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El imbécil de Matthew Bell por CrystalPM

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Observo como Lizzy y los chicos ensayan por tercera vez la última canción del setlist. Debido a mi desliz con la muñeca Johnny se encuentra en la batería, sustituyéndome. Odio admitirlo, pero el de la cresta verde se ha aprendido las canciones para el concierto con una rapidez asombrosa, según él es porque ya me había escuchado ensañarlas mil veces. Cuando las últimas notas quedan suspendidas en el aire todos se vuelven hacia mí, expectantes. 


—¿Qué tal?


Los miro pensativo unos instantes, simplemente para hacerme el interesante, sé la respuestas desde que los he escuchado bordar el solo de bajo y batería.


—Está de puta madre, no os preocupéis.


Se oye un suspiro de alivio colectivo. Tony se hace escuchar a través del micrófono. 


—Cinco minutos de descanso y le damos una última vuelta. 


Nadie tiene nada que objetar. Sentado en uno de los taburetes de la barra les contempló dejar a un lado los instrumentos. Johnny no tarda en saltar del escenario para acercarse a mí. 


—¿Que tal va tu muñeca, pequeño lisiado?


Suelto un gruñido. 


—No me lo recuerdes. 


El chico suelta una risilla mientras acerca seductoramente sus labios a mi oreja. 


—¿Por qué no te vienes a mi casa luego del ensayo? Sé como ponerte de buen humor.


—Pensaba que hoy ibas a pedirle una cita a Lucy de una vez por todas. 


Su rostro palidece en cuestión de segundos, tengo que aguantarme las ganas de reír al ver como sus ojos viajan involuntariamente hacía la despampanante camarera que se dedica a limpiar las mesas. A Johnny siempre le han ido las castañas de ojazos azules. 


—Mejor dejo eso para otro día. 


A nuestro lado aparece Lizzy, que se sienta en el taburete contiguo al mío. 


—Eres muy punki para algunas cosas y muy cagado para otras —ríe la pelinegra, yo insisto.


—Te mola desde hace meses. Échale un par de huevos y pídele salir ya, tío —sonrío burlonamente—. No te preocupes por mí, sabes que no soy celoso. 


Mi amigo me saca la lengua y me quita la cerveza que tengo en la mano para darle un trago. 


—Sois unos amigos de mierda, ¿en serio no quieres venirte hoy a mi casa? Lo de Lucy puede esperar. 


Suspiro.


—No puedo, he quedado para hacer un trabajo con el imbécil de mi compañero de habitación. Debe estar al llegar. 


Aquello parece hacer mucha gracia a Lizzy porque estalla en carcajadas. 


—Que rabia me da no poder ir con vosotros para verte la cara de amargado.


Le saco el dedo corazón como respuesta. Ella no parece entender la señal y sigue parloteando sobre el tema.


—Cuanto lleváis con ese trabajo ¿Tres días? Me sorprende que hayas aguantado tanto tiempo con Matthew sin pegarle un puñetazo.


A mi me sorprendía haber estado tanto tiempo con el angelito sin tirármelo, pero mejor eso no se lo digo a la pelinegra. Tengo que reconocer que hasta ahora el trabajo no han ido tan mal como esperaba, sobretodo porque la mayoría lo está haciendo el angelito (yo soy más de ser productivo durante 20 minutos y sumirme en el aburrimiento y la desesperación durante los 40 restantes).


—Con suerte hoy acabamos y no le tengo que ver la cara durante el resto de las vacaciones.


La morena me da unas palmaditas en la espalda, no sé si intentando reconfortarme o burlándose de mí.


—Cambiando de tema ¿Nina va a venir este año? 


—Sí. Cuando le dije que la invitabas a tu fiesta se emocionó como una mocosa.


La voz de Tony resuena por toda la sala, llamando nuestra atención. 


—Se acabó el descanso, vamos. 


Johnny suelta un suspiro y me tras darle un último trago a mi botellín me pasa la botella. La agito en mi mano, vacía. 


—Me cago en tus muertos, pelo de musgo, apenas había bebido. 


El punky se ríe y me da un casto beso en los labios para luego alejarse con un guiño de ojos. 


—Te invitaré a una cuando decidas venir a mi casa, Hudson. 


—Interesado de mierda —refunfuño para mis adentros.


Sin hacerle mucho caso al grupo me levanto del taburete mientras busco un cigarro en mis pantalones, estoy hasta los cojones de tener que usar la mano izquierda para todo. No es hasta que me dirijo a la salida que me percato en la figura que hay junto a la puerta. 


—¿Qué haces ahí parado? ¿Acabas de llegar?


Es imposible saber qué pasa por su cabeza cuando Matthew me mira. 


—No. 


Con dejadez me pongo el abrigo negro mientras él sale del local demasiado rápido, le sigo con tranquilidad, me traen al cuerno sus prisas. Fuera puedo ver como abre las puertas de un BMV plateado.


—Vámonos.


—Espera, quiero fumarme un cigarro. 


Intento sujetar el pitillo con los dedos de la mano malherida mientras busco mi mechero entre los bolsillos del abrigo, pero antes de poder encender nada un fuerte tirón del brazo me obliga a avanzar hacia el coche, apenas consigo guardarlo todo en vez de perderlo en la calle. Le fulmino con la mirada mientras me subo al puto coche.


—¿Se puede saber qué cojones te pasa? 


Por toda respuesta el ángel enciende el motor y pone rumbo a la biblioteca pública. Intento darle unos minutos para tranquilizarse, preguntándome qué cojones puede haber puesto de tan mal humor al remilgado. Cuando llevamos ya dos semáforos en rojo en completo silencio mi paciencia se agota. 


—No tengo que soportar tu mal humor de mierda, ¿lo sabes?


Noto como sus manos se aprietan con fuerza al volante del automóvil. 


—Benjamín —No recordaba que su voz fuese tan grave—, me da igual tu vida personal, lo sabes —como si a mi me importase la suya—, pero también debes saber que no apruebo en ningún sentido las faltas de respeto hacia las personas, entre ellas, por supuesto, las infidelidades. 


Encarno una ceja, empezando a ver por dónde iban los tiros. 


—¿Desde cuando estabas en el bar? —pregunto con suspicacia. Matthew decide ignorarme y continua con su discurso.


—Por eso, no voy a tolerar que se me use para hacer daño a otra persona. Ni que me utilices como un muñeco en los problemas de pareja que puedas tener.


—¿Te piensas que te estoy usando para ponerle los cuernos a Johnny? 


Él no contesta, pero ni falta que me hace. Suelto una carcajada sarcástica, que me sirve para ocultar el cabreo que empieza a crecer en mi pecho.


—Vete a la mierda, angelito, ¿por qué mal nacido me has tomado? Yo no le pongo los cuernos a nadie. 


—¿y qué quieres que piense con la escena del bar?


—Johnny solo es un amigo con el que a veces me acuesto. Le da igual a quien me tire y viceversa.


El chico parece dudar.


—Entonces, ¿lo vuestro es como lo que tenemos nosotros?


Pero qué gilipollas es.


—No —afirmo con brusquedad—. Tú y yo no somos amigos. Como mucho conocidos, ¿no te parece?


Su mirada se hiela, pero no responde a mí provocación (qué va a responder si solo he dicho la verdad). Observa la pantalla del salpicadero.


—Se nos hace tarde. 


Frunzo el ceño y miro la hora en mi móvil, son solo las doce y media. 


—¿Tarde para qué?


En ese momento para el coche, haciéndome perder el equilibrio y casi tirar el móvil al suelo. Sorprendido, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no estamos en la biblioteca municipal. Ha aparcado en la acera justo enfrente de un restaurante de aspecto demasiado elegante. 


—¿Qué hacemos aquí?


Me mira como si fuese la cosa más obvia del mundo. 


—Es mediodía y probablemente trabajemos hasta la tarde, obviamente vamos a comer antes. —Sale del coche, sin dejarme ni siquiera replicar. Soltando una palabrota le imito. 


—¿No podrías haberme dejado elegir el sitio, al menos? 


Seguro que había escogido un sitio pijo de esos a los que iba mi padre. 


—Este sitio está bien, vamos. 


Derrotado le sigo mientras se adentra en la recepción. Tras breves palabras con la camarera la mujer nos conduce hacia el comedor. Al entrar debo reconocer que he juzgado mal el gusto del angelito. La sala es enorme y circular, con una cúpula de cristal que ilumina toda la estancia, el restaurante está repleto de plantas y lámparas colgantes, las paredes cubiertas por una tupida enredadera que le da al lugar un aspecto desenfadado. En una esquina una tarima da lugar a un pequeño escenario en el cual un grupo de músicos están tocando jazz. Puede que el lugar no tenga la familiaridad de mi bar lleno de grafitis, pero no me desagrada.


Nos sientan a un lado, en la planta superior, justo al lado de un balcón que permite observar el escenario. Con desgana cojo el menú y pregunto. 


—¿Cuánto nos va a llevar terminar el trabajo? 


—El tiempo que sea necesario. —Ni me mira al responder, su tono claramente malhumorado. Contengo una mueca de desagrado ¿y ahora qué mosca le ha picado?


Se forma un silencio incómodo entre ambos que yo no pienso romper. Finjo observar el menú con falso interés, pero para cuando llega la camarera ni siquiera he leído lo que tienen.


—¿Qué van a tomar?


—Quería el tartar de salmón, por favor. Con una tónica. 


Contengo una carcajada irónica. Hasta su comida suena más sofisticada que mi existencia. Al notar los ojos inquisitivos de la camarera posados en mí escojo cualquier cosa al azar.


—Ponme un solomillo y una cerveza —Al alzar la cabeza me encuentro con la mirada fulminante de la mujer, así que me veo obligado a sonreír inocentemente y añadir—, por favor.


Cuando nos volvemos a quedar solos vuelve el maldito silencio qué no sé como romper. Joder, hasta prefiero pelearme con él antes que tener que morirme del aburrimiento sin decir nada. Incómodo, centro mi atención en la banda de músicos. Parecen estar improvisando alguna pieza y el contrabajista toca de la hostia, me pregunto si podría pedirle a Lizzy que intente improvisar algo del estilo con su bajo. Mi pie golpea inconscientemente el suelo al ritmo de la canción.


—No imaginaba que te gustarse este estilo de música.


Sobresaltado por escuchar su voz, me vuelvo a mirar al angelito. Carraspeo, intentando aclarar mis ideas.


—¿Cómo?


El rubio señala con un movimiento de cabeza a la banda. 


—El jazz —aclara—, pensé que sería algo demasiado pijo para ti. 


Frunzo el ceño, adivinando sus pensamientos. 


—Soy músico, me gusta la música, no solo el rock y las tabernas mugrientas. Escucho un poco de todo, jazz, blues, pop... lo que sea.


Algo de lo que he dicho parece hacerle gracia, porque se ríe suavemente.


—Tampoco te imaginaba escuchando pop. 


Me encojo de hombros, algo aliviado de haber escapado del mutismo incómodo de antes.


—¿A quién no le gusta Michael Jackson de vez en cuando?


—Soy más de Justin Timberlake. El rey del pop.


Casi me caigo de la silla ante tal sacrilegio.


—¡¿Qué?! ¿Pero como...? —entrecierro los ojos con recelo al distinguir una sonrisa mal disimulada—. Me estás tomando el pelo ¿verdad?


El chico se encoge de hombros, imitando mi gesto de antes. 


—Puede.


Así que Matthew Bell tiene el mínimo sentido del humor. Quién lo diría. Le observo, sintiendo una repentina curiosidad. 


—¿Qué estilo de música te gusta? —inquiero. 


—Como has dicho antes, escucho un poco de todo, aunque tengo mis favoritos, por supuesto.


—Déjame adivinar —Le interrumpo. Me llevo una mano a la frente, como hacen los charlatanes videntes cuando intentan abrir su tercer ojo y no sé que mierdas —. Música clásica, Jazz y... espera—Alzo un dedo al ver como abre la boca para hablar, en un gesto universal de pedir silencio—... country.


Alza una ceja y la comisura de su labio se tuerce levemente en una sonrisa contenida. 


—¿Country?


Le sonrío burlón.


—Algo raro tienes que tener.


De repente  una alarma suena dentro de mi cabeza. ¿Estaba teniendo una conversación agradable con Matthew Bell? Mierda, no se supone que deba ser así. Odio a este cabrón y él me odia a mí. Inmediatamente ceso de hablar, un poco confundido por mis propias acciones. Él chico parece notarlo, porque encarna una de sus finas cejas, como haciéndome una pregunta silenciosa, pero no dice nada. La comida parece llegar en el momento adecuado para ocultar lo incómodo de la situación. Mi estomago ruje con fuerza solo de oler la carne cocinada.


Cuando veo mi plato me doy cuenta de mi error, con la esguince aún no puedo coger bien los cubiertos y el filete sin cortar se impone como un gran obstáculo entre mi estomago hambriento y yo. Disimuladamente observo de reojo a Matthew, ha comenzado a comer sin prestarme atención. Medito la posibilidad en mi mente... no, ni de coña le voy a pedir ayuda. Antes me muerdo de hambre. Con torpeza cojo el tenedor con mi mano izquierda. Qué le jodan a la etiqueta, lo hinco en el solomillo y lo alzo con cuidado, dispuesto a comer el filete a mordiscos si es necesario. Una mano me impide acercarme el tenedor a la boca. Al alzar la vista el angelito me fulmina con la mirada. 


—Ni se te ocurra hacer eso aquí.


—¿Qué pasa? ¿Te molesta morirte de vergüenza? —inquiero con sarcasmo, aunque soy incapaz de moverme.


Él no responde. Con firmeza me fuerza a dejar el tenedor en el plato. Agarrando el chuchillo comienza a cortarlo él mismo. Tengo que desviar la mirada, sintiéndome increíblemente cohibido. Al menos una de las ventajas de tener la piel color almendra es que apenas se nota cuando te ruborizas por la vergüenza. No es hasta que se yergue en su propio asiento que me atrevo a volver a mirar al frente. Matthew no parece alterado. Es más, con un tono de nuevo amigable intenta retomar la conversación.


—¿Desde cuando tocas la batería? 


Pero ya me ha pillado desprevenido una vez y no volveré a caer en su trampa de chico amable de nuevo.


—¿A qué viene tanta pregunta? —La pregunta salé con más brusquedad de la que había planeado, pero él no parece ofendido por mi repentino mal humor. 


—Solo intentaba charlar, ya sabes, como haría con cualquier conocido. 


Capto la indirecta de inmediato. 


—¿Esto es por la conversación del coche? —Que ignore mi pregunta y siga comiendo como si no pasase nada me enerva—. No me jodas, angelito, di lo que sea que estas pensando y deja tu mierda de indirectas. 


Detiene el tenedor a medio camino entre el plato y su boca. Sus labios antes entreabiertos se cierran, en una línea tensa. Con un suspiro deja el bocado sin probarlo y me mira a la cara. Sus ojos ambar muestran serenidad. 


—Quiero exclusividad —anuncia.


No tengo ni idea de lo que está hablando. 


—¿Eh?


—No estoy dispuesto a acostarme con alguien sabiendo que esa persona puede estar viéndose con cualquier otra ¿Sabes la de peligros que puede suponer eso?


—¿Eres hipocondriaco o algo así? —inquiero dando un sorbo a mi cerveza. Él no cae ante mi provocación.


—No, Benjamin. Soy estudiante de medicina y sé bien de lo que estoy hablando. Y ya que estamos con eso, me niego a hacerlo sin protección. 


—Vale, vale, no me des la charla —me quejo molesto—. A mí me da igual. No es como que me fuese a acostar con nadie en esa universidad de pijos, pero como ligue en navidades te advierto que voy a hacer caso nulo a tu exclusividad. 


Frunce el ceño.


—¿Vas a hacer algo especial en navidades?


—Lizzy siempre invita a unos cuantos amigos a pasar la última semana del año en su finca —me encojo de hombros—. Sus amigas suelen estar buenas. 


Medita mis palabras unos instantes, luego asiente. 


—De acuerdo, tenemos un trato entonces. 


Al salir del restaurante me niego dar un paso más hasta que me deje fumarme mi jodido cigarro. Consternado el de ojos ambar permanece a mi lado mientras enciendo el pitillo. En pleno diciembre es normal que haga un frío de cojones en el corazón de Nueva York. Mientras voy dando caladas contemplo en mutismo absoluto la figura del chico. Resguardado en un elegante abrigo gris parece más alto que de costumbre, su piel blanca ha adoptado un ligero tono rosado debido a la temperatura exterior, igual que le ocurre a Nina cuando vamos a la nieve. 


—Angelito —curiosamente alza el rostro hacía mí al escuchar el mote—, lo he estado pensando y... —dejo escapar el humo de entre mis labios con lentitud—. Ahora que está claro que tenemos exclusividad y vamos a repetir, ¿eso significa que podemos hacerlo en los baños de la biblioteca?


Puedo ver como sus ojos se agrandan inmensamente por la sorpresa y por primera vez el rubor cubre las mejillas de Matthew Bell. Me río con ganas hasta que él mismo me quita el cigarro de entre los labios y, antes de escuchar mi insulto, me agarra de la mano para tirar de mí hacia el coche. 


—Ni en sueños.


 


 


 


Dejo mi mochila repleta de ropa en cualquier sitio del hall. Nada más llegar los ladridos de la jauría de Lizzy nos ha dado la bienvenida. Nina, a mi lado, pega un bote cuando un Husky gris se acerca corriendo a nuestro encuentro y casi la tira al exigir mimos por su parte. Los gritos de la dueña no tardan en llegar. 


—¡Max, ven aquí!


Tirando del collar, la morena consigue apartar a la fiera de la rubio. Se ha trenzado todo el pelo para las fiestas y puesto unas extensiones que hacen que el pelo le llegue hasta las caderas. Le queda de puta madre.


—¡Lizzy! —Mi hermana se apresura a abrazar a su salvadora—. ¡Felices fiestas! ¿Somos los primeros en llegar? 


—Que va, el tonto de mi primo ya está por aquí, intentando ligar con mi amiga Hannah. Aún así aun falta un montón de gente, este año mi padre me dejó traer a todo el que quisiese invitar, siempre y cuando me quedase con los enanos haciendo de niñera.


La chica pone los ojos en blanco y agarra la maleta de Nina. 


—Ven, te enseñaré dónde vas a dormir. 


—Yo también te aprecio, amiga de pacotilla —murmuro al ver como cruza a mi lado sin siquiera saludar.


—Tú duermes donde siempre, pringado. 


—Cualquier cosa menos tener que soportar los ronquidos de Tony.


En aquel momento un ladrido a mis pies me hace bajar la vista. Una bola de pelo marrón, no tan pequeña como yo recordaba, da brincos a mi alrededor saludándome. 


—¡Chucho! —Me agacho de inmediato para acariciar al cachorro, rascándole las orejas—. ¡Te he echado de menos, cabrón! ¿Has meado en muchas alfombras? 


Él también parece contento de verme, porque me muerde el dedo meñique como en los viejos tiempos. Alzo la vista para observar a Lizzy y a Nina, ya en lo alto de las escaleras. 


—¡No sabia que te lo habías quedado! —grito con fuerza para que me oyesen.


—No me lo quedé, te dije que le encontré un dueño —responde la muchacha antes de desaparecer por los pasillos. Frunzo el ceño. 


—Entonces ¿qué haces aquí, pequeño?


—Lo he traído yo. 


Me paralizo al escuchar su voz. Con rapidez me doy la vuelta, encontrando encima de mí unos ojos ambar odiosos. 


—Tiene que ser una jodida broma. 


 


 


 

Notas finales:

Se me había olvidado actualizar aquí lol, sorry 


Facebook: Vinca Gonne/ Crystalpm


Twitter:  VincaGonne


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