—¿Seguro que estás bien?
Una arcada evitó que su adorable y tierno esposo respondiera. Esperó a que el castaño terminara de devolver lo que sea que quedara en su estómago, palmeando su espalda con cuidado.
No miraría dentro del retrete, pues restos aun sin procesar del desayuno flotaban asquerosamente.
—Sí… Solo son nauseas matutinas —Ryō se enderezó, usando algo del papel higiénico para limpiar los rastros en su boca. Bajó la tapa del baño y se sentó en ella tras accionar el botón que liberaba los desechos al alcantarillado—. Estaré bien, en serio.
Era la segunda vez que Daiki le hacía la pregunta en el día. La primera fue justo después de despertarse que, al levantarse, su mundo giró y giró amenazando con tumbarlo al piso.
Menos mal que su esposo era el más veloz en baloncesto y logró atraparlo en sus fornidos brazos.
Daiki, no muy convencido con sus palabras, miró al vientre de dos meses de su esposo.
—Te dije que no le causaras problemas a mamá, enano.
Tras un par de risas de parte del castaño y una lavada de dientes urgente, volvieron al comedor y terminaron el desayuno. Ryō sin muchas ganas, pero al menos ingirió algo de alimento. El sobrante fue devorado por Daiki con recelo. Hubiera preferido que Ryō acabara con la comida, pero era comer poco o volver a vomitar.
—Avísame cualquier cosa, por favor —rogó Daiki, colocándose la chaqueta y el gorro azul en la puerta. Ryō rodó los ojos, extendiéndole el termo con su café recién hecho —. Tomaré la ruta más cercana a la cafetería por si necesitas ayuda.
—Sí, Daiki —acomodó la dorada placa, así como el cuello de su camisa de vestir azul y la corbata —. Estaré bien, lo prometo.
Despidió al policía con un beso en los labios—a decir verdad, fueron varios— y continuó con su rutina mañanera.
Preparó su almuerzo, su té verde frío y tomó sus cosas camino a la cafetería.
Cuando eran jóvenes, Daiki solía ser demasiado protector con él fuera de la cancha. Una vez le había confesado que teniendo la personalidad que tenía, era muy complicado no portarse así con él. Ryō conocía su personalidad insegura, casi llegando a indefensa, pero aunque le molestara que otros lo defendieran con Aomine era distinto.
Se sentía cálido.
O eso pensaba hasta que el embarazo llego.
Volvió el Daiki sobreprotector, que no dejaba que hiciera cosas que él consideraba peligrosas, como jugar un one a one los fines de semana o el ejercicio por la tarde para mantener su forma.
Aunque el doctor dijera que estaba bien.
Quizá Daiki le dejaba ser en la cancha, cuando su otra personalidad salía, ya que era más fiera e imponente.
—Será que…
Susurró, abriendo la cafetería y empezando la apertura.
¿Si se ponía así Daiki dejaría de sobreprotegerlo con las cosas mínimas?
El moreno estaba a punto de tomar por adelantado sus vacaciones para cuidarlo durante los síntomas del primer trimestre si era necesario.
Saludó al empleado que le acompañaría esa mañana, dio unas indicaciones y para la hora de abrir al público ya estaban listos. Ryō se encargaría de ayudarle en la hora pico de la mañana en lo que llegaba el otro empleado.
—Aomine-san, sería un frappé de moka, por favor. Yo me encargaré del pastel.
El chico, muy responsable a los ojos de Ryō, se dirigió a la vitrina donde exponían los alimentos y sacó de ella un pastel de fresas y cremas, tomando un pedazo y poniéndolo en un plato para terminar de decorarlo.
Él se encargó de preparar la bebida, pero al abrir el recipiente donde el polvo para el frappé de Moka se resguardaba sintió que su mundo volvía a moverse.
El olor de chocolate profundo, acompañado del aroma a fresas que provenían de su derecha, le golpearon la nariz y le hicieron ver borroso. Tuvo que apoyarse en la barra de preparación para no caer al suelo.
—¡Aomine-san!, ¿está bien? —el chico preguntó con genuina preocupación, tomándolo de los brazos para ser su apoyo. Ryō le sonrió una vez se recompuso.
—No te preocupes, Araki-kun, es el embarazo.
El joven de cabellos rubios, como Daiki en la mañana, volvió a preguntar si de verdad de encontraba bien. Ofreció ser quien se encargara de todo para que él fuera a descansar, casi rogándole por aceptarlo, pero Ryō se mantuvo firme.
A Araki-kun no le quedó más que obedecer las órdenes de su jefe.
Un gran suspiró escapó de sus labios al sentarse en su mesa favorita de la cafetería.
El otro chico, que entraba dos horas después de la apertura, finalmente había llegado y tomado posesión de la barra de preparación. Araki pareció estar aliviado cuando él los dejó a cargo, asegurándoles como todos los días que se encontraría haciendo tareas administrativas en el fondo del local.
Araki casi lo corrió del mostrador para que se fuera a sentar.
—¿Será por que me mareé tres veces?
Se preguntó, masajeando la pantorrilla izquierda para aliviar la hinchazón de sus pies sin tener que quitarse los zapatos. Últimamente le dolían con solo estar unos minutos parado, y tras tantos pedidos ardían como el infierno.
Abrió el computador y bebió su té verde, el que Araki amablemente le colocó hielos nuevos, y empezó su trabajo.
Era como si Daiki le hubiera advertido al chico estarlo cuidando, por que cada diez minutos se acercaba a él para preguntarle su estado. Si tenía hambre, si quería más té o si necesitaba algo de la farmacia.
Al principio contestó amable, pero a las dos horas de verlo seguido empezó con respuestas cortante. Definitivamente, Araki se sentía incomodo con esa actitud, pero Ryō no podía evitar tenerla con el creciente dolor de cabeza que ni masajeando se calmaba.
Todo era culpa de Araki.
—Aomine-san, ¿quiere que…?
—¡No, Araki-kun! ¡No quiero! —el chico brincó asustando —¡Estoy bien!, ¡deja de preguntármelo cada diez minutos!
Araki solo tembló, y Ryō se arrepintió de hablarle así al notar como sus ojos se ponían húmedos.
Inhaló y exhaló, masajeando sus sienes y cerrando sus ojos, sintiendo su cabeza palpitar.
—Oh, espere un momento, por favor.
El rubio huyó a rebuscar algo en su mochila, luego regresó a él con una sonrisa amable y contento le extendió una tira de pastillas. Ryō las observó, notando que eran paracetamol.
—Aomine-san, no se enoje conmigo, por favor. Estoy preocupado por su bienestar y el del futuro bebé dueño. Acepte estas pastillas para su dolor de cabeza.
¡Araki-kun era un ángel caído del cielo!
Los ojitos de Ryō se volvieron agua y lloró, de arrepentimiento y agradecimiento, pero Araki lo vio como una señal de que estaba haciendo las cosas mal. Ante el balbuceo de disculpas, el castaño tomó una pastilla y rio.
—Araki-kun, ¿podrías traerme mi bento del refrigerador y un té verde frío nuevo, por favor?
Preguntó dulcemente, sonriéndole dulcemente, siendo el Aomine Ryō dulce de siempre. Araki acató las órdenes y, con flores a su alrededor, fue por el bento.
Ryō, por otra parte, tomó su celular y texteó.
“Qué bajo has caído, Daiki. ¿Usar a mi empleado como espía?”
Mandó risueño, pero en ves de obtener una respuesta por mensaje de texto una morena mano le colocó el bento en la mesa y un atractivo y caliente policía se sentó a su costado.
—Y tú prometiste avisarme cualquier cosa, Ryō, yo creo… —abrió el bento, robándose un pulpito de él —que estamos a mano.
—¡D-Daiki!
Calló cualquier queja con un beso, dejando al pobre de Araki, quien dejaba un té verde con hielo en la mesa, completamente rojo.