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Agosto de MPREG AoSaku por AmbarMellark217

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La mejor parte de su trabajo como policía era checar salida.

No lo malentiendas, al oficial Aomine Daiki le encantaba desempeñar su rol como la ley de Tokio. Atrapar criminales, las horas extras en forma de patrullaje nocturno y lo bien que le quedaba el uniforme azul.

Pero cuando caía la noche y era turno de hacer el papeleo del día contaba los minutos para ir al checador y marcar salida con su dedo índice, despedirse de sus compañeros y después de tomar sus cosas empezar su camino a casa.

Porque la mejor parte del trabajo era ser recibido por su adorable esposo, quien aun con aquel delantal que le regaló siendo novios terminaba de acomodar la deliciosa cena del día.

Emocionado por la escena, estacionó su auto frente a casa y se apresuró a la puerta. Sin siquiera entrar, los maravillosos olores de la cena llegaban a su nariz, mezclados con un deje achocolatado que delataban el postre sorpresa que preparó el castaño.

Ese que solo preparaba en ocasiones especiales.

Haciendo caso omiso y siendo apurado por su hambriento estómago, abrió la puerta de su hogar y se adentró a él, respirando el dulce aroma del chocolate mezclado con el ambientador de canela que su marido usaba al limpiar.

—Estoy en casa.

La gorra azul, su chaqueta con su placa y el pequeño maletín que usaba para transportar sus pertenencias del diario se quedaron en la recepción, al igual que sus bien lustrados zapatos negros.

Aomine Ryō llegó en segundos. Aquel delantal rosado le sacó una sonrisa al moreno, quien dejó una cantidad incontable de besos por todo el blanco rostro. Abrazarlo tras un largo día de trabajo le hacía recargar energías.

—Bienvenido a casa, Daiki.

Los brazos de Ryō le envolvían con fuerza, con un amor y agradecimiento por tenerlo un día más en casa, vivo.

Daiki siempre se dejaba hacer. Su trabajo no solo le llenaba de orgullo y estatus en la sociedad, sino que lo ponía en peligro muchas veces y su marido ya le había dejado en claro su preocupación. Dejarse envolver por los delicados brazos e ignorar el pequeño suspiro de Ryō golpear su pecho era lo mínimo que podía hacer.

El recibimiento terminó con un beso en los labios. El más tranquilo que podía dar Daiki y aun así una mordida estaba incluida. Oyendo la risa traviesa y disfrutando el sonrojo apenado de Ryō, fue guiado hacia la cocina donde la cena ya estaba emplatada.

Daiki y él comieron como de costumbre, intercambiando información sobre lo que sucedió en su día mientras la comida se terminaba rápidamente.

Daiki fue llamado para controlar una situación en un banco, donde un señor de la tercera edad culpaba a uno de los trabajadores de robarle su dinero. Cuando las cosas se calmaron y el empleado pudo explicarle que el número de cuenta no coincidía con su nombre, el señor se disculpó sinceramente asegurando que fue un error suyo, confundiendo uno de los dígitos por otro.

Ryō, por su parte, expresó que las cosas en su cafetería iban de maravilla. Por la tarde recibieron a los proveedores nuevos, mostró su emoción al ver los insumos y todas las posibilidades de postres para implementar en el menú usándolos. Daiki le miraba con tanto amor mientras Ryō contaba que, entre ellos, un nuevo tipo de cacao estaría siendo usado en una tartaleta en la que ya estaba trabajando.

—Eso explica por que la casa huele a chocolate.

Daiki no era el más fan de las cosas dulces, aunque tampoco le agradaba lo amargo. Él preferiría todo aquello que estuviera en perfecto balance. Jamás ha podido preparar un café en la estación igual de perfecto que el que le hacía Ryō por las mañanas, uno ni tan dulce ni tan amargo.

Lo único dulce que podía probar eran los labios de su esposo.

—¿Te diste cuenta?

Ryō rio, usando esa preciosa risa dulce que usaba al verse descubierto en una travesura.

—¿Estamos celebrando algo importante?

Daiki comió su última porción de arroz y acomodó los platos en la mesa, dispuesto a llevarlos al fregadero para lavarlos. Pero las delicadas manos de Ryō lo detuvieron y al voltear a verlo sorprendido se encontró con sus fruncidos labios haciendo un berrinche.

—Nunca puedo sorprenderte, Daiki.

Reprochó antes de dejar la mesa y sacar del refrigerador una tarta individual de color marrón que terminó frente a él. Encima de la mezcla de chocolate estaban unas moras azules y una hoja de menta que, por sus colores, resaltaban bastante bien en el postre.

Divertido por los ojos emocionados y hambrientos de su esposo, golpeó sin fuerza las manos que estaban a punto de devorar el postre. Ahora fue el turno de Daiki se hacer un berrinche.

—Espera un poco más.

Daiki le vio regresar a la cocina y sacar de uno de los cajones una cajita blanca con un moño azul.

Empezaba a creer que realmente olvidó una fecha importante.

¿Su aniversario? No, lo celebraron hace dos meses.

¿Su cumpleaños? ¡Claro que no! Recién empezaron el mes de agosto, él cumplía a finales.

Y para Ryō era lo mismo, él era de septiembre.

Hasta pensó en su aniversario de noviazgo, pero ese sería a finales de año, cerca de navidad.

La incertidumbre empezaba a alojarse en su pecho mientras repasaba día por día del año averiguando de qué se trataba aquel regalo. Tan desesperado estaba que hasta el aniversario de Kagami y Kuroko le cruzó la mente.

Ryō llegó a la mesa, perdiendo toda la calma y serenidad de antes para pasar a estar nervioso. Movió la tarta, dejando la caita blanca ahora delante de Daiki.

—Durante la apertura de la cafetería me empecé a sentir mal —confesó, poniendo aun más tenso a Daiki. ¿Por qué le decía eso ahora y no en el momento? Antes de poder reprocharle y decirle que debió haberle avisado para llevarlo al hospital, Ryō siguió hablando —. Creí que sería cualquier cosa, pero cuando probé los nuevos insumos me dieron náuseas y… —jugueteó nervioso con sus dedos, mirándole fijamente. Daiki se encontró perdido en sus chocolates ojos, se ponían vidriosos y afligidos, justo como en preparatoria. Ryō intentó decir más, pero solo señaló la cajita —Daiki…

Miró a Ryō y luego a la cajita, no comprendiendo nada. ¿Qué tenía que ver la cajita blanca con los síntomas de su Ryō? Quiso preguntárselo, pero la mirada acuosa y sus piernas inquietas le decían que era mejor hacerle caso. La respuesta estaba debajo del moño azul.

Refunfuñando, deshizo el moño en un simple listó y abrió la tapa blanca. Dentro de la caja y encima de papel para regalos beige, estaba un prueba de embarazo positiva y unos zapatitos Jordán para bebé parecidos a los que usaba Daiki al jugar.

El rostro de Daiki pasó por todos los colores hasta quedar en un rojo intenso. Leyó la inscripción debajo de los zapatitos una y otra vez, con los ojos tan abiertos y la mandíbula en el suelo.

—"Futuro papá, estoy en camino."

Cuando se dignó a mirar a Ryō en busca de respuesta, lo encontró sosteniendo unos análisis de su médico de cabecera cubriendo su sonrojado rostro. Las manos le temblaban, pero aun así le mantuvo la mirada.

—Daiki, estoy embarazo.

Si Ryō tenía duda alguna de si Daiki pudiera estar contento con la noticia, la forma tan rápida en que el moreno lo tomó entre sus brazos y le hizo abandonar la silla para darle vueltas en el aire se la aclaró.

—¡C-Cuidado!

Daiki dio unas vueltitas más y le dejó en el suelo, comenzando a besar sus mejillas, frente, nariz y labios; con una emoción y felicidad abrumantes. Entre besos, la risa de Daiki se dejó oír, contagiándolo.

—Ryō… —tomó con cuidado sus mejillas, limpiando las lágrimas de felicidad que el castaño había derramado. Intentó disimular que sus labios temblaban, pero Ryō imitó su gesto y acarició las morenas mejillas en consuelo. Daiki volvió a reír, viéndose atrapado en la mirada cargada de amor que le daba —Me haces tan feliz…

Suspiró en alivio y besó los morenos labios. Daiki volvió abrazarlo, correspondiendo el beso. Tras apartarse, se agachó a la altura del vientre de Ryō, alzó su camisa y besó la zona, sacándole un sonrojo más al castaño que veía enternecido el acto.

—Papá te está esperando, bebé. No le causes tantos problemas a tu madre.

Y como una epifanía Daiki se enderezó y buscó en su teléfono celular cierto número.

—¿Q-Qué haces? —preguntó sorprendido Ryō, acomodándose la camisa y mirando extrañado al otro.

—Tengo que… ¡Aquí está! —pulsó un botón y acercó su celular al oído —¡Oe, Bakagami, adivina qué bastardo! ¡Seré papá primero que tú!

Ante la aburrida mirada de Ryō Daiki huyó a la sala a media llamada. La tartaleta que preparó con chocolate semiamargo seguía en la mesa, en la espera de ser ingerida por el dueño que, desde lejos, podía escuchar como discutía con Kagami.

Con un enorme y pesado suspiro, tomó asiento en el lugar de Daiki y acarició su vientre.

Al final del día, las cosas salieron bien.

La idea de comerse la tarta le cruzó la mente, pero una nausea se lo impidió.

—Siendo él tu padre, seguramente si darás algunos problemas…


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