—¡Tu cabello es tan suave, Murasakibara!
Gritó un castaño que, realmente emocionado, usaba sus dedos para cepillar con delicadeza unos cabellos de color lila.
—Gracias, Furi-chin.
El dueño de esos suaves cabellos respondió, comiendo con indiferencia una enorme bolsa de caramelos que cierto azabache acababa de dejar frente a él.
Esos dos chicos, totalmente sumergidos en una rutina de cepillado intenso, ignoraban por completo a un pelirrojo increíblemente molesto. De haber sabido que toda la atención de Furihata se centraría en su ex compañero de secundaria Akashi Seijūrō hubiera hecho hasta lo imposible para que eso no sucediera.
—Ah, Kōki, usa este, es el favorito de Atsushi.
Himuro, el novio de Murasakibara, le extendió a SU novio un bote de crema para peinar. Obviando el hecho de que tenía a la mano un producto de cuidado capilar, en la reunión mensual de Tokio para jugar baloncesto, Akashi pensó que un pretexto más para que Kōki siguiera en esa actividad era innecesario.
Furihata abrió el producto y lo olió, repitiendo el acto varias veces antes de que esa hermosa sonrisa que a Akashi tanto le gustaba brillara. Y no por él.
—¡Ah, huele delicioso!
Arrugó su frente cuando le vio, completamente cautivado por el olor, dirigir su nariz a los cabellos morados. Las regordetas y preciosas mejillas de Kōki se volvieron rojizas.
—Con razón hueles a algodón de azúcar, Murasakibara.
Inaceptable, totalmente inaceptable que Kōki le sonriera así a su compañero. No le gustaba que tomara las hebras y las llevara, en repetidas ocasiones, a su nariz para volver a oler el producto que decía oler a completa azúcar.
Era su cabello el que debía ser olido.
¿Y por qué Furihata estaba haciendo eso?
Estaban en pleno descanso en la tarde, descanso que usaban para comer lo que Sakurai solía llevar para todos. Cada quien estaba en sus asuntos. Kagami y Aomine discutían debajo de un árbol mientras que Kuroko y Sakurai charlaban a su lado. Kise y Takao discutían por quien de sus novios era mejor, Kasamatsu y Midorima solo comían para ignorarlos.
Eso los dejaba a ellos, Akashi y Himuro conversaban sobre asuntos triviales cuando un nervioso castaño se atrevió a iniciar una conversación con Murasakibara.
—Disculpa, Murasakibara, ¿p-puedo tocar tu cabello?
Akashi lo había oído, pero no le dio la importancia que debía, no sabía lo que esa pregunta ocasionaría en él.
Himuro se había detenido a media oración para voltearse con Furihata.
—A Atsushi no le gusta que le toquen el cabello.
No fue grosero, en realidad estaba tratando de explicarle que el titán tenía una manía por quien tocaba su cabello. Solo su hermana y Himuro podían hacerlo, además de él mismo. Si Himuro fuera grosero Akashi lo hubiera puesto en su lugar, nadie le hablaría mal a su chihuahua.
Murasakibara se encogió de hombros, dándole la razón.
—Oh, ¿es así? —Murasakibara asintió —Ya veo, es solo que me gusta mucho el morado, y tu cabello… Ah, no importa, está bien.
Furihata negó con la cabeza y volvió a sus alimentos con una expresión de desilusión en el rostro. A ese punto Akashi ya estaba en estado de alerta, observándolo. Murasakibara se enderezó, notando que la mirada de su ex capitán se volvía fría.
Recordó algunos momentos en Teiko y en su espina dorsal un frío se sintió.
Akashi estaba dispuesto a dejar que Kōki tocara su cabello, si Murasakibara andaba de delicado él se haría a disposición de su novio. Pero conocía a Kōki, y eso no era lo que él quería, pues si ese fuera el caso no habría necesidad de pedirlo.
Y él no hacía lo que Kōki no quería.
Murasakibara palideció cuando la mirada carmesí se posó sobre él.
—Ne, Furi-chin, puedes tocarlo.
Los ojos almendrados brillaron emocionados. Furihata se levantó de inmediato del suelo y rodeó al centro bajo la asombrada mirada de Himuro.
Himuro se preguntaba el por qué de ese privilegio, si solo su hermana y él podían tocar el cabello de Atsushi. Murasakibara le indicó con los ojos a Akashi y entendió.
Se metería en problemas, Himuro no quería quedar viudo tan pronto.
Furihata había empezado con toques suaves, a penas tocando las bien cuidadas puntas, pero con el tiempo se tornó a desheredarle los nudos con los dedos.
A ese punto Himuro sacó la bolsa de dulces para tranquilizar los evidentes nervios de Murasakibara, llegando a la situación actual.
—Muro-chin me lo regaló.
Estaba fastidiado. La idea de ignorar los deseos de Kōki estaba sonando demasiado bien al ver la expresión de tranquilidad de su excompañero. Murasakibara dejó de sentirse incomodo para empezar a menearse con pereza, como si el peinar de Furihata lo adormilara.
Akashi quería estar en su lugar.
—Te queda muy bien, siempre he pensado que hueles a dulces.
Y Himuro asintió totalmente convencido, su Atsushi olía a dulces desde antes de que le regalara esa crema para peinar. Murasakibara dejó de menearse para hacer berrinche, que comiera muchos caramelos no significaba que olería a ellos.
—Furi-chin tonto.
Himuro y Furihata rieron cómplices, Akashi quería saber cuál era el Lucky Item de Midorima a ver si era de utilidad. ¿Estaba de suerte para que fueran tijeras otra vez?
Celoso, estaba demasiado celoso.
Furihata terminó de desenredar el cabello lila por completo y, pidiendo permiso, comenzó a trenzarlo. Murasakibara volvía a adormilarse, Himuro picoteaba sus sonrojadas mejillas y, en ocasiones, limpiaba los restos de caramelos de las comisuras de sus labios.
Si algo le detenía de llevarse a su novio de ahí era la sonrisa de satisfacción que tenía. Trenzaba mientras que en su rostro una suave sonrisa y una mirada de ternura eran para Murasakibara. Bueno, su morado cabello.
—¿Te gustan las cosas dulces, Kōki?
Himuro cuestionó y Furihata asintió.
—Soy muy dulcero.
Lo reafirmó volviendo oler el algodón de azúcar de la crema de peinar. Eso Akashi ya lo sabía, Furihata solía pedir muchos postres cuando iban a comer o la mayoría de la comida chatarra que lo cachaba degustando eran caramelos. No llegaba al punto de Murasakibara, pero sí le daba batalla.
Ahora que lo pensaba, ellos se llevarían bien.
La trenza se completó y, con un deje de tristeza, Furihata soltó el cabello lila y volvió a sentarse a su costado, tomando su comida de vuelta.
—Gracias, Murasakibara.
Sí, Akashi te agradecía por hacer feliz a Kōki. Que no vuelva a suceder.
Akashi se pegó al castaño, abrazándolo y dejando un beso en la mejilla. Lo vio como un acto de cariño, pero Murasakibara, quien recién abría los ojos y se deshacía de la pesadez del sueño, vio los posesivos ojos carmesí advertirle.
Himuro estaba demasiado ocupado bien el buen trabajo de la trenza para notar que su novio tembló de miedo.
La reunión acabó sin más contratiempos, para el beneficio del capitán. Después de su momento de belleza, Murasakibara y Furihata cruzaron un par de palabras más antes de que Himuro tomara las riendas.
Mejor para él, el único defecto del azabache era llamar a Kōki por su nombre. Le comentara ese error después, para que no volviera a ocurrir.
Ahora él y Kōki caminaban a la casa del castaño para tomar la cena con su familia, después se irían al hotel donde el pelirrojo se estaba hospedando. Tomados de la mano, caminaban en silencio.
Hasta que Akashi habló.
—Creí que te gustaba el rojo.
—¿Eh? —Furihata le miró —Sí, me gusta el rojo, pero mi color favorito es el morado, ¿por qué?
—Y también te gustan las cosas dulces.
—Sí…
El castaño ladeó su cabeza, lo entendía lo que el menor quería decirle. ¿Por qué de repente le comentaba esas cosas? Akashi no le miraba, se mantenía con la vista en el camino. Aunque pudo notar ese entrecejo fruncido, casi imperceptible, que ponía cuando algo no le gustaba.
—¿A qué viene eso?
—¿De ahora en adelante te llevarás mejor con Murasakibara?
Preguntó Akashi y todo tuvo sentido. Furihata rio alto, deteniendo su caminar para tomarse la barriga. Era un tonto, un tonto que se comportaba como un niño de vez en cuando.
El pelirrojo se paró frente a él, arrugando la frente en visible molestia. No le gustaba la situación, menos que Kōki se riera de ella.
—¿T-tú crees que me enamoraré de Murasakibara solo porque me gusta el color de su cabello y su aroma dulce?
—Si lo pones así…
Y Kōki volvió a reír. Esta vez fue una risa más corta. Seijūrō no entendía qué era tan gracioso.
El castaño se fue calmando, limpiando las contadas lágrimas de las comisuras.
—Sei.
Rodeó a Akashi por el cuello y con los pulgares masajeó el fruncido entrecejo que denotaba todos los celos que tenía. Era extremadamente adorable cuando, por cuestiones tontas, le celaba de esa forma tan infantil. Le gustaba, pues le recordaba que el temible Akashi Seijūrō solo era un adolescente más.
Akashi terminó por ceder y se abrazó a su cintura, derritiéndose con las caricias del Kōki.
—A mí me gustas tú —acunó las blancas mejillas, apretando y viendo los labios apretarse. A Sei no le gustaba que hiciera eso, pero conocía de sus privilegios y sabía que no le negaría nada —y eso le gana a cualquier color o aroma, tonto.
Antes de que el menor pudiera recriminarle por llamarlo así, calló cualquier intento de replicar con un beso. Le sintió gruñir entre caricias, y Akashi besó la sonrisa de Kōki con gusto.
—No te pongas celoso por niñerías.
Pidió Furihata una vez acabó el beso. Él no lo entendía, Kōki no alcanzaba a entender lo perfecto y tierno que era, que cualquiera podría poner sus ojos en él y no se daría cuenta. No vio la expresión de comodidad que tenía Murasakibara o la mirada de ternura con la que Himuro lo veía trenzar.
Kōki no comprendía lo atrayente que era con sus mejillas rosas, sus brillantes y acaramelados ojos y su vibrante sonrisa; esos con los que le veía en ese momento.
Tenía razón, no podía ponerse celoso por asuntos triviales como ese. Pero sí por otros.
—No prometo nada.
Depositó un beso más en los carnosos labios de Kōki y retomaron su camino a casa. Le sintió pegarse a su brazo y apoyar la cabeza en su hombro con delicadeza. Sintió un dedo índice delinear los músculos desnudos de su brazo y luego una voz aterciopelada salir de la garganta de su novio.
—Me gustan mucho los dulces, pero realmente prefiero tu aroma a café amargo por las mañanas.
Perdonaría a Murasakibara esa vez.