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Agosto de MPREG AoSaku por AmbarMellark217

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Esa mañana se veía diferente.

No sabía exactamente en qué, pero viendo su reflejo en el espejo a cuerpo completo que su madre le regaló en uno de sus cumpleaños se sentía feo.

¿Su cabello? Igual que siempre.

¿Su rostro? Sin imperfecciones.

¿Piernas y brazos? Simplemente delicadas, como todos los días.

Se veía una y otra vez, giraba su torso dejando ver su espalda y traseros, se acercaba lo suficiente para ver si en cuestión de segundos un grano había aparecido. Pero nada, todo estaba igual, y todo se sentía diferente.

—Mnh…

Sus ojos chocolates viajaron una vez más desde su coronilla, terminando en sus hinchados y rojos pies ocultos tras sus pantuflas. Últimamente los encontraba así de rojos, pese a estar recién levantado. Jugueteó con ellos, frunciendo los labios.

Su enorme panza de casi seis meses abarcaba todo el espejo, pero Ryō se reusaba a culparla de la incomodidad que le daba su reflejo. No, su pequeño bebé no tenía ni la más mínima culpa de hacerlo sentir horrible.

Ese pequeño frijol solo llegó a sus vidas para bien.

Entonces, ¿por qué se encontró alzando la pijama y mostrando a su reflejo las estrías que empezaban a pintarse en su piel?

Grandes, rosadas, que demostraban que su blanca piel estaba dando todo de sí para soportar al hijo de Aomine Daiki.

Se colocó de lado, delineando cada imperfección con un rostro triste, acomplejado.

Su madre le contó que durante su embarazo, las estrías no le molestaron. Al contrario, estaba orgullosa de tenerlas aun a su edad, ya que demostraban lo mucho que su delicado cuerpo soportó para traerlo al mundo.

Amaba cada imperfección causada por él, ya que le gritaba al mundo que logró concebir vida después de tantos intentos fallidos.

Intentaba comprender las palabras de su madre, pero al contar la séptima estría sus ojos no pudieron contener las lágrimas.

Su bebé no tenía la culpa de hacerlo sentir el ser más horrible del planeta. Pies hinchados, piel marcada y ojos cansados. Solo le faltaba que su nariz se hinchara para ser el ser más horrible del universo.

¿Daiki lo seguía amando pese a verse así?

Como si le hubiera llamado, unos musculosos brazos le envolvieron desde atrás, sujetando su panza desde abajo para alzarla un poco. Suspiró entre lágrimas, sintiendo la presión en sus pies disminuir.

—Ryō.

La voz de Daiki le llamó. Al alzar su rostro visualizó a su esposo, vestido con el uniforme de policía, susurrarle en el oído. Se cubrió el rostro, avergonzado de su demacrado estado.

—N-No me veas… —suplicó, casi en berridos. Las gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, empando la usada pijama.

—¿Por qué no? —preguntó apacible, moviendo el mentón del hombro contrario y empezando a dejar besos por encima del dorso, llegando a la parte trasera de su oreja. Le sintió temblar, dudando si por el roce de sus labios en una zona sensible o por el llanto.

—Ya no soy tan lindo como antes.

Daiki rio por lo bajo y le sintió tensar el cuerpo. Seguramente el inseguro de Ryō volvió y pensaba que Daiki se burlaba de él por la verdad de sus palabras, pero estaba tan equivocado.

Con delicadeza dejó la barriga que cuidaba de su primogenitor y descubrió el rostro de su adorable esposo, obligándolo a verse a sí mismo en el espejo. Ryō rehuyó la mirada, pero Daiki continuó.

—Nunca dejarás de ser el adorable y tierno honguito del que me enamoré —susurró, con una delicadeza impropia del moreno. Como si sus palabras pudieran asustar al minino inseguro que tenía en frente.

—Pero… —Ryō intentó reprochar, deteniéndose al sentir las manos de Daiki acariciar sus estrías.

—Nada es suficiente para manchar tu belleza, Ryō, ni siquiera unas insignificantes estrías —la mención de ellas le hizo temblar, haciendo sonreír al moreno. Volvió a apoyar su mentón en el hombro del castaño, ahora empezando a delinear todo su cuerpo con una calma jamás vista en él —. Eres hermoso, me encantas, siempre tengo ganas de tu maravilloso cuerpo —las manos llegaron hasta su trasero, pero aunque la tentación era demasiada, Daiki pasó por encima de él rápidamente. Ryō sintió su rostro arder por debajo las lágrimas a medio secar —. Cualquiera que se atreva a decir que eres feo, se las verá conmigo… —Daiki se enderezó, mordiendo su labio antes de darle un sonoro beso en su mejilla y apartarse con urgencia —Aun si eres tú mismo.

Ryō se quedó quieto frente al espejo. A través de este vio como su esposo, sonrojado hasta las orejas, huía de la habitación con una enorme erección escondida en sus pantalones.

Limpió sus mejillas, con una sonrisa de oreja a oreja y la garganta seca.

Daiki le había levantado los ánimos, y quizá algo más.

 


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