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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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Notas del capitulo:

Y llegó el dia de la graducaión de los muchachos.

Ciudad de los Reyes, 27 de diciembre de 2007

La ceremonia, como todo acto protocolar fue aburridísima, media promoción ya se encontraba adormecida y Fred empezaba a cabecear a su costado, Diana que ocasionalmente lo golpeaba en la nuca desde atrás cada vez que veía que su cabeza descendía hasta casi tocar el respaldar de la silla siguiente, se encontraba sentada en la fila anterior a ellos. Él volteaba con el ceño fruncido y luego la dinámica se repetía, James sonreía ante las payasadas de sus amigos, pero al frente la mirada de Franco se cruzaba con la suya mientras ambos escuchaban el discurso del auxiliar Ronald. En aquel momento un espasmo lo hacía tiritar. Maldijo el hecho de que cuarto año estuviese siempre invitado a las promociones, no tenía sentido, lo vio nuevamente de reojo y su suerte parecía echada.

Al otro extremo el profesor Manuel iba de un lado a otro ultimando detalles para el brindis y la posterior clausura, caminaba aparentemente ansioso, llevaba puesto un traje azul y su cabello rojizo se encendió lustroso a la luz de la iluminación del patio, inmediatamente vio como los ojos de Fred lo siguieron, y este, percatándose de que era observado les sonrió, se acercó un poco al lado en el que ellos se encontraban y fugazmente le murmuró algo a Fred en el oído. Su amigo giró entonces, hacia él, con el rostro colorado y le dijo que quería verlos luego de la ceremonia en el salón. Diana se  inclinó hacia ellos y les preguntó qué es lo que le había dicho  Manu, ambos solo se encogieron de hombros y aplaudieron al cachaco, quien ya había terminado de hablar.

Así las copas se repartieron rápidamente, Oliver se bebió el contenido de un solo trago y Diana reía atrás de ellos junto a la Bomba que le comentaba sobre lo ajustado de los pantalones del profesor de educación física. Las copas se elevaron sincronizadas y la ceremonia llegaba a su fin, la mesa con los aperitivos y el pastel fue asaltado por una decena de muchachos que se peleaban por coger las alas de pollo y los bollos con crema. La música empezó a sonar y un par de faros de colores era lo único que animaba el espacio cercado por los toldos.

Fred lo miró, había llegado la hora de ir al salón, pero tenían que ser discretos, encontrar a dos alumnos solos con un profesor, por más querido que pudiera ser este, como lo era Manuel, podía prestarse a malinterpretaciones o habladurías. Así que ambos se pusieron de pie cuando La Bomba,  ataviada con una especie de diadema en la cabeza tomó de la mano a Fred y lo jaló hacia la pista de baile donde tres tímidas parejas comenzaban a bailar una salsa algo anticuada. El profe tendrá que esperar, pensó James.

Es así que tomó de la mano a Diana y sonriéndole la sacó a bailar, poco a poco la multitud sentada comenzó a disgregarse y la pista comenzaba a rebosar de parejas, a la izquierda en un giro una cabellera negra cruzó por el rabillo de su ojo, James sabía que era él, se acercaba cada vez más, siguiendo el ritmo de la música, la canción continuaba, Fred se lucía como siempre y Diana parecía también haberse percatado. Ambos inconscientemente a cada giro, a cada paso siguiendo el vaivén trataban alejarse pero él y su pareja parecían perseguirlos, parecían buscarlos incansables, ávidos por una inevitable confrontación que se veía aproximarse cada vez que los vuelos del vestido de aquella muchacha rozaban los tobillos de Diana y le hacían perder el compás a James, quien ya de por sí se encontraba descoordinado.

Fred y Esther parecieron percatarse y se aproximaron para impedirles el paso, pero ambos fueron retenidos por Ronald quien se les acercó  regañándolos por bailar demasiado cerca, "esto no es un discoteca, están en su escuela" logró escuchar James, y las parejas giraron otra vez, el encuentro se dio, sus ojos cruzaron y se estrellaron con la mirada de Diana que dubitativa pasaba de James a Franco y a su pareja, una muchacha de penúltimo año también cuyo nombre no lograba recordar. Diana le habló al oído, "creo que  mejor voy comer algo" a lo que James asintió aliviado y, pasando su brazo por el hombro de su amiga, fueron hacia la mesa llena de aperitivos.

Palpó el mantel blanco, vio la vajilla brillante y las botellas de champaña en el oro extremo. La música seguía corriendo y la mayoría ya se animaba a bailar bajo la estricta vigilancia del auxiliar y los profesores, algunos padres de familia también se encontraban  bailando, su abuela ya había entrado en ambiente y hablaba con un par de señoras en una mesa algo alejada, las tres parecían reír como colegialas coloradas por el vino. James no pudo evitar soltar una sonrisa, "tu abuela la está pasando genial" le dijo Diana a lo que él se llevó una empanada miniatura a la boca. "¿Has hablado con Samuel? ¿Cómo está?" James trató de pasar el bocado y se sentó. Físicamente bien, supongo, al menos es lo que me ha dicho su mamá, pero no quiere hablar conmigo, no quiere hablar con nadie, Malena dice que no sale de su cuarto, no le recibe la comida y se la pasa en su cama todo el día. "¿Ya, pero tú no has ido a verlo?" sí, sí, Malena me hizo subir pero no quiso ni abrir la puerta, luego de eso me dijo que estaba así desde que había vuelto del hospital. Según me dice han podido arreglar la situación con la familia del señor... (Diana hizo un gesto de desagrado) pero el hombre no va a volver a caminar, Diana y a pesar de que no lo puedan meter preso, por más de que hayan pagado para que no sea procesado... Es una vida... Ni yo mismo sé qué pensar. No te voy a negar que cuando subí las escaleras yo mismo no quería que nos abriese la puerta, estaba en el pasadizo con Malena y me sentía tan avergonzado de no querer verlo tampoco, soy una mierda, lo sé.

"¡Cómo! ¿De verdad te vas a echar para atrás en este momento? El tipo está destrozado, James." y yo lo sé, me duele también pero cómo puedo apoyarlo en algo en que ni yo creo, todo está tan mal y no quiero formar parte de eso, quiero que haga lo correcto. Diana lo quedó observando. El verlo que reaccione así, que no tome conciencia de lo que ha provocado me decepciona tanto y, no lo culpo, yo entiendo que es algo muy difícil, que debe asustar como mierda, pero de la misma forma es inevitable que no lo pueda ver igual, no es su culpa, soy yo el que creo que no he aprendido nada.

— ¿Qué quieres, que vaya preso? — le preguntó Diana de forma algo brusca. James negó con la cabeza enérgicamente, luego se quedó en silencio

—Sólo quiero que tome responsabilidad... No soporto la idea de no poderlo mirar a los ojos.

***

Al llegar al umbral, ambos se miraron extrañados mientras la luz del fluorescente les iluminó los rostros, adentro, Manú y Ronald conversaban en voz baja, es todo, pensó James, se acabó, y en tan sólo unos segundos analizaba las posibilidades de que lo pudieran expulsar a pesar de ya estar simbólicamente graduado. El profesor Manuel los vio y los llamó a que pasen, el rostro de Fred estaba igualmente sorprendido, ambos se sentaron en las dos carpetas más cercanas al escritorio donde Ronald estaba sentado y Manú se apoyaba ligeramente. El adusto auxiliar tenía los ojos rojos, la cara desencajada, Fred se extrañó aún más de esta expresión, completamente ajena al carácter de aquel sujeto. Miró a James una vez más, no comprendía.

Hace unos días tuve una plática con el auxiliar Ronald, muchachos, como saben, él es uno de los empleados del colegio más antiguos, ya lo sabe todo, lógicamente descubrió la ausencia del poemario, los documentos... Y de una botella de licor. Manú miró a Fred con un gesto de reproche. Pero bueno, Ronald al fin ha decidido ayudarme a cerrar el rompecabezas.

James y Fred seguían confundidos, ¿por qué alguien como él, después de haberles puesto tantas trabas les contaría la verdad? ¿Qué es lo que lo forzaba? Y más aún, ¿Qué tenía que ver con la desaparición de Miguel Ortega? Ronald los miraba, como escogiendo las palabras que usaría, esquivaba el contacto visual, hasta que por un momento pareció volver a tomar control de la situación, recordar que ambos eran sus estudiantes, que los conocía desde que apenas eran unos niños entrando a la secundaria, los vio ahí, ya graduados, al menos ya no los tendría en el colegio luego de contarles todo.

"Eran años muy violentos " fue lo primero que dijo, la frase pareció hacer eco en el salón vacío. Ambos abrieron los ojos sorprendidos.

—Yo no lo maté, mocosos idiotas. A pesar de todo siempre lo respeté, Miguel no solo era un profesor ejemplar, era buena persona, uno podía darse cuenta de eso casi de forma inmediata, sólo con mirarlo a los ojos. Era finales de febrero cuando me enteré que el coronel Raúl había fallecido en Yanamarka. La noticia me cayó pésimo, el coronel fue una figura ejemplar para mí, siempre fue correcto o al menos intentó hacer lo que juzgaba correcto, tuvo sus errores, no lo negaré, pero fue por gente como el que se ganó la guerra contra los subversivos... No fue fácil. Todo ese verano transcurrió accidentado, luego de que Miguel escapara con Oscar la escuela cerró definitivamente. La hermana María fue sacada de su puesto y el colegio quedó a cargo de la ugel. La transición pasó desapercibida, el año escolar ya había terminado y con el enfrentamiento de navidad y la captura del camarada Cesar, Sonia y el Profesor Eduardo, todo cambió relegado a un segundo plano, en algunas zonas la guerra ya estaba en las calles de la capital. Los periódicos lo informaron, pronto la ciudad entera se enteró al fin del adoctrinamiento del partido en los colegios, yo aún seguía teniendo mis dudas sobre la participación de Miguel en las actividades, pero a aquellas alturas ya se hallaba incriminado, además... No era normal, todo el suponía una contradicción para mí, sabía que era un educador intachable, definitivamente, pero su relación con Oscar y ahora el enredo con el partido, no podía confiar en nadie. Y sí, no lo voy a negar, su padre me pedía informes sobre él constantemente, luego me di cuenta que esa había sido la razón por la que me asignaron a este colegio en un primer lugar. Eran otros tiempos, quiero que entiendan eso desde un comienzo... No entendía como dos hombres podían quererse así, me perturbaba el ver como Oscar miraba a Miguel como un idiota cuando el cruzaba el jardín con su sonrisa ancha y sus ojos rebosantes de vida, grada a grada parecía acariciar cada flor con sus dedos cuando pasaba la mano sobre los arbustos. Yo los veía, lo veía todo en esta escuela para dar los informes al servicio de inteligencia, pero sobre todo al coronel, quien era el más interesado en saber los pasos de Miguel.

Y me sacaba de quicio —sí, también seré honesto con esto —me reventaba como un tipo que lo había tenido todo podía ser tan desagradecido con el coronel, tan irrespetuoso, hasta pena me daba el viejo cuando me hablaba con vergüenza de su hijo maricón. Yo solo hacía mi trabajo, nunca le toqué un pelo, ni a él ni a Oscar. Ahora todo mundo habla de los excesos del ejército durante esa época, pero nosotros no atacábamos sin un precedente, sin información clara de que el objetivo era del partido. Con Miguel no estaban las cosas claras, su viejo lo quiso asustar, pero creo que hasta cierto punto eso solo acrecentó la violencia con la que todo se desencadenó después.

¡Fue un verano de mierda el del 89! No el último de esa jodida época, pero sin duda el más violento. Los ataques del partido eran diarios, los atentados constantes, ya ni se podía dormir sin el rumor de las detonaciones en los cerros y las ráfagas de balas desde los cuarteles. Los muros amanecían pintarrajeados con consignas comunistas y nosotros los pintábamos para que a la noche siguiente vuelvan a ser profanados. Los operativos eran otra historia había días enteros donde uno no se detenía tan solo un instante, done andábamos a toda hora con la mano lista para sacar las armas, para lanzarnos al suelo y cubrirnos de los autos estallando, los paquetes explosivos.

Yo vi todos aquellos cuerpos, yo aún  tengo en mi recuerdo los gritos de los mutilados, los quejidos de las personas aplastadas por los muros de edificio dinamitados, los ecos de los centros de detención, resonando a dolor y desesperación —Ronald pareció cada vez más exaltado, James veía su rostro desfigurarse cada vez más— olían asqueroso, era como ir al mismo infierno. Allí fue donde me dijeron que habían llevado a Miguel cuando me enteré de su detención en las oficinas de la dirección antisubversiva. Era un cuartel cerca de Rioalto, casi parecía una casa de campo, pero detrás del bosquecillo que lo alejaba de la calle había tres pisos repartidos entre almacenes, celdas y cámaras de tortura. Por afuera, sin embargo, no parecía más que una de las residencias de campo tan comunes por esa zona.

«No sabía cómo había llegado allí, no recordaba bien las cosas, solo veía la carretera pasar oscura y los orbes de luces dejados atrás, agrupados en un enjambre inmenso de lo que parecía ser algún pueblo, nadie hablaba, todos nos encontrábamos tirados como despojos, acurrucados en nuestros propios cuerpos, el vehículo se movía de lado a lado mientras avanzaba a toda velocidad, no recordaba nada, nada, más que llegué a casa de mi hermano, estaba frente a la puerta y él le abrió, porque había sido él mismo, pero algo en su rostro se veía tan diferente, estaba corrompido por el odio, apenas me dirigió la palabra, atrás de él su esposa me miraba asustada y yo sin entender, no comprendía qué era lo que sucedía si hacía y luego aquellos dos sujetos en ropa de civil sujetándome de los brazos, ¡qué pasa! ¡Suéltenme, carajo! ¡Fabián haz algo! Le había dicho pero su hermano allí sin inmutarse ordenó que se lo llevasen y allí escucho las llantas del vehículo detenerse, forcejeó, era inútil "Terrorista de mierda, por tu culpa mataron  a mi papá" dijo con tal rabia en la mirada que no pude evitar sentir vergüenza por una acusación que ni siquiera entendía y así... ¿Qué había pasado, entonces? No recordaba nada, nada, nada y alguien se quejaba cerca de él, pero no veía más que los pueblos iluminados por sus farolillos y una explosión en alguna parte sumió en  penumbra uno de aquellos enjambres de luces, un cerro relampagueó y otro pueblo se sumió en la penumbra, no podía recordar y aquella persona seguía quejándose ¿habrá llegado Oscar al pueblo de sus tíos? ¿Se encontraría bien? ¿Había sido él a quien vio cuando se lo llevaron? Pero era imposible, él le dijo que subiría a la sierra, que necesitaba tiempo para pensar, pero era él, ahora lo veía más claro, no había duda, aquella mirada asustada la había visto con tanta frecuencia últimamente... Hacía frío, dónde se hallaban que se sentía tan helado, ¿seguía siendo verano, no?»

Ya no tenía nada que ver con  él, no debía de haber ido, estaba de más enredarme más con aquella historia, pero aun así no pude soportar la idea de no saber su paradero, de no constatar su estado. Confiaba en que hubiesen seguido el procedimiento regular, no había certeza de que él ocupase un cargo en el partido más que aquel libro cuyos poemas habían sido convertidos en canciones de protesta por los subversivos. Esperé que el apellido del Coronel pesase en algo, que hubiesen tenido algún consideración con él —verlo era cada vez más incómodo, Fred aparto la vista y dirigió está a Manú, quien se había cubierto la boca con una mano y se hallaba sentado sobre el escritorio —con esa idea intentaba dormir en las noches, solo aguanté dos semanas.

Eventualmente me dirigía a Los Pinos para recoger los informes que se almacenaban en aquella casa, los llevaba al ministerio del interior y allí se encargaban de filtrar y priorizar los detenidos que sería procesados y los que permanecerían en el infame centro de detención. Tenía un amigo que trabaja allí. Mariano era mi promoción de la escuela de cadetes, no me hizo ni una pregunta, ambos servimos bajo el mando del coronel en Wilka, nos teníamos plena confianza. Me quedó observando como constatando mi expresión, pero no me puso peros, vamos, me dijo, y cogió las llaves, su compañero de guardia se hallaba jugando un partido con otros muchachos que trabajaban allí, en la parte posterior de la casa habían puesto música "es santo de Raymundo" me dijo "apúrate con esta mierda que quiero y tomarme al menos un par de chelas".

Atravesamos un larguísimo pasillo blanco con puertas de caoba, luego puertas de metal, más abajo, se oía quejidos a ratos, olía a humedad y a heces. Descendimos un piso hasta el sótano, la misma luz blanca del fluorescente iluminaba los pasillos oblicuos. Mariano se detuvo frente a una de las puertas, sacó el manojo de llaves y la abrió, allí todo era penumbra, apenas oí las respiraciones dificultosas, me acerqué, como previniendo lo que iba a encontrar dentro, mi amigo encendió la linterna y en una esquina estaban la profesora Sonia, junto Miguel, con la cabeza de este tumbada sobre sus rodillas, se hallaba encogido, mucho más delgado, cubierto de tierra, sangre seca y suciedad, era un despojo sobre las piernas de Sonia, casi tan desmejorada como él, ella me planto los ojos antes rabiosos, ahora vacíos...

«Al bajar nos condujeron a todos a unos cuartos minúsculos igual de fríos que  el camión donde nos habían trasladado, no salía de mi asombro aquel lugar parecía el infierno, quejidos se arrastraban por los pasillos con un olor asqueroso, era repulsivo aquél hedor en contraste a lo acético de las paredes blancas, iluminación blanca, rostro blancos de miedo, a empujones nos lanzaron a uno de esos cuartos con tres almas más tumbadas sobre el suelo, uno de  ellos lloraba y yo sentí como  me lanzaron una patada que me estrelló contra el muro, este no era liso como el del corredor, parecía ser solo ladrillo expuesto, palpé la textura rugosa y poco a poco sentí que me desplomaba sobre el piso de concreto, la puerta se cerró y oscureció nuevamente. Se llevaron a uno, cerré los ojos, otro más, uno volvió y el otro que se fue nunca regresó, alguien más salió, otro entró, alguien gritaba y todos los demás en silencio... ¿Estaría bien Oscar? ¿Qué habrá pensado cuando vio que me llevaban, habría huido? Eso esperaba, en el mejor de lo casos ya se encontraría cruzando la frontera con  Ecuador en aquél momento, si es que ya no se encontraba en Colombia ¿cuánto tiempo había pasado? ¿Días, horas, una vida entera junto a Oscar? una vida inexistente, frustrada incluso antes de iniciar. Quiso llorar pero a aquellas alturas parecía hasta ridículo, el cuerpo entero le dolía, se palpo la sien y en vez de piel sintió carne viva, puso sus manos frente a sus ojos, pero no veía nada, se lo llevaron en una patrullas, eso recordaba, salieron a la carretera y luego negro, oscuridad, pero antes había habido sangre, antes hubo dolor, su cuerpo magullado era innegable, había sido en el traslado, en medio de la pampa (ojalá Oscar haya huido) ahí se había detenido la camioneta aquella en medio de la carretera y los cachacos de civil dale con el claxon. Las puertas se abrieron y las balas rajaron el parabrisas fragmentado la vista de la camioneta bloqueando la carretera desapareció, yo me había agachado en la parte trasera, fue a lo único que atiné. "¡salgan, carajo! " y otra ráfaga de disparos, cuestión de minutos en las que abrí el seguro y salté del vehículo a la pista ardiendo aún por el sol ya muerto, intente correr, pero los pies me fallaban y uno de los soldados me alcanzó, sentía apenas su mano en mi hombro y luego negro—una vez más — la emboscada seguía con el tronar de las balas, ya ni me fastidia el ruido seco de estas, luego silencio y me puse de pie una vez más, otra vez me derribaron, uno de ellos me empezó a patear en el estómago, yo me retorcía en el suelo —negro— desperté y más dolor, empujones y mentadas de madre, más detenidos y el constante  de los gritos y órdenes, las risas y burlas, más golpes y el llanto de una mujer que era arrastrada por un sujeto, oscuridad y sueño, el único escape, no toleré más mi cuerpo.»

Luego de aquel día no podía sacarme de la cabeza aquellos pasillos asquerosos con olor  a miseria, de aire ralo y luz sombría. Nada podía hacer, sin embargo, para interceder por Miguel o Sonia. Mariano me mantenía al tanto de los movimientos en Los pinos, me aseguraba que siempre lograba darles agua y algunas sobras de comida, pero poco era lo que él también podía hacer, sólo observar, mirar como día a día ambos se pudrían allí dentro, siendo arrancados de la oscuridad para los eventuales interrogatorios cuya finalidad había perdido toda consistencia y solo se remitía a simples sesiones de torturas de las que volvían cada vez más inertes, anonadados en una vida incinerada en desesperación. Yo lo sabía, lo había visto infinidad de veces, y aun así no podía hacer nada para detenerlo, me levantaba en la pensión del centro donde vivía y era un día nuevo hacía el camión que nos llevaba a Santa Ana, los operativos, las emboscadas, los atentados ¡explosión! Y el municipio dinamitado hasta sus cimientos, el puente sobre el Rimaq cayendo sobre las cargadas aguas del río de barro y deshechos, me veía impotente frente la vorágine de salvajismo que nos engullía todos.

Yanamarka había caído (nuevamente), el partido se había replegado en el interior, sin embargo parecían haber venido como un alud sobre la ciudad, parecía sacrificarse a modo de kamikazes lanzándose desde los cerros a la capital intranquila, ansiosa de la nueva detonación y los disparos que estallaban las esquinas como una celebración a la miseria y la muerte. Una tarde me volvieron a mandar a Los Pinos, el coronel Requejo me había encargado llevar unos paquetes a la oficina de inteligencia, las investigaciones sobre el paradero de la cúpula del partido, aún no entendía por qué no habían dado el golpe, cada vez la situación se hacía más insostenible y por momentos le daba la impresión que ninguno de los dos bandos terminaría ganando aquella guerra.

Al llegar Mariano no se encontraba de guardia, pero al mostrarle el pase que aún conservaba del ministerio, el oficial que cuidaba la planta baja no le supuso mayor obstáculo. Miguel se hallaba dormido, ardía en fiebre, Sonia le peinaba los cabellos hacia atrás con una nostalgia que daba la impresión de que se despedía del profesor, pero me negué  creerlo, me negué rotundamente a creer que se encontrase tan mal y se lo dije, debe ser solo una fiebre, una infección, voy a enviarles medicinas con Mariano, pero ella no dijo nada, seguía limpiándole la frente a Miguel, apartando sus cabellos húmedos hacia atrás, ella escupió hacia un lado, no hagas promesas que no vas a poder cumplir, me dijo. Pero yo me reafirmé y le prometí que buscaría su traslado, habría de ellos con el coronel Requejo, ya no tenía sentido el hecho de que los sigan teniendo allí... Quería asegurar que fuesen procesados y enviados a alguna cárcel, pero ella no me creyó nada, ni una sola palabra y tal vez fue la más prudente de los dos.

«Y así, sin darme cuenta, había sucumbido a un aparente sueño del cual me encontraba imposibilitado de despertar, ni siquiera los golpes, el dolor, la preocupación pudieron lograr que la conciencia vuelva a mi cabeza, me hallaba deshecho sobre las piernas de Sonia, no tenía lagrimas para llorar, no tenía alma, esta había sido ahogada. No tenía vida, no tenía cuerpo allí adentro, veinticuatro horas de oscuridad, solo salía a la luz para sufrir y que expongan mi cuerpo en carne viva, mis ojos vaciados, mis dientes rotos. Los primeros días veía gente quebrarse, gente desesperada, luego ya nadie más sufría, todos habíamos sido asesinados y aun así seguíamos respirando, nadie veía nada, nadie sentía nada, pero aun podíamos oír nuestras respiraciones entrecortadas. No había pasado una noche cuando me dejaron aquí que comprendí que nunca saldría, supongo que allí fue donde el miedo se acabó. Fui sacado de uno de aquellos cuartos de pisos sucios de despojos humanos, sangre y orines. Me llevaron entre dos sujetos vestidos de civiles hasta una sala donde la luz era demasiado blanca, apenas podía abrir los ojos, apenas podía levantar el rostro, la piel se me había tensado y sentía mis vellos erizados como espinas clavadas sobre mi carne. Tony estaba sentado frente a mí, el rostro entero morado, las manos y piernas amarradas a la silla, uno de sus parpados se hallaba caído a punto de desprenderse, soltó un espantoso gemido apenas me vio. No entendía del todo lo que sucedía, pero tenía una idea bastante clara de lo que pretendían, me sentaron en otra silla a un lado y comenzaron a agredirlo, le hacían preguntas, yo aún me encontraba muy débil, apenas tuve tiempo de intentar decir algo cuando uno de los hombres me golpeo en la espalda y me obligo a ponerme de rodillas, allí fue cuando me tomó del cabello y me hundió dentro de una tina, afuera tomé aire, nuevamente me hundió, afuera empecé a toser y apenas reconocí los sollozos de Tony cuando me hundieron la cabeza allí nuevamente, una y otra vez, lo golpeaban a él, le preguntaban por el paradero del presidente del partido, el solo me miraba impotente y a mí me sumergían, me pateaban en el estómago y me hundían la cabeza bajo el agua hasta que perdí el conocimiento. Esa fue la última vez que lo vi. Desperté en una habitación casi en completa penumbra, apenas un viso de luz atravesaba una minúscula ventana a modo de rendija, Sonia estaba allí junto a mí, no dijimos nada, ella me abrazo y yo apenas pude corresponder con el cuerpo aun adolorido, unas horas más tarde me volvieron a llevar a aquella sala, ahora me hallaba solo.»

Durante las semanas siguientes seguí el caso de Miguel desde cerca, envié un informe completo al Coronel Requejo, le comente que era hijo del coronel Ortega, le repliqué que pese a su cercanía con el camarada Cesar, él había sido usado como un simple instrumento para acceder al colegio, que no tenía mayor participación en las actividades subversivas y mucho menos en los atentados, que ni siquiera pertenencia al Partido y todo el mito en torno a su afinidad al PCP era producto de un libro tergiversado por un montón de mocosos revoltosos. Pero de nada servía tratar de interceder por él, era innegable que había colaborado con ellos, y en aquellos días en los que el servicio de inteligencia se encontraba recluyendo a cualquiera meramente relacionado con cualquier movimiento de izquierda, era prácticamente imposible que suelten, o que al menos manden a procesar a Miguel, estaba demasiado relacionado con el partido como para que expusieran su captura.

Mariano me decía que su salud empeoraba, que ni siquiera los antibióticos parecían hacerle efecto y que la fiebre ya no disminuía. Al menos ya no le estaban interrogando y parecía que dentro de poco desmontarían toda la base de los pinos, eso quería decir que el golpe se encontraba próximo, intentaría capturar a toda la cúpula del Partido. Yo seguía cumpliendo mis actividades en el ministerio, ya casi no me mandaban a las acciones en la calle, los atentados había cesado de un momento a otro y la ciudad entera parecía ansiosa por saber que sería lo siguiente, nade dormía con el temor de que luego de la calma volviese la borrasca más fuerte que antes.

Fue un viernes en la mañana que me desperté con una llamada del Coronel Requejo, me decía que había habido un explosión en el banco central, un enorme edificio republicano en pleno centro de la ciudad, eran cerca de las doce  y al salir a tomar el carro me di con la sorpresa de que aquel mismo día había sido convocada una enorme marcha contra las medidas económicas que el gobierno estaba tomando para afrontar la crisis, las calles estaban repletas de distintos gremios de trabajadores, estudiantes, agrupaciones vecinales y otros colectivos.

Al parecer el partido había vuelto a la ofensiva con aquel atentado. El lugar ya se hallaba cercado cuando llegué, la gente se abarrotaba en el cruce las avenidas y era casi imposible constatar el edifico chamuscado por el fuego e inundado por los bomberos ante la multitud protestando en las calles aledañas, la policía montada arremetió contra los manifestantes, estos desasistieron enlazando los brazos y las lacrimógenas comenzar a volar. Nos retiramos ante el alboroto, tendríamos que haber vuelto una vez la situación se hubiese calmado, pero cuando me encontraba en la camioneta recibí la llamada. El presidente del partido había sido capturado, y con él, toda la cúpula principal del PCP.

Era cuestión de horas para que todo el país se enterase, en aquellos momentos los terroristas debían estar siendo llevados a la carceleta del palacio de justicia para ser expuestos como el gran triunfo del estado sobre el extremismo genocida del cual él mismo también había participado, claro que por aquella época no pensaba eso, no fue hasta algunos años luego que todos los casos de abusos y excesos salieron a la luz, ahora, ¿nos considero culpables por eso? No, hicimos lo que tuvimos que hacer…

James vio el rostro ensombrecido de Ronald al decir eso, él agacho la mirada por respeto, pero por un instante no pudo evitar sentir algo de lastima por él. Realmente parecía que le dolía recordar todo eso y lo cierto es que no se le escuchaba del todo seguro ante lo que decía, él se recompuso trató de continuar con su narración.

En eso Mariano me llamó por la radio. Se notaba agitado, me dijo que habían convocado a todos los que prestaban servicio en Los pinos, el desmontaje del lugar había comenzado y por lo que había entendido no delegarían a los presos a Rioalto, no habría presos que delegar, limpiarían el lugar entero aquél mismo día. Me dijo que si quería sacar a Miguel de ahí tendría que ser en aquel momento, que podía ayudarme a entrar pero que no habría mucho tiempo, podían huir por la parte trasera de la casa, bajar por el rio y seguir la ruta hasta la carretera, todos estarían enfocados en desaparecer las celdas del sótano. En aquél momento me dispuse a bajar de la camioneta, pero Núñez, el oficial que conducía, me detuvo. Se te va a necesitar en  la oficina, me dijo, el Coronel fue bastante claro en eso, estas arriesgando el culo de mas, no entiendo bien que pendejada estas planeando hacer, pero te advierto, hoy es el día D, cualquier inconveniente con las acciones de hoy no dudaremos en soltar bala. No pude responderle nada, solo negué con la cabeza, ¿Qué estás  hablando huevón? Le contesté al fin sonriendo, él avanzó camino al ministerio.

No sabía cómo zafarme de la oficina, todo mundo parecía ir de un lado hacia el otro sabiendo exactamente lo que tenían que hacer pero yo estaba en el medio completamente anonadado por la perspectiva de ayudar a escapar a Miguel algunas horas más tarde ¿si quiera podría caminar? Mariano me había dicho hacía unos días que había tenido una mejora, pero no sabía si estaría lo suficientemente fuerte como para poder hacer el trayecto a pie. Ahora estaba Sonia, ella podría ayudarlo a traer a Miguel hasta la ciudad, pero no podía liberar a una terrorista despiadada como ella, había revisado su informe completo, no sólo se había dedicado a infiltrar al partido en todas las ramas de la ugel perteneciente a Santa Ana, sino además había participado en acciones armadas en Yanamarka y Cuzco. Por no mencionar que posiblemente, junto al camarada Cesar se encontraban ligados con el comité central del partido, ¿cómo podía ayudarla a escapar con todo aquel precedente? Además, dudaba que los ejecutasen, qué harían con tantos cuerpos ¿enterrarlos en el jardín? Era imposible, Mariano exageraba—para variar —aunque muy probablemente los mandarían a una base extraoficial, donde sin duda a  la larga, por el estado en el que se encontraba, Miguel sí hubiese muerto.

Ya iban a ser las dos cuando poniendo de excusa la hora del almuerzo prácticamente me escapé escondiéndome del coronel Requejo, quien se encontraba más malhumorado que de costumbre. Tome un taxi hasta mi casa y todo el camino el conductor venía hablándome de lo extraña que estaba la ciudad, como si la gente previniese que algo iba a pasar, parecía sentirse en el aire. Yo estaba ansioso, me moría de miedo de que todo se vaya al carajo, ser descubierto hubiera significado una acusación inmediata por complicidad y pertenencia al partido. Me hubieran juzgado con toda la gente que aquél día estaba a punto de ser derrotada frente a las cámaras con su líder encarcelado como la rata apestosa que era, huyendo de escondite en escondite por todo Ciudad de los Reyes. Finalmente llegué a mi casa cerca de la pensión donde el mismo Miguel solía vivir hasta que los del partido le hicieron una visita— ¿o fue la gente de su papá? No sé, ni yo me llegué a enterar bien—tome mis cosas, una maleta con lo necesario, tendría que esconderse en algún lugar seguro, tome algo de dinero, ¿debería quedarme con él? Todo ese tiempo no dejaba de rondarme la cabeza el por qué me preocupaba tanto por aquél tipo, pero tenía que hacer lo que sentía correcto, esto me tranquilizaba. Aun así, estaba arriesgando tanto, no estaba seguro si es lo que hubiese querido el coronel Raúl, pero aun hoy, no me arrepiento de nada de lo que hice ese día. Poco antes de salir escuché el alboroto en toda la pensión, una exclamación colectiva, un sobresalto que cruzó la calle y parecía remecer a la ciudad entera en aquel momento. Habían revelado la captura del presidente del partido.

Salí cómo pude y tome un taxi hasta Rioalto, de ahí tendría que tomar un colectivo hasta los pinos. El camino fue lento, más de lo habitual. Algunas personas habían salido a la calle a celebrar la captura del infame sujeto, había algunas caravanas con las banderas nacionales flameando orgullosas, banderas colgadas en las ventanas, techos y yo, metido ahí en un taxi camino a ayudar a escapar a un comunista homosexual. Me sentía ridículo, pero en el fondo no dudaba de nada de lo que hacía, solo seguí asintiendo a la charla desinteresada del conductor. Y era esperanzador ver a aquellas personas volcarse a las avenidas tan alegres, después de casi una década reprimidos por el miedo. Pero sólo los más ilusos celebraban, los más cautos sabrían que aquello solo era el comienzo de la gran purga, era el procedimiento, ahora que tenían al pez gordo debían ir por los alevines.

Camino a la entrada de la carretera el tráfico se intensificó y pronto el vehículo se vio atrapado en una fila interminable de automóviles destartalados, tan maltratados como la misma carretera. Mariano me había llamado al teléfono de la pensión antes de salir de mi casa, había insistido en que me apresurara, habían comenzado a trasladar algunos lotes de documentos, mientras que los registros de los presos que habían pasado por los pinos habían mandado a ser quemados en una enorme fogata que estaba creciendo cada vez más vigorosa en el patio trasero del terreno. Mariano le había dicho que por el rostro de sus superiores, el trabajo que seguiría luego de la quema de los registros no pintaba para nada bueno, temía lo peor y si no llegaba no podría hacer más. Sería imposible que entre, así que él le daría el alcance en el camino hacia el río junto a Miguel, de ahí ambos continuarían solos y él volvería a su puesto, todos estaban demasiado ocupados como para percatarse de un preso que ni siquiera tenía un cargo de relevancia en el Partido, a las siete en punto lo voy a llevar al límite de la propiedad, me das el encuentro allí,  había dicho. Pero debes apúrate, webón —agregó —nos tienen como  locos, sí o sí quieren terminar este trabajo para hoy y si llegas muy tarde no voy a poder hacer nada por tu amigo o lo mandan a la puna o al infierno, y entre las dos no sé cuál es peor.

 

«Llegó un punto en el que era consciente de mis desvaríos y aun así, prefería aferrarme a ellos a quedarme encerrado en aquella asquerosa celda que cada día parecía volverse más minúscula. El negro de las paredes casi perpetuamente en la penumbra me hacían sentir por momento —sobre todo en la noche—que dolor al fin me había abandonado al igual que mi cuerpo lacerado. La completa oscuridad era un bálsamo que ocultaba las llagas y hematomas. Sólo el frío era lo único que me mantenía cuerdo, Sonia me reiteraba que era imposible que sintiese tanto frío cuando ellos no paraban de sudar sofocados. Pero yo abrazaba mis piernas y me acurrucaba buscando calor desesperadamente, a veces apretándome demasiado fuerte y recordándome que aún me hallaba dentro de ese despojos de carne. Oía el movimiento en el piso superior desde hacía un par de días. Sonia también lo percibía, algo pasaba y pronto nos entraríamos, ya nos preparábamos para cuando el momento llegase y al fin aquél desesperante purgatorio nos libere de nuestras sucias celdas a la tierra fría, solitaria, pero tranquila al fin, los descampados aledaños nos esperaban (yo lo sabía) y el miedo se había quedado tan atrás que la perspectiva de al fin descansar no parecía tan aterradora. Estábamos cansados, llevábamos el peso de nuestras conciencias a las justas, como apenas logrando reconfortarnos cuando traían a alguien de los interrogaron los cuales—extrañamente también—ya habían cesado. Todo esto cruzaba por mí cabeza de forma tan fugaz, casi imperceptible. Me daba cuenta que me desplazaba de un lado a otro, estaba allí con Sonia tumbados a un rincón, pero también me hallaba en los jardines del colegio con Oscar, nos veía como al comienzo del año escolar, discutiendo bajo los árboles de mora, viendo su rostro irritado por mi antipatía hacia él, mis comentarios desesperantes —me divertía tanto ver su cara fastidiada, aquella mueca frustrada cuando se enojaba —y también me veía en el comedor con las madres de familia, con la hermana María ayudándonos a servir las raciones, recogiendo los tickets de los muchachos y siempre había uno que dejaba su ración, "come, come tu comida muchacho o te vas a quedar enano" le decía Oscar con tal seriedad que el niño empezaba a sudar viendo el plato a medio acabar. Frejol a frejol, a cada grano de arroz comía el pobre muchacho mareado por los vapores de la cocina que llegaban hasta las largas mesas donde los estudiantes se sentaban mirando resignados sus bandejas. En la UNCR era igual, aunque allí yo mismo era aquél muchacho y Antonio siempre me regañaba por dejar la comida que alguien más podría haber querido. Pero ya no tengo hambre, Tony, además está bien feo... Le decía con un deje engreído y él se fastidiaba más y me reprochaba lo poco responsable que era por haberle quitado la ración alguien que sí la necesitaba, claro que yo sí que necesitaba aquélla ración, era la única forma de pasar más tiempo con él, y Tony lo sabía, sólo por eso, una vez dejábamos el enorme comedor universitario abarrotado de gente, me tomaba de la cintura detrás de los muros de la facultad de Derecho, me pegaba contra uno de los murales pintarrajeados por toda la parte trasera del edificio y me llenaba la cara de besos, sobre todo en la frente, en los labios. Luego retrocedía un par de pasos y me quedaba observando detenidamente, yo sonreía divertido por su expresión, él se volvía a acercar a mí y me abrazaba fuertísimo. Ahora debía encontrarse muerto, definitivamente muerto, eso fue lo que le dijo Sonia cuando le comenté que solo lo había visto la primera vez que me interrogaron, que aquellos sujetos parecían disfrutar como se quebraba mientras me zambullían la cabeza en es tina de agua sucia, pero igual él no habló, no dijo nada, solo lloró y sus suspiros ahogados, sus quejidos de dolor los tengo en mi cabeza repitiéndose una y otra vez, porque. Me partía el alma ver que él se veía impotente frente a las vejaciones que aquellos sujetos me sometían. Fue por eso que no hice ni un gesto, una sola suplica o algún sollozo, no les di la satisfacción de que me viesen flaquear y a Tony, a él espero haberle dado la tranquilidad de no culparlo por nada, de saber que a pesar de todo lo que sucedió no iba a traicionarlo.»

Ya estaba oscureciendo y ver una vez más mi reloj de muñecas se me hacía hasta ridículo, ya sabía que eran las seis y diez, faltaban cincuenta minutos para que el encuentro con Mariano y Miguel, yo me hallaba, sin embargo, en el mismo lugar desde hacía media hora. El auto apenas había avanzado unos metros y una vez vi mi reloj para comprobar lo que, efectivamente, ya sabía, no aguanté más y luego de alcanzarle un par de billetes al conductor baje irritado el auto y comencé a caminar a través del tráfico con otro grupo de gente que había comenzado a hacer lo mismo. Maleta en mano, y con las carteras sujetada fuertemente la gente avanzaba presurosa oyendo las radios de los vehículos comentando la captura del líder del Partido. A los dos flancos de la carretera el mar de casas ya  calmo con sus cientos de farolillos encendidos hasta que los cerros cortaban las zonas urbanizadas abruptamente. El cielo se ennegrecía cada vez más y apenas podía calcular lo que me tomaría caminar hasta Rioalto y de ahí hasta la base de los pinos. Faltaban cuarenta minutos y empecé a trotar, cuando menos me percaté ya corría a toda velocidad por la vía de emergencia de la carretera, la gente me veía pasar extrañada mientras arrastraban los pies hasta sus casas. Ya veía a lo lejos los faros del penal y el centro del distrito suburbano a un lado, tras estos la cordillera ya comenzaba a cobrar magnitud y el coro de cláxones precediéndome fue también preludio de una gran detonación que hizo voltear el rostro a todos los que iban ahí en lenta procesión juntos a los autos. Uno a uno, los postes de alta tensión comenzaron a caer en una colina aledaña, las torres se ladeaban en una maraña de chispas rojizas, los cables se zarandeaban como culebras al rojo vivo y el mar de techos con faroles incandescentes se comenzó a apagar por grandes bloques uno a uno, los barrios al  borde de la carretera comenzaron a quedarse a oscuras. Sólo la vía quedó alumbrada en medio de que llamaron noche despejada, había dejado de correr, pero Rioalto ya se hallaba más cerca, aunque abruptamente sus casas y comercios también desaparecieron del horizonte engullidos por el apagón masivo.

Faltaban veinte minutos y ya me faltaban unas cuadras, comencé a correr nuevamente entre la gente mochila en mano, rostros exhaustos, otros salían de sus casa a por el pan, rostros entusiasmados esperanzados de que con la captura de los altos mandos del Partido la guerra terminase, yo seguía mi camino indiferente a algunas espontáneas caravanas cubiertos con la bandera nacional y con los polos de la selección de fútbol, las sonrisas estallaban tan extrañas para quienes solo habíamos escuchado llanto y mentadas de madre durante todo aquél verano maldito. Llegué al límite del último barrio de Rioalto y comencé a ascender por una calle de un solo carril que serpenteaba cerro arriba, los árboles frondosos hacían más oscuro el camino y la falta de iluminación proyectaba al cerro como una enorme pirámide negra torciéndose hacia la cumbre. Nuevamente un cerro estalló a lo lejos y desde ahí la detonación se veía como una bombarda reventando a los pies del coloso negro empinado hacia la ciudad. Otra gran porción de Ciudad de los Reyes quedó a oscuras y mi reloj marcaba diez para las siete.

***

Y entonces miró cómo cada vez su vista se opacaba más, James observaba el parque con sus bancas de loza y los árboles párvulos salpicados irregularmente, viendo juegos infantiles en cada arbusto, en cada esquina de un sardinel, de uno de los senderos. Ya no vendría allí nunca más. Y aquella sentencia no le causó la nostalgia que esperaba, miró con los ojos ardiéndole el alto farol del centro y pensó "no, jamás volveré acá", pero nada pasó, así que saltó la verja y entró al parque, pisó el césped descuidado, la tierra de las flores, pateó un árbol (el más grande) y por último cayó sentado y llenó sus puños de tierra tirándola al viento, nada.

Allí, recostado, trató de evocar toda su vida escolar, toda una maraña de complejos y fijaciones enroscándose año tras año, miraba el cielo nublado y quería llorar pero no podía, tan solo no se sacaba de la cabeza que aquel día había dejado de ser escolar, ¿y ahora que era? Era todo el peso de la 'madurez' cayendo encima y picando, picando, hasta que llegó un momento en que vio el portón del colegio de donde salían algunos conocidos y volteó la cara, no quería que lo vean.

Ahora, pensó, ahora que todo esto ha terminado, al fin, ¿qué sigue?, veía a Miguel Ortega y su imagen difuminada en  medio, un la luz larga creciente, como invadiendo la ya  de por sí vaga imagen que tenía de él en la cabeza pero aun así, lo sentía cada vez más tangible, más presente y se preguntaba como lo hizo, como sobrevivió casi treinta años, como vivió tanto como para escribir lo que escribió, como para sentir como sintió.

Y las manos, marcadas por las hojas del gras se pasaron en sus ojos mientras su pecho se encontraba ausente y su respiración entrecortada, ese tic en el pecho que tenía desde la mañana se fundía en un mismo sentir con su promoción entera que abandonaban la escuela por última vez como estudiantes, y el tiempo corría, corría, y seguía hasta que en la avenida se daban cuenta que ya habían envejecido un poco más y que tal vez Oliver ya no vuelva a hacer fiestas en su casa.

Todo era tan frágil, todo se mostraba ante él tan pasajero pero él no podía sentir nostalgia, solo su respiración trabajosa y aquél hormigueo en el pecho. Veía las flores abiertas hoy, brillantes aún en medio de la noche pero no puedo dejar de pensar en que mañana los pétalos tal vez estén regados en el césped, pisados por niños emocionados por las vacaciones, y aquella imagen se le hizo tan gloriosa.

A su cabeza volvió la escena de Miguel en sus últimos días, su cuerpo tal vez sintió un temblor, un empujón y de ahí solo la penumbra llevándose el rostro de Oscar, desfigurándolo ¿Qué habrá sido de él? ¿Habría logrado escapar? Ahora miró nuevamente el portón y parecía otro mundo, parecía tan alejado que alguien hubiera podido querer así en un lugar como aquel.

La brisa sopló haciendo que los pocos transeúntes se cerraran los abrigos con las manos, James agacho la cabeza. Acá estas, le dijo Fred, quien salió la reja del parque y fue a sentarse junto  a él. Pensé que ya te habías ido". James negó con la cabeza, su cabello le caía tieso sobre la frente y su rostro se veía desanimado, solo quería estar solo.

Fred se sentó junto a él y luego se acostó en el césped, genial; yo también, vamos a estar solos juntos.

—Voy a extrañar tus idioteces, no hay duda. —le contesto James acostándose junto a él. El cielo se había despejado, como siempre, solo un par de estrellas brillaban arriba, cada una aislada en aquel enorme filamento que se veía siempre estéril.

— ¿Te quedarías un año más si pudieras? —habló de pronto, Fred rio.

—Ni loco —le dijo, meneando la cabeza.

— ¿Ni por seguir viendo a Manuel? —la sonrisa se le borró del rostro, se quedó en silencio unos segundos, miró la escuela, la gente saliendo de a pocos de ella. No, respondió al fin, no lo haría.

—Sabes, a veces siento miedo de ver como las cosas se dan tan rápido. Hoy nos graduamos y no sé, no sé. Tengo temor de lo que pase saliendo de aquí, en la vida real, como dicen los profesores, "cuando se gradúen y conozcan la vida real". Fred escuchaba.

—No creo que sea tan distinto, vamos James, somos gays, bueno yo mitad gay, eso Denisse lo sabe (soltó una carcajada), y hemos sobrevivido toda la secundaria, dudo que algo sea más duro que eso. —James sonrió y se sentó, no, pero no te asusta, ni siquiera la posibilidad de que todo vaya mal y que de pronto te veas añorando esta época, digo, tú, yo, Diana, viendo películas  un viernes por la tarde o los partidos de fútbol luego de clases...—Fred negó con la cabeza.

—No soy tan buen jugador.

—Lo sé, vaya que lo sé. —Ambos ahora rieron.

—Pues, las cosas cambian, Jamie, no se puede evitar. —James asintió.

—Y tú, ¿te quedarías un año más? —le pregunto Fred, por primera vez, desde el relato de Ronald, Franco apareció en su mente, justo como lo vio aquel primer día de clases, con aquella expresión perdida de muchacho nuevo en medio de la formación, se sorprendió de no sentir nada más que la satisfacción de un buen recuerdo, de un momento casi perfecto en su fugacidad.

—No, tienes razón, las cosas cambian, y ya no volveremos a estar en último año otra vez. Dio un suspiro.  James perdió por un instante la noción del tiempo.

— ¿Quieres ir a comer algo? —dijo Fred.

—Sí, muero de hambre —contestó, ahora más calmado, se sacudió la tierra de los pantalones de vestir y se acomodó el cinturón, Fred hizo lo propio y se sacó la camisa de dentro de los pantalones; mejor, dijo, ambos saltaron la verja nuevamente, las plantas verde encendido se bambolearon con la brisa fría, la calle de nuevo estaba vacía, pero no lucía solitaria, de hecho había algo en las luces encendidas, el sonido de los buses, las marquesinas de los comercios en la avenida y las anécdotas que Fred le hacía recordar; algo que lo hacía sentir entusiasmado, plenamente feliz, James sonrió, no es que hubiera olvidado a Franco, a Samuel o a Miguel, pero algo en él de pronto lo había animado, dio un hondo respiro y la poca nostalgia que aún quedaba en dentro desapareció mezclada con el humo de los buses y la risa estruendosa de Fred. Estoy bien, pensó, todo estará bien.

Notas finales:

Buen fin de semana! :)


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