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Once Upon On October por Lovis_Invictus

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«Mycroft tiene el ego demasiado alto»

[Mycroft Holmes • Gregory Lestrade]

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No.

Eso era un maldito no, rotundo y estridente.

Tenía que serlo.

Mycroft encendió su sexto cigarrillo utilizando la colilla aún humeante del anterior, lanzándola después hacia el suelo para pisarla con fuerza, enojado. Tomó una calada profunda, comenzaba a marearse por el exceso de humo que le llegaba a los pulmones pero la ansiedad no le permitía detenerse, ojalá eso lo matara. 

Pese a que fumar en interiores no le gustaba para nada, pues quitar el olor a tabaco de cortinas y muebles era una completa molestia, pasó por el recibidor a oscuras con el cigarrillo en la boca y las manos dentro de los pantalones de chándal, yendo hasta la cocina con el único propósito de sacar una cerveza del refrigerador... o dos.

Terminó tirado boca arriba sobre el sofá más largo de su sala, sofá que empujó perezosamente con los pies hasta casi chocar contra las puertas de cristal del balcón, que abiertas de par en par dejaban ver el precioso cielo nocturno despejado; desde el edificio más alto de la zona podía ver claramente las estrellas brillar deslumbrantes.

Dejó caer el cigarrillo sobre el cenicero colocado en el suelo, apenas atinando, entonces tomó una de las seis cervezas que reposaban al lado, abriéndola y bebiendo el contenido hasta la mitad de un solo trago.

Entonces casi se ahoga cuando recordó el suceso de esa mañana.

No es que hubiese querido ver a Gregory desnudo, saliendo de la ducha, con una toalla en la cintura cubriendo la típica erección mañanera, completamente despreocupado al hecho de que Mycroft se hubo quedado congelado en su lugar con el moka descafeinado en la mano.

El solo quería saber cómo estaba después de haber sido apuñalado en el abdomen seis días antes, por eso fue al cuarto de hospital, nada más.

Greg, ajeno al rubor creciente de Mycroft que la bufanda apenas lograba cubrir, le comentó que si bien había sido una herida profunda, no había tocado ningún órgano y en pocos días podría volver a casa, tal vez dos meses antes de regresar al trabajo.

Mycroft no entendió nada de lo que dijo hasta mucho después, sus ojos no se quitaban del torso trabajado donde gotas de agua caían hasta perderse en la toalla de abajo. Ni siquiera le prestó atención a la herida cuya gasa se llenaba lentamente de rojo.

Con otro trago largo terminó lo restante en la lata y abrió otra, maldiciéndose en voz alta.

Desde los catorce años estuvo consciente de su homosexualidad, cuando ese chico japonés llegó de intercambio, más alto que el resto en el aula, amable, con una sonrisa preciosa y modales perfectos, era caliente como el infierno; se sorprendió más de una vez mirádole perdidamente, anhelante.

Claro que no tenía problema alguno con ser homosexual, pero sentir atracción física y deseo sexual era una cosa, enamorarse otra diametralmente diferente. 

Él nunca se había enamorado, jamás.

Mycroft Holmes no podía enamorarse, era estúpido, una pérdida entera de tiempo valioso, las cursilerías baratas no iban con él.

Y sin embargo estuvo molestando a Sherlock durante tres días para que le dijese cómo estaba Greg, tampoco dejemos de lado que envió al mejor personal médico a atenderle una vez se enteró en dónde se encontraba internado.

Solo lo hacía porque eran amigos, ¿Qué acaso no era normal preocuparse por los amigos?

El prácticamente todopoderoso Mycroft Holmes no estaba enamorado, mucho menos de alguien tan sencillo, torpe e ingenuo como Greg Lestrade.

Para nada.

 


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