudo cuando te ve ¿de qué sirve? No tiene las bolas para estar a tu lado, no tiene los huevos para afrontar todos los problemas que cualquier persona tiene cuando quiere a alguien, no es porque ambos sean hombres Jamie, es porque él es un cobarde, y no merece tu duda, no merece toda aquella inseguridad.

James había comenzado a soltar las lágrimas limpiándoselas con la manga de la chompa de forma violenta, asentía, se pasaba la manga por el rostro, volvía a asentir, hasta que mirando hacia la acera, con los ojos  de Diana clavados sobre él. Perdón, le dijo, lo siento tanto, trató de decir ahogado por un espasmo y el pañuelo contra la nariz, tratando de no verse completamente ridículo moqueando frente a Diana quien a pesar de sus ojos rojos se mantenía firme en una expresión adusta. Y ahora tú está haciéndole lo mismo a este muchacho, James, actuando como un idiota por tus mismas inseguridades. Samuel no se merece eso, tú lo sabes, y tú tampoco te mereces a alguien que no lo de todo por ti. Él asintió y ella al fin lo abrazó dando un hondo suspiro, Fred a un lado sonrió viéndolos a ambos pasarse el mismo pañuelo sucio y luego de hacer una mueca de repulsión se unió al abrazo sujetándolos a ambos de las chompas.

La calle silenciosa vibró con el paso de un taxi y las hojas de la enredadera crujieron contra el muro de ladrillo barnizado. Vamos, intenta llamar a Samuel de nuevo, le dijo ella y James inmediatamente sacó el teléfono celular, nuevamente timbró al otro lado de la línea, su oreja fría contra el aparato le ardía en la espera de su voz, esperó, Diana y Fred lo vieron expectante, más aún cuando el tono se detuvo y al otro lado escuchó varias voces hablando, música, y crujir que lo hizo apartar brevemente el celular. ¿Aló? ¿Sí? Contestó la voz femenina, James se cohibió ante esto y trató de hablar, preguntó por él, pero la muchacha no parecía entender, espera, voy a salir, no lo oigo, le dijo desde el otro lado de la línea y sus amigos no entendían que pasaba, no comprendían pero él seguía tratando de entenderse con ella —ni tiempo de explicar — ¿Está Samuel ahí? Le decía, pero ella nada de entrar en razón ¿por qué llama acá a preguntar por Samuel? Le decía notablemente alcoholizada. Este es su celular, le contestó él irritado. ¡Ay, mierda! ¡Cierto! Estaba por aquí hace un rato, voy a buscarlo, le diré que te regrese la llamada. Nada, la llamada se cortó y James apretó el teléfono en la palma de su mano con tal intensidad que Fred pensó que se quebraría en cualquier instante. Mejor seguir avanzando, convino Diana. James avanzaba errático, Fred lo veía trastabillar de cuando en cuando, percibía su desesperación, su impaciencia y a caza "Faltan unas cuadras más" de Diana el parecía decir "apúrense, más rápido" con sus pies acelerando el paso, la gente pasaba y los quedaba mirando a los tres con las chompa del colegio, las mochilas y camisas pintarrajeadas con corrector blanco y los zapatos llenos de tierra, ya eran más de las once, de fijo, Fred quiso sacar su teléfono pero recordó que aquél sujeto del bus de se lo había llevado, sujetó la mochila con más fuerza. ¿Manú ya estaría en su casa? ¿Estaría pensando en lo que sucedió en la tarde? Debía de hallarse ya en su cama, tal vez repasaba lo que le había dicho, seguro se lamentará de la hora en la que me había dejado ayudarlo con la investigación, fácil renegaría de haberme dado confianza y aun así estoy seguro de que en él fondo él tampoco se arrepentía de nada, que a sabiendas de que había cometido un error, de que no había actuado de forma responsable, muy aparte de todo eso sabía que de todas forma lo hubiera hecho, y que lo haría así le den el chance de volver a aquella tarde en la que aquél párvulo muchacho llegó a la biblioteca nacional con toda la intención de declarársele, por más cursi que se oiga. Aún sentía su cuerpo entre sus manos, él en la punta de sus labios, apenas correspondiendo, pero dejándose llevar, al fin sintiendo su cadera junto a la suya, el uniforme nunca había parecido más incómodo. Su respiración hirviendo contra su rostro igual de caliente, al rojo vivo de cara a aquella mirada acusadora, pero aquella expresión confundida, anhelante y a la vez resignada. Ya no importaba hasta que punto eso era lo que quería ver, a aquellas alturas no podía estar tan cegado.

Diana les indicó que en la siguiente intersección con la avenida Yawarwayta deberían sobrar hacia la izquierda, luego la casa debía encontrarse solo a unas calles de distanciamiento, frente a un gran parque. James asintió viendo la hora aúna vez más, ella trató de tranquilizarlo palmeándole el hombro y él atrás los veía  ambos y pensó que al menos todo lo de Franco había servido para algo, por primera vez veía a Diana de forma distinta, lejos de la superficial muchacha con la que había compartido clase por casi tres años, ahora se mostraba como una persona tan madura que lo hacía sentir reducido a un mocoso nuevamente. Claro que mucho había cambiado aquél año, los tres habían cambiado aquél año, y comprendía que tal vez gran parte de la amistad yacía en acompañar aquel proceso.

 Fred nuevamente intentaba buscar su desparecido teléfono cuando de la avenida Yawarwayta emergió a toda velocidad un auto negro atravesando la berma central, el auto buscó frenar con las llantas chirriando de forma ensordecedora contra el pavimento negro, topó un poste de luz y este se ladeó junto a los cables de alta tensión. El auto seguía fuera de control cruzando la intersección de forma diagonal, invadió una vez más el jardín central de la avenida Los Geranios y a Fred a penas le dio tiempo de llevarse una mano al rostro cuando vio cómo se llevó a la silueta de una persona que buscaba cruzar la avenida, el hombre salió despedido por los aires dándose de lleno contra el pavimento mientras el vehículo terminó dando contra un muro en el cruce de las dos avenidas, una espesa columna de humo inmediatamente emergió como vomitado por el auto destrozado.

Inmediatamente los tres corrieron hacia allí con el resto de personas que habían sido testigos, al rededor del sujeto que había sido arrojado a la pista se formó un cúmulo de gente, al otro extremo otro tanto dudaba en acercarse al vehículo amenazando con prenderse en llamas, el humo negro era intolerable y James no quería ver a aquella persona tirada como un despojo allí, solo escuchaba los comentarios "¡está con las piernas destrozadas! ¡Llamen a la ambulancia! ¡No lo muevan! Diana y Fred se acercaron más, pero el sentía que no podría tolerar el ver aquella escena, unos metros más adelante, sin embargo un tipo pedía ayuda, un grupo de personas intentaban sacar al conductor, el humo negro seguía saliendo del auto como un flujo constante, casi líquido subiendo al cielo, James se acercó más viendo a aquellos hombres forcejear con la puerta, solo una parte del perfil del conductor era visible, su rostro ensangrentado estaba apoyado contra el asiento y su cabello parecía chamuscado por el humo entrando al vehículo. El celular comenzó a sonar nuevamente a medida que James avanzaba, las sirenas ya se oían subiendo la avenida a toda velocidad, los autos en la intersección tocaban sus cláxones y la gente no dejaba de gritar, no para nada de pedir ayuda o de grabar, James sentía el teléfono vibrar en su bolsillo y ente dos sujetos al fin lograron abrir la puerta, James se paró al borde del tumulto de gente al ver como sacaban al conductor inconsciente, era Samuel.

 

 

 

Notas finales:

Este es uno de los ultimos capítulos, luego subiré un epílogo para concluir la historia. Si llegaste hasta aquí gracias por leer!


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