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El tiempo entre nosotros por Sawako_chan

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Notas del capitulo:

Casi un mes sin actualizar, no tengo perdón u.u

He estado muy presionada desde que entró el año, entré a la escuela y los exámenes me inundaron totalmente D: pero bueno, aquí estoy con la actualización por fin :3

Muchísimas gracias por sus lindos y extensos comentarios *u* cada vez son más y eso me hace inmensamente feliz <3

A las personitas que leyeron mi two-shot "Tie me up" no he podido responderles por falta de tiempo, pero lo haré en cuanto me desocupe, también muchísimas gracias *u*

Ahora bien, la historiaestará girando continuamente, así que en éste capítulo esperen una sorpresa. Espero que no tenga faltas, o esté medio salido, ya saben xD pero si tienen alguna duda o ven una incongruencia háganmelo saber :3

Espero que su año haya comenzado de maravilla. No los entretengo más :D

 

Capítulo 20.- Al filo de la navaja.

 

 

Su respiración agitada se tambaleaba, mientras los ansiosos labios de Tony recorrían parte de su cuello con vehemencia, subiendo por un costado y enterrándose debajo de la oreja izquierda. Entonces sintió como las manos traviesas del más bajo se deslizaban por su cintura hasta intentar llegar a su miembro. Eso fue suficiente para hacerlo recapacitar. Apretó los hombros del castaño sin ejercer demasiada fuerza y trató de separar su cuerpo—aunque algo dentro de él no lo quería—lográndolo solamente un par de centímetros. Sus ojos se encontraron y Steve se vio sumergido en ese profundo manjar de chocolate brilloso que tenía por pupilas el ejecutivo. Sus manos se mostraron nerviosas, pero aun así las colocó en la cintura de Tony con firmeza y se apartó del mueble en el que el castaño lo había acorralado. Escuchó un ligero gruñido disconforme, pero no le tomó importancia y se acomodó la ropa que llevaba puesta. Justo iba a abrir la boca para reprender a Stark por su comportamiento indebido a plena luz del día, cuando Jarvis entró a la cocina con una pequeña sonrisa sobre los labios.

 

Un tenso silencio se instaló entre los tres hombres durante algunos minutos, y finalmente fue Tony quien lo rompió alegando que llegaba tarde al trabajo y lo mejor era apresurar el paso. Tomaron una taza de café con un par de galletas, y el millonario empujó a Steve hasta la puerta principal, arrastrándolo con él al elevador rumbo al garaje. Apenas y le dio tiempo para despedirse de Jarvis adecuadamente. Steve iría de visita al hospital para ver a Thor, así que el castaño se había ofrecido para llevarlo en aquella fría mañana de invierno. Se mantuvieron silenciosos hasta llegar al estacionamiento, siendo avisados por el suave pitido de la caja de metal, anunciando su llegada. Ambos tenían cosas en la cabeza sobre las cuales necesitaban pensar.

 

Después de los sucesos ocurridos en la biblioteca la noche de navidad y del beso que habían compartido, Steve no había hecho otra cosa que huir despavorido rumbo a su habitación sin poder decir alguna palabra, avergonzado por sus acciones. Y Tony lo dejó marchar sin objetar nada, o perseguirlo. Incluso no volvieron a hablar del tema al siguiente día, cuando todo pareció volver a la normalidad. Pero hoy, justamente se le había ocurrido al castaño que era un buen momento para aventársele encima en plena mañana, mientras Jarvis no aparecía por esa puerta. Steve no sabía qué estaba haciendo, o por qué le era tan difícil negarse a los labios suaves de Stark y sus calientes movimientos. Ni siquiera procesaba cómo es que su corazón latía descompasado cuando ese soberbio hombre estaba cerca. Por otro lado, Tony no estaba mejor. Había dejado marchar al rubio de la biblioteca, sopesando la idea de que jamás había tenido ese tipo de encuentros con nadie, y que de seguro estaría en shock o algo parecido. Sin embargo, cuando sintió que Steve estaba comenzando a evitarlo, no pudo sino volver a soplarle al fuego para reavivarlo. No podía dejar pasar la oportunidad de persuadir a Rogers para ceder ante él.

 

     —¿El Porshe o el Lamborghini? —preguntó Tony mientras veía con cautela cada uno de sus autos, atravesando el estacionamiento con pasos relajados pero firmes. Atrás, Steve caminaba más lento, un poco indeciso todavía sobre la idea de compartir con aquel hombre un espacio tan reducido. Cuando el millonario se dio cuenta de la mirada que tenía el rubio, añadió rápidamente:—. Será el Aston Martin, es mejor. —y con una sonrisa y la resolución brillando en sus castaños ojos, tomó la mano de Steve y lo condujo a través de sus coches hasta el señalado. Abrió su puerta y le indicó al otro que hiciera lo mismo. Metió las llaves y giró para encender el auto, viendo los movimientos del militar introduciéndose del lado del copiloto. Dejó pasar unos cuantos segundos de silencio antes de volver a hablar:—. La última vez que estuvimos en un coche… —comentó pasando los dedos pensativamente sobre el logotipo del volante—. Intenté besarte, ¿cierto? —sus ojos se movieron hasta dar con las orbes azules, que parecían tener un deje de nerviosismo.

 

     —Así fue. —reconoció el rubio pasando la lengua fugazmente por sus labios. Nunca pensó que Tony pudiera recordarlo, pues estaba seguro que el otro estaba completamente borracho como para siquiera saber lo que estaba haciendo. ¿Había recordado también que lo cargó hasta su cuarto? ¿O que lo desvistió? ¿Que pasó sus manos sobre su suave cabello? Por un momento se sintió palidecer ante la idea. Ojalá que no. Sus manos se posaron sobre sus rodillas y las mantuvo ahí, inmóviles. No quería ponerse a temblar.

 

     —¿Pensabas que yo quería besarte? —murmuró de nuevo lanzando la segunda pregunta. Había estado a punto de preguntar si Rogers quería besarlo, pero no era el momento. Estaba seguro que Steve negaría querer besarlo por iniciación propia, y muy en su interior, no quería que aquellas palabras fueran ciertas. Así que esperó mientras el tiempo avanzaba lento en su reloj, y sus respiraciones se volvían cada vez más profundas debido al momento. Steve finalmente suspiró y asintió en respuesta, sin emitir ningún sonido—. ¿Y por qué no lo hiciste, Rogers? —pero entonces, los ojos azules se clavaron en él con seriedad, como si estuviera a punto de darle un regaño. Sus cejas rubias en una línea recta.

 

     —Porque estabas ebrio, Tony. —resopló, mientras frotaba el puente de su nariz con las yemas de sus dedos, ansiando que el otro dejara de preguntarle cosas y echara a andar el coche de una vez. No es que le molestara, simplemente le parecían preguntas intimas que ni siquiera él mismo se había atrevido a preguntarse. Y que de repente viniera el otro a decírselas como un tema casual no le dejaba una buena opción sobre cómo responder.

 

     —Pero ahora no lo estoy. Y quiero besarte. —sostuvo su mirada intensamente cuando sus ojos volvieron a toparse, igual de serio. Steve lo miró sin bajar la mirada, esperando encontrar algún indicio de burla y broma en aquellos expresivos y grandes ojos. Al no encontrar nada a lo que pudiera aferrarse para contraatacar, simplemente se dejó caer contra el respaldo del asiento.

 

     —No deberías hablar con tanta ligereza de estas cosas, Tony. Mi respuesta es no. —y cuando terminó su pequeño dialogo para poder hacerle entender por fin al mencionado que él no quería nada con él, algo dentro de su pecho se sintió pesado. ¿Culpa? ¿Decepción de sí mismo? No lo sabía. No quería convertirse en un juguete, que aquello fuera simplemente una distracción mientras volvía a su tiempo. Él amaba a Peggy, y quería respetar lo que tenían, incluso si ella no lo perdonaba por desaparecer y dejarla plantada en la cita. El silencio se instaló y alargó ésta vez por cinco minutos, en los que sólo podían escuchar sus respiraciones.  

 

     —¿Por qué siempre me haces esto, joder? —gruñó el millonario con frustración, pasándose ambas manos por su cabello algo largo. Steve se reincorporó en el asiento, pero de inmediato una mano de Tony se alargó hacia su barbilla, haciéndole girar el rostro hacia él con firmeza—. Cada vez que nos acercamos das un maldito paso atrás. Vas a provocarme una úlcera. —le gruñó con fastidio, sin evitar repasar silenciosamente aquel rostro tan, tan… joder, Rogers era guapo. Bastante guapo. Soltó su barbilla y entonces apoyó su frente en el volante con gesto exasperado. Steve era un hombre del pasado, de más de un siglo atrás, pero… maldición, no sabía qué pensar de él. Por un lado le correspondía cuando lo besaba, su cuerpo reaccionaba a él positivamente. ¿Y luego? Se volvía frío, distante, poniendo una barrera entre ellos como si le tuviera miedo a su cercanía.

 

     —Lo que propones es una locura, Tony. —reconoció el rubio con un gesto más dulce brillando sobre él, seguramente tratando de consolarlo y hacerlo desistir. Una de sus manos se posó con indecisión sobre su hombro, pero después el agarre se volvió firme. Tony ladeó el rostro y miró sobre sus cabellos castaños al militar. El contacto sobre su piel se sentía caliente, a pesar de traer una gruesa chaqueta puesta a causa del frío que hacía.

 

     —Me gustan las locuras. —resopló con una mueca, convirtiéndose en un puchero que hizo que los ojos de Steve se volviera cálidos al presenciar su rabieta. Una sonrisa se extendió sobre su rostro sin poder evitarlo, dejándole ver sus blancos y pulidos dientes. Apretó un poco la zona de su hombro y luego retiró la mano, dejando un vacío donde había tocado.

 

     —Ésta no, créeme. —y cuando estuvo a punto de alcanzar la perilla de la puerta para abrirla y salir del coche, un agarre sobre su rodilla lo detuvo. Tony ignoró sus palabras y se apoyó en el volante tendiéndose hacia él con determinación, al tiempo que Rogers se quedaba repentinamente rígido en su sitio, sintiendo que el aire escapaba de sus pulmones. Desvió la mirada hacia el garaje, rehuyendo los insistentes ojos color chocolate que se acercaban cada vez más. El sonido del roce de la ropa moviéndose a su lado, a conjunto con el cuero del asiento adaptándose a la nueva postura de Tony, fue todo lo que se escuchó. Stark finalmente alcanzó sus hombros, apoyándose contra él. Cuando las yemas de sus fríos dedos tocaron la mejilla del rubio, él cerró la boca tragando con visible dificultad. No quería caer nuevamente, como siempre lo hacía—. Tony… —se había resistido a sucumbir, pero el nombre del moreno se deslizó entre sus labios como un jadeo impaciente—. Por favor, no. —siseó—. No-

 

     —Shhh… —Tony ahuecó la palma de su mano, adaptándola a la forma de su mentón, callando con su dedo pulgar la débil protesta de Steve. Los azules ojos se agitaron con indecisión, respirando profundamente. Sus ojos terminaron por cerrarse y exhaló un cálido suspiro contra el dedo de Tony, enviándole a éste escalofríos por el brazo. Era lo más parecido a una rendición de lo que ambos esperaban, pero era suficiente. El castaño se movió para estirar su otro brazo desde el volante hacia el salpicadero delante de Steve, mientras se inclinaba hacia él tanto como el espacio entre ambos asientos y la palanca de cambio se lo permitía. Pasó el pulgar por los tersos labios, anhelando poder besarlo de una buena vez, así que no lo pensó más y presionó sus labios contra los de él en un beso ligero pero indiscutible.

 

Stark sintió su propio cuerpo estremeciéndose por los escalofríos, presa de la sensación. Sería demasiado fácil entregarse completamente a aquellos labios rosados y gruesos, arañarlos con los dientes y escucharlo jadear. Sin embargo, tenía la intención de ir un poco más despacio, dejarle—y dejarse—disfrutarlo. Pero cuando sintió una de las manos de Rogers removerse hasta alcanzar su pierna y darle un ligero apretón, decidió que toda calma se podía ir al diablo. Enterró una mano en su corto cabello rubio revolviéndolo entre sus dedos y reafirmó el agarre en su nuca para atraerle más hacia él demandando un beso más ardiente y satisfactorio para ambos. Steve se tensó claramente en su asiento por la sorpresa, pero el millonario tentó la línea de sus gruesos labios y los abrió con la lengua, profundizando el contacto, y haciendo que Rogers exhalara el cálido aliento convertido en un jadeo. No pudo resistirlo más y le tumbó contra la puerta bruscamente, metiendo las yemas de sus dedos debajo de su playera, sintiendo su piel firme y dura bajo el tacto de sus manos. Entonces el aire se hizo necesario y tuvo que alejarse de forma lenta. Contempló la mirada embriagada de Steve, su pelo revuelto, la playera desacomodada, y los labios hinchados. Estuvo a punto de lanzarse nuevamente hacia él, pero la mano en su pecho lo detuvo.

 

     —Esto está mal, muy mal. —murmuró perdido entre sus pensamientos, mientras escuchaba el movimiento de Tony volviendo a su lugar original. Nunca pensó que aquello fuera a salirse de su control, pero cuando el castaño estaba cerca, simplemente dejaba de pensar. Cuando levantó la vista, los ojos castaños ardían con una pasión desmedida, haciéndolo reaccionar. Se revolvió un poco para acomodar su ropa y pasó las manos por su pelo, para devolverlo a su lugar. Se sentía abochornado.

 

     —No está mal, Rogers. Pero tú no me lo estás poniendo fácil. —comentó exasperado, mientras también acomodaba su cabello y la corbata que se había movido de su sitio por el brusco cambio en la situación. Todavía tenía la sensación cálida de los labios de Steve correspondiéndole, jadeando. Quería más de eso, quería todo. Entonces observó los ojos de Rogers, y se dio cuenta de lo que pasaba— ¿Creíste que me iba a olvidar del beso? —preguntó con algo de burla, viendo como los hombros anchos del otro se tensaban visiblemente. Entonces suspiró no sabiendo muy bien como proseguir en la conversación en la cual se habían metido tan de repente. Decidió que ser sincero le iba a favorecer—. Sé que ninguno de los dos sabe a ciencia cierta de dónde diablos ha salido esto, pero creo que a ambos nos gustaría que continuase. —alargó la mano para tocar la de Steve, que estaba puesta encima de su rodilla. El rubio no la retiró, pero evadió su mirada—. Sé que me correspondes, lo haces. No existe el rechazo en ti, sólo el miedo. Esto puede ser lo que queramos que sea, Rogers. Es elección nuestra, no de tus prejuicios. —y tras ese comentario, alejó la mano que había mantenido sobre el otro.

 

     —No sé qué hacer. Todo es  tan… tan confuso y diferente para mí. —declaró por fin, algo abrumado. Se pasó la lengua nerviosamente por los labios, mientras se echaba hacia atrás en el respaldo del automóvil. Sentía la intensidad de los ojos cafés sobre su persona, así que se decidió mirarlo de nuevo. Encontró determinación y seguridad en su porte, algo tan atrayente como lo dulce y misterioso. Aquel pensamiento le dejó descolocado, así que cuando previó que Tony estaba dispuesto nuevamente a romper el silencio, añadió:—. Tengo que pensarlo. —y fue el turno de Stark para sonreír con suficiencia, haciéndole cometer el error a Steve de mirar sus labios. Todavía estaban húmedos con algo de saliva y ligeramente más rojos por el momento anterior. Rogers se sintió sofocado y bajó un poco el vidrio de la ventana cuando el carro comenzó su marcha.

 

Tony sonrió para sí, mientras cambiaba la velocidad para ir un poco más rápido en la precipitada mañana con algo de nieve. Se sabía atractivo y cautivador, con aquel toque justo de desenfado y picardía con el que lograba tener a cualquiera a sus pies si así se lo proponía. Y aunque Steve se había resistido a sucumbir a todo aquello, la verdad era que él había caído también presa de sus encantos. Y ahora Tony lo sabía.

 

o.o.o.o.o.o.o

 

La fría mañana, acompañada de la pequeña pero insistente nieve que caía del cielo, hicieron que Steve tuviera un escalofrío que le caló hasta los huesos, probablemente. Sopló y frotó sus manos mientras entraba al hospital para visitar a Thor. Se sentía un poco culpable por no haber ido antes, pero habían pasado tantas cosas en dos días que era imposible que tuviera cabeza para algo más. Pidió a la recepcionista que le dejaran ver al hombre de barba y ella le asignó una enfermera que lo acompañó hasta la habitación. En todo el tiempo que subieron por el elevador, y caminaron uno al lado del otro, Rogers claramente pudo sentir la mirada penetrante de la mujer en su rostro, sus brazos, su pecho. Decidió ignorar aquello y abrir la puerta, sin acordarse de que antes tenía que tocar. Estaba a punto de saludar a Thor cuando lo vio. Él estaba recostado en su camilla, y en una orilla, acompañándolo, una bella mujer tomando su mano. Ambos voltearon a verlo.

 

     —¡Amigo Steve! —le saludó con una eufórica sonrisa, y eso le hizo pensar al mencionado que el policía estaba recuperándose bastante rápido. Aquello le alegro, aunque no pudo evitar preguntarse qué estaba pasando allí, porque la atmosfera se veía bastante íntima—. Ven, acércate. —le hizo señas, mientras la chica que estaba a su lado se ponía de pie y lo miraba cautelosamente. Carraspeó algo incómodo y desvió la mirada.

 

     —Lo siento, no creí que tuvieras visita y… debí tocar la puerta. —se disculpó con un sonrojo apenado cubriendo sus mejillas. Estaba tan metido en sus pensamientos y dudas que se acrecentaban, que hasta sus modales comenzaban a tener fallas. Probablemente ella estuviera molesta por haber interrumpido lo que sea que estuvieran haciendo esos dos—. Puedo volver en un par de horas y-

 

     —¡Oh, no! —ella le restó importancia con una sonrisa y un gesto de la mano. Aquello le hizo sentir mejor, pues en su cálida mirada no veía otra cosa más que curiosidad—. No te preocupes por algo como eso. Justamente me estaba despidiendo ya de Thor, debo ir al trabajo o si no mi jefe me matará. Me alegro dejarlo con alguien decente. —le sonrió abiertamente y se acercó al rubio—. Soy Jane Foster. —se presentó. Steve miró detenidamente su cabello castaño, a juego con sus ojos grandes y llamativos. Esa sonrisa serena pero activa, demostraban que ella probablemente era una persona efusiva y muy inteligente. Era bastante bonita, tampoco quería negarlo.

 

     —Steve Rogers, un placer, señorita. —y tomó su mano en un ligero apretón envuelto en elegancia característica de su época. Ella lo contempló un poco sorprendida, ¿de dónde había salido ese hombre? ¿De un cuento? La forma en que le había respondido, con ese tono cortés y los movimientos educados y ensayados. La descolocó por completo y no pudo evitar mirar sus azules ojos relucientes en plena mañana. Se sintió algo acalorada por estar frente a un hombre tan guapo y educado. Ella sólo estaba acostumbrada a trabajar con periodistas y gente grosera que le negaba oportunidades laborales o notas. Thor comenzó a reír, seguramente adivinando sus pensamientos, y ella le mandó una mirada furtiva antes de volver a mirar a Rogers.

 

     —Es un placer, espero que nos volvamos a ver en otra ocasión. Si me disculpan, tengo que retirarme. —y con una sonrisa, miró al hombre que estaba en la cama de hospital, y señalándolo con un dedo, agregó:—. Más te vale recuperarte pronto, Thor Odinson. —y abandonó la blanca habitación con un sonido suave en la entrada. Steve miró por algunos segundos el lugar por donde ella había salido, y cuando quiso preguntar algo sobre esa extraña mujer, fue la voz de Thor quien le interrumpió.

 

     —Jane es una amiga. —respondió con una sonrisa a la pregunta muda—. La conozco desde hace muchos años, Steve. Supo que estaba en el hospital y vino a visitarme. —y su mirada se desvió hacia la ventana, anhelando otro par de ojos que no fuera verdes o cafés. Más bien verdes, esas gemas conocedoras e inquietas. Queriendo los ojos de Loki ahí, con él. A su lado siempre. Sin embargo, volvió la vista hacia el rubio—. ¿Cómo está mi hermano?

 

Y entonces fue turno de Rogers para sentarse en una de las sillas que reposaban al lado de la camilla y comenzar a relatarle al de barba la noche de navidad. Comenzó con la invitación de Loki y continuó hablándole sobre lo tenso que había estado el ambiente con el amigo de Tony: Obadiah. Thor concordó en que tampoco le daba buena espina, pero que sí lo había visto en la vida de Stark años atrás. Así que después de escuchar todo lo que Rogers tenía que decirle acerca de los acontecimientos vividos en esos días, fue turno de Thor por hablar. No sin antes anotarse mentalmente el hecho de que Natasha parecía estar muy cerca de Steve. Aquello le extrañó, pues sabía que Stark y ella no eran precisamente buenos amigos, y el que fuera tan cercana a Rogers tampoco le daba un buen presentimiento. Decidió dejar ese asunto para después. El silencio se prolongó un par de minutos más, en los que Rogers miraba intensamente las cobijas blancas, como si estas fueran lo más interesante del mundo, mientras estrujaba con sus dedos la tela de sus pantalones.

 

     —¿Ha pasado algo, mi buen amigo? —se aventuró a preguntar. La mirada de Steve se alzó con algo de sorpresa, haciéndole tener una ligera y casual risa, teniendo que llevarse después la mano a su costado cuando su costilla dolió por el esfuerzo—. Sé que tienes algo que decirme porque puedo verlo. Eres bastante predecible. —le sonrió para darle confianza. Durante largos dos minutos no escuchó otra cosa más que la agitada respiración de Steve, quien seguramente estaba tratando de encontrar valor para poder decirle lo que tenía en su mente.

 

     —Bueno, quería preguntarte algo… pero no sé si está bien decirlo. —comenzó con un tono nervioso, bastante falto de confianza en aquellos temas que tanto lo atormentaban últimamente. Retorció la cobija debajo de sus dedos, intentando tener una distracción para sentirse un poco menos tenso con todo aquello. Thor asintió, indicándole que continuara—. Veras, ya somos grandes y todo eso… y ambos somos hombres, ¿cierto? —Thor sonrió ante lo evidente, pero dejó que Steve hablara—. Yo sólo me preguntaba… digo, ha pasado un tiempo pequeño desde que estoy en ésta época, y pues… —se trabó con las palabras sin saber muy bien de qué manera continuar con lo que iba a decir. Había ido al hospital no sólo a visitarlo—aunque ese era su principal propósito—sino a pedirle un consejo. Todo lo que estaba pasando lo tenía abrumado y confundido, y no era capaz de pensar muy claramente. Pensó en recurrir a Loki, pero seguramente él le contaría a Tony; luego estaba Natasha, pero no creía poder hablar con ella sobre temas tan íntimos. De hecho, le estaba costando mucho trabajo sacar al exterior sus dudas.

 

     —¿Esto es una plática sobre sexo? —asumió Thor rápidamente tras ver la cara legible de Steve. El susodicho saltó en su lugar, coloreando sus mejillas en un tinte rosado y el labio temblando ante la frase tan directa y desvergonzada. El hombre en la camilla sonrió—. Tranquilo… entiendo que puedas estar confundido, puesto que dudo que en tu época sucedan estas cosas de libre expresión sexual. Aunque supongo y debes saber algo al respecto… —dejó la frase al aire.

 

     —Yo… no es que tenga algo que no entienda, o algo así. —volteó hacia otro lado, sin saber cómo proseguir. ¿Cómo había llegado eso hasta ahí? ¡Era vergonzoso para él! Lo mejor que pudo haber hecho era quedarse callado y pensar él mismo en una solución a todo eso, pero ahí estaba, comiéndose el orgullo y sacando la vergüenza—. Más bien, era una duda… —se rascó la mejilla con incomodidad, pensando y rehuyendo la mirada del otro—. Bueno, mejor pongamos un ejemplo hipotético. —Thor aceptó, y entonces Rogers lo dejó ir—.  Digamos que de la nada, a un sujeto se le da por cortejarte, y tocarte. A ti te… —carraspeó con las mejillas algo sonrojadas por los recuerdos—. A ti t-te gusta, pero no sabes cómo sentirte al respecto. Y no lo sabes porque, en primer lugar, ese asalto te ha tomado por sorpresa; en segundo lugar, porque ya tienes alguien a quien amas, pero esa persona está muy lejos de ti durante un tiempo indefinido... Aunque ese sujeto te provoca cosas diferentes, que no habías experimentado y te propone continuar con eso… ¿Está bien de alguna manera que, sin importar que ames a alguien, cedas ante tus deseos? Eso es ser infiel, ¿cierto? —y entonces se quedó callado de repente. Las orejas estaban coloreadas en su totalidad de color rojo. Cerró los ojos al sentir la mirada del rubio de barba. Por favor, esto era sumamente vergonzoso para él. ¿Confesar sus temores sexuales? ¡Vaya, Steve! En qué lío acababa de meterse. Odinson posó un dedo en su barbilla de forma pensativa, analizando la situación hipotética. ¿Steve estaba teniendo problemas con su sexualidad respecto a…? y entonces algo vino a su mente, algo sencillo y que explicaba todo: Tony Stark. Ahí encajaba él.

 

     —¿Estás teniendo sexo con Tony? —cuestionó de forma graciosa alzando las cejas, viéndolo directamente a los ojos con esas pequeñas gemas azules escondidas entre sus espesas y largas pestañas. Steve se sobresaltó ante el repentino tono tan directo de aquella pregunta que distaba mucho de serlo, realmente. Había una afirmación implícita. Él no estaba listo para estas cosas, pues jamás había hablado tan abiertamente de temas como las relaciones sexuales. En su época eso no era bien visto. La sangre se le fue hacia los talones al escuchar semejante barbaridad.

 

     —¿Qué dices? ¡No, por supuesto que no! —rebatió agitado y algo fuera de sí, pasando saliva duramente— ¡Es un ejemplo, un ejemplo s-solamente! —pero tras ver la cara de Thor, se dio cuenta que no lograría engañarlo. Él lo sabía. Y Steve se sentía patético al haberse delatado. Suspiró y frotó sus nudillos. Muy bien, su ejemplo hipotético no había funcionado correctamente—. Bien, sí estoy hablando de Stark… ¡pero no hemos tenido sexo todavía! —le aclaró con las mejillas sonrojadas. Intentó calmar su respiración tras la sonrisa tranquila que el otro le dio, sin verle de mala manera por sus dudas sexuales. Rogers se dijo a sí mismo que nada pasaba si de repente se permitía confiar en Thor para este tipo de cosas. La única persona en quien confiaba plenamente era Bucky, pero él no estaba allí en esos momentos.

 

     —Yo lo haría. —declaró feliz, con voz serena—. Steve, no sabemos cuánto tiempo estarás aquí. Tony es un hombre complicado, pero también terco. No lograrás que te deje en paz a menos que cedas ante él. Siempre cumple lo que se propone. —le informó encogiéndose de hombros, y soltó una pequeña carcajada—. Además no es malo el sexo, es divertido. Y muy placentero. —iba a seguir hablando, pero la cara compungida de Steve le hizo saber que era suficiente por el momento. Algo dentro de él se revolvió al revivir los recuerdos de años transcurridos en las dudas, la incertidumbre de sus sentimientos. El que el militar estuviera en su puesto le hacía sentir un poco de pena—. Yo también tuve mis dudas sobre todas estas cosas, los mismos tormentos que tú cuando inicié mi relación con Loki. —se acomodó mejor en la camilla, ante la atenta mirada de Steve. Quizá si le contaba su experiencia el otro pudiera aclarar su mente de manera más eficaz.

 

     —¿Cómo hiciste para superar la barrera de sangre? —cuestionó con curiosidad, olvidándose por un momento de sus problemas—. Loki y tú son hermanos, y sin embargo… bueno, ustedes… —dejó la frase al aire sin saber muy bien como continuar. Thor se encogió de hombros, con una sonrisa vacilante.

 

     —Loki y yo no somos hermanos de sangre, ¿sabes? —rectificó con los ojos cerrados—. Mi padre lo encontró abandonado cerca de nuestra vivienda cuando yo era muy pequeño, así que no lo recuerdo bien. Cuando vi por primera vez a Loki era un pequeño niño de tres años, sucio y con las ropas desgarradas. —sus ojos se abrieron, evitando pensar en la forma tan devastadora de sus condiciones. Golpeado y hambriento, con las costillas marcándose y queriendo atravesar su piel. Steve guardó silencio, dedicándose solamente a escuchar—. Al principio no quería que él se quedara a vivir en casa, pues me robaría la atención de mi madre, pero ¡vamos! Era un niño también, era obvio que le tuviera algo de envidia. —y rió bajito, rememorando las pequeñas peleas que habían tenido—. Un día, Odín me pidió que tratase bien a Loki, porque era mi hermano. Un lazo que no podía quebrar a partir de ese momento. Así que lo hice. Cada día un poco más, hasta que en verdad le tomé mucho cariño. Odín y Frigga tomaron la decisión de ocultar el origen de Loki por su bien, pues ni ellos tenían las respuestas a las preguntas que seguramente él tendría. Así que huyendo de todas las preguntas viajamos hasta aquí, pues somos originarios de un pueblo cerca de Escocia: Asgard. —su tono se volvió melancólico, aferrado al recuerdo de sus horas felices—. Loki siempre fue alguien callado y de pocas amistades, escondido entre sus libros y música clásica. A mí me gustaba ir a fiestas y tomar. Así fue como conocimos a Tony, en una de las tantas fiestas mías y la primera de Loki. ¡Si hubieras estado ahí! Ellos pelearon a gritos y golpes ese día, por una tontería. —rió con ganas, llevándose la mano a la costilla cuando la zona punzó—. Después descubrimos que todos íbamos en la misma escuela, y evitar encontrarse a Tony Stark fue imposible desde ese momento. Ellos peleaban constantemente, pero… ambos eran solitarios. —cuando hizo una pausa algo larga, decidiéndose sobre lo que decir, fue que Steve alzó la mirada hacia él. Desde que había oído el nombre de Tony su mente viajó a través del tiempo intentando capturar la imagen de su rostro y volverla joven y rebelde. Sonrió sin poder reprimirlo—. Sus personalidades tan iguales y diferentes los convirtieron en una especie extraña de compañeros. Peleaban mucho, pero seguían juntos. Después de un tiempo Tony se marchó al internado, y nosotros viajamos de nuevo a Escocia y nuestra antigua casa. Entonces todo empeoró… —su cara se puso seria de repente, como si todo el mundo hubiese tomado venganza en su contra. Frunció la boca hasta volverla una lía delgada, mientras sus puños se apretaban en torno a las cobijas—. La madre de Loki tocó un día a la puerta de nuestra casa, buscándolo. Frigga le negó a mi hermano, y me pidió que no le contara nada a Loki. Aquello no estaba bien y yo lo sabía, pero callé. Entonces fue inevitable que la servidumbre comenzara a murmurar cosas, y fue cuando mi hermano escuchó alguna de sus pláticas. Todo fue un caos: los gritos estallaron, los reproches, las acusaciones. Los culpó por haberle negado a su verdadera madre, al menos para conocer su origen. —sus ojos se desviaron a la ventana del hospital, oyendo la calmada respiración de Steve que se había mantenido atento ante tal revelación—. Incluso me culpó a mí por ser un cómplice, justo cuando comenzábamos a llevarnos mejor. Y sin esperarlo, dos días después Loki huyó de casa. Ya no era un niño, pero… yo sentía la necesidad de protegerlo, así que fui en su búsqueda contra todo pronóstico. Padre se puso histérico, pero no me importó demasiado.

 

     —Tú solo querías encontrar a Loki, ¿cierto? —completó Steve al ver que de repente la mirada del dueño de barba había cambiado un poco. Las cosas que estaba contándole eran demasiado personales, intimas. Sentía como si de alguna forma estuviera violando lo que hubiera entre esos dos. Vio a Thor asentir en respuesta.

 

     —Cuando lo encontré dos años después, él me odiaba. Estaba en Londres, había conseguido un trabajo y rentaba un departamento. Me instalé en la misma ciudad queriendo estar cerca de él para protegerlo, pero él… nunca me quiso cerca. Un día conocí a Jane Foster. —sonrió viendo hacia la ventana—. Ella era una chica muy activa e impulsiva, que estudiaba para ser periodista. Nos hicimos amigos muy rápido. Ella es muy linda, pero puede ser intimidante a veces. —una carcajada mínima se escapó de sus labios, y compartió sonrisa con Steve. Ambos pares de ojos azules se cruzaron—. Loki volvió a salir de la ciudad y yo a buscarlo, hasta que llegamos nuevamente aquí. Un día lo vi besarse con otro hombre, y algo creció dentro de mí. Pensé que eran celos fraternales, pero iba muchísimo más allá de eso. Yo lo quería, y no era precisamente como a un hermano. ¿Cómo ocurrió? No lo sé, sólo me di cuenta. Quizá siempre estuve equivocado pensando que el cariño que le tenía era de hermanos. Quizá por eso siempre lo perseguí. Quizá por eso reté a Odín y los abandoné. —se encogió de hombros, necesitando una vez más volver a esos recuerdos tan felices y a la vez tan amargos, que le habían abierto el camino hacia lo que tenía ahora: una vida feliz—. Cuando le confesé a Loki lo que sentía, él casi volvió a escapar. Me costó mucho trabajo conseguir una oportunidad con él. Pero ahora doy gracias a todo eso. — y cuando Rogers estaba a punto de romper el silencio, el teléfono celular de Thor sonó. Era ilegal tenerlo, pero al ser un agente se podía permitir ciertos lujos.

 

Su voz alegre contestando bajó dos tonos y dirigió inmediatamente la mirada hacia Steve, quien tuvo un ligero apretón en el pecho. Thor volvió a hablar ésta vez más bajo con la otra persona en la línea, y luego suspiró. No le gustaba el rumbo que estaban tomando las cosas, y menos en la situación tan complicada en que todos se encontraban. ¿Pero había otra solución? Probablemente no. Estaba debatiéndose entre sí decirle a Steve lo que pasaba, o dejarlo con él en la tranquilidad de un hospital. ¿Qué querría él? Obviamente saberlo. Así que se pasó una mano por la barba rubia y con voz serena le dijo a Rogers lo que estaba pasando.

 

Lo último que escuchó fue la silla siendo aventada hacia atrás y la puerta cerrada de un fuerte golpe.

 

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El ruido de la puerta y los pasos apresurados por el pasillo la sobresaltaron lo suficiente como para soltar el arma que tenía entre sus manos, dispuesta a meterla en su traje. Giró la cabeza hacia la entrada y entonces distinguió la imponente figura de Rogers, con los brazos a los costados y la respiración irregular. Su pecho fuerte subía y abajaba rápidamente, y su cabello se encontraba algo desacomodado. Trató de parecer casual ante la mirada que el otro le mandó.

 

     —No te dejaré ir sola, Natasha. —afirmó, mientras se acercaba por un lateral y abría el locker de la derecha. Estaban en los casilleros de S.H.I.E.L.D., donde los agentes se vestían y tomaban las armas convenientes para las misiones. Ella se cruzó de brazos y lo miró con expresión neutral—. No trates de esconderlo, Thor me lo ha dicho. —y entonces escogió uno de los trajes de la Organización y comenzó a buscar las botas de su talla para ponérselas.

 

     —No eres un soldado calificado para una misión de este rango, Steve. —quiso hacerle razonar. Precisamente había querido evitar que él se enterara, pues la misión era de un rango elevado, altamente secreta. No quería poner en peligro a nadie, y menos a Steve. No desconfiaba de su capacidad, pero sí de su falta de actualización en cuanto a misiones. Porque Natasha lo sabía. Sabía que era un soldado que había cruzado los límites del tiempo. Sabía quién era Steve y de dónde había salido. Clint Barton era bastante eficaz para transmitir información aunque se encontrara encima de una montaña cubierta por nieve.

 

     —No me interesa si lo soy o no, pero no te dejaré ir sola. —y Natasha lo tomó del brazo con fuerza, haciéndole saber que no permitiría que fuera con ella, pero la mirada que le dirigió le hizo temblar las rodillas. ¿Qué era eso que veía? No era el ego de un hombre luchando, no era el sentido de ser más que ella o de imponer su autoridad. Era preocupación. Sólo había eso en sus azules ojos brillantes y reveladores. ¿Qué carajos? Le soltó el brazo con cierta incertidumbre y dio dos pasos hacia atrás, apoyándose sobre los lockers. Se quedó un momento en silencio, debatiéndose entre el deber y lo que había sentido momentos antes con Steve. Después carraspeó al darse cuenta que el otro seguía mirándola.

 

     —Apúrate o el helicóptero nos dejará. No quiero perder esta misión por tu culpa, Steve. —y una pequeña sonrisa perfiló su rostro mientras cerraba los ojos y oía el movimiento de Rogers al tomar las cosas y dirigirse al baño para cambiarse de ropa. Probablemente dos cabezas pensaran mejor que una.

 

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     —¿Tendrás problemas con Nick Fury? —la pregunta de Rogers le revolvió el estómago. Probablemente la palabra problemas era muy pequeña a comparación con lo que su jefe le haría pasar cuando se enterara que no fue sola. Se encogió de hombros y le pasó dos algodones pequeños indicándole que se los colocara en el interior de las orejas. Steve se los acomodó sin rechistar nada, mientras se acomodaba mejor en el asiento, preparándose para despegar. El ruido fuerte del helicóptero no les dejaba hablar bien, pero tampoco hacía mucha falta. Él se revolvió un poco, ajustando la pistola en su muslo. El helicóptero se elevó alejándolos de las instalaciones de S.H.I.E.L.D. Estaba nervioso, y bastante. En primera porque nunca había volado en un pájaro gigante sobre la ciudad, y menos a tanta velocidad. Y en segunda, porque la misión era peligrosa. Él era un soldado entrenado, podría soportarlo.

 

Natasha se puso de pie varios minutos después, y se inclinó hacia la salida, con el paracaídas abrochado en su torso y espalda, mientras él la seguía muy por de cerca. Le hizo unas señales y entonces saltó hacia afuera con una pequeña sonrisa al ver su estupefacción. Steve abrió la boca impresionado y se acercó, sólo para verla cayendo a gran velocidad sin nada que pudiera sostenerla. Se quedó mudo durante algunos segundos, y después se giró para ver al piloto del helicóptero. Él le sonrió y alzó el dedo pulgar en señal de que todo estaba bien, así que no lo pensó más y se lanzó por detrás de Romanoff.

 

La caída tapó sus oídos a pesar de llevar protección, y el aire impactaba su rostro con tal fuerza que le era casi imposible respirar. ¿Iba a morir? No lo sabía. Nunca había echo algo tan extremo, y la verdad es que tenía mucho miedo. ¿Habría una malla gigante para amortiguar su caída ahí abajo? Esperaba que sí, porque de lo contrario no viviría demasiado para volver con Peggy. Aquel recuerdo le apretó el corazón duramente. Cerró los ojos volviendo a sentir el aire calando hasta lo más hondo de sus pulmones, y el frío atravesando el traje de látex que había tomado prestado. Sus puños se apretaron. ¿Cómo estaría ella? Esperaba que siguiera siendo como siempre, con esa sonrisa radiante y esas órdenes de oficial a juego con la imponente voz. Esperaba que siguiera fomentando el respeto entre todos los hombres. Era esa especial temeridad lo que le había enamorado más allá de todo.

 

Abrió los ojos y entonces vislumbró el agua a metros de él. Una distancia todavía decente, peor no lo suficiente como para que el vértigo no subiera por su espina dorsal. Natasha que iba adelantada un poco más, hizo un movimiento y algo salió de su espalda. Una especie de bolsa gigante se infló y la velocidad fue disminuida estrepitosamente. Él miró cada movimiento y trató de imitarlo, encontrando un pequeño botón en una de las esquinas de su cinturón. La misma bolsa gigante se abrió y fue jalado hacia arriba por el paracaídas. Descendieron hasta tocar el agua helada de un lago, a las afueras de la ciudad. Se quitaron los paracaídas en total silencio y nadaron hacia la orilla, saliendo totalmente empapados y con el frío calando sus huesos. Todavía estaban en invierno y las heladas solían ser duras a media tarde.

 

Ella le pasó algo que parecía ser un pequeño frijol, y lo hizo colocárselo en la oreja. Entonces escuchó su voz y se dio cuenta que era un intercomunicador por si tenían que alejarse demasiado. Se separaron rodeando el área de lo que parecía ser una bodega a mitad de un pequeño filamento de pinos, asemejando a un bosque diminuto. Steve tomó su arma y anduvo a tientas sobre las hojas tratando de no hacer mucho ruido. El sol le daba en la cara, pero no era lo suficiente para lastimarle la vista. Se paseó por todo el perímetro cuadrado de la bodega hasta llegar al otro extremo, donde Natasha lo esperaba en posición de ataque con su pistola en mano y la mirada agudizada.

 

     —¿Has encontrado algo? —le preguntó. Steve negó con un encogimiento de hombros mientras volvía a mirar hacia atrás. Sus manos frías tentaron la pared grumosa y sonrió satisfecha. Quizá la misión era más fácil de lo que había pensado en un principio. Lanzó un aparato redondo parecido a un disco hacia el techo lo más alto que pudo y de ahí se deslizó una cuerda dura y resistente. Hizo lo mismo con otro aparato similar, repitiendo el procedimiento. Entonces le hizo señas a Steve y ambos comenzaron a escalar, siempre sigilosos y de forma silenciosa. Durante los entrenamientos ella no pensó que él fuera capaz siquiera de hacer algo acrobático, pero Rogers no solo era fuerte: era capaz de hacer cualquier cosa. Lo demostró en las luchas cuerpo a cuerpo en las instalaciones, y lo demostraba ahora. Acompañándola y arriesgándose. Él era en verdad un buen hombre. Con un movimiento limpio llegaron al techo y alzaron sus armas, pero todo estaba en completo silencio. El sol era cubierto por las nubes, y el aire frío de invierno mecía sus mechones rojizos. Natasha se agachó sobre lo que parecía ser una salida de escape, de la forma en que los tanques tenían su salida. Steve se paseó de nueva cuenta por el perímetro, con una pequeña piedra molesta apretando su pecho.

 

Natasha abrió la pequeña compuerta que daba directamente hacia el centro de la bodega. Un pequeño rechinido y no hubo más. Se asomó agarrándose de las esquinas para no caer, y con la mirada aguda trató de buscar a la seguridad, pero no había nadie. Tomó una cuerda de su cinturón y la amarró a un tubo que encontró cerca de donde estaban. Steve se encargó de afianzar el amarre y aventaron la cuerda por la pequeña compuerta, la cual cayó hacia abajo hasta casi rozar el suelo. Natasha se deslizó por la cuerda siete metros hacia abajo, hasta pisar el suelo de la fría bodega. La siguió el rubio de cerca, pero siempre con la pistola en la mano. Aterrizaron en la mediana oscuridad, pues las ventanas en el techo dejaban colar la poca luz que el sol transmitía en esa tarde. Bien, era peligroso hacer una misión a plena luz del día, pero también lo era de noche. Y no había nada más que sorprendiera al enemigo que hacer algo inesperado, como atacar por la tarde.

 

Le hizo señas a Steve y ambos fueron por rumbos diferentes. Cajas y cajas selladas de alta seguridad se apilaban sobre las paredes y entre los pasillos de la enorme bodega. Un olor desagradable se colaba por sus fosas nasales, y las ratas corrían traviesas por el suelo, con sus chillidos agudos. Mientras Natasha buscaba algo más entre las cajas, cualquier cosa que pudiera hallar, él se dedicó a analizar la situación, escondido detrás de una pila de cajas por si al enemigo se le ocurría de repente atacar. ¿Qué estaba sucediendo? ¿No era una misión peligrosa? Porque de eso no veía nada. Parecía que estaban jugando a ser espías. Parecía que no había nadie, y… un momento. Algo no estaba bien en todo eso, definitivamente no lo estaba.

 

Se acercó a una pila de cajas amontonadas, pues había notado que no todas eran del mismo tamaño. Tomó una entre sus manos e intentó abrirla, aplicando bastante fuerza pero sin conseguirlo. Agarró su arma y se apoyó en una esquina de la tapadera, frunciendo el ceño y apretando los labios. Entonces la caja se abrió y él sonrió satisfecho. Se asomó y su sorpresa fue grande cuando vio que adentro no había nada. No había armas ilegales, cocaína, o cualquier cosa que ellos estuviesen buscando. Fue con la siguiente caja e hizo lo mismo, obteniendo los mismos resultados: vacío. Todo vacío. ¿Qué sucedía? Se acercó a otra pila de cajas, donde había una pequeña advertencia pintada en letras rojas. Leyó dificultosamente gracias a la poca luz del sol que ya comenzaba a caer, pero aun así comprendió que aquella advertencia no era buena señal.

 

Buscó rápidamente con la mirada a Natasha, quien tenía el ceño fruncido y estaba apoyada en un pie mientras hablaba por su teléfono celular, visiblemente molesta por la misión absurda a la que los habían mandado. Pero aquello no era absurdo, no lo era. Tenía el tiempo encima, y el pequeño reloj de cuenta regresiva sobre la caja le hizo saber que todo se reducía a segundos a partir de ya. Tomó la primera tabla redondeada de metal que encontró a su—bendito—alcance, y corrió todo lo que sus pies le dieron hacia la mujer.

 

     —¡Natasha, ven aquí! —le gritó todavía a distancia, y ella giró su cabeza hacia él, mientras sus mechones rojos danzaban rebeldes en el aire. Sus pies dolían a cada golpe, pero no le importó. Sus oídos zumbaron cuando escuchó el suave sonido que hizo aquel reloj al terminar la cuenta regresiva, y apenas le dio tiempo de aventarse y lograr llegar a ella. La cubrió con su cuerpo y la tabla de metal. Entonces una serie de sonidos rápidos se escucharon y todo se volvió un caos. Aquello no era una bodega del armamento ilegal que estaban buscando, no. Ahí no había nada. O quizá mucho. Aquella misión no era absurda, era una trampa. ¿Cómo enfrentar al enemigo? Dándole algo que no espera. Entonces las bombas comenzaron a explotar, una tras otra sin detenerse. Natasha tenía los ojos cerrados y las manos sobre su pecho, claramente sorprendida, pero atemorizada por el sonido apantallante de alrededor. Él sostenía con fuerza la tabla que cubría sus cuerpos del fuego que se extendía a paso agigantado, sintiendo el calor agobiante rodearles y el humo comenzando a salir y colarse a sus pulmones. No podían quedarse más tiempo ahí.

 

Las explosiones amainaron, pero no por ello el fuego que se extendía por toda la bodega. Steve se asomó por sobre la tabla y entonces decidió que ya era suficiente. Natasha estaba aturdida por el humo, pero no por eso se quedó donde estaba. Empujó a Steve hacia arriba y se puso de pie con dificultad, mientras su vista se nublaba por segundos. Respiró por la boca, intentado tragar la menor cantidad de humo que le fuera posible, y tomó de la mano a Steve y lo jaló hacia la única salida que había logrado encontrar cuando revisaban el perímetro. Ambos quitaron cajas apiladas en una pared, mientras el fuego corría a velocidad sorprendente hacia ellos. Tenían las respiraciones pesadas, y la cara y cuerpo manchados de humo. Steve tomó la última pila de cajas y las hizo a un lado con fuerza y frustración. Natasha pateó la puerta seguidas veces con maestría, deseando que la puerta cerrada con contraseña se abriera de una vez por todas. No era momento para estar descifrando códigos absurdos. Se hizo lo más atrás que pudo para poder abrir la puerta de una maldita vez, pero un trozo de madera que colgaba del techo de la bodega cayó sobre su espalda, tirándola en un simple movimiento que la dejó fuera de combate. No lo había visto venir.

 

Steve le gritó y corrió a su encuentro, pero ella no volvió a abrir los ojos. Tocó con dos dedos su cuello, y sintió su corazón latir. Al menos estaba bien. La sangre comenzaba a deslizarse por la cabeza de la agente, pegando sus rojizos cabellos a su nuca gracias a la sangre. Steve hizo lo primero que se le ocurrió: volvió a la puerta y siguió aventando con fuerza hasta que logró abrirse mucho después. Realmente no sabía cuánto tiempo había pasado, pero el fuego estaba a poco de llegar a ellos, y la asfixia que estaba ocasionándole el humo era abrasadora. Tomó entre sus brazos a Natasha con dificultad, mientras respiraba pesadamente por el humo y sus ojos escocían. Sus manos temblorosas la pegaron a su pecho, temiendo que pudiera caérsele de los brazos. Corrió lo más que sus entumidos y doloridos pies le daban, mientras su visión se reducía a un campo rodeado por luces de colores y un túnel negro. Estaba a punto de desmayarse también. Pero no iba a dejar que algo le pasara a Natasha.

 

Entonces casi atravesó la puerta que daba hacia la salida, pero no lo suficientemente rápido como para que el infierno se desatara. Cayó de rodillas, arrojando a Romanoff todo lo lejos que pudo para que estuviera a salvo, hacia los pinos a pocos metros. Apoyó sus manos sobre el pasto mojado, mientras buscaba desesperadamente oxígeno a su alrededor, en el frío de la tarde que comenzaba a caer. Su vista se volvió difusa, mientras se negaba rotundamente a quedarse ahí. Tenían que salir de ese lugar, o al menos llegar al lago donde habían sido dejados para poder estar a salvo. Un zumbido lo mantuvo en su lugar, aturdido. Un dolor punzante sobre la sien, y entonces algo recorrió su espalda. Sus puños se apretaron y sus ojos se cerraron con fuerza, apretando los párpados e impidiéndose aquello que era innegable. Un rostro femenino vino a su mente, los labios pintados de rojo y aquellos ojos que lo miraban con adoración y amor: Peggy.

 

Después su mente moribunda distorsionó la imagen original hasta hacer aparecer un hombre con una sonrisa burlona y cínica, la nariz afilada y los ojos tan expresivos como los recordaba. Las pestañas oscuras a juego con la barba bien recortada. Steve sonrió entre el dolor que atacaba su cabeza, y el humo que seguía llenando sus pulmones viciosamente. ¿Qué diría Tony a todo esto? ¿Le diría imbécil, se preocuparía? Probablemente no. Quizá no le interesara lo que pudiera pasarle. No le importaba la indiferencia que el millonario pudiera mostrar, sólo quería volver a ver esos ojos chocolate que lo habían estado acosando últimamente. Sentir sus manos sobre su pecho, su boca repasando sus labios, su lengua buscando contacto con la suya. Y se sintió estúpido por encontrar la decisión a sus dudas en medio de todo lo que estaba viviendo. Bastante idiota darse cuenta de lo que quería justo cuando estaba a punto de morir. Sólo esperaba poder seguir de pie un poco más. Así que con fuerza sacada de lo más recóndito de su ser, se arrastró lentamente sobre el pasto, lo más lejos de la puerta de la bodega que pudo, hasta casi llegar a Natasha. Cuatro  metros y estaría a salvo. Tres metros… un poco más.

 

Y la última bomba explotó.

 

 

 

Notas finales:

¿Qué tal? Ha sido bastante larguito, eh xD

Espero que les haya gustado, ya saben que cualquier cosa pueden preguntar, opinar, aclarar, etc etc, todo será bien recibido y contestado :D

Ojalá pueda actualizar pronto, y volver a la rutina semanal :3

¡Un beso enorme! <3


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