17 DE OCTUBRE:
PRIMERAS HELADAS
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.
(Pablo Neruda, Oda al Gato).
La mañana del diecisieteavo día que comparten, se convierte en un peligroso campo minado en cuanto el primer malentendido serio entre ambos surge, y su tan cuidada y bien llevada convivencia se va al demonio.
Igual de desapacible que el día anterior, octubre diecisiete presagió tormenta desde el despunte del alba; no obstante, no fue hasta que Eren recibió aquella llamada telefónica que el desastre natural estalló, arrasando de golpe con el buen ánimo de ambos a causa de miradas molestas y recriminaciones absurdas que desataron aquella pelea.
Tu terquedad silenciosa ante las preguntas del mocoso encendió la hoguera de su ira, y su temperamento ardoroso e impulsivo expandió las llamas. Y ahora, ya pasada la primera mitad del día, sentado en el porche mientras observas aquel cielo teñido de gris tristeza y los árboles que se mecen suavemente con el viento, mientras contemplas tu solitario entorno y tu solitaria vida, sientes el peso de su corta ausencia como un castigo; un dolor que sabes será todavía mayor cuando octubre finalice y las vidas de ambos obligatoriamente se separen.
Aquella, por supuesto, no ha sido tu primera discusión con Eren, cuyo temperamento abrasa y arde como una ola de calor cuando el enfado lo domina, arrasando con todo tal cual si respirase vida a su paso. Aquella no ha sido tu primera discusión con Eren, pero sí la primera en que el temor de haber estropeado las cosas entre ustedes te duele tanto, porque perderlo es perderte.
La primera vez que ambos se enfadaron seriamente, fue una fría tarde de invierno a un año de conocerse. Una tarde donde el maldito mocoso traspasó los estrictos límites que su amistad secreta mantenía en la escuela, volviéndote peligrosa dinamita a causa del miedo.
Ahora, a casi dos años de aquello, comprendes que el actuar de este por ese entonces no fue simple capricho, sino que una necesidad. Eren era temerario y jugaba siempre al límite, pero jamás contigo, nunca contigo, y, aun así, el hecho de que Erwin los viese juntos te llenó de miedo vivo y culpa quemante, tanto que pasaste por alto las señales que indicaban que algo con aquel quebrado chico no iba bien, que se hallaba roto, y que, si estaba quebrantando su pacto para buscarte, era porque en verdad te necesitaba. Tú, en cambio, solo fuiste palabras afiladas que aumentaron el daño. El brutal castigo en vez del refugio que tanto ansiaba.
Una semana completa fue la que Eren faltó a clases, y otra semana más necesitó para regresar a ti como otras veces. No obstante, en aquella ocasión un miedo velado nublaba su verde mirada de bosque, robando sus sonrisas, y cuando tendiste tu mano y tus disculpas hacia él, prometiéndole un «nunca más», contemplaste la escarcha derretirse hasta volverse primavera, sintiendo el gélido hielo que te rodeaba derrumbarse cual muro.
Dos semanas fueron una separación muy larga por aquel entonces, y el alivio que experimentaste al saberlo tuyo y de regreso, fue por completo insuficiente para todas las promesas y disculpas que albergabas en espera de ser dichas. Y ahora, que apenas dos horas han transcurrido desde la partida de Eren, la angustia te envuelve igual de dolorosa que durante aquellos días, porque el chico de verano e invierno corre por tu sangre y anida bajo tu piel, y le necesitas de regreso a pesar de saber que no lo mereces.
Su risa, tan conocida y amada, se arrastra por la brisa otoñal que crece y expande en el claro del bosque, devolviéndote la vida al oírla.
Eren, siendo todo enigmática sonrisa y verdes ojos de verano cargados de secretos, se acerca a ti con paso cauto; pero, antes de que puedas comenzar a disculparte y explicar, a reafirmar tus promesas, te ves con una cosa informe y peluda entre los brazos; una cosa diminuta que te observa con ojos tan verdes como los del chico y una expresión aterrada que de seguro rivaliza con la tuya.
—Mocoso… —mascullas con espanto, pero tu protesta se acalla con un suave beso que cierra tu boca y te devuelve el alma. Un beso que es disculpa y promesa al mismo tiempo, y el cual carga con toda la amargura que esa corta separación ha tenido.
Eren sonríe cuando te mira, pero las dudas y el miedo naciente a perderte se tiñen del verde imposible de sus ojos. Y te callas y tan solo lo besas en respuesta, porque vuelves a tenerlo y eso te basta; ya habrá tiempo para charlas y disculpas. Tu corazón está de regreso, y eso te es suficiente; las primeras heladas vuelven a ser tibia calma.
—Un obsequio —dice, y junta las manos de ambos sobre aquel bichejo que tiembla cual hoja al viento y se encoje ante tu toque.
Las excusas se agolpan en tus labios como la marea contra las rocas, porque jamás has cuidado de un animal ni te interesa hacerlo; porque aquel obsequio es una locura que solo acarreará problemas y desastres, y, sobre todo, porque sabes bien que aquella cría de gato merece un mejor lugar que allí contigo y tu soledad.
Sin embargo, es al pensar en ella rondando tu vida que lo comprendes, o comprendes a Eren, y a pesar de tu renuencia te callas tragando tu pena amarga y dura, respirando profundamente aquel otoño marchito, el cual ya te sabe a la primera helada invernal.
Octubre avanza a su fin entre gélida brisa y cortos días teñidos de oro y rojo. Octubre ya termina, y la soledad del frío invierno próximo será lo único que te quede cuando aquel chico de verano abra sus alas y vuele lejos para alcanzar sus sueños.
No obstante, ahora tienes compañía, aunque no la desearas, y las primeras heladas de la soledad de tu vida si sienten inesperadamente un poco más cálidas. Y, Eren, a pesar de haber decidido no dejar nada de sí tras su partida, no deja de dejarte recuerdos. El etéreo daño colateral de su existencia.