27 DE OCTUBRE:
HECHIZO
Entonces,
en lo alto de los pinos,
la pereza
apareció desnuda,
me llevó deslumbrado
y soñoliento.
(Pablo Neruda, Oda a la Pereza)
El veintisieteavo día que Eren y tú comparten, es todo frío y cielos nublados que invitan a quedarse en casa. Octubre comienza ya a darle la bienvenida a noviembre gélido, y con ello la despedida que ambos temen está un paso más cerca.
Cansado por el sobreesfuerzo del día anterior, Eren, vuelto todo verde capricho infantil y testarudo, simplemente se niega a salir de la cama, y aunque en días normales aquel berrinche serviría poco para doblegar tu voluntad férrea, la certeza de que pronto vas a perderlo te gana, y acabas aceptando como buen perdedor su manipulada victoria.
Así que tumbado en la cama junto a este y Autumn, sientes las horas arrastrarse en aquel pacífico letargo tan extraño como confortable. La vida para ti siempre ha sido un ir y venir constante; un ir y venir de momentos llenos de cosas por hacer, de tiempos que cumplir, donde aquellos breves instantes de sosiego y calma prácticamente no han existido; tal vez por eso mismo te resulta tan inquietante sentir que ese no hacer nada está bien, que el que Eren y tú solo estén compartiendo la pereza del otro, sin planes, sin horarios ni compromisos, es un obsequio; porque el tiempo que durante todo ese mes ha sido tu peor enemigo, por una vez parece haberse sosegado y detenido.
Y entonces, te preguntas, ¿de quién es la culpa? Porque el tiempo no es quien corre más deprisa para intentar alcanzarte. No es este quien te impide detenerte a contemplar y respirar, a encontrarte y encontrar a quienes están a tu lado, y tal vez por eso la partida de Petra fue tan enorme vacío, porque siempre creíste que tendrías al caprichoso tiempo de tu lado, que podrías planear a futuro; olvidando que incluso el presente es una cuerda floja, donde el menor traspié puede desplomarte al abismo.
Las lánguidas caricias de Eren sobre tu pecho de pronto se detienen, volviéndose todo quieto silencio. Enredas tus dedos sobre su desgreñada cabeza castaña que es un total enredo, y al sentirlo suspirar suave y quedo, como si no desease despertar al tiempo que se ha dormido entorno a ustedes, inesperadamente caes en que tal vez ese instante de pereza y reposo sea también el primero para él; porque aquel chico es abrasador verano e invierno demasiado afilado, siempre bullendo, siempre ansiando; jamás siendo tiempo quieto y sereno, sino que constante tempestad y tormenta espléndida.
Y quizá por eso mismo ese frágil instante que parecen haber robado se siente como magia. Un lugar en el tiempo que no debería existir y aun así ahora les pertenece. Un lugar en el que desearías poder resguardarlos a ambos, sin miedos y sin dudas, sin una próxima separación que los hiera y desangre, y sin aquel futuro tan incierto que parece haber nacido frente a sus ojos en cuanto su secreto fue descubierto.
Pero el tiempo sigue siendo tiempo y la vida injusta, y aunque la magia de aquel momento exista, octubre llegará a su final de forma inexorable, llevándose con él el verano que tanto has amado.
Siendo todo suaves movimientos y lenta sonrisa, los claros ojos de Eren te observan con la intensidad de la tormenta. Ya no es un niño, y lo sabes bien, pero aun a veces puedes ver en este la sombra de su primer encuentro; aquella que jamás se borrará de tu memoria aunque la vida pase.
Cuando aquel instante entre ustedes se rompe, el caos de tu vida se levanta sin explicación alguna y desaparece tras la puerta; pero cuando retorna a ti siendo todo verdes secretos y velada malicia, intuyes el desastre; desastre que llega formado por sus dedos sujetando tu brazo y recorriendo luego con ellos el rojo hilo que cruza los azules ríos que se traslucen en tu piel pálida.
Sorpresa y dudas te invaden al verlo trazar el interior de tu brazo bolígrafo en mano, recreando en verde tinta un mapa arabesco que de seguro solo él comprende y solo él intuye. Eren, siendo todo ojos entrecerrados en concentración, te ignora hasta que su labor acaba, momento en que su rostro se alza para obsequiarte una sonrisa, haciendo resplandecer el sol tras la ventana.
Miles de preguntas se agolpan en tu cabeza al ver las verdes líneas que recorren tu muñeca y trepan salvajemente tu antebrazo; líneas que se extienden cual hiedra trepadora y conforman un enrejado de lianas y hojas que no comprendes.
Eren te besa y las preguntas mueren en tus labios por aquel torbellino de emociones confusas que se arremolinan y destierran el sentido común; pero cuando finalmente estos te liberan y respiras, su rostro, tan cerca aun del tuyo, es un cúmulo de sentimientos intensos e indescifrables, ante los cuales tu corazón se retuerce y duele de forma imposible.
—Es un hechizo —dice, sus dedos recorriendo las líneas que sobre tu piel ha creado, como si le perteneciesen—. Un hechizo para que nunca puedas dejar de quererme.
Y es tan jodidamente injusto, es tan arbitrariamente egoísta, porque sabes que sin necesidad de hechizo alguno, Eren cumplirá su deseo. Porque te marcó como suyo nada más conocerte, robando tus fresas y ocupando tu tiempo, dándote obsequios tontos y mil sonrisas que llenaron tus días.
Eren te marcó a fuego, porque todo él siempre es verde incendio y brasas ardientes; todo en él es vida que comienza, cual suave primavera, y pasión que arrasa, como el verano bullente.
Y lo besas en respuesta, robándole el aliento; porque sí él ha decidido que tu vida le pertenece, tú te quedarás con la suya. Porque si ha decidido atarse en torno a ti como la hiedra, sabes que nada servirá para liberarte.
Y octubre veintiséis se arrastra en el tiempo, lánguido y silente como la calma antes de la tormenta. Octubre casi acaba, y la pronta separación los hiere; aun así, al pensar en aquel etéreo hechizo que graba tu piel y ahora los une, la tristeza es menos.
Tienes una promesa.