Bastaba con moverlo un poquito más a la izquierda y estaba listo. Ryō se enderezó y observó el mantel que acababa de acomodar, de un color azul rey que combinaba con la decoración del patio trasero de su hogar.
Unas cuantas mesas en el césped adornadas con detalles azules cubrían la mayor parte del patio. Cada que se tenía que organizar un evento Kōki siempre metía sus manos. Nadie podía decirle que no, al final de cuentas el castaño tenía un don para la organización y la decoración.
A veces pensaba que en vez de dedicarse a ser profesor de biología en Rakuzan el antiguo capitán de Seirin debió haber optado por el mundo del catering y la organización de eventos.
—Las mesas están listas, Kōki-san. Estaré en la cocina revisando los últimos detalles, ¿está bien?
Ryō miró como su amigo terminaba de decorar la mesa principal, donde el pastel que Atsushi traería más tarde acabaría resaltando. Kōki acomodaba unos listones caquis en los costado de la mesa, unos parecidos a los que caían en la pancarta atrás de ella.
Unas letras doradas que decían "Happy Birthday" eran las protagonistas de dicha pancarta.
—Está bien, Ryō —respondió sin voltear a verlo, confiado en su buen trabajo. Se dirigió a la pancarta, colocando aún más decoraciones que en vez de abrumar solo hacían resaltar más su patio —. Me quedaré un poco más, no tarda en llegar el proveedor de catering y Atsushi con el pastel.
—Si necesitas ayuda llámame.
Ryō le dio un último vistazo al patio antes de entrar a su casa. Era demasiada dedicación la que el Akashi le ponía a todos los eventos de sus amigos. Kōki hasta había contratado un servicio de catering para tener una mesa de aperitivos y dulces durante el festejo como hacía años, ignorando sus suplicas de ser él quien se encargada de ellos en esa ocasión.
Al final de cuentas, Kōki siempre terminaba haciendo lo que quería y se encargaba de todos los detalles bajo la excusa de que era su regalo, sin importar qué se celebrara. Esa vez pudo convencerlo para ser él quien preparara la comida del día, por lo menos.
Estaba acostumbrado a cocinar para varias personas desde la preparatoria cuando lo nombraron encargado para las dietas especiales de su equipo junto con Momoi. A veces cocinaba junto con Kagami para las reuniones de los milagros, así que ya conocía los gustos de todos los invitados.
Una vez llegó a la cocina revisó los alimentos. Los platillos fríos ya estaban listos, mientras que a los calientes les faltaban algunos minutos más para estarlo. Agradecía que Atsushi se encargara del pastel, su horno se encontraba al límite y dudaba que un postre se mantuviera a salvo en su hogar con Daiki alrededor si lo preparaba el día anterior.
—¡Estamos en casa!
Un sudado Daiki entró a la cocina después de anunciar su llegada, directo a tomar un pedazo de tomate del cuenco que Ryō tenía en manos.
—Daiki, eso es parte de la ensalada —reclamó ya por mera costumbre, estaba acostumbrado a la maña de su esposo de picotear cualquier alimento preparado por él. Daiki le rodeó en un abrazo por la espalda, dejando caer todo su peso en su hombro —. Vas a dejar sin comida a los demás.
—Nadie merece tu comida, Ryō, solo nosotros.
Palmeó condescendientemente su cabeza, su esposo era tan territorial con él que ya no le sorprendía en nada sus comentarios. Después de casi pelearse con Tetsuya sobre quien cocinaba mejor ya nada le sorprendía.
Notando la ausencia de alguien volteó al pasillo.
—¿Y Yoshiki?
Al mismo tiempo que preguntaba, pasos se escucharon en el pasillo y un joven de doce años se asomó por el umbral de la cocina. Yoshiki sostenía un balón de baloncesto y su bolso deportivo por encima del hombro.
—¡Aquí estoy! —los ojos de Yoshiki se iluminaron al notar que el horno estaba en uso y su madre sostenía un tazón con ensalada de tamaño familiar —Toda la cocina huele delicioso, me hubiera encantado cocinar contigo…
Yoshiki se acercó a ellos, mirando el tazón con algo de tristeza. Su hijo amaba la cocinar tanto como él, Daiki bromeaba mucho con que su amor por la gastronomía venía en la sangre. La tristeza venía del no poder cocinar juntos como todo el tiempo.
Daiki chasqueó la lengua, entre molesto por la tristeza en su hijo y celoso por no acaparar la atención del mismo. El chasqueo pegó en la oreja de Ryō, haciéndole cosquillas.
—Pero te divertiste con papá, ¿no? —Ryō se liberó de los brazos morenos y fue a dejar el tazón en el refrigerador cuando Yoshiki sonrió en respuesta. Abrazó a su hijo, besando sus cabellos castaños —Ahora ve a limpiarte, sino el tío Kōki-san se enojará.
—¡Sí, mamá!
Yoshiki correspondió el abrazo y dejó un beso en la mejilla del castaño antes de correr a su habitación.
Ryō estaba orgulloso de cómo su hijo estaba creciendo. Yoshiki era un niño usualmente tímido, pero tenía un corazón enorme y una sensibilidad que superaba la del mismo Ryō. Casi innato, tenía un amor por el baloncesto que igualaba al de Daiki, razón por la que ese día se levantaron temprano y pasaron toda la mañana jugando en las canchas cercanas.
Sintió los brazos de Daiki abrazarlo por atrás nuevamente y por reflejo se pegó a su pecho para más comodidad, sintiendo los acelerados latidos del corazón de su esposo rebotar en su nuca.
—Solo cumplió los nueve años y quiere estar pegado a ti todo el tiempo —susurró Daiki en su oído —. Recuerdo cuando estaba más enano y no dejaba de correr atrás de mí, ¿dónde quedó mi panterita?
Sentía lástima por como el ego de Daiki le jugaba en contra a veces. Yoshiki, cuando era más niño, se la pasaba pegado a su esposo como un patito con su madre. Corría atrás de él, pedía estar en sus brazos todo el tiempo, lloraba si no lo veía.
A los nueve años fue que Ryō empezó a tener más protagonismo en su vida. El día que Yoshiki pidió estar con mamá en vez que papá, Daiki estuvo de mal humor. Una semana después seguía refunfuñando.
Acarició los brazos de su esposo, riendo bajito.
—No digas eso, Daiki. Yoshiki te ama más que nada, cuando estamos juntos no deja de hablar de ti y lo increíble que eres.
—¿Ah, sí?
Ryō asintió. Mentira no era, pero si había omitido la parte en la que cierto pelirrojo estaba involucrado.
El moreno le besó la mejilla, con más ánimos que antes. Ryō sabía cómo manejar a su esposo y cómo usar su ego a su favor.
Cuando Daiki empezaba a bajar los besos por el cuello Kōki entró a la cocina, tosiendo un poco para llamar la atención de la pareja.
—Lamento interrumpir así, pero las decoraciones están listas.
Que los atraparan haciendo actos obscenos no era raro. ¿Cuántas veces ha pasado? Mayor parte en preparatoria, algunas en la oficina de la comisaría, al pobre Araki le había tocado una vez en la cafetería… No era extraño que la gente se pusiera incomoda.
—¡Gracias, Kōki-san!
Daiki, aburrido de las interrupciones de ese estilo, se apartó de su esposo. Momento en el que Kōki aprovechó para escanearlo de arriba abajo y cruzarse de brazos insatisfecho.
—Aomine, no te quedarás vestido así para la fiesta de tu hijo, ¿verdad?
¿Dónde quedó el pequeño chihuahua que temblaba cada que lo veía? Los tiempos cambiaron, ahora el perro de Akashi le daba órdenes y le veía con… ¿lástima?
—¿Y si así fuera qué?
No supo qué le impactó más, si el codazo de Ryō en sus costillas o que vio a Akashi en la mirada retadora del chihuahua.
—¡Con permiso!
El grito de Kazunari se escuchó por todo el barrio, hasta Midorima tuvo que taparse el oído más cercano a su esposo para evitar que se lastimara. ¿Por qué siempre tenía que gritar?
—¡Tío Ryō-chan!
Ahora Midorima se cubría el oído izquierdo por el grito de su hijo.
Ryō recibió al pequeño Seitarō en sus brazos y besó su coronilla. Shintarō se encargó de cerrar la puerta del hogar de Aomine detrás de ellos mientras sus dos azabaches saludaban al castaño.
—Seitarō, cuánto has crecido desde que fue tu cumpleaños —el pequeño rio en su pecho. Los abrazos del tío Ryō eran sus favoritos, después de los de su papá —, y eso que solo pasaron dos meses.
—Según mi médico, será un niño algo igual que Shin-chan.
—Oh, ¿es así? —preguntó a Seitarō, quien asintió sonriente.
—Aunque tener la estatura de mamá tampoco está mal —contestó Seitarō —, si soy alto no puedo ser una buena base.
Revolvió sus cabellos. Seitarō era el segundo mayor de los hijos de los milagros. Había heredado toda la personalidad extrovertida de su madre, Kazunari, demasiado alegre y efusivo.
Era unos centímetros más alto que Yoshiki, su cabello era de color negro con reflejos verde oscuro y había nacido con los ojos verdes de Shintarō. La alegría de la casa, decía Kazunari en juego.
Cuando no tenía sus arranques de energía, claro está.
Ryō les dio el paso a los Midorima hasta el patio, pidiéndoles elegir una mesa en la que sentarse. Optaron por acompañar a Aomine cuando Seitarō salió corriendo hacía él para abrazarlo.
El castaño aprovechó que Kazunari se había quedado hasta el final para tomarle del brazo y llamar su atención.
—Kazunari-san, ¿pudiste terminarlo? —el otro sonrió cómplice y levantó la bolsa de regalo verde, meneándola en el aire.
—Jamás dudes de lo que Satsu-chan y yo podemos hacer juntos.
Ryō se sintió más aliviado al ver la bolsa. Claro que no dudaba de ninguno, después de todo si había confiado en ellos para su encargo fue precisamente por sus habilidades.
El quejido de Aomine se escuchó hasta el pasillo, haciéndoles caminar de nuevo hasta el patio. Seitarō estaba colgado de los hombros del moreno, quien sentado solo se dejaba hacer por el menor.
—¡Tío Dai-chan! Cada vez estás más viejo! ¿Ya pensaste en el retiro? Escuché que a los policías les pagan bien la jubilación.
—Cada vez eres más enfadoso que tu madre.
Midorima llamó a Seitarō para sentarse a su lado mientras Kazunari se ahogaba en su risa, tomando asiento al otro lado de su esposo. Seitarō sacudió un poco más a Aomine antes de correr a lado de su padre y sentarse, moviendo sus pies al ras del suelo completamente lleno de energía.
—¿Y el cumpleañero? —Kazunari palmeó la cabeza de Seitarō. Este, al escuchar el nombre del cumpleañero, volteó de inmediato hacia sus tíos, esperando la respuesta. Los ojitos le brillaban de emoción.
—En su habitación, con Kōki-san.
Kōki le peinaba el cabello con calma. Pese a usar el mismo aceite y cepillo que usaba su madre, las manos de Kōki eran ligeramente menos cálidas. Aun así, su tío desenredaba su cabello con tanto cariño y suavidad que, en un punto, llegó a sentirse adormilado.
Eso o el juego con papá le dejó tan agotado que al consumir la adrenalina su cuerpo empezaba a resentir el cansancio.
Sentía los ojos pesados y su cabeza pesada.
—Yoshiki, ¿quieres descansar un rato? —Kōki preguntó bajito, no queriendo alarmarlo, pero no lo logró. Yoshiki se inmediato se enderezó y abrió los ojos con vergüenza —Está bien, aún falta para que lleguen todos.
—E-Estoy bien, Akashi-san —Kōki asintió y volvió a cepillar su cabello —. Quiero saludar a todos cuando lleguen. No sería muy apropiado de mi parte no recibirlos en su momento.
Yoshiki era un niño muy educado y respetuoso. De todos los niños, Yoshiki era el único que le llamaba por su apellido de casado y con honoríficos. Con los años se acostumbró a que extraños lo llamasen así, pero sus amigos y sobrinos lo llamaban por su nombre.
No dudaba en nada que Ryō, quien seguía usando el "san" con él, educó a ese pequeño.
A través del espejo, Kōki notó el leve sonrojo en las mejillas de Yoshiki y como se aferraba al borde de su suéter beige fuertemente. El mismo tic de Ryō cuando estaba nervioso con un tema en específico.
Le recordaba a Ryō cuando Daiki estaba alrededor.
—Tienes razón, Hikaru se pondrá muy triste si no eres tú quien lo reciba primero, ¿no crees?
El rostro de Yoshiki se pintó de rojo, confirmando las sospechas de Kōki. Dejó que Yoshiki balbuceara mientras acomodaba su flequillo por delante.
—¿P-Por qué específicamente Hikaru-kun? —preguntó una vez más tranquilo.
Con el flequillo acomodado, Kōki acomodó las cosas que utilizó en un armario dentro de su habitación.
—¿Te gusta mucho? —Yoshiki permaneció en silencio unos segundos, apretando sus labios y volviendo a apretar su suéter desde el borde.
—¿Se nota mucho?
Era demasiado obvio, según Kōki. No solía pasar mucho tiempo con los dos, si acaso las veces que se juntaban y eso era cada dos meses, pero había notado ciertas conductas por parte de Yoshiki que demostraban un favoritismo hacia Hikaru.
Además, el hijo de Tetsuya era igual o más directo que su madre al mostrar sus sentimientos.
El asentimiento de Kōki hizo suspirar con resignación a Yoshiki. Atrapado, no hizo más que sonreír tristemente.
—Me gusta mucho, pero Hikaru-san solo me ve como un amigo. Estoy feliz con tenerlo a mi lado de esa forma.
El mayor se sentó a su lado y acomodando el cuello de la camisa blanca que portaba debajo de su suéter, habló suavemente.
—¿Te lo ha dicho explícitamente? —Yoshiki negó —Entonces no debes suponer los sentimientos de los demás, Yoshiki. No sabes si esa persona sí siente algo y piensa lo mismo que tú. ¿Quién dice que no es Hikaru el que cree que sus sentimientos no son correspondidos?
Kōki logró ver la misma inseguridad de su amigo Ryō en los llorosos ojos del pequeño Aomine. Yoshiki lo miró con algo de esperanza, procesando sus palabras.
Quizá su tío tenía razón.
Antes de que pudiera responder, la puerta fue abierta por el sonriente de Seitarō quien al ver al castaño menor se lanzó a abrazarlo.
Kōki tuvo que apartarse un poco para no ser golpeado por él.
—¡Feliz cumpleaños, Yoshi-chan!
—S-Seitarō-san, muchas gracias —respondió avergonzado, mas totalmente acostumbrado de que el pequeño Midorima se le restregara en la mejilla intensamente.
Kōki no pudo sentirse más nostálgico al verlos, Kazunari era igual de empalagoso con ellos.
Seitarō abandonó los brazos de Yoshiki para correr a los de Kōki, dejándose mimar por las manos de su tío no favorito.
—¡Tío Kō-chan, te extrañé tanto! —las mejillas de Seitarō fueron aprisionadas por las manos de Kōki. Pequeñas y juguetonas risas salieron de sus labios.
—¿Qué dices? Nos vimos en tu cumpleaños, halconcito.
El celular de Kōki los hizo separarse, separación que Seitarō aprovechó para ir de vuelta hacia Yoshiki y abrazarse su brazo derecho.
Kōki leyó rápidamente y bloqueó el celular.
—Es Mura, ya llegó con el pastel —los niños se emocionaron, ellos amaban los postres del tío Murasakibara —. Debo bajar, y ustedes también. El cumpleañero debe recibir a sus invitados, ¿no es así?
Sintió su cara arde con el guiño de su tío Kōki. Probablemente tenía razón y solo era él teniendo dudas. Su corazón latió rápido ante la idea de que Hikaru sintiera lo mismo, podía ser correspondido y jamás saberlo.
Pero también podía no serlo y perderlo como amigo para siempre. Y no quería eso.
La mano de Seitarō tomó su muñeca y jaló a él hacia la salida de su habitación.
—¡Vamos, Yoshi-chan, Shin-chan quiere verte!
En lo que tomaba una decisión disfrutaría su fiesta de cumpleaños.
Un gran pastel estaba siendo dejado sobre la mesa principal. Murasakibara no había escatimado en recursos para prepararlo. Era de tres pisos. Cada nivel estaba decorado con un betún de mantequilla color blanco que recubría el bizcocho de chocolate, con el famoso relleno de frutos rojos que distinguía la pastelería de la familia.
—Atsushi-san, cada que veo sus postres me sorprenden más —comentó Ryō admirando el pastel de cerca por la vitrina que colocó Murasakibara debido a que el pastel estaba en la intemperie —. Sus decoraciones siempre son las más lindas, a Yoshiki le encantara.
Murasakibara siempre fue alguien que no se sentía cómodo con halagos sinceros, y eso no cambiaba pese a la cercana relación que tenía con el castaño Aomine. Pese a ser socios y que su pastelería fuera la encarga de distribuir postres a la cafetería de Ryō, Murasakibara seguía sonrojándose cada que su socio halagaba sus trabajos.
Aquella no fue la excepción.
—Es un placer para nosotros, Ryō —Tatsuya le acercó a su esposo una pequeña bolsa con el betún blanco que había sobrado del pastel y una cuchara para que pudiera comerlo al acercarse a ellos —. Atsuya y Atsushi estuvieron muy emocionados diseñando el pastel, ¿verdad?
—Atsuchin hizo eso —señaló orgulloso una flor de betún color azul hasta arriba del pastel. Fondant en forma de pedazos de cristales dorados estaban colocados alrededor de la flor, haciendo juego con la decoración del lugar —, dijo que a Shikin le gustaban las rosas.
El detalle era precioso y muy bien trabajado, se notaba que Atsuya era hijo de un pastelero estrella y que conocía a su hijo a la perfección. Yoshiki era amante de las flores, en especial las rosas.
—Iré con Minechin —habló de nuevo Murasakibara —, debo cuidar que no se coma el pastel mientras llega Tetchin.
Dejando un beso en la mejilla de Tatsuya, Murasakibara se alejó hasta la mesa donde los Midorima y Aomine charlaban. Al mismo tiempo, dos niños corrían al patio.
Seitarō llevaba a Yoshiki de la mano hasta su padre.
—Encargo completado, Shin-chan —Seitarō hizo un saludo militar una vez estuvo frente a Midorima. Yoshiki, más educado, se inclinó respetuosamente tomando en cuenta a Kazunari también.
—M-Muchas gracias por venir el día de hoy, Midorima-san. Sé que por su trabajo el tiempo es muy valioso.
—No digas esas cosas, Yoshi-chan —Kazunari intervino, revolviéndose sus cabellos. Yoshiki los acomodó inmediatamente preocupado por toda la dedicación que su tío Akashi había puesto en peinarlo —, estamos más que felices de venir a verte. Seitarō no paraba de decir que tenía ganas de jugar con todos ustedes.
—Yoshiki —Midorima sacó de su bolsillo una cajita de color negro y se la extendió al cumpleañero —. He de suponer que no traes tu objeto de la suerte contigo —él asintió, haciendo a Midorima fruncir el entrecejo —. Grave error. Te he traído el tuyo, úsalo para tener buena suerte en tu cumpleaños.
La cajita era de terciopelo azul oscuro, pequeña. Al abrirla se encontró con una pulsera de oro que sostenía un pequeño dije en forma de su signo zodiacal. Seitarō, al tanto del regalo, tomó la pulsera y rápidamente se la colocó en la mano izquierda.
—Es su forma de desearte feliz cumpleaños —susurró Kazunari, risueño. Midorima le hizo callar con la mirada, sonrojado.
Yoshiki agradeció el gesto inclinándose una vez más. Midorima Shintarō no era una persona de abrazos si no eran dados por su hijo y esposo, y eso Yoshiki lo sabía.
Pero el detalle de la pulsera era su forma de mostrar afecto y lo apreciaba más que nada.
Se inclinó una vez más en agradecimiento cuando Seitarō le sacudió ligeramente.
—Vamos a saludar a los tíos Murasakibara, Yoshi-chan.
—¿Qué te ha dicho Shintarō-san en las citas?
Tatsuya se tocó el vientre, donde la cicatriz de su cesárea aún permanecía como un recordatorio constante de su querido hijo.
—Debido a que estos meses han estado tranquilos, podré darle la noticia a Atsushi al cumplir las doce semanas.
Estaba demasiado contento. Su embarazo había sido de alto riesgo debido al tamaño de Atsuya y tuvieron algunas complicaciones en su nacimiento. Por lo que, aunque Tatsuya aun quería tener otro bebé, Shintarō estaba preocupado por el bienestar de su amigo.
Ellos lo hablaron y quedaron que, si un nuevo bebé afectaba la salud de Tatsuya, se quedarían con un solo hijo. Amaban a Atsuya por sobre todas las cosas y querían compartir su vida de la manera más saludable.
Pero un día, Shintarō le dijo que su útero estaba mejor y si en sus planes estaba embarazarse de nuevo lo apoyaría.
Ryō estaba demasiado feliz cuando Tatsuya le confesó su estado durante el primer mes y ambos acordaron estar para el otro si llegase a pasar lo peor. Suspiró aliviado, pues las doce semanas de Tatsuya se cumplían dentro de dos semanas más.
—Prometo que esta vez estoy siguiendo las indicaciones al pie de la letra y portando mis Lucky Ítems cuando voy con Shintarō.
Ambos rieron, recordando lo enojado que estaba el médico con aquellos temas. Y Tatsuya lo estaba haciendo bien, fue Kōki quien ayudó con el pastel hace rato. Incluso había dejado de tomar el café que tanto le gustaba como parte de su dieta.
Ambos niños llegaron a la mesa donde estaban platicando. Yoshiki saludó a Tatsuya cordialmente, y el adulto como el americano que era besó su mejilla en respuesta.
Ryō se preocupó al ver como Seitarō llegó corriendo con la intención de echarse encima del azabache, pero grande fue su sorpresa al verlo detenerse en seco y simplemente saludar de lejos.
—Gracias por estar aquí y por el pastel, Murasakibara-san.
—Verlos siempre será un placer, Yoshiki —respondió Tatsuya, sosteniendo las manos del castaño menor entre ambos. Yoshiki lucía algo sonrojado todavía por el beso —. Y por lo del pastel, no me agradezcas a mí, Atsushi y Atsuya lo hicieron con todo el amor del mundo.
—Hablando de él, ¿y Atsu-chan?
—Vendrá más tarde, junto con Masaki y Seijūrō —explicó a Seitarō, revolviendo sus cabellos.
—Papá, ¿puede quedarse el próximo fin de semana también?
Seijūrō habría querido negarse esa vez, pues las visitas del hijo de su ex compañero estaban siendo muy habituales en su hogar, pero eso fue imposible ante la cara de cachorro que su propio hijo le mostraba.
Jalaba su camisa de vestir con ternura, como si fuera Kōki quien se lo pidiera. Y él nunca le ha negado algo a su emperatriz.
Tenía los mismos ojos que su madre después de todo, si hubiera nacido castaño y no pelirrojo sería una copia exacta de Kōki con la sangre Akashi corriendo por sus venas.
—Tío Akachin, prometo traerle más postres que esta vez.
Ese no era el problema, pero cómo explicarle al mini Murasakibara qué empezaba a inquietarle la cercanía que tenía con su hijo sin herir sus sentimientos. Atsuya no era más que una versión pequeña del centro, solo que con el cabello en un morado oscuro y un pequeño lunar debajo de su ojo derecho.
Suspiró, pesadamente, y volvió la vista a su hijo. Sus ojos de chihuahua lastimado seguían ahí para su desgracia.
—Masaki…
—Por favor.
Su hijo volvió a suplicar, con ese tono de voz lleno de dulzura. Atsuya, atrás de su hijo, ponía la misma cara de berrinche que su amigo.
Seijūrō peleaba con dos niños, e iba perdiendo. ¿Desde cuándo se volvió tan dócil?
—Tío Akachin, ¿y si deja que Masachin vaya a mi casa esta vez?
Oh, claro que no. Tenían doce años, estaban niños todavía y confiaba en la educación que le dio a Masaki. Sin embargo, él también gozó de una buena educación y acabó teniendo encuentro sexuales prematuros durante Teiko.
Y no iba a permitir que su adorado cachorro pasara por lo mismo.
¿Era protector? Sí. Su hijo era lo más preciado que tenía y aun así se tratara del hijo de su íntimo amigo Murasakibara su interés amoroso, no dejaría que estarían solos.
¿Debía llamarlo así o simplemente era una amistad cercana? Sus celos paternales nublaban su juicio.
De entre la casa de Atsushi donde solo vivían tres personas y su gran mansión con un personal entero, prefería su mansión. Le pagaría horas extras a Nakamura-san, su chofer, para cuidarlos.
—Está bien, Masaki, Atsuya puede quedarse otra vez —ambos niños celebraron, sonrientes —. Atsuya, no olvides pedirles permiso a tus padres.
Podía decirle a Murasakibara que se negara y convenciera a Tatsuya de hacerlo también, pero eso pondría triste a Masaki. Y Masaki pondría triste a Kōki. Y Kōki aparte de que odiaba ver a su esposo triste este lo dejarían sin acción durante un tiempo.
Además, no quiere negarle a su hijo lo que le negaron a él.
Atsuya asintió, sumamente contento de volver a pasar tiempo con Masaki. Adoraba estar con él, desde niños estaban unidos por las relaciones de sus padres, así que estaba acostumbrado a la presencia del pelirrojo.
Y Masaki nadaba en tranquilidad a un lado de Atsuya. Estando a su lado, sus nervios se calmaban. Era un chico sumamente nervioso, sus piernas flaqueaban ante desconocidos y tartamudeaba. A veces se quedaba estático, pero su Atsuya estaba ahí y tomaba su mano podía relajarse.
Y de la familia Akashi, por supuesto.
Seijūrō volvió a suspirar cuando ambos niños empezaron a planear lo que harían el próximo fin de semana. Por supuesto hornearían, probablemente junto con Kōki, y él degustaría después.
¿Noche de películas? Lo usual, mientras no vieran de terror. ¿Jugar baloncesto? La nueva herencia familiar.
La casa de Aomine estuvo frente a ellos en minutos. La limusina paró con Nakamura abriéndole la puerta a los tres. Atsuya fue el primero en bajar. Debía reconocer que el niño anotaba puntos con él al darle la mano a Masaki para bajar del auto.
Caballero en toda regla.
—Nakamura-san —llamó Seijūrō al bajar también. El anciano asintió, cerrando la puerta negra con elegancia.
—No se preocupe, señorito Akashi, convivir con su hijo y sus amigos es más reconfortante de lo que cree —el anciano sonrió —. No se preocupe por mi tiempo libre este fin de semana.
Cada vez entiende más cuando Kōki le dice que Nakamura-san es un sol.
Dio unas cuantas indicaciones al chofer antes de alcanzar a los niños en la puerta del hogar Aomine.
Ellos, ansiosos de ver a su amigo, ya habían tocado el timbre y estaban siendo recibidos por su bello esposo.
Kōki dio un beso en la coronilla de Masaki y abrazó encantado a Atsuya, después ellos desaparecieron por la puerta de la casa. Podía ver al hijo de Midorima y al cumpleañero en el pasillo de la misma, recibiendo a los niños con emoción.
—¿Todo bien? —preguntó su esposo una vez llegó a sus brazos. Abrazó a Kōki con necesidad, respirando su perfume y su champú.
—Atsuya se quedará el próximo fin de semana —dijo Seijūrō, derrotado. Sintió al castaño reír bajito —, otra vez.
—Otra vez —repitió Kōki, con diversión —. Deberías empezar a hacerte la idea de que en futuro serán algo, Sei.
Akashi se aferró a la cintura de Kōki tan fuerte como se aferraba a la idea de Masaki soltero de por vida.
—Masaki debe permanecer virgen hasta la muerte.
Kōki rio. Su esposo se había vuelto tan sobreprotector con Masaki desde que, al cumplir seis años, montones de solicitudes de matrimonio llegaron a su hogar. Estaba disgustado, jamás obligaría a su hijo a tener un matrimonio por intereses después de lo que tuvieron que pasar ellos mismos con Masaomi.
Después de eso, Seijūrō se arraigó a la idea de dejarlo soltero el resto de su vida para su bienestar.
Aunque, claro, solo eran los celos paternales hablando por él. Akashi Kōki, por suerte, sabía manejar muy bien ese tipo de situaciones.
El castaño se apartó y tomó la corbata de su esposo, empezando a arrastrarlo hacia el interior de la casa Aomine.
—¿Quieres hablar de virginidades, Seijūrō? —preguntó irónico, atravesando el pasillo hasta el patio —Por qué de entre los dos, el único que fue virgen cuando nos conocimos fui yo.
—Te lo permito esta vez, Kōki —dijo Seijūrō, observando como la canela mano de su amado jalaba la corbata roja con atrevimiento y, de fondo, los grandes muslos y el enorme trasero de Kōki se movían sensualmente —, solo porque me encanta la vista.
—¿Estás seguro, Masaki-san?
Yoshiki entristeció ante la afirmativa de Masaki.
—¿Kōchin no piensa que lo extrañamos?
—Escuché por papá que ha estado ocupado en la agencia con Kise-san, sumando a eso sus clases particulares de inglés tiene poco tiempo libre —respondió Masaki, que calmaba a Atsuya con pequeñas palmadas en su cabeza.
Yoshiki quería ver a todos sus amigos de la infancia juntos después de tanto tiempo, y le dolía no tener a Kōta con ellos. No obstante, entendía que estaba ocupado. No era tan egoísta para pedirle ser su prioridad cuando estaba su futuro en la mesa.
Los demás chicos se sentían igual, por lo que no les quedaba más que resignarse.
En el patio de su casa faltaban dos familias más, los Momoi y los Kagami, en vista de que Kōta podría no llegar lo más probable es que los Kise tampoco irían.
Era una idea que lo ponía muy triste pues su familia era tan unida a los Kise como con los Kagami y Momoi, y consideraba a Kōta casi como un hermano mayor.
Yoshiki suspiró resignado, detalle que no pasó desapercibido por Seitarō.
—Bueno, chicos, ¡podemos invitar a Kō-chan otro día! —exclamó —Le pediré a mamá que le pregunté al Tío Yuki-chan cuando está disponible.
No iba a mentir, Seitarō tenía tantas ganas de ver a Kōta como los demás, pero no iba a permitir que el cumpleaños de Yoshiki se arruinara por ese detalle. Debía ser un día alegre, divertido.
Después se ocuparían de molestar al preocupado Kō-chan con tranquilidad.
Continuaron hablando en el patio de su casa, esperando a las familias restantes. Los Momoi llegaron al tiempo, con la amorosa tía Satsuki saludando a sus amigos y sus sobrinos con abrazos amorosos y besos de por medio.
Seitarō, tal como Kazunari, correspondía dichos saludos de la misma forma.
—¡Shikkun! —un pequeño niño de cabellos rosas atravesó el patio hasta el grupo de menores hasta Yoshiki, a quien envolvió en un gran abrazo —¡Feliz cumpleaños!
Momoi Satoshi, el segundo más energético después de Seitarō y el último niño nacido de la generación milagrosa. Los ojos café claro que heredó de su madre Riko hacían resaltar sus cabellos rosados que rosaban la mitad de su oreja.
Recién cumplía los doce aquel año y entraría a secundaria el siguiente.
Yoshiki correspondió su abrazo. A diferencia de Momoi, Satoshi solía comportarse decentemente en público, pero el Aomine menor ya estaba acostumbrado a sus actos de afecto como con Seitarō.
—Gracias, Satoshi-kun —palmeó sus cabellos rosados. Seitarō se adueñó del pequeño una vez su abrazó terminó y Satoshi saludó a los demás con la mano —. Ahora solo falta Hikaru-kun.
La sola mención del nombre hacía que su corazón se altera y las palabras de Kōki volvieran a su mente, poniéndolo nervioso.
Seitarō, nuevamente, no dejó pasar la actitud de su amigo desapercibida.
El timbre de su hogar anunció la llegada de nuevos invitados a la fiesta. Ryō estaba abandonado su asiento para recibirlos cuando Yoshiki corrió a la entrada a recibirlos.
Solo una familia quedaba por llegar y aunque le pusiera nervioso ansiaba verlo nuevamente. Su madre se encogió de hombros y volvió acurrucarse en el pecho de Daiki para continuar la plática con los Midorima.
Abrió la puerta, topándose a los Kagami en la entrada.
—Yoshiki-kun, felicidades.
Tetsuya fue el primero en felicitarle. De todos sus tíos, era el menos expresivo, quien más respetaba su espacio personal y no saltaba a abrazarlo. Taiga repitió las palabras de su esposo, haciendo un desastre en el cabello que Kōki duró en acomodar.
Se sentía mal por el esfuerzo que puso, así que volvió a acomodarlo como pudo.
—¡M-Muchas gracias! —exclamó Yoshiki, con una inclinación —Sean bienvenidos, por favor.
Ambos adultos pasaron hacia el patio y el corazón de Yoshiki empezó a latir rápidamente cuando Hikaru avanzó hasta él.
Se veía tan bien con aquella camisa de manga larga, cuyo patrón de cuadros rojos combinaba con su cabello.
Hikaru cerró la puerta a sus espaldas, colocándose frente a él con una cajita roja en sus manos.
—Hola —Hikaru le vio de pies a cabeza, haciendo que sus nervios aumentaran por su inexpresivo semblante —. Te ves bien, Yoshiki-kun.
Como Tetsuya, Hikaru eran igual de inexpresivo y directo. Decía las cosas sin filtro, pero con la educación necesaria para no ofender a nadie. Amaba eso, su forma de ser tan sincera.
Amaba la forma en que esos ojos azules le veían con tanto cariño. Esperaba que su tío tuviera razón.
—G-Gracias —respondió. Sus mejillas comenzaban a sentirse calientes —, i-igual tú.
Hikaru observó por encima de su hombro en dirección a la fiesta de su patio, donde su padre y madre recibían emocionados a los Kagami. Su tío Taiga ya empezaba a discutir con su papá para no perder la costumbre.
Los celestes ojos volvieron a ponerlo nervioso cuando Hikaru le miró.
—¿Me permites un momento a solas, Yoshiki-kun? —señaló su habitación, sin romper el contacto con él. Sus mejillas volvían a tintarse de rojo por la mirada tan intensa que le proporcionaba —Será rápido.
Yoshiki asintió y se movieron hacia su habitación de inmediato. Sus dos padres seguían discutiendo animadamente, ahora siendo apoyados entre risas por sus otros tíos.
Una vez en la habitación, Hikaru le extendió una pequeña cajita de color rojo con un listón de un tono más oscuro. Al tomarla, se encontró con que dicho listón era de un suave terciopelo y la cajita era tan liviana que podía jugar con ella fácilmente.
Se parecía mucho a la cajita donde Midorima le había entregado el brazalete que traía puesto.
—¿P-Para mí? —Hikaru asintió. El que lo tuviera parado muy cerca de él le ponía tan nervioso, respiró para tranquilizarse, abriendo la cajita.
Dentro encontró una muñequera negra rodeada de papel de regalo celeste. La gruesa tela tenía grabado en hilo dorado sus iniciales en letra cursiva. Yoshiki la tomó entre sus dedos, dejando que Hikaru se adueñara de la caja de regalo y la dejara sobre el buró a lado de su cama.
Era la muñequera más linda que había visto.
—Es muy linda, Hikaru-san. Debió haberte costado mucho personalizarla.
La textura de la tela era suave. Las muñequeras comerciales solían ser de tela de baja calidad, para abaratar costos. Su padre una vez le comentó que buscando una para su madre gastó más de lo esperado, ya que en la piel de Ryō una tela especial la causaba urticaria. Yoshiki había heredado su mismo tipo de piel, así que la tela se sentía como seda entre sus dedos.
Además, la personalización de muñequeras era un servicio caro que aumentaba dependiendo el material en que se trabajara.
—Espero que te haya gustado.
Hikaru ignoró completamente el tema del costo y agarró la muñequera, dejando un cosquilleó en sus dedos cuando estos tocaron la blanca piel del pelirrojo. Hikaru le colocó la muñequera en el brazo derecho, que luego alzó para verla a detalle.
Era realmente preciosa.
Con la mano alzada se dio cuenta de un detalle, y es que en la caja solo había una cuando solían ser dos por paquete.
—¿Dónde está la otra?
Hikaru sonrió levemente, parecía estar esperando a que Yoshiki se diera cuenta. La expresión tranquila y satisfecha de Hikaru cuando dejó expuesta su muñeca con la muñequera restante hizo sonrojar más a Yoshiki. La misma tela, el mismo hilo, pero con las iniciales de Hikaru bordadas.
Muñequeras a juego.
—Cuando entremos a Teiko no seré un jugador habitual en los partidos —explicó Hikaru —. De esta manera, estaré contigo aun si tú estás en la cancha y yo en la banca.
El corazón de Yoshiki terminó por explotar al ver las dos muñequeras juntas, una a lado de la otra. El último trazo de la letra cursiva de Hikaru se completaba perfectamente con el inicio de la de Yoshiki, uniendo ambos bordados.
Realmente le gustaba Hikaru, demasiado.
La expresión tranquila del pelirrojo se volvió ligeramente molesta tras mirar la zurda del castaño.
—¿Y ese brazalete? —preguntó, tomando la zurda y mirando el accesorio a más detalle. Yoshiki, tartamudeando aun nervioso por lo anterior, respondió.
—M-Midorima-san me lo regaló. Dijo que era mi Lucky Ítem del hoy.
Hikaru apretó los labios, más tranquilo. Tardó en darse cuenta, pero el brazalete era muy similar al que Seitarō usaba después de su cumpleaños.
Suspiró. Al menos no debía preocuparse por que alguien más tuviera sus ojos puestos en su panterita. Si Hikaru no recibía una en su cumpleaños, entonces sí sentaría a Seitarō y hablarían de chico a chico.
Seriamente.
Saliendo de su habitación encontraron un escándalo en el patio.
Yoshiki seguía embobado observando la muñequera en su diestra cuando escuchó la chillona voz de Kise Ryōta exclamar cuánto había extrado a todos sus amigos. Pensó que la familia Kise no iría a su fiesta de cumpleaños, pero ahí estaban los tres, siendo recibidos por sus padres y amigos.
Ryōta abrazaba con una enorme sonrisa a su madre, Yukio compartía un apretón de manos con su padre y alto azabache, que se mantenía con precaución atrás del rubio, estaba rodeado de los otros niños.
—¿Kōta-san?
El chico se giró a su llamado. Era obvio que se trataba de Kise Kōta, su amigo de la infancia que, supuestamente, no asistiría ese día a la fiesta. Pero Yoshiki lo recordaba más bajo, con algo más de peso y sumamente tímido.
El Kōta frente a ellos era igual de alto que Atsuya, fornido y con un rostro tan atractivo digno del hijo de un modelo como Ryōta.
Kōta sonrió al verlos. Yoshiki se imaginó un fondo rosa lleno de brillos atrás de él y Hikaru tuvo escalofríos al verle sonrojado por otro niño que fuera él. Pese a sus celos, ambos se unieron al grupo de niños alrededor de Kōta.
—P-Pensé que no vendrían, Kōta-san.
—Yo también pensé lo mismo —respondió el azabache. Su voz también había cambiado, pasando de una chillona atemorizada a una más grave y segura —, pero en la agencia terminamos antes y mis clases de inglés se cancelaron.
Kōta explicó con tanta serenidad, ignorando que Atsuya estaba prácticamente colgado de su cuello.
—Me alegra que todos podamos reunirnos para el cumpleaños de Yoshiki —habló Masaki, suspirando alivio —, cierta persona estuvo triste toda una semana después de su cumpleaños por no poder verte, Kōta.
Los ojos de Masaki se desviaron a Seitarō, quien al sentir la mirada de todos los demás encima de su persona pegó un brinco nervioso. Kōta le sonrió de lado, con sus ojos caramelo entrecerrándose divertido.
—¿Me extrañaste, Seitarō?
—¿E-Eh? —un sonrojo y un nerviosismo jamás visto en el Midorima sorprendió a todos, en especial a Hikaru. Seitarō se recompuso y dio palmadas en la espalda del azabache —¡C-Claro que sí! Molestar a Yoshi-chan no es tan divertido, Hika-chan lo defiende todo el tiempo.
Kōta soltó un quejido y se encorvó, soportando los golpes del pequeño halcón. A comparación del empalagoso de su papá, no eran más que un aire molesto.
Yoshiki pudo ver a sus padres reunidos cerca del pastel haciéndole una seña para que fueran. No hacía falta nadie más por llegar, la fiesta debería iniciar.
Ryō despidió a los últimos invitados por la noche. El reloj marcaba casi las once, Yoshiki no estaba acostumbrado a dormir tan tarde pero hizo un esfuerzo aquel día para poder divertirse.
No le molestaba que su hijo se mantuviera despierto a altas horas de la noche, menos el día de su cumpleaños, pero después de jugar baloncesto toda la tarde con sus amigos debería estar cansado.
Regresó al patio, mirando el desastre que el personal de Kōki recogería la mañana siguiente. Daiki había movido una de las sillas hasta la mesa donde habían cortado el pastel de Atsushi por la tarde, con una pequeña pelota de baloncesto entre sus manos.
Le abrazó por la espalda, hundiendo su rostro en el moreno cuello.
—¿Por qué no te vas a dormir, Ryō? —Daiki jugaba con la pelota, pasándola de una mano a otra con destreza —Yo puedo limpiar el patio para que el chihuahua no batalle mañana.
Ryō hundió más su rostro, respirando la loción que su marido usaba, que le encantaba. Daiki había estado extrañamente tranquilo después de jugar baloncesto con Yoshiki en la mañana, incluso sus discusiones con Taiga eran tan inofensivas que parecían pelear por costumbre en vez de hacerlo con ganas.
Sabía que algo estaba mal cuando le vio apretar la pelota con fuerza cuando sus ojos leían de nuevo el cartel de letras doradas frente a ellos. Lo conocía demasiado bien.
Ryō dejó unos besitos en su cuello antes de hablarle suavemente.
—¿Por que no vas a hablar con él y yo me quedó limpiando? —propuso. Daiki había dejado de jugar con la pelota e hizo el cuello a un costado, dándole más acceso a los labios de su esposo.
—No quiero que crezca, Ryō.
Daiki gruñó bajito por los besos en su cuello, que se detuvieron con la risa de aterciopelada del castaño.
Tampoco quería verlo crecer, pero era parte de la vida y mientras pudieran estar ahí para él estaba satisfecho. Pero para Daiki, que estaba acostumbrado a tener al Yoshiki bebé a su lado todo el tiempo, era más difícil verlo crecer un volverse un hombre de bien.
—Nadie quiere eso, amor, pero no tenemos de otra más que estar a su lado —Ryō mordió su oreja, riendo al ver como su esposo se levantaba de golpe de la silla y le tomaba de la cintura para besarlo intensamente.
—Deja de besarme así cuando estoy triste, Ryō —susurró en sus labios —, me dan ganas de cogerte.
La risa de Ryō pegó en su pecho cuando Daiki se abrazó a él, fuertemente. Conocía a su esposo, sabía que estaba nostálgico por el crecimiento de su hijo, por su próxima entrada a Teiko donde la generación milagrosa pasó muchas cosas, por tener que hacerse a la idea de que su hijo entraría a la adolescencia.
Un par de besos y caricias calmaban a su salvaje esposo de los nervios.
Daiki besó una vez más sus dulce labios y dejando una nalgada en el abultado trasero de Ryō dejó al castaño limpiando el patio para dirigirse a la habitación de Yoshiki.
Tocó la puerta un par de veces y entró cuando la coz de su hijo le dio acceso.
La pintura opaca del mural de hongos y panteras que pintó con sus amigos le dio un golpe más de nostalgia. Sacudió la cabeza y se sentó a un lado de Yoshiki, que abría los regalos dados por sus invitados anteriormente.
—Dime que son regalos buenos, Yosh.
El pequeño sacó de un sobre un par de boletos y se los extendió. Eran dos entradas para una exposición de gastronomía que empezaría la próxima semana. Le pareció aburrida, pero Ryō y Yoshiki amaban ese tipo de exhibiciones.
—¡Esto me lo dio Masaki-san, papá! —los ojos de su hijo brillaban emocionados. Yoshiki titubeó al entregarle un sobre más, que estaba lleno de dinero —Y esto me lo dio Akashi-san. Intente negarme, es mucho dinero, p-pero me dio miedo…
El sobre rojo, con el sello de la familia Akashi en cera dorada, le indicó que era de su millonario amigo. Yoshiki tenía razón, eran una cantidad fuerte de dinero, pero era lo que su hijo se merecía.
—¿Miedo de qué? Akashi no te hará nada —y tenía razón, al menos Yoshiki saldría intacto. Él quizá no. Le regresó el sobre —. Guárdalo bien, cuando sepas en qué gastarlo te acompaño.
Su hijo guardó, sonriente, el sobre junto con los boletos que Masaki le había entregado y continuó mostrándole sus regalos.
Murasakibara y su familia le habían regalado un recetario personalizado con postres de su familia. Aomine ofendió cuando Yoshiki le mostró que en la contraportada Murasakibara había escrito de puño y letra que solo él y Ryō podían leer el recetario y que no se dejara en manos del moreno. Abajo del escrito estaban las firmas de los tres integrantes.
El bastardo de Kagami y Tetsuya le regalaron una pelota de baloncesto nueva con las firmas de la generación milagrosa a excepción Daiki que la firmó en ese momento. Yoshiki expresó su felicidad, pues la generación milagrosa era un grupo bastante popular en Japón aun en esos años.
Luego, Yoshiki le mostró la pulsera que Midorima le había dado. Él estaba ahí cuando eso sucedió, pero no había visto el brazalete a detalle. Se notaba que los de mejor posición económica eran el doctor y el empresario que tenía por amigos.
—¿Y eso? —señaló la muñequera de su hijo.
—Esto… —Yoshiki se sonrojó y acarició la negra tela —Me la regaló Hikaru-san.
Por un momento, un horrible y desagradable momento en la vida de un padre, Daiki vio al pequeño y adorable Ryō en su hijo. Ese Ryō que se avergonzaba cuando le besaba, cuando le decía que lo amaba. El enamorado Ryō.
Yoshiki acariciaba la muñequera con tanto amor que sintió unas enormes ganas de hablar con Bakagami, a solas.
Alarmado por el silencio de su padre, Yoshiki dejó la muñequera en paz y tomó la bolsa verde que Kazunari le había dado.
—¡E-Estaba por abrir este, papá! Me lo dio el tío Midorima-san, dijo que lo viera una vez la fiesta se acabara.
Respiró hondo, aplazando mentalmente la charla con la luz de Tetsuya para ver, junto su hijo, el regalo de Kazunari.
El pequeño sacó de la bolsa un álbum grueso de portada azul marino. El álbum era nuevo, pero el perfume de Ryō salía de las hojas del mismo conforme Yoshiki lo abría.
—"Para Aomine Yoshiki: Con todo el amor del mundo, este álbum es para ti. Representa su pasado, presente y futuro. Tus tíos, tus amigos y nosotros, tus padres, te amamos. Atentamente: Aomine Ryō."
Leyó Yoshiki. Su hijo le miró igual de confundido que él. Si era un regalo de Kazunari, ¿por qué la dedicatoria estaba a nombre de su esposo y olía a su perfume?
Daiki se encogió de hombro, pegándose más a su hijo para observar el álbum encima de su hombro. Yoshiki pasó la primera página, dejando ver fotografías de Daiki y Ryō desde bebés.
—La tía Momoi-san… —Yoshiki señaló a la mujer de cabellos rosas en la foto. Daiki reconoció ese momento.
—Ese día Satsuki y yo conocimos el baloncesto —explicó. En la foto estaban ambos de niños, con la cancha del vecindario de sus padres de fondo —, la foto la tomó su madre.
—Ella siempre fue linda.
Momoi Satsuki siempre fue linda, Daiki lo sabía, mas jamás lo reconocería en voz alta.
Yoshiki pasó las páginas, avanzando rápidamente por la vida de sus dos padres hasta llegar a Teiko. Daiki estaba sorprendido por la cantidad de fotografías que Kazunari había recolectado. En todas las fotos salía él, acompañado de alguien más.
Recordar Teiko fue doloroso. Ver las sonrisas de Tetsu y Ryōta junto la suya lo fueron aun más, pero junto con el amargo recuerdo de sus errores una calidez se alojó en su pecho.
Fueron buenos tiempos a pesar de todo.
Yoshiki llegó a Tōō, siendo la primer fotografía de la sección aquella que Satsuki le había tomado junto con Ryō en la azotea. Él estaba dormido en sus piernas, mientras Ryō dibujaba tranquilamente.
Jamás había visto esa foto tan hermosa en la vida.
Avanzando más, fotos con Wakamatsu e, en aquel entonces, Imayoshi salieron en el álbum. Celebrando sus cumpleaños, la graduación de los superiores y sus primeras citas con Ryō tomadas por el mismo castaño.
—Papá siempre dio miedo —comentó su hijo, riendo por la fotografía de un molesto y recién despierto Daiki. Revolvió sus cabellos, fingiendo enojó antes de reír con él.
Yoshiki continuó, llegando a la fiesta de cumpleaños de Tetsu. La sección era presentada por la fotografía tomada después de aquel partido, junto con Satsuki, siendo seguida por los momentos en la fiesta de Tetsu. Ryō no salía en ellas, pero los demás milagros sí.
—Los tíos Akashi-san, Midorima-san y Murasakibara-san —dijo Yoshiki, señalando a Kōki, Kazunari y Tatsuya en las fotos.
—Sí, siempre han sido muy unidos a Tetsu —Daiki bostezó y señaló una foto. Tetsu siendo abrazado por Ryōta era el centro, pero en el fondo se podían ver a cierto pelirrojo y cierto castaño platicando —. Desde aquí ellos empezaron a llevarse mejor.
Recordaba que después de ese día, Akashi empezó a ir a Tokio más seguido. Aunque los milagros, a excepción de Tetsuya, tardaron en conocer el por qué.
Fotografías de su boda con Ryō eran las que encabezaban la nueva sección. Recordaba ese día, lo nervioso que estaba y el desastre que fue para Daiki el día anterior con al despedida de soltero que Kise había organizado.
Ryō lucía extremadamente bello con su traje color hueso y su flor azul. Yoshiki pasó los dedos por encima de la foto nupcial, donde sus padres sonreían totalmente enamorados.
Seguían sonriéndose de la misma forma después de años.
Luego el álbum empezó a mostrar fotos del nacimiento de Yoshiki. Ryō cargándolo de bebé recién salidos del quirófano, tomada por Kazunari obviamente. Yoshiki de unos cuantos meses probando su primer alimento, dando sus primeros pasos, sonriendo hacia su papá.
Si álbum pudiera tener vídeos sería aún más grueso.
Daiki sintió su corazón apretarse al ver a su hijo de bebé y comprarlo con el pre adolescente que tenía a su lado. Había crecido demasiado, pero a los ojos del moreno seguía siendo su pequeño hijo que gateaba hacia sus brazos necesitado de atención.
No importaba cuánto creciera, Yoshiki seguiría siendo su pequeña panterita.
—¿Uh? Y-Ya no hay más fotos…
Observó la vacía página que su hijo sostenía. La última fotografía era Yoshiki probándose el traje completo de graduación que usaría en primaria.
Obviamente no habría más, aquella fue tomada la semana pasada.
Sintió su garganta arder, sus manos temblar. La nostalgia era tan fuerte.
Abrazó a Yoshiki, dejando el álbum en medio de ellos. Lo abrazó con tanta fuerza, que un quejido salió de los labios de su hijo. No quería llorar, pero…
—¿P-Papá?
Daiki se hundió en los cabellos de su hijo, sintiendo la mejillas mojadas por las estúpidas lágrimas que salían de ellas. Lo amaba tanto, no quería que nada le hiciera daño.
Quería que su hijo fuera feliz siempre.
—Entrarás a Teiko en unos meses —carraspeó, con la voz rota —. Cualquier cosa que pase, estaremos para ti.
Se recordó a sí mismo, al horrible sentimiento que tuvo cuando perdió las ganas de jugar, la ilusión de divertirse con un deporte y la sensación de vacío cuando sus amigos, igual de perdidos que él, se abandonaron entre ellos.
Lo lastimado que se sintió al verse perdedor de algo que creía ganado.
Yoshiki no entendía a qué se refería su padre, pero el abrazo que le daba era tan abrumador que sus ojos también se llenaron de lágrimas. Era cálido, le hacía sentirse protegido por él.
—Siempre los tendré a ustedes y a mis amigos —susurró Yoshiki, correspondiendo al abrazo.
La puerta de la habitación se abrió. Ryō entró, viendo a su esposo ser un mar de lágrimas con su hijo escondido entre sus brazos. Una tierna escena a la cuál quiso tomar una foto, lastima que su celular estuviera lejos.
Abrazó a Daiki por un costado, escondiendo su lloroso rostro en su pecho mientras Yoshiki se reincorporaba en la cama, con el álbum en sus manos. Ryō sacó de su bolsillo dos fotografías más, dándoselas al menor.
Que estuvieran en ese estado significaba que habían llegado a las hojas en blanco.
—Creo que se verían mejor ahí, ¿no crees?
Ryō sonrió a su hijo y señaló el libro azul. Daiki permanecía escondido en el pecho del castaño, abrazándolo por la cintura tratando de tranquilizarse.
Las fotografías eran de ese día. La primera era Yoshiki rodeado por todos los adultos frente al pastel, con sus padres de cada lado tomando sus hombros. La otra similar, solo que todos los adultos eran reemplazados por sus hijos. Él y Hikaru estaban en medio, atrás de ellos estaban Kōta y Atsuya. Seitarō se abrazaba de Kōta, saludando a la cámara, y Masaki permanecía sereno a un lado de Atsuya.
Miró su madre antes de colocar las fotografías en el álbum, reemplazando las secciones vacías con ellas. En una nueva etapa de su vida.
Dejó la cama y corrió a los brazos de sus padres, uniéndose al abrazo familiar.
Ryō le recibió acariciando sus cabellos y Daiki, más tranquilo, levantó a ambos castaños por el aire dándoles vuelta.
Como aquel día en que supo que serían padres.
—Feliz cumpleaños, Yoshiki.