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Irresistible por starsdust

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Notas del capitulo:

En capítulos anteriores:

Al volver de una misión donde se cruza con un templo misterioso, El Cid se ve afectado por una urgencia irracional que se manifiesta como impulsividad sexual. Esta pasa luego hacia Aldebarán, que busca satisfacer sus antojos en un prostíbulo, y después a Aspros, que poseído por lo que resulta ser un dios lascivo ataca a su hermano Defteros. A continuación, el dios, que se revela como Príapo, antiguo dios de la fertilidad, intenta pasar a Kardia, a quien considera el recipiente más adecuado de entre los disponibles. Dégel consigue evitarlo, pero termina siendo poseído él mismo. Kardia invita entonces a Príapo a tomar su cuerpo, ya que Dégel es la persona con más información sobre Príapo y por lo tanto quien podría encontrar la solución para detener su avance. Como medida desesperada, Dégel encierra a Kardia, poseído por Príapo, en un ataúd de hielo, ante la mirada de El Cid, Aldebarán y Sísifo.

—¡Ah! ¿Por qué siento que me perdí de algo interesante? —dijo una voz agitada que irrumpió en la escena. El recién llegado era el dueño de la armadura de Cáncer, Manigoldo—. Voy a suponer que a esto se refería Shion cuando me dijo que tuviera cuidado porque sentía que algo "extraño" estaba ocurriendo.

—Vuelve a tu templo —dijo Sísifo—. Shion hizo lo correcto en permanecer en su puesto. Deberías hacer lo mismo.

Manigoldo se tomó unos momentos para estudiar la inusual combinación de santos de oro que se desplegaba ante él: Tauro, Capricornio, Sagitario, Acuario. Lo que hasta unos momentos atrás era caos había dejado lugar a una tensa calma. Nadie devolvió la mirada de Manigoldo, con excepción de Sísifo, que la mantuvo con firmeza.

—¿Y ustedes? —preguntó Manigoldo—. ¿Es esto algún tipo de reunión de los santos más aburridos del santuario? Porque eso explicaría mucho, excepto ese ataúd de hielo...

—Esto es serio —respondió Sísifo—. Estamos lidiando con un dios antiguo, Príapo.

—¿Qué relación tiene eso con congelar a Kardia?

—Es una medida de contención temporal —dijo Dégel, con voz apagada—. Este dios está usando a Kardia como recipiente.

—Voy a asumir que sabes cómo deshacer esto eventualmente... —comentó Manigoldo, golpeando el hielo que se mantenía sólido a pesar del pesado calor del verano—. ¿Qué piensan hacer?

Dégel calló por un buen rato antes de responder.

—Príapo ha sido sellado antes, utilizando el poder de Atenea, pero cuando busqué información apenas pude encontrar referencias vagas.

—¿El poder de Atenea? Buena suerte con eso, por algo el viejo se la llevó con él para entrenarla en no sé qué cosa. Es demasiado joven, todavía no puede controlar bien su poder.

—Además, si fuera posible preferiría no involucrarla en esto... —intervino Sísifo.

—¿Tienes idea de cuánto tardará en volver el patriarca? —preguntó Dégel, dirigiéndose a Manigoldo, que apoyó la espalda contra la pared de hielo y se cruzó de brazos.

—No sé, nunca se sabe lo que va a pasar cuando el viejo arma esos planes "confidenciales" —respondió él, imitando la voz de Sage.

—No podemos quedarnos sin hacer nada —dijo Dégel—. Aunque se trate de un dios menor, sigue siendo un dios, y una amenaza para el santuario. ¿Quién sabe cuánto podamos mantenerlo bajo control? Si Príapo sí conoció a Itia de Libra y a mi maestro de jóvenes, eso significa que tuvo que tener contacto con el santuario en el siglo XIII. Sería más fácil si mi maestro no estuviera... —muerto, era la palabra, aunque esta quedó atascada en su garganta y nunca llegó a salir a la luz—. Tiene que haber algún manuscrito con más detalles al respecto que nos ayude.

Las palabras de Príapo sobre su maestro Krest lo perseguían, negándose a darle tregua. ¿Habría tomado algunos de esos elementos de sus recuerdos para provocarlo? Su maestro solo había recuperado su cuerpo joven en este siglo, después de 500 años, no antes. Príapo había mentido sobre eso, y podría haber mentido sobre otras cosas. ¿Cómo saber con seguridad?

—Quizás no hayan querido dejar registros, dadas las circunstancias —dijo Aldebarán, carraspeando—. ¿No dijiste que no habías encontrado más que referencias vagas?

Una incómoda quietud volvió a apoderarse de la tarde. Aldebarán sacudió la cabeza y se alejó del grupo. Sísifo hizo lo mismo, buscando la sombra de un árbol. El Cid, que poco se había movido desde la llegada de Manigoldo, siguió con la vista sus pasos.

Junto al ataúd de hielo quedaron Dégel y Manigoldo, que respiró hondo antes de hablar en voz baja:

—Es posible que haya otra manera de saber lo que ocurrió antes.

—¿Qué manera? —preguntó Dégel, con cierta suspicacia.

—Shion.

—¿Shion?

—Ah, es complicado de explicar —dijo Manigoldo, pasando la mano por su cabello, que quedó más desordenado que antes—, pero... creo que él quizás podría hacer algo para averiguar lo que pudo haber pasado. Él puede "hablar" con las armaduras, si se le puede decir así. Quizás pueda acceder a recuerdos relacionados con tu amigo Prepucio, o como se llame. Si tu maestro estuvo involucrado, entonces la armadura de Acuario podría tener información. No sé qué tanto aprecie Shion que te cuente esto, preferiría que quedara entre nosotros por ahora.


oOo

La armadura de Acuario esperaba, apoyada sobre el piso de piedra del templo de Aries. Para otros era una herramienta noble, mientras que para Shion era más que eso: estaba viva. La escuchó vibrar al acercarse, reconociéndolo, saludándolo en su lenguaje privado, ese que solo él podía escuchar.

Manigoldo había tenido razón, Shion no compartía abiertamente todo lo que conllevaba el proceso de reparación de armaduras, ni el punto al cual podía conectarse con ellas. No todos entenderían, y había habido una época en que su habilidad había puesto en peligro su integridad. La tentación de ir más allá a la hora de ver y sentir lo que las armaduras habían experimentado podía ser peligrosa. Ver llegar a Manigoldo acompañado de Dégel y escuchar su pedido le había provocado un nudo en la garganta, pero al conocer más detalles del porqué, su actitud se había suavizado.

—Entonces quieres que le pregunte sobre Krest de Acuario y ese "Príapo", ¿verdad? —preguntó Shion—. Siglo XIII.

Dégel asintió. Llevaba el cabello recogido y vestimenta sencilla. Aunque sin su armadura se veía menos imponente, su porte seguía siendo impecable.

—Tiene que haber alguna pista de cómo derrotar a Prepucio enterrada en esa armadura —dijo Manigoldo, poniendo una mano sobre el hombro de Shion.

—No puedo asegurar que encuentre una respuesta, va a depender de lo que ella quiera mostrarme.

—Si no encuentras nada no te vamos a culpar —intervino Dégel—. Es solo que tenemos que intentarlo.

Shion suspiró y acercó una mano a la armadura pidiendo su colaboración. La respuesta fue inmediata y avasallante. Al tocar la superficie, su cuerpo fue consumido por un fuego bestial, y luego una negrura voraz devoró todo cuanto lo rodeaba. Las columnas del templo desaparecieron, y el aire fue substituido por las heladas aguas de un océano infinito y azul. No se sintió ahogarse, ni tampoco sintió frío. Una ola de calma adormeció su cuerpo, y justo cuando estaba por entregarse por completo a ella, un remolino lo impulsó hacia arriba, elevándolo por fuera del océano hacia alturas imposibles.

Cuando se detuvo, el mundo a su alrededor había cambiado. Estaba en un fastuoso palacio blanco, y la mano de un extraño rodeaba su cintura. Era un hombre atlético de mediana edad y altura sobrenatural, que le dedicó una sonrisa afectuosa cuando sintió sus ojos sobre él.

—¿Dónde estamos? —se escuchó Shion decir a sí mismo. Su voz no era su voz, sino la de otra persona. Lo mismo ocurría con su cuerpo. Estaba viendo a través de los ojos de otro. No sintió miedo, sino curiosidad, incluso cuando el hombre gigante lo tomó entre sus brazos y lo atrajo contra sí.

—¿Acaso no dije que te traería conmigo —dijo el padre de los dioses—, Ganimedes? Tu belleza pertenece al Olimpo. No voy a dejar que se desperdicie entre los mortales.

No, pensó Shion, entendiendo de pronto que estaba en el lugar incorrecto. Intentó enfocarse y resistir la fascinación que le provocaba la escena a la que había sido arrastrado. Siglo XIII. Siglo XIII.

—Zeus… —dijo Ganimedes.

Shion conocía los lazos de la armadura de Acuario con la leyenda de Ganimedes, pero nunca había experimentado una visión como aquella. La presencia de Zeus era monumental, y desprenderse de su abrazo era difícil.

Cerró los ojos y volvió a concentrarse en su misión: las memorias de Acuario. Así sintió que el palacio celestial comenzaba a desmoronarse, y pronto el suelo bajo sus pies desapareció, convirtiéndose en un abismo.

Cayó por lo que pudo haber sido siglos hasta detenerse sobre un lugar mullido, que al recuperarse del impacto reconoció como un colchón. Esta vez el escenario era más familiar, y con una textura similar a la de las memorias de armadura a las que Shion estaba acostumbrado. Pero la época no era el siglo XIII, y Krest de Acuario no era el protagonista.

Frente a él estaba Kardia, como nunca lo había visto en la vida real: ojos hambrientos, cabello salvaje, piel sudorosa. El recuerdo pertenecía a Dégel, que solo llevaba puesta parte de la armadura.

—¿Estás seguro de que no duele demasiado? —preguntó Dégel, toda su atención puesta en su compañero.

—Duele de la manera correcta —respondió Kardia, acomodándose debajo hasta encontrar una mejor posición. Shion fue sofocado por una repentina ola de calor que pasó a ser contrarrestada por otra de frío proveniente de Dégel.

—Nadie puede saber de esto —susurró Dégel—. Nadie.

Kardia contuvo una carcajada.

—Sí, señor, por supuesto.

Apartarse de este recuerdo resultó ser aún más difícil que de la visión anterior. Saber que no tenía que estar allí solo hacía que fuera más duro despegarse de ese momento secreto, aunque sus ansias de permanecer le hicieran avergonzarse de sí mismo.

Quiero saber, decía una voz dentro de sí. Solo un poco más.

Le tomó toda su voluntad poner distancia entre él y el recuerdo lo suficiente como para soltarlo. Una vez que lo hizo imagen se distorsionó, y Dégel y Kardia pasaron a ser solo sombras. Otra serie de figuras difusas comenzaron a surgir de entre la oscuridad, recuerdos caóticos de distintas épocas y distintas personas manifestándose al mismo tiempo, multiplicándose hasta abrumarlo, hablando distintos idiomas, todas a la vez.

—¡Krest! —gritó Shion, en un intento por detener la marea de imágenes.

De entre la multitud, una silueta empezó a tomar forma y destacarse de las demás. Las voces del resto disminuyeron poco a poco hasta que no fueron más que un murmullo, y luego silencio. Solo algo quedó frente a Shion cuando el resto desapareció, o, mejor dicho, alguien: portaba la armadura de Acuario, pero era más joven que cualquier caballero de oro que Shion hubiera conocido nunca. Shion supo que se trataba de Krest, a pesar de que fuera difícil reconciliar la imagen de aquel chico que se veía demasiado pequeño para cargar tanta responsabilidad con la de las leyendas que había escuchado.

Aunque supiera que solo estaba viendo una proyección del pasado, Shion se sintió observado. Los ojos de Krest estaban clavados en él, si es que eso era posible. Su mirada estaba cargada de una preocupación agobiante, desesperada.

—Señor Itia —dijo Krest, dando unos pasos hacia adelante.

Shion comprendió entonces que Krest no estaba viéndolo a él, sino más allá, a lo que había detrás. Estaban cerca de la entrada al templo de Libra. Krest avanzó, atravesando a Shion, y este lo siguió de cerca en su ascenso por las familiares escaleras y por entre el laberinto interior que llevaba a los cuartos privados.

Cuando Krest se detuvo frente a una puerta entreabierta, que Shion reconoció como la que correspondía al dormitorio principal, una voz sonó como un trueno desde el interior, antes de que el acuariano tuviera oportunidad de entrar.

—¡Aléjate! —ordenó Itia, caballero de Libra, desde una de las esquinas de la habitación. Era mucho más alto que no solamente Krest, sino también que Shion. Se veía agotado: una torre a punto de derrumbarse.

—Déjeme ayudarle —suplicó Krest, apoyando una mano sobre el umbral, sin atreverse a entrar—. Sé que está pasando algo, no sé qué es, pero también lo he estado sintiendo…

—Siempre tan terco. Si lo has estado sintiendo deberías saber que tienes que hacerme caso.

—¿Usted también ha tenido sueños extraños…? —preguntó Krest, arriesgándose a avanzar.

Itia fue a su encuentro, y extendió hacia Krest una mano temblorosa que nunca llegó a tocarlo. Su altura hacía que Krest se viera aún más joven.

—Sal de aquí ahora mismo. Mantente lejos de mí y de todos. Algo está muy mal. No dudes en enfrentarte a mí si llega a ser necesario.

—¿Cómo puede decir eso? Yo nunca podría...

Una fuerza invisible empujó a Krest hacia atrás, arrojándolo hacia afuera de la habitación. Shion sintió el mundo entero oscilar, amenazando con apagarse. Una oleada de miedo y confusión le hizo tambalearse. Cuando volvió a la normalidad, estaba en los brazos de alguien.

—¡Perdón! ¡Debes estar tan cansado! —dijo la voz de una mujer, cálida y reconfortante. La voz pertenecía a Atenea. Sus ojos se llenaron de lágrimas, desarmado por el abrazo, profundo y reparador. Le tomó apartarse para entender que estaba viendo otra parte de las memorias de la armadura. Era Krest quien estaba en los brazos de la diosa. Frente a ella yacía una grotesca estatuilla fálica sobre la cual había un sello.

Itia estaba arrodillado ante Atenea, una vez más dueño de sí mismo.

—No hay excusas. Que usted tuviera que involucrarse, aunque no se ha recuperado de la batalla anterior, que no pudiéramos solucionarlo nosotros...

—No, Itia. Venir a mí fue lo correcto. Ustedes tampoco estaban en condiciones de enfrentarse a este enemigo, por más que se tratara de un dios menor. No hubieran podido controlarlo. Han sufrido suficiente. Este ciclo ha sido especialmente violento. Cuando el caos se apodera del mundo, portales que deberían permanecer cerrados se rompen. Es así cuando entidades como esta son liberadas.

—¿Qué dios es? —preguntó Krest, poniendo su mejor esfuerzo en recuperar la compostura.

—Príapo, dios de la fertilidad —respondió Atenea—. Es un dios menor en poder e importancia en comparación a Ares, o Poseidón, o Hades, y con un objetivo distinto al de ellos, mucho más a pequeña escala. Cuando está fuera de control, intensifica y deforma los deseos de las personas, de los cuales se alimenta. Imagino que debió ser duro para ustedes, tener que lidiar esto estando heridos después de una batalla tan cruel...

Shion reparó entonces en los vendajes que se asomaban bajo los pliegues de las armaduras de Acuario y Libra. Así que en esta época, Príapo se había presentado en un momento muy vulnerable, cuando el santuario acababa de enfrentarse a una fuerza mayor, pero había podido ser contenido por Atenea.

—Si fuéramos más fuertes su intervención podría haberse evitado —dijo Itia.

—Podemos ser fuertes juntos. No tienen que tomar toda la carga sobre sus hombros —agregó la diosa, acariciando la cabeza de Krest, que pareció estar a punto de volver a quebrarse. Shion intentó adivinar cuántos años tenía. Todavía era un niño.

Aquel momento fue solo uno de una larga sucesión de conflictos en un ciclo demencial que se extendió hasta una batalla decisiva que trajo el final de la guerra.

Las fuerzas oscuras se sumieron en un sueño del que no despertarían hasta siglos después. Itia se convirtió en el patriarca, y habiendo recibido el don de Atenea que lo mantenía vivo más allá de lo natural, Krest continuó estando a cargo de la armadura de Acuario, y anticipando la llegada del nuevo despertar de los dioses tenebrosos. Poco a poco aprendió a separarse de su cuerpo anciano, para proyectarse más allá con la misma forma juvenil que había tenido al recibir la armadura, y así poder moverse con más libertad.

El recuerdo de Príapo se mantuvo vivo en él durante esos años. La estatuilla que lo contenía estaba en un viejo templo en el bosque, escondido y sellado por el poder de Atenea. Krest no estaba seguro de cuándo se había decidido a volver a buscar el lugar hasta dar con él. Quizás fue con la llegada de los sueños, cargados de imágenes coloridas y seductoras, de un prado fértil donde crecían los frutos más deliciosos, de cuerpos que bailaban y se encontraban en un lugar donde no llegaba la guerra. Era entonces el siglo XV, y el nuevo ciclo de destrucción había comenzado.

No le había sorprendido encontrar una parte del templo de Príapo derrumbada. Una grieta se había abierto en la tierra como consecuencia de un terremoto, una de las tantas anomalías que estaban surgiendo desde el despertar de las estrellas malignas, tal como había explicado la Atenea de su época.

Al entrar al templo escuchó por primera vez en siglos una voz que recordaba de sus sueños. Era la voz de Príapo:

—Krest de Acuario —dijo, resonando en su cabeza—. ¿Cómo es que sigues en este mundo?

—Por la voluntad de Atenea —respondió Krest.

—Ah, por supuesto. No me sorprende. Estás igual, pero distinto. Me doy cuenta de que ya no eres un niño. Mejor así. No me gustan los niños.

—¿Por qué has estado llamándome? —interrumpió Krest, cortante.

—¿Llamándote?

—Esos sueños vienen de ti. Imaginé que el sello se estaría debilitando cuando supe que había habido un terremoto en esta región. Vigilar el dormitar de los dioses es uno de los trabajos que me fue encomendado.

La risa de Príapo pasó a estar en todas partes. Suave, pícara, relajada.

—¿Así que vienes a vigilarme? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Qué hice hace doscientos años, más que darles unos cuantos sueños placenteros?

—Aunque fallaras, intentaste controlar a Itia de Libra. Atenea dijo que estabas buscando fortalecerte. Fuiste detenido a tiempo por ella. Dudo que lo único que hubieras hecho si ella no hubiera actuado hubiera sido infiltrarte en nuestros sueños.

—Mi objetivo es mucho más noble que el de los dioses guerreros. Yo no busco la muerte de nadie. ¿No te da un poco de curiosidad saber lo que hubiera hecho?

—Cuéntame —dijo Krest, mientras se abría paso entre los escombros, siguiendo el rastro de la fuente de energía.

Llegó a la sala principal del templo, donde el ídolo sellado por Atenea había sido colocado. El sello estaba adherido a la superficie con firmeza, pero una parte del material estaba rajada.

—No tienes por qué romper el sello —dijo Príapo—. No tienes que liberarme. Solo tócame y déjame mostrarte. Puedo hacértelo sentir. Puedes sentir, aun siendo como eres ahora, ¿verdad? Atenea no sería tan cruel de quitártelo todo. Es suficiente con que te haya condenado a vivir tu vida en este limbo…

Krest se mantuvo impasible ante la provocación, aunque un aura helada comenzó a rodearlo. Shion, observándolo todo desde sus espaldas, sintió que su piel se erizaba cuando lo escuchó volver a hablar:

—No estamos solos.

—Nadie más se atreve a visitar este lugar olvidado. Somos tú y yo, Krest.

—No. Mi armadura me lo dice. Hay alguien más aquí. Un intruso —dijo Krest, volviéndose en dirección hacia Shion.

Esta vez Shion estuvo seguro de que Krest sí podía verlo, de alguna manera misteriosa. Lo vio en los ojos de Krest, que se agrandaron al encontrarse con los suyos. ¿Podía ser que las corrientes del tiempo los hubieran conectado a través de la armadura? La mano de Krest se levantó sin darle tiempo a reaccionar, y una fuerza helada lo expulsó del recuerdo.

¡Continúa!

Notas finales:

Agregando el capítulo acá porque hay que ser consistente y cada 500 años me cae alguna review, ¡así que imagino que todavía alguien leerá a veces! Galletas de la suerte espirituales para quien llegue hasta acá y vea este texto :)


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