—Cuando dijiste "Tomaremos un descanso" no pensé que te referirías a esto, Ryō.
Gruñó Daiki a su esposo y este solo sonrió, sonrió tan inocentemente que por un segundo pensó que se estaba enojando de más.
¡Pero no era así! Él genuinamente creyó que volverá a recurrir a la ayuda de Satsuki y que ese fin de semana visitarían nuevamente las aguas termales a las afueras de la ciudad. Hasta los boletos había visto en la encimera de la cocina.
—Pero, Daiki, nosotros realmente tomaremos un descanso.
Otra vez. Si Ryō le ponía esa carita tan linda y esos ojitos de conejo lastimado no podía decirle que no. Sus dientes chocaron y se hizo pequeño en el sofá, era una jugada sucia. Si volteaba a ver al piso estaban sus ilusiones rotas, siendo pisoteadas por su marido.
—Cuiden bien de ellos, por favor. ~
Kazunari canturreó, demasiado divertido con toda la situación.
Y es que esa era la molestia de Daiki. Cuando su precioso, tierno y sensual esposo mencionó hace unas semanas que se tomarían un descanso en la primera semana de febrero se emocionó. Necesitaban uno, en especial Ryō, después de que los cambios de sus vidas terminaran por asentarse y volvieran a una rutina estable. Daiki estaba ansioso por volver a aquel lugar con él, de pasarla lindo y tener mucho sexo.
Lo que no se esperó es que el día en que supuestamente llegaría la ayuda que mencionó Ryō cruzaran por su puerta sus estúpidos amigos con sus parejas y sus mocosos, todos cargando una pañalera y una maleta pequeña.
—¡Pásenla muy bien, Yukiocchi! —gritó la rubia, agarrando al pequeño Kōta y haciendo que moviera su mano para despedirse de su madre —Kōtacchi, dile adiós a mamá. ~
Estaba molesto porque su esposo, de manera intencional, le hizo creer que el descanso sería para ambos pese a que era claro que el viaje era para todas las madres.
Ahí estaban todos sus amigos con sus hijos. Lo que más le hizo ruido fueron las maletas a sus costados, una clara amenaza de que pensaban quedarse en su hogar lo que duraba el dichoso viaje.
¿Y él? El único que no sabía nada de ello.
—No rompas muchas cosas, Kazunari —el mencionado hizo un puchero que Midorima ignoró para dirigirse al mayor de todos —. Te lo encargo, Yukio.
El cejón asintió, cansado de solo pensar que debía cuidar del enfadoso de Kazunari después de la universidad. Bueno, si lo cuidó estando en su etapa más rebelde no sería problema ahora, con una licenciatura y un hijo.
Kazunari refunfuñó algo que Daiki no tenía ganas de escuchar. Ese cuarteto siempre era escandaloso. Era como tener dos Kise y dos Midorima, y con la rubia tenía suficiente en un par de minutos.
Preferiría mil veces voltea a Akashi, que se despedía del chihuahua.
—Si te sientes mal no dudes en llamarme, Kōki.
—Estaré bien, Sei —respondió. Masaki estaba en sus brazos, tomando la última porción de leche materna fresca de su madre antes de irse de la casa —. No hagan locuras en casa de Ryō.
¿Qué locuras podría hacer Akashi? Pensó en dejar a su cachorro suelto con unas mini tijeras, pero siquiera podía ver. De hecho, Akashi sería el más decente seguid por Midorima en su hogar.
De quien debería preocuparse era el estúpido de Kagami que salía de la cocina, acompañado de Murasakibara.
Ese estúpido sí era un peligro.
—Ya acomodamos las leches en el refrigerador que trajo Akashi.
Kagami informó para después desviarse a Tetsuya y quitarle al pequeño Hikaru de brazos, despidiéndose tan cariñosamente que le dieron nauseas a Daiki. Aunque el asco fue de verle la cara al pelirrojo, seguro.
—Tat-chin, sé un niño bueno.
Atsuya ya estaba en brazos del titán, tan grande como su padre. El bebé fue dado de alta un día después que su madre, pues su estadía en los cuneros patológicos era simplemente por protocolo.
Tatsuya soltó al macrosómico Atsuya, dejando un beso en sus morados cabellos.
—Qué dices, Atsushi. Pórtense bien ustedes, están cuidando a nuestros hijos.
Daiki suspiró. Bufó. Renegó en silencio.
¿Por qué debía ser él quien sufriera? Volteó a Akashi, que acababa de besarse con el chihuahua que tenía por esposo.
—¿Por qué no nos quedamos en tu casa, Akashi? ¿No es una mansión? —el pelirrojo, aun viendo enamorado a su perro faldero que caminaba lentamente hasta el grupo de mamás, contestó.
—La mansión está en Kioto, Aomine, nuestra casa no es tan grande para los doce.
Y una mierda, pensó Daiki. Era un niño rico, estaba seguro que su simple casita de Tokio era primera más grande del grupo y podía albergarlos a los doce.
Es más. ¿¡Cuál era la razón por la que debían quedarse todos juntos a esperarlos!? ¿No podían simplemente estar cada uno en sus casas?
Ryō se acercó y colocó en su pecho un raro artefacto de color azul. Era un especie de bolso, como el de un canguro. Luego el cejón que tenía por esposo Kise le colocó en ese bolso a Yoshiki. Daiki, por instinto, puso su mano como soporte en la cabecita de su hijo y empezó a menearlo con cuidado.
Yoshiki abría y cerraba la boca en señal de que estaba cómodo.
—Solo estábamos esperando las leches, ya es hora de irnos.
Daiki volvió a mirar a su hongo. Tenía un sonrisita entre santurrona y nerviosa, pero sobre todo emocionada. Los otros cinco también se veían emocionados.
Ryō le dejó un beso en sus labios. Antes de que pudiera irse le tomó de la muñeca.
—¿Es muy necesario que se queden aquí? —susurró, mirando a Kagami sentado en su sofá, jugando con Hikaru.
—Entre ustedes se ayudarán.
Volvió a besarlo, besó a Yoshiki y se fueron, todos.
Bakagami seguía jugando con su pequeña sombra. No saben el gusto que al moreno le dio ver que Hikaru solo lo ignoraba. Midorima tenía a Seitarō en brazos mientras leía un libro de saber qué cosa médica mientras a su lado, la rubia parloteaba una nada interesante historia de una sesión de fotos. Y Akashi se encargaba de sacarle el aire al pequeño Masaki después de su comida con Murasakibara durmiendo a Atsuya en su pecho.
Todos esos idiotas reunidos en su casa solo porque sus parejas creían que eran unos idiotas que no sabrían cuidar a sus hijos.
Y esa era la razón por la que estaban ahí, juntos. Encerrados con el médico tsundere de turno, el bombero apaga fuegos imbécil, el inteligente empresario, el mastodonte fuerte, el policía egocéntrico.
Y Kise.
—¿En serio no se dan cuenta que nos toman por idiotas? —masculló un molesto Daiki, llamando la atención de todos —Los tengo que soportar en mi casa porque sus esposos creen que somos capaces de matar a nuestros hijos.
Kise ladeó su cabeza, confundido.
—Yo también lo había pensado, Aominecchi, pero me agrada la idea de que Kōtacchi conviva con sus primos desde ahora —Kise movió la pierna, haciendo brincar al pequeño Kōta.
—Nuestra casa está en remodelaciones.
Una vil mentira, descarada y amarga mentira. La simple mirada cansada de Kise se los confirmó, él visitaba a los Midorima casi todos los días por Kazunari.
—Yo no confiaría en alguien que no sabe cambiar un pañal.
Todos miraron a Akashi. Tres de ellos sin entender su comentario, los otros dos sin saber dónde meterse.
Y un pequeño bebé de cabellos rojizos y ojos celestes recordaba, decepcionado, ese día de su vida donde su padre y su tío no supieron cambiarle el pañal.
—¿Cómo sup…?
—Tetsuya.
Taiga guardó silencio, avergonzado.
—¿S-Seguros que estarán bien?
Llevaban ya media hora de viaje. Su conductor responsable, Kise Yukio, había hecho las paradas correspondientes en la última gasolinera de la carretera para abastecerse de comida y bebidas. Kazunari se aprovechó de la tarjeta de crédito que le dio el pelirrojo a Kōki y compraron hasta bebidas alcohólicas para disfrutar el lugar, después de darse un baño.
Ryō estaba algo inseguro todavía. Era un viaje para madres, lo pasarían grandioso entre los 6 y volvería recargados de energía para cuidar a sus niños y a sus tontos esposos. Pero se sentía mal por haberle omitido información a Daiki de esa forma.
No necesitaba el permiso del moreno, pero hacerle creer que iría con él fue horrible. Recordaba su carita de desilusión y le rompía el corazón. Al regresar le daría su recompensa.
Sabía que solo no podía, y Tetsuya tampoco confiaba del todo en las habilidades paternales de Kagami. La idea de Kazunari fue muy buena, pero…
—¡Estarán bien, Ryō-chan! Tienen a Shin-chan con ellos, los regañará cuando lo necesiten —Kazunari abrió una lata de soda después de decir eso.
—Sei también estará ahí —comentó Kōki, sorbiendo poquito de su leche con chocolate —. Saben cómo se pone con ellos.
—Shintarō-kun debería aprovechar y enseñarles otra vez a poner un pañal —Kazunari golpeó la espalda de Tetsuya, riendo a carcajadas. Imaginó a su esposo frustrado con la estupidez de las dos luces.
—¡Si Shin-chan lo logra te invito a cenar, Tetsu-chan!
—¿De verdad confían tan poco en ellos? —cuestionó Yukio por el retrovisor.
Tetsuya, con su pálida y plana cara, miró al mayor a su costado y simplemente respondió.
—Precisamente porque confiamos en ellos hicimos esto, Yukio-san.
Yukio ni siquiera sabe porqué preguntó eso, tenían razón. Todos conocían a sus parejas y, porque confiaban en ellos, no debían dejarlos solos con unos bebés de menos de un año.
Siguió conduciendo, escuchando al emocionado Kazunari gritando los planes de aquel fin de semana. Kōki bebía su lechita de chocolate a lado del azabache. Tetsuya tomó la mano de Ryō y le sonrió.
—Daiki no se enojará contigo por esto, disfruta el viaje.
Tan lindo. Tomaría sus palabras al pie de la letra y disfrutaría el viaje al máximo, solo porque al regresar estaría Daiki esperándolo con todas sus ganas de sexo frustradas en el borde de la cama.
—¿¡CÓMO DEMONIOS HICIERON ESO!?
Midorima Shintarō quería morir, quería tomar su cédula profesional y romperla en mil pedazos. Era un número inútil, su inteligencia había sido ofendida por un pañal en forma de… sin forma que Aomine Daiki, su estúpido ex compañero de secundaria, le había puesto a su hijo.
Estaba decepcionado. Si no era capaz de enseñarle a un mono como él poner un pañal entonces no era un verdadero médico. Era obstetra, por Dios, ¡explicar el cambio de pañal era algo básico! No se necesitaba ni ser obstetra, de hecho, con solo estudiar medicina básica era suficiente.
Aomine Daiki y Kagami Taiga se miraron entre ellos, miraron al pequeño Yoshiki que se chupaba el dedo, miraron las caras decepcionadas de los demás milagros y se volvieron a mirar.
—Pues si te crees mucho ponle el pañal tú —masculló Daiki, humillado por la risa de Kise en el fondo de la habitación que pintaron. Midorima sentía su vena a punto de reventar.
—¡No es mi hijo!
—Pero es tu sobrino, idiota.
Aquellos tres empezaron a pelearse. Midorima dudaba de su capacidad intelectual más que antes. ¿Cómo pudo graduarse de la universidad? ¿¡Por qué Ryō estaba con él!? ¿Le gustaban tontos? Y Tetsuya. Oh, pobrecito Tetsuya. Con razón sus luces eran idénticas y se llevaba bien con Ryō, ¡a ambos les gustaban tontos y fornidos!
Akashi acarició la mejilla de Masaki, caminando de vuelta a la sala de estar.
—No te preocupes, Masaki, sus hijos no serán idiotas como ellos, tienen buenas madres.