Tenía que agradecerle dos cosas a Dios.
La primera, que fuera viernes. La segunda, que pudo aclarar las cosas con Ryō y volvió a hablarle.
Se notaba a distancia lo feliz que Aomine estaba ese día. No se despegaba de Sakurai, no dejaba de abrazarlo, de besarlo o siquiera tocarlo del hombro o las manos.
Demasiado empalagoso, diría Kagami si lo viera. Irónico, pues el pelirrojo se portaba igual o peor con Tetsu.
Y es que Aomine Daiki se sentía más enamorado de su novio después del comentario de Momoi. Nunca había dado por hecho que alguien lo conociera tan bien después de Satsuki, y que aquella persona fuera su preciado novio lo hacía caminar por las nubes.
Ese día, Aomine hizo su primera petición egoísmo de la semana. Wakamatsu estaba suspirando de alivio pensando que el moreno estaba recapacitando, que ya no tendría problemas con él por sus faltas pues había asistido toda la semana, pero la verdad le cayó como agua fría.
—Quiero que Ryō esté conmigo toda la práctica.
Wakamatsu se iba a arrancar los cabellos del coraje. Aomine podía hacer lo que quisiera, ¿pero por qué involucrar a Sakurai en sus estupideces?
Se había negado muchas veces, pero Aomine insistía. Más coraje le daba al capitán ver que el moreno estaba prácticamente colgado del cuello del escolta, dejándole besos en sus mejillas cada que Wakamatsu se ponía a hablar.
Aomine lo ignoraba y cuando Wakamatsu terminaba, solo repetía su petición como si la saliva no se hubiera gastado.
El capitán ya tenía una vena a punto de explotarle cuando Sakurai habló.
—Está bien, Wakamatsu-san, prometemos reponer el tiempo perdido el lunes.
Y aunque Aomine había gruñido inconforme, Wakamatsu aceptó la propuesta, a sabiendas que su buen Sakurai haría lo necesario para que esa prometa fuera cumplida.
Así pues, Aomine se llevó a Sakurai hasta el escenario del gimnasio, donde solía pasar sus tardes acostado y mirando a su novio entrenar.
Su cabeza se posó en las carnosas piernas de Sakurai, usándolas de almohadas. Y este, como de costumbre, empezó a acaricias los azules cabellos para arrullar al contrario.
Aomine amaba que hiciera eso.
Ryō desenredó cada hebra, acomodó cada mechón, con una dulzura que seguramente Murasakibara envidiaría.
Aomine, en sus manos, se sentía tan relajado que su ceño fruncido desapareció.
Los delgados dedos de Ryō le presionaron el relajado entrecejo, moviéndolo en círculos como un masaje rápido. Bajó el índice por su nariz, dando un golpecito suave en la punta acompañado de un "Boop" que le hizo reír.
La otra mano de Sakurai, que se quedó en su pecho, fue tomada por el moreno para dejarle un beso en el dorso. No vio su precioso rostro, ya sabía que Ryō estaba sonrojado.
El índice se movió por sus mejillas, pinchando cada una, y luego delineó su barbilla de un lado a otro.
Le encantaba que Sakurai le tocara así, pues denotaba una seguridad que pocas veces podía ver. Dejarlo juguetear con su rostro era un privilegio que ni a Kuroko le había dado.
Dejó de sentir sus caricias, en cambio un trozo de papel tocó su mano libre. Abrió uno de los ojos solo para encontrar otra carta azul más.
Sakurai ni intentó moverse, volvió a las caricias en su cabello como si nada de eso hubiera ocurrido.
Aomine abrió la carta, sorprendiéndose de lo larga que era a comparación, y adormilado leyó.
Aomine-san es increíblemente guapo.
Sé que él mismo piensa que no lo es, se ha creído las palabras de Kise-san a la primera. Pero no es así, Aomine-san es sumamente atractivo.
Sus facciones son muy varoniles, para nada toscas y algo delicadas. Me gusta mucho como su nariz es casi perfecta, más que la de Kise-san. Su cabello es suave, brillante y sedoso. Acariciarlo es un placer, me encuentro buscando un color que se le parezca y creo que lo he encontrado: un azul eléctrico.
Tiene un cuerpo tan ardiente. No solo por sus músculos o abdomen, sino por su piel morena que me vuelve loco.
Cuando sus brazos me rodean, me siento seguro, me siento protegido. Es raro, siendo hombre debería hacer sentir a alguien así, pero es al contrario. Y no me molesta, mientras sea Aomine-san.
Sé que a muchos les intimida su voz por ser tan grave. A mí me cautiva, me calienta y me acaricia. Puedo oírla todo el día, a todas horas, y mi corazón seguirá brincando de emoción como el primer día.
Y Aomine-san no es solo guapo, es una gran persona.
Aunque al inicio tomó un camino equivocado, yo sabía que dentro solo había un chico esperando ser notado.
No podía tomar el atrevimiento de decir que me veía a mí mismo, inseguro y asustado, pero siento que es algo parecido.
Aomine-san estaba tan dolido y perdido, que quise hacerme más fuerte para estar con él.
Él es increíble. No duda en ayudar a sus amigos si es necesario, saber captar el ambiente de inmediato cuando alguien está incomodo. Nos protege a su manera, a mí, a Momoi-san y al equipo.
A sus amigos, que pensó que lo habían dejado de lado, pero fueron los primeros en estar ahí para él después de resolver sus problemas.
Me encanta su lado egoísta. No sé si es por que quisiera tener el valor de ser tan egoísta como él, o porque lo usa para estar conmigo todo el tiempo.
Quiero su atención, quiero sus besos, sus abrazos, sus palabras. Quiero que Aomine-san me vea solo a mí, como yo lo veo solo a él.
PD: Voltea.
Sakurai Ryō.
Ni mientras jugaba el partido más emocionante del mundo su corazón latía tan fuerte como en ese momento. Poco a poco, toda la pesadez del sueño se esfumó y comenzó a prestar más atención a lo escrito por Ryō, con aquella manuscrita perfecta. Ryō, por su parte, había dejado de acariciarlo cuando se dedicó a leer, permaneciendo en silencio hasta que el otro acabara.
Entonces Aomine se volteó, hallando a Ryō sumamente rojo. Sus preciosos y enormes ojos chocolate le veían directamente, tomándolo desprevenido. Sonreía tan dulcemente, como si verlo fuera la cosa más hermosa del universo.
Y Aomine se encogió de hombros, recordando que así lo había descrito en el papel de sus manos.
La mano de Ryō le acarició la mejilla, la notó temblorosa pero decidida a terminar la muestra de afecto. Su mano se sintió caliente, casi ardiendo. No sabría descifrar si por el sonrojo de Sakurai y el suyo, que empezaba a asomarse sin control.
Ryō le delineó la comisura de sus labios, atento a cada reacción. Con una seguridad que seguramente lo hubiera prendido se otro fuera el contexto.
Acunó su cabeza en la blanca mano, cerrando los ojos por un momento y así disfrutar la caricia. Al abrirlos, nuevamente se topó con los chocolates observándole.
Sakurai balbuceó incoherencias y suspiró, rebuscando dentro de sí por algo más de valor. Aomine se deleitó con la vista, dándole el espacio que necesitaba.
De eso se trataban las cartas, ¿no?
—Te amo, Aomine-san.
Sakurai Ryō era un chico lleno de sorpresas.
Cuando lo conoció pensó que era un chico llorón que lo había cautivado con su belleza. Tras verlo jugar se emocionó, porque, aunque no le llegara a los talones el niño tenía colmillos con los cuales atacar. Encontró en él un alma pura, caritativa, que se apiado de su peor ser y lo tomó en brazos para hacerse responsable. Dio la cara por él, y jamás se lo reprochó ni reprocharía.
Porque Ryō no era así.
Era ese niño apenado, rojo y caliente, que le veía con los labios apretados y ojos llorosos. Dudando si su confesión había sido demasiado intensa y por eso Aomine no contestaba. Inseguro de sí, creyendo que la mirada de Aomine era de decepción y su sonrojo de furia.
Aomine estaba morado, casi asfixiado, de todo el amor que recibió en cuestión de segundos.
Como pudo se levantó, girándose frente a frente del castaño. Limpió las lagrimitas traviesas que se asomaban por sus ojos.
Todavía embobado, con la frente arrugada y los labios temblando, Aomine subió a Sakurai en su regazo y escondió su propio rostro en el cuello blanquecino.
Respiró, lentamente, el delicioso aroma del perfume que acompañó todas las cartas que ahora yacían en una preciosa caja de terciopelo en el buró de su cuarto. Esa cajita que compró exclusivamente para esos relajos.
El cuerpo bajo a él tembló. Aomine se escondió aún más en su cuello y abrazó el delgado cuerpo, lo suficientemente fuerte para no aplastarlo.
—Maldita sea, Ryō —este se tensó, pero Aomine rápidamente lo tranquilizó con unas caricias en su espalda —, eres jodidamente tierno.
—¿Eh?
Aomine respiró una última vez y se apartó para verlo a la cara. Sus manos dejaron la espalda y acariciaron sus regordetas mejillas, limpiando otras lágrimas que habían caído.
—Jamás te dejaré ir.
Un beso calló cualquier quejido de asombro de parte de Sakurai.