Los siguientes días pasaron tranquilamente.
Gracias a su residencia como pacientes VIP y conocidos del dueño, el personal de enfermería hacía todo lo posible por cuidar al castaño. Ryō agradeció sus atenciones durante el primer día de postparto, ya que era muy complicado moverse por su cuenta sin tener un agudo dolor en sus caderas, pero llegaron a un punto que era abrumador tenerlos encima.
Con una cesárea era más complicada la recuperación, o al menos así lo había dicho Kazunari cuando comentó con más detalle el día siguiente la próxima cirugía de su azabache amigo Murasakibara.
En un principio, los Aomine se sintieron mal al escuchar que su amigo tendría que dar a luz por un procedimiento quirúrgico, pero cuando Midorima les explicó, durante una revisión de rutina por la tarde siguiente, que Tatsuya sería incapaz de tener al hijo de Murasakibara por un parto natural y que la cesárea era la mejor opción para mantener su vida lograron relajarse.
No podían culpar de todo al americano, Murasakibara Atsushi era un tipo enorme. Era lógico que su hijo sería igual.
Durante su estadía en el hospital, no solo recibieron la visita de los Midorima, sino que todos sus amigos pusieron un pie en la habitación para saludar al nuevo integrante de la familia.
Claro, el dúo de Shōtoku tuvo que poner restricciones y requisitos para poder darles el pase. El bebé estaba en un periodo de cuarentena, y si seguían las indicaciones al pie de la letra eran bienvenidos para saludar.
Kazunari estuvo en la puerta todo el tiempo, cerciorándose de ello.
Los Kagami fueron los primeros en ver al pequeño Aomine, después de todo ellos estuvieron cuando el castaño regresó a su habitación. Después de intimo momento entre la pareja, Tetsuya fue el primero en pasar la puerta para ver al pequeño bebé.
El fantasma estuvo demasiado feliz de ver que Frijol era tan parecido al castaño y no a su estúpido amigo. Cuando lo expresó, Daiki estaba tan feliz que simplemente le dio la razón.
Kagami se acercó a saludar y el bebé, en brazos de Daiki, se removió extraño de que una borrosa figura en tonalidades rojizas le cubriera su poca visión. Cuando el pelirrojo se presentó como el tío favorito la cara de disgusto del recién nacido hizo llorar de la risa hasta su propia sombra.
Al día siguiente los Kise se presentaron. El rubio cargaba un peluche de gato negro y un globo con la descripción “Felicidades” por todo el pasillo, dejándolos caer el piso cuando vio al bebé dormido en su cuna.
Yukio logró atraparlo antes de que lo despertara, interrumpiendo la tranquilidad del recién parido Ryō y el agotado y trasnochado Daiki que dormía en el sofá aun con su uniforme de policía puesto.
Kise despertó a su amigo y prácticamente lo empujo fuera de la habitación para que se presentara otra vez a su trabajo y pidiera la licencia de paternidad que la ley le otorgaba en esos caso.
Yukio rodó los ojos ante la ignorancia del moreno, pues no tenía idea de tal permiso. Y aunque el azabache no se llevara tan bien con él, ofreció sus servicios legales por si la comisaría no quería otorgarle el documento.
Ambos estaban tan enternecidos con el pequeño bebé y su parecido con la madre. Nuevamente declarando que tener los genes de los Sakurai era lo mejor.
Ryō fue dado de alta dos días después y los Akashi aprovecharon la situación para visitarlos. Ellos fueron los que se encargaron de llevarlos desde el hospital hasta su casa, usando el viaje como pretexto para regalarles aún más cosas para la habitación del bebé y conocerlo.
Kōki estaba fascinado con lo pequeño y tierno que era. Exclamó que un nuevo castaño se unía al grupo. Ryō intentó decir que su hijo podía ser el cuarto, pero Kōki estaba tan cansado de explicar que el gen posesivo de Akashi haría que su bebé fuera también pelirrojo.
Si su suegro, Masaomi, no logró que Seijūrō fuera castaño, ¿por qué él sí podría?
Seijūrō, por su parte, coincidió con sus amigos milagros. Daiki, ya con la cabeza más fría, se preguntaba si realmente era feo. ¿Qué tan malo sería que su bebé hubiera nacido con la piel morena y el cabello azul?
Pero volvía a ver al pequeño y regordete niño y pensaba que no necesitaba eso. Que su hijo ya era perfecto así.
Los Murasakibara tuvieron que conocerlo por videollamada debido a la situación de Tatsuya. El moreno se adelantó, haciendo el comentario sobre el aspecto de su hijo antes de que Murasakibara abriera la boca, haciendo reír a sus esposos y enojando a su grandote amigo.
Antes de colgar, dieron todo su apoyo y palabras de ánimo a la pareja, deseándoles lo mejor en el embarazo y diciendo que le pedirían a Kōki que organizara una fiesta para recibir a todos los bebés una vez acabara la cuarentena del último.
Así pues, los siguientes días fueron un verdadero reto.
El hospital los había malacostumbrado a que una enfermera les ayudara con los cuidados del bebé cuando ellos no podían, y era hora de hacerlos solos.
Gracias a los libros que Midorima les había regalado, pudieron anticiparse a muchas cosas. Tenían preparado cajas de pañales, biberones esterilizados, extractores de leche. Incluso habían movido la cuna hasta su habitación para tener al bebé más cerca por las noches.
Así cuando se despertara…
Un gran llanto lleno la habitación, despertando a un cansado y muy agotado moreno que se arrastró con los ojos fuertemente cerrados hasta la orilla de su cama hasta prender la tenue luz en su mesita de noche.
El pequeño ser humano seguía llorando mientras Daiki se colocaba las pantuflas y restregaba sus adormilados ojos, topándose con una que otra endurecida lagaña que demostraba cuan cansado estaba.
—Sigue durmiendo.
Dijo Daiki, arrastrando las palabras, cuando su hermosos esposo se removió en la cama. El bebé seguía sollozando, indicando que algo le hacía falta.
Menos mal gozaba de buenos pulmones.
Al llegar a la cuna, le tomó en brazos y notó de inmediato cuál era el problema. Su pañal estaba lleno y si no lo cambiaba en el momento su pequeño traserito se rozaría.
Con el bebé en brazos dejó a Ryō seguir descansando en la habitación y se movió hasta la del recién nacido. Al prender la luz sus ojos ardieron, pero aun así se encaminó hasta la pequeña mesa de trabajo, colocó al pequeño castañito y fue en busca de un pañal nuevo e instrumentos de limpieza.
—Ya voy, ya voy.
Cada que Daiki le hablaba al bebé, sus llantos disminuían de intensidad, tranquilizándolo. Una vez con los instrumentos en mano, Daiki empezó el cambio de pañal.
No era un experto en ello. Kazunari le había dado una pequeña y breve lección la cual reprobó, pero con el tiempo y paciencia que Ryō había tenido al explicarle cada que él lo cambiaba logró hacerlo decentemente.
Desechó el pañal sucio, limpió la zona y colocó el nuevo. Tal vez estando más despierto el pañal hubiera quedado perfecto, pero el bebé parecía feliz al ya no sentir la humedad de sus desechos y no le interesaba lo mal acomodado que estaba el pañal.
Miró a su hijo, que poco a poco retomaba el tranquilo sueño de hace unos minutos. Era precioso con sus ojos azules y piel blanca. Cada que se detenía a mirarlo el corazón en su pecho brincaba de alegría y su mirada se suavizaba.
—No entiendo —susurró, usando su índice para juguetear con las diminutas manos del bebé —, ¿yo hice a este adorable bebé?
Se tomó unos minutos más para apreciar al infante antes de regresar a su habitación y dejarlo descansar en su cuna. Besó su frente y regresó a la cama. Cuando apagó la luz de la mesita, sintió el cuerpo de Ryō acurrucarse en su pecho.
—¿Qué fue? —preguntó sumido en sueños el castaño. Daiki le brindó su brazo como almohada y le apretó a sí, besando también su frente.
—Pañal.
El calor de su esposo siempre le hacía adormilarse tan rápido.
Eso o que era la quinta vez en la noche que se despertaba.