—¿Qué es eso?
Preguntó un adorable castaño a pies del escalón de la entrada, que comía su tercera paleta de helado en el día, mientras veía a su atractivo esposo meter una caja por la puerta.
Se preguntaba de dónde la habría sacado.
—Midorima me la dio —caminó hasta la sala de estar, dejando la dichosa caja en la mesa cafetera antes de regresarse a la entrada para dejar sus pertenencias. Ryō, dándole una última mordida a su paleta, quitó la tapa.
—¿L-Libros de maternidad?
La caja estaba repleta de libros de diferente grosor, pero con una misma temática: hablaban de embarazo masculino y la maternidad. Ryō tomó algunos. Eran de diferente grosor, algunos con portadas más llamativas que otras.
¡Midorima había incluido hasta libros de medicina moderna!
—Sí —gritó Daiki desde la entrada —. Dijo algo de que le estorbaban en casa y la basura no quiso llevárselos.
—Eh...
No era así, pero callarían por el bienestar de la amistad.
Daiki llegó a la sala, tirándose de inmediato en el sofá y jalando la caja consigo, empezando a inspeccionar los libros.
—Me pregunto por qué decidió dármelos...
La mirada acusadora le hizo reír nerviosamente. No habían comentado mucho después de aquella noche de pasión, pero entendía las acusaciones que indirectamente le lanzaba su esposo.
De hecho, creía que la familia Midorima había tardado en hacer algo al respecto. Kōki solo le había preguntado al día siguiente como le fue y Seijūrō, tan educado como siempre, no hizo ningún comentario al respecto.
Daiki empezó a inspeccionar los libros con portadas más coloridas y lomos cortos, ignorando por completo los que presumían largas lecturas. Dejando de lado el bochorno de que sus amigos supieran que seguían sexualmente activos, tener a su mano información sobre el embarazo les ayudaba mucho.
No era que estaba siendo ignorante y llevaba su embarazo sin informarse, solo que nunca estaba de más tener distintas fuentes.
Shintarō-san era tan cuidadoso con él y sus amigos.
Daiki siguió hojeando los libros que lucían sencillos, mientras él se encargaba de tomar los más gruesos y darle un vistazo rápido al índice. La cantidad de temas a tratar era tan abrumadora que empezaba a marearlo.
Embarazos ectópicos, cuidados pre y post parto, diabetes materna, preeclampsia, ¡eran demasiados!
Debería tomar un descanso de una semana para acabar siquiera uno de ellos. Midorima no había escatimado sus recursos, estaba apostando que les dio todos sus libros de la especialidad sin pensarlo.
Dejando con algo de miedo y respeto el libro que hablaba sobre abortos encima de la mesa cafetera, notó en el fondo de la casa un fino libro en tonalidades rosas.
Llamaba la atención alrededor de tantas pastas duras de tonos opacos.
Lo tomó, leyendo la portada.
“Lactancia materna para tonto”.
—Definitivamente Shintarō-san pensó en ti —dijo riendo.
Daiki solo le miró confundido con un libro que tenía en la portada el título “Cómo cuidar a tu recién nacido y no morir en el intento”. La escena solo le hizo reír más fuerte.
Abrió el libro, encontrando una serie de dibujos algo infantiles con descripciones rápidas simplificando la información. Sí que era un libro para tontos, algo que fácilmente su esposo podía entender.
Porque ni Midorima podía explicarle las cosas durante la consulta.
Pasó de hoja y su rostro se volvió rojo. El libro le tembló en las manos antes de cerrarlo con fuerza, regresándolo a la caja sin levantar la mirada.
Daiki le observó, más confundido que antes.
—¿Todo bien?
—¡S-Sí! ¡Tienes hambre, ¿verdad?! ¡Déjame calentar la comida para ti!
Ryō salió corriendo a la cosa, dejando a un indignado moreno con su libro de solo 10 páginas a medio leer.
¿Qué le pasaba?
Dejó el libro en el sofá, se asomó a la casa y, extrañado, dio comienzo a la lectura del libro que Ryō había soltado como si le quemara las manos.
Fácilmente ubicó la página que provocó en su esposo aquel enorme sonrojo gracias a una esquina mal doblada, seguramente por el impacto.
Tranquilizarse le costó un poco, calentar y servir la comida le ayudo en gran medida a disminuir el calor de sus mejillas. ¡Obviamente un libro de lactancia hablaría de eso! Pero nunca se le ocurrió, solo leyó el contenido sin importarle qué hallaría en él.
Se tanteó el pecho. La gasa seguía puesta ahí, conteniendo la leche que salía sin pudor de sus pezones. ¡Justo ese día debía llegar con esos libros a casa! Ese día que comenzó con fugas de leche a media mañana.
Lo estaba ocultando porque conocía a su esposo y él era capaz de...
— Ryō.~
Chilló al sentirlo atrás suyo, chilló internamente cuando unas morenas manos le sobaron la panza y subieron hasta sus hinchados pectorales y apretaron, chilló al oírlo gruñir de inconformidad.
—¿Por qué traes esto?
—P-Porque... —iba a llorar. Sintió el aliento de Daiki pegarle en la oreja.
—Oe, Ryō. Ese libro que soltaste, leí algo interesante en él, ¿sabes? —ya lloró. Tenía lágrimas en la comisura de sus ojos. Ese momento iba a llegar, pero seguía mentalizándose para que fuera una vez nacido el niño, ¡no ahora! —¿Y si me muestras un poco?
Sintió los apretones en sus pectorales, así como algo de incomodidad en ellos, no era el dolor que decían las madres sentir cuando amamantaban. Menos mal.
Aun así, con la presión en sus pechos y los nervios provocados por la conversación, fugas de leche humedecieron las gasas hasta mojarlas por completo. El idiota pervertido de Daiki le sonrió en la oreja.
—Buen chico.
Cubrió su rostro, entre avergonzado y excitado por el tono grave de su voz.
Era un cerdo, ¡un pervertido!
—L-La comida...
Su susurró fue vano. Daiki empezó a dejarle besos en el cuello a su vez que sus manos se colaban por debajo de su camiseta y quitaban, lentamente, las húmedas gasas de sus pectorales.
—Me estoy sirviendo justo ahora.