—¡Bienvenido, Aomine-san!
Kamiya-san, una adorable anciana que fungía de recepcionista en la comisaría de Daiki. No por ser mayor su trabajo disminuía, era de las mejores empleadas del lugar según su esposo. Tenía un carácter fuerte, era eficiente y muy educada. Cada que Ryō visitaba a su esposo en el trabajo la señora Kamiya le saludaba jovialmente, encantada de verlo ahí.
—¡Buenos días, Kamiya-san! —correspondió Ryō.
Kamiya, como siempre que él ponía un pie ahí, le dio acceso a las instalaciones. Ryō era bienvenido al lugar, cada que lo visitaba los compañeros de Daiki le saludaban, brillaban al verlo.
Su esposo decía que era por su actitud fresca, cálida, que alumbraba los días de los viejos policías. Él sabía que era porque cada cierto tiempo, en los convivios de la comisaría, era el encargado de llevar el postre o algún aperitivo que los dejaba sorprendidos.
De todos modos, Ryō estaba contento con su amabilidad.
Cuando pasó a un costado de Kamiya, la señora dejó de atender a un ciudadano en la recepción para girarse a su bebé que colgaba de la cangurera azul, en el pecho de Ryō.
—Buenos días, Aomine-kun.
Así como su madre, Yoshiki se llevaba la atención de cada oficial o personal administrativo. Era un niño precioso, adorable, aunque muy tímido.
Yoshiki, inquieto por tener la atención de tanto Kamiya y el ciudadano en la recepción, que también estaba fascinado por el bebé, gimió incómodo.
—Es un niño muy tímido —dijo Kamiya, sonriéndole a la madre. Ryō estaba de acuerdo —, me recuerda a ti cuando te conocí. Inseguro y tímido, por un momento creí que estabas siendo amenazado por el idiota de tu marido.
Rio al recordarlo. La primera vez que visitó a Daiki en el trabajo le llevó el almuerzo. No culpaba a Kamiya por haber activado la alarma de un rehén, aun no se habían casado y seguía siendo el inseguro Ryō de antes. En algún momento se le cruzó la idea de que el moreno podía sentirse incomodo con su presencia ahí y, en el peor de los caso, se avergonzara de ser un policía gay.
Kamiya-san pensó que Daiki era un corrupto que compraba las caricias de un lindo e indefenso jovencito y asuntos internos tuvo que escuchar una explicación de Ryō sobre la verdad.
Al menos sabía porque Kamiya siempre era la empleada del mes.
—Hablando de él, ¿está en su oficina? —Kamiya dejó en paz al pequeño Yoshiki y regresó a los papeles del ciudadano que estaba atendiendo, soltando un largo suspiro.
—Ese jovencito estará encerrado en su oficina hasta el próximo año, lleva atrasado papeleo desde agosto y —miró a Yoshiki, suavizando su expresión —no lo culpo. Ve con él y regáñalo de mi parte.
Camino hasta la oficina de Daiki, pensando en lo que Kamiya le dijo. El papeleo atrasado desde agosto y la mirada a Yoshiki significaba una cosa: Daiki había dejado de hacer trabajo administrativo desde que su hijo nació.
Llegó a la oficina, tocando la puerta suavemente. Daiki le dio el acceso desde adentro y, al entrar, se encontró con montones de papeles sobre el escritorio, cajas amontonadas en el suelo con carpetas de bastante grosor y café haciéndose en la cafetera.
—¿Daiki?
Aomine levantó la cabeza de aquel reporte que llenaba para ver a su esposo y a su hijo en su desordenada oficina. En cuanto los vio dejó la silla y corrió a ellos, besando los labios de su castaño y la frente de su hijo.
Yoshiki agitó sus manitas, contento.
—¿Y esta sorpresa? —Ryō levantó el bento, indicándole que traía comida para él. Nada perezoso, Daiki lo tomó e hizo un hueco en su escritorio para dejar la comida.
—Kamiya-san mencionó algo de papeleo atrasado —se sentó en la silla que Daiki le había arrimado, frente a su escritorio. Nuevamente le echaba un vistazo a la oficina, era un desastre. Le recordaba a la habitación de la juventud de Daiki —, ¿necesitas ayuda?
—Qué va, solo son papeles sin importancia, los terminaré rápido —dijo Daiki, abriendo el fabuloso bento. Ryō no perdía la costumbre de hacer figuras y dibujos con la comida, tampoco de ponerle sus nostálgicos pulpitos como acompañamiento.
—Estás tomando café —señaló la cafetera con un dedo, que Yoshiki tomó en su pequeña mano sacándole una risa al moreno.
—El café de aquí es un porquería, te lo juro —comió un pulpo —, pero me mantiene entretenido criticando su sabor.
Ryō apuntó, mentalmente, llevarle un termo de café preparado la siguiente vez que le llevara bento.
Sin embargo, la cantidad de papeleo acumulado le preocupó. Nunca había sido bueno haciendo trabajos que implicarán redactar, y por lo que veía de los papeles en el escritorio la mayoría eran reportes.
Quien le hacía los reportes escritos en preparatoria era él.
—Puedo ayudarte, como en la escuela —dijo Ryō, acomodando a Yoshiki fuera de la cangurera para que sus piernas descansaran. Yoshiki, liberado, empezó a patalear con fuerza.
—Debes regresar a la cafetería, ¿no? —él negó.
—Araki-kun está haciéndose cargo.
El hijo de Alex García le sorprendía cada vez más. Había tomado un liderazgo impresionante durante los meses que estuvo fuera, el equipo estaba demasiado contento con él y no había ninguna queja de los clientes.
Estaba pensando seriamente en nombrarlo gerente general y tomarse un descanso de esas responsabilidades. Así podía tomarse la maternidad con más calma.
Aomine insistió un poco más, pero al final aceptó la ayuda. Una vez terminó de comer acomodó un poco la oficina y ambos se pusieron a trabajar.
Daiki tomó a Yoshiki para que Ryō escribiera con más comodidad mientras él le dictaba los reportes. Tenía una gran memoria, así que no era problema hacer uno de hace casi tres meses.
Llevaban ya semanas de proceso cuando Yoshiki empezó a llorar.
—¿Será el pañal? —tenía la pañalera en el carro, podía ir por ella de ser necesario. Daiki acercó al bebé para olerlo y negó —Tiene hambre, entonces.
Yoshiki pasó a brazos de su madre que intentó alimentarlo, pero este no quiso. Yoshiki seguía llorando, tan fuerte como siempre. Debían callarlo antes de que la oficina se llenara de sus compañeros irritados.
Mientras Ryō meneaba a Yoshiki en brazos, tratando de tranquilizarlo, Daiki sacó de su cajón una pequeña pelotita antiestrés en forma de baloncesto y la movió frente a Yoshiki.
—¿Qué haces?
—A lo mejor quiere jugar —comentó Daiki, como lo más obvio del mundo —, yo también me aburro en este lugar.
—Es un bebé…
Pero Daiki siguió agitando la mini pelota frente al niño, haciendo ruidos para llamar su atención. Yoshiki dejó de llorar y siguió el objeto con sus grandes ojos azules. Daiki sonrió victorioso y Ryō solo suspiró, al menos dejó de llorar.
Y luego sonó lo más hermoso en el mundo para ambos. Yoshiki estaba riendo, intentando alcanzar el balón de manos de su padre. Su pequeño bebé de siete meses estaba riendo, enseñando sus pequeños dientitos que a penas de asomaban de sus encías.
Daiki y Ryō se miraron emocionados.
Yoshiki seguía intentando alcanzar el balón.
—Ryō, saca la cámara, hay que capturar esto para prosperidad.
—¡Mi teléfono, mi teléfono está en el bolsillo!