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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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Notas del capitulo:

Ha pasado ya harto tiempo desde que posteé esta historia, pero me quedé con la espina de darle a Miguel el fin que se merecía y no solo insinuarlo a partir de las narraciones de los demás personajes. Sin embargo, no era algo que me entusiasmase escribir, sobre todo luego de haber pasado tanto tiempo imaginando sus distintas experiencias. A pesar de todo, con el exceso de tiempo que corre por estos días y las cosas que pasan en todo el mundo creo que  es un buen momento para cerrar definitivamente este relato y seguir adelante. Cuídense todxs.

 

Una vez que se han acabado todas las palabras. Cuando el límite de la sensibilidad rebasa lo pertinentemente expresado en un comentario, allí es cuando ya no hay retorno del dolor, porque este se atasca en los labios, vuelve hacia el pecho y descompone todo, atrofia ideas apenas formuladas, cada recuerdo; pero sobre todo, cada sentimiento que alguna vez pudo haber sido benévolo. Solo queda rabia o la más indolente indiferencia. Una convivencia sosa que apenas distrae del gran tema, la soledad.

La resolución de no volver a escribir , por tanto, más que algo consiente fue un síntoma propio de la noticia, del impacto de aquella prenda ensangrentada en medio de los cadáveres y la absoluta falta de esperanza de que él hubiese tenido al menos un final apacible. ¿Había algo de tranquilidad en la muerte? Al menos un poco de alivio, pensaba, pero qué clase de tranquilidad tiene uno cuando lo último que ve es la violencia barbárica que decían los diarios había caído sobre el pequeño pueblo. Tony conocía muy bien ese movimiento, lo disfrutaba tanto como él, la excitación de la acción colectiva…sin embargo la crueldad nunca entró en sus motivaciones. Lo conocía los suficientemente bien como para saberlo como un hecho. Al menos solía conocerlo.

Miguel una vez más tomo las llaves y salió de casa a caminar avenida abajo, entre las calles vacías veía uno que otro vecino yendo por el pan un paseando a sus perros. Él entendía el definitivo de todo, la crudeza con que había que aceptar su ausencia estaba clara y la había entendido desde el primer momento, pero innegablemente el pasado seguía tirando con tanta fuerza, el ser arrastrado continuamente hacia los mismos puntos comunes, como si de una plática aburrida se tratase. La nostalgia lejos de ser romántica y dolorosa, ahora era monótona y pesada de sobrellevar.

Cinco meses se habían sucedido en este tránsito inconcluso de ver a sus amigos, pelear con su madre y buscar trabajo en algún diario o editorial. No había variado en nada, a excepción de una fuerte discusión con Carlos y un par de entrevistas, pero el panorama pintaba igual, variables más o menos similares, todo idéntico en la calle aburrida del distrito genérico de clase media acomodada en el que su padre había logrado asentarse. Claro que el viejo aún seguía en el interior delegado en quién sabe dónde. Entonces su madre tenía a su disposición el día entero para insistirle en llamar al esposo de su amiga que trabajaba en un diario importante, o al hijo de tal señora, una íntima, para que o coloque en un puesto del ministerio de cultura. Y finalmente a él ya no le importaba, no le importaba nada, a pesar de que se llenaba la boca diciendo que nunca dejaría que su familia le consiga un trabajo con sus contactos.

Pero una vez que se encontraba a medio camino entre el campo de marte y quién sabe dónde entendía que le venía igual, que ya no tenía más que hacer, no existía otro lugar al que ir y nada le llamaba la atención. El presente lo mantenía sumido en el mismo estado de inconclusión que atrapaba cada respiro, cada paso que tomaba, ahora cruzando la avenida para entrar al frondoso de la vegetación. Inhaló la llovizna sintiendo el frio entrarle a los pulmones, la humedad se instaló en su pecho clareando en una sensación de adormecimiento. Miguel veía el pasto crecido húmedo, las pequeñas dagas verdes trepando hacia arriba y sus manos se entrelazaron a ellas, su cuerpo entero se fue de encuentro y terminó acostado allí, con la nariz metida en la tierra y la llovizna cayéndole de lleno sobre la espalda. Nuevamente empezó a llorar despacio, casi al ritmo de su respiración.

Había estado junto a Tony desde que tuvo algo de independencia y ahora que ya no estaba se percataba que nunca la tuvo, que siempre se halló unido a él de una forma tan íntima que el solo pensar en andar solo aquella tarde parecía fuera de lugar. El lazo simbiótico había sido rasgado y ahora él carecía de sentido en aquella ciudad. Incapaz de pensar en otro Miguel que no estuviese allí, imitando a la hierba, uno que siguiese escribiendo, uno que persiguiese un buen puesto de trabajo, que tuviese la motivación de al fin dejar la casa de sus padres, uno que quisiese tener algo, pero todos esos proyectos estaban unidos a Tony, todos los había contemplado poniéndolos en marcha junto a él. Ahora que Miguel le quedaba, quien era el Miguel que se hallaba allí tumbado, porque definitivamente no se sentía él mismo, se sentía la yerba colándose entre el pasto, o las ramas secas tiradas a su alrededor.

Qué era él, vertido como una conglomeración más de recuerdos no tangibles y cuerpo puro, vacío de potencia, inerte hasta en las palabras. Estaba muerto, así debía ser. Siempre supo que quería morir junto a Tony, ambos lo habían discutido varias veces, durante la toma de la UNCR, o durante las escapadas en pleno toque de queda. La perspectiva de fallecer juntos era dentro de la fantasía tonta de borrachos sentimentales, la máxima expresión de su unión. Y ese sentido estaban en lo cierto, pero ninguno de los dos pensó que esa muerte simbólica del otro dejado atrás, en el mundo terrenal, sería tan exasperante, tan desesperanzadora. La muerte era el final, lo otro era un purgatorio, una media muerte que no pintaba a ninguno de los extremos y dejaba el cascaron del cuerpo a la vista y paciencia de sus amigos y familia, deambulando como un sonámbulo.

Pero vamos, que tan lamentable espectáculo debía llegar a un término, que la monotonía del dolor hace despertar hasta a los muertos, o los medio muertos. Un año terminó entre el ir y venir de los días en su habitación y las calles del distrito cuando dejo el refugio de su cama, abría las cortinas en las mañanas, empezó a tomar caminatas más largas y por ultimo volvió a asistir a pequeños talleres de poesía que dictaba Isa. Ella se hallaba contenta de su cada vez más segura recuperación y la creciente manía que había adoptado de hablar de sus planes. Porque pronto el letargo cedió a la inevitabilidad del futuro y en sus fantasías trazaba ideas de qué es lo que haría hasta que nuevamente se reencontrase con él. Al menos ahora, entendiéndose como un sujeto vivo, solo que con un exceso de tiempo.

Era ese mismo excedente lo que trataba de cancelar, y la idea era llenarlo con algo meramente útil. Lejos habían quedado los planes de entrar a la prensa o de escribir para un montón de intelectuales mañosos, le repudiaba la sola idea de que Tony supiese que había pasado todo aquel tiempo lejos de él solo revoloteando en las salas de congresos y oficinas llenas de comunicadores alienados. Aquel capital debía ser gastado en algo práctico que realmente le sirva a alguien, allí fue cuando pensó en la docencia.

Parecía lo único coherente, sobre todo tomando en cuenta que, con la cada vez más complicada situación económica del país, la inversión en cultura era mucho menor. Pronto ya pocos recordaban el poemario que hacia unos años había publicado con tanto revuelo. Incluso había oído que ya solo lo leían gente del partido, que un par incluso eran musicalizados en sus reuniones. La letra es libre, se decía, sin tomar importancia, pero por suerte el incidente no pasó a mayores.

Empezar a dar clases en la academia donde Isabel trabajaba medio tiempo se convirtió en el centro de su rutina. El salir en las mañanas rumbo al edificio precario donde se dictaban las clases era todo un acontecimiento para él, quien disfrutaba conscientemente de la ausencia de la descomposición en su pecho cada vez que recordaba a Tony. El seguir el plan de estudios, el incluir nuevos temas y hasta las mismas preguntas de sus estudiantes empezaron a capturar un mayor espacio en su cabeza.

Soterrar una vida por amor parecía una idea desquiciada y lejana, hasta cierto punto su vida misma en la universidad, la poesía, los recitales, los muchachos de las revistas y congresos, aquel conjunto de rostros había quedado guardado dentro de la idea que se formó de un intento por comenzar de nuevo. No había hallado a Miguel, así que trató de rearmar otro distinto, uno compuesto por las mismas piezas, pero otro entorno, otras experiencias otro sentimiento, menos intenso, más mesurado en sus decisiones. La ansia de cambio era tanto que había días en los que detestaba su ropa, o su forma de hablar, la forma en la que tenia de reírse, pero pronto fue acostumbrándose nuevamente a reconocerse. Con las semanas y meses nada de esto lo incomodaba, nada anterior parecía significativo.

Ahora, mirarse a si mismo al espejo era ver a un individuo más conciso. Atrás había quedado el languidecer gris del luto, sin embargo, no había vuelto el resplandecer diáfano del poeta. Allí, frente al espejo de su habitación había al fin un hombre, tangible, más maduro, menos eufórico, pero más estable y constante. Allí radicaba la belleza de aquella nueva imagen, eso era lo que palpaba al deslizar el índice sobre el reflejo, tranquilidad.

Al regresar su padre a la casa la necesidad de conseguir u  puesto fijo de trabajo y no uno de medio tiempo lo empujó a buscar en los clasificados, en el mismo ministerio y posteriormente con los conocidos de la universidad, pero todo esfuerzo parecía inútil. Nadie quería asegurar un puesto fijo de trabajo, sobre todo a tan poco tiempo de iniciar el año escolar. Miguel empezó a recorrer algunos colegios de la zona, preguntando por puestos de trabajo, sin embargo las respuestas siempre eran las mismas.

Una de sus últimas opciones en el distrito fue el colegio Virgen del Rosario, una pequeña escuela privada ubicada cerca de la catedral del Rosario, de donde justamente había tomado el nombre. Al ir y preguntar en la secretaria la muchacha que atendía pareció bastante entusiasmada, “ven el día de mañana a primera hora, hace semanas que buscamos un docente para cerrar la plana” le dijo a lo que Miguel asintió sonriendo, le dejo su currículo y salió por el portón pensando en lo pertinente de la ubicación y el nuevo horario que tenía que adecuar para trabajar en las mañanas.

Al siguiente día lo tuvieron esperando en unas butacas con aspecto de mueble de oficina por cerca de dos horas. La secretaria le había dicho que el que le iba a tomar la entrevista había salido, que no había nadie más disponible, pero que seguro no tardaban tanto. Así transcurrió toda la mañana en la que salió a tomar un jugo, deambuló por los parques de la escuela hasta que finalmente fue llamado en la recepción. Al ingresar a la pequeña sala y presentarse con el subdirector le comenzó a mencionar la experiencia que había ganado dictado en la academia, además de los distintos proyectos en los cuales había tomado parte en la universidad, haciendo principal énfasis en sus capacidades para adaptase a nuevos entornos de trabajo rápidamente y su entusiasmo por trabajar en la docencia. El subdirector de espeso bigote canoso asintió durante todo el rato hasta que termino de hablar y, revisando nuevamente el currículo que le había entregado a la secretaria el día anterior volvió a asentir. “Todo muy bien, señor Ortega, pero aquí buscamos un docente de educación física” soltó sin interés.

Saliendo de la escuela trató de mantener la compostura, sobre todo al sentir la mirada interrogante de la secretaria. En la calle el sol le dio de lleno en el rostro exponiendo toda su frustración, los buses rezongando mientras se empujaban unos a otros y los carros de los vendedores ambulantes gritando más alto que los cláxones lo saturaron. Camino un par de cuadras rengueando con una botella de gaseosa helada en la mano, mirando la plaza frente a la catedral que ahora se retorcía hacia el cielo frente a él, el calor era apremiante.

Debajo de sus pies las losas de piedra retumbaban a punto de saltar de sus bordes, “Que calor más horrible” le dijo una religiosa parada unas gradas más arriba. Llevaba un pequeño libro de salmos y una cartera de punto colgando del hombro. “Y que lo diga, hermana” le respondió Miguel con una apatía aguada. Ella vio de reojo el currículo doblado que llevaba en una mano, se hallaba húmedo debido a la botella. “¿Mala suerte, eh?”

—Pésima—le respondió inmediatamente— si Dios existe definitivamente se le está pasando la mano conmigo, como que ya me esta estrangulando.

A ella le pareció causar gracia el comentario, “Oh, no, muchacho no metas a Dios en esto, que si te rechazan no es por gracia divina” Miguel volteó a verla por primera vez con un deje ofuscado y algo incrédulo. Ella soltó un par de carcajadas mientras pedía un helado de crema a uno de los vendedores que se hallaban también en las escalinatas. “Ya, no te enojes, ya verás que encuentras algo, pero reprender al de arriba no te va a llevar a ningún lado, tenemos que arreglárnoslas nosotros mimos en este infierno” le dijo sacando la envoltura y mordiendo un pedazo de la paleta de vainilla y fresa. “Además, el de allí puede ser bien cretino a veces.” Miguel sonrió sintiendo que cada vez más el desconcierto desplazaba a la inicial apatía.

“¿Y cuál es tu oficio? Joven, si es que se puede saber, claro” pregunto ella, a lo que Miguel levantó el currículo mojado zarandeándolo ligeramente. Soy profesor, o al menos busco trabajo de profesor, estudie letras en la UNCR. “¿Y la literatura no funciono?” le respondió ella, él sonrió, ¿alguna vez funciona? Ella asintió pensativa, “no siempre, pero hace buena compañía en las noches.” Miguel le devolvió el gesto, la gaseosa se hallaba tibia en el recipiente de plástico, y algo en la actitud relajada de aquella monja lo tranquilizó con la comodidad el sarcasmo y sus respuestas ingeniosas. ¿Y se puede saber a lo que usted se dedica? Le dijo, ella se había sentado en las gradas. “¿no es obvio? Soy vedette, soltó mientras dio otro mordisco del helado.”

Miguel soltó una prolongada carcajada recibida con serenidad por la religiosa. “No, mentira, trabajo en un colegio por Santa Ana”. Miguel entornó las cejas hacia ella, la religiosa pareció notar el gesto e hizo una pequeña mueca de resignación falsa. “Si quieres puedo revisar tu currículo, andamos buscando profesores contratados ahora que el año escolar está por iniciar.” Él dudó unos instantes, pero le extendió el documento húmedo con algo de vergüenza. Ella se puso de pie y se despidió doblando el cv dentro de su bolso, no sin antes aguaitar su nombre. “Nos vemos, profesor Miguel” le dijo a lo que él se puso de pie y se despidió. Él le preguntó por su nombre. “Soy la hermana María” le respondió ella, lanzando el palito de la paleta de helado a la acera y entrando a la catedral nuevamente.

***

Pasaron los días insípidos ente las lecturas de su cuarto y los paseos de las tardes por las calles de su distrito, a la semana siguiente recibió una llamada de la hermana María preguntando por él. Su madre escuchó asoleadamente toda la conversación por la otra línea. Al colgar el auricular lo primero que escuchó fueron sus reproches por irse a trabajar hasta ese distrito periférico en la punta del cerro, pero él no la escuchó, el entusiasmo pudo más, la aventura de conocer aquel pequeño barrio del cual solo había escuchado en los diarios lo hacía imaginarse miles de escenarios, pero en todos ellos él estaba ansioso de estar allí.

Preparo una clase modelo con varias infografías que dibujo con marcadores de colores e imágenes que había conseguido en láminas que su padre guardaba en la biblioteca de su oficina. Revisó los libros de metodología que Isabel le había prestado y una vez que memorizó el orden de los temas y la forma como abordar una clase modelo se percató que la materia que había preparado estaba mal planteada y  que de pronto no recordaba nada de lo que había leído, así que nuevamente hizo los papelotes con los mapas conceptuales, y revisó los párrafos que había subrayado en los manuales, pero la ansiedad no se detuvo hasta que el sueño lo venció y a la mañana en la agitación de alistarse y conseguir transporte, pronto se vio frente a la escuela, con apenas el recuerdo del nerviosismo y la determinación de conseguir el puesto.

Al ingresar al recibidor del colegio se percató lo enorme que era, a pesar de que le barrio apenas y tenía pistas asfaltadas. El edificio de la escuela se elevaba entre las casa de adobe y ladrillo expuesto, atrás el laberinto trepaba hacia el cerro, pero de cara a aquella loma sólo había bosquecillos diminutos de árboles secos mirando a los pabellones. El edifico que se hallaba junto a la calle era el más antiguo, aun tenia los altos muros revestidos de yeso que tenían las construcciones coloniales del centro.

La secretaria lo hizo ingresar a la oficina de la dirección de inmediato, en el camino tuvo la oportunidad de contemplar la extensión del patio central y los frondosos jardines llenos de flores y árboles de fruta. Grande fue su sorpresa al ver a la hermana María en la recostada detrás del escritorio barnizado. Ella lo saludó de forma casual, a lo que el contuvo el reflejo instantáneo de darle la mano. Luego siguieron las preguntas de siempre, la información práctica el nivel de estudios, ella pareció particularmente interesada por sus actividades en la universidad y la publicación del poemario. “¡Quién lo diría! —Le dijo—un poeta” a lo que el respondió rápidamente negando con la cabeza, no, para nada, le dijo con una dureza que le sorprendió a él mismo. Ella pareció comprender y zanjó el tema inmediatamente poniéndose de pie e indicándole donde estaba el pequeño pizarrón portátil para que lleve a cabo la clase modelo.

Al salir a la calle los portones se cerraron tras el con la leve sonrisa del guardián como último vistazo al enorme patio. El salir a la avenida careció de la angustia y frustración que había sentido la última vez. Ahora solo una prudente expectativa lo alivió en todo el trayecto hacia conseguir el transporte. Al legar a la avenida pensó en su habitación, en os libros del aun regados en el escritorio  y la cama sombría destendida que había dejado al haberse retrasado. Recordaba el ambiente denso que deja el llanto ahogado y los días enteros tumbado en el suelo rasguñando las bases de su armario. Aquella visión lo horrorizó y tomó el primer colectivo que apareció.

Pronto, el peso de las emociones lo abrumó nuevamente, se sentía mareado entre la agitación de aquella oportunidad, sin embargo a la vez le decepcionaba el hecho de seguir adelante, se sentía culpable de querer seguir sintiendo, de seguir planeando cosas, lugares, gente. Todo lo hacía sentir como un traidor. No había nada más allá de la muerte de Tony que lo hiriese más que el hecho de seguir sin él, y por más que hubiesen pasado meses desde que vio en las noticias sobre la mascare, ahora todo volvía como si aquella certeza se hubiese quedado escondía todo este tiempo en laguna parte de sus entrañas, era un parasito saboteándolo, pero a su vez eran los remanente del cariño más grande que había sentido, y  que ahora, al no tener más dirección, lo atacaba a él mismo.

Han pasado innumerables tardes ensombrecidas, un invierno gris cadavérico, él bajo la cama, escondido del cielo y del mismo aire que le avergonzaba suspirar. Ahora la tarde apachurrada de tráfico, calles y largas autopistas lo llevaba sin rumbo y sin rostro, porque no tenía cara para ver. En algún momento el retumbar de tanta gente, en tantas direcciones, en tantos cuerpos, uno tras otro, lo hizo verse en el espejo retrovisor del conductor de la couster, allí el muchacho al que  observaba estaba asustado, pero él no sentía miedo ¿o sí? El sentía pena, dolor de no andar de la mano nunca más con Tony, que no le vuelva a acariciar el rostro con la espontaneidad de un beso fugaz entre salones de clase y paseos de madrugada, de momentos que tuvieron su lugar y perecieron.

Y a que más aferrarse, por qué hacerlo en un primer lugar. ¿Por qué querer tenía que ser tan absoluto? Y amar tan trágico. Enamorarse parecía como un horrible destino y en la ruta de ese bus parecían existir tantas posibilidades. Era como si aquel dolor fuese una fijación y el mismo cariño un objeto estético marcado por la muerte. Miguel vio nuevamente su reflejo por el retrovisor y dijo basta, es tiempo de continuar. Pero el Miguel que lo observaba sí se veía asustado, aquel muchacho no parecía ni un poco más maduro que el mismo que salió de la escuela hacia tantos años. Había perdido el brillo de la fascinación por las experiencias, pero la ansiedad por lo desconocido nunca desapareció.

Era un manojo de miedos nunca superados, de ansiedades jamás dichas en voz alta, porque sí, hasta aquel punto la figura de Tony había pesado más que su compañerismo cuando las cosas se ponían serias. Porque la verdad era que había momentos en los que no se sentía su compañero, en los que sólo quería sentirse entre sus brazos con la angustia escondida en su pecho y bajo su barbilla. Eso no era camaradería, no era apoyo, era simple debilidad y eso lo había atormentado por años. Aun así, el sentirse vulnerable con él nunca fue un problema, porque dentro de ese mismo miedo se colaba una confianza tan amplia entre ambos que la vergüenza de verse subyugado a su protección no parecía cuestionarlo. El problema venia cuando veía a aquel otro Miguel asustado en el espejo.

Y ese reflejo lo miraba con recelo, él se miraba temeroso de sí mismo y de la inconmensurabilidad del vacío que estaba planteado en la posibilidad de separarse de él. Porque lo había pensado muchas veces, habían peleado muchas más, pero la idea de verse lejos no cabía en sus reclamos, o en ninguna discusión. Sin embargo, era una idea que rondaba como un simple escenario en su cabeza y nada le causaba más angustia que verse sin respuestas. Sentía rabia, pero sobretodo decepción de verse sin palabras más allá de las tonterías de la universidad o de los pleitos con su familia que incluso en su entrometimiento lo empujaban a tomar decisiones, así sean esta solo para ir en contra de su padre.

Ese vacío no desapareció cuando lo llamó la hermana María personalmente para darle la noticia de qué había ocupado una de las plazas en la escuela. Tampoco se esfumo cuando dejó de frecuentar a sus amigos de la universidad o las calles del centro por las que paseaba con él. No se fue cuando comenzó a ver que maduraba inevitablemente, que cada vez veía más lejanas las tardes con sus amigos planeando el nuevo número de la revista o saltándose las clases para ir al cine, para besarse con Tony en las butacas de atrás mientras Isabel y Carlos les lanzaban palomitas a medio estallar.

Veía que poco a poco algunas líneas en el rostro se le marcaban, que su cabello era más ralo y sus ojos observaban todo más cansados. Pronto la expresión curiosa y traviesa se convirtió en seria y hasta pedante, como les había escuchado comentar a algunos padres de familia en la 0041. Pero era lo único que podían juzgar acerca de él. Desde que pisó aquella escuela había vivido solo para sus estudiantes. Había días en los que salía tan tarde que debía caminar kilómetros hasta encontrar un bus que lo llevase a casa de sus padres. La hermana María muchas veces buscaba convencerlo de mudarse cerca a la escuela, pero él negaba con la cabeza sin entender el porqué de la inmediatez de aquella respuesta. Aun así, cuando volvía a su habitación y se veía al espejo recordaba el motivo. Este lo miraba altivo, pero frágil aun.

Así ese muchacho asustado lo veía a diario y se convirtió en su nuevo compañero, en el único que permanecía toda la noche junto a él, encerrado en sus pensamientos más profundos, apenas arañando la superficie cuando se cuestionaba la necesidad de salir de casa de sus padres ante los constantes reproches y quejas, o cuando se despertaba en la madrugada con el calor rozándole tortuosamente la piel, con las ansias de sentir a alguien más contra él, pero más allá de eso, el sentir a alguien dentro de él, la proximidad de aquella mirada ausente que pronto se detiene y nada más tiene el sentido que solo aquel gesto despierta en la exhalación del cuerpo, en la vaporización de todos los movimientos en un suspiro ahogado al viento, un desdoblamiento  sin alma, solo dos vahos desprendiéndose y encontrándose en otro plano, uno tan o más real que el del tacto.

La comodidad de la escuela lo abrazó ocupando todos sus anhelos inmediatos. De los de largo plazo no se preocupó nunca. Familia, relaciones románticas, todo aquello salía de los límites de la 0041 y nada de eso lo concernían. Claro, no era que no ocupasen nunca un lugar en sus pensamientos, todos divagan en la posibilidad de encontrar a alguien, en la idea pasajera de una familia sólida. Sin embargo eran solo eso, fantasías de las que disfrutaba, pero que ante el inicio de la jornada se esfumaban y daban paso a las decenas de ojos somnolientos escuchándolos tras el pupitre, las voces entusiasmadas que le preguntaban las cosas más inesperadas luego de clase o  a los imparables proyectos que la hermana María le mencionaba mientras almorzaban en el mercado. “Algún día vamos a fundar el comedor popular, Miguelito, y vas a tener que ayudarme con todo eso si quieres ocupar mi puesto alguna vez.”

Y él de verdad lo deseaba, en serio quería formar parte de todos aquellos planes, disfrutaba impartir clases a los muchachos, el ver la vida de ellos comenzar y despedir a las varias promociones que vio partir hacia los trabajos que difícilmente encontrarían en el paupérrimo contexto que les había tocado vivir. Era un trayecto trágico el de algunas personas, pero igualmente bello al de los que hallaban rumbo o los que se establecían y formaban sus propias familias. En Santa Ana todo parecía transcurrir más rápido.

Oscar llegó de forma desapercibida. Aun así seria errado decir que fue un accidente en la rutina que seguía casi por inercia. Él mismo se encontraba contemplándolo todo en otro plano, veía a los muchachos desde el frente del salón de clases, se veía a si mismo tomando el bus o teniendo que almorzar a sus horas. Cuando comenzaron los desencuentros con aquél profesor contratado, sin embargo,  se sintió nuevamente dentro de la narrativa, su voz no era más un acto ajeno, los sentimientos que surgían al ver su torpeza, al sentir cólera por aquel sujeto eran genuinos y el cariño que emergió luego le hizo recordar que él también se hallaba ahí, y qué al igual que los muchachos que venían y se iban de la escuela, cada día que pasaba, meses, años—de nada se había dado cuenta—él también cambiaba en un continuo desprendimiento de lo que anteriormente lo había expulsado de sus propios anhelos.

Es así que el Miguel que veía reflejado en el espejo dejó la expresión frágil, el rostro que lo miraba de vuelta ahora tenía sentido con el suyo propio, y el nexo que los unía se fortaleció liberándolo al fin de la afección que lo había abrazado tanto tiempo, el luto se desprendió cayendo capa a capa, pudiendo al fin tomar la mano de alguien más que un fantasma. El permitirse querer a alguien así trajo consigo las convicciones e ideales que antes había dado por caducos. Más aun, le trajo a la vitalidad que creyó extinta.

Todo ese amor se desbordaba de él por tantos flancos, era una bomba de tiempo, un suicida adentrándose a la última hazaña que sabía le traería problemas. Pero aquello no importaba, porque se hallaba tan feliz de al fin haberse recompuesto de vuelta que por un instante olvidó el peso de sus indecisiones y la pena que se hallaba al otro lado del querer. Quiso tanto a Oscar y aun así fue con él que falló de la peor forma. Él se precipitó como incendiado por la alegría, una caída en llamas  que fulguró sobre todos a los que quería y respetaba, no hay peor irresponsabilidad que la de estallar así, envuelto en angustia y esperanza, un optimismo vacuo que ocultaba su inseguridad y falta de decisión.

El retorno de Tony tuvo un fuerte impacto en él, pero no de la forma en que Oscar alguna vez le recriminó. El Antonio que reconoció aquella tarde en el comedor popular no era el que había sido su gran amigo de la juventud. Este era un ser mítico, un renacido de los muertos cuya única individualidad era la del proyecto político por el que luchaba. Más allá de eso, no reconocía la conciencia de Tony en ese sujeto.

 Aun así, sabía que eran la misma persona y que, con el tiempo transcurrido, era muy probable que él hubiese pensado lo mismo al verlo como un simple profesor reaccionario.  La inseguridad que sus convicciones adormecidas le habían causado hasta aquel punto habían sido solo breves lapsus en la que se cuestionaba su trabajo en el contexto en el que se hallaba. Nunca llego a pensar de forma metódica en una decisión con respecto al conflicto armado, pero el área gris en la que se había detenido era sumamente peligrosa.

Y así había cedido a la comodidad de lo ambiguo, todos sus actos fallidos, la imposibilidad de hacer frente al curso que tomaron los acontecimientos posteriores a ese encuentro, fue la excusa perfecta para su completa falta de iniciativa contra infiltración del partido en la escuela y la posterior incriminación de Oscar. Nuevamente sentía que veía las cosas desde otro plano, solo que esta vez la ausencia de su intervención desencadenó el desplome de la vida que había construido con tanta constancia. Aquel derrumbe había sido hasta cierto punto emocionante, pero ahora la posibilidad de reconstrucción era imposible, las ruinas del desastre no iban a ser levantadas tan fácilmente y las vidas que lo siguieron de cerca no iban a sanar ajenas.

El amor y el compromiso se hallaban unidos a su convicción, al fuerte sentido de lo que juzgaba correcto. Aun así, el rezago del formar parte de un cambio más grande que él lo llamaba con una angustia que había instantes en los que quería partirse en dos y mandar al Miguel del espejo con Oscar y al Miguel vacío junto a Tony, junto al partido. Pero tal división no era posible ni siquiera de forma alegórica, tal desencuentro carecía de todo sentido, porque necesitaba querer a Oscar de forma completa y a su vez el sacrificio político implicaba una ofrenda que le costaba entregar, su individualidad.

Ahora, tumbado en aquella celda oscura, con las goteras tocando música para él, delirante en fiebre, apenas veía sus manos magulladas como dos trozos de carne despostillados, dos muñones de tela raída de la que asomaban sus dedos. El respirar le costaba trabajo en el infierno, pero veía la noche acercarse, los sentía en la piel, en el pecho mismo, era un grito grandioso el viento y la luna sofocando el constante ardor. Estaba más cerca con aquella tranquilidad reposando sobre los cerros de polvo de Ciudad de los Reyes.

Sonia había sido arrastrada afuera hacia tanto, una hora o un día a aquellas alturas solo era un continuo de su conciencia mirándose a sí misma en medio de la completa penumbra. Todo lo que se oía de afuera era golpes y rugidos, pasos a lo lejos, llanto ahogado y algún grito lejano aferrándose al letargo de aquella introspección en la que se había sumido. No podía ponerse de pie y unirse al barullo, ya no le veía sentido, de igual forma.

Habían tantas disculpas y despedidas que le hubiese gustado pronunciar, todas esas palabras eran atajados para aquel sentimiento. Todo el querer se transformaba en tranquilidad, este al fin había hallado una forma de salir. Alguna vez había oído que los chamanes del Amazonas creían que el conocimiento y las ideas se encuentran en el aire, que estas viajan sin necesidad de ser escritas o dichas. Él ahora percibía como su cuerpo entero era abandonado por ellas. Por un instante tuvo la certeza de que llegarían a Oscar, se hallaba seguro de que volverían a el de una u otra forma. El cariño y el fracaso de este era la muestra de afecto más fuerte, aquella angustia se invertía en preocupación, se invertía en dolor, pero sobre todo se invertía amor. Uno que trascendía a las equivocaciones y se repetía hacia el infinito.

Miguel cerró los ojos, paciente, mientras el último sentir escapó de su cuerpo, luego se vio al fin libre de todo aquel peso, este se fue hacia tantos sitios, se distribuyó en tantas direcciones, personas y lugares sobre los cuales recayó. Sabía que ese era el mejor legado que podía dejar, las palabras dichas se malinterpretan, las escritas se pierden, pero la sensibilidad permanece, el querer retorna siempre, una y otra vez.


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