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El tiempo entre nosotros por Sawako_chan

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Notas del capitulo:

¡Hola!

Traté de volver lo más rápido que pude, para vanazar con esta historia que está llegando a su clímax, aunque no sé si en realidad tiene uno xD

¿La historia ya no funciona? lo digo porque recibí muy pocos comentarios el capítulo anterior :c pero de igual forma muchísimas gracias a las personitas que comentaron! me hicieron muy feliz :3

El capítulo es bastante larguito.

 

Capítulo 22.- La estrella que no podía regresar al cielo.

 

 

 

Era oficial. Anthony Stark estaba completamente frustrado. Y no por el hecho de haberse tenido que parar estúpidamente temprano. Tampoco por estar a tempranas horas duchado y en su traje de trabajo. No. Estaba frustrado porque no había podido tener sexo con Steve. Y todo porque el intento nuevo que había tenido en el pasillo con el rubio, se había visto truncado por la presencia inoportuna de Jarvis. Después Steve se había mantenido al menos a cuatro metros de distancia para no levantar sospechas. Como si Jarvis no lo supiera, de todos modos.

 

Bostezó mientras tomaba su taza de café y la llevaba a sus labios para dar un gran sorbo, suspirando poco después al sentir el líquido caliente atravesar su garganta. Le encantaba el café por las mañanas, sobre todo si estaba perfecto como a él le gustaba: tres cucharadas de cafeína para despertar por completo. Todo por culpa de Steve y su afán de visitar a Thor. Joder, ya estaba bien, ¿qué necesidad había de ir a verlo? ¡Ah, no! El señor “amo a la patria y a todos los americanos” había querido hacer acto de presencia en su casa. Después de tocar por casi media hora habían tenido que dar un tour hasta llegar la estúpido Café de Loki, donde los encontraron. 

 

Así que ahora, mientras degustaba su exquisito café cortesía del pelinegro, veía a la distancia platicar a los dos rubios, contándose los hechos absurdos que los habían llevado al hospital.

 

     —Así que Steve también fue víctima de S.H.I.E.L.D. —murmuró el ojiverde burlonamente, tomando una silla para sentarse al lado del castaño. Era temprano aún, así que todavía no había gente a quien atender. Tony tardó algunos segundos en contestar.

 

     —Es un estúpido si cree que esa Organización de muerte le agradecerá lo que está haciendo. —respondió bruscamente, mientras observaba al par de rubios reír a la distancia. Frunció el ceño con molestia—. No quiero que siga ahí. No es un lugar para él. —soltó. Agarró una de las galletas que el otro había traído y la mordió con fuerza. La masticó y pasó—. Sabe muy bien, ¿está envenenada? Deshacerte de esta forma de mí, querido Loki, no es la mejor. —le sonrió encantadoramente. El mencionado rodó los ojos.

 

     —Si quisiera matarte hace mucho que lo habría hecho. —refutó—. Pero eres el único idiota entre los idiotas de esta ciudad, con quien puedo hablar libremente. Considérate afortunado. —y en medio de su lucha de egos y sonrisas malévolas, ambos sintieron que algo los conectaba. Porque esa especie de amistad comenzó de una forma tan rara, que incluso era sospechoso que siguieran llevándose tan bien. Sus personalidades eran distintas, chocaban y se hacían bromas de mal gusto, pero ambos eran solitarios y cargaban en sus hombros el peso de su pasado: la soledad y el abandono. Ambos pedían cariño. Ambos necesitaban un pilar—. ¿Te has acostado ya con Steve? —y su sonrisa se acentuó al ver la mueca que formó el castaño.

 

     —¿Qué te hace pensar eso, mi preciado adivino? —trató de disimular el hecho de lo evidente. Tomó otra galleta y se la llevó a la boca, porque joder, Loki hacía magia en la cocina. Ahora entendía por qué su Café se había hecho tan famoso en cuestión de poco tiempo. Compraría algunos aperitivos para llevar.

 

     —Quizá el hecho de que Steve voltea cada veinte segundos hacia tu dirección con cara de idiota, se sonroja y vuelve la mirada hacia mi hermano. —comentó vagamente, mientras también tomaba un bocadillo y lo masticaba. Tony esperó el tiempo que el otro se tomó en tragarlo, porque sabía que no había terminado de hablar—. O quizá es el simple y muy notable hecho de que ese hombre trae un chupón demasiado vistoso en el cuello. Tony Stark, siempre marcando propiedad. —se encogió de hombros mientras observaba divertido al castaño atragantarse con el café.

 

     —… —se recuperó del golpe bajo que había recibido, y dirigió su mirada hacia el lugar indicado. En efecto, Rogers y el chupón en el cuello saltaban a la vista. Quizá ni el mismo rubio se había dado cuenta que lo traía. Debía ser más cuidadoso y hacerlo en lugares donde no se viera. ¿Quizá en el vientre? ¿Entre sus deliciosos pectorales? ¿En la parte baja de la espalda? Mmm… la idea no le molestaba para nada—. Me gusta cómo se ve. Así todos sabrán que ya tiene dueño. —y le guiñó un ojo, coqueto. Si, bueno, eso también era verdad. Que todos supieran que ya tenía a alguien en su cama.

 

     —Te diré algo muy simple, ojos de muñeca. — se recargó contra el respaldo de la silla, frotando sus sienes para tratar de relajarse un poco. La noche anterior no había dormido muy bien debido a que un mal sueño—más bien un recuerdo—lo había perseguido hasta que el sol lo obligó a abrir los ojos. Tenía un peso en el estómago, como si presintiera algo malo. Ojalá que fuera solo su imaginación, porque ahora todo estaba volviendo a su cauce y no quería que las cosas volvieran a salirse de su control. Así que miró a su amigo de la infancia directo a los ojos, y murmuró:—. Conozco bien lo que eres. Steve es un buen hombre y me cae bien. No lo arruines, Stark.

 

Y Tony giró la mirada hacia el hombre rubio del cual le estaba hablando el pelinegro. Steve estaba recargado contra una pared, mientras sonreía levemente y escuchaba algo que Thor estaba diciéndole. Su silueta larga se acentuaba en la zona del pecho. Lo miró fijamente sin disimular ni un poco, y supuso que Steve sintió su mirada sobre él, porque en un punto de su conversación, sus ojos se alzaron para encontrarse con los suyos. Ninguno apartó la mirada. Tony tamborileó los dedos sobre la mesa, sin dejar de observar los ojos celestes de aquel intruso que había parecido en su vida de repente; ni siquiera cuando murmuró: —. No pienso hacerlo, Loki.

 

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Odiaba no poder entrenar a causa de ese estúpido reposo que le habían diagnosticado en el hospital. Según el doctor, no había sido nada demasiado grave, pero un esguince en el brazo izquierdo le costaría por lo menos algunos días sin hacer nada. Y ahí estaba Natasha viendo con odio su brazo izquierdo sobe el que se le ocurrió absurdamente aterrizar cuando la bomba los mandó unos metros más allá de la bodega. Aunque si no hubiera estado Steve con ella probablemente habría muerto o… quizá ahora mismo estaría en el hospital con quemaduras de primer grado en todo el cuerpo. Se estremeció ante la idea.

 

Sus pasos resonaban por el pasillo vacío de las instalaciones de S.H.I.E.L.D, pues a esa hora y por ese lugar la gente que transitaba era realmente escasa. No había dormido mucho durante la noche, y tratar de acomodarse en su cama y ponerse la pijama con el brazo vendado había sido toda una odisea. Pero tampoco es como si pudiera quedarse acostada todo el día sin hacer nada. Ella necesitaba acción, peleas, movimientos. Y Clint no estaba a su lado para soportarla. Se apoyó en la esquina de la ventana que daba hacia el patio de entrenamiento, y observó con gesto tranquilo todo el panorama que se le mostraba en la fría mañana. Ese estúpido arquero se había marchado son darle muchas explicaciones de su partida, pero asegurándole que volvería pronto. Y ahí estaba ella como idiota esperando a por él.

 

Al parecer Stark le había pedido ese favor, y como buenos amigos que eran, él había accedido. Porque Clint tenía una deuda con Stark. Se preguntó si sería bueno que su novio se hubiera marchado a esas montañas carentes de vida humana al lado de Bruce, que si no mal recordaba apenas y soportaba mirarlo por unos cuantos minutos. Le parecía algo patético que después de tantos años el científico siguiera odiando a Barton. Después de todo, los accidentes siempre ocurrían, y con el trabajo que ellos tenían solían ser aún más concurrentes. ¿Acaso Bruce estaba tan enamorado que no notó que esa mujer estaba usándolo? Que idiota. Confiar en la gente y contarle tus secretos sólo aseguraba perder la libertad y atarte de manos. Significaba derrota.

 

Acarició con su mano derecha la venda lentamente, perdiéndose cada vez más en sus pensamientos. Clint y ella llevaban saliendo ya un tiempo algo largo, y sin embargo, entre ellos no había esa especie de secretos. Se contaban todo por conveniencia, para tener más información sobre el mundo gris que los rodeaba. Pero también para sacar sus temores y miedos, para liberarse de todas aquellas cosas con las que no podían cargar solos. ¿Estaba bien eso? Apoyarse en otro para salir de un hoyo que la iba hundiendo a cada decisión que tomaba. Clint era un hombre bueno, atrevido y gracioso. Quizá era un poco—muy—idiota, y a veces se le iba la lengua. Pero tenía buen corazón y la quería como nadie. Sólo él le llamaba Nat, y podía burlarse en su cara algunas veces sin sufrir alguna consecuencia física. Sólo él… y ahora Steve.

 

Ese hombre rubio, alto, fuerte, con una sonrisa sincera e ingenuidad en la mirada. Con sus músculos y esa voz que lograba hacerte ir a un lugar desconocido y encontrarte. No sabía por qué, pero a él le permitía tantas cosas que jamás en su vida pensó permitirle a nadie que no fuera Clint. Él había logrado escalar esa barrera de su corazón y tocar la puerta para entrar enseguida. Él le había llamado amiga, y eso le calentó el corazón al recordarlo, como cada vez que lo hacía.

 

Steve era tan bueno, y Tony no lo merecía. Pero tampoco ella. Porque sabía que Stark, por su forma de ser y su fama, acabaría haciéndole daño, al igual que ella. Nunca pensó llegar a considerarlo como alguien cercano, de hecho sólo había recurrido a él por la misión que le había encomendado Fury. Pero después de tratarlo un poco, no había podido evitar tomarle cariño. Porque había que conocer al enemigo, pero no se dio cuenta que entre más lo conocía, más lo quería. Y ahora Steve era el segundo lugar en su lista demasiado pequeña de personas que le importaban. Y justo estaba comparando sus ojos azules con el cielo, cuando lo vio aparecer por el patio. Llevaba pantalones de entrenamiento y una playera pegada. Lo observó atenta, cuidándose de que no pudiera verse. Él hizo algunos ejercicios de estiramiento y luego comenzó a trotar por todo el patio sin reparar en su presencia. Parecería como si nunca hubiese tenido un accidente.

 

Lo miró como una acosadora detrás de la ventana por media hora o quizá un poco más. Lo observó hasta que sus ojos no pudieron soportarlo. Hasta que su conciencia le carcomió con crueles palabras. Frunció el ceño con dolor y regresó por el pasillo que había llegado. Sus mechones rojos se balanceaban por la fuerza que imprimía al caminar. Le debía tanto a S.H.I.E.L.D: su vida, sus planes, su pasado. Su perdón. Pero también le debía tanto a Steve. Su vida, su calidez, sus sonrisas. Desde que él había llegado el peso de ser una asesina militar encubierta, había sido reducido a casi nada. Porque con él la pasaba realmente bien. La escuchaba, la comprendía y le importaba. Entonces, ¿qué iba a hacer? A S.H.I.E.L.D. le debía lealtad, pero a Steve le debía su cambio. Les debía tanto a ambos. ¿A quién sería capaz de traicionar? ¿A la organización que la había visto salir adelante, o al hombre que la estaba haciendo cambiar?

 

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Pasado el medio día, cuando el sol estaba en lo más alto, fue que Steve paró de entrenar. La verdad es que le había hecho mucha falta el ejercicio, pues sentía todos los músculos entumidos por el accidente y necesitaba recuperarse. Estiró los brazos una última vez hacia arriba y luego le dio un trago largo a su bebida embotellada. No había visto a Natasha en todo lo que llevaba de la mañana, a pesar de que le notificaron que ella estaba ahí como todos los días. ¿Entonces por qué no la había visto? Una idea descabellada y estúpida le cruzó por la mente. ¿Estaría huyendo de él? Pero, ¿por qué? Trató de quitarse esas tonterías de la cabeza.

 

Caminó hacia las duchas y se dio un largo y tendido baño relajante entre el vapor. Relajó sus músculos y tardó mucho más de lo que tenía planeado en un momento. Finalmente se cambió de ropa por la suya, y se dio otra vuelta por las instalaciones para ver si de casualidad encontraba a Natasha, pero parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Nadie sabía dónde estaba la agente. Miró su reloj y se dio cuenta que eran más de las tres de la tarde, así que se apresuró lo más que pudo. Había quedado con Tony de llegar temprano a la Torre para comer juntos. Bien, eso sonaba muy raro, pero así era. Tony no había ido de nuevo a la oficina y tampoco había querido dejarlo ir a S.H.I.E.L.D. pero él le insistió en que al menos iría un par de horas a distraerse. Stark lo dejó con la condición de llegar temprano para comer juntos.

 

Y ahí estaba él de regreso a la Torre, con una sonrisa inconsciente pintada en los labios. No sabía muy bien hacia dónde estaba caminando en esa nueva experiencia por donde lo conducía aquel soberbio hombre. Es más, jamás se imaginó ni siquiera el panorama de él besando a otra persona que no fuera Peggy. Y todo había sido tan inesperado que no quería ponerse a pensar en las consecuencias. Tony era un hombre muy necio, parecía niño pequeño, y sin embargo sentía afecto por él. Le gustaba como persona. Y negar que era guapo sería mentir. Pero de ahí a que sintiera un interés romántico por él había una línea que no quería cruzar. Porque él amaba a una mujer que no estaba ahí. Y Stark sólo buscaba sexo y diversión. Así que no tenía por qué hacerse falsas ideas sobre lo que tuviesen, ¿verdad?

 

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Tony estiró los brazos hacia arriba mientras bostezaba. Espabiló un poco y se frotó los ojos. Todo estaba saliendo perfecto en su proyecto de virtualidad, y pronto daría el paso que necesitaba para poder sacar ese proyecto al que tanto empeño le había puesto. Después de tanto tiempo encerrado, tras investigaciones, análisis, cálculos, noches sin dormir. Estaba orgulloso de lo que estaba logrando. Así que se puso de pie y caminó hacia el motor que estaba modernizando para poder instalárselo de una vez a su hermoso Acura. Correría 180 kilómetros más de lo permitido, pero él era Tony Stark y podía darse los permisos que quisiera. 

 

Con la música sonando a todo volumen se dispuso a arreglar su motor y hacer algunas modificaciones. Estaba raramente feliz, y no sabía el motivo. Ni siquiera se dio cuenta cuándo fue que Jarvis bajó hasta su taller e introdujo la clave. Sólo cuando redujo el volumen de la música fue que regresó al mundo normal, pues había estado completamente concentrado en lo que estaba haciendo.

 

     —Señor, el señor Rogers ya está en casa y la mesa está lista. —le informó con una pequeña sonrisa cómplice. Jarvis lo sabía, y a él no le molestaba en lo absoluto. Su mayordomo no era idiota, y aunque no se lo dijera, estaba al tanto de lo que ocurría entre Steve y él. Le asintió con la cabeza y esperó a que el hombre mayor se marchara para subir él también.

 

     —Vaya sorpresa. Un par de horas que se convirtieron en casi una tarde completa. —regañó al subir los escalones y encontrar a Steve con ropa casual ayudando a Jarvis a servir la comida. El rubio lo miró, admirando la camisa sin mangas que portaba el ingeniero, dejándole ver sus músculos finos que se marcaban en sus brazos y pecho. Se le antojó que Jarvis no estuviera ahí. Oh, Dios, ¿Qué? Se sonrojó por sus propios pensamientos fuera de órbita y regresó la vista a la sopa que estaba sirviendo, esperando que el otro no notara el escrutinio que le dio. Las orejas le ardieron por la vergüenza.

 

    —No exageres, Stark. No fue tanto tiempo. Y deja de recriminarme algo como eso y mejor ve y lávate las manos, las traes sucias. —señaló como si fuera su padre al ver las manos manchadas en grasa del castaño. Él frunció el ceño, pero no rebatió nada. Jarvis le acercó un trapo limpio y él comenzó a quitarse la grasa de los dedos. Después tomó asiento al lado de Steve y esperaron un momento antes de comenzar a comer, regañándose mutuamente por cosas sin sentido.

 

Jarvis se recargó en uno de los muebles de la cocina, observando más que feliz la escena. Era raro que esos dos estuviesen tan bien. Pero le gustaba el semblante que tenía su jefe en ese momento. Nunca lo había visto feliz, sonriendo, dejándose regañar como si volviera a la época donde tenía 5 años. Es más, ni siquiera lo había visto comer a las horas debidas en mucho, mucho tiempo. Y ahora lo estaba haciendo. Esperaba que hubiera más de eso. Que Steve se quedara con Tony, y lo hiciera cambiar sus malos hábitos. Se dio cuenta que los quería juntos. Porque Steve era un buen hombre que soportaba al millonario y se veía en los ojos el afecto sincero que le tenía, y eso, era más de lo que podía pedir.

 

Tony dejó su sopa de lado y señaló con la cuchara a Rogers, mientras oía sus reclamos por no haberle preguntado a Thor sobre su estado. Lo había llamado descortés, grosero, mal amigo… y sin fin de cosas que si bien no le enfadaban, estaban fastidiándolo. Pero al ver la sonrisa pintada en esos gruesos y apetecibles labios, se dio cuenta que Rogers solo estaba molestándolo por diversión. Vaya idiota. Iba a abrir la boca para reclamarle algo, cuando giró los ojos y vio a Jarvis apoyado en un mueble. Los veía con una sonrisa sincera, como si algo se estuviera maquinando dentro de su retorcida mente. Él lo observó, porque sabía lo que el otro estaba pensando. ¡Ah, no! Rogers y él en ámbito romántico, no señor. Que ni se le cruzara por la cabeza pensarlo. Pero fue tarde cuando trató de decirle a Jarvis que no comenzara a pensar sus cosas raras, porque lo vio ponerse pálido de un momento a otro.

 

     —¿Jarvis? —preguntó confundido. Steve al momento dejó de parlotear su regaño y volvió la vista hacia el hombre mayor también— ¿Jarvis?... ¿Estás bien? —cuestionó un poco más preocupado al no obtener respuesta alguna. El mayordomo apretó los puños hasta volverlos blancos y asintió con una sonrisa forzada. Algo en su interior se apretó. Estaba por decirles que estaba bien y siguieran comiendo, cuando un choque pareció hacerse presente en su pecho. Y luego otro, y otro. Como si alguien estuviera apretando su cuello y retorciendo su corazón. No podía respirar bien ni hablar. Entonces tosió un par de veces y cayó de rodillas. Luego se desparramó sobre el piso, desmayado, ante las miradas sorprendidas de los otros dos.

 

Tony se quedó sin palabras durante dos segundos antes de que su cerebro recapacitara ante lo que estaba pasando. Corrió hacia el mayordomo, zarandeándolo para que reaccionara. Steve se acercó corriendo por detrás y lo separó al temer que pudiera hacerle daño por la fuerza que empleaba. Stark estaba temblando, sus pies le fallaban y sólo podía gritarle a Jarvis para que abriera los ojos. Rogers lo tomó de los hombros y lo obligó a mirarlo, poniendo ambas manos en las mejillas del empresario. Estaba capacitado para este tipo de situaciones, y tenía que mantener la calma. Tony respiraba fuerte e irregular.

 

     —Tony, Tony… —comenzó a llamarle suavemente, pero el otro parecía no reaccionar, porque tenía los ojos muy abiertos y perdidos en algún punto que no era él. Nunca lo había visto de tal forma—. ¡Tony, escúchame! Llama a una ambulancia o un doctor, ¡ya! —le gritó al ver que el otro no reaccionaba. El aludido asintió a duras penas y sacó el celular, con los dedos temblando, marcando rápidamente una serie de dígitos de urgencias. Steve desató la corbata de Jarvis con rapidez, y desabrochó los primeros botones de su camisa. Comenzó a apretar su pecho seguidas veces con las palmas de sus manos. Entonces acercó su mano hasta la nariz del mayordomo.

 

No estaba respirando.

 

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Suspiró al sentir aquellos gruesos dedos pasearse y apretar con delicadeza la zona de su cuello donde solía acumularse el estrés. Gimió quedamente mientras un par de tersos labios se deslizaban por la zona trasera de su oreja izquierda, enviándole placenteros escalofríos. Loki estiró la cabeza hacia tras en busca de más contacto, como un gato. Sintió una suave risa acariciarle la nuca y luego esos dedos mágicos sobaron su cuello y lo relajaron de sobremanera.

 

Oficialmente estaba sintiéndose muy consentido por Thor, pero él se había ofrecido a darle el masaje y no iba a desperdiciar la oportunidad. Todavía estaba un poco resentido por la pelea estúpida que habían tenido en el hospital, así que esto era como un bonus a la disculpa de su idiota hermano. El rubio de barba tocó un punto que lo hizo estremecer.

 

     —Más, Thor… ahí. —jadeó suavemente mientras su figura descansaba lánguidamente sobre el sofá de cuatro piezas de su sala. Cerró temprano el Café para estar con su hermano un poco más de tiempo antes de que él tuviera que regresar a su trabajo en S.H.I.E.L.D. Un poco de tiempo a solas no le caía mal a nadie. Aquellas manos traviesas se deslizaron de su cuello por los hombros, y abordaron su pecho, bajando cada vez más y más hasta llegar a su abdomen. Él sonrió con picaría y echó el rostro hacia atrás para encontrarse en la mirada profunda de Thor.

 

     —No hagas esos sonidos, hermano. No cuando llevas mucho tiempo lejos de mi cama y de mi cuerpo. —y con una sonrisa traviesa, bajó el rostro hasta capturar los labios de Loki. El respaldo del sofá los separaba un poco, pero no lo suficiente. El pelinegro rió en medio del contacto de sus labios, mientras alzaba una mano hasta la barbilla del más alto y lo atraía para profundizar el beso. Sus lenguas chocaron amigablemente, y comenzaron una danza de saliva que le pareció al ojiverde lo más erótico de su vida. Thor podía ser un troglodita, pero tenía una manera de besar tan sutil y tierna, que no combinaba con su personalidad dominante, pero que secretamente le encantaba.

 

Estaba a punto de sugerirle ir a la habitación, cuando un sonido insistente y poco agradable cortó su momento. Loki gruñó sin querer separarse del contacto, pero el celular no dejó de sonar. El rubio le mordió juguetonamente el labio inferior y le guiñó un ojo antes de separarse y contestar la llamada. Loki suspiró con frustración y se acomodó mejor en el sofá para poder ver a Thor tomar la asquerosa e inoportuna llamada. Él no contestó, sin embargo. Se limitó a ver la pantalla del celular que no paraba de sonar. Un deje de duda atravesó su mirada, y mordió su labio inferior. Después esperó a que el sonido se fuera y apagó el celular, dejándolo de nuevo sobre el mueve en el que estaba. Volvió hacia él.

 

     —¿Quién era? —se vio a si mismo preguntando. La curiosidad lo invadió por segundos eternos cuando el mayor guardó silencio. Uno de los incómodos. —¿Son esos locos para los que trabajas que quieren que vuelvas ya?... ¿Es alguien más, acaso? —muy bien. Oficialmente parecía una chica celosa preguntando esa especie de cosas absurdas, pero su lengua no se detenía. Volvió el rostro hacia Thor, buscando una respuesta en sus ojos, sus facciones. Encontró algo de incertidumbre, y él mismo se llenó de ella también. ¿Qué estaba ocurriendo?

 

     —No era nadie, Loki. Absolutamente nadie. —le susurró suavemente con una sonrisa tranquilizadora y depositó un suave beso en su cabeza. Lo giró, y tras el respaldo del sofá, pudo sentir sus dedos de nuevo en el cuello, tratando seguramente de distraerlo para que no siguiera preguntando. Thor siempre lo hacía. Sin embargo, él se sentía más tenso que al principio. Y esto no parecía que iba a desaparecer pronto. Alejó las manos de su cuello y se levantó del sofá. Se encontró frente a frente con el musculoso hermano mayor por el que tanto tiempo se dejó engatusar de maneras similares a estas. Lo conocía. Algo estaba sucediendo.

 

     —¿Hay algo que deba saber? —se cruzó de brazos y le lanzó una de sus miradas más frías, buscando algo de objetividad frente a eso. Las dudas estaban carcomiéndolo, y el temor a lo que diría Thor ante esa pregunta. Su hermano era una de las personas más sinceras que conocía, y si algo pasaba, se lo diría… ¿verdad? Thor suspiró cansado, rodeó el sofá y llegó a su lado, para tomar su continuar con sus fuertes manos y atraerlo en un abrazo prolongado que Loki no negó, pero tampoco correspondió.

 

     —Sí, hermano. —murmuró contra su oreja, haciéndolo estremecer por el tono de voz sugerente que usó. También por la idea de que algo estuviera mal con ellos—. Debes saber que odio que nos interrumpan cuando estamos en algo íntimo. —le susurró contra el cuello, depositando pequeños besos y frotando con sus manos su cintura. Loki quiso separarse, pero los fuertes brazos de Thor lo rodearon—. No tengas miedo. No ha pasado nada. —y juntó sus labios para besarlo de una manera que hacía que las rodillas de Loki se volvieran gelatina. Él correspondió el beso con fuerza, con dudas e incertidumbre. Necesitaba aferrarse a algo.

 

Y ese algo significaba creer en las palabras de Thor aunque fueran mentira.

 

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Jane frunció el ceño y se pasó la mano por la frente. La primera llamada había sido perdida, estaba bien con eso, probablemente Thor no hubiese escuchado el teléfono. ¿Pero la tercera también? Y luego, cuando intentó de nuevo se llevó una horrible sorpresa. El teléfono estaba casualmente apagado. ¿Por qué? No había motivos para no querer hablar con ella, ¿o sí?

 

Jadeó, totalmente frustrada, y se tiró de espaldas a la cama sin importarle deshacer el peinado por el que había pasado una hora y algo más frente al espejo. Se peinó, utilizó un vestido lindo que había comprado en un viaje a Suecia y que no había estrenado—lo guardó para una ocasión especial—tardó en pintarse mucho más de lo previsto. No sabía si se veía tonta, o exagerada. Se paseó nerviosamente más de cuatro veces por todo su departamento antes de llamarle al rubio y proponerle salir a cenar, ¿y todo para qué? Era una tonta. Debió llamar antes.

 

Llevó las manos hacia su cara y se cubrió con ellas. ¿Qué estaba haciendo? Se suponía que su amor por Thor había terminado el día en que él se marchó en busca de Loki. Perseguirlo y encontrarlo había sido siempre lo primordial en la vida del blondo. Seguramente lo había encontrado, y lo había perdonado. Sí, ella sabía la historia. Sí, ella conocía a Loki, el hermano nada amigable del tipo que le gustaba desde siempre. A ella no le caía mal, al contrario, siempre le pareció un hombre con clase y con quien podría llevarse bien, parecía agradarle el teatro y el arte en general. Pero él había sido muy arisco y grosero con ella en aquellos tiempos. ¿Habría cambiado ahora? Esperaba que sí.

 

Soltó el aire que estaba reteniendo y se dispuso a quitarse los pasadores del cabello, viendo como poco a poco su esfuerzo en controlar su cabello se venía abajo junto con las ilusiones de pasar una noche cenando con Thor.

 

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Tony se recargó en la pared al lado de la puerta de la habitación de huéspedes más grande que tenía en su Pent House. El doctor hacía mucho tiempo que estaba ahí adentro atendiendo a Jarvis, quien les había pegado un susto horrible. Sintió unos pasos aproximarse y de repente tenía a Steve frente a él saliendo de la habitación, viéndolo de esa forma tan preocupada que lo hizo sentir un nudo en la garganta. Él desvió la mirada no queriendo encontrarse con ese par de ojos celestes que parecían traspasarlo.

 

     —Jarvis estará bien, Tony. El Doctor dijo que está estable. —informó con voz suave, esperando que su tono calmara al hombre necio que tenía enfrente. Pero Tony simplemente hizo un amago de sonrisa torcida. No resistió más y lo atrajo hacia su cuerpo sin importarle que el empresario pudiera rechazarlo. De vez en cuando las personas necesitaban un abrazo en tiempos difíciles, y Tony no estaba alejado del estereotipo y la necesidad. Esperó un empujón, pero se sorprendió gratamente cuando el castaño pasó ambas manos por su cintura y las acomodó en su espalda, abrazándolo también. Steve sintió que todo desaparecía en cuanto el aliento cálido de Tony le rozó la playera.

 

     —Jarvis simboliza mi familia, Rogers. —murmuró, estrujando entre sus puños la playera de Steve. Se sentía vulnerable y pesado. Por suerte el rubio no podía ver su cara en esos momentos. Sentía los ojos escocerle, pero no iba a llorar. Porque Tony Stark jamás se mostraba débil ni lloraba. Se limitó a apretujar más a Rogers contra su cuerpo. Se negó a pensar en la posibilidad de su mayordomo muriendo. En él solo—. Es como un padre para mí, incluso más preciado que cualquier miembro de mi familia. —murmuró con un nudo en la garganta. Él, un hombre egoísta y narcisista, preocupándose por alguien más. Los besos que Steve comenzó a repartir sobre su cabeza lo aliviaron más de lo que pensó, y la respiración tranquila moviendo sus cabellos castaños lo acunó. Sus brazos se sentían especialmente fuertes como un escudo.

 

Rogers no contestó nada, pero no fue necesario. Tony no necesitaba palabras lindas, necesitaba un apoyo tangible, y le alegraba serlo en este momento. Sintió removerse al empresario bajo su cuerpo y se alejó un poco, sólo para saber qué estaba haciendo. Él le sonrió suavemente y subió el rostro, buscando sus labios en una petición muda de apoyo. Steve correspondió el contacto haciéndolo suave, tranquilizante. Como si con el simple hecho de besar a Tony pudiera calmarlo. Se quiso separar en cuanto la puerta se abrió, pero el castaño lo impidió tomándolo más fuerte de la cintura. Dejaron de besarse, sin embargo. El doctor los miró impasible, como si estuviera acostumbrado a este tipo de relaciones. Steve, por el contrario, no pudo ocultar la vergüenza que bailó sobre sus mejillas. Los invitó a pasar y entonces fue cuando por fin rompieron el abrazo.

 

Jarvis estaba acostado con las cobijas perfectamente puestas sobre su cuerpo. Su cabeza reposaba lánguidamente entre los almohadones de forma perezosa, y sus canas se mezclaban con el blanco de la tela acolchonada. Los miró con una pequeña y casi imperceptible sonrisa. Steve no comprendió hasta que sintió el tirón en su mano cuando tony avanzó un par de pasos más. No se había dado cuenta que estaban tomándose de las manos hasta ese momento. Algo revoloteó cálido en su pecho.

 

     —El señor Jarvis está estable. Necesita solamente un poco de reposo. Tiene prohibido desde ahora agitarse demasiado, hacer esfuerzos innecesarios, cargar cosas pesadas. Si es posible, debe dormir diariamente ocho horas reglamentarias, así como descansar al día por lo menos cuatro hroas intercaladas con sus labores. —recomendó, alternando la mirada entre los tres presentes—. Y debe tomar estas pastillas, con las recomendaciones escritas. No volverá a sentise mal si tiene estos cuidados. —le alargó la nota medica a Tony, quien la tomó con su mano libre y se la guardó en el bolsillo después de leerla—. Debe seguir al pie de la regla mis recomendaciones, Jarvis, tuvo un pre-infarto y puede volver a presentarse si no cuida de su salud. —y tomó su maletín, recibiendo el cheque que el millonario le extendió. Steve rompió el agarre de su mano y acompañó al Doctor hasta la puerta. Tony y Jarvis necesitaban un momento a solas.

 

     —Señor… —comenzó el mayordomo, pero el castaño inmediatamente lo mandó callar levantando una de sus manos. Se acercó hasta la cama y tomó asiento a un costado del cuerpo mayor. Jugó un poco con las cobijas, pero finalmente tomó la mano vieja de Jarvis entre las suyas.

 

     —¿Qué jodidos crees que haces preocupándome de esta forma? Sabes bien que no estoy hecho para estas situaciones, así que si no quieres que te despida por causarme estos sustos, debes cuidarte más. Ya oíste al Doctor. —le regañó con mirada severa, pero una suave risa gorgoreó desde lo profundo de la garganta del hombre mayor— ¿Qué te parece tan gracioso? —preguntó aparentando estar ofendido.     

 

     —Sus palabras, señor. Usted jamás sigue las recomendaciones de los médicos, pero me obligará a hacerlo a mí, sin embargo. —sus ojos se pasearon por el techo antes de encontrar los ojos color chocolate que lo miraban con algo parecido al cariño de un hijo. Eso le revolvió el corazón con una sensación dulce—. Además, a mí no me puede despedir. —agregó sonriendo.

 

     —Ya. En ocasiones eres como el hermano odioso al que no le puedes dar el divorcio de ser familia. —comentó refunfuñado pero luego le sonrió cálidamente. Llevó una de sus manos hasta los mechones canosos de Jarvis y los acarició entre sus dedos. Recordaba todavía el cabello negro que solía cubrir esa cabeza. Esos ojos vivos y fuertes, su presencia. Su voz calmada y tranquilizadora cuando él lloraba por un regaño de Howard, o la severidad y decepción en sus años de rebelde juventud. ¿Es que tanto tiempo había pasado sin darse cuenta? Tantos años transcurridos. Tanta historia.

 

     —Me alegra que me considere de su familia, señor. —le agradeció sinceramente. El castaño asintió y se levantó, dispuesto a dejarlo dormir porque el otro se notaba claramente agotado por todo lo que había pasado en las últimas horas. Esperó a que Jarvis cerrara los ojos para apagar las luces y cerrar la puerta del dormitorio. Se recargó contra ella y sus ojos se llenaron de lágrimas, sin que las dejara caer. No podía concebir una vida sin Jarvis a su lado. No podía pensar en la posibilidad estúpida de él dejándolo solo. Y suspiró con una sonrisa triste en los labios, mientras cerraba los ojos y alzaba la barbilla para evitar llorar, respirando profundo y alternado.

 

Jarvis era más padre para él, de lo que en su tiempo fue Howard Stark.

 

o.o.o.o.o.o.o.o

 

Sintió unos pasos detrás y no necesitó voltear. Sólo una persona podía ser quien estuviera ahí. Dejó su libreta de dibujos sobre la barandilla gruesa de la azotea, y se giró para encontrarse con la figura de Tony, viéndolo desde el ventanal con dos copas en las manos. Se acercó y recibió un casto beso en los labios, mientras el castaño le pasaba una copa para que bebiera con él. Regresó a donde estaban sus dibujos, con el millonario detrás.

 

     —¿Qué haces? —preguntó tomando un sorbo de su Brandy, que en ese momento parecía necesitarlo como el agua. Llevaba un tiempo ya sin tomar demasiado, y todas las emociones que había sentido lo orillaban siempre al alcohol. Hojeó el cuaderno de bocetos de Rogers y se dio cuenta que había pequeños dibujos de edificios y construcciones, paisajes y Central Park. Sin embargo, parecía que tenía hojas arrancadas. Se abstuvo de preguntar. Steve tomó un trago de su bebida y se recargó en el barandal, mirando hacía la gran ciudad. El paisaje nocturno acompañado por la suave brisa fría lo reconfortaban demasiado. Quedaron en silencio por algunos minutos, cada quien perdido en sus propios pensamientos. —¿Por qué estás aquí afuera? —cuestionó con un tono de voz bajo, pero que el rubio pudo oír fácilmente debido a la cercanía de sus cuerpos. Hombro con hombro, ambos miraba la ciudad desde aquel gigantesco rascacielos.

 

     —Sólo quería salir a mirar la noche un rato. —se encogió de hombros, sintiéndose extrañamente melancólico en ese momento. ¿Las estrellas se verían igual desde la ventana de su tío? ¿Desde el cuartel? ¿Las estrellas también habían viajado en el tiempo con él? —. Quería observar qué es lo que pasa mientras miro aquello que es inalcanzable. —Tony siguió la dirección de sus ojos azules. Steve miraba algo tan simple como las estrellas en el cielo. Inalcanzables—. Decía un amigo mío que las casualidades no existen. —murmuró, trayendo a su memoria el rostro de Bucky—. Decía que todo está escrito en las nubes y las estrellas con tinta invisible. Que las personas van mezclándose entre las páginas de las historias de otras personas para compartir y protagonizar un guión ya establecido. —sintió las yemas de los dedos del castaño acariciar sutilmente su antebrazo. Sonrió ante el gesto—. Mi amigo decía que todos somos actores principales y secundarios, según donde nos encontremos. Es una bonita manera de hablar de destino, ¿no crees? —y entonces sus azules gemas viajaron al mar profundo que eran los ojos chocolate de Tony.

 

     —El destino es para los perdedores. Es sólo una excusa estúpida para esperar que las cosas sucedan en lugar de hacer que sucedan. —sus ojos se mostraron firmes ante su idea—. Sin embargo, es una linda metáfora para perseguir tus sueños, si es lo que querías decir. —y una risa suave escapó de los labios del rubio. sí, eso había querido decir. Tony era… diferente. A su manera era especial. Y eso lo envolvía. Sintió sus dedos entrelazarse con los del millonario, quien lo atrajo en un beso lento y suave. Lo fue jalando hasta sentarlo sobre el sofá de tres plazas que se encontraba ahí afuera, en la azotea.

 

Se sentó a horcajadas sobre él, y con delicadeza abrió el zipper del pantalón de Steve. Él no hizo nada para detenerlo, y gimió cuando esa mano fría rodeó su miembro y comenzó a moverla suavemente, al compás del beso que acababa de empezar. Rogers seguía sintiéndose nervioso, pero logró desabrochar la camisa de Tony y quitársela, para después hacer lo mismo con su playera. Los labios de Tony se ciñeron en torno a su cuello y fue dejando pequeñas mordidas, besos y lametones. Él desabrochó la hebilla de su pantalón y tiró poco a poco de él, acariciando la piel masculina del hombre que tenía encima. Tony suspiró en cuanto los dedos de Rogers tocaron su miembro por encima de la tela, y se apresuró a sacar su falo para unirlo con el otro y comenzar una danza suave. Steve jadeó y sintió una mano de Tony entrelazarse con la suya, para luego dirigirla hacia sus miembros. No sabía bien lo que estaba pasando, y sus mejillas las sentía calientes por la vergüenza, pero la suave risa de Tony en su cuello lo alentó a tocar sus miembros unidos. En un momento inconsciente, el militar llevó su pulgar a las puntas que goteaban pre-semen, haciendo gemir de gozo a ambos.

 

Tony se levantó y se quitó el pantalón de una vez, quedando totalmente desnudo. Después hizo lo mismo con la prenda de Steve. Volvió a subirse sobre su regazo y lamió dos dedos para después llevarlos hasta su entrada. Buscó necesitadamente los labios de Steve, encontrándolos mientras se preparaba para algo más grande. Elevó un poco la cadera y se sentó en un movimiento. El latigazo de dolor lo atravesó y él apretó los hombros del rubio en respuesta. Steve gimió en su oído por la sorpresa, y esperó algunos segundos antes de tomar suavemente y todavía con duda las caderas de Tony y empezar a moverlas.

 

El ritmo no era desenfrenado ni rápido. Era lento, suave. La brisa de la noche les calaba, pero hacía más excitante el momento. ¿Lo podría ver alguien? No. Solamente si un helicóptero pasara relativamente cerca de la Torre, cosa que era casi imposible. Los movimientos fueron profundizando, y con ellos, los gemidos y jadeos de ambos. Tony sintió los gruesos labios mordiendo sus clavículas, mientras él alborotaba los mechones rubios. Se balanceó más sobre el otro cuerpo, y cuando se sintió cerca del final, llevó su mano hasta su propio miembro. El clímax lo alcanzó antes que Steve, retorciéndose entre sus fuertes brazos mientras ahogaba un gruñido en los labios suculentos del rubio. él dio algunas embestidas más y luego se corrió en su interior, susurrando su nombre y apretando con sus dedos sus caderas. Stark se desparramó encima del ojiazul y se quedó ahí por algunos minutos, sin decir palabra alguna.  

 

     —Tony, es hora de ir a la cama. — le susurró suavemente cuando lo sintió más pesado que de costumbre. Removió un poco su brazo, pero el otro no reaccionó. Su respiración era lenta y pausada cuando se alejó un poco para poder verle el rostro. Sonrió lenta e inevitablemente. Tony se había quedado dormido. No podía despertarlo, sería algo cruel. Así que se acomodó mejor sobre el ancho sofá y se recostó como pudo con el otro encima, siendo cuidadoso de no despertarlo. Su espalda descansó en uno de los brazos del sofá, mientras Tony se revolvió para acurrucarse sobre su pecho, con las manos rodeándole. No hizo otra cosa más que corresponder al abrazo.

 

Si, estaban completamente desnudos. Y si, probablemente pescarían un resfriado. ¿Pero qué importaba? Si eso incluía ver a Tony dormir cual niño pequeño, podía suponer un sacrificio de su parte. Jamás lo había visto tan vulnerable. Su rostro era más joven de esta forma, con las pestañas caídas y los labios entreabiertos. Pasó una de sus manos por su espalda, acariciándolo, y lo escuchó suspirar entre sueños. Sus dedos se movieron hasta instalarse en sus mechones rebeldes, y comenzó a pasarlos por ellos. Acariciaba su nuca delicadamente, trazaba caminos imaginarios con sus dedos, sintiendo la textura suave de su cabello. Aspiró y depositó un beso sobre su cabeza.

 

Alzó la vista al cielo, y trató de contar las estrellas que había en el firmamento. No tenía sueño. Pero estaba algo cansado. Con todo el asunto de Jarvis y ver la preocupación de Tony… eso sólo lo hizo recordar a sus tíos, a Peggy. A Bucky. ¿Estarían todos ellos bien? Ojalá que sí. Se sentía perdido, a pesar de que Tony lo estaba cobijando y arrastrando hacia otro nuevo mundo desconocido para él. Con sus rabietas, sus regaños, sus retos. Con esa mirada y esas sonrisas, su tono sarcástico e imposible personalidad. Pero extrañaba a su familia y amigos. Como si de repente él hubiera caído en picada y ahora estuviera buscando la forma de regresar arriba, con todos los demás. Pero él era como una estrella.

 

Una estrella que no podía regresar al cielo. 

 

 

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado el capítulo *u* ando un poco cursi, así que lo escribí en un momento de miel xD

Me gustaría que me hicieran saber qué piensan :D

¡Un beso enorme!


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