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El imbécil de Matthew Bell por CrystalPM

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Las clases han acabado pronto aquel martes, por los pasillos se respira el aire de festividad. Se oyen risas, el traqueteo de las maletas rodando por los suelos signo de que más de uno se marcha a pasar la fiesta en familia, la gente se emociona con solo oír la palabra: "Acción de gracias", prácticamente cinco días de vacaciones. Incluso yo no puedo evitar sentirme de buen humor. Un humor del que cierto pelirrojo parece dudar.

 

—¿De verdad vas a aguantar casi una semana en tu casa? 

 

Jordan me mira sentado en el alfeizar de una de las ventanas que dan al patio interior del edificio. Nos encontramos en un pasillo desierto, yo intentando hacer trucos con el skate mientras hablamos. 

 

—Ya te lo he dicho. Me encerraré en mi habitación la mayor parte del tiempo. Mi viejo se piensa que le pongo interés a los estudios de esa forma. 

 

Mi amigo asiente con la cabeza y se recuesta en la pared, mirando el techo. Es fácil hablar con Jordan de estas cosas, su aire tranquilo y pasota hace que acepte las cosas con facilidad, no como Tony y Lizzy, que nunca paran de insistir con las cosas hasta que consiguen la respuesta que quieren.

 

—De todas maneras, tío —suelta el pelirrojo—. Si te desesperas sabes que puedes venir a mi casa. Incluso si es en plena fiesta de acción de gracias, a mis padres les dará igual. 

 

De algún sitio había tenido que heredar el chico la personalidad hippie. Sonrío a medias mientras me balanceo en la tabla. 

 

—Gracias, Paul. 

 

—Y ya de paso invita a tu hermana. 

 

Suelto una carcajada. 

 

— Nina no se acercaría a ti en la vida. Mi hermana tiene demasiada clase. 

 

—¡Hudson, no puede usar esa cosa en los pasillos! —maldigo al escuchar a mi profesora de marketing a mi espalda. Doy un golpe a un lado del monopatín para impulsarlo hacia arriba y cuando está en el aire lo agarro con las manos y lo oculto detrás de mi espalda. Intento poner una expresión de arrepentimiento con una sonrisa de ese de no haber roto un plato en la vida.

 

—Lo siento, señora Marinelli. Se me escapó—Inmediatamente recuerdo el trabajo que debíamos entregar la próxima semana. Trabajo que muy convenientemente había evitado recordar al angelito rezando por que se olvidase de nuestro trato—. Ahora mismo iba a la biblioteca para ponerme con su informe. 

 

Para mi sorpresa la mujer se carcajea y me da unas palmaditas en la espalda.

 

—No hace falta que me cuente trolas, joven. Ya vi que se apuntó junto al señor Bell para el trabajo de navidades. 

 

La sonrisa desaparece de mi rostro ¿Cómo?

 

—¿El trabajo de navidades? —pregunta Jordan, igual de alarmado que yo. Seguro que el idiota ni se acuerda que él no tiene esta clase. 

 

—Ofrecí dos tipos de trabajos para la nota. O bien escogen un producto del mercado y me entregan un análisis a final de mes optando solo a un 7 o pueden hacer el trabajo completo, crear un producto y todo su planning desde cero para optar al sobresaliente. Por supuesto a todo el que quiera hacer el segundo trabajo le he dejado las navidades para hacerlo —parlotea, muy orgullosa de su sistema de puntuación. Yo solo puedo boquear, incrédulo—. Me sorprendió que el señor Hudson y Bell se apuntasen a hacer el trabajo completo. ¡Me alegra saber que tiene algo de interés por la asignatura!

 

Ya he dejado de escucharla. Un trabajo tan largo conllevaría muchísimas horas de dedicación, tener que estudiar en los pocos días de descanso que tengo y, lo peor de todo, tener que soportar a Matthew Bell en mi tiempo libre.

 

—¡Será cabronazo! 

 

Por suerte la profesora ya se hay largado para cuando suelto el grito. A mi lado puedo oír a Jordan partirse de la risa. 

 

—Te la ha liado bien el estirado ese. 

 

De un golpe le paso mi skate al chico, que apenas alcanza a sujetarlo entre las manos.

 

—Te veo luego. 

 

Oigo unos gritos de mi amigo mientras me alejo por el pasillo, no les hago ni caso. Cruzo los terrenos de la universidad a toda prisa, subo los escalones de la residencia de tres en tres, hasta ignoro a Hughes regañándome porque he manchado su suelo recién fregado con tierra. Para cuando llego a mi puerta aún no se me ha pasado el cabreo. Entro con poco cuidado, cerrando a mi paso de un portazo. No hay nadie en la habitación, pero puedo escuchar ruidos en el baño. En dos zancadas estoy frente a la puerta. Más que llamar la aporreo con el puño. Los ruidos en el interior cesan, tras unos segundos la puerta se abre, dejando ver al ángel a medio arreglarse, aún con el cabello húmedo, y con solo unos pantalones de traje como vestimenta. El grito sale solo.

 

—¡¿Pero tú de qué cojones vas?!

 

Mi agresividad parece tomarle de sorpresa.

 

—¿Disculpa?

 

—¿Te piensas que puedes apuntarme a tus mierdas de estudiante lameculos sin consultármelo?

 

Aquello parece hacerle entender, pero como si se propusiese cabrearme aún más no me responde al momento. Con una mano en mi hombro me obliga a hacerme a un lado, para poder alcanzar la camisa que tiene sobre la cama. No me voy a dar por vencido tan fácilmente así que sigo sus pasos, él rehúye mi mirada con desinterés, muy concentrado en abrochar los botones de su prenda. Al final, con calma me recuerda. 

 

—Teníamos un trato.

 

—Teníamos un trato de que yo te soportaría para hacer un trabajo, no de que iba a sacrificar mis vacaciones tener que verte el careto.

 

—No es como que a mi me apetezca tener que soportarte tampoco. 

 

Encima tiene los santos cojones de decirme eso. Es como si mi sangre hirviese de ira solo de oír sus palabras. Le agarro del cuello de la camisa a medio abotonar y tiro de él hacia mí, obligándole a hacerme frente.

 

—Mira, angelito —alcanzo a escupir entre dientes—, ha sido tu puta idea la de apuntarnos al trabajo completo así que no me vengas con esas. 

 

Me sorprende la fuerza con la que es capaz de agarrar mi mano, obligándome a soltarle. Por primera vez en todo lo que llevo conociendo a Matthew puedo ver sus ojos centellear de ira.

 

—Si no hacemos el trabajo completo no vamos a tener la nota completa. 

 

Pauso unos segundos, procesando su respuesta. Se me escapa un bufido seguido de una sonrisa torcida, fruto de lo absurdo que me parece todo esto. Él aún no ha soltado mi mano y su rostro está a penas a unos centímetros del mío. Mi mirada baja inconscientemente a su boca y tengo que forzarla a volver a sus ojos, por acto reflejo me paso la lengua por mi labio inferior ¿Por qué nos estábamos peleando? Ah sí, el puto trabajo. Al hablar la voz me sale en un susurro grave.

 

—Métete donde te quepa tu nota.

 

Él se inclina y me besa. 

 

Debe hacer mucho tiempo que no me lío con nadie. Sí, esa tiene que ser la razón, sino no me explico cómo es que un simple roce de labios puede encenderme tanto, como si mi sangre hubiese pasado de hervir a transformarse en lava ardiente. Una reacción lógica debido a la falta de acción desde hace unas cuantas semanas, sí, debe ser eso porque es imposible pensar que Matthew Bell pasando su lengua por mi labio superior sea la causa del repentino apretón en mi entrepierna. Apoyando ambas manos en sus hombros empujo con fuerza, casi cayéndome al suelo al separarnos. 

 

—¡Eres un cabronazo! —no sé muy bien por qué grito, si por la discusión de antes o por mi corazón a cien por hora. 

 

Salgo del dormitorio cerrando de un portazo. Tengo suerte de que Hughes no esté por los pasillos dando el coñazo. Me apoyo en la madera y me deslizo al suelo ahí mismo, intentando controlar mi respiración. Mi mano se mueve inconscientemente a mis labios, rozando con la punta de los dedos donde hace solo unos segundos estaba su lengua. Me llevo la otra al estomago, en un vano intento de sofocar la extraña sensación que me embarga, similar a cuando estás por tirarte de una gran montaña rusa y pendes en el vacío. Aún templando bajo la mirada a mis pantalones, el bulto es indisimulable.

 

—Joder.

 

Reclino la cabeza en la madera de la puerta, respirando con dificultad. ¿Qué cojones tenía que hacer ahora? No podía ir a ver a Jordan y Tony en ese estado y mucho menos podía quedarme en el pasillo a la vista de todos. Además, aún podía sentirle. A solo unos metros de distancia, detrás de aquella puerta de madera estaba él. La sensación de tirantez en mi entrepierna sigue ahí y me hace gruñir de frustración. Por mi mente pasan demasiados pensamientos como para poner en claro nada.

 

—A la mierda.

 

Me levanto y vuelvo a entrar en el dormitorio. Aún al lado de su cama Matthew, ya completamente vestido, se sobresalta ante el sonido. No le dejo pensar, ni me dejo pensar a mí. En un segundo he recorrido la distancia hasta él y lanzo mis labios a los suyos. El choque es un poco violento y torpe al principio, pero caliente, muy caliente. Labio contra labio, los dientes asoman, muerde, lame, vuelve a morder. Él no tarda en pasar su mano por mi nuca, yo hace tiempo que me encuentro tirando de sus cabellos, deshaciendo aquel perfecto y odioso peinado. Siento que voy a estallar en el momento en el que paramos. Su respiración mezclándose con la mía. Intento calmar mi pulso mientras deslizo una mano por su torso, abajo, más abajo, hasta llegar a la entrepierna. Se siente caliente y dura incluso por encima del pantalón de traje y aquello solo incrementa la presión ya de por si insoportable en los míos. Masajeo la forma con la palma de mi mano y aquel gesto se ve recompensado por un gemido. Joder, un puto gemido del irresistible Matthew Bell. 

 

Nos miramos a los ojos, los suyos parecen brillar como nunca, como si el ambar se hubiese transformado en oro líquido. Siento como me acaricia los cabellos con las yemas de los dedos. Un instante más y empuja mi cabeza hacia delante, besándome de nuevo. 

 

—Quítatelo —murmura entre beso y beso con una necesidad repentina—, quítatelo todo. 

 

Con su ayuda mi camisa acaba volando al otro lado de la habitación. Damos unos pasos torpes hacia mi cama sin separarnos. Yo le quito el chaleco y lucho con los botones de su camisa, él consigue desabrochar mi cinturón. Cuando caigo sobre el colchón de mi cama aún llevo mis calzoncillos y él aún lleva sus pantalones, nuestras pelvis encajan la una con la otra al instante. Dejo escapar un gemido con el primer roce, él deja escapar otro a la segunda embestida. No estoy pensado en nada más, no quiero pensar en nada más que en el vaivén de su entrepierna rozando con la mía. Él se inclina hacia mí y puedo sentir sus labios recorrer mi hombro hasta alcanzar el hueco entre mi cuello y mi clavícula provocándome un estremecimiento de placer.

 

—Para, para —tengo que pedir pasados los minutos. La sensación áspera de su pantalón contra la ligera tela de mi ropa interior es demasiado estimulante—. O acabaré aquí mismo. 

 

Me hace caso, se mantiene quieto encima mío, ambas manos apoyadas a cada lado de mi cara. Nuestras respiraciones irregulares se oyen por encima de cualquier cosa.

 

—Quieres —tiene que toser un par de veces, su voz es más áspera de lo costumbre por la excitación, sexy— ¿Quieres llegar hasta el final?

 

Aquella simple pregunta hace que se me ericen los cabellos de la nuca, se me escapa una sonrisa torcida.  Alzo ligeramente el torso para poder alcanzar su boca con la mía, dispuesto a responderle con gestos más que palabras.

 

Ring Ring

 

Un sonido estridente inunda la habitación. Necesito unos segundos para procesar que es el tono de llamada de su móvil, tirado en la otra cama. El tiempo parece congelarse. Nos miramos, el aliento de cada uno mezclándose entre sí. Con lentitud el ángel extiende la mano para alcanzar el aparato. Lo descuelga y se lo acerca al oído. No puedo evitar fijarme en su torso desnudo sobre el mío y en como sus músculos se tensan y destensan durante el proceso. 

 

—¿Dígame? —su rostro serio no deja mostrar ninguna emoción ante lo que sea que le estén diciendo. Asiente—. De acuerdo, ahora bajo.

 

Mientras, he ido recobrando consciencia de la situación. Me encuentro semidesnudo con el odioso de mi compañero de habitación entre mis piernas y, por si fuera poco, con una erección del tamaño de la torre Eiffel. 

 

—¡Hostia puta! —Le empujo con brusquedad, apartándole de mí. Él no parece inmutarse y sigue con su conversación al teléfono. Salto de la cama y corro al baño. Cierro la puerta de un portazo y enciendo la ducha a tope, tal vez el agua fría pueda borrar lo que he estado a punto de hacer—. La madre que te parió, Ben —murmuro para mí mismo mientras froto con agresividad una esponja por mi piel—. Hay que ser imbécil. No podías ser una persona con principios, noooo, tenías que estar más salido que el pico de una mesa...

 

Tres golpes contra la puerta paran mi monólogo de autohumillación. 

 

—¿Benjamin? —La voz del ángel me causa un escalofrío, no contesto—. Me tengo que ir ya, llego tarde... —su voz cesa por unos instantes, casi no me doy cuenta de lo fuerte que estoy agarrando la alcachofa de la ducha—. Te veré tras las vacaciones. Feliz acción de gracias. 

 

Cuando escucho el sonido de la puerta exterior cerrándose una vocecilla interior me regaña, pensando que tal vez debería haberle deseado unas felices vacaciones de vuelta.

 

 

Notas finales:


Nunca he escrito nada de smut en mi vida y se me hace muy raro. Perdonar por mi falta de experiencia XDDD  He de reconocer que mientras que escribo esta historia a veces me replanteo las decisiones de mi vida.

 

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