Después de tanto trabajo, tenían merecido un gran descanso.
Ambos estaban agotados. Entre los cuidados de Yoshiki y sus trabajo, estaban a punto de explotar. Ryō había regresado a laborar en la cafetería recientemente y aunque Araki se hubiera quedado a cargo dela administración del local todos esos días, Ryō no daba su brazo a torcer cuando lo mandaban a descansar.
El personal estaba encantado con el nuevo jefe que se turnaban para cuidarlo en sus descansos.
Y Daiki se encargaba del bebé en sus tiempos libres mientras se hacía conocedor de las tareas del hogar. Al final descubrió donde su esposo guardaba las cosas en la cocina y los utensilios de limpieza. Yoshiki lucía más feliz cuando Daiki lo cuidaba.
Sin embargo, vivir en una rutina de estrés constante no era nada bueno. Se había reído del aspecto de Kagami días atrás sin considerar que el propio era igual o peor. Y ni qué decir de Ryō, su bello rostro estaba más pálido de costumbre y poco a poco perdía peso del estrés.
Por eso, Momoi Satsuki y su esposa, Momoi Riko, había estado muy contentas cuando su moreno amigo les pidió que cuidaran al pequeño por unos días mientras ellos se tomaban unas pequeñas vacaciones en unas aguas termales en las afueras de la ciudad.
Aunque Yoshiki todavía estaba muy pequeño para apartarse de su madre, consideraron que era una buena idea para mantener su salud mental estable.
—Extraje lo suficiente para estos días, los paquetes están organizados por fecha y horas en el congelador. Dejé comida preparada para ambas, pero si quieren comer algo diferente hay dinero en la habitación. Reabastecimos los pañales y toallitas, además esterilicé todos sus biberones y juguetes para que ustedes no tengan que hacerlo.
—Ryō-kun, Ryō-kun —interrumpió la pelirroja, desviando la preocupada mirada del otro del bebé en brazos de Riko —. Estaremos bien, ¡ustedes disfruten estos dos días! Ririn y yo cuidaremos a Yoshiki-kun con todo el amor del mundo.
—Lo sé, pero…
Yoshiki dormía plácidamente en brazos de la ex entrenadora de Seirin, ajeno a la atemorizada mirada de su madre. No llevaba ni dos meses de nacido y era la primera vez que debía apartarse de él.
Ryō no quería, pero sabía que era lo mejor por esos momentos. Eran solo dos días…
¿No podía llevarlo con ellos?
—Ya están las cosas en el carro, Ryō —la voz de su marido lo trajo de vuelta al pasillo de su casa, donde los cuatro se despedían. Yoshiki se removió ligeramente en los brazos de Riko al oír la voz de su padre, quien le dio un beso en su cabecita antes de volverse hacia Momoi —. Por favor, cuida bien de Yoshiki, dejamos a nuestro hijo en manos de su tía fea.
Momoi hizo un puchero, iniciando una discusión infantil con su amigo de la infancia. Ryō no escuchó muy bien de que se trataba, estaba enfocado en su recién nacido bebé y la horrorosa idea de dejarlo.
Riko captó la mirada de temor en él y acercó a ambos. Acarició su regordeta mejilla y le dio un beso de despedida en la frente.
Se despidieron de ambas y subieron al coche. Ryō, ansioso, observaba como su casa se hacía pequeña a medida que el carro se alejaba. Las manos de ambas mujeres seguían agitándose en despedida hasta que el carro abandonó la calle residencial, dando inicio a su viaje.
Ryō sabía que era lo mejor para ellos el tomarse un tiempo. Desde la llegada de Yoshiki a su hogar habían estado algo distantes, ocupados en el trabajo y el bebé, el tiempo que pasaban juntos implicaba tener al infante entre ambos.
Y, siendo sinceros, extrañaba a su esposo.
Pero por más que deseara volver a estar con él, su instinto maternal se sobreponía. ¿Yoshiki estaría bien con las Momoi? Tenía miedo que algo le hiciera falta, que Yoshiki llorara pidiendo a sus padres y ellos estuvieran a horas de distancia.
Confiaba en su amiga y en la entrenadora, pero aun así tenía sus dudas.
La mano de Daiki le detuvo la pierna, que se movía inquieta. Estaba sumergido en sus pensamiento que no se percató que su esposo estaba llamándole desde hacía minutos, preocupado la señales de pánico que estaba mostrando.
—¿Estás bien? —preguntó Daiki. Apretó su pierna, buscando tranquilizarlo.
—¿Eh? S-Sí —respiró profundo, mirando a su alrededor. Daiki había aparcado en una tienda de conveniencia establecida en una gasolinera.
—Llevamos aquí unos minutos —dijo Daiki, intuyendo la pregunta que se hacía el castaño. Ryō lucía distraído —, ¿quieres que te compre algo para el camino?
Asintió, creyendo que eso podía ayudarle a despejar sus pensamientos y disfrutar el viaje. Daiki regresó a los minutos con comida, chucherías y bebidas para ambos y siguieron hasta las aguas termales.
En el camino platicaron, logrando que sus preocupaciones desaparecieran momentáneamente. Daiki le contó sobre la vez que tuvo que ir a ayudar a Kagami con Hikaru y la reprimenda que les dio Tetsu a ambos por su inutilidad, sacándole unas risas al castaño.
Amaba verle así de sonriente y no con la mirada perdida la guantera del copiloto.
Ryō, por su parte, contó a su esposo la maravillosa noticia de que su excapitán, Susa Shōichi, estaba esperando su segundo hijo. Daiki no dijo mucho, pero se notaba feliz por ambos. Yoshinori siempre había sido muy bueno con los niños, incluso con ellos tenía un instinto muy maternal. En primer año solían llamarlo la mamá del equipo.
Así, entre platicas, llegaron a las aguas termales y disfrutaron del lugar. Fue como un respiro de aire fresco y el agua caliente les quitó de encima todo el estrés de los últimos meses. Sus músculos se sentían menos tensos.
El precioso rostro de Ryō poco a poco recuperaba su color rosado.
La comida no fue tan deliciosa como la que hacía su esposo, pero ambos comieron hasta quedar satisfechos.
Por la noche dieron rienda suelta a sus más intensos deseos. Daiki agradecía que Ryō no estuviera embarazado, ya que pudo hacerlo suyo como le encantaba. Mientras que el castaño simplemente se dejó amar por él, disfrutando cada beso y caricia.
Abrió los ojos. Por la oscuridad en la habitación calculaba eran altas horas de la madrugada. Su cuerpo se sentía frío, hacía falta el delicioso cuerpo de su hongo pegado a su pecho. Tanteó el lugar donde debería estar, pero lo encontró vacío.
Se sentó en la cama, buscándolo por la oscura habitación. Ryō no estaba por ningún nado. Quizá había ido al baño, pero algo dentro de él le decía que no había sido así.
El ambiente estaba raro.
Un sollozo se escuchó a lo lejos, detrás de la puerta corrediza que daba acceso al patio de su habitación. Sin hacer mucho ruido, Aomine se movió hasta allá, encontrando al castaño sentado en la orilla del pasillo, con su cabeza escondida entre sus piernas.
—Ryō.
Tras un espasmo, pues le había asustado, le miró. Tenía los ojos llorosos, la nariz roja y sus labios fruncidos en una horrible expresión de dolor. Corrió hacía él, sentándose en su espalda y pasando sus brazos por el tembloroso cuerpo de su esposo.
Se suponía que era un viaje para descansar, pero Ryō estaba sollozando dolorosamente.
—¡Lo siento, lo siento mucho! —exclamó entre gimoteó. A Daiki se le rompió el corazón al escucharlo, como si el viejo Ryō de preparatoria estuviera de vuelta —Era un viaje para pasarla bien, pero estoy llorando, ¡lo siento mucho!
—¿Qué tienes? —Daiki se abrazó con fuerza a él, usando sus dedos para acariciar los vellos de los brazos ajenos que salían de las mangas del yukata. Ryō seguía temblando bajo él, haciéndose cada vez más pequeño —¿Algo no te gustó, te dijeron algo?
Ryō negó suavemente con la cabeza.
—Está todo bien, todo es perfecto —murmuró. Daiki empezaba a sentir las saladas gotas aterrizar en sus propios brazos, tan tibias. Si todo era perfecto, ¿por qué lloraba tan desconsoladamente?
—¿Entonces?
El castaño se tomó unos segundos, sin dejar de llorar, para responder.
—Me siento mal por estar disfrutando esto, después de haber dejado a Yoshiki.
Tembló ante la mención de su hijo. Extrañaba a Daiki, estar con él, pero era doloroso pensar que para hacerlo debía abandonar a su bebé con otras personas. Daiki giró su cuerpo, encontrándose con el bello rostro de Ryō rojo y húmedo.
—¿Soy una mala madre, Daiki? —él negó —¿Debería disculparme con él al regresar? ¿Por qué duele tanto?
Limpió sus lágrimas con su propia yukata. Ryō estaba temeroso, inseguro. Le recordó al Ryō del que se enamoró, disculpándose por todo y creyendo que todo lo malo era su culpa. No pudo evitar sonreír, enternecido por las preocupaciones bobas de su marido.
—¿Por eso estaba tan distraído en el auto? —Ryō soltó una afirmación de sus temblorosos labios.
Era tan lindo.
Daiki besó esos labios. Besó sus mejillas, lamiendo la salada agua de ellas. Apretó el cuerpo contra el suyo, siendo tan imprudente para meter sus manos debajo del yukata y acariciar sus piernas.
Finalmente, mordió la punta de su nariz, haciendo a Ryō reír un poco.
—Dejar a Yoshiki al cuidado de su tía no te hace mala madre, Ryō. Necesitas tiempo para ti, para nosotros, y eso el bebé lo entenderá.
—¿Y si no lo entiende? —preguntó, poco convencido. Tenía miedo de que al regresar, Yoshiki no supiera quien era, aun si tenía solo dos meses —¿Y si ya no me quiere?
—El bebé y yo te amaremos toda la vida, sin importar qué.
Tomó las palabras que una vez Ryō le dijo y contratacó. Era un golpe bajo, uno que dibujó un puchero que rápidamente borró con montones de besos.
Ryō rio entre ellos. Sus manos acariciaron el moreno rostro, disfrutando de los besos del dueño. Era verdad, Yoshiki y Daiki le amarían, así como él los amaba a ellos.
Daiki siguió besándolo intensamente, bajo la luz de la luna. Mañana por la mañana harían una llamada a Satsuki para preguntarle cómo le iba y que Ryō estuviera más tranquilo.
Aunque si él decía en ese momento que quería irse, tomaría sus cosas y conducirían en yukata hasta su hogar.