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El Origen del Valor por Dedalus

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Notas del capitulo:

***

Aquél día Arturo amaneció sin la mínima motivación para para salir de su cama, pero ya le había confirmado a Alex que lo ayudaría a practicar con la guitarra al menos un par de horas. "Ya pues chato, así como que hacemos hora hasta la noche que vemos a los chicos" le había dicho. Y allí había otra cuestión que no le había contado, y es que si no tenía ganas de salir de la cama, menos de salir de su casa, mucho menos aún como para ir de juerga. Lo peor es que era el primer sábado que tenía libre en mucho tiempo, hacía solo unos días que había finalizado contrato en su trabajo como teleoperador y no cabía en la satisfacción de tomarse su tiempo para todo. Se habían acabado los horarios apretados, el constante trajín de salir del trabajo, a recoger a su hermano y luego almorzar, hacerle comer, luego el trabajo de nuevo y por último volver a limpiar, a servir el lonche para los demás que llegaban, su padre apenas los saludaba sin abrir los labios y su madre cansadísima se quedaba  dormida con la taza de té entre las manos a medida que conversaban; ah, pero sus hermanos, esos muchachos eran inagotables.

Ahora que ya se encontraba libre, al menos podía darse el lujo de dormir un poco más, de no preocuparse por el tráfico y los imprevistos que su jefe hasta se inventaba para joderlo, porque nadie le sacaba de la cabeza que aquél viejo cetáceo tenía algo contra él. Alex llegaría luego del almuerzo y él ni había hecho la limpieza, sus hermanos habían ido con su padre a la casa de su abuelo en –Santa Ana así que tenía la casa para el solo. ¡Vaya lujo! Pensó yendo como si levitara hacia la sala, apenas cubierto por la sábana a modo de poncho sobre su cuerpo desnudo. Se lanzó sobre el sofá, abrió los ojos hacia la luz entrando por las ventanas de vidrio decorado con flores en relieve. Sólo unos minutos de sueño más —pensó — la tv pasando los noticieros lo adormeció más aún, y el fresco que ahora bajaba en las mañanas le acariciaba los brazos colgado hacia atrás con un dramatismo gris como su piel contra la mañana blanca, ya despejándose, pronto, porque el pronóstico decía que todavía tendrían algunas semanas más de sol.

Nada lo atontaba más que la humedad gélida de las mañanas de invierno en Ciudad de los Reyes, por eso trataba de disfrutar aquellos últimos días cálidos que ya se atropellaban hasta el cambio de estación, a punto de derrapar en picada como la temperatura misma que afectaba tanto a los capitalinos. Pero sea como sea, se sentía tan bien ahí, tumbado en el mueble enorme—lo cierto es que no era tan grande, es solo que él era bastante pequeño —las piernas completamente estiradas, los huesos tronando como cuetecillos. Se hallaba tontamente contento hasta del mismo aire refrescante, de la sala hecha un desorden, de las noticias de homicidios, se hallaba contento a pesar de todo. No podía sentirse fastidiado por esto. "Y tu por qué andas tan feliz últimamente" le había dicho Alex, y allí él fue quien cayó en cuenta que efectivamente, se hallaba adormecido por una felicidad cojuda que se le había prendido sin percatarse, como un parásito en el pecho, el buen humor se le notaba hasta cuando renegaba, a cada grosería no podía evitar reírse plenamente consciente de que nada le importaba lo suficiente para quitarle aquella ligereza que en algún punto lo preocupaba. Y es que nunca se había sentido así y quien sabe qué consecuencias podría tener aquél extraño síntoma. Era confuso, sin embargo, como en aquellos últimos días aquél fulgor que le protegía el pecho se había apagado tan abruptamente, era como si su cuerpo mismo hubiera consumido cualquier atisbo de alegría y una vez más el desgano lo abrazase y jalara hasta su cama. Pero no podía darse el lujo de abandonarse así de simple, no al menos con toda la carga que llevaba encima, con todo lo que su flaqueza implicaría para su madre, sus hermanos y hasta sus amigos. Y es que aquél chispazo de embobamiento lo había ayudado tanto en las últimas dos semanas.

Todo había comenzado aquél día que se quedó leyendo en la biblioteca durante la tarde. Porque claro, como siempre él había terminado haciendo el trabajo grupal solo y Beto había tenido un contratiempo, el Papu era demasiado tímido como para hablar frente a todos por más de dos minutos y el imbécil de Alex no se había matriculado por falta de créditos. Esto lo dejaba con toda la responsabilidad de la exposición sobre sus enclenque hombros que a veces lo avergonzaban de lo puntiagudos que lucían cuando apoyaba los codos en las largas mesas de madera y de su chompa guinda emergían como dos espinas, dos protuberancias raras tan delgaditas como su mismo cuerpo pequeño.

Había intentado conseguir almuerzo en la misma universidad, había hablado con el Papu para que le reservase un ticket, "Si, sí Arturito, ahoritita lo saco" le había dicho el despistado ese, a juzgar por el ruido de fondo parecía encontrarse en una cabina de Internet. Maldijo a Alex mentalmente y volvió a leer distraído por la imagen de los accesos de tos de su hermano, retorciéndose el pobre mañana tarde y noche por los bronquios congestionados. Pero su madre no podía hacer mucho, apenas le alcanzaba para comprar el inhalador sin el cual la respiración a Ismael se le cortaba y él inflaba los cachetes en su infantil intento por retener el aire inútilmente, luego venía el llano dificultoso y la frustración. Su madre hasta lloraba de la desesperación, pero ya lo habían llevado al hospital y el doctor ni se dignó a revisarlo argumentando que era una simple laringitis, "dele tal pastilla, señora, luego este jarabe y ya" le había dicho. Mientras Ismael seguía sin dormir en  las noches, seguía llorando en las mañanas y perdiendo clases todas las semanas.

Llegó el momento y llamó al Papu nuevamente, no contestó. Dos veces más y el teléfono timbraba al otro lado pero nadie respondía, Arturo se puso de pie fastidiado, la silla rechinó en la sala entera y los rostros disgustados inmediatamente se intimidaron al ver su propia expresión furibunda tomando sus cosas y saliendo de la facultad rumbo al mercado donde por suerte la madre de Alex aún debía tener menú.

Al llegar los puestos usualmente rebosantes de gente almorzando o tomando jugos ahora se hallaban casi desiertos, solo se oían las palomas volando sobre las cabezas de los vendedores cerrando sus portones, terminando de lavar las ollas de guiso con aquel característico chapotear del agua contra la mayólica, casi tan seco como el mar mismo contra las peñas rosas de Puerto Viejo, había veces en las que le gustaría volver a la casa de allá, ser un niño otra vez, que su padre no hubiese perdido el trabajo, que no los hubiesen botado de la casa que rentaban. Aún podía palpar aquella humedad que traían las olas solo a unas cuadras de su casa, el corría con Lucero agarrado de la mano e iban hasta el mismo borde de la playa, las olas precipitándose una sobre otra bajo el grisáceo cielo siempre amenazante, pero allí no habían tormentas. Y ambos tomaban el aire salitre con tal ansiedad que sentía que estaban haciendo algo malo, que habían desarrollado alguna adicción extraña.

Así que llegó al puesto de doña Olguita aquella tarde en la que aún no había terminado de armar la exposición, aún no se encontraba seguro de poder recordar todos los términos que debía explicar, ni siquiera había hecho las diapositivas para proyectar frente a la clase. La señora Olguita lo vio mientras limpiaba las losas blancas de su mostrador y le sonrió a media que él se acercaba tratando de no asustarla con la cara que traía. Ella, sin embargo tenía aquella facilidad tan típica de las madres de descubrir cuando las cosas iban mal, de mal a peor y es que había días en los que hasta el cuerpo le pesaba y enfrentar toda la rutina, toda la gente incapaz de cargar con sus  vidas, mientras él tan ajeno a la suya, que prefería mimetizarse con el dolor colectivo.

Hola seño, le había dicho intentando sonreír, tendrá menú aún, no llegué a conseguir el ticket de... Pero Arturo no siguió al ver que doña Olguita alzó las cejas y apretó los labios como si hubiese cometido un error.

—Uy papito, llegaste unos minutos tarde... Es que justo el joven me ha pedido el último bistec  que me queda, ya ni arroz casi tengo, Arturito. —le dijo la menuda mujer limpiándose las manos con una servilleta. Arturo cayó en cuenta hasta aquel momento del muchacho que se encontraba sentado en el mostrador con el maletín sobre las piernas y una graciosa sonrisa traviesa curvando sus labios delgados al haber escuchado todo. Arturo se sonrojó anticipando la incomodidad de aquel sujeto, trató de rehuir a su rostro, se sostuvo del tirante de su mochila, de la presencia de doña Olguita quien había dejado el estropajo a un lado y miraba la incómoda escena como si disfrutará aquel silencio que fue roto por la voz del tipo alto.

"Aún la seño no me trae nada, si quieres podemos compartirlo." le dijo él, a lo que Arturo sintió como las mejillas le ardían y divisó apenas con el rabillo del ojo una risilla divertida de doña Olguita volviendo al fogón. Él quería decirle inmediatamente que no era necesario, que podía buscar comida en otro lado, que a fin de cuentas él había llegado primero, Arturo ya se disponía a rechazar la oferta, metió las manos en el bolsillo de la casaca desgastada, apretó los labios y se disponía a hablar cuando un fortísimo sonido emergió de su barriga, las entrañas parecieron haberse desplomado sobre su estómago vacío lleno de aire y toffes de coco. Arturo sólo atinó a cubrirse la guata traicionera, nuevamente la voz lo abandonó atascada en su garganta, casi dejándolo sin aire. El tipo soltó una gran carcajada que se escuchó en todo el mercado desierto, "bueno, entonces eso es un sí; siéntate, compañero, no te avergüences..." le decía él sin dejar de reírse, Arturo, incapaz de levantar la mirada se sentó junto a él. Sus pies apenas llegaban al suelo en aquellas altas bancas del mostrador, trató de no perder el equilibrio mientras recobraba el aire y escuchaba que el sujeto se presentaba, "mínimo si vamos a compartir la comida hay que saber nuestros nombres, ¿verdad?" le dijo Fred esperando su respuesta. Arturito al fin pudo articular la voz, sentía que el calor en su rostro se iba disipando, pudo sonreír y por alguna razón en aquél gesto de Fred, en su mismo rostro, su dientes grandes y ojos negros, su disposición a compartir el último bisteck de doña Olguita con un extraño, todo esto hizo que la carga de aquella pena colectiva que poco a poco lo consumía  pesará menos sobre sus hombros tan delgados.

—Soy Arturo—le respondió.

***

Alex llegó pasadas las dos de la tarde con una bolsa de chifa y la guitarra en la espalda. Lucía bastante nervioso, tanto que se había olvidado de las salsa de tamarindo de los wantanes mientras le despachaban en el restaurante, "no le entendía nada al chino" se excusó. Arturo evitó hacer un comentario sobre su torpeza mientras ambos comían escuchando música desde la laptop de Lucero, conscientes de que aquella sería una larga tarde hablando de sus vidas y que probablemente no tocarían la guitarra ni para afinarla.

"Pero ese tipo, ese conche'sumare es una rata, una rata asquerosa, mira que amenazarme con las inasistencias sabiendo que él no tiene autoridad moral de nada... Arturito no tienes idea como me tuve que amarrar la lengua para no mandarlo a la mismísima m... “pero Alex tampoco podía decir mucho, después de todo él también había errado faltando la primera semana del curso, las cosas estaban claras, ambos tenían faltas, ninguna podía dárselas responsable, por supuesto que aquél sujeto debía ser un cretino. Aun así, no podía dejar de sentir que había más allá en la actitud de Alex qué un simple disgusto por la falta de seriedad con el curso, había hasta odio, algo extraño viniendo de alguien como él, quien era del tipo de persona a la que todo le importaba poco y en lo único que se hacía responsable era en entregar sus informes, dar los exámenes y exponer a fines de semestre. Durante todos los años de universidad no había visto a Alex interesarse en lo más mínimo de nada que no fuesen sus calificaciones. Incluso recordaba como el año anterior tuvieron una breve pelea durante la larga toma de las distintas facultades en la que participaron él, Beto y el Papu; Alex, por supuesto, se mantuvo al margen, mucho peor, a veces se convertía en un verdadero fastidio en medio de las movilizaciones y el clima de zozobra.

Aún los muchachos lo fastidiaban por aquella discusión luego de que hiciera algunos comentarios en contra de la toma en un grupo cerrado donde se hallaban casi todos los compañeros de la facultad. Los comentarios crecieron y pronto varios muchachos comenzaron a renegar de la toma y exigir que se restablecieran las clases, "saquen a esos ociosos de la facultad!" "no me parece el rumbo que está tomando la medida de protesta, fuera rojos! " seguían abajo los comentarios a los que el Papu ya se cansaba de responder con memes y para los que Arturito ya no tenía motivación de contestar con la objetividad fría y cínica que aquella situación requería. ¡Luego de casi un mes de toma! De tantas noches haciendo vigilias en la puerta principal para que los matones del rector no los sacasen a rastras de las facultades tomadas, ahora venían a reclamar clases. Y Alex lo sabía, estaba al tanto de todas las actividades que hacían, de los tres días que Beto se pasó comiendo solo manzanas y mandarinas dentro de la facultad de Psicología, de la noche que él y el Papu acamparon en el portón principal del edificio del rectorado (en pleno invierno capitalino) para que los tombos no intervinieran la universidad. Alex sabía todo, pero aun así seguía reclamando que si seguían a ese paso perderían el año académico, que tenían que retornar a clases puesto que la medida de fuerza no llegaba a ningún lado, que los que se encontraban en las dirigencias de las distintas agrupaciones que lideraba la toma eran oportunistas que buscaban poder sobre los estudiantes, y así tantas barbaridades que terminaron haciéndolos discutir una vez que se juntaron en el bar de Sherezade, exactamente dos semanas antes de que termine la huelga y toda la organización estudiantil implosionara en una serie de peleas verbales y a golpe limpio en las calles aledañas donde los muchachos se juntaban a beber sentados en las aceras y portales. Por suerte en el caso de ellos la discusión no trascendió a más de un par de semanas sin hablarse y un acalorado intercambio de palabras en los pasillos de la facultad.

"Tú sabes que no soporto el chamuyo político, Arturito, y este tipo pareciera solo vivir para eso, para dar su discurso de huevón progre y gilearse a las muchachitas de primer año." ¿Y era eso lo que le fastidiaba? Porque cada vez creía más que lo que realmente Alex sentía por aquél sujeto era envidia de que las muchachas le prestaran atención de que fuese tan carismático como parecía ser por lo que su amigo comentaba. Aun así había algo más y Arturito ya se había acabado el plato de arroz y revisaba el móvil algo angustiado viendo las conversaciones con Fred como si de fotos se tratasen. Alex contaba con su inagotable retahíla de insultos hacia Mario y de recordar las carcajadas de Fred sentía que aquella calidez en su pecho retornaba embravecida pero tan breve que ante la siguiente mentada de madre soltada por Alex de nuevo se hallaba en el sofá de su sala y ya no en el perfil de Fred repleto de fotos, estados graciosos, otros irrelevantes, memes algo trillados y una que otra noticia o artículo comentado con aquella ironía que le salía natural al hablar. Y es que aquella vez terminaron conversando toda la tarde, prácticamente fueron los últimos en salir del mercado una vez doña Olguita terminó de cerrar su puesto, ambos volvieron juntos a la facultad, el cielo gris ya había oscurecido y las palmeras y poncianas ahora se veían como nubarrones negros en el trocito de cielo que tenían dentro del  patio de la universidad donde las cinco facultades  confluían. Ambos se tumbaron en el patio trasero que colindaba con una iglesia desde donde se oían las campanas tronar todos los días a las cuatro de la tarde, ya hasta se había hecho una rutina en detener las clases a la hora del ángelus debido al ruido ensordecedor  que hacía vibrar las ventanas como un temblor.

"¿Ya, entonces me dices que no te gusta Cesar Moro? Pero de lo que te pierdes, niño. —esto le disgustó—seguro es porque no has entendido bien la estética surrealista, pero a ver... Dime qué otros poetas te gustan" y Arturito hacia todo el esfuerzo posible para no parecer tan solo un poco menos leído que él, porque sentía que si caía e cuenta de aquel detalle sería el fin, pero más precisamente porque si  se percataba  de que todos los autores que mencionaba no habían sido leídos—al menos completamente—por él, no podría hablarle mirándolo a la cara nuevamente. Algunos los había escuchado mencionar solamente, a otros los había leído esporádicamente, tal vez algunos poemas de la Storni, Valera, Bennedeti (no, no, pensaría que es cursi) ¡Pizarnick! Y claro, si había leído varios poemas suyos y realmente le habían gustado mucho. Fred pareció entusiasmado cuando le dijo, "A mí también me gusta mucho la Pizarnick, aunque no lo creas también tengo afición por la depresión." y Arturito se encontró riendo tontamente como una escolar hablando con el muchacho de último año que le gusta. ¡Pero si él mismo ya era de último año! Y Fred no debía superar los veintiséis, aun así había algo bastante infantil en su forma de bromear y retorcerse de risa con aquella carcajada graciosa que soltaba con una espontaneidad abrumadora.

"¿En qué estás tú últimamente, eh?" le dijo Alex jugando con la guitarra sobre las piernas, la mirada esquiva buscando donde abordar aquellas muestras de sincera preocupación que a veces se le escapaban como por accidente. "Como sigue, Ismael?" siguió, Arturo soltó un hondo suspiro, y le dijo que había ido con Lucero a casa de los abuelos, que ya le había dicho a Lucero que no lo deje corretear como un animalito desbocado, pero ese niño era terrible y ya en la noche le venían los accesos y no podía ni hablar para quejarse. Alex asintió sin dejar de intentar sacar las notas de la guitarra, "¿y ahora buscaras chamba de nuevo?" he ahí otra pregunta complicada.

Lo más probable es que luego de que terminen los parciales. Mi mamá no quiere que vuelva a trabajar hasta que termine el internado, pero eso es poco realista, sobre todo viendo cómo anda la situación por acá. Arturito le quitó la guitarra a Alex y comenzó a mostrarle la posición correcta de poner los dedos, como tensar las cuerdas y rasgarlas. "A mala hora no te renovaron el contrato carajo, aunque tu jefe fuera una porquería, al menos tenías un ingreso" Alex parecía en serio preocupado, prendió un cigarrillo y se acostó en el sillón. Vamos, le dijo Arturito cambiando de tema, el tipo solo te ha querido asustar, en la vida te va a botar por solo una par de inasistencias. "Y yo te vuelvo a repetir que aquél sujeto es insoportable, mano, insoportable, voy a terminar cortándome las bolas antes de que termine su curso." Arturo estalló en risa y carraspeando un par de veces se recompuso con la guitarra entre las piernas. "¿Qué, vas a tocar algo?"

Claro, claro, qué no te digo que yo tocaba en la iglesia de mi vieja cuando me llevaban. Alex rio atorándose con el humo. “No, no pensé iba en serio" le dijo, Arturo comenzó a rasquetear las cuerdas y este dejó el cigarrillo en un cenicero de cerámica.

"Ya sé que no vendrás, todo lo que fue, el tiempo lo dejó atrás..." comenzó a cantar y Alex nuevamente se vino carcajadas mientras daba otra pitada al cigarrillo. "¿Shakira? ¿En serio Arturito?—río nuevamente casi falto de aire—¿Dónde quedó Led Zeppelin, Nirvana?" Arturo se hizo el desentendido. Qué, qué tiene que ver, ¡Es la Shakira de los noventa, webón! De su época de Alanis Morrissette latina, cómo no te va a gustar. Alex no podía contestar con el acceso de carcajadas y Arturo se acomodó la guitarra nuevamente." Sé que no regresarás, lo que nos pasó, no repetirá jamás, mil años no me alcanzarán, para borrarte y olvidar..." ahora Alex también comenzó a cantar moviendo la cabeza y sacudiendo el cabello como si se encontraran bailando el new wave que pasaban en las discotecas de la plaza. “Y ahora estoy aquí! Queriendo conveeertir los campos es ciudad..." el celular de Alex comenzó saltar en su bolsillo y la vibración, junto al timbre escandaloso los hizo asustar atragantándoles la letra de la canción de forma abrupta. Alex contestó algo sonrojado y Arturo escuchó la voz de Jessica desde su sitio en el mueble, ya iba un mes desde que Alex intentaba terminarle y el cobarde aún no se atrevía a decirle a aquella muchacha que ya no quería estar más con ella. Ahora él lo veía y se daba cuenta de todo, sabía que estaba haciendo mal, que solo aplazaba él inevitable conflicto y que cada día que pasaba Jessica seguía haciéndose ideas erradas sobre su vida juntos luego de la facultad, ahora lo dejaba hablar, pero sabía que su rostro lo decía todo, Alex pareció comprender y asintiendo apretó los labios mientras escuchaba a Jessica decirle quién sabe qué cosa sobre la salida de más tarde, "¿Crees que pueda verte antes de que te vayas con las chicas? Necesito hablar contigo" le dijo y Arturito empezó a celebrar con los puños en alto, dando golpes en el aire como si acabase de anotar un gol. Alex colgó y lanzó el celular al mueble levantando los brazos. "Estoy aaaquí queriéndote, ahogándome, entre fotos y cuadernos..." comenzó a cantar.

***

Al subir al bus Fred aún no le había devuelto el mensaje. Aun así Arturo se percató que había cambiado su foto de perfil y qué, de hecho había posteado un estado en el que había etiquetado a una chica, Helena, quien parecía ser muy cercana a él. Hacían cinco o cuatro días que dejó de responder la conversación que habían mantenido sin detener desde que intercambiaron números aquella vez en el puesto de Doña Olguita. Luego de un momento a otro dejó de contestar, ya ni recordaba de qué habían estado hablando en aquel momento—Arturo abrió la conversación en el celular, con cuidado de que Alex no se percatase—y aun así no comprendía qué es lo que había sucedido. Pero esto no lo preocupaba de más, después de todo, había sido solo un conocido, le restaba importancia mientras veía por la ventanilla del bus y el reflejo blanco en el cristal le mostraba el perfil preocupado de Alex con los oídos taponeados por los audífonos blancos.

Se encontrarían con los muchachos en la plaza e irían a beber algo, parecía que sería una noche tranquila, a excepción por la conversación entre su amigo y Jessica. Al menos tendrían un motivo más para beber, uno más aparte de la completa desaparición de Fred. Arturo río ante el dramatismo de sus pensamientos, se restregó los ojos fuertemente, vaya tontería, murmuró ante el rostro interrogante de Alex.

—Nada me quita de la cabeza que no me estas contando algo. —le dijo. Pero él no le ocultaba nada, nada importante, al menos, todos sus problemas los sabía Alex, prácticamente todo lo que pasaba en su vida, casi todo, Fred, por supuesto, no era parte de su vida. Entonces porqué sentía que no sabía ni la mitad de la historia, Arturo dudó unos instantes y le sonrió acusándolo de querer desviar la atención de la conversación que le esperaba con Jessica.

"Eres terrible, chato, déjame al menos prepararme mentalmente para la sacada de mierda que me van a dar" habló Alex ocultando el rostro dentro de la capucha de la polera. Arturo solo lo tranquilizó dándole un par de palmadas en el hombro. Una notificación tintineó como una campana y ambos sacaron los móviles dándose por aludidos. Era Beto confirmando que ya había llegado, Arturo vio el mensaje algo decepcionado mientras el cobrador comenzó a pasearse a lo largo de los asientos y  sacó la billetera contando rápidamente las monedas que había traído consiente de que debía economizar todo lo que pudiese aquella noche. Por lo que no habría cerveza decente, no habría canciones de más en la rockola y ni pensar en la bajona; del bar directo a casa, menos aún quedarse hasta luego de que los buses dejaban de pasar.

El bus entró al fin a la carretera que cruzaba el río y de pronto un breve pánico lo asaltó al ver la ciudad entera extendiéndose en el margen contrario. Los cientos de edificios, postes de alumbrado, contrastaban con las sombras intimidantes de los campanarios de las catedrales, las torres coloniales y el cielo nocturno nublado, las estrellas y la luna borroneadas, desparramadas sobre aquellos mismos nubarrones que tendían a caer lentamente hasta el amanecer. Le aterró aquella visión. Aquellas calles repletas de autos, cousters y buses interprovinciales, el ruido ensordecedor de todos gritando, de los vendedores de comida, de los conductores de colectivo, todo el caos que se enmarañaba ahí, cruzando el río y la cara se le puso lánguida—veía su reflejo en el cristal —, se preguntaba si era muy tarde para regresar, decirle a Alex que algo había surgido. No sé imaginaba volver solo en la madrugada hasta su barrio, menos aún deambular por aquellos jirones cubierto por aquella oscuridad sombría que ni los faroles ahuyentaban, era un oscuridad corrupta, peligrosa para él quien se sentía tan vulnerable en aquel instante, incapaz de hacer frente a todo aquél laberinto de callejones y avenidas, a la constante agresión de aquella ciudad, su violencia inherente, esa noche no se hallaba en condiciones de enfrentarla.

Pero Arturo trató de calmarse, consciente de que aquella ansiedad descontrolada no lo llevaría a ningún lado, y que refugiarse en su casa era una jodida pena cuando podía estar con sus amigos, riendo a carcajadas escuchando las groserías de Beto o las caras que hacía el Papu cuando se incomodaba justamente por las groserías de Beto. El cristal de la ventanilla vibró a medida que los couster aceleró cruzando el puente y rayo a rayo, el arco que soportaba la carretera pasó frente a sus ojos, junto con el andar de los motores compitiendo con el cuchicheo incesante del río que había opacado al bullicio de la calle, la gente que nunca se callaba, que no dejaba de llorar. No podía echarse para atrás y no entendía el porqué de aquel repentino decaimiento desde hacía algunos días, él nunca había sido débil y aquel momento no iba a comenzar a serlo, no era mucho menos un aburrido que rechazase una salida con los muchachos y vaya que aquella brisa que traía el Rimaq era tan reconfortante que hasta se le metía en los huesos a  cada poro de su piel, respiró aquella humedad suspendida desde las dos decenas de metros que separaban al puente del cauce.

"Necesito comprar puchos, chato" le dijo Alex quitándose los auriculares y guardando el móvil en el bolsillo, Arturo solo asintió y ambos cruzaron la avenida hacia una oscura y larga calle que conectaba la Alfonso Ugarte con la Avenida Diagonal, las quintas apenas iluminadas se derribaban a su paso, hasta los portones parecían desplomarse en cualquier instante y una sombra amorfa venía en su dirección, el reflejo de la escasa iluminación le hacía centellar el cuerpo como si estuviese hecho de plástico, este ser se arrastraba en su dirección rengueando, prendido de una serie de bolsas que traía cada una amarrada a la siguiente, como una cadena de desperdicios a modo de cola de aquella persona/ser. A medida que más se acercaba Arturo se sentía fascinado de aquél cuerpo grotesco hecho completamente de bolsas de basura, parecía ser un anciano, pero no, era un duende o algún espíritu que vivía en aquella calle, llamarlo loco sería sumamente grosero, indigente peor aún. Este ser pasó junto a ellos y Alex no pudo evitar cambiar de lugar con Arturo, sumamente nervioso evitó mirarlo en todo momento, él, sin embargo, no le quita a los ojos de encima y el anciano pareció percatarse alzando el rostro y mostrándole una perfecta máscara de arrugas que rodeaban aquellos dos ojos saltones inyectados de un rojo tan vivido que la sangre del cuero se le heló. Tras él un gato negro saltó siguiendo a su dueño, semioculto por la penumbra paso entre sus piernas y Alex dio un respingo ahogando el pánico en un acceso de tos.

"Que mieeedo, webon, encima tenía un gato negro, eso trae mala suerte." soltó casi susurrando Alex atento de que el anciano, quien ya se encontraba a algunos metros, no lo hubiese escuchado. Pero que estas creyendo en cojudeces, habló apenas Arturo, las manos en los bolsillos y la respiración agitada, se preguntaba si Alex se había percatado de eso. No se consideraba supersticioso, pero definitivamente creía en las señales, los momentos en que todo coincide y aquél encuentro para él había sido el aviso de que algo sucedería aquella noche. Algo importante, había tanto de qué reír y tenía tantos motivos para venirse en llanto y frustración—sí, que Fred no le haya respondido los mensajes era uno de esos motivos también —, Arturo sintió que el entusiasmos volvió a él repentinamente, lo quería hacer todo, quería vivir en la plenitud que el viento fresco contra su rostro le permitía, con la violencia que aquellas calles sombrías y decadentes ocasionaban. Había tantas cosas que quería decir, pero no sé le ocurrió nada en aquel instante, Alex lo había quedado observando en silencio.

— ¡Qué tanto me miras huevón! Vamos que ya nos están esperando—le dijo avergonzado, ambos siguieron avanzando hasta que los cursis faroles de intrincados detalles plantados como flores en la Avenida Diagonal iluminaron sus rostros pálidos ante la expectativa.

***

Las calles aledañas a la Plaza estaban repletas de gente en las esquinas y a medida que los cuatro bajaban hacia el bar los reflectores, anuncios de neón, letreros iluminados y las mismas ventanas hacían un espectáculo ante sus rostros. Las personas lucían tan animadas, sonrientes en las esquinas y terrazas, los autos fluyendo, pero el eco de las sirenas se oía aún a lo lejos,  a unas cuadras de allí muy seguramente, a medida que avanzaban aquél mismo canto de la sirena atraía rostros mortificados, algunos curiosos y una muchacha se llevó la mano al cabello "Ya había muerto, llegaron muy tarde" le dijo a su amiga envuelta en abrigo de terciopelo negro, esta muchacha intercambió miradas con Arturo y en un instante supo que hablaban de un atropello, aún se observaban los trozos de cristal  y las manchas oscuras en la pista, pero en sus rostros no se veía el mínimo asomo de pena, solo sorpresa, una mortificación tan falsa como su inmediata desaparición mientras bajaban hacías las discotecas y bares. Las sirenas seguían cantando, (cállense, cállense porque aquel augurio de tragedia no lo aguanto más) mientras Beto saltaba de la acera al empedrado, veía los escaparates del Jirón dejando la plaza atrás, los edificios republicanos dieron  paso a las casonas coloniales de larguísimos balcones, el humo de las chimeneas de las pollerías, el griterío de las tiendas por departamento y se dejó llevar, aún aletargado por aquella escena que no se desprendía de su cabeza.

"Huevones, hoy sí terminó con Jessica, ahora sí, y vamos a chupar por eso carajo, hasta las últimas" les decía Alex entusiasmado y Beto y el Papu le celebraron desde atrás asumiendo que el pondría los tragos. Arturo solo sonrió a medida que esquivaba a un grupo de sujetos de ceñidos joggers y polos igual de apretados, doblaron en una intersección y la penumbra volvió contratada por los letreros violeta de los bares. Había gente en la puerta de los locales, había puestos de comida que despedían un vapor espeso hacia la estrecha calle y al fondo la música de distintas rockolas se mezclaba entre ellas convertidas en un solo rumor acompañando la caótica escena.

Al entrar a la lugar las mesas se hallaban medianamente ocupadas y Beto se dirigió inmediatamente a junto a la rockola mientras los demás se sentaban en aquella parte trasera donde lo único que llegaba era la poca iluminación de los monitores transmitiendo los videos musicales. El mesero les trajo inmediatamente una botella enorme de cerveza que destapó con el anillo que llevaba en su dedo anular y Alex sacó de su billetera un una ruma de monedas que dejó caer sobre la mesa para contar, Beto y el Papu se observaron  aguantando la risa. Arturo comprendía que las torpezas de Alex a veces resultaban bastante cómicas, pero había algo en su pecho que no lo dejaba reír y bebió un largo trago de la cerveza helada, casi congelada que pasó rasposa por su garganta. La sensación amarga en su boca, sin embargo, se secó abruptamente al ver como en el otro extremo del bar, rodeado de varias muchachas y muchachos en se hallaba Fred con aquella sonrisa sardónica mientras parecía contar algo, movía las manos, se acomodaba el cabello ansioso hasta que al final los demás comenzaron reír y él tomó de su vaso satisfecho, dos botones de la camisa desabrochados, el cabello alborotado y el rostro brillante como las mismas botellas arrimadas junto a él. Arturo inmediatamente bajó la mirada avergonzado, trato de hallar refugio en sus amigos, pero estos no dejaban de bromear llamando más la atención de las mesas colindantes y Beto desde la Rockola les preguntó por qué canciones irían a poner, a lo que Alex levantó el vaso "ponme a Shakira, estoy aquí" gritó a pesar de la relativa cercanía entre ambos. Beto inmediatamente comenzó a reír y le lanzó una mirada verificando su seriedad, pero Alex parecía decidido y encogiendo se de hombros el muchacho puso la canción sin dejar de reírse. “Cuál es el problema, a mí también me gusta la Shakira de su época a lo Alanis Morissette" les dijo el Papu a modo de confidencia, Alex pareció satisfecho con esto volvió a beber elevando el vaso hasta que se atragantó y el líquido cayó sobre sus jeans grises.

"¿Qué, qué, qué viste?" preguntó el Papu volteando inmediatamente a lo que Arturo se hundía más en su silla, quería derretirse ahí como parecían hacerlo aquellas botellas bañadas en ese sudor helado de la congeladora. "¡Ahí está es conchesumare!" les dijo Alex limpiándose los pantalones con las manos, "ahí esta Mario, el que lleva el curso de guitarra" aclaró ante la mirada perdida de su amigo y la nerviosa del otro que rogaba porque no se percatarse de su presencia, porque tenía tanta vergüenza de hablar con Fred, de que lo viese allí, luego de que este no le hubiese respondido el chat, justo aquella noche en la que se sentía tan impotente, como lo miraría a la cara sin sentirse lastimado por su repentina desaparición luego de casi dos semanas hablando todo el día hasta entrada la madrugada, de haberse pasado tantas canciones, compartido tantos poemas, recomendaciones de libros, series, compartido el mismo tedio, y de pronto había desaparecido hacían ya cinco, seis días, justo cuando Arturo había comenzado a acostumbrarse a sus constantes chistes, aquella gracia en la punta de la lengua y las reacciones infantiles que tenía al contestar.

"¡Mierda! Ahí viene Jessica con Melanie" soltó Alex aún con los pantalones mojados, Inmediatamente los tres se miraron asustados por en lo que resultaría todo eso. La muchachas los saludaron contentas, jalaron dos sillas y se sentaron en la mesa tomando la botella con una confianza incómoda para Arturo , quien siempre había sentido algo de antipatía por Jessica, no podía negarlo, le caía mal, y se le notaba en la cara cada vez que coincidían en algún lugar, ella los sabía, al igual que Alex, pero eso no significa a que no podían compartir una cerveza sin discutir, claro que, para los comentarios de doble filo aquellos muchacha tenía  talento; él, por supuesto, tampoco se quedaba atrás. Así que era usual que Alex comenzase a hablar de forma desmedida cuando ambos se juntaban—tal como lo hacía en aquél instante —para poder evitar que las indirectas escalasen en una pelea. En la mesa de Fred y Mario parecían bastante alcoholizados ya, cantando "I've been waiting... For a girl like you, to come into my liiife!" chocaban los vasos a punto de estallar ante la fuerza desmedida de las risas y bromas algo tontas que se escuchaban hasta la mesa de ellos, capturada por la incomodidad y el silencio. Beto solo aguantó un par de tragos antes de excusarse e ir al baño para evitar la escena, el Papu por otro lado—como casi nunca lo hacía —trató de comenzar una plática con Arturito quien no dejaba de mirar a Alex animándolo a que al fin diese el paso, pero este parecía esquivarlo la mirada avergonzado de su incapacidad para a hacer frente a la muchacha que  conversaba con Melanie. Beto volvió y la mesa seguía aún en silencio, Jessica apenas intercambiaba algunas palabras con Alex mientras Melanie le terminaba de contar algo sobre quién sabe qué, ni cuándo, Arturo apenas había comprendido que se trataba de una chica de derecho o educación que había estado saliendo con un sujeto y que ahora habían terminado luego de que el sujeto comenzará a salir con Ema, una compañera de base de ellos. Todo un relato lleno de complicados saltos temporales, pausas narrativas y demás artificios que la muchacha de cabello ondeado manejaba a la perfección, a veces Melanie lo sorprendía por las cosas más inesperadas.

Hasta que al fin Alex se decidió y hablándole al oído a Jessica la tomó de la mano saliendo ambos afuera del local ante la mirada sorprendida de los demás, no tomó mucho tiempo para que Melanie comenzase a bromearse con Beto en un intercambio de comentarios coquetos que por un instante lo hicieron  olvidar por qué nunca habían llegado a salir juntos, pese a que el muchacho había estado siguiéndola  durante todo el primer año. Era un fastidio el que todos los sábados Beto se empecinaba en bajar al cine con las muchachas, en ir a tal recital de poesía, a tomar en Camaná sentados en la acera viéndolas bailar con sus blusas cortas y los cabellos planchados. Al menos a Arturo le fastidiaba el tener que depender sus planes de lo que aquellas muchachas decidiesen, peor aun cuando Alex comenzó de novio con Jessica.

Ahora ambos conversaban en la entrada y ella parecía bastante calmada, todo lo contrario a su amigo que se tambaleaba de forma violenta, cada vez más inestable ante la tranquilidad de la muchacha. Melanie se acercó a ellos con el rostro curioso. "Ya díganme la verdad, le quiere terminar ¿no?" les dijo, a lo que ellos intercambiaron miradas y asintieron. "Sí, ya se las olía, de hecho estaba segura de que se lo diría hoy." Arturo sintió vibrar su teléfono en el bolsillo, seguramente era su madre preguntándole por la hora en que regresaría, peor no podía responder allí dentro y salir en medio de la plática entre aquellos dos, sería demás incómodo, las luces del monitor teñían las mesas de un magenta gracioso, casi cursi viendo aquellos rostros desfigurado por el adormecimiento y las risas.

 No había dejado de beber de forma apresurada desde que habían llegado, y cuando menos se percató al momento de empina el vaso una vez más hacia sus labios un ligero hostigamiento lo hizo arrugar la nariz, luego un mareo y un peso sobre sus hombros —uno físico, casi podía sentirlo —Arturo se puso de pie, allí casi llevado por aquél cambio abrupto en los colores de la rockola, ahora blanca, casi amarillo deslumbrante el rostro de Fred tan claro y alegre. "¡Hey! Hola, ¿cómo estás?" y no recordaba su nombre, Arturo lo sabía, pero él pareció llamarlo y se  acercó a saludar como si fuesen grandes amigos, todo bien, bien con unos amigos le dijo a lo que él alzó la mano saludándolos sonriente y Arturo no podía dejar de ver, de ver sus dientes blancos y aquella sonrisa amplia, de escuchar su voz tan firme y amigable, casi reconfortante, como si a cada palabra le asegurara que realmente le importaba, pero Arturo desconfiaba, de él, de todo, desde lo bien que se la pasaban en aquella mesa, hasta las risas que llenaban la rockola. "¿Puedes tomarnos una foto?" le preguntó él, a lo que Arturo solo asintió sin saber cómo reaccionar, ¡claro! Normal, les dijo, ¿pero cómo enciendo el flash de esto? o les tomo así nomás... Y el único que le prestaba atención era Fred, los demás seguían perdidos en sus bromas, en el incesante fluir de las cervezas en los vasos, el golpeteo de los dedos sobre las mesas de plástico.

— ¡Ah! No, no, mi flash está malogrado, espérame un toque—hablo Fred apenas levantándose y llamando al seguridad quien no dejaba de escuchar como Alex y Jessica discutían en la entrada.—Sí, amigo, ¿puedo encender las luces un toque? 'mano, queremos tomarnos una foto.

Ambos, Arturo y el seguridad se miraron incrédulos, pero este señaló el interruptor de la luz con tal naturalidad que él seguridad le respondió asintiendo y saliendo a ver nuevamente la discusión. Fred encendió las luces e inmediatamente  el local se llenó de pifias y golpes contra las mesas, todos aquellos rostros desechos por la noche habían sido iluminados con tal claridad que uno apenas veía sus párpados fruncidos y las frentes arrugadas. "Ya, ahora tómanos" le dijo Fred satisfecho abrazando a Mario  y sujetando a otra muchacha por el hombro, todos ellos hicieron una pausa al constante devenir de sus conversaciones y chiste para posar artificialmente frente a la cámara del celular. "Ya, sé que no vendrá, todo lo que fue, el tiempo lo dejó aaatras..." comenzó la canción en la rockola y Arturo sintió que el suelo se desplomaba bajo él. Las luces se apagaron nuevamente a pesar de que los insultos y quejas seguían, Fred le agradeció dándole un par de palmadas en la espalda, solo le quedó retirarse ante el ajeno gesto. El teléfono volvió a timbrar en el bolsillo de su casaca y esta vez si debía contestar, era Lucero quien lo llamaba y Fred pasó de él completamente sin siquiera volverlo a mirar, ni una sonrisa más le dirigió a él, solo se incorporó nuevamente a la conversación con sus amigos, "¡Eh! Pero si es tu canción, Federico" lo fastidiaba Mario y le cantaban " Estoy aquí queriéndote, ahogándome..." y luego hacia un gesto con  la mano disimulando el hecho de que no se sabía la letra, ahora todos lo fastidiaban y Fred tomó el vaso brindando en honor a quien sabe quién mientras el coro de amigos desafinaba dolorosamente siguiendo la canción "Estoy enloqueciéndome, cambiándome un pie por la cara mía, esta noche por el día, que nada le puedo yo hacer..." Arturo solo salió con el celular en la mano, esquivó las mesas, veía la calle y los autos pasar a través del portón, las siluetas de Alex y Jessica aun hablando a un lado y al final el empedrado bajo él, la mirada curiosa del seguridad, toda la vergüenza en la punta de la lengua y lucero al otro lado del auricular diciéndole que Ismael había sido ingresado por emergencias, que ya ni podía respirar y que debía ir inmediatamente al policlínico del centro, porque ella y su madre estaban solas, su padre estaba inubicable y el niño no dejaba de llamarlo, ni de llorar ante la nebulizacion y las inyección—su hermana comenzó a llorar, el colgó consciente de que pronto la secundaria—, Alex se percató de su flaqueza, Jessica se quedó callada a un lado y al sentir la mano de su amigo sobre el hombro sintió que el asomo de llanto se contrajo, apretó los puños, se acomodó el cabello y le dijo que debía irse.


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