—¿Qué cocinas, Ryō?
Preguntó Daiki, rodeando a su castaño esposo por la espalda. Ryō cocinaba, usando ese delantal rosa que le traía tantos recuerdos cada que le veía.
Respiró profundo. Ese delicioso olor lo sacó de la cama y lo llevó hasta la cocina, donde encontró al amor de su vida preparando el almuerzo.
—¡Ah!, Daiki —recargó su cabeza en la de él, suspirando ese natural aroma que le alborotaba las hormonas —, ya casi está la comida, espera un poco más, por favor.
—Eso dices, pero —Ryō rio bajito cuando los dientes de Aomine mordieron su oreja. Hasta ese punto, Daiki bajó la mirada a las cazuelas. Estaba la comida de ellos, pero Ryō trabajaba arduamente en una pequeña olla donde una sopa naranja era revuelta por una cuchara de silicona —Oe, ¿qué es eso?
—Es la comida de Yoshiki —comentó, sin dejar de revolver —. Ya es tiempo de agregar alimentos a su dieta, mi leche no es suficiente a este punto.
Y una mierda, la leche de Ryō siempre sería suficiente. No importaba de donde saliera, era deliciosa.
Aunque su hijo solo podía probar una, de todas formas.
Lo que Ryō cocinaba se veía viscoso, parecía uno de esos slimes que se ven en redes sociales, solo que sin las figuritas en miniatura. Era naranja, seguramente por las zanahorias que estaba en el fregadero.
Ryō cocinaba tan bien, tan delicioso, ¿por qué eso se veía asqueroso?
¿Sabría bueno?
Llevó el dedo hasta la cazuela con toda la intención de agarrar un poco y probar su teoría de que todo lo que Ryō cocinaba sabía bien. Pero el castaño había sido rápido, deteniendo su brazo desde su muñeca.
—Da-i-ki.
Tembló. Tembló más al ver que su siempre amable hongo le veía con el rostro sombrío y una sonrisa fría. Y su mano, tan buenas para cocinar y el sexo, le apretaba la muñeca con una fuerza que jamás pensó conocer.
—Si lo tocas no comes, ni ahora ni en la noche.
—S-Sí.
Ryō lo despachó de la cocina. Era lo mejor, por alguna razón le estaba gustando esa faceta sádica de él. Además, ni quería probar esa cosa naranja, mejor se sentaba en la mesa, a un lado de Yoshiki, y esperaba a que le trajeran su almuerzo.
Yoshiki, tan bello, le miró extrañado.
—Mira, panterita —dijo Daiki, picoteándole su mejilla —. El día de hoy tu vida va a cambiar, conocerás el paraíso a través de ese slime naranja, cualquier otra comida te parecerá inferior, ¿estamos de acuerdo? —Yoshiki rio, ajeno a todo lo que decía su papá — Cuando no quieras, me das a probar.
—¿Qué dijiste, Daiki?
Ryō llegó con la bandeja de comida para Daiki. Yoshiki reía, divertido por el dedo de su papá hundiéndose en su mejilla.
—Nada, Ryō.
Ryō miró a ambos y sin creerle nada al moreno regresó por la otra bandeja con su comida y la de Yoshiki.
Daiki puso su índice en los labios y le pidió a su tierra hijo guardar silencio.
REPETICIÓN POR MÍNIMO DE CARÁCTERES.
—¿Qué cocinas, Ryō?
Preguntó Daiki, rodeando a su castaño esposo por la espalda. Ryō cocinaba, usando ese delantal rosa que le traía tantos recuerdos cada que le veía.
Respiró profundo. Ese delicioso olor lo sacó de la cama y lo llevó hasta la cocina, donde encontró al amor de su vida preparando el almuerzo.
—¡Ah!, Daiki —recargó su cabeza en la de él, suspirando ese natural aroma que le alborotaba las hormonas —, ya casi está la comida, espera un poco más, por favor.
—Eso dices, pero —Ryō rio bajito cuando los dientes de Aomine mordieron su oreja. Hasta ese punto, Daiki bajó la mirada a las cazuelas. Estaba la comida de ellos, pero Ryō trabajaba arduamente en una pequeña olla donde una sopa naranja era revuelta por una cuchara de silicona —Oe, ¿qué es eso?
—Es la comida de Yoshiki —comentó, sin dejar de revolver —. Ya es tiempo de agregar alimentos a su dieta, mi leche no es suficiente a este punto.
Y una mierda, la leche de Ryō siempre sería suficiente. No importaba de donde saliera, era deliciosa.
Aunque su hijo solo podía probar una, de todas formas.
Lo que Ryō cocinaba se veía viscoso, parecía uno de esos slimes que se ven en redes sociales, solo que sin las figuritas en miniatura. Era naranja, seguramente por las zanahorias que estaba en el fregadero.
Ryō cocinaba tan bien, tan delicioso, ¿por qué eso se veía asqueroso?
¿Sabría bueno?
Llevó el dedo hasta la cazuela con toda la intención de agarrar un poco y probar su teoría de que todo lo que Ryō cocinaba sabía bien. Pero el castaño había sido rápido, deteniendo su brazo desde su muñeca.
—Da-i-ki.
Tembló. Tembló más al ver que su siempre amable hongo le veía con el rostro sombrío y una sonrisa fría. Y su mano, tan buenas para cocinar y el sexo, le apretaba la muñeca con una fuerza que jamás pensó conocer.
—Si lo tocas no comes, ni ahora ni en la noche.
—S-Sí.
Ryō lo despachó de la cocina. Era lo mejor, por alguna razón le estaba gustando esa faceta sádica de él. Además, ni quería probar esa cosa naranja, mejor se sentaba en la mesa, a un lado de Yoshiki, y esperaba a que le trajeran su almuerzo.
Yoshiki, tan bello, le miró extrañado.
—Mira, panterita —dijo Daiki, picoteándole su mejilla —. El día de hoy tu vida va a cambiar, conocerás el paraíso a través de ese slime naranja, cualquier otra comida te parecerá inferior, ¿estamos de acuerdo? —Yoshiki rio, ajeno a todo lo que decía su papá — Cuando no quieras, me das a probar.
—¿Qué dijiste, Daiki?
Ryō llegó con la bandeja de comida para Daiki. Yoshiki reía, divertido por el dedo de su papá hundiéndose en su mejilla.
—Nada, Ryō.
Ryō miró a ambos y sin creerle nada al moreno regresó por la otra bandeja con su comida y la de Yoshiki.
Daiki puso su índice en los labios y le pidió a su tierra hijo guardar silencio.