Como policía y representante de la justicia, debía ser el primero en poner el ejemplo y acatar las leyes al pie de la letra. Debía ser quien, con orgullo, portara su uniforme azul y apuntara con el dedo a aquellos que hacían en el mal.
Pero justo en ese momento no podía ser quien tirara la primera piedra, pues traía el saco desbordando de ellas.
¿Cuántos altos pasó ya? Eso era lo de menos. En algún lado leyó que usar las luces cuando no existiera una orden de sus superiores era un delito, y justo eso estaba haciendo. El azul y el rojo se interponían encima de él, declarando que llevaba una urgencia y justificando el pasar de los semáforos en rojo de su patrulla.
Gracias a dios el viejo Nakamura fue asignado a otro departamento de manera temporal, de otra manera no podría hacer mal uso de sus privilegios en ese momento.
Daiki estaba pasándose el reglamento policíaco esa tarde, después de haber recibido una llamada de su bello esposo declarando que estaba camino al hospital pues Yoshiki no dejaba de llorar después de cuatro horas.
Y para un bebé de cuatro meses como su hijo eso no era normal.
Estaba desesperado pues las calles no se terminaban y el hospital de su amigo Midorima no aparecía frente a él. Le importaba poco si otro compañero le detenía, él huiría de la situación para llegar con sus castaños sin importar que eso significara su placa.
Ryō y Yoshiki valían más que un simple trabajo.
Tampoco le interesó que su patrulla quedara mal estacionada frente a la clínica. Él entró directo a la recepción, solicitando información de su familia. La recepcionista, ya conociéndolo, lo condujo de inmediato a la sala donde Aomine Ryō esperaba con su bebé a ser atendido por el pediatra en turno.
Grande fue su sorpresa que al llegar, la sala estaba vacía.
Buscó a la mujer, quien también miraba confundida la silla donde suponía Ryō estaba sentado.
—¿¡Dónde están!?
El grito no hizo más que asustarla, haciéndola temblar. Daiki estaba furioso, nervioso y desesperado. Necesitaba verlos ambos para relajarse, necesitaba saber que estaban bien. Tenía miedo de que algo le hubiera pasado a Yoshiki y él no estuvo para apoyar a Ryō con el problema.
La mujer tembló, negando el conocer su ubicación. Balbuceó que probablemente estarían en consulta y que debía esperar sentado a que salieran.
Por supuesto, Aomine Daiki esperaría. ¡A él le encantaba esperar! Sobre todo si la vida de uno corría peligro.
Antes de que siquiera pudiera responder a la estupidez de solicitud que hacía la recepcionista, la puerta del consultorio se abrió dejando ver a un preocupado castaño cargando a un ya tranquilo bebé.
Daiki sintió alivio de verlos. De ver a su hijo dormido en brazos de su madre.
—¡Ryō!
Corrió abrazarlos, llevándose un suspiro cargado de alivio de parte de sus esposo en su oído. Yoshiki también se removió, sintiendo el calor de su padre cubrirle su pequeño cuerpo.
La recepcionista, en cuánto tuvo oportunidad, salió corriendo de ahí.
—Daiki —la voz de Ryō sonó con suavidad, llena de alivio. Necesitaba de su esposo más que nunca en ese momento. Se apartó de él, permitiéndole ver a su bebé dormido plácidamente en sus brazos. Daiki los miraba con amor, pero con dudas —. Perdóname si te espantamos, pero estaba asustado. Yoshiki no dejaba de llorar.
—Nada de eso —él negó con la cabeza, acariciando la mejilla del espantado castaño que amenazaba con llorar —. ¿Qué fue lo que pasó?
—Cólicos —respondió. Reía con ironía, con un profundo alivio pues no había sido nada grave, simples cólicos que calmaron con movimientos y tactos —. El pediatra dijo que eran normales, pero si ocurrían con mucha frecuencia regresáramos.
El aire escapó de los pulmones de Daiki. Estaban bien, todo estaba bien. Estúpidos y simples dolores que molestaban a su pequeña pantera. Daiki picoteó sin fuerza el vientre de su bebé, quien ni siquiera se dignó a molestarse.
—¿No te había dicho que no molestaras a tu mamá, enano?
Ambos rieron. Eran padres primerizos después de todo, ese tipo de situaciones eran normales en los consultorios de pediatría. El doctor había sido amable y le explicó a Ryō con paciencia. Debía vigilar los cólicos de Yoshiki, pero fuera de eso era un niño bastante sano.
Para horror de Daiki, la risa del castaño cesó y su expresión se volvió sombría y triste.
La preocupación volvió
—Oe, ¿qué tienes? —Ryō le miró antes de pasar a jugar con el puño cerrado de Yoshiki. Veía a su bebé con ternura, pero a la vez tristeza —¿Ryō?
—Cuando venía para acá me encontré a Kazunari-san —la mención del azabache alzó una ceja en él, ¿qué tenía que ver el esposo de Midorima en la triste mirada de su hongo? Ryō suspiró —. Tatsuya-san está internado, su embarazo se complicó.
El silencio abarcó la sala.
Todos sabían que el embarazo de Tatsuya era de alto riesgo, no necesitaban un diagnostico para saberlo. Bastaba con solo ver el padre de la criatura para intuirlo. Sin embargo, Midorima lo había diagnosticado de esa forma, incluso una cesárea estaba programada para no hacerle pasar los riesgos de un parto natural.
Pero jamás se imaginaron que llegaría al punto de tener que acudir a urgencias antes de su cirugía.
Daiki abrazó a Ryō, mas para calmarse a sí mismo. Murasakibara era su amigo, lo consideraba un hermano aunque no lo llegara a decir. Oír que su esposo e hijo estaban en peligro lo descolocó.
¿Qué estaría sintiendo él si fueran Ryō y Yoshiki quien estuvieran en posición de Tatsuya?
—¿Quieres estar con ellos? —preguntó Daiki, con un hilo en la voz al sentir el diminuto cuerpo debajo de él temblar.
Ryō, obviamente, dijo que sí. No solo por estar ahí por Tatsuya, sino porque Daiki ya lo llevaba afuera de la sala para buscar al titán antes de darle la opción de responder.
Yoshiki estaba bien, pero los Murasakibara no.