Aquel miércoles no hubo cartas durante el horario escolar.
Solo fueron dos días, pero Aomine ya había desarrollado una dependencia por las perfumadas cartas de Sakurai.
La esperó durante la entrada, en el primer periodo, el receso, el segundo periodo, ¡hasta estuvo inquieto en el entrenamiento y nada que Sakurai le daba la carta!
No supo si las risas de Momoi eran por el imbécil de Wakamatsu, que le susurraba cosas a su amiga, o se burlaba de él por lo inquieto que se veía.
Miraba a Sakurai cada dos segundos, con la esperanza de que al voltearse le estuviera sosteniendo el papel con sus bonitas mejillas rositas.
¡Pero nada de eso pasó!
La palmadita que le dio Momoi al terminar el entrenamiento estuvo a punto de sacarlo de quicio.
Caminaba junto a Sakurai a casa. Sus hogares estaban en el mismo vecindario, así que caminaban juntos incluso antes de ser novios. Ya era habitual en ellos hacer lo mismo.
Estaba tan metido en sus pensamientos, aun preguntándose porque Ryō no le había entregado la carta de ese día, que no notó cuando se desviaron al parque de la comunidad.
Era un parque agradable, lleno de árboles, arbustos y algunas flores. Por ser horario escolar solo se encontraba una adorable anciana paseando a su perro. Ryō lo llevaba de la mano, así que Aomine solo se había dejado llevar.
Seguía mentido en sí mismo que tampoco se dio cuenta que se sentaron en una banca, cercana a un gran árbol.
Los piecitos de Ryō se movían traviesos en el aire, sin tocar el suelo, mientras con sus manos jugaban con los morenos dedos, solo disfrutando el momento.
Cuando el gran Aomine Daiki finalmente puso los pies en la tierra y registró su nuevo entorno, volteó a la castaña cabellera, encontrándose con la tierna imagen de Sakurai acariciando sus dedos.
—Ryō...
Le llamó, a punto de decirle que si quería podía hacer algo más con aquellos dedos, pero abrió los ojos. Sorprendido, mas no asustado.
—Aomine-san, no se mueva.
Dejó la banca con cautela y se acercó al otro hombro despacio. Sus delicadas manos se unieron y acunaron algo que se encontraba sobre su hombro antes de dirigirse al árbol cercano y soltarlo.
Aomine vio hipnotizado la delicadeza que Ryō había empleado en todo aquel acto. Sin dudarlo, si siquiera pestañear, Ryō había tomado no sé qué y lo puso en el árbol. Tan decidido, como cuando encesta triples en los partidos.
Esa faceta que le volvía loca a Aomine.
Sakurai regresó, sentándose donde mismo. Aomine le había puesto la mano para que la volviera a tomar, pero en cambio Ryō sacó de su bolsillo la tan esperada carta azul y la colocó en la palma.
Los ojos de Aomine brillaron emocionados, abriendo el papel para leer el contenido del día.
Aomine-san es tan increíble, que cuando lo conocí me dio mucho miedo. Era intimidante y feroz, pensé que alguien así no podía tratarme con tanta delicadeza.
Entonces, me habló suave, tranquilo, con calma. Y me enamoré.
Cuando Momoi-san me confesó que a usted le daban miedo las abejas me reí, ¿cómo alguien que intimidaba tanto podía temerles a unas criaturas tan bondadosas como ellas?
Ahí entendí que no era el ser de maldad que creí en un principio, y me enamoré aún más.
Si usted me cuida tanto, yo seré capaz de cuidarlo de su mayor miedo.
Si alguna vez una abeja se posa en usted, la quitaré con la misma delicadeza con la que me trata a mí.
PD: Quizá esta carta se la de cuando eso pase, ¡lo siento!
Sakurai Ryō.
Dobló la carta y la guardó con cuidado en su maletín.
—Ryō.
—¿S-Sí?
Aomine entrelazó su mano con la de Sakurai, encontrándola caliente. La apretó y fue su turno de acariciar el dorso con suavidad y ternura.
—Lo que quitaste de mi hombro... —sintió el pequeño cuerpo brincar y un grito ahogado —¿Qué fue?
Aomine solo miraba los juegos frente a ellos, perdido en el balanceo del vacío columpio rojo.
—L-Lo siento mucho...
—Mnh... —apoyó su cabeza en la castaña —¿Y dónde lo dejaste había más de esas?
—U-Un nido...
—Ya veo.
Aomine respiró profundamente, exhaló y se enderezó. Y sin pensarlo mucho, se levantó jalando al castaño.
—Vámonos.