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Cartas de un Inseguro Hongo por AmbarMellark217

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Aomine Daiki se sentía terriblemente mal.

No porque hubiera hecho algo malo, al menos esta vez no. Sino que Sakurai lo había ignorado desde que llegaron a casa el día anterior.

Y sabía por qué.

Pensaba que Ryō se sentía culpable de lo sucedido en el parque. No le había dirigido la mirada en todo el camino, ni cuando se despidieron en la entrada de su casa. Aomine se despidió con un beso en sus deliciosos labios y Ryō lo había aceptado y corrido a casa.

Ryō pensaba que Aomine estaba enojado con él por llevarlo a las abejas y dejar que una se posara en su hombro, solo para darle una carta.

¡Y era todo lo contrario!

Daiki estaba orgulloso de que fuera capaz de llevarlo a tal posición, todo con tal de cumplir su egoísta deseo de entregarle una carta donde decía que sabía sus debilidades. Si fuera otro, ya estaría en el suelo. Pero cómo era Sakurai, Aomine vitoreaba orgulloso de la osadía de su pequeño novio.

Ojalá pudiera decirle eso, solo si el susodicho no le ignorara.

No contestaba mensajes y en la escuela, por más que se le quedara mirando, no cruzaron palabras.

Solo le dejó saludarlo de beso. Aunque claro, él no podía resistirse a sus besos.

Aun así, no estaba conforme.

Quería hablar con él, oír su preciosa voz, que sus hermosos ojos le vieran con era dulzura que era solo suya.

Sakurai pensaba hacer todo lo contrario.

Aunque era irresistible, ya que se encontró con el castaño mirándolo varias veces en el día.

Ya era la salida y no lo veía por ninguna parte. Lo buscó por los pasillos y salones, sin resultados. Ese día no tenían entrenamiento por junta técnica, pero tanto él como Sakurai eran capaces de entrar al gimnasio a entrenar por su cuenta. Sin embargo, el gimnasio estaba vacío.

Ese niño le causaba muchos problemas últimamente, pero se los perdonaba por ser su novio.

Con la ceja queriéndole dejar una arruga permanente en la frente, se acercó a su casillero para hacer el cambio de zapatos. Lo buscaría en su casa, el único lugar donde sí o sí debía estar. Aun si tuviera que estar hasta altas horas de la madrugada, él se quedaría ahí esperándolo.

Alguien le tomó del brazo, impidiendo que abriera el casillero.

—¡Dai-chan!

Chasqueó la lengua, decepcionado. Por un momento pensó que esa persona sería Ryō, y solo era la enfadosa de Satsuki. Ella se ofendió con el gran rostro de decepción que tenía su amigo, quien solo la ignoró y finalmente abrió el casillero.

Encima de sus tenis estaba la carta del día. Igual de azul, igual de perfumada, igual de pulcra.

La carta tambaleó, amenazando con carse, pero Aomine fue más rápido y la atrapó.

Momoi sonrió juguetona, picándole el brazo al moreno y recibió a su burla un gruñido.

Poco le importó a Momoi que aquellas cartas fueran inimas, se asomó por encima y leyó junto con el moreno el contenido.

Sakurai tenía mejor letra que ella, qué envidia.

Sé por buenas fuentes que a Aomine-san le gusta atrapar insectos. No cualquier insecto, sino cigarras o cangrejos. ¿También le gustan los escarabajos? Si algún día me lo permite, me gustaría acompañarlo y hacerlo juntos, ¡haré mucha comida! Incluso podríamos acampar, la naturaleza siempre me ha gustado.

¡Solo si Aomine-san quiere!

PD: Momoi-san me ha regalado una foto suya de niño, enseñando una cigarra a la cámara. No se moleste con ella, por favor, creo que se ve demasiado adorable.

Sakurai Ryō.

Nuevamente y sin olvidar de quién era, dobló la carta y la guardó con cuidado en su maletín.

¿Acampar con Ryō en las cercanías de un río? La idea sonaba interesante. Hace tiempo que no iba al río cercano a atrapar insectos, quizá desde la secundaria. Retomar aquel hoby con Ryō sería buena idea, y acampar traía posibilidades maravillosas para pasar la noche.

Le tomaría la palabra a su inocente novio.

En silencio y sintiendo la presencia de su amiga aun cerca, se cambió de zapatillas y cerró el casillero. Luego se giró a Momoi, quien tenía una nerviosa sonrisa en su rostro.

—¿Has estado metida en todo esto desde el principio, Satsuki?

—Mo~, la idea fue de Ryō-chan, yo solo estoy apoyándolo.

Aomine ignoró el berrinche de su amiga.

—¿Qué tanto le has dicho a Ryō?

Momoi negó ante la preocupación e inseguridad que empezó a emanar su bobo amigo.

—Si crees que Ryō-chan no te conoce, eres un estúpido, Dai-chan. No fue necesario decirle más que dos cosas, porque él te conoce incluso mejor que yo.

Nervioso y con algo de rubor en sus pómulos, masajeó su nuca. Momoi le miraba con los brazos cruzados en reproche.

Aomine no iba a admitir que la idea de Ryo conociendo cada detalle de él le gustaba.

Despeinó los rosados cabellos de Momoi.

—Vámonos, tengo que buscarlo en su casa. Pasaré a dejarte a la tuya primero.


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