—Te dije que no era necesario, yo podía prepáramelo.
Era fin de semana, domingo para ser exactos. Su trabajo atrasado ya estaba al día así que decidió tomarse su día libre como debía hacer, haciendo nada.
Pero Ryō, siendo tan servicial como siempre, había insistido en prepararle una rápida botana antes de irse a tomar una siesta junto con Yoshiki. Se negó tantas veces, diciendo que él era capaz de prepararla y que se fuera a descansar un poco, que pensó haberlo convencido.
Fue a la sala, se refundió en el sofá y buscó un programa para pasar el rato. La cocina estaba tan silenciosa que creyó que Ryō ya estaba durmiendo, pero a los minutos entró su precioso esposo con una bandeja llena de botanas para él.
Cinco platos diferente, para ser exactos, que denotaban dedicación y tiempo. ¿En qué momento? No escuchó ningún ruido.
Ryō, con su bonito puchero en los labios, dejó la bandeja en la mesita cafetera antes de verlo.
—No me importa, yo quería.
Sí, bueno, agradecía el gesto. No se le ocurría qué prepararse y, a cómo iban las cosas, lo más seguro es que vería la tele sin comer nada.
Besó a su esposo y después vio su delicioso trasero perderse en el pasillo rumbo a la habitación. ¿Era él o estaba más grande que antes?
Se perdió en sus pensamientos lujuriosos durante minutos y luego se propuso a ver la televisión para despejarse. Si continuaba tendría que arruinarle la siesta al castaño y no le convenía. Después de pasar tanto tiempo con el chihuahua de Akashi se le pegó la maña de estar de mal humor si lo despertaban.
Chihuahua feo.
Pasó la tarde. Los programas domingueros eran espantosos, sin chiste, pero para Daiki hacían su trabajo de entretener. Los tenía de fondo mientras navegaba en sus redes sociales, más entretenido en las fotos del niño de Kise que el conductor de chismes de su televisor.
Unos ruidos le distrajeron. Dejó de ver el vídeo de una caída de Kagami que subió Tetsuya y buscó el causante de esos ruidos. Eran golpeteos secos, diminutos, como si algo chiquito golpeara el suelo o una loseta.
Paró en el pasillo. Las pequeñitas manos de Yoshiki eran los culpables de distraerlo de la santa golpiza de su rival. El pequeño bebé, con su mameluco de osito café, gateaba desde el pasillo hasta la sala de estar, buscando algo con sus hermosos ojitos azules.
Ni tarde ni perezoso, Daiki tomó una foto con su celular antes de correr a su bebé, arrodillándose a su altura.
—Panterita, ¿qué haces aquí? —Yoshiki identificó la sombra frente a él y sonrió. ¿Cómo su sonrisa era tan angelical con solo medio diente asomándose? Sus ojitos se humedecieron al encontrase con los propios, sin dejar de sonreír —¿Dejaste solo a mamá?
Yoshiki siguió gateando hasta chocarse con su pierna. El golpe lo hizo llorar, así que Daiki lo cargó y acunó en sus brazos para calmarlo.
—¡Eres un grande, Yoshiki! Estoy tan orgulloso de ti —Yoshiki no le entendía mucho a su papá, solo sentía la suavidad y la alegría con la que le hablaba y sonreía —. Sigue así, vamos a demostrarle a los Kagami que nosotros somos los mejores.
Nacer primero fue el paso inicial. Con el tiempo, Yoshiki le demostraría al idiota de Kagami que ellos, los Aomine, eran superiores en todos los sentidos. Yoshiki ya estaba gateando, ¿y Hikaru cuándo?
Ryō salió corriendo desesperado de la habitación, calmándose solo cuando encontró a sus dos amores tirados en el piso juntos. Suspiró de alivio, tirándose él también junto con ellos.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó con una voz suave a su bebé, sobando su cabecita y sus cabellos castaños. Luego miró a Daiki, preocupado —¿Lloró y no lo oí? Lo siento mucho…
Se habían quedado dormidos en la alfombra luego de jugar, cuando despertó no encontró a Yoshiki por ningún lado y sus alertas se prendieron. Tuvo miedo de algo que le hubiera pasado.
El moreno negó suavemente y revolvió los cabellos de Ryō con gentileza.
—No me lo vas a creer.
Menos mal tenía evidencia.