—A partir de hoy, lo diré en cartas, hasta que pueda decirlo directamente.
Temblando, sonrojado y casi llorando. Así fue como Sakurai Ryō, el escolta de Tōō experto en trabajar bajo presión, le dijo a Aomine Daiki, el As del mismo equipo, que le demostraría sus sentimientos.
Aomine no lo creía necesario. Ya llevaban tiempo de relación, un bastante buena, a decir verdad. Para el moreno, Sakurai había sido una hermosa luz al final de un túnel lleno de egocentrismo y arrogancia.
Había visto en Sakurai una motivación para querer ser mejor, arreglar su carácter y dejar, de una vez, todo aquello que lo atormentaba.
A partir de aquella derrota contra Kuroko Tetsuya, su antigua luz—y también expareja—comenzó a ver las cosas como eran en realidad. Se dio cuenta del tipo de persona que fue y de todos los errores que cometió en el pasado, y quiso cambiar. Aunque no lo diría abiertamente.
Además, decidió zanjar un tema que lo traía vuelto loco desde que entró al equipo.
Él era consciente de que, con solo mirarlo, cayó estúpidamente enamorado del escolta. Sin embargo, debido a la etapa difícil que estaba pasando, consideraba esos sentimientos innecesarios.
El amor solo le aburría.
¿Y si Ryō le hacía las cosas igual de difíciles que Tetsu? O peores, era mejor no arriesgarse.
Por ello, después de procesar la derrota, terminó declarándose a Sakurai. Era un no fallar, pues todos en el equipo sabían del enamoramiento que tenía el castaño por Aomine. Fue cuestión de tiempo que los dos estuvieran juntos.
Para Sakurai, era un sueño hecho realidad. Que el grandioso Aomine Daiki, su inspiración y gran amor, le correspondiera sus sentimientos era glorioso.
La dificultad, ahora, era la baja autoestima de este.
Aomine constantemente se hallaba bufando cuando su novio se disculpaba por todo. Y eso pasaba todo el tiempo.
¿Que llegó un minuto tarde debido a una petición de un profesor? Disculpa. ¿Que esa vez Aomine no fue a entrenar? Disculpa. ¿Él creía que no había rendido lo suficiente en el partido de práctica del fin de semana? Disculpa.
¡Una vez se disculpó por no ponerle ojitos al pulpo de su bento! Eso, aunque Aomine lo considerara tierno, era irrelevante. No por ello su sabor empeoraba, las comidas de Ryō eran deliciosas siempre.
La baja autoestima de Sakurai llegaba al punto que no considerarse digno de ser su novio.
Había días en que el castaño lloriqueaba en su pecho declarando, estúpidamente, que no merecía estar con alguien tan increíble como Aomine. Él, que aparte de ser un llorón debilucho que se disculpaba por todo, ni siquiera le había dicho lo que sentía.
A veces, Aomine se golpeaba mentalmente por ser él quien se declarase y, autoritariamente, empezara su relación con un "Sé que también te gustó, Ryō".
¡Ni un "A mí también me gusta" le dejó decirle! Momoi le reprochó eso durante semanas, ya lo tenía harto, porque tenía razón.
No le permitió hacerlo su parte del trabajo.
Y, un día, Sakurai apareció con su entrecejo fruncido, mejillas infladas y labios apretados en un precioso berrinche que le dieron ganas a Aomine de devorarle la boca hasta hacerlo gemir.
Se le paró en frente, con los brazos alzados en su pecho y puños apretados, y le dijo aquella frase.
Aomine no entendió nada, intentó preguntarle, pero su adorable novio ya estaba corriendo a casa con las orejas rojas.
Entonces, la primera carta llegó el lunes de la semana siguiente.
Ryō le había pasado un pedazo de papel por debajo de su escritorio, durante la clase de historia. A primeras no se dio cuenta que el menor agitaba el papel azulado debajo de la mesa, pues historia era su asignatura favorita y la única a la que le prestaba atención.
Pero cuando la tomó, notó que el papel era de un gramaje alto, siendo bastante resistente a diferencia de las hojas normales. El azul era de una tonalidad parecida a la de su cabello y podía oler, si necesidad de acercarla demasiado, el perfume que usaba Ryō.
Solo le faltaba un beso para que pareciera una carta de confesión.
La abrió sin mucho disimulo y leyó.
Aomine-san me gusta porque no necesita prestar atención a clases para sacar buenas notas. Eso demuestra lo inteligente que es, aunque Aomine-san podría esforzarse.
PD: Sé que su materia favorita es Historia, perdón por interrumpirlo justo ahora.
Sakurai Ryō.
Escrito a manuscrita, ni parecía haberlo escrito en el momento. ¿Con qué tiempo?, si se la había pasado todo el tiempo haciendo notas de la clase. Acercó la carta a su nariz y disfrutó el aroma que usaba Ryō. La carta fue sencilla, pero le hizo sonreír bobamente.
Sakurai frente a él ya tenía las orejas rojas y su mano temblaba mientras escribía el dictado del profesor, arruinando la pulcra escritura en su cuarderno.
Quizá la idea de Sakurai no era tan mala.