Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Hilo Rojo (KagaKuro) por Tesschan

[Reviews - 26]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Kuroko no Basket y sus personajes le pertenecen a Fujimaki Tadatoshi, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

 

 

Capítulo 19:

 Permitir

 

Amar es permitir que seas feliz, aun cuando tu camino sea diferente al mío.

Es un sentimiento desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde el corazón.

Por esto, el amor nunca será causa de sufrimiento.

(Antoine de Saint-Exupéry)

 

 

 

El acompasado tictac del rojo reloj de pared de su cuarto, roto de vez en cuanto por el incansable y veloz repiqueteo de los dedos de su padre sobre el teclado del ordenador portátil que se colaba por la puerta entreabierta, eran los únicos sonidos que se oían en el silencioso departamento desde hacía un rato.

Tendido de espaldas en su cama y mirando el blanco e inmaculado techo, Kagami intentaba con desesperación hallar una manera de poder poner fin a toda esa avalancha de dificultades que parecían haber aparecido en su camino repentinamente. A pesar de todos sus propósitos, de toda su determinación, sentía que por primera vez estaba en verdad atado de pies y manos a la voluntad de alguien más… Y lo odiaba.

 Hacía ya unas seis horas desde que su padre había aterrizado en Japón y era increíble la cantidad de cosas que parecían haber cambiado desde entonces. Era como si sus sueños con Kuroko estuviesen desplomándose lentamente frente a las dificultades, y todo el valor que él pensó tenía para enfrentarse a ello terminó quedando en nada. Ahora, refugiado en la soledad de su cuarto, usando este como trinchera para no tener que enfrentarse a su progenitor que trabajaba en el comedor, Kagami solo deseaba cerrar los ojos y esperar que todo aquello fuese solo una maldita pesadilla, un sueño horrible del que despertaría al cabo de unos cuantos minutos y que entonces descubriría con alivio que todo estaba bien, que seguía teniendo una oportunidad, que no tendría que romper el corazón de la persona que amaba.

Pero la realidad era muy distinta.

El suave sonido deslizante de una silla al moverse lo puso en alerta de inmediato. Pensó en levantarse a toda prisa y acabar de cerrar la puerta, pero los pesados pasos de su padre por el corredor central le advirtieron que no tendría tiempo. Soltando un par de maldiciones, cogió la revista deportiva que estuvo intentando leer horas antes para distraerse, y fingió estar enfrascado en ella, ignorando a propósito el saber que su padre acababa de detenerse frente a su puerta abierta y lo observaba con detenimiento.

—Serviré la comida, así que levántate y vístete —fueron las secas palabras que le dirigió este, utilizando aquel conocido tono que indicaba que aquello era una orden que no admitiría desobediencia y no una simple petición.

 Molesto como estaba, Kagami apretó los dientes con rabia para no soltar una tontería que sabía acabaría por costarle caro. Cuando su padre perdía la paciencia, las cosas podían ponerse muy feas. El corte en el interior de su mejilla era un claro recordatorio de ello.

—No tengo hambre. Prefiero no comer —le soltó; lo cual, y para su sorpresa, era cierto. A pesar de que el noventa por cierto del tiempo parecía que su estómago le exigiera ingerir grandes cantidades de alimentos para mantenerlo activo, en ese instante él se sentía incapaz de beber siquiera agua.

Su padre dejó escapar un pesado suspiro lleno de exasperación. Cuando aquel par de ojos rojizos tan parecidos a los suyos lo miraron, la muda advertencia que percibió en ellos, de que aquel hombre estaba a punto de enfadarse en serio, lo obligó a mantener la boca cerrada.

—No ha sido una pregunta, Taiga; solo venía a informarte. Estará listo en cinco minutos.

Un ataque de súbita rabia lo embargó en cuanto su progenitor se dio media vuelta y volvió a quedar a solas en su ordenado cuarto. Gruñendo en señal de protesta, Kagami se puso de pie y lanzó una mirada asesina al par de maletas a medio hacer sobre la amplia cama, cogiendo una camiseta azul marino y pasándosela por la cabeza de mala gana. La verdad era que sus pertenencias eran bastante escasas, principalmente algo de ropa y unos cuantos objetos personales. Había llegado a Japón con muy poco, casi lo imprescindible. Sospechaba que ahora, al momento de marcharse, se iría casi de la misma forma, incluso quizá con menos; sentía que mucho de lo que él en verdad era acabaría por aquedarse allí, en aquel país. En ese pedacito del mundo… junto a Kuroko.

Era descorazonador.

Nada más llegar a al comedor, encontró a su padre acabando de poner la comida en la mesa, la cual consistía en lo que él preparó aquella mañana y que este simplemente se limitó a calentar.

De mala gana corrió una de las sillas y se dejó caer sentado en ella. Kagami casi nunca utilizaba al comedor a menos que hubiese mucha gente en el departamento, como cuando iban los chicos del equipo a cenar o Alex y Himuro viajaban para verlo. Cuando Kuroko se quedaba a comer con él, siempre lo hacían en la sala… Y, tal vez por ese motivo, se dijo, el estarlo usando ellos dos a solas se le hacía tan raro, antinatural de cierta forma. Era tan evidente que ninguno de ellos deseaba estar allí…

Durante los primero cinco minutos comieron en completo silencio; su padre, sentado frente suyo e ingiriendo la comida sin prestarle mayor atención, enfrascado en la lectura de unos documentos del trabajo, y Kagami apenas probando bocado.

Al notar contra su muslo la leve vibración del móvil que produjo el mensaje entrante, se obligó a salir de su ensimismamiento, sumiéndose una vez más en la angustiosa desesperación. Estaba seguro de que sería otro mensaje de Kuroko. Llevaba recibiéndolos desde hacía un par de horas, cada uno de ellos pareciendo más ansioso que el anterior; pero él no le había devuelto ninguno. Kagami, en toda su cobardía, se sentía aun incapaz de enfrentar a su novio y decirle la triste verdad: que él no fue capaz de hacer nada contra la autoridad de su padre y este lo obligaría a marcharse de Japón al día siguiente.

El peso de aquella certeza le atenazó el pecho de manera dolorosa, cayendo como una piedra en su estómago y haciéndole difícil respirar. En menos de veinticuatro horas dejaría aquel país, se recordó. En menos de un día estaría de camino a América y ya no podría ver a Kuroko…

—No quiero irme.

Su padre, levantando con lentitud la vista de los documentos que estudiaba, le dirigió una mirada cargada de fría incredulidad. Sus ojos rojizos, ligeramente entornados tras las delgadas gafas metálicas que este ocupaba para trabajar, lo escudriñaron como si deseasen adentrarse en su cerebro y descubrir qué demonios tenía él allí.

Kagami tragó con fuerza, intentando relegar el miedo que sentía a algún lejano rincón donde no estorbara. Pero demonios, que difícil era.

—Pensé que ya había dejado claro que no me interesaba mucho tu opinión al respecto, Taiga. Tu madre y yo te dimos la oportunidad de hacer lo que querías aquí, apenas y te pusimos trabas; pero arruinaste las cosas —le dijo este con rotundidad. Él no pudo evitar estremecerse un poco ante la severidad de su expresión—. Es obligación de los padres enmendar los errores de los hijos.

—¿Y desde cuando querer a alguien es un error? ¿Por qué estar enamorado de alguien debe ser algo malo? —le preguntó. A pesar de que su intención no era decirle aquello, las palabras parecieron escapar de sus labios sin que pudiese detenerlas. Parecía tan desesperado, tan roto, tan falto de todo… que se odió. No obstante, durante un par de segundos la mirada que le dedicó su padre aquella vez pareció más llena de conmiseración que de enfado, aunque su severidad habitual volvió a asomar de inmediato.

—Taiga, no he decidido que regreses a América conmigo porque estés saliendo con un… chico —masculló este, molesto. Al notar la mirada de obvia incredulidad que él le lanzó, este inspiró profundo y, frunciendo los labios, se vio impulsado a reconocer la verdad—. Bueno, no solo porque estés saliendo con un chico, sino porque también está tu futuro en riesgo, ¿no lo puedes entender?

—¡A mí me gusta Japón! ¡Nací aquí, he pasado parte de mi vida aquí! ¡¿Por qué debo marcharme de un país que es mi hogar para ir a otro donde no soy más que un maldito extranjero?! —le preguntó indignado. Al percatarse que asía los palillos con demasiada fuerza a causa de la rabia, aflojó la mano un poco, temeroso de partirlos.

Oyó a su padre chasquear la lengua en señal de disgusto.

—¿En verdad no eres un extranjero aquí, en Japón, hijo? —le preguntó su padre, esta vez con más suavidad y sin la rotunda agresividad de minutos antes. Parecía en verdad deseoso de oír su respuesta.

Por supuesto que el primer impulso de Kagami fue decirle que no lo hacía, que para él aquel país era mucho más su hogar de lo que en algún momento lo había sido América; pero, sabía que estaría mintiendo.

 A pesar de llevar ya más de un año residiendo allí, Kagami seguía sintiéndose muchas veces como un total extraño, como si no encajara del todo. Por supuesto que existían un montón de cosas que le gustaban de Japón: su comida, lo ordenado y tranquilo que era, su gente más amable; además, era su país de nacimiento, por lo que sus raíces y la de toda su familia estaban en ese lugar. Pero, al mismo tiempo, no podía dejar de ansiar la libertad que aprendió a tener en América. Allí él podía ser quien deseara ser, sin las restricciones tradicionalistas ni moralistas que el país asiático le imponía. En América tendría oportunidades que en Japón no conseguiría ni en años, lo sabía; incluso él mismo le planteó a Kuroko, tiempo atrás, la posibilidad de que se marcharan a vivir allí cuando fueran un poco mayores para formar una vida juntos, sin tantos prejuicios, sin tener que esconderse. Para Kagami, Japón reflejaba su hogar de la infancia, sus preciados recuerdos infantiles y un lugar donde poder regresar si deseaba sentirse seguro; pero, siendo honesto, luego de crecer, nunca lo vio cómo su futuro. Hasta hacía cosa de un año atrás, él nunca creyó que desearía quedarse allí más del tiempo imprescindible.

Pero conoció a Kuroko… y eso lo cambió todo.

Armándose de valor, admitió de mala gana:

—Lo soy. —El brillo de triunfo que vio en los ojos de su progenitor le dolió un poco, pero no se amilanó por ello—. Pero, aun así, deseo quedarme. No solo por Kuroko y lo que él significa para mí, sino que también por mí.

 Kagami oyó como su padre inspiraba con fuerza, con ira contenida, de aquel modo que él conocía tan bien y que siempre presagiaba el inminente desastre. El ruido sordo de los palillos al golpear contra la acristalada mesa del comedor lo sobresaltó un poco, pero se contuvo de hacer algún comentario o comenzar a pedir disculpas. Por una vez en su vida, a pesar de todo el temor que el otro hombre le provocaba con sus arranques y de lo mal que aquello se sentía, iba a enfrentarlo.

No deseaba irse. No, no iba a irse, aunque eso despedazara su mundo y todo lo que tenía previsto para su futuro.

Acababa de abrir la boca para seguir explicándole a su padre los motivos por los que no podía dejar el país cuando este comenzó a hablar, cortándolo de improviso:

 —Vas a limitarte —le dijo con el tipo de seguridad aplastante que Kagami le había visto utilizar infinidad de veces en sus reuniones de trabajo—. Vas a arruinar tus oportunidades. En Japón jamás podrás jugar al baloncesto de manera profesional como soñabas, Taiga; y no tendrás las mismas posibilidades de estudio y trabajo que podrías obtener en América. ¿Sabes cuantos chicos de tu edad harían lo que fuese por tener tu oportunidad? ¿Por tener siquiera una de tus opciones? Eres afortunado, hijo. Mucho más que otros, así que toma el peso de lo que eso significa y recuerda lo mucho que trabajamos tu madre y yo para poder darte todas esas oportunidades que ahora quieres desperdiciar.

Aunque las certeras palabras de su padre dieron en el blanco, provocándole un inmenso arrepentimiento al hacerle recordar que durante casi toda su vida estos hicieron hasta lo imposible por darle un pasar cómodo y sin dificultades, durante un breve instante Kagami estuvo tentado de decirle que tal vez hubiese preferido que trabajasen un poco menos y se hubieran preocupado un poco más de estar con él mientras crecía. Fue un pensamiento egoísta, un resquicio del niño solitario y dolido que había sido en el pasado, pero ya no más, se dijo. Hacía tiempo atrás que Kagami acabó aceptando que la vida no siempre era perfecta y que las cosas ocurrían como debían suceder. Si sus padres y él se hubieran quedado viviendo en Japón en vez de marcharse a América, quizá jamás hubiera conocido el baloncesto; y, si no lo hubiese hecho, pensó Kagami, tal vez Kuroko y él jamás se habrían conocido.

 Hilo rojo. Destino, se recordó una vez más. Tal vez toda su vida hasta entonces había sido un conglomerado de sucesos y decisiones que solo existieron para llevarlo a ese lugar, a ese ahora, a su persona predestinada. Y no quería perderlo.

—Lo haré bien —murmuró apenas. Kagami tragó duro e inspiró profundo, sintiendo como a pesar de su esfuerzo el aire no lograba llenar del todo sus pulmones—. Lo haré bien. Me esforzaré más que hasta ahora. Lograré aquí lo que podría haber logrado en América —le aseguró—. Así que por favor, papá, no me obligues a marcharme.

El silencio de su padre le resultó ensordecedor y a pesar de que una parte de él deseaba mirarle para conocer la reacción de este ante su petición, el miedo infantil que todavía lo embargaba en su presencia lo obligó a mantener la rojiza cabeza gacha y concentrarse en la acristalada superficie de la mesa, desde donde podía ver la miserable expresión de angustia que le devolvía su reflejo.

—¡Joder, maldición! —El arrebato de su padre fue seguido por el estruendo de la silla al caer al piso cuando este se puso de pie con rabiosa fuerza. Kagami solo cerró los ojos preparándose para lo peor de la tormenta—. ¡Eres un idiota, Taiga! ¡Un idiota testarudo! —le espetó el otro hombre, molesto.

Tragándose a duras penas el miedo, en esa ocasión se obligó a mirarlo. Su padre se paseaba de un lado a otro en un corto trecho del comedor mientras la rabia contenida en él lo hacía parecer tan peligroso como un tigre enjaulado. Desde hacía un rato este ya no llevaba el traje azul oscuro semiformal que había utilizado para el viaje, siendo remplazado por un par de vaqueros azules y una camiseta de manga larga gris arremangada hasta los codos que, a pesar de ser un atuendo bastante informal, en él seguía pareciendo impresionante, pensó Kagami. El cabello rojizo de su padre lucía algo desordenado, de las veces que seguramente se pasó las manos en un intento de calmar su desesperación, mientras que los ojos, de un tono rojo más oscuro, parecían arder bajo el cristal de las gafas y el gesto ceñudo de su rostro. Él sabía sin miedo a equivocarse que su progenitor estaba haciendo enormes esfuerzo por no levantar la mano y darle un guantazo que le volviese la cara del revés.

 —Saqué eso de ti —le dijo con suavidad. La mirada de advertencia que este le lanzó en vez de asustarlo lo divirtió un poco, haciéndolo sentir más valiente—; o por lo menos, es lo que dice mamá.

Su padre gruñó por lo bajo.

—Solo lo dice cuando está molesta conmigo —masculló, pero aun así su expresión al decirle aquello pareció suavizarse un poco al recordar a la mujer con la que llevaba tanto tiempo casado—. Maldición… Ella no me perdonará si te permito quedarte a vivir aquí en Japón, ¿sabes? Para tu madre ha sido en verdad difícil el darte esta pequeña libertad, hijo. Si le digo que no vas a regresar al finalizar la escuela como le prometiste, me pedirá el divorcio.

Kagami estaba seguro de que su padre exageraba, por lo que se permitió sonreír levemente, ganándose una mirada de advertencia por parte de este. Era cierto que su madre tenía un carácter bastante difícil y enfadarla siempre era un enorme riesgo, algo con lo que tanto él como su progenitor tuvieron que aprender a lidiar y a evitar en lo posible durante toda su vida, pero Kagami también sabía con certeza que ella, a pesar de todo, nunca tomaría una decisión tan drástica, porque los amaba a ambos.

El pensar en su madre y lo que esta diría de su decisión, en lo mucho que de seguro sufriría, fue realmente lo que le hizo darse cuenta de la difícil elección que estaba haciendo, de lo mucho que debía dejar atrás por mantener algo que amaba.

 Pero todavía así, no podía arrepentirse, se recordó. No podía permitírselo.

—Kuroko... —comenzó a decir, sin embargo se detuvo a mitad de la frase al notar como la atención de su padre estaba por completo puesta en él y como el ceño de este parecía haberse fruncido un poco más al oír el nombre del otro chico. Aun así, no se amilanó y se dio ánimos para continuar—. Kuroko me recuerda un poco a mamá —le soltó, sintiéndose como un tonto por la forma tan rara en que aquello había sonado—. No es que se le parezca físicamente, no, nada de eso; pero… él suele hacerme notar mis errores. No teme regañarme y me obliga a percatarme de lo idiota que muchas veces soy —admitió, algo avergonzado—. Por el contrario, él es en verdad genial, ¿sabes, papá? Al verlo por primera vez nunca te lo imaginarías; sin embargo, mientras más lo vas conociendo, más vas dándote cuenta que…

—Taiga, entiendo el punto —lo interrumpió su padre. Él se calló de inmediato; el corazón latiéndole de forma furiosa en la garganta a causa del enorme esfuerzo que estaba haciendo por no desmoronarse y romper a llorar. El otro hombre lo miró severo—. Oh, demonios, ¿por qué ha tenido que ser un chico, Taiga?

Kagami se encogió de hombros; no obstante, cuando los ojos de ambos se encontraron una vez más, se mostró tan determinado y desafiante como este.

—Fuiste tú quien me explicó que esas cosas en verdad no deberían tener importancia. Que tenía que ser tolerante porque no todos éramos de la misma manera —le recordó, abogando a aquella vez cuando él tenía once años y se extrañó bastante al ver a dos hombres besándose en la calle. En aquel momento su padre intentó, con todo el aplomo posible, explicarle que en ese país demostrar esa clase de afecto por alguien del mismo sexo no era algo tan mal visto como en Japón.

—Pero nunca pensé que iba a tener que aplicarlo a mi propio hijo —reconoció; parecía cansado y algo más mayor de lo que Kagami recordaba. En un lánguido movimiento su padre volvió a recoger la silla caída y se sentó en ella. Acodando ambos brazos sobre la mesa, apoyó su barbilla sobre ellos y lo miró detenida y seriamente—. Dame tres motivos, Taiga; tres motivos en verdad importantes por los que deba ceder a tu capricho y dejarte aquí. Si logras convencerme, a pesar de mis miedos y mis objeciones, permitiré que te quedes a estudiar en Japón.

A lo largo de sus casi diecisiete años de vida, en muchas ocasiones Kagami tuvo que enfrentar situaciones difíciles y complicadas. No era el estudiante más listo, por lo que la escuela generalmente se lo ponía difícil; y no era el chico más listo, por lo cual fácilmente se metía en problemas; además, competitivo como era, el baloncesto era un desafío constante para él; pero nunca jamás había estado tan asustado al enfrentarse a algo, ni siquiera a una final importante o a Kuroko tras cometer un error y tener que pedir por su perdón. Lo que pudiese ganar o perder esa vez, se recordó Kagami, determinaría su futuro.

Inspiró profundo una vez y miró sus puños, apretados sobre sus muslos con la tela negra del pantalón de chándal enredada entre ellos. Cuando se sintió más tranquilo y levantó la vista hacia su padre una vez más, le dijo con toda la seguridad que le fue posible reunir:

—Me gustaría hablarte de Kuroko.

 

——o——

 

Cuando Kuroko llegó al parque que se hallaba emplazado cerca del Maji Burger, eran ya cerca de las siete de la tarde y el sol de verano aún estaba en todo su esplendor, brillando y quemando con fuerza desde lo alto y haciéndole desear estar resguardado en cualquier otro lugar más fresco hasta que este desapareciera; no obstante, allí estaba él, de dijo; expectante y nervioso por lo que fuera a ocurrir. Hacía cosa de una hora atrás que Kagami finalmente había decidido romper su mutismo y responder sus mensajes; pero en vez de darle una respuesta directa sobre lo sucedido con su padre, este simplemente le pidió que se reunieran allí para que pudiesen hablar.

«Hablar». De solo pensar en lo que aquella conversación podría significar para el futuro de ambos, Kuroko sentía que el estómago se le contraía dolorosamente, formando un apretado nudo.

Estaba tan asustado…

Desde la distancia a la que se hallaba, la cancha de baloncesto le pareció solitaria y vacía, sin rastros del chico por ninguna parte. ¿Habría llegado él antes que Kagami?, se preguntó preocupado, mirando a su alrededor en busca de su novio. En cuanto este le hubo indicado el lugar de la cita, Kuroko se dio toda la prisa posible por llegar a la hora acordada, desesperado por no hacerlo esperar de forma innecesaria e imaginando que Kagami ya debía encontrarse allí.

 Que ahora debiera ser él quien lo aguardara…

El rítmico golpeteo de un balón sobre el duro suelo de cemento le advirtió que sus temores eran infundados. El inconfundible sonido del tablero al ser fuertemente golpeado y de los botes de la pelota al caer, se hicieron oír justo en el momento en que él cruzaba el enrejado para encontrarse con el otro chico que parecía enfrascado en su juego.

Como si hubiera presentido su presencia, Kagami se volvió de inmediato a verlo. Una enorme sonrisa asomó a su rostro, sin embargo Kuroko se dio cuenta de inmediato que esta no alcanzaba sus ojos. El chico estaba triste, aunque intentara disimularlo.

—¿Quieres jugar? —le ofreció su novio, enseñándole el balón que sostenía en una de sus grandes manos.

 A pesar de no tener demasiado deseos de hacerlo, tanto por el insoportable calor que hacía como por su abatido estado anímico, Kuroko asintió y se apresuró a dejar su bolso y la sudadera celeste que cargaba junto a las cosas de Kagami que estaban apiladas en el suelo, a un lado de las rejas.

Durante la hora siguiente hablaron poco, intercambiando solo algunas cuantas bromas y puyas por parte de ambos; concentrándose en aquella especie de juego de ataque y dribleo en la que los dos iban turnándose y que acababa casi siempre con Kagami como vencedor, aunque él tampoco se lo estaba poniendo tan fácil. Era verdad que Kuroko no tenía la habilidad ni el talento del otro chico, pero había mejorado, había aprendido. Ya no era el mismo de hacía un año atrás que necesitaba siempre de otros, ni siquiera era el mismo de meses atrás, se recordó. Tras haber conocido a Kagami y a todos los demás miembros del equipo del Seirin, él fue capaz de comenzar una vez más.

—N-no puedo… más… Kagami-kun —logró decirle apenas, jadeando un poco a causa del sobreesfuerzo. Kuroko se inclinó ligeramente hacia adelante y apoyó las manos sobre sus rodillas para intentar recuperar el aliento con algo de dificultad. Notaba la blanca camiseta pegada al cuerpo y el rostro caliente y perlado de sudor. A pesar de que el sol de la tarde ya no estaba tan alto, seguía siendo suficiente para volver el calor de finales de julio en algo insoportable.

—Tu resistencia sigue apestando —le soltó su novio mientras le tendía una pequeña toalla blanca y una botella de agua. Él no pudo más que sorprenderse de lo preparado que siempre parecía ir Kagami cuando se trataba de jugar baloncesto. ¿Por qué no podría ser así en todo lo demás?, se preguntó intrigado—, pero has mejorado. Mucho —reconoció este. Tiró con cariño uno de los húmedos mechones de su cabello celeste y le sonrió—. La primera vez que jugué contigo aquí, pensé que eras el peor jugador que había tenido la desgracia de conocer en mi vida; sin embargo ahora… Creo que eres increíble, Kuroko.

El inesperado cumplido hizo que se sintiese un poco orgulloso, sobre todo porque él mismo sabía que era verdad. Por aquel entonces su única habilidad era depender de otros para poder seguir haciendo lo que amaba y, egoístamente, pensó en utilizar a Kagami para eso; pero ahora, gracias a ese mismo chico, comprendía que no era así. Mientras se esforzara, Kuroko podía lograr lo que deseara; siempre existiría un modo de hacerlo mientras no se diese por vencido.

Escudriñando con uno de sus celestes ojos a su novio, sonrió apenas mientras terminaba de frotarse el cabello humedecido por el sudor con la toalla.

—Creo que tendría que agradecérselo a Aomine-kun. Él fue muy amable estos últimos… ¡Auch! ¡Eso duele, Kagami-kun! —protestó cuando sintió como el otro sujetaba con fuerza su cabeza y la presionaba sin mucha consideración. El chico lo obligó a enderezarse lo suficiente para que lo pudiera mirar a los ojos. Parecía un poco molesto.

—Oe, pequeño idiota, no intentes pasarte de listo conmigo. No hay nada que agradecerle a ese maldito bastardo —le advirtió este muy serio; no obstante, Kuroko fue capaz de percibir con facilidad que Kagami no estaba en verdad enfadado con él, aunque sí existía cierto deje de resentimiento y celos hacia el otro chico. Aquello le pareció divertido y decidió pincharlo un poco más.

—Pensé que luego de la paliza de la otra vez ya habían solucionado las cosas —le dijo. Con una mano se soltó del agarre de su novio y bebió un largo trago de agua de la botella; de inmediato sintió que revivía un poco. Tras dar un par de sorbos más se la devolvió al otro, que hizo lo mismo—. Te recuerdo, Kagami-kun, que me prometiste que ya no habrían más rencores entre ustedes.

—¡Claro que no te prometí eso! —El chico lo miró ofendido, pero un pequeño resquicio de duda se asomó en sus iris rojizos. Él no tenía que ser un genio para darse cuenta de que este estaba dudando en si aquella afirmación era en verdad cierta o no. Cuando la alarma remplazó a la incertidumbre, supo con seguridad de que sus sospechas estaban bien fundadas—. ¡¿Lo hice?! ¡¿Te lo prometí, Kuroko?!

Él dejó escapar un suspiro cargado de resignación. Negó suavemente, ante lo que su novio pareció recuperar el alma de golpe.

—No, no lo hiciste, Kagami-kun, pero quizá debería obligarte a hacer esa promesa —admitió—. Creo que sería bueno para ambos que hicieran finalmente las paces. Pienso que, si se lo proponen, Aomine-kun y tú podrían llegar a ser buenos amigos.

Su novio gruñó en respuesta.

—Ni en sueños.

Kuroko no pudo evitar reírse ante el comportamiento tan infantil del otro chico. Sabiendo que este lo seguiría, se dirigió con paso cansado hacia donde habían dejado sus cosas y se dejó caer sentado en el duro y rasposo suelo. Por supuesto, Kagami hizo lo mismo a su lado, apoyando la espalda sobre el entramado enrejado de la verja y apoyando su brazo izquierdo sobre su rodilla flexionada, mientras que la otra pierna seguía estirada, junto a las suyas. Desde aquella posición, las diferencias entre sus alturas y contexturas físicas eran sorprendentemente evidentes.

Tras unos pocos minutos de completo silencio, roto solo de tanto en tanto por las risas y los gritos de los niños que aún se oían por el parque, Kuroko, armándose de un valor que estaba lejos de sentir, extendió una de sus pálidas manos con la palma hacia arriba. Una muda invitación para que Kagami la sujetara y entrelazara sus largos dedos con los suyos. Tal y como esperaba, este lo hizo de inmediato. Con algo de dolorosa nostalgia, pensó en lo bien que ellos dos siempre parecían encajar.

—¿Tan mal han ido las cosas? —le preguntó a Kagami. Lo sintió tensarse a su lado, pero no quiso mirarlo por miedo a que su determinación flaqueara, y siguió con la vista clavada al frente, perdiéndose en la cancha vacía, con los altos y verdes árboles que se apreciaban a la distancia y el cielo que poco a poco estaba comenzando a teñirse de un rosa anaranjado. ¿Qué necesidad tenía de incrementar el dolor que ambos ya sentían?

Los dedos de Kagami se apretaron un poco más entre los suyos, pero sin hacerle daño realmente. Al observar sus manos unidas, tan diferentes y a la vez tan perfectas al estar una junto a la otra, Kuroko sintió como el corazón parecía estrujársele dentro del pecho.

—A mi padre no le ha gustado ni un poco el que no quiera marcharme de Japón al acabar la escuela como les prometí hacer a mi madre y a él cuando me permitieron quedarme aquí —soltó su novio pasados unos minutos. Su voz, cargada con una profunda pena y desesperación, le resultó terriblemente dolorosa—. Tampoco el que esté saliendo contigo.

A pesar de que aquel rechazo por parte del padre de este era algo para lo que él ya se había preparado mentalmente, oírselo decir a Kagami resultó, de todos modos, devastador para Kuroko. Prepararse para la falta de aceptación y ser fuerte ante ello no evitaba que el dolor pudiera seguir estando presente, tuvo que reconocer; simplemente cerrabas los ojos y aprendías a fingir que no dolía, a ignorarlo en lo posible; pero seguía sin ser fácil.

—Sin embargo… mi viejo me ha dicho que, aunque no le guste, aceptará el que estemos juntos. —Él, llenó de incredulidad ante lo que acababa de oír, lo miró muy atento; pero, en vez de una reacción positiva por parte de su novio como esperó ocurriera al darle esa noticia, este apretó los labios hasta convertirlo en una fina línea y le dijo con toda seriedad—: Regresaré a América después de Navidad, Kuroko.

Aquella revelación fue tan brutal como sorprendente. Sus ojos celestes de inmediato buscaron los del otro chico, esperanzado en que este le dijese que aquella era una de sus habituales bromas estúpidas y que no había nada de lo que preocuparse; pero, al ver el dolor que se reflejaba en ellos, supo sin lugar a dudas que no era así. Kagami le estaba diciendo la verdad.

 Iba a marcharse.

 En solo unos pocos meses.

El regusto metálico del miedo le llenó a Kuroko la boca de forma desagradable y sintió como, de pronto, se le hacía un poco difícil el respirar. Al notar como un leve entumecimiento comenzaba a extendérsele por la mano, bajó la vista para verla y se percató de que prácticamente estaba estrangulando la del otro chico a causa de lo fuerte que la sujetaba. Lentamente él aflojó un poco el agarre, pero no soltó del todo a Kagami; ni siquiera cuando el desagradable hormigueo que proseguía a la reactivación de la circulación sanguínea se hizo presente.

De manera infantil y egoísta, Kuroko se preguntó si acaso permanecieran así por siempre, podrían evitar aquel futuro que parecía tan triste.

—Eso… ha sido inesperado —respondió él finalmente. De inmediato se sintió como un completo idiota por no poder expresar con sinceridad como en verdad se sentía, lo asustado, triste y dolido que estaba. Deseaba decirle mil cosas a su novio, pero su cerebro estaba tan conmocionado con la noticia que en aquel momento era incapaz de pensar con claridad e hilar de manera coherente sus pensamientos—. No podrás terminar el año escolar… Y la Winter Cup… y…

Los cálidos labios de Kagami sobre los suyos acallaron su absurda diatriba de hechos obvios. Suavemente Kuroko entreabrió los suyos respondiendo al beso, mientras el conocido sabor y calor de estos se mezclaba con el regusto salado de sus lágrimas y quizá, lo más probable, también las del otro chico. Cuando los dedos de su mano libre rozaron la áspera piel de su mejilla en una delicada caricia, él pudo notar como el húmedo rastro de estas se quedó impregnado en las yemas de sus dedos.

Desde que salió de casa de Kagami esa mañana rumbo a su hogar, Kuroko, consciente de lo que el encuentro de este con su padre significaba, vivió aquella larga espera como si de una retorcida clase de bomba de tiempo se tratara, percibiendo a cada segundo como la ansiedad y el miedo previos a la anticipación crecían dentro de él hasta hacerse insoportables y sin que pudiera hacer nada para impedirlo. Por supuesto que intentó mantenerse ocupado, no quería desanimarse antes de tiempo ni mostrarse pesimista; pero, cuando las horas finalmente comenzaron a transcurrir de manera inexorable una tras otra, arrastrándose de forma lenta y dolorosa, al no obtener ninguna noticia del otro a pesar de sus innumerables mensajes, Kuroko comprendió que el resultado de aquella reunión no sería el que ambos habían esperado.

Y ahora, allí tenía su respuesta, se dijo. Tan dura y desgarradora como temió que sería.

El final del beso vino acompañado de un pequeño tirón a uno de sus desordenados mechones de cabello celeste. A pesar de tener los ojos aun anegados de lágrimas, entrecerró estos y fulminó a Kagami con la mirada, a modo de reproche. El chico, también con la mirada humedecida, le sonrió un poco; casi una media sonrisa. Un débil gesto que mediaba entre lo doloroso que estaba resultando aquello y la felicidad que todavía tenían al estar juntos y poder compartir ese momento.

—Eso ha sido muy descortés de tu parte, Kagami-kun —le dijo él, todo seriedad. Su novio lo miró con una expresión llena de fingida inocencia.

—Pensé que te gustaba el que te besara, Kuroko.

Él le dio un codazo en las costillas como respuesta que hizo este tuviera que tragarse un gruñido de dolor.

 —Eres un idiota, Bakagami —murmuró, pero dejó de protestar cuando Kagami lo atrajo hacia sí, pasando un brazo sobre sus hombros. Kuroko apoyó la cabeza sobre el pecho del otro y, durante un momento al menos, quiso fingir que todo entre ellos estaba bien. Que seguiría siendo igual que antes, igual que siempre.

 —Mi padre y yo hemos llegado a una especie de acuerdo —le dijo su novio repentinamente. De inmediato, él levantó el rostro para mirarlo, curioso; por completo atento a sus palabras. Kagami, como si no hubiera notado su ansiedad, siguió jugueteando con sus manos que todavía estaban unidas—. Le hablé de ti, de cómo nos conocimos y todo lo que hemos logrado juntos, Kuroko; de cómo me has ayudado a superarme y del mejor tipo de persona que soy gracias a que estás a mi lado —admitió. La sinceridad y el cariño en sus palabras eran casi tangibles—. No le agrada demasiado la idea de que mi pareja sea un chico, eso es verdad; pero ha dicho que, con el tiempo, puede llegar a aceptarlo si le demuestro que el amor que digo sentir por ti es real y constante y no solo un capricho como él supone.

Kuroko inspiró aire con fuerza.

—Pero… has dicho que te marcharás, Kagami-kun.

—Sí, lo haré. Tal y como te dije, regresaré a América después de Navidad —le repitió este—. Mi padre quería que me volviera con él esta misma semana y así pudiera integrarme al año escolar en septiembre, pero he logrado convencerlo de que no puedo marcharme antes de que acabe la Inter High. Creo que si eso ocurriera, la entrenadora intentaría asesinarlo —le dijo con total convicción, y a pesar de la terrible y dolorosa verdad que se ocultaba bajo esas palabras, ambos rieron ante esa absurda pero aterradora posibilidad—. Él cree que lo mejor para mí es que acabe la escuela en América y que haga allí mi primer año de universidad; pero, transcurrido ese tiempo, prometió que me dejará elegir libremente si prefiero acabar la carrera en Japón y decidir si mi vida está aquí, junto a ti, o en América. También me aseguró que, si decido regresar, él mismo hará la tramitación necesaria para conseguirme un traslado en alguna universidad de Tokio después de cumplida mi parte del trato. —Kagami soltó un pesado suspiro y se pasó la mano libre por el humedecido cabello rojizo, desordenándolo todavía más—. Intenté convencerlo de que con lo malas que son mis calificaciones lo mejor sería pedir el ingreso directamente en una universidad de aquí en vez de perder un año, pero no se dejó persuadir y ha dicho que es eso o nada; además, aseguró que eso me motivará a esforzarme más con el estudio —añadió este, con evidente desesperación, como si aquel propósito fuera un imposible. Kuroko no pudo evitar sentirse un poco divertido por eso—. Aunque lo cierto es que creo que en el fondo mi viejo espera que un año allí, dándome la oportunidad de poder jugar al baloncesto, conociendo otra gente, haga que cambie de opinión sobre regresar a estudiar a Japón. Está convencido que lo que digo siento por ti es solo un capricho pasajero y que una vez estemos lejos dejarás de importarme.

Kuroko apretó los labios, molesto y resentido, pero se negó a mostrarse débil. Cuando se sintió capaz de volver a abrir la boca, sin soltar una barbaridad sobre lo que pensaba del padre de su novio, se dispuso a interrogarlo; manteniendo lo mejor posible bajo control la rabia y el miedo que sentía.

—¿Y será así, Kagami-kun? —Su pregunta, a pesar de sonar tranquila, estaba cargada de tanta ansiedad que la sintió dolorosa en los labios.

El chico se encogió de hombros.

—No lo sé, Kuroko —reconoció con sinceridad—. Quiero creer que no, que mi determinación será más fuerte, que lo que siento por ti podrá sobre todo, pero… serán casi dos años y medio lejos de aquí, ¿te das cuenta? Sin vernos cada día, haciendo cosas completamente diferentes. Dos años y medio pueden ser en verdad mucho tiempo…

El verdadero peso de esa realidad lo golpeo con fuerza. Ya no era simplemente una posibilidad a la que temer o la peor de sus pesadillas tomando forma; no, en ese momento él sabía con una seguridad absoluta que en unos cuantos meses más Kagami se marcharía, poniendo entre ellos un océano de distancia. No serían más compañeros de clase ni de equipo, ya no podrían seguir conservando su amistad como hasta ahora; y su relación, que fue lo que los impulsó a todo eso, lo que los motivó a seguir a pesar de todo, también se vislumbraba frágil y efímera ante la enorme incertidumbre que parecía depararles el futuro.

A una parte de Kuroko, la más optimista, le hubiese gustado gritarle que no se preocupara, que podrían salvar el distanciamiento y el tiempo; que, si se querían lo suficiente, aquello sería fácil; pero, su parte más racional, le obligaba a reconocer que no sería para nada así. Si a pesar de que Kagami aún seguía allí en ese instante, junto a él, sosteniéndolo en sus brazos mientras asimilaba esa noticia y luchaba contra la tristeza, y aun así Kuroko ya se sentía solo, ¿cómo sería entonces cuando este ya estuviera realmente lejos?

—En verdad lo es —reconoció, finalmente. Cada una de esas palabras se sintió como un puñal en su corazón—. Entonces, ¿ahora qué, Kagami-kun?

Con una sonrisa cansada y llena de dolor, este se llevó la mano que sujetaba a los labios y dejó un suave beso sobre el dorso de ella. Al ver sus ojos tristes, Kuroko pensó que podría morir de la pena.

—Entonces, ahora es cuando debemos terminar.

El grito de horror, de protesta, quedó atascado en su garganta y no pudo escapar de allí; sus labios entreabiertos en un muda agonía que se mostraba incrédula ante lo que acababa de oír. No, no podía ser verdad, se dijo. No después de todo lo que habían pasado; no después de todo lo que se vieron obligados a afrontar…

—O eso es lo que debería decir; pero soy demasiado egoísta para aceptarlo y dejarte en libertad —prosiguió Kagami con una seguridad que a él lo sorprendió un poco—. Así que, por favor perdóname por eso, Kuroko.

Cuando el aire llenó de golpe sus pulmones una vez más, estos dolieron en señal de protesta. Durante un par de minutos sintió que su corazón estaba a punto de explosionar dentro de su pecho tras todo lo que este pareció tener que afrontar en tan poco tiempo. Era agotador y descorazonador. Eran tantas emociones revueltas que él tenía la cabeza hecha un auténtico lío y no sabía por dónde comenzar a desenredarlo.

—No hay nada que perdonar, Kagami-kun. Yo tampoco quiero dejarte ir —admitió Kuroko—. Creo que mi amor también es egoísta.

La queda risa del otro chico bastó para aliviar parte de su pena. Al notar como los labios de este se posaban suavemente sobre su frente, él no pudo más que cerrar los ojos y disfrutar de ese pequeño detalle, de ese momento que quizá dentro de un año no volviera a repetirse. Desearía tanto poder detener el tiempo…

—¿Sabes por qué te he pedido que nos reuniéramos hoy aquí? —le preguntó su novio repentinamente.

Abriendo los ojos, Kuroko buscó su seria mirada y negó con un movimiento de cabeza. Una sonrisa nerviosa curvó ligeramente los bordes de los labios del otro chico, y un leve rubor cubrió su cuello y sus mejillas. Mirando a su alrededor un poco confundido, él se sintió un verdadero tonto al no haberse dado cuenta antes de ese detalle.

—Porque fue aquí donde me besaste por primera vez —respondió, en apenas un susurro. A pesar de intentar parecer valiente y estoico, el intenso rojo que teñía el rostro de Kagami rivalizaba con el de su cabello, delatando lo profundamente avergonzado que estaba.

—Sí. Aquí fue. —Pasó con suavidad una mano por sus claros cabellos celestes y le apartó el flequillo de la frente—. Ese día no podía pensar en nada más que en lo mucho que me gustabas, ¿sabes? Así que solo perdí la cabeza y actué por impulso. Era tanto lo que sentía por ti y llevaba tanto tiempo guardándolo que simplemente en ese momento no me pude contener más, Kuroko. Nunca esperé que me correspondieras, jamás pensé que llegaríamos a esto; y ahora que estamos aquí, me pregunto, cómo siquiera pude pensar en vivir sin ello. Te amo, y por eso no quiero dejarte ir —reconoció Kagami. Todo el amor que decía sentir por él parecía estarse derramando en aquella inesperada confesión—; pero a pesar de eso, debo permitir que seas tú quien elija si quieres seguir conmigo, aun sabiendo lo difícil que será, o si prefieres que lo dejemos. Decidas lo que decidas, voy a aceptarlo, Kuroko.

—¡Por supuesto-!

—No, no así —le dijo este, posando sus dedos sobre sus labios y cortando de golpe su respuesta—. Quiero que lo pienses. Que lo pienses bien. Necesito que vayas a casa y analices todo lo que una relación a distancia entre los dos significará, lo duro que en verdad será para ambos. —Kagami apartó la mano de su boca pero posó esta sobre su mejilla en una suave caricia que lo reconfortó un poco—. Esta vez no nos servirá una respuesta del momento porque creamos que es lo correcto o porque sintamos que nuestro amor lo puede resolver todo. Hablar con mi padre me hizo comprender que la realidad es algo mucho más complicado y difícil que eso. ¿Puedes prometerme que te lo pensarás con calma antes de darme una respuesta?

En un impulso infantil provocado por la rabia y el sufrimiento, Kuroko sintió la necesidad de decirle a Kagami que su padre no tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando. ¿Cómo podía aquel hombre, que no sabía nada de su relación, decidir qué era lo mejor para ellos o sugerir siquiera que decisiones debían tomar? Era tan injusto… y sin embargo, él sabía que el padre de Kagami en parte tenía razón; lo que solo lograba que odiase todavía más aquello.

Intentando relajarse y alejar todos sus pensamientos negativos, Kuroko finalmente asintió, ganándose una agradecida sonrisa de su novio como recompensa.

—Esa en verdad debió haber sido una conversación profunda y difícil para ti, Kagami-kun —le dijo al otro—. Nunca pensé que te oiría decir tantas cosas importantes de una sola vez. Ha sido un poco perturbador.

Su novio rompió a reír.

—Ya lo creo que sí. Por unos minutos pensé que se me fundiría el cerebro mientras mi viejo me explicaba todas esas cosas difíciles y hablaba y hablaba. —Pasó un brazo por el cuello de Kuroko y lo atrajo hacia sí, apretándolo contra su pecho, obviamente satisfecho solo con tenerlo allí—. Pero me sirvió para darme cuenta de algo importante, ¿sabes? Mi padre me pidió que le diera tres motivos de peso por los cuales debía permitir que me quedara aquí. Me prometió que, si encontraba tres razones valederas, me dejaría permanecer en Tokio como era mi deseo. Pero solo pude hallar una, Kuroko: tú. El que tú estés aquí es lo que hace que no deseé marcharme ni estar en cualquier otro lugar; y sé que serás también tú lo que me impulse a regresar cuando esté lejos.

Al oír su sincera respuesta Kuroko sintió que su corazón se saltaba un par de latidos. Quiso mirar a Kagami, deseó hacerlo, pero por una vez la vergüenza pareció vencerlo y simplemente se permitió seguir con el rostro escondido en el pecho de su novio, como el cobarde que se sentía en aquel momento.

A pesar de que era un poco desalentador el saber que Kagami había perdido la oportunidad de convencer a su padre para que pudiera quedarse allí, una parte de él no podía dejar de sentirse afortunado por tenerlo. Que alguien considerara que eras el motivo más importante, en lo que fuera, no era poca cosa. Y estaba todavía más seguro de que serían muchos menos los que se atreverían a reconocerlo.

—Quizá deberías haberle dicho a tu padre que eran la escuela, tus calificaciones y el intentar entrar en una buena universidad lo que más te importaba, Kagami-kun. Puede que eso lo hubiese convencido —le dijo Kuroko pasado un momento, intentando aliviar la tensión que repentinamente parecía cargar el ambiente y a ellos mismos.

Su novio se separó un poco de él y lo miró alarmado.

—¿Crees que habría funcionado? —le preguntó en verdad intrigado.

Kuroko posó ambas manos sobre las mejillas de este y movió suavemente su cabeza en un gesto negativo que Kagami aceptó con docilidad e hizo saltar sus hebras rojizas en todas direcciones.

—Si tu padre te conoce tan bien como temo lo hace, no —reconoció. Dio un rápido beso a los labios del otro chico y se puso de pie, tendiendo una mano a este para ayudarlo a levantarse, a pesar de que sabía era innecesario—. Sin embargo, ser honesto y hablarle de mí tampoco ha dado resultado, ¿verdad?

—Cierto —admitió Kagami, mientras recogía del suelo las cosas de ambos y le pasaba a Kuroko las suyas—. Ha dicho que eso no le parecía motivo suficiente y por lo tanto debía regresar con él a América; pero, también ha dicho que le alegra saber que tengo a alguien que me quiere a y quien yo quiero, por lo que me dará una oportunidad de volver, sin fecha de retorno, si le demuestro que lo nuestro vale la pena —reconoció. Entrelazó la mano de Kuroko con la suya y le sonrió—. Y me aconsejó que te invitase a cenar mañana con nosotros. Dice que, antes de marcharse de regreso, tiene muchos deseos de conocer al chico que ha logrado meter un poco de sentido común en esta cabeza tan dura.

Kuroko se rio con ganas, y ni siquiera el «pequeño idiota» que le soltó Kagami sirvió para acallar sus carcajadas. Este, que todavía tenía sus dedos entrelazados con los suyos, lo rodeó y pasó su brazo libre en torno a su cuello para aprisionarlo en una especie de llave a modo de castigo, pero el enredo de manos y brazos en el que se vieron envueltos fue tan raro que solo sirvió para que ambos acabaran intentando soltarse de alguna manera, mientras las risas de él se mezclaban con las maldiciones de su novio y algún que otro beso que este le robó en el intertanto.

Cuando finalmente estuvieron libres, mirándose una vez más frente a frente, los ojos de Kuroko recorrieron el rostro de aquel chico, deseando memorizarlo de forma perfecta para cuando el poder hacer aquello no fuese una realidad y se convirtiera solo en un deseo. Para cuando su corazón anhelara a quien estaría a millas de distancia.

—Esto no ha sido la guerra, ¿verdad, Kagami-kun? —le preguntó con apenas un hilo de voz—. El hablar con tu padre, este acuerdo… solo es una simple escaramuza en todo lo que nos queda por enfrentar, ¿cierto?

El otro chico asintió solemne y, aunque esa confirmación a Kuroko le dolió, también de cierta forma, lo hizo sentir bien, conforme. Esa era su realidad y debían aceptarla y actuar de acuerdo a ella.

—Pero hemos enfrentado batallas peores —le recordó este—. Y cuando luchamos juntos, siempre salimos victoriosos, ¿no, Kuroko? Porque somos una dupla perfecta.

Sin pensárselo siquiera, alzó su puño derecho y lo entrechocó con el que Kagami le ofrecía. Este tenía razón, así era como ellos hacían las cosas.

—Sí, así es, Kagami-kun.

Mientras regresaban a casa tomados de la mano, ignorando completamente las miradas curiosas que otros pudieran dirigirles y sumidos en aquel agradable silencio, Kuroko pensó en todo lo que había sucedido ese día. En toda la tristeza ante la anticipación de la separación que se alojaba como un animal vivo dentro de su pecho, en sus dudas, en el miedo y aun así la alegría del aquí y el ahora, de la certeza de saber que Kagami lo quería y que, a su vez, él también quería a este. Kuroko comprendía que el padre de su novio tenía razón en dudar que el amor que ambos profesaban tener fuese suficiente para sobrevivir a una larga separación y, la verdad era, que una parte de él también tenía sus dudas; esa parte dañada e insegura dentro de su pasado que aún no sanaba del todo. Pero por una vez deseaba confiar y arriesgarse, y creer que, a pesar de todo, podrían y debían estar juntos.

Aun así, y a pesar de lo seguro que se sentía de su determinación de seguir junto a él, tal como se lo prometió a Kagami, Kuroko le daría una respuesta honesta cuando estuviera en verdad preparado. Cuando sintiera que tanto su corazón como su cabeza no tenían duda alguna y las sombras que lo embargaban hubiesen quedado relegadas al oscuro rincón de donde procedían.

Kagami le estaba permitiendo elegir el futuro que deseaba para ambos y él no iba a tomar esa responsabilidad a la ligera. No cuando la felicidad de los dos era lo que estaba en juego.

 

Notas finales:

Como siempre, a todos quienes hayan llegado hasta aquí, muchas gracias por darse el tiempo de leer, espero que el capítulo fuera de su agrado y que por lo menos valiera la pena el tiempo invertido.

Y lo siguiente, es que lamento la demora en actualizar. Han sido casi dos meses y medio esta vez, pero con las fiestas de fin de año de por medio, mi tiempo libre se acortó; además, esta no es la única historia que llevo, motivo que hace que todo avance un poco más lento para poder ir cumpliendo con todas.

De momento he dejado en mi perfil un calendario de actualizaciones donde podrán saber para cuándo corresponde el nuevo capítulo de cada historia. Si los cálculos no me fallan y todo se cumple según las fechas (hasta el momento voy más o menos invicta desde que comencé con ese sistema), la próxima actualización de Hilo Rojo sería para el 08/03. Sé que sigue siendo bastante tiempo, pero es lo más deprisa que puedo ir de momento con todo lo que llevo. Así que, mil disculpas por ello.

Sobre el capítulo, en verdad espero les haya gustado. Aunque tenía un poco de miedo como fuese a resultar cuando comencé a escribirlo, sorprendentemente acabe sintiéndome muy satisfecha con él. Se escribió rápido, apenas tuvo cambios y correcciones y sobre todo, fue poder plasmar con facilidad todo lo que estaba en mi cabeza en las planas (parece fácil al decirlo así, pero créanme que por lo menos para mí no lo es siempre), por lo que me siento muy contenta por cómo va la relación de esta pareja. Además, ¡ya solo faltan tres capítulos para acabar! Estamos a los tres últimos pasitos de despedir Hilo Rojo.

Por supuesto, muchas gracias a todos quienes comentan, envían mp’s, votan, apuntan a sus favoritos, listas y alertas. Parte del motivo que me anima para seguir con esta historia a pesar del tiempo que ha pasado, es saber que hay personitas por allí a los que les sigue gustando esta pareja tanto como a mí. No hay nada que me haga más feliz que eso.

Un abrazo a la distancia para todos y hasta la siguiente.

 

Tess


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).