Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Origen del Valor por Dedalus

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Una fila de agentes se encontraba entre ellas y el palacio de justicia. El enorme edifico con su frontis grecorromano de gruesas columnas, aquel enorme atrio descendiendo en decenas de escalones para culminar vigilado por las estatuas de dos leones. Parecía una escultura de otra época, un mero objeto decorativo, nada hacía pensar en el núcleo de corrupción que se había convertido. Helena respiró el frio aquella tarde en la que sus compañeras provistas de pancartas se habían plantado frente a los tombos cubiertos por sus máscaras antigases y aquella suerte de escudos trasparentes antimotines. Ellas gritaban consignas, algunas cantaban y la plaza Grau vibraba de emoción al sentirlas allí, abrazadas las unas a las otras, con las manos tomadas, los puños en alto, los tambores repicando, la multitud multicolor, violeta saturado, como plantándole el rostro al gris cemento del palacio neoclásico, al negro de los agentes, al blanco de la ciudad.

Aquella era la oportunidad, pensaba Helena, debían llegar arriba, al mismo atrio, era eso o enrumbar al congreso y allí, ahí la cosa estaba más complicada, Evelyn la había llamado diciéndole que les habían bloqueado el paso por las calles que cruzaban el jirón. Ahora debían mostrar toda aquella rabia, aquel cúmulo de cólera sumada a cada insulto, a cada intento de agredirlas, de meterles mano en la calle, de intimidarlas en los buses, cada discusión contenida en la garganta, temerosas de ser tildadas de histéricas, allí estallaba el salvajismo, en aquel momento la histeria florecía. Volvían a la carga nuevamente, decididas a cruzar el cerco, saltando las cadenas que bordeaban los jardines de la plaza, las estelas de lacrimógenas volaron y ellas se dispersaron aprovechando el breve quiebre en la de policías, las estelas seguían su rumbo, plomo y más plomo, pero ellas llevaban el color hasta en las mismas mejillas coloradas…

El choque se dio tan solo en los primeros escalones, llovieron golpes, iban las varas sesgando el aire, cuerpos siendo elevados, otras saltando sobre una serie de gritos que le daban más valor para seguir pancarta en mano, esquivó a uno de aquellos tombos enormes, tropezó con otro y sintió la cachiporra darle de lleno en el hombro, Helena apenas se quejó y rodó siendo pisada por la confusión de la que se escabulló arrastrándose hacia las escaleras. Allí otras también habían logrado cruzar aquella barrera. Así que corrieron, saltando de dos los escalones, algunos agentes las seguían, ellas no se dejaban sujetar viendo el atrio cada vez más cerca, la plaza Grau entera se veía desde allí, el edificio alto del centro cívico, casi arañando las nubes y el Sheraton a un lado, como su hermano chato y feo. Sus compañeras estaban entusiasmadas, ayudándose a sostenerse, a soltarse del agarre de los policías, muchas más seguían llegando, cruzando la barrera, pero ellas ya se hallan allí con las pancartas extendidas y la prensa independiente—y algunos diarios conocidos—soltando flashes desde abajo, estallaban en aquel brillo detonando como las lacrimógenas que habían lanzado a las compañeras quienes aún seguían en la plaza con los bombos y las tarolas, con las gigantografías y las fotos de ella, la última víctima de la ola de violencia.

Aquella pequeña victoria la llenó de esperanza, de alegría al verlas a todas resistiendo la embestida policial, la manazo del tombo que las cogía del brazo y jalaba hacia las escaleras, todas se sostuvieron entre ellas, cruzando los brazos, una cadena humana al borde de los escalones. Las puertas del palacio permanecían cerradas y más camiones portatropa llegaban desde las avenidas que desembocaban en aquella enorme plaza casi siempre desierta, solo la gente desde los centros comerciales y el hotel, al otro extremo, las veía pecharse con la policia, ser arrastradas por los agentes, desde allí apenas escuchaba los gritos de apoyo y de repulsión, “no tienen vergüenza” “Como iban a salir así, no hay respeto por los niños en la calle, mira que mostrar los senos, mira que sí parecen terroristas con los rostros cubiertos; parecen salvajes con el cuerpo pintado…” decían junto a los quioscos tapizados de voluptuosas vedettes en tops transparentes y minúsculos hilos coqueteando con la forma de sus sexos, ella escupió hacia la acera.

Eran demasiados, Helena ya lo había visto, tenían que buscar la forma de volver a la plaza S. sin que la represión las dispersara, Evelyn y las demás se hallaban allí, esperando su llegada y ellas, tan entusiasmadas por aquel acto reivindicativo, habían llevado la protesta a la misma cara de la justicia, eso sí era notorio… Pero no podían dejarse llevar por el entusiasmo, debían ser tácticas y evitar detenciones innecesarias, eso siempre le decía al Gato desde que se encontraron hacía ya cinco años en una movilización de la que ya no recordaba ni el motivo, solo que él se hallaba con la gente de un colectivo de dudosa reputación y ella con las compañeras de Las violetas salvajes, una suerte de grupo activista-cultural feminista con el cual había entrado en contacto ni bien ingresó a la universidad.

Como olvidar a aquel muchacho flaco y pintonsito que le causo tanta gracia al verlo con la chalina ribeteada de motivos andinos y la casaca cortaviento entierrada luego de la arremetida de la policía montada y la correteadera que se habían metido por todo el parque universitario y el colindante Ministerio de Educación. Él estaba agitado, apenas reincorporándose luego de que la nube de gas se disipó y la movilización comenzaba a reagruparse, ambos cruzaron miradas y se reconocieron inmediatamente de la universidad, él sonrió como sellando aquella amistad instantánea y esa misma sonrisa boba y los ojos llorosos aun por la irritación de los químicos la hicieron por primera vez sentir que quería sujetar su rostro y besar a aquel muchacho algo enclenque, pero con un “algo” que lo hacía curioso, un “algo” que hace que me lo quiera follar, como decía Erika cuando hablaba del imbécil de Fred.

Pero lo de ambos nunca había sido una atracción sexual—claro que esta no era ajena, de igual forma— en él había encontrado al entrañable compañero que había estado a su lado en un sinnúmero de movilizaciones, con quien había compartido sus dudas sobre temas no solo políticos, sino académicos e incluso personales; Mario, con el pasar de los años no solo era el muchacho en el que pensaba cuando en las noches llegaba muerta de cansancio a su habitación y se erotizaba mientras frotaba su cuerpo bajo las frazadas, él era además su mejor amigo, en todo el sentido de la palabra, un compañero.

Cómo no contarle, entonces, lo que Evelyn y aquel muchacho pensaban hacer, cómo no avisarle que le tendían una trampa, que le mandarían a un supervisor y que podrían sacarlo por llegar tarde a dictar clase. Sobre todo ahora, que sus viejos definitivamente habían dejado de apoyarlo—de hecho casi ya ni le hablaban—y su tío comenzaba a olvidarse cada vez mas de las cosas, lo que obligaba a que sus visitas sean cada vez más recurrentes. Encima estaba lo del centro federado y el FSE o frente socialista de estudiantes, como le encantaba especificar a él, luego de que el grupo se solidificase y ganara presencia en el ambiente universitario, todo confabulaba para que Mario apenas tuviese tiempo para el curso, eso sin contar con las materias que aun cursaba en la facultad, por lo que no le extrañaba que llegase tarde de vez en cuando, pero de ahí a ser un pésimo profesor, ¡aquello era imposible! Ella lo había escuchado tocar la guitarra tantas veces y en ninguna de ellas había desafinado una sola nota. Y es que cuando comenzaba a tocar podía ver en sus ojos al mismo muchacho algo asustado con el que se topó en aquella primera movilización donde lo conoció… a pesar de que ya había cambiado tanto—ambos lo habían hecho—ahora los años en la universidad no habían pasado en vano, menos las largas noches con Fred  y el grupo, atorándose de risa mientras discutían ferozmente temas que en perspectiva se le hacían ridículos, pero que en su momento se mostraban urgentes.

Es así que no entendía cuál era el afán de aquellos muchachos por tacharlo, y es que sí, lo conocía y a veces era algo distraído, hasta olvidadizo con los compromisos o responsabilidades que tenía, habían sido incontables la veces que habían peleado por aquello mismo, pero de ahí a enseñar mal algo que le apasionaba tanto como era la música, lo dudaba, y se equivocaba, pues estaba dispuesta a sumir parte de la culpa, por haber creído en alguien en quien confiaba. Nuevamente, se arriesgaría por él.

Lo único que le causaba un sinsabor desde que hablo con el Gato era el haberle mentido a Evelyn al prometer que no le contaría nada a nadie. Por supuesto que ella no sabía que era amiga de Mario, pero aun así. Ella también era su compañera, se lo había contado a modo de confidencia, ¿no era ridículamente inconsistente haber preferido salvarle el culo a Mario antes que guardar el secreto de una compañera? Encima traicionarla por un hombre, uno que ni siquiera le había dado un solo guiño de que se interesaba por ella, muy a pesar de haberse degradado al hacer algo tan egoísta, y así retumbaba en su cabeza desde ese día. Era exasperante como se reprochaba inconscientemente aquella debilidad tan evidente y vergonzosa. Y es que la urgencia de aquel amor desbordándole cada vez que él la abrazaba era aterradora. Ahora las compañeras de la plaza volvían enfurecidas contra la policía mientras ellas desde el atrio eran conducidas hasta la calle donde ambos grupos se encontraron y enrumbaron a la plaza S., la gente comenzó a aplaudir y por todos lados oía discusiones, gritos. El olor a vinagre fue llevado por una abrupta brisa hacia  el embudo de calles en el que decantaba la alargada plaza, hacia allí se dirigían todas, el pecho desbocado la empujaba a seguir el ritmo, pero sus ojos no sabían a dónde mirar, no encontraba estabilidad en el constante cuestionamiento de su compromiso, de la coherencia de la que siempre se panudeaba en frente de los compañeros del FSE y que ahora veía desecha por ella misma.

***

El estallido de las bombas lacrimógenas se oía hasta la avenida A. desde la plaza Grau, las sirenas de las patrullas, los cascos de los caballos sobre las pistas mojadas por los rochabuses disparando sin contemplación, sacándole brillo  a las aceras con el potente chorro de agua salpicando como llovizna. Evelyn oía aquellas detonaciones y sentía aquel caustico olor en el aire, eso significaba que las compañeras de la plaza G. habían sido expulsadas del palacio de justicia, ahora seguían ellas, todas se miraron como dándose fuerzas. No eran tantas como las que estaban en la otra facción, pero las suficientes como para lograr romper el cordón policial y correr hasta el congreso. Ella se hallaba parada entre la multitud de muchachas y la fila de policías montados junto con los antimotines formados como soldados, vio a las muchachas una vez más, ellas no dejaban de saltar y cantar juntas dándose valor, necesitaba que este se le impregnase un poco más, cogió el pañuelo empapado de vinagre y se lo puso en la nariz tratando de aliviar el escozor. El aire venia cada vez más cargado.

“¡Vamos compañeras! Esto no es paseo” grito una robusta muchacha a unos metros junto a ella, las demás respondieron enardecidas, pero cada vez Evelyn se convencía más de que sería imposible cruzar la fila de agentes. Ellas ya se alistaban para avanzar y los policías arreaban a sus caballos haciendo sonar sus cascos retándolas, fue allí cuando Evelyn vio el pequeño callejón entrando en forma paralela en dirección a la avenida; ambas, la muchacha robusta y ella, se miraron coincidiendo en la misma idea, Evelyn aún no se hallaba segura, era una calle estrecha, no recordaba si tenía salida hacia la avenida A., menos si este cruce se hallaba bloqueado o no, y si los policías las acorralaban por ambos lados el resultado sería un caos, detenciones, compañeras asfixiadas por el gas pimienta y pisoteadas en medio de la desesperación y el pánico; carajo, las piernas le temblaron y por un instante se arrepintió de hallarse ahí. La otra muchacha, sin embargo, no lo pensó dos veces y comenzó el desplazamiento tan rápido que pronto ella se vio en la retaguardia de la manifestación, tratando de seguirles el ritmo a aquellas mujeres que saltaban las rajaduras en la pista esquivando las lacrimógenas lanzadas desde atrás por los agentes.

Los proyectiles caían sobre la calle y las galerías comerciales cerradas, repletas de comerciantes y compradores asustados, al borde del desmayo. Evelyn resistía, viendo que la calle estrecha se torcía y al final, a casi cincuenta metros, alcanzaba la copa de un árbol zarandeándose por el viento. Inmediatamente reconoció el parque ¡Sí había salida a la avenida! No se había equivocado, reanudó el trote, tras ellas la policía ahora las seguía de forma más pausada, dejaron de lanzar las bombas de gas y ellas se confiaron dejando de correr, comenzaron a caminar animadas por la nueva salida, ya decían “ahí llegamos” hablaban las compañeras, “no han contado con que entremos por esta calle…” Pero Evelyn no terminaba de convencerse que hubiesen olvidado un detalle tan importante.

La movilización de aquel sábado venía anunciándose desde hacía tres semanas, el ataque a Gloria Zevallos a manos de un grupo de desadaptados fue detonante para que la indignación colectiva llegase a las calles, el cuerpo violentado de Gloria había sido el epitome de la constante violencia que vivían las mujeres en Ciudad de los Reyes y todo el país, más aun luego de que el poder judicial liberase a tres de los cinco implicados en el caso. De nada sirvieron los videos de las cámaras de vigilancia confirmaran su presencia cuando Gloria era subida alcoholizada al auto donde se agazaparon los demás. Solo habían detenido a uno de ellos, su primo, quien la había violado y a otro, un amigo del colegio quien luego de ultrajarla la había golpeado brutalmente por no haber querido continuar siendo su pareja. Los demás habían sido exculpados por aparentemente no haber tenido participación activa en el horrendo crimen, a pesar de haber estado presentes.

Los cantos se reanudaron a medida que ellas emergían de la calle y en el pequeño parquecillo varias se conglomeraron en la glorieta central elevando sus carteles, de varias de las galerías se veía a mujeres agitando sus casacas en señal de apoyo, aquel pequeño barrio hacía eco a las consignas, al nombre de Gloria y de tantas más siendo llevado hasta la misma cara del sistema que no hacía nada por detener la masacre, más aun, se había convertido en un cómplice silencioso. Evelyn trepó una de las rejas del parque y con el puño en alto se unió a las demás cuando de la calle que las llevaría a la avenida A. reiniciaron las pequeñas detonaciones secas “¡puff! ¡puff!” y todas saltaron como pudieron a las aceras y jardines, “¡puff!” ni eco hacían aquellas estelas blancas dispersando gas irritante cayendo en todo el parque, tras ellas la policía montada volvió a arremeter y comenzaron a perseguirlas en todas direcciones, a cada equina, cada portón cerrado, la gente en los pisos superiores gritando aterrada “¡suéltenlas! ¡abusivos!” y ellas ahí haciendo malabares sobre sardineles, saltando rejas y lanzándose bajo los autos estacionados para nos ser pisoteadas por los caballos o subidas a los patrulleros que entraban desde la venida A. y el congreso a solo un par de cuadras.

Helena y las demás aun no llegaban, lo más seguro es que hubiesen sido replegadas a las calles más allá de la plaza Grau, pero el olor que había sentido antes de que comenzara todo indicaba que no se hallaban tan lejos. Helena lo había dejado todo muy claro hacia unos días, en la última reunión que tuvieron con la violetas salvajes. Ellas llegarían para formar un solo bloque que llegaría al congreso donde hacia tan solo una semana se había debatido inútilmente un proyecto de ley que aumentaba las penas a casos de feminicidios y violencia de género. ¿Entonces donde estaban? ¿Por qué demoraban tanto? Sobre todo en un momento tan crucial como ese en el que habían avanzado medio camino y ahora las expulsaban a punta de golpes y gas pimienta. Una muchacha corría junto a ella buscando resguardarse de la confusión cuando uno de los caballos la empujó y esta se fue de rostro contra la acera, Evelyn corrió ayudarla,  pero en aquel momento os agentes se les vinieron encima y la separaron de la muchacha a la que subieron a una de las patrullas, ella apenas se pudo zafar del agarre del oficial que le había sujetado el brazo, así que corrió sin mirar atrás, sin ver hacia los lados, porque sabía que si veía a una compañera más se quedaría allí, expuesta a que la detengan… ¿Y quien avisaría a sus padres? Cómo les explicaría que había estado en las primeras líneas de la marcha por el caso de Gloria Zevallos y la ley de feminicidios y violencia de genero. Ahora llegaron tres patrullas más y las habían arrinconado a todas en un extremo del parque donde los portones de fierro de las galerías cerradas las habían aprisionado teniendo a la policía montada bloqueando el camino de retorno y a los antimotines bloqueando las demás calles.

Fue allí cuando el disturbio generalizado fue contenido en cuestión de segundos y todo lo que quedó fueron ambos grupos, uno frente al otro contemplándose en silencio, los comerciantes y clientes de las galerías se asomaban por la ventanas y azoteas extrañados por el cambio abrupto del caos a la completa calma, solo los caballo relinchando rompieron aquel desesperante silencio que hizo temblar a Evelyn. Sentía rabia por la represión, quería correr  e intentar cruzar la fila de uniformados, quería devolverles los proyectiles lacrimógenos con adoquines arrancados con sus propias manos, pero tampoco soportaba el miedo de ser arrollada por uno de aquellos enormes animales, peor aún, el ser detenida y pasar la noche en una celda, todo era tan arriesgado y Helenita y las demás que no llegaban. “Ahora sí creo que ya fue” le dijo a la robusta compañera que nuevamente se encontraba a su lado.

***

Así que ese par de webones deben andar aun por el otro lado del rio, no te digo que Alex me dijo ayer que iba a pasar por la casa de Arturo para que este le enseñe a tocar la guitarra. “No tenía idea que Arturito también la pegaba de músico” le dijo el Papu, “menos aun que tuviese la paciencia de ofrecerse a enseñarle a Alex”. Y era cierto, no se podía imaginar al enano dándole clases a alguien tan irritante como Alex, quien si para bailar era un desahuciado, para tocar un instrumento ya era un muerto frio. Cómo olvidar cuando se te dio por tocar la quena, ¿te acuerdas? Y el huevón terminó babeándote toda la boquilla intentando sacarle el sonido al pobre instrumento. Ahora imagínate con un instrumento de cuerdas, ¡Jajá! Me hubiera gustado estar ahí para ver a Arturito estallar, Beto rio imaginándose el rostro frustrado de Arturo. Pero de lejos, cholo, de lejos porque de ahí nos salpica.

El Papu como siempre se reía casi en silencio, agachó la mirada discretamente y metió las manos a los bolsillos algo avergonzado por la mujer que se hallaba apoyada contra uno de los muros de aquella oscura calle que cruzaban. La mujer, cuya silueta denotaba la curvatura de sus senos, les sonrió empinándose ligeramente hacia adelante y su amigo agachó más el rostro al verse acorralado por aquella mirada, esa sonrisa y la voz algo rasposa “pregunta, guapo” le dijo ella, ambos siguieron caminando. ¿Al fin te sirvió de algo toda la época de músico?—le preguntó—a lo que el Papu negó con la cabeza. “Hay puros hombres allí.” Beto estallo en risa acomodándose el cinturón. ¿Qué, eso no era lo que buscabas en un primer lugar?

Él apenas rio con la broma y Beto se sintió algo incómodo con el silencio que le caló en el cuerpo como el cada vez más notorio frio del cambio de estación, mala idea bajar solo en jeans y camisa, pensó, frotándose las manos. Está bueno, Edwin, ¿cuál es el problema, cholo? ¿Somos amigos o no? Se animó al fin a hablar comprendiendo que el obviar aquel asunto no haría más que acrecentar la desazón que le dejaba el ver al Papu siempre tan cohibido. Dime, Edwin, ¿eres gay? Porque no tengo ni un problema, eh, siempre y cuando no te pases de mañoso conmigo… El Papu al fin sonrió levantando el rostro avergonzado.

—No, mongol, no…—le dijo con dificultad—es solo que ya sabes como soy, digo, me palteo fácilmente, sobre todo con gente desconocida.

—Sobre todo con las mujeres—lo interrumpió.

—Sí sobre todo con mujeres. —Edwin se detuvo por unos instantes mirando hacia el vacío—Es que, es como si se me hiciera un nudo en la garganta, ¿sabes? No, tu qué vas a saber, si tú hablas hasta por las huevas, pero a mí se me va la voz, y más cuando una chica me ve a los ojos, es tan frustrante y me siento tan chiquito, w'on.

Beto no supo por un instante que responderle, ¿Qué le podía decir? Al fin y al cabo para el siempre había sido natural hablar con las mujeres, desde que  era un mocoso, aun recordaba sus primeras escapadas a las fiestas que hacían sus amigos del barrio, las noches conversando con los muchachos en la esquina de su casa, las muchachas bajando a comprar el pan, sonrientes, coqueteándole con el caminar medio torcido, el intercambio de bromas, carcajadas cómplices que culminaban en escarceos apurados por las miradas curiosas de los vecinos, las metidas de mano en el mototaxi de su amigo el gordo Rachi y aquel excitante aroma a perfume dulce, sentir los muslos de una mujer, su cintura pequeñita…y allí iba de nuevo. ¿Pero qué los hacia tan distintos a él y al Papu? Conocía a Edwin hace tanto y ahora que lo ponía en perspectiva habían sido escasas las veces en las que lo había visto hablando con una chica, de ahí a tener novia solo la loca que lo acosaba en segundo año, una enana bastante confianzuda que se le quería meter por los ojos y desplazarlos a ellos—sus amigos—de paso. Pero Edwin no era sonso, todo lo contrario, era el más aprensivo y sensible de los tres, tal vez no fuera el más brillante en clase como Arturo,  ni tenia aquella determinación de Alex cuando se le metía algo en la cabeza, pero definitivamente era el más maduro en cuanto a todo lo demás se trataba. Entonces la pregunta seguía allí, ¿Por qué era incapaz de hablarle a una mujer sin que la voz le fallase?

Ya en el bar aquella pregunta seguía dándole vueltas la cabeza y solo llegaba a una misma conclusión, falta de confianza. Él no tenía aquel problema cuando hablaba con chicas conocidas como  las novias de sus amigos, no le había pasado con Melanie ni con Jessica, ahora que habían estado allí, todo lo contario, había permanecido tranquilo y hasta  participado de la conversación. Claro, en la medida de lo que una persona introvertida como él podía figurar en una conversación grupal. “Lo que sucede es que ellas no me ponen nervioso porque no me pasa por la cabeza que puedan ser otra cosa más que solo amigas, en cambio con chicas que no conozco muy bien es algo así como una posibilidad abierta ¿ya? Y esa misma incertidumbre me causa nervios.” Les dijo el Papu bebiendo de su vaso y mirando hacia las otras mesas.

—Pero que pendejo que resultaste tu—apenas habló Alex en medio de carcajadas— vamos chicos, sírvanse que esta noche después de años estamos los tres solteros. —les dijo entusiasmado, a lo que ambos se miraron preocupados y bebieron de un solo trago el contenido de sus vasos. Él parecía eufórico, casi maniático allí, incapaz de mantenerse quieto, y si no se levantaba para poner música, pedir un cigarrillo, se ponía a cantar en voz alta o los abrazaba brindando por el fin de aquella relación toxica, que digo toxica—decía— ¡nociva! Que mal que Aturito se haya tenido que ir conchesum’re, ¿alguno de ustedes sabe qué paso?

Ambos negaron con la cabeza, Edwin jugaba con un cigarrillo entre sus dedos. Beto golpeo la mesa como dándoles ánimos y se sirvió de la botella helada, sintió el líquido resbalar por la garganta, aliviarle el pecho y vio hacia el resto de mesas, había personas de distintas edades, el grupo más numeroso parecía ser el de la mesa de la esquina opuesta, desde donde el huevonazo que se reía tan fuerte le había hecho a Arturo tomarles una foto luego de encender las luces—Beto sonrió—había que ser bien palomilla…

El Papu le pregunto a Alex por Jessica y este arrugo la nariz. “Lo tomó bastante  bien, más de lo que pesaba, no sé me dijo que ya veía señales de que algo así pasaría, discutimos un rato solo porque pensaba que la terminaba por alguien mas, pero ya le he dicho que no hay nadie, nadie, naides” Edwin se carcajeó, “¿Naides?”, “Naides, cholo, si tú mismo  sabes que con los únicos que paro son ustedes, y que yo recuerde no me he cogido a ninguno je-jé, además, ya casi ni los veo.”

Melanie se había ido con ella y apenas habían tenido tiempo de hablar, estaba más bonita que antes incluso, sus labios gruesos le daban ganas de estamparle un beso mientras Alex y Jessica discutían afuera y el Papu veía ahuevado a una de las chicas de la mesa de enfrente, una flaquita de cabello corto y blusa a rayas. Ellos dos apenas se habían podido poner al día desde que dejaron de salir, porque no habían llegado a tener nada, el tiempo no dio para eso. Ahora se había ido tras su amiga, como siempre, y ni un beso le había dejado, ni la promesa de volver a hablar como antes, cuando se quedaban hasta altas horas de la madrugada conversando ambos enganchados en la pantalla del celular hasta que el sueño los vencía y uno de los dos se disculpaba al día siguiente por su debilidad, prometiendo internamente el resistir mas la noche siguiente. Beto se percató que Edwin no paraba de voltear a la numerosa mesa dónde la flaquita del polo a rayas bailaba en su asiento.

—Ya vengo—les dijo arrimando la silla y poniéndose de pie, cruzó las demás mesas y miro hacia la muchacha y sus amigas, una de ellas pareció percatarse, había tres tipos más con ellas, pero el de la risa estridente parecía entretenido con una muchacha y el otro de  barba rala y casaca de cuero hablaba con otra chica de cabello crespo que parecía embelesada con la botella de cerveza, como si el brillo del cristal la aliviara del pesado ambiente a alcohol y tabaco. Beto entro al baño y tranquilamente se lavó las manos, se mojó la cara y el cabello, se peinó con los dedos, se secó la cara con el pañuelo y volvió a salir sacando un cigarrillo del bolsillo de la camisa. Hizo como que se palpaba los bolsillos del pantalón, el de la camisa y se quedó de pie allí a un lado, giró el rostro hacia ellos y uno de los tipos le ofreció un encendedor. La chica del polo a rayas apenas lo miró y volvió a hablar con la chica que se metía mano con quien parecía ser su novio hacia buen rato.

—Ustedes son de la San Agustín ¿No?—le pregunto el sujeto de barba. Su amiga lo barrio de pies a cabeza con una expresión arisca.

—Sí, de la facultad de psicología, ustedes también ¿no? Me parece haberlos visto antes.

—Sí, de hecho, nosotros de la facultad de letras…—él se quedó callado por unos instantes intentando ver hasta su mesa donde el Papu y Alex conversaban. — ¡Claro!—rio—a tu amigo lo conozco, dile que no bromeaba con lo que practique para el lunes—él volvió a reír y su amiga lo topó con el codo sonriendo de forma burlona. Beto asintió dándole una calada al cigarrillo y apretó los labios; sí, parecían un grupo de idiotas, seguramente algunos ya eran egresados, eran algo mayores, pero ni modo, debía poner buena cara. Beto se detuvo en la rockola y puso un par de monedas. Pasó las listas de discos lentamente, miro de reojo una vez más al grupo aquel, la chica del polo a rayas observaba de reojo la mesa donde se hallaban sus amigos, hacia Edwin. ¡Ja! Pensó, escogió un par de canciones y se volvió a sentar.

—Ah, Alex, el tipo del frente te manda saludos dice que practiques para el lunes o te va reprobar. —soltó mientras se servía un vaso de las cerveza y veía el rostro pasmado de su amigo.

***

A Helena a cada trago que daba al vaso, la cerveza se le hacía más insípida. Mario no dejaba de hablarle sobre la farra de ayer y lo del colectivo, el colectivo. Helena, le decía; ignorando por completo la masacre de la que había venido, claro, lo mismo que pasaba cada vez que había una marcha de mujeres, los compañeros de izquierdas (y algunas compañeras de estos mismos colectivos) parecían nunca enterarse de lo que había ocurrido, hacerse los desentendidos “¿ah, era hoy?” decían con cara de imbéciles. Pero había que verlos cuando se acordaba un paro de trabajadores o el gobierno insistía con el recorte de beneficios laborales, cómo saltaban con lo de la lucha interseccional, lo de la descentralización de agendas. Mario era igual, ya lo había aceptado. Podía hablar de feminismo por horas con él, pero sabía que en la práctica no era más de uno de aquellos revolucionarios chamuyeros de los que tanto despotricaba. Para él solo estaba el FSE y el partido socialista que buscaba resurgir del lamentable estado en el que se encontraba. Así que con el tiempo ella había dejado de hablarle de las movilizaciones, de los acuerdos planteados en con las Violetas Salvajes y la articulación de estudiantes feministas.

Esto no la decepcionaba, al fin y al cabo ¿Había algún hombre con el que se podía hablar sobre feminismo? Tal vez esto ni lo hacia una mala persona, no significaba que la causa por la que ellas luchaban fuera completamente indiferente para él, claro que no; si hasta se indignaba cuando escuchaban sobre otro feminicidio más en la tv, cuando oían sobre otra muchacha desaparecida. ¿Entonces, por qué se sentía tan mal el seguir así de enamorada de él? Ella tomó otro trago de cerveza y el imbécil de Joaquín alzo las manos como calmándola “Tranquila Helenita, no te me vayas a picar muy rápido” le dijo viéndola con una atorrante expresión de hombre experimentado, el brazo sobre el respaldar de la silla de Érica y las silla ligeramente arrimada hacia atrás para poder sentarse a sus anchas, como reclamando cada centímetro de aquella esquina de la mesa.

—No me voy a aprovechar de ti, no te preocupes—le dijo bebiendo todo el vaso de un trago.

“Y así, Helena, me dejó con la boca cerrada, si el pendex hasta tenia fotos con la clásica toma esta del mar de gente y el escenario atrás, ¡Ja! Debiste haber visto su cara de satisfacción cuando pasaba las páginas del álbum. Además, como te decía, se emocionó mucho viendo las fotos con mi nuevo tío, el tal Reinaldo—Mario volvió a reír algo acalorado por el trago— Me dijo que luego del festival se quedaron sin money para el regreso, así que terminaron tirando dedo hasta Nueva York, ¿Te imaginas haber llegado allí por esos años? ¿Es como de película, no? La cosa es que llegaron junto a Nando, como lo llama, allí. Por suerte el clima aún era lo suficientemente amable como para no morir de frio durmiendo en los parques. Dice que así estuvieron por un tiempo hasta que consiguieron trabajo y un piso pequeño en el mismo Manhattan. ¡Ah! ¿Te imaginas al tío Pierre ahí? Paseando por la quinta avenida con su facha de poeta bohemio, el trajecito de sastre y el pañuelo de seda al cuello. Dice que hasta conocieron a Dylan, claro que de esa noche no hay fotos.”

Helena lo escuchaba en silencio. Extrañaba al tío Pierre, tenía una sagacidad sumamente graciosa para responder, sin contar con que desde un principio notó la extraña relación entre Mario y ella, “¡Y ustedes cuando se van a dar cuenta de que son tal para cual!” les había dicho una vez, y ella estaba de acuerdo, eran muy parecidos, coincidían casi en todo, ya sea gustos y aversiones, pero tal vez era justo eso lo que los hacia rehuir de cruzar la frontera de la amistad y al camaradería. El zumbido de su celular a sacó de sus pensamientos.

“Ya estoy en casa, gracias por lo de hoy” Decía en la burbuja de la conversación con Evelyn. Ese gracias le cayó como un golpe directo al pecho. No tenía nada que agradecerle, ella menos que nadie, en tan solo unos días le había fallado dos veces. Primero traicionando su confianza y luego llegando tarde a la reagrupación con las demás chicas. Le había prometido que no la dejaría sola con las miembras más jóvenes del grupo frente a la represión, le había dicho que llegaría a tiempo con las damas muchachas, pero llegado el momento todo se había complicado tanto. Y es que había situaciones que salían de su alcance. Entonces porque sentía la vergüenza pesándole en la cabeza como un parasito.

Cuando al fin las calles comenzaron a despejarse de la nube corrosiva y los transeúntes volvieron a asomarse desde los comercios cerrados, ellas llegaron cansadas hasta donde la policía se venía levantando a las compañeras. Se armó el gran frenesí de sujetarlas de las manos, del polo o de lo que un pudiese agarrar para que no sean subidas a las patrullas. Apenas vio a Evelyn mientras las demás compañeras el grupo trataban de ayudar a las muchachas siendo arrastradas con todo y pancartas. La chica cedió dignamente al agarre del tombo quien la sujeto de las muñecas y se hizo entrar a empujones al vehiculo, la puerta se cerro con un estruendo y ella avanzaba, se abría paso entre la confusión, entre los chiflidos y  el relinchar de los caballos de la policía, nerviosos los pobres, igual de asustados que Evelyn, quien la vio por la ventana del patrullero, y ambas apenas tuvieron tiempo cruzar miradas. “Te voy a sacar de ahí” había tratado de vocalizar Helena para tranquilizarla. Y en aquel momento su carita casi siempre burlona y sonriente se comprimió en un gesto de angustia, ella asintió y le levantó el puño en señal de resistencia, Helena sintió que la piel se le escarapeló y los ojos se humedecieron hasta el punto de escocerle ante los residuos de gas pimienta en el aire.

Dos veces le había fallado a la amiga más cercana que tenía en el colectivo de las violetas. La muchacha con las que en los últimos meses había logado congeniar a  un punto que en algún momento se pensó enamorada de ella, prendida de su cabello lacio y negro, su rostro de pómulos angulosos y su humor inconsciente. Pero no funcionaria, era tan distinto a todo lo que conocía, a todo lo que entendía por las pocas relaciones que había tenido, el estar con una chica se planteaba sumamente lejano para ella, aun así disfrutaba hasta las lágrimas el conversar con ella, el quedarse en su casa viendo películas y embutiéndose de chatarra.

Por eso había llamado inmediatamente a Joaquín para que la ayudase a sacarla de la carceleta de la comisaria. Por suerte este no puso ninguna excusa. Joaquín podía ser un reverendo gil muchas veces, pero nunca les  había dado la espalda a ella o a Mario cuando las veces que habían sido detenidos durante alguna manifestación. Sí, se había aprovechado de la situación para llenarse la boca durante las rondas nocturnas y las sesiones de pisco y soda de los viernes, pero su fanfarronería era un licencia que le daban luego de las incontables ocasiones en que el robusto muchacho les había devuelto—literalmente—la libertad.

—Sírvele mas al doctor—le dijo Helena a medio camino entre la sorna y el genuino agradecimiento. Hacia tan solo algunas horas, las gestiones para que las compañeras detenidas sean liberadas, habían llegado a su fin. Evelyn apenas la vio le dio un abrazo que se prolongó por minutos, era la primera vez que la detenían, y a juzgar por su ímpetu no sería la última.

—Gracias—le dijo Evelyn sin soltarle las manos.

—Perdóname. —se le escapó a Helena, incapaz de decidir si era por su flaqueza o por no poder corresponder a sus sentimientos.

***

Beto sabia muy bien que había pocas cosas que unían a su generación y definitivamente el reggaetón clásico era una de ellas. No había confirmación más evidente que el ulular coral de la mesa de webones frente a ellos. Aquella borrasca alegre que trajo dentro del bar, manos arriba, rostros sorprendidos, caderas inquietas y la voz de las muchachas “¡necesito bailar!” con una certeza demandante ante el primer contacto visual o corpóreo. Ritmo violento y demás, todo ese frenesí vulgarzón contenido por el rock ochentero y el new wave disforzado, pero para qué negarlo más, si la noche se prendía como pólvora chispeando, manos sacando filo sobre los bordes de las mesas y sonrisas tan maliciosa como dispuestas ser víctimas (o victimarios) y es la intención se invertía, o convivía en ambas direcciones. Perrear era la muestra más vital de rebeldía, les dijo Beto. Alex les escupió la cerveza en forma de llovizna, incapaz de contener la risa histérica.

Y pronto se percató que un par de puntas habían comenzado a bailar, luego dos o tres gatos más, pronto las chicas de la mesa el frente topándose entre las sillas, rozando nucas con el borde de las mangas, una de ellas hizo contacto visual con él—aquí es—se levantó  ella le sonrió siguiendo su contorneo palteado por la falda de corduroy que le subía sobre el muslo. La muchacha de polo a rayas seguía sentada y sus amigos lo veían con cara de huevones como había comenzado a bailar con ella. La canción explotaba en los parlantes del aparatucho futurista cayéndose a pedazos, los tubos brillantes arañados, era neón fragmentado, las caderas de la chica entre sus manos. Poco se había percatado él (dos o tres canciones más) de cuantas monedas había puesto en el aparato, la cuestión es que se iban acercando. Así despacio, casi como tanteando, como él con las nalgas de ella, simplemente rosándola al golpe de la música, así un empujón llevado por la inercia, emoción fugaz, un poco sacada del ritmo. Así, suave y un rose largo y profundo, pero no grosero, delicado, como invitándola a que se deje llevar o a que lo mande a la mierda (había que tener huevos para hacer eso, Alex y el Papu miraban de lejos, él reia por dentro) no sabía ni como la botella de cerveza llegó a su manos, ni cómo  es que terminó  bailando con la chica que lo había barrido de pies a cabeza hacia un rato. No sabía cómo el huevón de su profe de Alex había terminado bailando junto a él con la chica del polo a rayas, y otro patita se había sentado con sus amigos “¡Cuidado con el tv! ¡Guarda me lo bajan!” gritaba el seguridad, pero a ellos les llegaba al pincho, seguían meneando el cuerpo a todo dar, hasta abajo ¡Tra-tra-tra! Les dijo—ellos se cagaron de risa—Helena lo sujetó del hombro y lo miró como retándolo, esa flaca era sin dudas de cuidado, entonces ambos comenzaron su competencia de descenso, sus amigos chacoteando alrededor, alzando las botellas, bajando los vasos, ambos ya en el piso—más abajo—hacia atrás, y la bulla al fin llegó a su fin en medio de las carcajadas. La chica de cabello crespo y mirada fuerte le sonrió de lado y asintió, el correspondió mostrando la fila de dientes violáceos bajo el monitor custodiado por el seguridad.

De la misma forma, sin darse cuenta salieron de la rockola, ni supo bien el momento a dónde la chica, Helena, les dijo para que los acompañen, o cuando el otro tipo, el de barbita le palmeó la espalda y  le hablaba como si fura su amigo, solo el otro men, el flaco de casaca jean que era tan escandaloso para hablar, como demostrando su total pertenencia de aquel grupo, solo él había permanecido algo reacio. Él y Alex, por supuesto, quien no quitaba la mala cara desde que habían salido de aquel lugar, pero ya le había dicho, “Hoy es la noche de Edwin, webon” y pareció comprender bien, lo había entendido clarísimo, sobre todo cuando al ir por la calle la muchacha del polo a rayas comenzó a hablarle al Papu, quien sumamente avergonzado apenas le respondía escondiendo el rostro con la penumbra.

Aquella calle y la media noche, esa misma vergüenza se le metió como el aire frio al cerebro. Le hizo doler la frente entera, la cabeza punzando a medida que trataba de calentarse como podía, frotando violentamente las manos, los brazos, la camisa delgada al viento bajo la llovizna menuda. Edwin y la chica delante de ellos, el rostro palteado de su amigo tan similar al de Melanie la noche en la que entraron a la última función del cine pulgoso del Jirón. Luego un par de tragos en El Mirador—clásico previas al entierro— coronando la plaza, de ahí en caída libre a la bajada, un par de hamburguesas potentes o una salchipapa compartida. Hasta que al fin, finalmente, luego de meses lanzándose bromas cojudas, coqueteando entre salidas a tomar café o un helado, a jironear pues, pero todo tranquilo; al fin, porque siempre había sabido que ella era una de esas mujeres que sabía lo que querían. Y como los chicos iban a alucinar cuando les contase todo, todo, como se la había mamado mirándolo desde abajo con aquellos ojos grandazos, tomando su miembro con ambas manos. La puerta del hostal se abrió, el rostro cuarteado de un anciano los recibió haciéndoles un gesto solemne para que ingresen, escaleras arribas, gritos confundidos, compitiendo en el pasadizo, turnándose para sonar la bocina. Cerraron la puerta, afuera las ropas, afuera todo…Melanie era perfecta, ligeramente robusta, de piernas gruesas y trasero redondo, parecía una venus con el cabello ondeado cayéndole sobre los pechos, y el ahí, todo flaco y velludo, con la pinga parada y los ojos centellando era la más pérfida representación de un fauno del bosque—y ahí mismo enterró el rostro—ambos, inmersos en el juego de roles greco-latinoamericano.

La música de bares y discotecas aledañas entrando a través de los cristales, los gemidos de ella tan bajitos que apenas la oía tras el estridente “Soy una gargolaaa…” Así hasta que ella se volteó mostrándole de lleno el enorme corazón invertido, glúteos blanquísimos y su sexo apenas expuesto con la mata de vellos asomando entre las piernas, él ágilmente saltó de la cama para coger el condón de su billetera. Sacó el envoltorio y se lo colocó, giró hacia ella y notó algo extraño, la lujuria de Pan se apagaba, la ninfa seguía en la cama sonrosada, se acariciaba el cabello y la canción como interjección entre su decepción, el susto al ver como terminó de pronto con una protuberancia arrugada dentro del jebe, en vez del glorioso obelisco priapico que había sostenido hacia tan solo unos instantes. Intentó estimularlo, primero delicadamente, como consolando a un animal asustado por semejante mujerón, luego violentamente, reclamando por su masculinidad abortada en la simple incapacidad de su pene para erguirse. Ella no tardó en percatarse, se agacho, trato de masturbarlo, de mamarlo abriendo los labios húmedos color carmesí, nada, mas besos, nada, abrazos, metidas de manos, sesentinueve, no sirve, absueltamente inútil, la creciente desesperación hizo que se bloquee aún más, y la amable actitud de Melanie no hacía más que se orgullo decreciese arrugado. Luego de aquella noche no se supo capaz de responderle los mensajes, mucho menos de volver a invitarla a salir, incluso ver a Jessica le avergonzaba imaginando que ya se debía haber enteado de su problema. La muchacha sin embargo parecía no saber nada, y Melanie, ella había sido tan perspicaz que entendió todo sin necesidad de una explicación, simplemente dejaron de hablar e hicieron como que nada pasó.

Ahora, luego de tanto tiempo, ya no se avergonzaba cuando ella le hablaba, su orgullo no se resquebrajaba cuando la veía pasar conversando con Jessica o su grupo de amigas de sonrisas lerdas y cabellos lacios. Saludaba serio, casual, sin mostrar interés de más, pero tampoco indiferencia, fastidio, un hola, “¿sabes qué dejo tal profe para la siguiente clase? ¿Alex? Sí, lo había visto temprano, ¿Almuerzo? Claro, todos bajaremos al mercado y luego al Jirón…” Así habían retomado poco a poco la amistad—lejana, pero tangible—habían vuelto a mensajearse, la toma había sido una excelente excusa para reunir chats abandonados hacia tanto tiempo que ni en la bandeja de entrada aparecían, uno tenía que buscarlos tipeando el nombre de la persona… Él, por supuesto, como parte del consejo de Facultada había participado en la toma del campus junto con los demás grupos y organizaciones de estudiantes que exigían una regularización de las inversiones que hacia la universidad del capital expedido por el estado, la actualización de las malas curriculares, la reactivación del comedor de estudiantes, la normativa contra la discriminación, violencia  acoso dentro de las aulas, etc. En fin, se habían dejado llevar un poco, pero había temas de urgencia. Claro que sí; la señal más clara era que la intendencia de educación superior—organismo que fiscalizaba a todas la universidades públicas—les había dado un ultimátum para adecuarse a los nuevos requerimientos o amenazaban con cerrar la otrora gloriosa Universidad San Agustín. Melanie, como muchacha curiosa que era, estuvo desde un principio siguiendo de cerca el desenvolvimiento de la situación, desde las primeras decisiones cuando a la asamblea de estudiantes iban solo unos cuantos desocupados, hasta cuando las votaciones se daban en plena ágora universitaria con tantos compañeros que era difícil hacer el conteo de tantas manos levantadas. Las conversaciones nocturnas retornaron y prosiguieron, incluso una vez el ambiente en las aulas se tranquilizó y las clases reanudaron tediosamente.

Al llegar al mirador los cuerpos se atravesaban contra la música, casi de forma sexual. El punto álgido del meneo exhibicionista, los tragos helados se derretían, las muchachas volteaban a ver de reojo y los tipos—huevones en grupos de tres—seguían con la expresión arrecha, urgida, el mínimo ademán de descuido para meter plática, sacar filo, lanzar labia. Beto, veía Alex hundirse lentamente en aquella masa orgiástica, pero no lo podía sacarlo del flujo grotesco, el mismo apenas sobrellevaba la marejada agresiva de la cumbia setentera haciéndolos bailar apuntando al cielo, como levitando a cada paso.

Y Helena era una nereida sobre toda aquella plasta de borrachos. Ella seguía el ritmo con una gracia malandra impensable, montaba las olas de aquellos cuerpos resbalándose con la sangría derramada sobre el piso pulido. Su amigo, el tipo de barbita no se quedaba atrás  le seguía el paso, sobrellevaba la falta de equilibrio, pasaba de mano en mano la broma apenas oída, desfigurada al tercer oído y el ¿Qué dijo? Para negar con la cabeza, cerrar los párpados y darle con más ganas al pasito tún tún, al chirriar de las zapatillas converse y tabas de vestir tan lustradas como cantante de orquesta—ahora el men de barba, el flaco y su otro amigo se pusieron en fila remedando los pasos de una conocida agrupación, las chicas celebraron la gracia, Alex puso los ojos en blanco sin disimular antipatía—y comenzó la salsa, ahora en parejas, mas trago, vodka de farmacia, ron encaletado y hasta un par de botellas de cerveza que alguien había olvidado junto a un taburete de cuerina.

Y no había sido solo Melanie, cada vez que llegaba con una muchacha hasta ese punto sentía que la apabulladora realidad de otro cuerpo desnudo lo menguaba. La frustración de apenas llegar a unos minutos de frenesí cachero, desplomaban la imagen de machito jugador que había construido tan cuidadosamente, toda una fantasía que se veía desfallecer lánguida frente a la desnudez de una mujer, la primera metida—a veces ni eso—y pum, pum, chorro burlón, chillido grosero, casi asqueroso y la mueca desilusionada que se incrustaba en su pecho como un machete.

Helena dejó de bailar y fue hacia donde el flaco discutía con una chica de cabello negro largo. La flaca le lanzó una cachetada al tipo y Helena comenzó a increparle quien sabe qué cosa, la música seguía, el Gato—como le llamaban al profe de Alex—no se daba cuenta aun y ambos comenzaron mandarse a la mierda con un histrionismo sorprendente, pasó de largo hacia Alex, el Gato se metió en la trifulca, caminada de borracho—solo estaban picados decían, claro, de hecho— el otro lo empujó, Alex, dio un respingo sorprendido por la tensión, la gente comenzó a silbar, a otros les llegaba reverendamente, seguían meneando el trasero, inhalando sus vaporizadores y tronchos preparados. El flaco se fue y el bailongo continuó.

—Esta jodido, déjalo, deja que se vaya—escucho decir a Mario tratando de calmar la rabia de Helena, quien con un gesto furibundo encendía un cigarrillo. Todos intentaron retomar las riendas del sistema de parejas que habían creado así como por casualidad. La bulla variada, todos los géneros, el trago abundante, las muchachas empiladas acomodándose los mechones de  cabello planchado, se bajaban las faldas a medida que movían el cuerpo y posaban ya bastante mareadas para sus estados de madrugada, última señal de vida hasta el domingo de resurrección.

Alex ya parecía un trompo quiñado, dando vueltas como loquito, la camisa estampada maravillosamente plegada hacia su ritmo torpe para bailar, el retumbar de la canción, Joaquín le alcanzó un vaso y hacia buen rato que no veía al Papu. Miró hacia todos lados, a través de los sujetos empujándose entre ellos, las chicas con el cabello cubriéndoles el rostro y el barman sacando manos hasta de donde solo salen piernas. “No, no, mira, así es…” escuchó le decía el Gato a Alex, quien con la lengua adormecida no podía mandarlo al carajo eficazmente. Beto siguió abriéndose paso, un tipo lo topó y el contenido de su vaso le mojó la camisa,  la conchadesumadre, si ya de por si moría de frio, el sujeto se disculpó y el evitó mandarle un golpe, su rostro ya parecía uno. Se dirigió al baño—Mario le intentaba inútilmente enseñar a bailar a Alex—El Papu no estaba por ningún lado, se mojó el rostro, trató de limpiar el vodka de su polo, era inútil. Junto a él alguien empezó a arrojar emitiendo unos sonidos bestiales, era una sinfonía curiosa aquella, la de Depeche Mode a todo dar afuera y aquella persona regurgitando alcohol con unos cantos guturales majestuosos.

Al salir los cordeles con decenas de bombillas amarillas colgando se cruzaban hasta unos postes altos a cada esquina de la terraza, el halo luminoso de la plaza emergía desde abajo y al otro lado, cruzando los árboles y el monumento, lo único que atravesaba la oscuridad de la madrugada eran los anuncio publicitarios iluminados hasta cuando todos dormían o se hallaban atontados. Una botella se estrelló contra el suelo y liquido salpicó sobre los zapatos de todos, la gente comenzó a aplaudir, ¿Alex bailaba pegado a Mario? Las piernas de ambos casi se encontraban en la ingle del otro, apenas las luces cruzaban sus rostros, el cabello ocultaba la vergüenza, pero su silueta tambaleándose torpe, a punto de la inconciencia lo delató, el otro lo sujetó de la cintura, ambos se ladearon con peso muerto, “¡No me toques! ¡Animal!” le soltó a media lengua su amigo, su voz salió como un zumbido bizarro que fue recibido con gracia por Mario, este hizo el ademan de echarse para atrás ligeramente y el cuerpo le venció cayendo sentado contra la barra.

La congestión de cuerpos igual de inútiles le dificulto el paso, pero como pudo sujetó a Alex y le dijo que debían irse. ¿Han visto a mi otro amigo? Le dijo a Helena quien ayudaba al Gato a ponerse de pie, ella negó con la cabeza mientras Mario se reía sin parar sobándose la guata como un niño. “¡Si tu amigo ya se fue con Javiera hace ratazo! Hasta los vi salir bien juntitos.” Le dijo el tipo. Beto sintió el móvil vibrar, pero no podía responder, de por sí sacar a Alex de aquel lugar ya era complicado, borracho terco, testarudo como él solo para entrar al ascensor, salir por el pasillo negro. Afuera la gente comprando comida, fumando cigarrillos mentolados y la fila de taxis con los faros encendidos cegándolo. Nuevo mensaje, era Melanie.

Sigues en el centro?

Acabo de embarcar a Jessica, nos vemos??

Y la emoción inicial de ver su nombre en la pantalla de móvil, inmediatamente se vino en angustia y temor. Sobrevino a la llovizna menudeando sobre él y el frio descontrolado sobre su cuerpo tembloroso, cataclismo en su cabeza, sostuvo a su amigo por la nuca para que no se vaya de cara a la vereda serenada. Aire frio sin contemplación a la nariz y los párpados pesados, queriendo cerrar labios, un beso en cada ojo, un roce desprovisto de cualquier morbo. Tenía tanta vergüenza de que todo terminase como la última vez. O peor, que su desempeño fuera tan risible que Melanie no lo pudiese ni ver a los ojos sin sentir lástima.

—Un momento, cholo, espérate un momentito…—se detuvo Alex, poniéndole las manos en los hombros, entornó los labios preparado para decir algo con seriedad, frunció el ceño y el vómito se le escapo hasta por la nariz, incontenible como un huayco, fluyó violento hacia la calle ya llena de charcos de agua negra. El móvil comenzó a sonar nuevamente, pero esta vez Beto se reafirmó en su decisión, aquella noche no era capaz de soportar frustraciones. Alex se atoró y él le pasó la mano por la espalda tratando de aliviarlo, la Plaza Grau y el edifico altísimo frente a ellos resistían a la ráfagas de llovizna densa y plomiza como la masa plastosa que Alex arrojaba. Dos sujetos se hallaban bebiendo bajo los leones de bronce del Palacio de Justicia al otro extremo de la plaza. ¿Acaso ese no era Arturo?

Notas finales:

Espero sus comentarios :) buen domingo a todxs! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).