Nueve meses se pasaron volando.
Hace nueve meses que se sintió mareado y asqueado, que decidió hacerse una prueba casera de embarazo por recomendación de Momoi y confirmó su estado con una de sangre. Hace nueve meses le estaba dando la noticia a Daiki de que serían padres.
Parecía haber sido ayer que Daiki le cargó en la cocina, dándole vueltas totalmente emocionado por la llegada de un nuevo integrante a la familia. Parecía apenas ayer que tuvieron su revelación de sexo y sus amigos ayudaron a preparar la habitación con todo el amor del mundo.
Había quedado preciosa.
Los muebles tenían tonalidades blancas y café que resaltaban con la pintura beige de las paredes. Y aquel hermoso dibujo, diseñado por el mismo, fue pintado con tanto detalle que con solo verlo se le llenaba el pecho de amor.
Sus amigos se encargaron de regalarles cobijas, peluches, artículos para el bebé y varias prendas.
Kazunari los había visitado cuando su cuarentena acabó, presentándoles a Seitaro esa ocasión. Un precioso niño de cabellos verde oscuro, con la forma de los ojos de su madre y el tono verde cazador de su padre. Era un bebé precioso.
Sus manos acunaron el pequeño peluche de honguito que Midorima llevó. Claro, con el pretexto de que al ser un Lucky Item vencido ya no lo necesitaba más. Kazunari se encargó de aclarar que su esposo buscó por todo el centro comercial un regalo adecuado para ellos.
Ryōta y Yukio seguían frecuentándolos. Después de todo, ellos eran los padrinos de Frijol por parte de Daiki. Yukio se hacía cargo de los últimos preparativos de la habitación, aquellos del tipo de diseño y organización, mientras Ryōta cuidaba de Kōta en la sala de estar. Luego se turnaban para ser el rubio quien moviera los muebles y cargara cosas pesadas por insistencia suya.
Eso sí, jamás dejaron al bebé azabache en manos de Daiki. Por precaución, decía Kise.
Kōki y Tatsuya eran su soporte emocional. Llegaba a verlos muy poco por sus trabajos y las etapas de sus embarazos, pero compartían largas conversaciones cuyos temas principales eran los bebés.
Ryō debía agradecerles tanta amabilidad cuando correspondiera.
Sobó su abultado vientre, las 40 semanas estaban cada vez más cerca. En su último chequeo, Midorima había indicado que era normal empezar con dolores alrededor de esos meses. Que no se preocupara siempre y cuando sangrara o el bebé no se moviera.
Cosas que no creía tan probable, pues Frijol se estaba portando bien.
Dejando a un lado los síntomas del primer semestre, los dolores de pies por el creciente peso o su fatiga constante, Frijol se estaba desarrollando bastante bien.
“¡Claro que sí! Es mi hijo.”
Las palabras que Daiki dijo en esa consulta resonaron en su mente mientras caminaba a la vacía cuna. Recordó haberse reído junto con Kazunari por la orgullosa sonrisa del moreno. También recordaba haber encontrado una sonrisa igual en Midorima tras su suspiro de resignación y fingida frustración.
La sabana azul y la pequeña almohada decorativa esperaban ansiosos a su dueño. ¿Y cómo negarlo? Ellos también querían verle, conocerle.
¿Sería igual de moreno que Daiki o tendría su piel de porcelana? ¿Heredaría el cabello chocolate de su familia o se inclinaría por el azul eléctrico de los Aomine? ¿Sería gentil y pasivo como su madre o alguien salvaje y orgulloso como su padre?
Apoyó la almohada en la cabecera de la cuna y sacudió la sábana como si Yukio no se hubiera encargado de lavarla cada que iba a verle. Su diestra, aun apoyada en su barriga, se encargó de mimar a través de la piel al nuevo amor de su vida.
—No importa cómo seas, te amaremos con toda la fuerza del mundo.
Absorto en sus pensamientos, no notó la presencia de Daiki en la casa. El moreno le veía con cariño desde el umbral de la habitación, recargado en ella.
Él también se dedicó a observar el cuarto, lo bien que había quedado. Y no solo eso, el amor y cariño con el que sus amigos y él lo habían preparado.
Miraba a Ryō, parado a un costado de la cuna con su adorable panza duplicando su tamaño. Y no podía desear una vista más adorable en el mundo.
Su corazón latió tan fuerte que sintió su pecho desgarrarse.
Ryō lo vio al alzar la cabeza y le sonrió con sus ojos llenos de amor.
—Bienvenido, amor.
—Estoy en casa.
Daiki atravesó el cuarto hasta su esposo. Acunó sus mejillas y besó sus labios delicadamente y luego se arrodilló hasta su vientre, besando a su hijo también.
Estando ahí, se percató que el pijama del castaño se hallaba húmeda por debajo de la panza hasta sus rodillas. Ryō ladeó la cabeza, desconcertado por la mirada fija del otro.
—¿Todo bien? —Daiki negó, asustándolo.
—Creo que rompiste fuente, Ryō.
Rápidamente se paró, tomándolo de la mano y marcando el número de Midorima con la otra. Lo llevó hasta el sillón, sentándolo con cuidado.
Miró su pantalón. Sí había roto fuente, pues no había sentido ninguna necesidad de ir a orinar o dolor que pudiera significar un sangrado.
Daiki lucía más nervioso que preocupado. La mano que acercaba su teléfono al oído temblaba y su entrecejo fingía estar tranquilo para, seguramente, no exaltar al embarazado.
Ryō tomó aire, preparándose mentalmente para las futuras contracciones.
—¡Midorima! —habló Daiki una vez la línea fue atendida —Me importa un carajo que estuvieras postguardia, Ryō acaba de romper fuente —Midorima habló unos segundos, luego Daiki empezó a asentir cada cierto tiempo, tomando notas mentales de las indicaciones que le daba el médico
Ryō le vio sobarle la panza antes de correr a la habitación del bebé y regresar con la maleta especial para esa ocasión. Luego, aun con el teléfono en el oído, se dirigió a al baño por una toalla de tocador.
—De todos modos, te llamaré, así que mejor vete preparando un café —su esposo colgó. Tomo la toalla con una mano y la otra se aferró a la propia —. Midorima dice que las contracciones pueden comenzar en cualquier momento, así que nos esperaremos unas horas antes de ir al hospital. Necesito que estés tranquilo, Ryō, estoy aquí contigo.
Era adorable, la verdad. Sentía sus manos temblar y, aun así, buscaba tranquilizarlo.
Apretó el agarre en sus manos.
—Daiki, creo que el que debería estar tranquilo eres tú.