—Ya, ya, amor. Duerme, por favor.
Murmuró adormilado cierto castaño, por cuarta vez en menos de treinta minutos.
Yoshiki había despertado a media madrugada y Ryō trataba de calmarlo. Lo primero que pensó es que necesitaba un cambio de pañal o comida, pero no fue así. Después cantó una canción de cuna que su madre le había enseñado, pero no funcionó, Yoshiki seguía con los ojos bien despiertos, moviendo sus bracitos de un lado a otro.
¿Un gas o eructo atorado de la cena? Tampoco lo era. Yoshiki podía ser una calca suya, pero heredó el buen comer de su padre, ningún aire podía quedarse atrapado en ese cuerpecito inquieto.
Llevaba meneando al bebé en brazos durante media hora. Estaba tan cansado, la nueva rutina de bebé-cafetería-terapia-bebé lo tenía al límite y no podía pensar en otra cosa que no fuera dormir, siquiera un par de horas.
Yoshiki no tenía esos planes en mente.
—Mamá está cansado… —susurró. Su agotado cuerpo dio por caer sobre la mecedora que había mudado de la habitación de Yoshiki a la propia, para comodidad de Ryō al amamantar. Sentía menos presión en sus piernas, pero su hijo seguía pataleando en sus brazos —¿Qué te tiene tan molesto?
Sus ojitos azules le miraron confundido. Ryō podía oírlo preguntar si acaso no se daba cuenta de su molestia. ¡Pero era así! No lograba encontrar qué tenía tan irritado a su bebé.
Yoshiki jamás se había portado tan mal desde que nació, ni siquiera cuando estaba en pleno cuadro depresivo y lloraba para, según Daiki, apoyar a su mamá en el duelo.
Era raro, porque si alguna necesidad básica no estuviera cubierta rápidamente sabría que hacer. Pero Yoshiki estaba ahí, con su entrecejo fruncido y apretando sus pequeñas manos enojado.
—Ojalá Daiki estuviera aquí.
La cama estaba vacía, él estaba solo en la casa. Daiki había regresado a las horas extras nocturnas después de tantos meses, por insistencia de Ryō. Pese a que quería tenerlo en la casa el mayor tiempo posible, sabía que ocupaban el dinero y que su esposo extrañaba los recorridos nocturnos por la ciudad.
Era un alma nocturna, después de todo.
—¿Qué hora es?
No tenía ni idea. De hecho, ¿en verdad habían pasado treinta minutos? A lo mejor y fueron horas, sus brazos ya resentían los cuatro kilos del bebé y el movimiento continuo del meneo.
Si tan solo Daiki estuviera ahí.
La puerta de su casa se abrió. Y como si Yoshiki supiera de quien pertenecían las llaves que se escuchaban a lo lejos, comenzó a llorar con fuerza. Ryō se alarmó, pues seguramente Daiki llegaba cansado de trabajar y directo a dormir en la cama para recargar energías para el día siguiente.
Meneó al bebé con más fuerza, pidiéndole que no llorara para no molestarlo.
Daiki entró a la habitación rápidamente, buscándolos a ambos con una mirada de preocupación genuina que había borrado todo sueño de ella.
—¿Ryō?
El mencionado alzó su rostro, a punto de llorar. Cansado, preocupado, perdido. Ya no sabía qué hacer para calmar a su hijo que, en el momento más adecuado, se había puesto a llorar a todo pulmón.
—Y-Yoshiki no quiere dormir…
A Daiki le pareció tierna y graciosa la escena de sus dos amores castaños llorando juntos.
Saludó a Ryō con un beso en sus suaves cabellos cafés y a Yoshiki con una caricia en su regordeta mejilla. Saludos que calmaron a ambos, en especial al bebé de tres meses.
¿Cómo había logrado, con solo tocarlo, que su bebé dejara de llorar y bostezara? De tan solo verlo, Ryō se sintió también cansado.
El castaño le miró con ojos cansados, a medio cerrar, y le entregó al bebé en sus brazos. Yoshiki buscó la figura de su padre entre borrosas sombras y, al sentirse en los morenos brazos, volvió a bostezar.
—Quería a su papá —murmuró, más dormido que despierto. Los ojos de Daiki brillaron, llenos de amor e ilusión. Ryō se limpió la lágrimas, dejó la silla y jaló a su esposo por el uniforme, llevándolo a la cama.
—El uniforme…
Intentó decir que debía quitárselo, pero fue obligado a acostarse en las sábanas. Ryō le quitó a su hijo y lo acomodó en medio de la cama, luego le empujó del pecho hasta hacerlo acostarse y, después de apagar la luz de la habitación, se acomodó en su lugar.
—Solo duerme.
Yoshiki volvió a removerse, amenazando a volver a lo de antes de que llegara Aomine, pero Ryō no se lo permitió y puso la gran mano de Daiki en su pancita. Acto que lo calmó de inmediato y lo hizo dormir.
Daiki suspiró. Acarició los cabellos de ambos, de sus dos personas preciosas y los amores de su vida que descansaban como troncos después de aquella escena.
No podía pedir más.
Ryō, entre sueños, entrelazó sus manos y una discreta sonrisa se pintó en sus labios.
—Tú también querías a papá, eh.