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Once Upon On October por Lovis_Invictus

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«No tenía tan mala suerte como pensaba»

[John Watson • Sherlock Holmes]


Las manos de John Watson sudaban copiosamente, él las limpiaba en su pantalón deportivo repetidas veces mientras, sumido en nerviosismo, apretaba el tomo de "Fundamentos de la Química Analítica" hacia su pecho.

Del otro lado de la cafetería, en la esquina más alejada, un joven solitario metía cucharadas de gelatina a su boca con una mano al tiempo que, con la otra, escribía presuroso sobre una pequeña libreta de bolsillo. Sherlock Holmes fruncía el entrecejo a ratos, rayoneaba lo escrito casi con frustración y mordía la punta del lapicero al pensar, solo para volver a escribir y repetir el vicioso ciclo después de unos minutos.

Sherlock iba en quinto semestre al igual que John, no obstante mientras Watson cursaba medicina Holmes habría elegido una carrera diferente: Química; pese a ello ambos compartían ciertas materias a lo largo de los semestres; durante el tiempo de esas clases y casi sin darse cuenta John empezó a verle más de lo debido, durante año y medio estuvo observándole pacientemente, recolectando la poca información que se podía conseguir de alguien tan misterioso como él.

Fue así que supo Sherlock no solo se veía demasiado joven, sino que lo era, el más pequeño en toda la universidad, de hecho, teniendo apenas quince años al entrar cuando el resto de ellos ya oscilaba los diecinueve. Un niño prodigio educado en casa, no sabía socializar y sin embargo parecía no importarle demasiado, apenas abría la boca para participar, entregaba todo a tiempo y aunque faltaba bastante a clases siempre obtenía las mejores notas. 

Sólo le había visto acompañado de un par de chicas, su compañera de medicina Molly Hooper y una bonita muchacha de arquitectura -lo supo por los enormes bloc y reglas bajo su brazo, aunados a su expresión de estar muerta en vida-, quien más que una amiga en su lugar parecía acosar al muchacho, aunque los había visto debatir animadamente un par de ocasiones.

Sherlock poseía un aura tan fuerte que ni siquiera con esa oportunidad divina podía acercarse.

La tarde pasada farmacología había sido la última clase del día, todos los alumnos tomaron sus cosas y desaparecieron apenas sonó la campana, huyendo tan rápido como les era posible gracias al agotamiento siendo que estaban en el colegio desde las siete de la mañana y eran las seis de la tarde.

John fue el último en salir, sin muchos ánimos para correr, después de todo aún debía llegar a hacer la cena, así pues retrasaría el momento lo más que pudiese... o pasaría por comida cantonesa, la lanzaría a los pies de Harry y largaría a dormir al menos treinta minutos antes de ponerse a hacer algo en la tonelada de tareas pendientes. 

Al pasar por la butaca vacía donde se sentaba Sherlock pudo notar, abandonado en el suelo, una copia tapa dura de un libro que él nunca había visto. Un vistazo a la contraportada y encontró el nombre completo de su amor platónico escrito con la letra cursiva más limpia que jamás hubo visto.

Dios le había sonreído.

Pero John era muy tonto.

Llevaba todo el condenado día tratando de entregarle el libro, pero apenas le veía sus piernas se clavaban en su lugar y no respondían.

— ¿Es en serio, John?— preguntó Vincent, su compañero del equipo de rugby; el pelirrojo era poco paciente y a esas alturas ya se encontraba harto con el exagerado teatro de John, no era tan complicado hablarle a tu crush— Si no vas a hacerlo entonces dame el maldito libro para que yo se lo entregue 

— Tardaste casi seis años en declarártele a Sussie, cierra la boca— le reclamó John.

Vincent le observó con recelo, ofendido; jaló a su amigo hasta estar cerca de la mesa de Sherlock, entonces tomó aire y gritó a todo pulmón:

— ¡Sherlock, ahí estás! ¡Mi amigo tiene algo que es tuyo y tiene que darte!— empujó a un avergonzado rubio contra la mesa y se fue, dejando a ambos muchachos con expresión de haber presenciado algo insólito.

John se quería morir en ese momento, pero primero iba a matarlo a él, pequeño bastardo de dos metros.

Watson carraspeó, extendiendo el libro ante la vista de Holmes, que lo tomó entre sus manos sin quitarle los ojos de encima al muchacho.

— Lo siento por eso, Vincent es un idiota indiscreto

Sherlock le regaló una sonrisa ladina, entretenida, divertida, y John no entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando.

— Siete horas con veintidós minutos para venir a entregármelo, calculé al menos tres días pero fallé al omitir a tu amigo, error mío— con calma guardó el tomo en su mochila, bajo la estupefacta mirada de John.

— ¿Cómo es que... quiero decir... ¿Qué?

La risa de Sherlock atrajo unos cuantos pares de ojos curiosos, era preciosa y quedaba extremadamente bien con alguien con ese porte elegante.

— Esperé por un movimiento durante dos años y medio, como no hacías nada decidí apelar a tu buena voluntad y casualmente olvidar mi libro en el suelo de la fila por la que siempre sales, porque no dejarías una pertenencia abandonada si eres el último en la sala— el jovencito lanzó a un cesto de basura cercano el vasito de gelatina ya vacío junto a un envase de jugo de uva, levantándose después.

John se sintió estúpido.

— ¿Lo sabías?

— Imposible ignorar a alguien tan odiosamente persistente, pero has captado mi atención, felicidades— con la zurda le palmeó un hombro, contento—. Ahora, me gusta el té chai de la cafetería hindi que está a un lado de la gran biblioteca en el centro, salgo a las cinco

Dicho aquello se retiró en su caminar elegante tras guiñarle un ojo, dejando a John con la palabra en la boca, un rubor enorme haciéndose camino en su rostro desde sus orejas y una cita extrañamente concretada para dentro de unas horas.

Necesitaba llamar a Harry para avisarle que llegaría tarde.

 


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