Ser amigos del médico más reconocido en la clínica e hijo del dueño de la misma les daba ciertos privilegios.
Fueron admitidos rápidamente a la habitación más glamurosa, espaciosa y, en términos generales, VIP del lugar. La cama era de última generación y usaban sábanas de la mejor calidad. Tenía un sofá exclusivo para una visita permanente, en ese caso sería Daiki quien disfrutara de su comodidad. Una televisión con cable para pasar el rato, además de un minibar a su absoluta disposición al igual que el baño dentro de la habitación que, si no fuera por indicaciones médicas, tendría una bañera en vez de regadera.
Lo triste del asunto era que Ryō no se podía dar el gusto de apreciar los detalles de su cuarto por estar demasiado ocupado soportando las contracciones.
Kazunari lo había llevado de inmediato a su habitación. No se dio cuenta cuando sus ropas fueron cambiadas por la típica bata de hospital ni en qué momento ya estaba acostado en la cama tomando las finas sábanas entre sus dedos para soportar los dolores.
De un momento a otro ya tenía un catete puesto y un medicamento para el dolor siendo succionado por sus venas.
Medicamento que no estaba funcionando del todo.
—K-Kazunari-san… —el mencionado levanto la vista de las hojas de enfermería que estaba llenando para ver el rostro sudoroso del mayor —¿Y Daiki?
—Si encontró estacionamiento ya estará camino acá.
El azabache le sonrió para tranquilizarlo y volvió a las notas, describiendo la cantidad de medicamento que tenía el suero a su costado.
Aunque Ryō estuviera gimiendo del dolor, ya estaba más tranquilo a comparación de cuando llegó. Atribuía su tranquilidad a que su esposo, más nervioso que el embarazado en cuestión, había tensado la situación a tal punto de sacarle de quicio.
El castaño era bastante tranquilo, así que el moreno debió haber estado presionando desde que su fuente se rompió. Ryō solo había respondido ante la presión.
Cuando anotaba los signos vitales en las notas, la puerta de habitación se abrió dejando ver a un agitado moreno sosteniendo la maleta entre sus manos. La maleta terminó en algún lado de esas cuatro habitaciones y Daiki se acercó corriendo a un costado del jadeante castaño, tomando su mano en apoyo.
Kazunari miró el agarre y deseó que Aomine fuera lo suficientemente fuerte para soportarlo.
—Aquí estoy, todo está bien —pronunció Daiki, como un rezo habitual ya en ese día. Ryō le sonrió entre dolores.
—Duele mucho… —gimoteó mientras muecas de dolor se dibujaban en su rostro. El moreno quiso dar su vida por ser él quien tuviera que soportar los dolores. Besó su dorso y apartó los cabellos de su húmeda frente.
—Dale algo para el dolor —Kazunari metió las hojas en el expediente metalice que dejó en los pies de la cama del castaño e, ignorando la mirada de los azules eléctricos, revisó el suero.
—Si le doy más medicamento mato a tu esposo.
Daiki le miró con reproche. ¿Qué significaba eso? Estaba viendo el dolor de su pequeño hongo y actuaba tan desinteresadamente. Pero Kazunari tenía razón. Ya había pasado la dosis que podía darle de ese medicamento. Tenía que dejar un poco más para las posibles complicaciones del parto, y no quería que por alguna negligencia su amigo sufriera.
Ryō aplacó a Daiki con una mirada, sabiendo que su amigo tenía razón. Él era el primero en querer que ninguno sufriera, pero había parámetros que seguir y ni siendo amigos del hijo del dueño podían sobrepasarlos.
Daiki aprovechó que Kazunari se alejó al carrito con insumos para acercarse a Ryō y besar sus labios. Le miraba afligido, nervioso, sin saber qué hacer.
¿Cómo podía ayudarlo si era solo un simple policía que jugaba bien baloncesto?
Una muy fuerte contracción llegó a Ryō sacándole un desgarrador grito. La mano de Daiki se vio tan fuertemente apretada, sacándole un quejido casi igual de doloroso que el anterior. Ryō se dobló, tomando su vientre.
—Déjame revisarte —Kazunari llegó a ellos con unos guantes de látex en sus manos y un cubrebocas de protección —Futuro papá, ayúdame a levantar la sabana. Futura mamá, necesito que abras las piernas.
Esperó paciente a que el castaño tomara fuerzas y acatara sus órdenes. Daiki, sin soltar el agarre que volvía su mano morada, levantó la sabana hasta por encima del vientre de Ryō, mirando al enfermero con confusión.
—¿Así le hablas a todos tus pacientes?
—Solo los que están nerviosos —respondió. Daiki podía ver esa sonrisa estúpida dibujarse en sus labios. Kazunari se inclinó a su esposo, metiendo sus manos entre sus piernas y tanteando sabe qué cosa —. Se supone que esto lo debe hacer Shin-chan, pero él está ocupado arreglando lo último para la sala de expulsión —comentó, suponiendo que eso era lo que quería preguntar el moreno.
Kazunari le hizo una seña para se acercara, y él dudó un poco. La mirada de Ryo, aun llena de muecas de incomodidad y dolor, le dijo que estaba bien. Sintió su mano respirar de alivio cuando el castaño la soltó.
Rodeó la cama hasta el azabache y miró horrorizado como la parte baja de su esposo se había vuelto tan ancha y su entrada, la que le apretaba deliciosamente, se había dilatado tanto que él mismo Tetsu podía volver a nacer por medio de Ryō.
—Lo que estoy haciendo es el tacto. De esta manera sabremos qué tan dilatado está tu esposo y cuándo es momento de llevarlo al quirófano. Esto que vez aquí es por donde saldrá Frijol. Le calculo que tendrá unos nueve o…
Kazunari no pudo seguir al escuchar un golpe en seco atrás de él. Daiki estaba en suelo, pálido y desmayado.
Silbando una canción se deshizo de sus guantes, tapó la intimidad de Ryō y salió al pasillo para hablarle a un camillero.
—¿Lo hiciste a propósito? —cuestionó Ryō entre jadeos, tomando ahora la mano de Kazunari que volvió a su costado. Él le sonrió burlesco al moreno cuando dos camilleros movieron su cuerpo hasta el sofá, claramente acostumbrados a ese tipo de situaciones.
—Ryō-chan, me lo vas a agradecer, si no era aquí era en el quirófano como Ki-chan —dijo despreocupadamente, besando su frente con cariño. Miro con preocupación a su esposo, que dormía plácidamente en el frío sofá —. No te preocupes, ya le hablé a Tai-chan para que le haga compañía.
Los camilleros y un par de enfermeras llegaron con una camilla de traslado, acomodaron el cuerpo de Ryō en ella y se lo llevaron entre los pasillos hasta el quirófano.
Ahí, Midorima ya se encontraba cambiado para la situación. Kazunari se excusó para irse a cambiar y regresó una vez los preparativos previos terminaron.
Volvió a tomar la mano del castaño y permaneció a su lado todo el tiempo.