—¿Cuál de los dos te gusta más?
Sus ojos vagaron entre la lencería blanca y la roja que Kōki le mostraba. Muy serio, pensativo, Ryō duró unos minutos en elegir.
—Creo que la blanca, se parece mucho a la que usaste en su noche de bodas.
Su castaño amigo se sonrojó, quizá recordando aquella maravillosa noche, y regresó la lencería no elegida al estante.
Después de su media jornada en la cafetería acompañó a Akashi Kōki de compras. En un principio, era solo para ayudarle a elegir ropa y artículos para su bebé, pero después de lo sucedido esa mañana tendría que desembolsará algo de dinero para conseguirse ropa nueva.
Era increíble como en una sola noche ningún pantalón le quedaba. Frijol estaba creciendo demasiado rápido que tuvo que usar unos pantalones deportivos como ropa casual.
Podía sobrevivir con esos pantalones unas semanas más, pero definitivamente debía ampliar su armario por el momento.
Kōki pagó la lencería y algunas prendas más con una tarjeta negra en detalles dorados.
—Pensé que odiabas usarla —Kōki se encogió de hombros, con resignación.
—Sei insistió en que la usara para cosas del bebé —Ryō le ayudó con algunas de las bolsas, entre ellas la que traía la lencería, la cual alzó en un gesto burlón que Kōki comprendió —. Yo también soy su bebé.
Ambos rieron.
Su amigo jamás fue una persona de lujos, era alguien sencillo que disfrutaba de las cosas simples de la vida. Incluso después de casarse con el millonario Akashi Seijūrō, Kōki mantenía una vida y estilos casuales. Solo en reuniones oficiales y serias se dejaba hacer por los estilistas de la familia Akashi.
Después de su embarazo, se había vuelto más caprichoso, y Seijūrō había tomado esa actitud a su favor para mimarlo como siempre quiso.
Se dirigieron a una lujosa cafetería dentro del centro comercial. Ahí ordenaron las bebidas y postres más dulces y deliciosos bajo el pretexto de que el bebé quería comer algo así. Kōki fue el de la idea, y por supuesto usaría la tarjeta negra para pagar.
—Debería empezar a comprarme ropa de maternidad también —murmuró Kōki, señalando la bolsa llena de pantalones cómodos a un lado de Ryō, quien rio sorbiendo su frappé de Moka.
—Hazlo antes de que te pase lo que a mí —Ryō suspiró, ganándose una mirada de confusión por parte de Kōki —. Hoy no pude ponerme ningún pantalón, por eso estoy usando la vieja ropa de entrenamiento de Daiki.
—Oh, así que era por eso —un puchero en los labios de Ryō apareció tras la risa del otro, pero en vez de reprocharle rio junto a él.
—Sabes, Kōki-san —dijo Ryō, haciendo un ademán para que el mencionado se acercara a su rostro —, Daiki tuvo otra erección, esta vez duró quince minutos en el baño.
—¡No!
Kōki se cubrió la boca, entre asombrado y apenado por la información recibida. Ryō asintió orgulloso, alejándose para darle un sorbo a su bebida.
—Cree que no me di cuenta de eso, ¡pero lleva semanas comiéndome con la mirada!
Por supuesto que lo notó. Daiki era tan obvio que si intentaba serlo no le saldría. Tenía sus ojos pegados a todo su cuerpo, en especial su trasero. Se sentía algo culpable por aceptar silenciosamente la abstinencia autoimpuesta de su marido y hacerse el ignorante de todas esas miradas.
¡Pero sentirse deseado le levantaba el orgullo!
—Pobre Aomine, me sorprende que halla durado tanto sin hacer nada —susurró Kōki —. Nosotros llevamos solo dos meses y Sei está más inquieto que nunca. Trata de hacerse el caballero, pero sé que se muere por volver a hacerlo.
—Oh, Kōki-san, ustedes todavía tienen tiempo. Hacerlo a los dos meses no es tan riesgoso —respondió Ryō, comiendo de ese trozo de pastel de chocolate cubierto de fresas —. En cambio nosotros, 6 meses podía ser complicado…
Podían hacerle daño al bebé o complicar el embarazo, y Ryō no deseaba poner en peligro a Frijol.
Kōki alzó una ceja, extrañado por el comentario de su amigo.
—¿Qué dices? El sexo es seguro en cualquier etapa del embarazo —dijo Kōki —¿Midorima no te ha clasificado como alto riesgo? —Ryō negó —¡Ahí está! Date un gusto a ti y recompensa a Aomine por su preocupación.
Ladeó el rostro, analizando la información del otro castaño. Si el embarazo no era de alto riesgo podían llevar relaciones seguras, según él.
Le echó una mirada al orgullosos rostro de Kōki.
Camino a casa aprovechó para hacerle una llamada a Midorima Kazunari y aprovechar su amabilidad para una consulta médica sin costo. Kazunari, pro supuesto, era el más feliz de responder todas y cada una de las dudas de sus amigos. Siendo él su enfermero personal y su marido su médico obstétrico de cabecera, eran los más indicados para llevarlos por el buen camino durante sus 40 semanas.
Luego de pediatría verían cómo hacerle.
Una vez en casa, Ryō acomodó las compras en el armario y empezó a idear su plan.
Esa noche Daiki haría horas extras, llegando a más tardar a media noche. Miró la hora en el reloj digital de la sala, eran las seis de la tarde, casi las siete. Daiki salía a de trabajar por esas horas, tenía tiempo suficiente para alistar todo.
Acomodó el cuarto. Cambió las sábanas por unas limpias para meter a lavar las sucias, que volverían a la cama tarde o temprano. Aromatizó la habitación con los inciensos que les regaló Momoi en su boda, la chica les había dicho que debían usarlos en las noches especiales de pasión.
Jamás se imaginó usarlos durante el embarazo.
Antes de meterse a bañar revisó el cajón de lado de Daiki para asegurarse que tuvieran lubricante suficiente y, si su marido llegaba a emocionarse de más, los juguetes sexuales estuvieran limpios y con batería suficiente.
Un cosquilleo le invadió allá debajo de tan solo pensarlo.
Ya en la ducha se limpió bien. Usó uno de los jabones preferidos por Daiki, aquel que olía a chocolate, para lavar su cuerpo, en especial su vientre.
De ropa usaría unos sencillos bóxer negros debajo de un camisón de satén que le llegaba a los muslos.
Sentado en la cama, observaba las once y media en el reloj. Solo quedaba esperar.
Lo malo de hacer trabajo extra por las noches era que, recientemente, Ryō no aguantaba quedarse despierto para recibirlo. Frijol le agotaba todas sus energías y, para mínimo las 9 de la noche, ya se encontraba sumergido en sueños.
Así que no le sorprendió mucho ver las luces de la casa apagadas cuando estacionó su auto. Tampoco le so prendió no ver la cena en la mesa al entrar a casa.
Avanzó por la oscuridad de la misma mientras se quitaba la corbata. Era silenciosa, como siempre, pero algo en su instinto le gritaba ver lo diferente.
Apenas puso un pie frente a la puerta de la habitación sintió el aroma de los inciensos de Satsuki pegarle en su nariz y traerle maravillosos recuerdos de su luna de miel. No olía solo a eso, sino también a cera con extracto del mismo químico que los inciensos quemándose.
Fue cuando sintió el hormigueo en su estómago que abrió la puerta y se encontró con su maravilloso esposo sentando al borde de la cama, vistiendo una camiseta de satén celeste como pijama iluminado por el fuego de las velas.
Toda la habitación era iluminada por ellas y el aroma al incienso permanecía tan fuerte como si recién las hubiera prendido.
—Bienvenido, Daiki.
Ryō le miraba desde abajo, con sus manos jugueteando nerviosamente sobre la tela de satén y las mejillas acaloradas.
—Ryō, ¿qué es esto?
Preguntó con la garganta seca. Sus ojos aún divagaban por el sentado cuerpo de Ryō. La camisa estaba abierta hasta el comienzo de su pecho, exponiendo su tersa y brillante piel. Por la posición, las piernas de Ryō se veían más abultadas que de costumbre.
El condenado pareció notar como sus ojos se fijaban ahí, pues usó sus manos para acariciarlas lentamente.
Sin contestarle, Ryō se paró y caminó hasta a él, dejando su aroma a chocolate por todo su cuerpo cuando empezó a ayudarle con la corbata. Con la corbata afuera, los botones fueron liberados de la camisa con lentitud, hasta dejarla completamente abierta.
Daiki se dejó hacer, tan hipnotizado como confundido por la situación.
La sonrisa coqueta de Ryō le aceleró el pulso y le hizo pasar saliva con miedo.
Mientras tanto, el castaño se divertía por la obvia presión que tenía su esposo por no saltarle encima. Sentía sus puños apretados igual de tensos que sus hombros. No le importó lo que se estuviera controlando y metió sus manos por debajo de la camisa de tirantes blanca, mordiendo sus labios al sentir los marcados abdominales de Daiki bajo sus dedos.
Duros y trabajados, como desde el día que lo conoció.
Subió hasta sus pectorales y un escalofrío de parte del moreno le hizo reír traviesamente. Ignorando aquel gruñido de su parte, Ryō usó sus ojos de cachorro para mirarle.
Daiki se vio en extremo peligro con aquella risa que le volvía loco, le sacaba de quicio. Le hacía recordar que Ryō no solo era ternura y amabilidad, sino que también era un hombre seductor e intimidante.
La apertura en la camisa satén le permitió observar la piel más cerca. Ryō usaba una loción especial que dejaba su piel más brillante, como un lubricante sin llegar a serlo. Los labios de Ryō se fueron acercando poco a poco a él, con toda la intención de besarlo.
—¡E-Espera! —apartó los brazos de su cuerpo, llevándose un reproche por parte del castaño —No podemos, Ryō, por el bebé.
—Pero, Daiki… —el puchero se hizo más grande conforme Ryō se pegaba a su cuerpo. Pronto, es puchero pasó a ser una sonrisa socarrona al ver las morenas manos temblado en el agarre. Se aferró al cuello y acarició los azules cabellos de la nuca, causando un escalofrío más en él — Tengo muchas ganas…
—Ryō.
Gruñó, cerrando los ojos ante el tacto. Él también tenía ganas, muchísimas, pero…
El castaño se paró de puntitas y acercó sus labios al oído ajeno, dejando un suspiro que tensó aun más al moreno bajo él. Daiki se aferró su cintura, con sus dedos tanteando el comienzo de su trasero.
Ryō no pudo estar más contento al sentir el deseo del contrario temblarle en sus manos.
—¿Crees que no me di cuenta? —susurró con una voz aterciopelada en su oído —Me has comido el trasero con los ojos, Daiki.
Un gruñido más bastó para que Daiki le tomara en brazos y le llevara a la cama, empezando a devorar su cuello con besos y mordidas que seguramente dejarían marca. Ryō rodeó el cuerpo contrario con las piernas cuando su espalda tocó la cama.
El aroma a chocolate se hizo más intenso conforme fue dejando besos en el cuello, desesperándolo. Le besaba todo el tiempo, en labios y mejillas, pero jamás era suficiente. Ni siquiera al tenerlo cerca, necesitaba tocar cada parte de su cuerpo para satisfacerse.
Daiki se acomodó entre sus piernas, desviando su boca a la propia para besarlo. Correspondió su intenso beso, dándole acceso de una vez a su boca para entrelazar lenguas. Entre gemidos del más alto, Ryō fue deshaciéndose de las prendas superiores y tirándolas por algún lado de la habitación para luego proceder a tocar los músculos de sus brazos y pecho.
La piel ardía bajo su tacto.
Daiki acarició desde su pecho hasta sus caderas, deteniéndose en los jugosos muslos para apretarlos y masajearlos. Tuvo que gruñir en el beso al darse cuenta de que presionarlos era tan excitante como se lo había imaginado.
Se apartó del castaño, contemplando la maravillosa vista de sus mejillas ruborizadas, la saliva cayendo por un costado de sus labios, la camisa de satén abierta exhibiendo su cuerpo y esos jodidos bóxer negros que le volvían loco.
—Maldita sea, Ryō, ¿cómo puedes ser tan sexy?
Le vio sonreír de lado y llevar su manos por en medio de sus abdominales, desabotonando el pantalón azul marino y jalando el elástico de su propio bóxer, mordiéndose los labios con deseo.
En un rápido movimiento, Daiki se desnudó por completo ante la hambrienta mirada del castaño. Tomó con cuidado al otro y lo acomodó encima de sus piernas, una posición perfecta para tomarlo del trasero y masajearlo.
Ryō se abrazó a él, alzando las caderas para darle más libertad de tocarlo. Daiki le tocaba ansioso, separando y juntando cada glúteo por encima de la tela. Escuchaba sus jadeos pegarle en el cuello, donde cada cierto tiempo dejaba una que otra mordida o lamida.
—Ngh, Daiki… Quiero… —gimió. Desde esa posición podía ver el líquido preseminal salir de pene de que pareja, y su propio bóxer volverse más oscuro por la humedad. Estaba ardiendo, su miembro palpitaba por atención, pero el moreno seguía entretenido con su trasero.
—No puedes cargar esto —dijo, subiendo y bajando al mismo tiempo ambos glúteos, imitando la acción del pantalón de esa mañana —y pedirme que no me entretenga con ellos.
No es esperaba que Ryō tomara su miembro y empezara a restregarlo con el suyo, escondido bajo la ropa interior. Sacó de su garganta un grave gemido, disfrutando de por completo la acción. El cuerpo del más pequeño subía y bajaba. Los gemidos en su oído, además de decirle que le encantaba, eran para provocarlo.
Y lo estaba logrando.
Cargó a Ryō, quitándole la ropa interior, y volvió a colocarlo encima de sus piernas. Fue su turno de tomar su miembro, abrir los glúteos de Ryō, y presionar la punta en su entrada. Su ojos se abrieron en sorpresa, pues la zona estaba demasiado húmeda.
Buscó con la mirada los ojos chocolates, y se encontró con el Ryō seductor lamiéndose los labios.
El desgraciado se preparó solo para él.
Sonriéndole de igual forma, introdujo el miembro de golpe en la cavidad. Ambos gimieron, Daiki apoyándose en su pecho y él curveando la espalda en éxtasis.
Las embestidas al principio fueron suaves, lentamente deliciosas a su gusto. El miembro de Daiki se encajaba dentro de él, llenándolo por completo. Le encantaba la forma tan salvaje en que Daiki le hacía el amor, pero parecía que él seguía teniendo miedo por lo que el sexo pudiera hacerle a su hijo.
Ryō le subió el rostro desde el mentó, besando y relamiendo sus labios mientras sus caderas se encargaban de llevar un ritmo más salvaje. Las manos de Daiki trataban de calmarlo, pero la fuerza usada para detener sus caderas solo hacía lo contrario: excitarlo más.
Aun besándolo, Ryō llevó las manos de Daiki de vuelta a su trasero, obligándolo a masajearlo otra vez. Daiki, tan obediente como era al tratarse de su honguito, lo hizo.
Mientras tanto, Ryō se auto penetraba en un ritmo rápido, agarrándolo de los hombros para no caer. Los gemidos salían descontroladamente de sus labios y Daiki ya se había dado por vencido.
Tomó los glúteos con fuerza, separándolos para empezar una embestidas más fuertes que las del propio Ryō.
—¡Daiki! —gimió.
Se pegó a rostro, dejando la cara morena entre sus pectorales. Daiki lamió y mordió cada pezón con urgencia.
El vaivén se volvió más descontrolado. Ya ninguno media la fuerza con la que sus voces salían, estaban más concentrados el placer.
—Ryō, voy a…
—¡Daiki, más! —interrumpió. Sabía a qué se refería, así que intensificó él mismo las embestidas —¡Más fuerte!
Apretó su trasero y besó toda la extensión de su cuello, acabando por dejar una mordida en su hombro derecho, la cual se volvió roja de inmediato.
Ryō acunó el dolor en su hombro como parte del placer, terminando por llenar parte de su vientre y el abdomen del moreno de semen.
Daiki, por su parte y sintiendo el caliente líquido encima suyo, brindó un parte de fuertes embestidas más antes de terminar dentro de Ryō.
Permanecieron un momento en esa posición, tomando aire y regulando su respiración. Sintió la cabeza del castaño posarse en su hombro. Le acarició los cabellos con dulzura antes de salir de él y acomodarlo en la cama con cuidado.
El otro rio irónico con la delicadeza usada en su cuerpo después de tanto.
Daiki se acostó a su lado, sobando la espalda.
La faceta traviesa y fiera de Ryō ya no estaba, ahora solo le miraba con profundo amor mientras le acariciaba la mejilla.
—¿Seguro que el bebé estará bien? —preguntó algo temeroso cuando la prudencia volvió a él. Había sido demasiado brusco, y aunque Ryō lograba soportarlo, con un bebé en camino tenía miedo de lastimarlo.
—Seguro, amor —siguió con la mirada las caricias en su vientre por parte de su esposo. Dudo un momento si contarle, pero viendo la preocupación en sus ojos, terminó por decirlo —Kazunari-san y Kōki-san dicen que mientras no sea de alto riesgo, estaremos bien.
—Oh… —ya estaba cantando victoria cuando las azules cejas se fruncieron —¿Me estás diciendo que Akashi y Midorima saben que tuvimos sexo hoy?
—P-Por supuesto que no —Daiki le siguió mirando, nada convencido —Solo sus esposos…