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El tiempo entre nosotros por Sawako_chan

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Notas del capitulo:

¿Difícil? Difícil es decirle adiós a una historia. Sé que suena exagerado, que es solamente un ciclo que se termina; que vendrá alguna nueva historia y seguiré escribiendo. Pero es un sentimiento inexplicable el ponerle fin a algo que ha crecido conmigo en este último año y medio.

Cuando comencé este proyecto, jamás pensé que llegaría tan lejos. “Doce capítulos” me dije cuando comencé a escribir. Y la inspiración, el apoyo, el tiempo, todo se alargó hasta transformar a este fic en una historia larga. Realmente me daba miedo no terminarla, quedarme a la mitad y luego perder el interés.

Pero debo darles las gracias a ustedes porque con sus hermosos comentarios, me impulsaron a seguir adelante. GRACIAS a quienes comenzaron este viaje conmigo, a quienes llegaron a la mitad, y a quienes leyeron toda la historia de corrido hasta alcanzar este capítulo. ¡Los amo! No saben cuántas veces ustedes levantaron mis ánimos. Para mí, escribir esto fue una experiencia maravillosa, y me alegra haber podido tocar sus corazones. Esta historia es una parte de mí, de mi forma de ver el mundo, de mi percepción. La vida no es perfecta, no. Nos quita, nos da. Pero hay que seguir, aunque a veces parezca imposible.

Ha sido tremendamente difícil escribir este desenlace, porque tenía mil cosas que explicar y plasmar, y no sabía ni por dónde empezar. Es casi un alivio poder decir “terminé este proyecto” porque me siento orgullosa de que lo logramos, ¡sí! Ustedes y yo. Pero también me entra la nostalgia de cerrar esta historia. De ponerle fin a unos personajes que se llevaron una parte de mí, también.

Han sido unos compañeros excelentes en este viaje, porque no solo fueron mis lectores. Me abrieron una parte importante de su mundo, me dijeron sus nombres, sus nacionalidades, y no hay nada más hermoso que enterarte que te leen desde otro país u otro estado. Nada más hermoso que saber que tu historia ha tocado un corazón aquí y allá alrededor del globo.

Y me siento feliz y triste, también.

Y bueno, aquí estoy con tanta palabrería y no les dejo leer, así que nos veremos en las notas finales para unas noticias que tengo para ustedes.

Este capítulo final fue inspirado en unas cuantas canciones que algunos me mencionaron en sus comentarios (hermosos todos) y de las cuales, quiero destacar dos a cortesía de Jacob, y las cuales son:

Falling fast- Avril Lavigne

One less bell to answer/A house is not a home - Glee´s versión

 

   

 

Capítulo 34.- Tiempo después del tiempo.        

 

 

 

De repente sonó el despertador y ya era Abril.

 

Cuando Tony despertó, no vio a Steve a su lado. No era la primera mañana que amanecía sin él, pero aquella se sintió extrañamente solitaria. Quizá porque lo soñó esa madrugada; quizá porque había dormido con una de sus camisetas. Quizá porque no podía olvidarlo por más que lo intentara.

 

En Nueva York, él se encargaba de sus horarios—y de modificarlos cuando le placiera—y estando en Malibú, no era muy distinto. Tres meses tenía ya que residía como ermitaño en esa gran casa que alguna vez le pareció hermosa y pacífica, y que ahora se le antojaba gris y solitaria. Steve nunca había pisado esa residencia, pero no hacía falta que lo hubiera hecho para que su ausencia se sintiera en el aire. Y eso le aterraba. Su voz seguía estando en el aire, su perfume impregnado en la ropa, su sombra en la gran cama, y por si fuera poco: el recuerdo de sus labios en sus noches.

 

Había querido intentar olvidarlo refugiándose en brazos desconocidos, pero una y otra vez terminaba fracasando. Nadie podía llenar ese vacío, nadie sabía dónde ni cómo tocar. Nadie era Steve ni lo sería jamás. Y tres meses no habían cambiado eso, así como seguramente nada se modificaría en mucho tiempo.  

 

Así que decidió que bajar a la playa era una buena idea.

 

Se había refugiado como un niño perdido en esa gran y moderna casa, pretendiendo que nada pasaba, tratando de engañarse él mismo mientras su corazón se hacía pedazos cada día más. Y era tan masoquista que incluso había enmarcado y colgado en las paredes de su casa los dibujos de Steve, ¿acaso no estaba loco? Pero la ausencia se sentía tan poderosa, que nada podía hacer salvo eso para remediar un poco el abismo que se ceñía sobre él con burla.

 

Con una camiseta de manga corta y suelta, y un par de pantalones cortos y gafas de Sol, miró con melancolía el inmenso mar azul que se le presentaba imponente. En todo ese tiempo ni siquiera había puesto un pie fuera de su increíble mansión—pedía cualquier cosa a domicilio—pero este era su límite. La soledad lo estaba carcomiendo, la incertidumbre, las emociones. Todavía recordaba el primer mes ahí: bebiendo hasta el amanecer, trabajando en los últimos toques de su IA e instalándola, llorando un poco por Jarvis y otro tanto por Steve. Luego había venido el segundo mes, aquel donde la aceptación de lo inevitable llegó y se dispuso a seguir con sus proyectos. Aquel mes donde entró la primavera, y con ello, nuevas revelaciones de cosas que venía ocultándose: que amaba a Steve. Que había sido un estúpido.

 

Y entonces el trabajo constante y sin parar que había surgido de una idea disparatada de que tal vez, Steve estuviera esperándolo. De que tal vez también quisiera regresar pero no tuviera el medio, ¿y si él lo tuviera? Así que trató de construir una máquina para traerlo de regreso, y lo consiguió. Logró hacer que funcionara, pero antes de ponerse en marcha, la rompió. Con sus propias manos y con ayuda de un tubo de fierro se deshizo de ella. Gritó, aventó, pateó. Se sintió estúpido, torpe, un niño. Destruyó paredes y cosas de su laboratorio. Incendió los planos de esa máquina y se dijo a sí mismo que no volvería a pensar que tenía una oportunidad. Porque la vida ya le había arrebatado todo.

 

Y entonces, en su tercer y último mes había trabajado en proyectos sin sentido, en cosas banales. Una y otra vez miró fotos viejas y el vídeo de Howard. Rememoró las palabras de Jarvis, bebió vino y de su mejor brandy hasta caer borracho. Trabajó sin parar día y noche hasta que sus ojeras se hicieron moradas y formaron parte de su rostro como un encanto natural. Resistió cuatro días sin dormir hasta que cayó en la escalera, totalmente agotado por el sueño. La incomodidad del lugar le pasó factura cuando despertó dos días después. Parecía un vagabundo sin rumbo fijo, delgado, con la barba crecida, despeinado, los ojos rojos. Devoró todo lo que encontró en la cocina y después vomitó. Ningún rastro del hombre soberbio de las revistas. Del orgulloso Tony Stark solo quedó el recuerdo.

 

Porque todo era una mierda. Porque él se había convertido en una.

 

Así que se puso manos a la obra y decidió que era buena idea tomar una larga ducha que duró algún par de horas hasta que se sintió limpio del cuerpo y del alma. Hasta que sintió que podía mirar a la vida de frente y seguir avanzando. Entonces se rasuró, se arregló, comió moderadamente y durmió sus horas. Y recuperó algo de vitalidad, esa suya tan característica que parecía haberle abandonado los últimos meses. Se comunicó con Pepper—que lloró tras la vía telefónica aunque trató de ocultarlo—y se puso al tanto de Industrias Stark. Fue suficiente escucharla un par de minutos para extrañarla demasiado, para también sentir su ausencia. Pero no prometió volver. Todavía no.  

 

Y entonces, una semana después de lo sucedido, estaba ahí.

 

Inhaló el olor del mar y comenzó a pasear por la arena, que había perdido el calor del día y le enfriaba los pies al metérsele en las sandalias. Y como no tenía cosas mejores que hacer y el lugar era un calmante natural, se sentó a orillas de las olas, donde no pudieran alcanzarlo. Recargó los codos en sus rodillas, y sobre sus manos abiertas, su mentón. En esa posición permaneció horas, pensando y no haciéndolo al mismo tiempo. Las olas se estrellaban contra las rocas a lo lejos, se desvanecían en la arena. Parecía que no importaba, ellas siempre trataban de llegar más lejos. 

 

Después de la ruptura con Steve, todo se volvió borroso. Fue una de esas rupturas que te dejan llenas de grietas las paredes de una vida. Tony se sentía vacío, como si se hubiese quedado con todos los cómos, y Steve se hubiese llevado todos los porqués. Él nunca había querido a nadie más que a sí mismo, y descubrió demasiado tarde que su hora había llegado. Que alguien había entrado como un huracán en su vida irrumpiendo con esa sonrisa vacilante e inocente. Que lo había llenado de mimos y una manera diferente de ver la vida. Entonces Tony se dio cuenta de que lo quería y que ese sentimiento jamás iba a cambiar. Porque cuando quieres, quieres para siempre, aunque luego la eternidad no dure ni un año. Los sentimientos, cuando se arrancan de lo más profundo, no tienen noción del tiempo.

 

Tomó un puño de arena y trató banalmente de que no se escurriera entre sus dedos, pero fue inútil. Se desvaneció poco a poco, justo como todo. Se dio cuenta que mientras más alto subía, más retumbarían los portazos. Y no le importó. Jugó un juego del que quería probar que podía tener a cualquier persona a sus pies, y su ego fue lo suficientemente alto como para intentarlo con un militar de un siglo pasado. Y lo consiguió, vaya que lo hizo. Pero el precio que pagó por su vanidad fue, quizá, demasiado alto. Porque desde donde estaba en este momento, no se veía nadie ni nada entregándole un trofeo por haber conseguido seducir a un Capitán. Ni siquiera la victoria le dejó su sabor en los labios.

 

Y entonces vio el Sol ponerse poco a poco, miró la tarde morir en el horizonte, anunciando que el día estaba nuevamente acabando. Y que él no había hecho nada más que seguir lamentando pérdidas en su vida. Jarvis le había dicho que la felicidad no caería del cielo, que en realidad lo único que cae del cielo es la lluvia. Él tenía que sacudirse el trasero, levantarse e ir a buscar aquello que le hacía feliz. Para él, había una sola persona que podía conseguirlo.

 

Un barco se desvanecía a la distancia cuando Tony se levantó y se quitó las sandalias para regresar a casa. Sus dedos sintieron la tibia arena bajo su piel, y la sensación de paz fue tan grande que por un momento sintió que podía arreglar todo lo que estaba roto. Sus ojos viajaron, mientras ascendía la pequeña colina, observando cómo la luz natural del día moría, para ser sustituida por las luces brillantes de las casas. De las pocas que había cerca.

 

Las sombras bailaban en el rostro de Tony como relojes marcando el tiempo trascurrido. El tiempo después del tiempo. El tiempo marcándolo a él como un loco, un loco que acaba de darse cuenta de que Steve es el hombre que ama.

 

El hombre de su vida.

 

El paisaje se oscurece.

 

Es triste.

 

Pero tal vez, hay una pequeña esperanza, también.

 

o.o.o.o.o.o.o

 

     —¿Qué crees que estás haciendo, Clint? —le bramó Natasha, con los ojos chispeantes en furia. Sus brazos estaban en jarras en sus caderas. Desde su posición en la puerta de la habitación, tenía la clara muestra de traición. Su pareja estaba nada más y nada menos que espiando su ropa interior íntima. A él pareció recorrerle un escalofrío. No, ya nada podía hacer porque ella estaba viéndolo.

 

     —Ehh… —se quedó tieso en su puesto. Maldita sea la hora en que su flojera atacó su lado lívido y decidió ir hasta ahí y abrir el cajón prohibido de su chica—. Estaba… ¿por qué no te has puesto esta tanga roja de encaje que te iría perfecta? —le enseñó la prenda de la que hablaba, tratando de deslindarse de la mirada asesina que parecía atravesarle con veneno—. Realmente a veces dudo que seas una chica Nat, así que me di el trabajo de revisar. ¿Qué es esto? —le enseñó otra prenda, mucho menos atractiva que la tanga roja que aún tenía en la mano izquierda—. ¿Sabes que esto mata la pasión? Parecen de tu abuela, en serio que-

 

     —Lo uso para hacer yoga en casa. Y es un short, estúpido. —avanzó hasta él y le quitó ambas prendas de las manos, metiéndolas en su cajón y cerrando de golpe. Clint se apartó dos metros de ella como si quemara. Como si fuera a comprobar su apodo de una vez por experiencia propia. Pero…

 

     —Espera un momento, ¿por qué no te he visto con ese short nunca? —comenzó a imaginarse cosas, cosas realmente sugerentes de las que no era el momento ni la ocasión. Natasha entonces rugió por lo bajo y lo tomó de las solapas de la camisa suelta que él traía.

 

     —Porque nunca estás en casa. —le murmuró por lo bajo. El instinto le dijo que corriera. Que Natasha era una excelente novia, pero una horrible enemiga. Entonces alzó las cejas, queriendo llevar la conversación hacia otro lado.

 

     —¿Y si hacemos yoga? —cuestionó. Ella rodó los ojos mientras se dirigía a la salida.

 

     —Andando. La nueva misión nos espera.

 

o.o.o.o.o.o.o

 

La noche había llegado.

 

Finalmente, después de tanto tiempo, la tenía entre sus brazos.

 

Su sonrisa, su perfume: su esencia. Peggy era claramente una mujer hermosa y de carácter fuerte, pero no dejaba de lado su dulzura y esa hermosa sonrisa. Ella era ese tipo de personas que uno se encuentra pocas veces en la vida. Inteligente, culta, comprensiva. Steve había encontrado a la mujer perfecta, pero cada día que pasaba, se daba cuenta de una sola cosa: que aquel amor ya no estaba. Al menos no con la misma intensidad.  

 

Peggy obviamente se sentía emocionada por recuperar todo aquello que tuvieron y que ahora parecía volverse más sólido con el paso del tiempo. En tres meses habían formalizado su relación frente a sus tíos, quienes estaban más que felices de conocer al amor de su sobrino.

 

Allí, al tenerla entre sus brazos mientras bailaban, recordaba todos los momentos juntos. Ella había sido su primer amor, y como tal, esos sentimientos aún parecían estar en su corazón. ¿Entonces qué había cambiado? Quiso hacerse el desentendido de sus sentimientos, aunque no podía seguir negándoselo. No era ella. Era él. Era Tony Stark y nadie más.

 

Sin embargo, el verla tan feliz le hizo sentir que todo era perfecto, que conseguirían toda esa vida planteada con niños corriendo por los jardines, llevándolos juntos a la escuela. Una casa en las afueras de la ciudad, la tranquilidad. A pesar de todo, en su cabeza seguía teniendo cierto resquicio de duda. De hecho, cuando se quedaba solo, siempre acababa pensando en Tony, ¿dónde estaría ahora?

 

No se dio cuenta cuándo fue que acabó la música, ni en qué momento Peggy lo jaló del brazo hasta salir al balcón de la fiesta. Los había invitado un coronel importante, pero había estado tan despistado en estos últimos meses que ni siquiera recordaba su nombre. El primer mes fue el más difícil, el que más trabajo le costó sobrellevar. Adaptarse nuevamente a la falta de tecnología, a los viejos conocidos. Extrañó las pláticas con Jarvis—¿cómo estaría él?— y las salidas a Central Park con Dingo. Extrañó a Natasha, su mejor amiga, su confidente. A Thor, Loki. ¿Cómo le estaría yendo a todos? Y por supuesto, no dejó de pensar en Tony. Lo dibujó día y noche hasta que sus carboncillos se acababan y sus dedos terminaban manchados. Descansaba cuando el cansancio lo obligaba a cerrar los ojos y entonces le soñaba. ¿Acaso la vida le estaba haciendo una broma? Él había seguido lo que creía era lo mejor. Lo que pensó era su destino, quizá no lo era del todo. Y la verdad era que la dicotomía entre sus sentimientos y lo que creía saber sobre sí mismo estaba desgarrándolo por dentro.

 

     —¿Estás bien, amor? —le cuestionó su—ahora—novia, mirándolo preocupada de arriba-abajo escrutadoramente. Él asintió un par de veces antes de tomar un trago de alcohol. Cuando su garganta se refrescó, pensó en el segundo mes de su estancia en su siglo. Había pensado en proponerle matrimonio a Peggy. En hacerla su esposa y dejarse de una vez de tonterías. Pero tontería era casarse con una mujer a la que ya no amaba. Ella seguramente esperaba la noticia, la petición que no llegó. Y que no planeaba hacerla por el momento. Primero tenía que sacarse a Tony del corazón. Dejar de verlo entre la gente, dejar de dibujarlo y soñarlo. Porque Steve se estaba hundiendo y no sabía cómo nadar hacia la salida. Porque quizá quería quedarse en el fondo, imaginando que estaba en otro lugar.

 

     —Deberíamos irnos, Peggy. Lo siento, pero estoy un poco indispuesto y-

 

     —Sí. —sonrió, con los ojos brillosos y un sentimiento que el rubio no supo definir—. Vámonos. —y lo arrastró a la salida, disculpándose con todos a su paso, alegando que la noche era larga pero el trabajo los había dejado cansados. Porque en ese último mes, había partido de nuevo a una misión tratando de olvidarse de Stark. Y mientras disparaba, mientras fijaba sus blancos, cuando se escondía, cuando comía y dormía, seguía pensándolo. Y estaba volviéndose loco. ¿Por qué no se quedó? ¿Por qué jodidos tomó la decisión de irse sin luchar? ¿Por qué se dio por vencido? Quizá… quizá con el tiempo y la dedicación necesaria, Tony le habría correspondido.

 

Pasaron por un pequeño parque, donde la oscuridad reinaba teniendo a la Luna de fondo, entre las nubes meciéndose como cunas colgantes. El viento soplaba fresco y tibio en esa noche de primavera. Peggy se detuvo de pronto, haciendo que pararan en medio de los árboles, donde nadie pasaba. Él quiso preguntar qué le sucedía, pero sólo la observó tomando sus manos y entonces notó que temblaba. Que tras ese elegante vestido rojo se encontraba una mujer con dudas e incertidumbre. Una mujer que quería respuestas.

 

     —Lo sé. —dijo de pronto, descolocándolo. Tardó algunos segundos en volver a hablar, pero finalmente lo hizo:—. Sé que hay alguien más, Steve. No soy tonta. —susurró, sonriendo tristemente con sus ojos viendo el piso. El rubio se quedó pasmado por un momento, sintiendo de repente que el suelo bajo sus pies se abría. Pensó que estaba haciéndolo todo bien, que ella no lo notaría, que… —. Necesito que me lo digas. Quiero dejar de creer esta mentira. —subió los ojos vidriosos hasta toparse con sus gemas azules—. Sé honesto. ¿Estás enamorado de alguien más? —pero hasta para ella era estúpido preguntar lo obvio.

 

Steve no soportó su mirada, sus lágrimas silenciosas corriendo por sus mejillas. No soportó hacer llorar a una mujer por el hecho de ya no amarla—…Sí. —confesó en voz baja. De su pecho se liberó un peso, como si una piedra hubiera sido removida cuando dejó escapar esa palabra que detonaría el resto de su vida. La escuchó hipar, la vio morderse los labios pintados en un perfecto carmín brilloso. Y sin embargo, no fue capaz de abrazarla.

 

     —¿Fue en el mes que estuviste lejos? —sabía que estaba haciéndose daño, que era masoquista y que le dolía. Que la confesión de Steve acababa de romperla en trozos pequeños que tardaría mucho tiempo en recomponer. Pero lo amaba lo suficiente como para escucharlo. Antes de novios habían sido amigos y compañeros, el apoyo del otro. Y esto estaba más allá de sus sentimientos.

 

     —Sí. —volvió a asentir. Sintió que Peggy apretaba sus manos entre las suyas y se reprochó a sí mismo porque esto no era justo para ella. Se merecía una explicación, sus ojos suplicantes demandaban por una. Steve decidió que era momento de dejar de mentirse a él y a los demás—. En el mes que estuve separado de ti, conocí otra gente y me enseñaron cosas nuevas… hubo alguien que me demostró una manera diferente de ver la vida. Estaba destruido, roto. Nunca había visto una persona así; sin embargo era alegre, inteligente, y yo… me enamoré. —no sintió vergüenza de decirlo. Simplemente se sentía como una basura, ¿qué carajos había hecho?  

 

      —¿Por qué volviste, entonces? —musitó entre sus silenciosas lágrimas. Se meció hacia adelante, tratando de calmarse. Ella era una mujer fuerte, claro que podía con esto. Necesitaba que su corazón, más allá del amor, comprendiera que había perdido en esta guerra. Que al lado de Steve ya no había nada más por lo que luchar.

 

     —Esa persona no me amaba. Y yo todavía pensaba en ti, así que decidí volver porque era lo mejor. Porque te extrañaba a ti y a mi familia. Porque mi deber era regresar. Pensé que el tiempo me haría olvidarle y seguir mi vida contigo, con el primer amor de mi vida. Con quien un día soñé un futuro. — trató de encontrar las palabras que menos daño le hicieran. Él sabía cuánto dolía el rechazo o el silencio.

 

     —Pero descubriste que no era lo que querías, ¿no es así? Que la persona en quien piensas ya no soy yo. —y el silencio que siguió sus palabras solamente se vio interrumpido por las hojas de los arboles meciéndose a causa del viento nocturno. Ella intentó desviar un poco la conversación del hoyo donde había caído:— ¿Deber, en serio? Nunca pensé que fueras tan débil como para no luchar por lo que quieres, ¿Dónde está el Steve que conocí? —se limpió con una mano las lágrimas, diciéndose interiormente que bastaba.

 

     —¿Qué quieres decir? —alzó una ceja, confundido por el rumbo un tanto torcido que todo había tomado ahora. Peggy, tan hermosa, tan femenina. Sus ojos parecían brillar más a causa de las lágrimas, y su pequeña nariz parecía una fresa en medio de la noche. Su cabello bien arreglado para la ocasión. Se preguntó porqué Tony se le había metido tan hondo en el corazón. Y peor aún, porqué llegó a pensar que le olvidaría.

 

     —Que debes ir a buscarla. Que ella debe sentirse orgullosa de tener a un hombre como tú amándola. Cualquier persona a quien entregues tu amor será dichosa. —llevó su palma derecha hasta el pecho del rubio, posándola cuidadosamente a la altura de su corazón. Los latidos eran un poco irregulares. Aquello la conmovió.

 

     —Pero… P-peggy, yo… —trató de explicar el hecho de que fuese un “él” y no “ella”, pero la castaña no lo dejó continuar.

 

     —Ya es demasiado tarde. No quiero que te preocupes, sé que realmente estarás bien. —una vez más se deslizaron lágrimas sobre sus mejillas. Se acercó a Steve y depositó un suave beso de despedida sobre la comisura de sus labios. Él todavía estaba sin poder creerse aquello. ¿Ella de verdad iba a dejarlo? —. Te amo tanto, que respeto el hecho de que estés enamorado de alguien más. Amar va más allá de estar con alguien. Amar es desear la felicidad del ser que se ama, y si esa felicidad no está a mi lado, nada puedo hacer ya. —frotó la mejilla de Rogers con su dedo pulgar.

 

Entonces él se aferró a ella como un niño pequeño, negándose quizá a la puerta que estaba abriéndose a su futuro, y la que se cerraba tras de él. Ella devolvió el gesto, escondiendo su rostro entre los pliegues del traje de Steve. Lloró y se desahogó. Iba a doler, claro que lo haría. No sabía cuánto tiempo le tomaría reponerse de un golpe de este tamaño, pero se sentía un poco bien al respecto. Atar a Steve a su lado no era algo que le hubiese gustado hacer.

 

     —Te deseo lo mejor del mundo, Peggy. —se separó un poco para mirarla a los ojos—. Eres una mujer hermosa; fuerte y valiente, y serás exitosa en todo lo que te propongas. ¿Todavía eres mi chica? —y la miró de una forma que consiguió que todo se aligerara un poco. Una sonrisa se asomó en los labios de Peggy, seguida por una corta carcajada llena de melancolía y un adiós que se sentía inevitable.

 

     —Lo seré siempre. —

 

o.o.o.o.o.o.o.o

 

La quinta taza de café en aquella calurosa tarde primaveral.

 

Y mientras revisaba una y otra vez sus planos, a Tony se le ocurrió que darse de latigazos nuevamente con sus recuerdos no era mala idea.

 

Ahora veía el mundo borroso, como cuando sólo lloras por dentro al no querer reconocer que estás realmente jodido. Y te llueve en el interior como si todo se inundase y quedara completamente inservible. Y entonces ya sólo sirves de recipiente para tantos errores y heridas. Tony se sentía como un cuerpo con habitación para los traumas, que se iban amontonando por falta de espacio debajo de la mirada, donde el brillo que antes había, parpadea ahora como una estrella a lo lejos a punto de explotar y consumirse para siempre.

 

Se dio cuenta muy tarde que no son los pasos que debería dar para estar junto a Steve lo que los separan, sino el miedo que le impide darlos. A veces lo peor de la soledad no es estar solos, sino darnos cuenta de que no tenemos suficiente valor para dejar de estarlo. Y nos quedamos quietos, como quietas se quedan las palabras en mitad de un silencio—como el que invade su taller subterráneo— esperando, que es el verbo favorito de la tristeza. Como sus palabras no dichas, que ahora le rompen los dientes buscando salir.

 

     —Cuarenta por ciento cargando, Señor. —una voz se inmiscuye por sus oídos sacándole de sus pensamientos. Tony por un momento se gira buscando a Jarvis con la mirada, como un niño pequeño buscando a su padre cuanto éste vuelve del trabajo. Pero entonces cae en cuenta.

 

Jarvis está muerto.

 

La voz que escucha es la de él, pero no su persona.

 

     —Trata de ir un poco más rápido Jav, no tengo tanto tiempo. Hazlo antes de que me arrepienta. —deja caer la frase, colgando de sus labios. Escucharlo todavía a veces le cuesta trabajo, sobre todo en ocasiones como esta. Le echaba tanto de menos, y necesitaba tanto un amigo, una voz conocida, que buscando entre sus grabaciones telefónicas encontró el timbre de voz de Jarvis y lo instaló a su IA, brindándole también un poco de la personalidad de su mayordomo y amigo. No planeaba dejarlo como un simple recuerdo, no a él.

 

     —O antes de que comience a beber y su estado etílico lo orille a dormir cuarenta y ocho horas seguidas, señor. Lo que suceda primero. —responde la voz robótica, con un deje de sarcasmo que hasta Tony se siente un poco sorprendido por la habilidad de la máquina—. Si me permite opinar, creo que la segunda opción es la más viable. —y entonces el castaño no puede evitarlo y ríe estruendosamente.

 

     —Es bueno tenerte en casa, Jarvis. —y cierra los ojos con una suave sonrisa en los labios.

 

o.o.o.o.o.o.o.o

 

Pepper estaba cansada.

 

Los últimos meses dirigiendo la empresa que Tony dejó botada sin más y se marchó, estaban acabando con ella. Entre reportes, juntas, la prensa, la junta directiva, la desaparición de Tony. A ella le preocupaba que algo malo estuviera sucediéndole aunque todos le aseguraran que el millonario podía cuidarse solo. La primera y última llamada que habían compartido estaba llena todavía de un lejano regreso. Su mejor amigo estaba destruido en su mansión de Malibú y ella no podía tomar un maldito avión y volar hasta ahí porque la empresa la ahogaba.

 

Necesitaba un trago.

 

A este paso dudaba seriamente en si se convertiría tarde o temprano en alcohólica. Comprendió un poco a Tony, después de todo.

 

Dos leves toquidos resonaron en la puerta principal y ella dio la indicación para que, quien quiera que fuese, entrara de una vez. Rogó internamente que no se tratara de su secretaria anunciándole alguna junta o compromiso.

 

Al contrario de lo que pensaba, por la puerta vio asomarse una cabellera semi-despeinada muy particular e inconfundible. Después, poco a poco y como rehusándose a entrar del todo, la silueta del Doctor Banner se dejó ver. La sonrisa de Pepper se iluminó al momento, como si de repente todo el peso que cargaba sobre sus hombros se hubiera decidido tomar un pequeño descanso y dejarla disfrutar de este momento.

 

     —¿Molesto? —entró, todavía un poco reticente. Pepper negó con un gesto y se acercó a él para saludarlo con un beso en la mejilla, muy cercano a sus labios. Bruce se sonrojó un poco y desvió la mirada, avergonzado. Ella sonrió porque el Doctor era un hombre muy lindo, amable, y… parecía una chiquilla sacando las cualidades del chico de sus sueños. Unas pequeñas flores acudieron a su encuentro y la rubia las encontró como las más hermosas que había visto nunca—obviamente había mejores, pero ninguna con este significado—.

 

     —¿A qué se debe esto, Bruce? —cuestionó con una sonrisa.

 

     —A que quiero invitarte a cenar esta noche. ¿Aceptarías? —a pesar del rubor semi-notable en sus mejillas, no fue cobarde ni tartamudeó al pedirle aquello. Habían tenido algunas salidas convencionales, paseos, caminatas. Un par de besos pequeños, quizá. Pero algo se hinchó dentro de Pepper cuando esto era una invitación forma, una... ¿cita? Sonrió y miró la pila de papeles que aún tenía pendientes para revisar.

 

     —Ojalá Tony vuelva pronto, porque no pienso hacer su trabajo toda la vida. También quiero formar mis momentos. —de nueva cuenta llegó a su lado, pero antes de que pudiera darle un beso como reconocimiento, su celular vibró con el tono de emergencia—. Pasa por mí a las ocho en punto, Bruce. —y le guiño el ojo, saliendo presurosamente de la oficina.

 

     —A las ocho, señorita Potts. —se rascó la mejilla con un dedo y no pudo evitar formar una sonrisa boba.

 

o.o.o.o.o.o.o.o

 

Una pequeña colina que sobresalía a las afueras del pueblo.

 

Aquel lugar era tranquilo, pacífico, con un manantial cercano, un molino a lo lejos, animales, árboles en abundancia. Un lugar para Steve.

 

Recién estaba adaptándose, cambiando sus cosas personales y amueblando su nuevo hogar. Había decidido vender la pequeña empresa que su padre le había dejado, y dejarles una pensión a sus tíos más que abundante para que pudieran vivir el resto de sus vidas. Con el dinero que le restó compró una pequeña cabaña acogedora y algunos animales para criar. Necesitaba estar solo. También se había retirado del ejército. Pidió el lapso de dos años fuera, y se lo concedieron. Así como Peggy había pedido un cambio de cuartel a Alemania, por un tiempo de cinco años.

 

No estaba listo para volver a las filas, a la tropa. No se sentía listo para ser nombrado Capitán porque todo volvía siempre al mismo punto: Tony. Y se sentía perdido y vacío porque era un idiota. Uno muy grande. Y entonces esto había sido un pequeño refugio, un escape. Buscaría algún otro trabajo, quizá como pintor. Haría algo nuevo, un trazo y rumbos diferentes en su vida. La monotonía era cansina.  

 

Esa mañana estaba regando sus plantas, quitando las ramas secas y barriendo las hojas que tiraba su árbol de frondosas ramas. Llevaba puestos unos vaqueros desgastados y una camisa semi-abrochada porque moría de calor, y como nadie circulaba por ahí, la privacidad era un asunto banal.

 

Limpió el sudor de su frente con el antebrazo, mientras volvía a acomodarse los guantes sucios llenos de tierra para seguir limpiando su jardín. Le faltaba mucho por hacer en esa pequeña cabaña: pintarla, mover dentro los muebles, quitarle el polvo, poner alguna cerca grande. Tenía tantas cosas por hacer, y ninguna lo llenaba. Justo estaba agachado terminando de plantar una flor de terciopelo rojo, cuando su vida volvió a dar un giro enorme.

 

Uno grande, apantallante.

 

     —Me dijeron que vivías a las afueras del pueblo, pero esto es estúpido. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no sudo de esta forma por caminar? —la conocida—de sobra conocida—voz retumbó fuerte por todo el lugar para hacerse escuchar.

 

La voz.

 

Se giró lentamente, sin pasar saliva y con los ojos bien abiertos esperando que aquello no fuera una ilusión, queriendo tragarse el mundo con sus ojos como si pudiera abarcarlo por completo.

 

Estaba ahí, y era… real.  

 

     —¿T-Tony?... ¿Qué haces a-aquí? —palabras atropelladas saliendo de su boca, como si no pudiese hilar una frase coherente para dar cabida a aquello. Como si no pudiera imaginarse a Tony en su época, en este tiempo. ¿Qué estaba pasando ahí? Si esto era una alucinación, en serio se deprimiría. Pero no lo era. Porque el Tony frente a él avanzó seguro, aunque lucía cansado. Había ojeras marcadas bajo sus ojos, y claramente se notaba más delgado. Por instinto caminó dos pasos hacia adelante, acercándose al hombre que lo miraba fijamente, aún creyendo que era un espejismo.

 

     —He venido por una maldita explicación. —se cruzó de brazos, seco. Indiferente. Tratando de que ver a Steve de nuevo no le hiciera aventársele a los brazos para devorarle la boca. Dios, con esa camisa casi abierta por completo, y el sudor bajando por sus pecho duro y formado, y… no, no. Lo importante era otra cosa, sí—. ¿Por qué jodidos te marchaste sin decir adiós? —sus ojos chocolates le reprocharon con vehemencia. Algo refulgió en su interior, un nuevo sentimiento—. Me abandonaste. —ésta vez desvió la mirada, concentrándose en el pasto que crecía grande y verde a los lados del jardín. No quería lucir débil, a pesar de que así se sentía.  

 

     —Porque si te veía… porque si me mirabas… nunca habría sido capaz de irme de tu lado. —contestó sin pararse a detener ni asimilar sus palabras. Simplemente lo dijo porque estaba cansado de todo. No podía ni quería ocultar sus sentimientos más tiempo. Porque su corazón estaba golpeando como loco el pecho al ver a Tony ahí—. Porque te quiero más de lo que pensé y tú no correspondiste. —murmuró. Entonces se quitó los guantes sucios y los tiró al piso. Buscó la mirada del castaño, pero no la encontró.

 

     —¿Qué te hace pensar eso? —cuestionó, sin si quiera dignarse a mirarlo. Algo dentro de su pecho golpeó fuerte y profundo porque se dio cuenta que era un idiota, también. Fingiendo cínicamente no quererle, cuando lo cierto era que no sabía cuándo fue que se enamoró de ese hombre—. Yo… —

 

     —¿A eso has venido aquí solamente? —su pregunta hizo eco en el corazón de Tony, obligándolo ésta vez sí a mirarlo directo a los ojos. Las gemas azules de Steve chispearon de dolor y decepción—. Tendría que haberlo sabido. ¿Todo te sigue pareciendo divertido, no es cierto? Conseguiste que me enamorara de ti, y has venido para burlarte. ¿Qué más necesitas, Anthony Stark? —puso ambas manos en sus caderas, desafiando con su pose al millonario.

 

     —¿Qué? —cuestionó, algo estupefacto porque el rubio estaba malinterpretando lo que había querido decir. Estaba equivocado, estaba…

 

     —No, espera, no lo digas. El idiota fui yo. —se reprochó con una sonrisa distante y fría, mientras volvía la espalda y comenzaba a caminar al interior de su nueva cabaña, sabiendo de sobra que Tony lo seguía—. Desde un principio dijiste que el juego era sin sentimientos… y yo caí. —se frotó el rubio cabello con las manos. Su voz fuerte retumbó por todos los lugares de la habitación, enviándole a Tony un escalofrío que pasó por todos sus huesos, helándolo.

 

     —Sí, yo lo dije, pero… —sus palabras se desvanecieron, su garganta se cerró. En sus dientes se rompían las cosas importantes: esas palabras, que si no dejaba su orgullo y necedad de lado, Steve probablemente nunca escucharía. O era ahora o no era nunca. Y eso no era una opción, no podía ser una opción—. Pero me equivoqué. —dijo con firmeza. El rubio se tensó, pero no se giró. Se quedó parado en medio de una habitación vacía que en futuro sería un comedor. Finalmente, se dio media vuelta. Sus ojos se encontraron y entonces Tony decidió que todo podía irse a la mierda: el orgullo, la soberbia, la vanidad—. El problema, en parte, siempre he sido yo y mi estúpida manía de complicar las relaciones hasta convertirlas en una despedida. —se frotó las manos nerviosamente, pero decidido a luchar por aquello que podía hacerle feliz el resto de sus días—. Me gustaba pensar que todo era un juego por si terminabas haciéndome daño. Era la forma de salvaguardar mi estabilidad emocional. —frunció el ceño, dándose cuenta de que lo que estaba diciendo era un terrible verdad.

 

     —Así que todo este tiempo fingiste. ¿Fui un juguete divertido? —su pecho subía y bajaba de forma irregular, conteniendo la ira que sentía en ese momento.

 

     —¡Que no, joder! —estalló con un grito y dejó de buscar las palabras. Simplemente se acercó hasta Steve y lo tomó por la camisa abierta— ¡Tú te fuiste!, ¡me abandonaste!, ¡Ni si quiera me dijiste un jodido adiós! Todo el tiempo que estuvimos juntos pensabas en ella, ¡en tu novia! Sólo estabas esperando el momento de regresar con ella a casa, a sus brazos. —su pecho brincó con una punzada de celos que en todo ese tiempo, jamás se atrevió a exteriorizar. Steve no se apartó, tampoco lo atacó. Simplemente lo miró y después cerró los ojos, dejándole admirar sus perfectas y caídas pestañas.

 

     —No estamos juntos. —se mordió el labio inferior, logrando que los ojos de Tony se desviaran hacia su boca. Hacia su perfecta y rosada boca que se le antojaba besar con necesidad. Se quedó un momento sin nada que decir, ¿cómo que ya no estaban juntos? —. Eso se ha acabado, en realidad. Lo intentamos pero me di cuenta que ya no era ella con quien quería estar. Y ella se dio cuenta, también. —terminó, no queriéndose dar cuenta que estaba confesándose como estúpido una vez más. Trató de apartarse, volver la cabeza, irse. Pero Tony no se lo permitió. Le tomó con más fuerza de la ropa impidiéndole escapar.

 

     —¿Soy yo? —la esperanza brilló en su interior como una nueva luz que lo adormecía. La oportunidad estaba ahí, sólo tenía que estirarse para alcanzarla. Las palabras de Jarvis en sus recuerdos, diciéndole que buscara aquello que le hiciera feliz, volvieron a él como un balde de agua fría. Estaba aquí ahora. Había ido por él y estaba dispuesto a llevárselo.

 

     —Siempre has sido tú. —sus mejillas parecieron colorearse un poco, pero el saber que para Tony todo lo que habían pasado juntos no fue más que un juego, una manera más de cubrirse de los sentimientos, le hizo darse un golpe contra la realidad. Se apartó bruscamente, retrocediendo dos pasos como si aquello le protegiera de sus sentimientos. Tony se dio cuenta de que podía ir ahí y besarlo, pero tenía que hacer las cosas de forma correcta esta vez.

 

     —Sé que estamos jodidos, ¿de acuerdo? Soy impulsivo y tengo mal genio, pero te metiste bajo mi piel. Nunca acierto en nada, y no te merezco. —sonrió con burla, con resignación—. Pero estoy malditamente enamorado de ti. Te amo más de lo que he querido a nadie ni nada, nunca. Cuando estás cerca, no necesito alcohol, ni dinero, o algo de una sola noche… todo lo que necesito es a ti. Tú eres todo lo que he pensado desde que llegaste a mi vida. —se sintió estúpido, pero también sintió que una barrera que cubría su corazón se destruía. Confesarle todo aquello le había hecho abrir los ojos ante su verdad—. No sabía lo que era estar realmente solo hasta la primera noche que pasé sin ti en mi cama. —se cubrió el rostro con ambas manos, porque se sentía avergonzado y aliviado al mismo tiempo.

 

     —¿Qué has dicho? —le exigió saber, tomándolo de los hombros con sus fuertes y firmes manos. Lo zarandeó un poco, obligándole a mirarle de nuevo. Sus ojos hicieron contacto y todo funcionó. Las cosas guardadas, los recuerdos frescos, las sonrisas. Todo se revolvió en sus mentes con lo que habían vivido—. ¡Repítelo! —le suplicó casi, sintiendo que sus rodillas flaqueaban por momentos.

 

     —¡Que te quiero, maldita sea! —le gritó a la cara—. Ha sido culpa mía que tú no lo sepas, pero tú has sido tan tonto como yo. ¡Te marchaste, joder! ¿por qué si me querías tanto como dices, no luchaste por mí?, ¿por qué te rendiste y preferiste correr? Me costó un horror volver a acomodar mi vida cuando te fuiste. —a estas alturas, su voz también sonaba más fuerte de lo normal. Sus palabras las escupió con reproche, porque también Steve había cometido un error. Ambos lo hicieron.       

 

     —Estaba confundido porque puse mi deber frente al corazón. Pero me habría quedado si tan sólo me hubieras dicho que me querías, ¡hubiera dejado mi vida de lado por ti, joder! —alzó los brazos, queriendo demostrarle cuán frustrado se sentía— ¡Lo que necesitaba en esos momentos era que me dijeras que me quedara contigo!, ¡que me dijeras que si te dejaba cometería el error más grande de mi vida porque también me amabas! Pero te callaste tus sentimientos por el maldito orgullo. ¿Por qué ahora, después de tres meses? —le señaló con el dedo índice. Su pecho subía y bajaba irregularmente. Estaba enojado, furioso.

 

     —Me costó aceptarlo. La vida me ha quitado tantas cosas, que por un momento pensé que tú serías uno más. Pero resulta que no hay nadie después de ti, joder. —se llevó las manos a sus largos mechones castaños y se pasó los dedos entre ellos—. No quería reconocer que me enamoraste con tu maldita inocencia, con tu sonrisa, tus cuidados. Me salvaste de mí, me apoyaste… me demostraste que en las pequeñas cosas está la felicidad, y que el dinero no compra el cariño. —cerró los ojos. Su garganta se cerró por un momento mientras el silencio ascendía sin control. Pasaron los segundos sintiéndose como años. Ambos estaban realmente cerca, en aquella habitación más bien pequeña, donde el sol comenzaba a caer al morir la tarde—. Entendí que la vida también sigue sin nadie, y que el tiempo avanza aunque nos sintamos tristes. Que nuestros peores enemigos somos nosotros mismo cuando no nos importa salvarnos, o al menos intentarlo. Supuse que podía seguir adelante, porque siempre he estado solo. Pero tú me hiciste más feliz de lo que he sido alguna vez. ¿Sabes? Estoy cansado de seguir adelante sin creer. —y lo miró. Pero Steve estaba mirando hacia otro lado con una mueca indescifrable en el rostro, y Tony comprendió que no había nada que hacer allí—. Será mejor que me marche. —dijo de repente.

 

Necesitaba huir. No podía escuchar más. Le había dicho todo lo que podía decir, se había sincerado lo suficiente como para hacerle volver. Pero Steve parecía plantado con raíces en el suelo de aquella cabaña fría. Así que nada de esto había valido realmente la pena. Se giró hacia la salida intentando apretar el paso. Tomó la manija de la puerta y empezó a abrir, cuando ésta se cerró de repente. La mano de Steve descansaba cerca de su rostro, empujando la madera para que se mantuviera cerrada.

 

     —No te irás. No ahora. No cuando has venido a decirme todas estas cosas.  —tragó saliva a su espalda—. Llévame contigo porque estás completamente enamorado de mí aunque te hayas empeñado en ocultarlo. —su varonil voz le llegó con algo más de intensidad de un tono normal. No se giró en ningún momento, simplemente dejó que el aliento de Steve pronunciando aquello se colara por su cuello, estremeciéndole al instante. Lo sintió acercarse y reposar su cabeza sobre su hombro, mientras el brazo que se encargaba de mantenerle encerrado allí le rodeaba la cintura—. Pensé que realmente no vendrías por mí. —susurró en su oído con la voz algo quebrada.

 

Entonces Tony no lo aguantó más y se giró para besarle con necesidad y apremio. Le había echado demasiado en falta, a él y a su cuerpo. No podía creerse que había pasado tanto tiempo separado de él. Las manos de Steve le abrazaron y su cuerpo lo hizo chocar contra la puerta de madera, donde sintió una rodilla colarse entre sus piernas. Nunca, en toda su vida, había sentido alivio mayor que en ese momento, al sentir como después de todo, no había perdido a su rubio. Era un beso salvaje, ardiente, uno que reflejaba el hecho de que habían pasado demasiado tiempo separados y que no debían volver a separarse.

 

Tony enredó sus manos en aquellos mechones rubios recordándose poco a poco cómo se sentían los labios de Steve. Tuvo miedo de que se le hubiera olvidado su sabor, su tacto, y se prometió a sí mismo que jamás lo dejaría bajo ninguna circunstancia. El rubio bajó sus grandes manos hasta agarrarlo firmemente del trasero y lo levantó. Sus piernas quedaron enredadas en las caderas de mayor, haciéndole sentir su previa dureza debajo de la tela del pantalón. Aquello lo hizo sonreír mientras lo devoraba con más vehemencia. El militar dirigió a ambos hacia el segundo piso de la cabaña, a tientas y tropezones.

 

Fue arrojado con poca delicadeza entre unas sábanas medio puestas sobre el piso, pero poco le importó cuando el cuerpo de Steve volvió a cubrirlo, y ésta vez sus labios descendieron a su cuello. Bajó pro su clavícula y abrió su camisa sin mucha delicadeza, arrancándole los botones sin más. Se dedicó a besar su pecho con toques húmedos, saboreando sus pezones y mordiendo sus clavículas.

 

     —Nunca más te dejaré ir. —confesó entre gemidos, al sentir la lengua traviesa recorrerle el estómago hacia abajo. Las manos de Steve ya se habían encargado de abrirle la bragueta y liberar su erección de sus calzoncillos sin perder más el tiempo. Pasó su lengua por todo su miembro ganándose un nuevo sonido de placer. Se humedeció los labios y entonces metió la cabeza a su boca, succionando de poco. Se ayudó a masturbarle con la mano mientras tomaba cada vez más de él—. Ohh, Steve, mgh, hazlo más lento cariño, porque- ahh… —sus dedos se crisparon cuando tomó los cabellos de su amante. Los dientes le rozaron la sensible zona con conciencia, sabiendo de antemano que aquello le enloquecía.

 

El rubio paró un momento solo para mojar un par de dedos y llevarlos hasta su entrada. Volvió al ataque ésta vez usando sus dígitos, introduciendo uno lentamente. Pocos segundos después entró el otro, y lo sintió retorcerse un poco ante la intromisión. Fue cada vez más deprisa, preparándolo. Abandonó finalmente su erección, aunque al segundo comenzó a mover su lengua justo en su entrada, arrancándole nuevos gemidos de placer. Así que sin poder resistirse más, se apoyó con ambos brazos a los lados de la cara de Tony y entró poco a poco, recordando su estrecha calidez. Apoyó su frente un momento sobre la suya y aguantó la respiración. Los brazos de Tony le rodearon en un íntimo abrazo.

 

     —Te quiero. —susurró el castaño sorprendiéndose a sí mismo. Al tener los ojos cerrados y el abrazo impidiendo ver su rostro, no pudo descifrar qué tipo de expresión puso Steve al oír aquello. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que hubiera podido escucharlo. Sin embargo, pudo sentir cómo sus fuertes brazos pasaban por su espalda para acercarlo aún más a él.

 

     —Y yo a ti, Tony. —la sensación que le recorrió el cuerpo y el corazón al escucharle decir aquello fue indescriptible. Nunca pensó que pudiera alcanzar aquel grado de plenitud con alguna persona, y que ésta le correspondiera. Se sintió un completo idiota por no haberlo dicho mucho antes. El rubio se separó solo para tomar su rostro entre sus manos—. Si has vendió a mí con el corazón roto, voy a encontrar las piezas que te completen. —y besó sus labios de forma pausada.

 

     —Qué cursi. —se burló, o intentó hacerlo. Realmente se sentía como si flotara en una nube sólida de la que jamás caería porque Steve estaba ahí con él. Pero aún seguía caliente como el infierno, joder—. ¿Qué esperas para moverte, soldado? —ronroneó lascivamente, adelantando sus caderas hasta que su miembro alzado quedó apretado entre ambos vientres. Steve sonrió y lo besó una vez más antes de mecerse duro contra él.

 

Los besos, las caricias. Todo tomó un sentido diferente ésta vez.

 

Sus increíbles manos sobre su cuerpo, el sabor de su cuello, de sus besos.

 

Tony llevó sus manos a los mechones rubios cuando sintió que estaba llegando. Los movimientos se tornaron irregulares y Steve entró con más fuerza, arrancándole jadeos de placer entero. Arqueándose contra él y su poderosa mano que lo masturbaba, Tony llegó a su límite y se corrió largo y fluido entre sus cuerpos. Sintió que algo en su interior lo llenaba. La esencia de Steve se derramó en su interior como un manantial.

 

Cerró los ojos cuando se desparramó entre las cobijas y sintió el cuerpo mayor cubriéndolo con la respiración irregular. Depositó un beso sobre su frente y se movió para no aplastarlo.

 

El momento seguía ahí, efímero; eterno también. Tony se di cuenta que lo bonito del amor no es amar las cicatrices del otro, sino que la otra persona te ayude a amar las tuyas.  

 

o.o.o.o.o.o.o.o

 

Todo volvía a ser como antes, con ligeras diferencias, pero totalmente tenía la esencia del pasado. De un pasado feliz.

 

Dos brazos lo rodearon firmemente hasta sentir sobre su espalda el pecho duro y entrenado de su novio. La barbilla reposó sobre su hombro y él se obligó a recargar su nuca sobre el cuerpo del mayor. Suspiró y cerró los ojos.

 

     —Frigga puede vernos. —susurró, pero no se separó. Realmente no quería perder el contacto. Su felicidad estaba ahí, plena y hermosa como la primavera. Él sentía que ya nada podía dañarle mientras Thor le quisiera. Que el castillo que alguna vez fue de cartón ahora tenía sólidos cimientos que juntos estaban comenzando a levantar de nuevo. Costaría un poco de trabajo, pero sabía que juntos podían lograrlo. Que el amor pone pruebas difíciles, pero no solo importa superarlas, sino reivindicar los errores, transformarlos en experiencias y aprender.

 

Aprender y seguir.

 

Aprender y perdonar.

 

     —No está, salió por la mañana. —respondió suavemente, dándole un tierno beso en el cuello—. Dijo que no quería ser una molestia por más tiempo y fue a buscar un departamento para instalarse, ya sabes cómo es. —rió por lo bajo. Sus brazos apretaron más la cintura de Loki, no queriéndolo dejar escapar si es que el otro planeaba hacerlo. No más.

 

     —Ella nunca será una molestia en esta casa. —respondió con una sonrisa, pero comprendió la situación. Cuando ellos regresaron a casa y se enteraron del fallecimiento de Jarvis, habían ido con Tony para estar con él. Fue un golpe duro para todos, pues él fue como el amigo y confidente que sabía todo aunque nadie se lo dijera de forma directa. Le llevaron flores y lamentaron su pérdida. Y a los pocos días, su madre había llegado. Todo estaba terminado con Odín, porque ella no podía vivir bajo el mismo techo con un hombre machista que no aceptaba que el amor iba más allá de los estereotipos. Que el amor es una caja de sorpresas. Que ambos eran sus hijos y que debería haberlos querido siempre igual. Ella lo quería, pero el respeto que había sentido por él desapareció aquel día.

 

Ellos la acogieron en su hogar porque era lo menos que podían hacer por la mujer que les dio su vida entera, y que se dejó las pestañas en cuidarlos. Y después de tres meses de vivir juntos y recuperar los años perdidos, Frigga había decidido buscar un nuevo hogar porque no estaba bien importunar a una pareja joven. Porque había pedido el divorcio y ahora era una mujer libre que se merecía, en cualquier momento, seguir con su vida como más le apeteciera.

 

      —Recuerdo el día que casi nos descubrió teniendo sexo en el pasillo. —Thor sonrió, como si aquello le causara risa. Bien, sí le causaba risa. Aunque en el momento que sucedió aquello, lo que sintió fue todo menos diversión. Estaba tan ansioso de tener a Loki para él entre sus brazos, que no le importó acorralarlo en el pasillo de su hogar. A oscuras era casi imposible que ella los viera, meciéndose contra la pared y Loki tapando su boca con una de sus manos para evitar dejar salir sus gemidos.

 

No contaban con que su madre solía levantarse por las noches a beber un vaso de agua.

 

     —Ni si quiera me recuerdes eso. —gruñó con una sonrisa pintada en los labios—. Nunca me había puesto el pantalón más rápido en mi vida. —y una carcajada fuerte resonó en su cuello. Thor le giró y atrapó su mirada entre sus ojos azules y pequeños. Le besó la nariz y luego bajó hasta sus labios, haciendo un contacto superficial.

 

     —Hace tiempo que no lo hacemos en la cocina, y nuestra madre no está. —se encogió de hombros. Loki llevó ambas manos detrás del cuello de su pareja y lo atrajo. Paseó sus manos por su pecho hasta depositarlas en el principio de su pantalón.

 

     —¿Ya te dije que te amo? —cuestionó mientras lo desabrochaba con sus dedos largos y finos. Dejó caer la prenda por las rodillas de su hermano, mientras un latigazo de anticipación y gusto lo invadía a partes iguales. Thor le dio un beso profundo, lleno de sentimientos que ninguno podía ni quería ocultar. Decir estas palabras sonaba refrescante, hermoso. Él no era un hombre de demostraciones, pero la verdad es que estaba enamorado. Y cualquier persona era estúpida estando enamorada. Dejando de lado su orgullo, descubrió que podía decir las cosas que sentía, porque esto era su felicidad. Y no pensaba dejarla ir.

 

     —Ya. Pero puedes hacerlo las veces que quieras. —

 

o.o.o.o.o.o.o

 

     —Prométeme que vas a cuidarte, Steve. —su tía lo miró con los ojos en lágrimas. Lucía triste, pues realmente lo estaba. Pero su sobrino era lo suficientemente adulto como para hacerse cargo de su vida y dueño de sus acciones. Se lo había repetido al menos cinco o seis veces desde que Steve les anunció que se marchaba, ésta vez para siempre. Iba a seguir su camino muy lejos de ellos, no sabía cuánta distancia los separaría.

 

     —Lo haré. Así como ustedes se cuidarán siempre, ¿cierto? —les sonrió a los segundos padres que tuvo en su vida. Ellos asintieron y lo abrazaron al mismo tiempo, dándole un beso en cada mejilla.

 

Tony, quien observaba a distancia, sonrió melancólico.

 

Algo le dijo que no podía hacerle esto a esas personas. Que ellos realmente querían a Steve y que él no podía llegar un día y simplemente arrebatárselos. Pero después de todo, seguía siendo egoísta. Quería a Steve solo para él, por tiempo indefinido y sin horarios para amarlo. Y sus tíos lo habían comprendido cuando Steve les dijo que iba a marcharse porque la persona que amaba estaba lejos, muy lejos de ahí. Después había sido presentado como una persona muy especial—a palabras del rubio—frente a sus tíos. Y joder que nunca antes, ni en una junta directiva importante, se había sentido así de nervioso y estúpido con sus palabras. Se cayeron muy bien al instante.

 

     —Si tengo la oportunidad de regresar algún día, lo haré. Ustedes me han dado tanto, que no puedo simplemente abandonarlos. —les prometió el rubio. La verdad es que irse le dejaba una sensación de vacío en el estómago. Marcharse lejos de la familia, es y siempre será la decisión más difícil de cualquier persona—. Los amo demasiado. —y volvió a abrazarlos, como un adiós. Como un recordatorio de que los amaría siempre, estuviera donde estuviera.

 

     —Y nosotros te amamos a ti, hijo. —respondió su tío—. Pero debes ir a buscar tu felicidad. Sabemos que te irá maravillosamente estés donde estés, porque eres un chico capaz de lograr cualquier cosa que se proponga. —le tomó una mejilla entre su palma, con cariño—. Y el hecho de que te entristezca marcharte, no siempre es una razón para quedarte. En ocasiones, ir en una nueva dirección, aun cuando no sea lo que tenías planeado en principio, puede resultar lo mejor. Nosotros estaremos bien siempre que tú lo estés. —Steve asintió. Un peso de su pecho se deshizo al darse cuenta que todo estaba arreglado ya. Que quizá el destino había querido que volviera y arreglara sus asuntos aquí para poder ser feliz con Tony sin alguna clase de remordimientos.

 

     —Tu tío tiene razón, hijo. Pensaremos en ti siempre. —ella se acercó hasta donde estaba Tony, tomándole por sorpresa cuando le agarró de las manos—. Prométeme que cuidarás a mi muchacho. Dime que será feliz, porque es lo único que deseamos. —le pidió. El castaño de repente sintió un súbito bajón de adrenalina cuando sospechó que la señora sabía acerca de ellos y de lo que tenían. Habían preferido mencionar que eran amigos, porque en una épica como aquella, era casi probable que las cosas no marcharse de forma positiva si de repente decidían confesarse ante la familia de Steve. Era un acuerdo.

 

     —Me encargaré de ello, no se preocupe. —le devolvió una sonrisa que pareció tranquilizarla. Sus ojos se desviaron hacia el dueño de las gemas azules, quien le asintió con un gesto de la cabeza.

 

Un último adiós y ambos se despidieron de su familia y del siglo XX.

 

     —¿Cómo vamos a volver a casa? —cuestionó Steve, mientras salían del pueblo. Llegaron a una pequeña colina alejada del pueblo tras caminar mucho, pero era su vista favorita. Desde ahí podía verse el inicio de su pueblo, de aquel que en algún futuro se convertiría en la gran ciudad de Nueva York. Tony le sonrió con insolencia.

 

     —Cariño, ¿acaso no me conoces lo suficiente? —sacó del bolso de su pantalón un pequeño control, parecido al que Bruce había utilizado para mandarlo de regreso hacía tres meses—. Lo he construido en apenas unos días. —se encogió de hombros al adivinar la sonrisa de Steve—. Estoy seguro que todos se sorprenderán cuando te vean.

 

     —Sobre todo Natasha. —respondió—. Creo que ella me matará. —entonces un solo nombre vino a su cabeza—. ¿Cómo está Jarvis? Necesito darle las gracias por muchas cosas. —pero entonces el momento se rompió cuando la sonrisa de Tony se deformó, cayendo poco a poco. El viento meció el silencio como si éste tuviese cuerpo. Algo andaba mal ahí—. ¿Qué ha pasado, Tony? —un deje de preocupación se instaló en su pecho. Un mal presentimiento. Una idea. No, él no.

 

     —Murió. —fue su simple respuesta. Evitó la mirada de Steve, pero no se rehusó al contacto cuando el rubio lo atrajo a sus brazos y le dio un abrazo fuerte y que duró mucho tiempo. No quería lástima ni palabras de lamento, y por suerte Steve no le dijo nada. Se dedicó a brindarle su apoyo, a pasar sus firmes dedos entre sus oscuros mechones, a reconfortarlo como el niño que a veces parecía ser. Se quedaron en silencio, viendo ahora sí la tarde morir y las estrellas comenzar a aparecer en el cielo.

 

Tony sintió que había alguien más abrazándolo, diciendo que todo estaba bien ahora porque sus errores a lo largo de su vida, aquellos que tanto había odiado, lo habían llevado hasta ahí. A conocer el amor, a luchar por él. La vida le había robado todo, sí, pero él tuvo la valentía de luchar por alguien. Por alguien con quien podría construir una vida de nuevo. No ´podía traer las vidas de regreso, pero siempre vivirían en su memoria. Al lado de Steve todo parecía más fácil, y tal vez lo fuera. ¿Era Jarvis quien lo abrazaba?, ¿su alma?. ¿Eran Howard y María? Quizá no fuera nada más que el viento, pero él los sentía a su lado, diciéndole que estaba en lo correcto, que este era el camino.

 

     —Me gustaría pensar que a Jarvis le gustaría que fueras feliz. —escucho decir al rubio de pronto. Se separaron apenas para mirarse a los ojos—. Y me gusta pensar que puedo conseguir eso. —completó su frase con una sonrisa sincera, pequeña, pero feliz.

 

Entonces todo cambia.

 

La vida es una ruleta que gira y gira sin parar. Nos brinda y nos quita oportunidades. Nos da la esperanza de seguir adelante o nos hunde. Depende de nosotros salir o quedarnos. Luchar o rendirnos. Puede parecer que todo es difícil e imposible, pero no es así. No cuando la recompensa por luchar y sufrir es enorme. Los errores son la muestra de que podemos hacerlo mejor, de que las cosas cambiarán, pero sólo si hacemos algo. Que no es tarde, jamás, para seguir tus sueños. Que el orgullo es la base de las equivocaciones. Que hay una diferencia muy grande entre dejar ir a alguien y darse por vencido. Y entonces comienza a hacerse preguntas como qué será lo primero que harán cuando vuelvan al siglo XXI. Llevará a Steve a Malibú, ¿y luego qué?, ¿dónde vivirán?. La mansión de Manhattan ha sido su guarida para evitar el dolor, pero no sabe si a su novio va a gustarle o prefiera seguir en el centro de Nueva York. Demasiadas cosas por verse que pueden volverse un quebradero de cabeza para cualquier persona. Pero para Tony, quien mira al rubio despidiéndose de su vida para ir con él a cualquier lugar, esas preguntas están vacías.

 

No tiene ningún plan, y sin embargo, al tenerle allí tomando su mano con fuerza, como si hubiesen sido hechas para estar unidas siempre, se da cuenta que realmente no importa. Que mientas le tenga a su lado no necesita ningún plan.

 

     —Puedes conseguir eso. —dice Tony con una sonrisa a modo de respuesta, y Steve lo besa despacio, saboreando sus labios y también el momento. No hay prisa. Tienen toda la noche por delante cuando vuelvan a casa, y con suerte, toda la vida.

 

Steve sabe de garantía que habrá épocas difíciles, que en algún momento uno de los dos o los dos querrán dejarlo todo, pero también sabe que podrán solucionar sus diferencias. Que la vida no es perfecta, pero no necesita serlo para encontrar la felicidad al lado de ese hombre. Porque cuando Tony sonríe de esa manera Steve siente que el presente deja de ser una lucha. Cuando se da cuenta que es un hombre que ha viajado en el tiempo por un accidente y se ha despertado en un siglo nuevo donde—sin buscarlo—encuentra un hogar. Uno que sólo puede llamarse de una forma: Tony Stark. 

 

 

FIN

 

 

 

Notas finales:

 

Ah, ¿cómo expresarles este sentimiento? Decir FIN es algo muy triste, porque una historia no acaba nunca, realmente. Y como sé que hay algunas cosillas que les gustaría saber como “¿Qué mierda pasa después y por qué la autora ha cortado esto y nos ha dejado con un final abierto?” pues les tengo una sorpresa:

 

¡Habrá otro capítulo!

 

Así es. He decidido que no quería meterlo aquí, para darle un fin bien a esto. Pero no se preocupen, será un epílogo sólo para mostrar un cachito de su vida futura. Por un momento cruzó por mi mente la idea de una segunda temporada, pero creo que el cerebro se me ha secado y no sé si conseguiría lograrlo. Así que lo dejaré en un “qué pasó después” para que ustedes y yo quedemos satisfechos :3

 

Una vez más, tengo que agradecerles por todo este apoyo. Sin ustedes no habría sido posible.

 

¡LOS AMO INFINITAMENTE!

 


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