—Ah, Yoshiki, cuidado —la suave voz de mamá le detiene de gatear, peligrosamente, fuera de una sábana —. El cemento es duro, te puedes lastimar.
Yoshiki mira a su mamá. ¿De qué se preocupaba? Solo quería salir de la comodidad de esa tela y alcanzar a su papá. Mamá se preocupaba mucho.
Mamá lo alcanza y lo coloca entre sus piernas. No quería estar ahí, movía sus bracitos y piernitas para escaparse y volver al ruedo. Su papá estaba ocupado lanzando una pelota hacia un objeto raro y luego miraba a mamá, sonriendo y volviendo a ponerle toda su atención a esa pelota.
Yoshiki quería ir con papá.
Mamá deja de ver a papá y le pone en frente una pelota similar a la del moreno, solo que más chiquita. Yoshiki, no comprendiendo muy bien porque papá le ponía más atención a ese objeto, agarra la versión miniatura y la inspecciona.
Redonda, naranja, suave. Nada interesante. Tampoco sabía a nada.
—¿Tanto te gusta el baloncesto? —su mamá rio, le gustaba cuando mamá reía porque se veía hermoso, resplandecía, pero no dejaba de sentirse molesto. Era lo contrario, ¿no lo veía? —A papá también le gusta mucho. Papá solía jugar con todos tus tíos en secundaria. Luego, en preparatoria, se enfrentaron entre ellos y fue muy emocionante.
También le gustaba cuando su mamá le contaba cosas, pues aunque no comprendiera mucho lo que decía, su suave voz lo calmaba y le hacía sentir seguro. Sus manitas giran la pelotita, mirándola con curiosidad.
Mamá lo abrazaba, le acariciaba y besaba la cabeza mientras él seguía intentando averiguar porque esa pelota naranja era tan importante para papá. Y porque le llamaba tanto la atención.
Pronto, papá deja de jugar con la pelota grande y va con ellos. Papá era grande, solía atemorizarle a veces, pero siempre quería estar con él. No era la dulzura de mamá, pero se sentía igual de protegido en sus brazos como en los del castaño.
Papá era asombro, lo ama mucho.
Se sienta con ellos, al borde de la sábana de la que intentó huir hace unos segundos. En cuanto lo siente, mamá deja de abrazarlo y le pasa un objeto cuadrado a papá. ¿Qué contendrían esas cosas que papá siempre sonreía al recibirlos?
Le daba curiosidad saberlo. En casa, cuando mamá le va a dar de comer su papilla de zanahorias, le entrega a papá un objeto igual de cuadrado solo que plano y con protuberancias que sueltan humo. Papá las ve con un brillo en los ojos y besa a mamá con tanto amor que en ocasiones se pone celoso y llora.
Porque, aunque papá le de miedo, quiere que lo vea a él también.
Aprovecha la oportunidad y se escurre se brazos de su madre, bajándose de su caliente regazo empieza a gatear hacia papá. Mamá intenta atraparlo, pero esta vez va más rápido.
Cuando llega a las piernas de su padre da un manotazo en ellas, llamando su atención. Sus ojos se humedecen, pues la mirada azulada de su papá se ve, desde abajo, sombría. Siente ganas de llorar, pero cuando papá deja el objeto cuadrado en la manta roja y sus manos se esconden por debajo de sus brazos para alzarlo se puso feliz.
Papá lo eleva tan alto y, por un segundo, puede ver con lo que estaba jugando anteriormente. Una especie de palo con un cuadrado en la parte de arriba que tiene una canastita colgando. ¿Por ahí entraría la pelota naranja grande que se meneó del otro lado de papá?
—Cada vez estas más grande, panterita —el aliento de papá le hace cosquillas en la cara. Siempre le habla golpeado, con un tono aburrido, pero Yoshiki sabe que lo hace con tanto amor que simplemente sonríe para él —, pero no te daré de mi comida hasta que mamá diga lo contrario.
Los brazos de su papá lo dejan, de nuevo, en el regazo de mamá. Sus manos lo buscan, acariciado sus mejillas con delicadeza.
Aunque desea estar más con papá, las caricias de mamá lo calman por unos minutos. Papá come, halaga y besa a mamá como siempre.
Sus ojos se topan otra vez con la pelotita naranja que mamá le había dado. Preguntas nuevas surgen. ¿Qué significaba Baloncesto y porque era más importante para su papá que él? ¿Esa pelotita tendría que ver con esa palabra rara?
Gatea fuera del regazo de mamá otra vez, la pelotita estaba algo lejos para tomar él mismo. Esta vez, ni mamá o papá lo detienen. Gatea hasta llegar a la pelotita y vuelve a inspeccionarla.
La aprieta, mira y muerde. Obteniendo el mismo resultado que antes, nada interesante.
Entonces sus ojitos se desvían a la versión grande que estaba estática cerca de papá. Gatea hasta ella. Mamá lo miraba angustiado, ¿por qué? No le pasaría nada malo mientras estuviera dentro de la manta, ¿no es así?
Menos mal la pelota estaba cerca.
Toma más confianza cuando papá le dice a mamá que estaba bien, que podía moverse por ahí mientras estuviera en su campo de visión.
Pero el gateo no era suficiente. Siente que no avanzaba nada, mientras más movía sus brazos y piernas la pelota no se acercaba a él. No era justo.
Se sienta en la manta y manotea los cuadros rojos y blancos de ella, con frustración. ¿Cómo podía moverse más rápido y así despejar sus dudas de una vez? A lo mejor esa pelota sabía a algo, no era suave y no era tan naranja.
¿Y si se movía como lo hacían los demás?
Pone sus rodillas en el suelo y, con fuerza, se impulsa con las manos hacia atrás. Sus piernas temblaban y la vista le daba vueltas, pero si se esforzaba lo suficiente podía mantenerse quieto en el lugar.
La pelota naranja estaba frente a él, a unos pasitos para poder tocarla. Se sentía raro moverse sin ayuda de sus brazos, su cabeza daba vueltas, pero la pelota era más importante.
—¿Y-Yoshiki?
Papá lo llama, y como niño obediente que es voltea a verlo. ¿Por qué le veía así, sorprendido y asustado? Mamá estaba igual, con sus ojos bien abiertos y sus manos cubriendo su linda boca.
—¡Ba!
Intenta decir que estaba bien, que no necesitaba que lo miraran así pues la pelota estaba cerca y solo bastaban unos pasos para alcanzarla, pero su cabeza da más vueltas que antes y siente su cuerpo inclinarse hacia delante.
—¡Oe!
Papá lleva sus brazos hacia él, pero no es necesario. Yoshiki da un paso hacia papá, encajando él mismo las grandes manos de papá por debajo de sus brazos, aunque no se tocaban. Da un paso más, avanzando a él.
Estaba indignado, pues ambos le seguían viendo con esa cara de horror. ¿Estaba haciendo algo mal? Aunque papá le veía con los ojos y boca abierta, mamá empezaba a llorar.
Oh, no. ¿Estaba haciendo algo mal?
No, Yoshiki no quería que mamá llorase. Mamá es realmente lindo cuando sonríe, cuando papá le besa, cuando él está con ella.
Sus piernas tiemblan y se sienta en la manta, portándose bien. Papá lo ayuda a bajar con cuidado.
Mira a mamá, que seguía llorando. Ya estaba sentado, por favor que dejara de estar triste, pues entiende que hizo algo mal. Sus propios ojos se humedecen y empieza a llorar también.
—¿S-Se lastimó? —mamá le pregunta a papá y este niega antes de tomarlo y sentarlo en sus piernas. Cuando mamá se procura de revisarlo y asegurarse de que esté bien, por fin sonríe —¡Yoshiki, diste tus primeros pasos!
Los besos de mamá llenan su rostro, sus suaves manos limpian sus lágrimas y sus ojos vuelve a llenarse de amor como antes.
—¡Te dije que él lo haría primero! —sus papá mueve la pierna, como cada que hace al tenerlo ahí. Esos movimientos y los apretones que le da en su pequeño torso lo calman mucho —Cuando lleguemos a casa se lo contaré a Tetsu.
Mamá le da una de esas miradas de aburrimiento a papá, de las que suele darle cada que menciona a los tíos Kagami o a su primo Hikaru. ¿Por qué? A él le caen bien, sobre todo Hikaru. Es el mejor compañero de juegos, hasta que sus papás buscan la aprobación de sus hijos y deben pelearse por quien es mejor.
Claramente el mejor es su papá, pero Hikaru no lo entiende.
—¿Viste que intentó ir a la pelota? —mamá señala el grande objeto naranja que era su objetivo y su papá asiente, orgulloso —Justo le estaba contando de Teiko y Tōō, creo que se emocionó y al verte jugar quiso ir contigo.
—Mi hijo será el mejor en el baloncesto —dice papá, besando su mejilla —, ¡y les ganará a todos sus primos!
Papá y mamá siguen hablando mientras él se pierde en los ojos de ambos. Mamá es muy lindo, suave y dulce. Papá es tosco, orgulloso y frío.
Se equivocó cuando dijo que quería la atención de papá por sobre la de mamá, prefiere que ambos le miren con tanto amor y cariño. Y a su vez, le gusta ver que ambos se tratan de la misma manera.
Voltea a ver una vez más la pelota naranja y arruga el entrecejo. Aun no comprende qué es eso, pero definitivamente no le gusta que su papá le preste más atención.
Al menos no por ahora.