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Mutismo por TsukiNokuroUsagui

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Notas del capitulo:

-Los personajes no son mios, le pertenecen a la sensei Maki Murakami-


 


 

Capitulo 3


­-¿Y qué más puede salir mal?-


 


 


—¿Y cómo fue tu infancia?


¿Qué? Y a usted que rayos le interesa mi pasado. Si total yo solo había decidido ingresar al centro de rehabilitación porque quería relajarme, y bueno por otras razones que ahora, en este preciso instante, me sonaban distantes y lejanas, como seguir luchando por mi mismo... Qué flojera.


—Tienes que comenzar a hablarme Shindou-san, sino usted sabe que el proceso será más lento.


Ante aquellas palabras, le clavé una mirada amenazadora, lo único que necesitaba en ese momento era que me hiciese recordar que mi querido manager, o sí, el mismo demonio, había venido al centro de rehabilitación, pero no para visitarme, sino para hablar con mi consejero personal y ver cómo iba mi mejoría, mejoría que para ese maldito tipo no había tenido en lo absoluto en mis quince días que llevaba enclaustrado.


¡Qué acaso era ciego el desgraciado! Que no me veía disfrutando las cosas frugales y sencillas de la vida recostado sobre el jardín, en mi árbol de siempre, sí, mi árbol, y haber el maldito o maldita que se atreviese a recostar sobre él se las vería conmigo, ya había tenido que hablar con alguna inoportuna que se había querido apoderar de él. ¿que acaso no podían siquiera dejar mi árbol en paz? ¿Acaso hasta eso tenía que compartirlo? ¡Malditos todos! Maldito mi consejero, maldito K, maldito Eiri que solo me enseño a que debo dejar que otros vengan y tomen lo que quiero, lo que atesoro, malditos, los odio, odio a todos...


—¿Shindou-san? ¿Me está escuchando?


Su irritante voz me hizo regresar a la horrible sala blanca, con ventanales enormes que daban hacia el jardín, con el típico sillón grande y largo de cuero que todo psiquiatra tiene, en donde me tenia recostado, mientras él me miraba directamente.


Nuestras miradas se encontraron y solo pude sentir hastió por sus pequeños y rasgados ojos negros que me miraban como si me estuviesen desnudando. Como odiaba a aquellos que se hacían pasar por ser más papistas que el papa, pero la verdad era que él era otro tremendo enfermo como yo.


—No entiendo porque ha entrado en este cuadro, si estaba yendo tan bien, bueno quizá no vaya a evolucionar su caso a la velocidad que su manager quería, pero bueno, en este tipo de situaciones no se les puede cronometrar  y supongo que tendré que decirle que la primera opción que él había planeado no se podrá dar.


¿Yendo tan bien? ¿No se podrá dar el plan?


Inconscientemente brinqué sobre el sillón prestándole toda atención a lo último, y de alguna manera para refrenar mis ganas de atinarle un golpe certero en su rostro por ser tan bipolar y mentiroso ¿No que no había mejoría en mi y por ello seguro K ya me habría matado un millón de veces en su mente, de las maneras más sangrientas, por no haber seguido mi promesa de que iba a mejorar?


—¿Interesado al respecto Shindou-san?


Lo miraba de forma expectante. Esperando que vuelva a mover sus labios para que me dijese de que se trataba, pero su mirada ganadora me decía que no se iba a dignar a soltarme nada si yo no me decidía a volverle a hablar o siquiera a soltar algún monosílabo.


Estuvimos en una inconsciente y estúpida batalla de miradas, esperando que alguno de los dos cediera, pero ninguno lo hizo y para mi mala suerte mi consejero no era de los que daban paletas al final de la consulta médica, a si el niño no se hubiese portado bien, como quien dice, un premio por solo intentarlo, o por solo soportar al mentado doctor inspeccionando tu cuerpo con su gélido estetoscopio.


Cuando supó que no le iba a decir nada soltó un bufido y alejándose de mí, se paró de su asiento, también de cuero, que se encontraba en un posición estratégica, donde podía no solo ver mi rostro sino también todo reflejo involuntario de mi cuerpo.


—Es una lástima Shindou-san, supongo que usted se quedara acá, mientras el mundo allá fuera avanza— me dijo, mientras cogía su folder con documentos que Dios, aunque en su caso sería Beelzubub, sabe que cosas; y mirándome  por última vez me dijo— mientras usted se queda paralizado perdiéndose de... ¿Como lo llaman ustedes los famosos?... De la diversión del asedio de la prensa.


¿Qué rayos? ¿Prensa? Oh, no... eso sonaba mal.


Pero lo que más me había molestado era que de alguna forma yo ya sabía que el mundo allá fuera seguía su rumbo, sin importarle un comino que yo este estancado por mi propia apatía y mis pocas ganas de hacer lo que "se debe hacer".


No necesitaba un consejero para que me hiciese ver que yo era insignificante, porque mi propia desaparición de este mundo no afectaría en nada su rotación. Las personas cambiaban, sus cambios eran físicos e internos, y se daban tan constantes que hasta yo muchas veces me había visto sorprendido porque ellos cambiaban y yo me quedaba igual. Claro, es cierto, ya no era el escandaloso de antes que se emocionaba por cualquier cosa, pero comparado con los demás, sus cambios eran un abismo que me hacían dudar de si es que alguna vez los llegué a conocer de verdad.


Como cuando Eiri volvió a sus antiguas andadas. Siempre recordaré que vivimos un periodo corto, pero hermoso, como una pareja de verdad. Donde sentí confianza hacia él, porque sin que él me lo hubiese dicho me sentía querido. Fue tan efímero ese momento que hasta a veces me pregunto si de verdad ocurrió o tan solo es un mala jugada de mi mente masoquista en un afán de hacerme daño.


Fuese verdad o mentira, esa dulce ilusión, como el hijo que nunca le podre engendrar, ese fue el motivo de soportar por muchos años y en especial los tres últimos donde el ya me había perdido el poco respeto porque hasta al departamento llevaba a sus acompañantes de turno, fue esa corta historia entre nosotros el motivo hueco, agujereado y estúpido, mi impulso que me permitía seguir con él, pensando como una mujer decadente que sabe que su esposo le es infiel pero aún así guarda esperanza, rezando para sí misma el "ya va a cambiar, es solo un desliz por la edad o por la costumbre, total todas son personas que él utiliza pero no necesita, en cambio yo sigo aquí, esperando por él, velando por el..."       


 


 


 


 


 


 


Era la comidilla de la prensa y un empresario en su lujosa oficina, de paredes amplias decoradas de cuadros costosos de excéntricos artista y con discos de oro de su época dorada, respiraba de manera cansina y agitada. Frente a él, un vaso con el agua mineral más costosa, temblaba entre sus dedos. Todo se estaba saliendo de control y vacilaba entre una posible solución, que no encontraba, o practicarse el tan tradicional harakkiri.


¿Porque había sido tan descuidado su cuñado? ¿Porqué prácticamente ofrecerse a sí mismo y su carrera a las manos de prensa amarillista donde una vez obteniendo una puerta abierta la usarían hasta retorcer toda realidad y dejar muy mal parado a la persona en cuestión?


De esta era muy difícil dejar a su cuñado libre de polvo y paja. No importa cuántas veces le daba vuelta al asunto, no había como detener la información que ya se había filtrado a las redes sociales y que en este preciso momento todos se encontraban viendo y en pocas horas saldría en la televisión, de seguro en aquellos programas de chismes, con los peores conductores, que habían estudiado tantos años una carrera para aprender a destruir la de otros.


Era vox populi para algunos del medio cercano de Eiri y Shuichi, que Eiri se había vuelto un libertino sexual. Pero para los demás era un secreto guardado bajo siete llaves. Si había costado tiempo para que la sociedad nipona, caracterizada por ser cerrada y muy tradicionalista aceptase a una pareja gay, aún más lo iba ser aceptar el escándalo que se venía. Y es que tras tantos años de fiel lectura a sus trabajos, las más ufanadas fans de Eiri habían proyectado en él la imagen del hombre perfecto y por ende inalcanzable, más que por que fuese gay, era porque según ellas el amor que tenia Eiri hacia shuichi, y se basaban de ello por las novelas de Eiri, siempre de corte romántico e idílico, ese amor entre ellos era tan profundo y dulce como la narrativa que él usaba; así que era imposible aceptar y peor todavía el perdonar ver a su escritor favorito en una cinta de video casera teniendo relaciones sexuales con una modelo de dudoso curriculum, a la cual muchos conocían en el mundo bajo de la prostitución como una laboradora mas.


No solo el video era ya un hecho fatídico, el contexto, los detalles eran atroces y mortíferos. El mentado video había sido difundido como un virus por las redes y antes de las escenas sexuales estaban grabadas como un Eiri alcoholizado hablaba porquería y media de un Shuichi que lo había abandonado y que calificaba como, y él sabía que todos los titulares utilizarían esa frase con luces de neones en sus encabezados; su hueco de masturbación.


¿Dónde estaba el dulce y romántico escritor que había hecho llorar a muchas y enamorado a otras miles por sus palabras cargadas de amor y fidelidad hacia su ser amado? ¿Dónde estaba la galantería de la cual el siempre era dueño y con la cual arrebata más que un suspiro? ¿Quién era el de la cinta? ¿Acaso el verdadero Yuki Eiri?


El rechinar de sus dientes lo agobiaba como el teléfono de su oficina que desde hacía unos minutos no dejaba de sonar y la canción ridícula de su celular que su hijo había programado de seguro en la mañana, como una travesura más, lo enloquecía porque ya llevaba como veinte llamadas perdidas de Mika, su esposa y hermana del implicado, que estaría al borde de un infarto al ser ligada siquiera con el personaje mediático en el que se estaba volviendo Eiri.


La única pregunta que en ese momento le rondaban la cabeza era ¿Cómo se filtro esa información? Y ¿Dónde rayos estaban Eiri y Shuichi?


Estaba decidido, lo primero era lo primero. Con un movimiento ágil se levantó de su asiento para mirar por las ventanas hacia el primer piso. Eran veinticinco pisos que los separaban y no, hoy no era el día en que iba a morir, y menos por un par de idiotas que ya le habían colmado el vaso. En el pavimento pudo apreciar que no había ningún tumulto de gente, es decir aún los reporteros no estaban en su fase de caza sino en la fase de espera, mientras intentan ver que más explota, para poder recoger todos los restos de las personas en juego, quedarse con todos sus retazos y poder hacer de ello su gran banquete.


Eran minutos que el debía aprovechar. Debía realizar los movimientos adecuados. Mientras salía de su oficina notó a su secretaria incómoda y preocupada. Ya se había enterado. Demonios, eran como una arma química, se expandía por el aire insospechadamente. Mientras apretaba el botón del ascensor de manera irritante, como si estuviese pegado a el, el jefe de relaciones publicas se comenzó a acercar a él de manera peligrosa. Una sola mirada seria pero aniquiladora fue suficiente para hacer ver al trabajador que no estaba para preguntas.


—Señor... hemos recibido notificaciones de...


—Arréglalo tu, para eso te pago una gran suma —sentenció sin miramientos.


¿Porqué estaba rodeado de idiotas e incompetentes? No solo era su familia política sino también su personal, quizá purgaría su empresa después de limpiar este desastre.


Dentro del cubículo presiono el botón para el sótano donde se encontraba su carro y manteniendo su cara de poker y sus ojos asesinos, las pocas personas que también se encontraban ahí, tomaron su salida en el siguiente piso que las compuertas se abrieron. Ahora solo, por fin pudo respirar. Convencer a su personal de no hablar del tema era una cosa, pero convencer al pueblo de Japón, no, a todo el mundo, de que no hablasen del tema o que lo dejasen pasar, era un tema de otra estratosfera.


Una vez fuera del ascensor llamó a la carga pesada, necesitaba refuerzos y era urgente. Sacando su celular de última generación, mientras se acercaba a su nada llamativo auto, menciono: "llamar a K".


El sabia como lidiar con la escoria y mientras el nombre Shuichi también estuviese implicado, el mataría a todo aquel que intentase peligrar la integridad de su protegido. Ahora, lo que el debía hacer era que en su lista de "personas por matar" no apareciese el nombre de su cuñado y para ello debía darle un buen señuelo que el aceptase. K era el primer civil al que debía convencer de que Eiri no era el hombre de la cinta, a si lo fuese.


Tomar la avenida principal no le tomó mucho. No había tráfico y yendo a ciento veinte kilómetros por hora iba a acortar el viaje a uno de cinco minutos en vez de diez. Cuando la llamada fue respondida al cuarto timbrazo la voz de K, visceral y raspada por hablar tan rápido conteniendo el aire, dejó casi sin palabras a Tohma.


—Voy a matarlo Seguchi, no me importa qué me digas, porque no me interesa que eso le haga daño a Shuichi sino porque destruyó todo mi esfuerzo por hacer que Japón acepte a mi patrocinado como gay, para que venga la otra parte y decida tener una segunda profesión como actor porno.


—K, no es lo que parece, sabes que hoy en día, se puede hacer maravillas con la computadora y ...


—¿Me tomas por imbécil? Creo que a ti también debo ponerte en mi lista Seguchi. —Amenazó caústico. Las cosas empeoraban y parecían complicarse más, enredándose como una maraña difícil de desenrollar.


—Está bien K, sí, es Eiri, pero el punto es que "la pareja dorada de Japon" es un paquete doble sino es Eiri y Shuichi o EirixShu, como habla la fanaticada, esto no funciona. Si una de las partes se hunde en lodo la otra también sale embarrada.


—Puedo crear un Satoru y Shu o Keichi y Shu, no importa el nombre que acompañe al de Shuichi, la gente igual lo amará, porque acá en todo esto, él es el afectado, la víctima. El tan solo debe salir y llorar sus penas en público para librarse del mal karma. Sabes, me viene justo en gracia lo que tu protegido acaba de hacer porque así, por fin Shuichi se alejara de él, no porqué él lo decida sino porque a si lo hará la sociedad.


Seguchi tuvo que frenar de manera abrupta, las palabras de K  lo habían descolocado tanto que casi se pasa un semáforo rojo. Rayos. Todo se ponía tan difícil. El tono de K era decisivo, Eiri ya no contaba en sus planes de rescate, sino por el contrario, el iba a ser que los demás encendieran sus antorchas para linchar  el cuerpo del promiscuo de su cuñado. Debía tomar opciones peligrosas. Eran el todo por el todo.


—Sino me apoyas K hago publica la razón por la cual Shuichi está en vacaciones en este momento. Dejo que la información se filtre con lujo de detalles, no tengo un video, pero tengo fotos que lo volverán verídica. 


—No te atreverías... sales perdiendo—. Por el otro lado de la línea Seguchi pudo escuchar el crujir del plástico del celular de K, estaba enfureciendo a la bestia y aquello era jugar con fuego, casi podía sentir como las llamas lo iban rozando.


—No me importa, total es el momento preciso, todo sería como anillo al dedo, encajaría, Shindou no soportó más las infidelidades de Eiri que intentó...


—¡Cállate! —Le cortó K amenazante.


—Entonces, ¿Estamos en un mismo equipo?


—Esta me las pagaras Seguchi, yo no gano nada salvando la ya despellejada credibilidad de tu cuñado, por el contrario solo obtengo problemas, te acordaras de esto.


—Dejemos de lado las amenazas de ganster K, ya nos estas en tus tiempos cuando vivías en América, sabes que tenías que intervenir en algún momento porqué el nombre de Shuichi está en juego, tan solo míralo como un favor de mi parte por el extra trabajo y como que te debo una deuda, por protección y limpieza de daños, que la saldaré en el medio que tu desees. 


—Más te vale si quieres continuar viviendo —. Le finalizó, cortándole la llamada. Era tan eficiente que no tenía que coordinar nada con él, él ya sabía qué hacer. Ya tenía anotado un gran punto a su favor. Ahora solo deseaba que al llegar al apartamento de su cuñado la imagen no fuese tan desalentadora.


Usando la copia de llaves que tenia para ingresar al departamento de Eiri supó que quizá había hablado antes de tiempo....


Que difícil era el papel que le tocaba desarrollar a él de tiempo en tiempo; el de todopoderoso capaz de solucionar cualquier desastre tan solo moviendo un dedo. Que ingenuos y de alguna forma malos, aquellos que pensaban que el tenia tal capacidad. Pero lo más agotador y que difícil se volvía cada vez, era el intentar solucionar la vida de terceros cuando, si alguien le preguntaba o le interesaba, su propia vida matrimonial con Mika era un mal chiste que poco a poco iba perdiendo su poco encanto.


Parado en el umbral del departamento de  Eiri, sintió como se le apretaba el pecho y sus pulmones se cerraban; era como volver esa etapa suya de niño donde era asmático y necesitaba contar hasta diez, veinte, cien, el número necesario para no dejar de respirar. Solo que en este caso necesitaba respirar lentamente porque no eran sus pulmones lo que amenazaban con dejar de funcionar sino su corazón ¡Qué carajos había pasado!


Todo la sala se encontraba patas arriba, vidrios rotos, muebles volteados, trozos de comida regada, la pared manchada con lo que rogaba no fuese sangre. Mientras caminaba y se iba internando en la boca de lobo en la que se había convertido el departamento de Eiri, el sonido agudo de los vidriecillos haciéndose añicos en sus pies lo exasperaba.


Si la sala era un caos la recamara principal no se quedaba atrás. La cama totalmente desarreglada en donde parecía habían jugado michi sobre él con una navaja porque jirones de su contenido se salían por todos lados. Ropa rota regada. El teléfono de la recamara estrellado al lado de la pared, al parecer víctima de un ataque de ira.  Ya nada parecía sorprenderle, más bien por el contrario rogaba que cuando encontrase a Eiri, este le dijese que habían entrado a robar y que todo esa hecatombe no era producto de sus propias manos. Sin embargo, cuando se adentro en la recamara y vio un bulto recostado al lado de la cama destruyendo lo que alguna vez fue el peluche rosado de Shuichi, supo que para esto no había salida fácil. Todo era una mierda.


—¿Eiri-san? —Preguntó Seguchi con cierto recelo. Para él era como ver un animal salvaje herido. No sabía si la opción más adecuada era acercársele o hablarle desde lejos. Una vez más intento la opción segura para su persona.


—¿Eiri-san? Eiri soy Tohma, ¿me escuchas?


Los movimientos abruptos y frenéticos contra los trozos del peluche se detuvieron abruptamente para mirar hacia el origen de aquella voz.


A Seguchi se le heló el corazón y sintió como un sudor frio comenzaba a correr por su columna. Por un instante no pudo reconocer a la persona que se encontraba ahí. Ni cuando había ocurrido lo de Kitazawa había visto a Eiri tan desencajado, casi como si hubiese perdido aquello que nos separa de los animales. Su mirada estaba cargado de un bestialismo tal que lo atemorizó. No solo le transmitió odio, sino ira, dolor, tantos sentimientos negativos en una sola mirada que desgarraban el alma de Tohma.


Algo para él era seguro, Eiri no estaba en sus cabales y ello tan solo debía deberse a que estaba bajo los efectos de alguna droga. O, y rogaba que no fuese así, él también había perdido el juicio como lo había hecho Shuichi hacia un par de meses atrás.


Armándose de valor se acerco a él, aunque su sentido común le decía que lo que hacía era peligroso porque el gesto sumamente adusto de Eiri era como el de un animal irritado, listo para lanzarse y atacar. Con pasos lentos, marcando cada uno de ellos, se fue acercando a él bordeando la cama, con la respiración comenzándosele a agitar, en algún momento había comenzado a contar en su mente. Uno, los ojos de Eiri lo taladraban, dos, Eiri había soltado los restos del peluche, tres, los nudillos de su cuñado estaban tan apretados que no circulaba la sangre, cuatro, Eiri flexionó sus rodillas, cinco, todo se puso negro.


Sintió un choque brusco contra su cuerpo y un peso muerto sobre él, luego como su espalda chocó contra algo blando para luego sentir como ese peso sobre él más su cuerpo se hundían en algo esponjoso. Algo apretaba su cuello de una manera fiera y cuando abrió sus ojos libre del sopor de esos infinitesimales segundos, supo que ese peso sobre él era Eiri y que aquello que apretaba su cuello eran las manos de Eiri que hacían presión contra él. Tuvo miedo, mucho miedo.


Por un segundo recordó ese momento cuando estaba en su oficina y se le cruzó por la cabeza la idea de acabar con todo y como parecía que mágicamente, en el ahora, algún ser demoniaco parecía haber ido para cumplirle su deseo. Solo que paradójicamente ese demonio tenia la apariencia de su cuñado. El ser a quien quería rescatar lo quería matar.


La respiración pesada de Eiri bañaba su rostro con su vaho. No, ese no era Eiri, no era él la persona que el había criado en Nueva York. Sus pupilas totalmente dilatadas le hicieron notar a Tohma que definitivamente Eiri no sabía ni quien era ni que hacia...


Los dedos de Eiri apretando más su piel alrededor de su cuello le hicieron notar que tenía que actuar rápido, no había tiempo para temer, ya que el aire ya se le hacía exiguo y su cuerpo comenzaba a temblar buscando por oxígeno. Intento zafarse pero la mano férrea de Eiri no se soltaba ni un milímetro. Seguchi supo entonces de que ahora sí, si no hacia algo indirectamente haría que Eiri se volviera un asesino por segunda vez.


Con la poca fuerza que le quedaba levantó con total rapidez su pierna derecha, propinándole un golpe certero a la parte baja de Eiri, el cual dio un gran quejido y se soltó del cuello de Seguchi para caer de la cama y quedar tirado en el suelo quejándose de dolor. Seguchi siguió como el cuerpo caía, y necesitó varios segundos para recuperar la respiración y la compostura. Inconscientemente se llevó su mano a su cuello y pudo sentir como la piel le ardía y se encontraba magullada.


Con un Eiri adolorido y aun consiente, que luchaba por pararse y lo miraba desde el suelo jurándole muerte mientras balbuceaba palabras inentendibles;  supo que tenía que pedir ayuda o no podría salir de ese departamento completo porque sea lo que sea que Eiri hubiese ingerido aún no daba señales de habérsele pasado el efecto. Rápidamente buscó entre sus bolsillos a su aún intacto celular, el cual estoicamente había soportado todo el forcejeo, y deslizando sus dedos rápidamente llamó al último número con el que se había contactado


—¡K necesito que vengas al departamento de Eiri! —Habló lo más rápido que pudo. Después de lo sucedido no deseaba quedarse a solas con Eiri en su estado, era demasiado peligroso.


—¿Qué rayos paso Seguchi, por que tan alterado? —Le preguntó un K mortificado.


—K, no te puedo explicar, apúrate o Eiri cometerá una locura.


—Pero que... —Y de repente la llamada se colgó.


K saltó como un resorte de su asiento, su sexto sentido le decía que si no se apuraba alguien podía morir y no iba a ser por sus manos. Esto se estaba saliendo de control. Porque justo ahora cuando Shuichi se encontraba internado y no daba señales de rápida mejoría, porque las cosas se ponían peores con el paso de los minutos, qué diantres más podría empeorar.


 


 


 


 


 


 


Caminando por pasillos del centro me comencé a enrumbar al jardín. Salir a tomar aire fresco después de tan sofocante e intrigante charla con mi consejero no me estaba dando ningún resultado. Estaba molesto. Era como si todo la gente se la diera de mucho, como ellos estaban mejor que yo de la cabeza tenían el derecho de tratarme de tonto o de niño loco que no quiere hablar porque está haciendo su berrinche. La gente que tiene las ínfulas demasiado infladas me enervaban, siempre creen que tienen la razón así estén hablando la mayor tontería.


Mientras caminaba mi pie se clavaba en la grama con intención, destrozando cierta mala hierba desafortunada que se encontraba en mi camino, no eran culpables de nada, pero necesitaba desquitarme, así como en casa me daban estos ataques de cólera y mi pobre Kumagoro era el que salía pagando los platos rotos porque lo usaba como saco de box. Que falta me hacia ahora.


Ahora que recordaba, al momento de huir de esa casa, sí, de huir, como un cobarde o criminal; me había llevado tan poco, tan sólo lo que llevaba puesto. Todo mi ropa, mis utensilios de aseo, mis objetos personales, mis libretas con mis canciones, mis discos, las pocas fotos que teníamos Eiri y yo, movidas o difusas porque él nunca se dejaba tomar fotos él muy desgraciado, y mi querido Kumagoro; que era lo más cercano a un confidente en esas noches de soledad donde me dejaba llevar por las lágrimas.


Que burla. Al final es como algunos dicen, cuando terminas una relación te llevas lo que esa persona te dio nada más, ¿Y yo que me había llevado? Tan sólo los restos de mi, era Eiri quien casi se había quedado con todas mis cosas, mis memorias, mis años.


Y la pregunta millonaria era ¿Y yo que me había llevado de él? Ni siquiera mi billetera donde tenía un pequeña foto suya pude rescatar de ese lugar, porque para mi mala suerte se encontraba en otra de mis casacas, no en la que llevaba puesta ese día. No me había llevado nada de él. Él estaba completo y con todas mis cosas, como premio a su galantería y a su facilidad de romperle el corazón a las personas y yo había acabado aquí, con otros enfermos como yo que intentaban salvar su vida, o terminar de destruírselas.


¡Rayos! porque tenía que ser tan masoquista y pesimista. Porque mi mente siempre me atormentaba echando sal sobre la herida aún abierta. Necesitaba relajarme. Y en este maldito lugar, mi único lugar de consuelo que había conseguido encontrar era mi árbol.


Mientras me dirigía a pasos pesados y desanimados, miraba el cielo totalmente despejado. Todavía no comenzaba el verano, estamos en el final de la primavera pero aún así se podía sentir cierto calor que comenzaba a elevarse más de lo normal. Ojala y esos rayos de sol que ya se colaban, también se pudiesen colar en mi ser.


Para llegar a mi árbol tenía que subir una pequeña colina. Subirla me agotó de una forma rápida. Quizá si le tomaría la palabra a mi consejero sobre aquello que me había mencionado días atrás, antes de esta fatídica conversación de hoy: "debe ejercitarse, la vida sedentaria no es buena" . Siquiera en algo tenia razón ese cabeza hueca, mis músculos parecían resentidos, aunque claro, estando tan solo sentado o durmiendo, eran totalmente entendible que mi cuerpo se hallase así.


Ya una vez sobre la colina pude ver que había una sombra. Me acerqué receloso para descubrir que era un chiquillo que se encontraba durmiendo de la manera más plácida sobre él. Toda mi bilirrubina que había menguado mientras caminaba hacia allí, comenzó a ebullir en mi como una ponzoña. ¿Que se había creído ese estúpido?


—¡Oye! —Le grité mientras me acercaba rápidamente a su lado. El muy descarado no me había escuchado, claro, si estaba con los audífonos a todo volumen.


Ya al lado de él, lo zarandeé para despertarlo, no me importaba si me ganaba una resondrada por ser violento o pleitista con las personas que se encontraban en el centro, pero ese era mi lugar de relajo no iba a dejar que nadie lo tomase.


El chico sorprendido y un poco asustado al haber sido despertado de forma tan abrupta me miró con sus ojos totalmente dilatados como preguntándose qué demonios pasaba. Al ver que no salía de su bobo trance le facilité las cosas.


—¡Es mi árbol! Así que retírate, búscate el tuyo propio —le grité sin apartarme de él ni un centímetro, mis dedos aún clavados sobre sus hombros no se moverían de ahí si él no daba señales de haber entendido el mensaje.


—¿Qué? —Fue lo primero que articuló después de largos segundos. El maldito era lento y desquiciante, quería que se fuera de ahí pero ya.


—¿Que no me oíste? Te dije que te fueras, este árbol es mío —proclamé.


Los ojos color verde del chico parecieron captar algo extraño en mi rostro encolerizado, porque de pronto se suavizaron y apartando mis manos gentilmente de sus hombros, me miró profundamente. Aquello me incomodó. Qué no entendía que quería que se marchara, y ¿Por qué rayos se me acercaba tanto?


—¿Son tu color de ojos natural o estas usando lentillas? —Me preguntó, teniendo su rostro demasiado cerca al mío.


—¿Qué? —Ahora era yo el que no entendía. Porqué me preguntaba cosas absurdas y fuera de lugar como el color de mis ojos y, ¿qué acaso no me había escuchado antes?— Mira, te he dicho que te marches pero como parece que no entiendes japonés te lo diré lento LAR-GA-TE. Este es mi árbol así que piérdete.


—Wow, que enojado, relájate fierecilla, yo llegué aquí antes que tu, así que me puedo quedar el tiempo que desee. Además el tronco es grande, te puedes recostar por el otro lado si no quieres verme —sentenció en tono de burla, mientras iba a ponerse de nuevo sus audífonos, pero no iba a dejar que me deje parado como idiota. Antes de que se pusiera los auriculares le tomé por las muñecas fuertemente y le acuchillé con la mirada más molesta que le podía mostrar.


—No estoy de ánimos hoy día, sino haces lo que te digo, te va a ir mal. Si no quieres acabar con un ojo morado déjame en paz y vete de aquí —. Le amenacé, casi sintiendo cada palabra en la punta de mi lengua, intentando que de una vez me haga caso, pero fui yo el que terminó con la horrible sensación de mi garganta estrechándose cuando le pedí que se fuera de allí.


Sin siquiera inmutarse o mostrar cierto temor por mi amenaza a una golpiza, me comenzó a hablar como si yo no estuviese histérico, como si yo no estuviese a punto de perder los papeles ante un niño descarado que no era capaz de hacer lo que sus mayores le decían.


—Tu estas a punto de llorar —me dijo mientras otra vez su mirada se dulcificaba y me miraba de una forma que no entendía ¿Quien rayos era él?


Aquello fue la gota que derramó mi vaso ¿Por qué todos se creían con derecho de hablarme como si me conocieran más de lo que yo me conozco a mi mismo? ¿Qué derecho tenían de hacerme sentir vulnerable? ¡¿Por qué me llevaban siempre hasta mis límites y me hacían desesperar?!


—¡Cállate! No voy a llorar, estoy muy molesto ¡Quiero estar solo! ¡Déjame solo! —He intentando propinarle el golpe prometido en el rostro, él fue más rápido, tomó mi puño antes de que siquiera lo tocase, el cual asió, jalándome hacia su costado, haciendo que cayera a su lado, totalmente desconcertado.


Soltando mi puño, llevó sus manos a mis hombros para acomodarme sentándome a su costado. Yo era como un muñeco de trapo, todo pasaba en cámara lenta y tan solo me dejaba hacer, era como entrar en un pequeño dejavu.


—Respira y escucha —me dijo mientras me ponía los audífonos en los oídos. De pronto una sonata suave se coló por mis tímpanos, hipnotizándome. El sonido del piano era tan dulce y lento, enérgico y melancólico, como si el mero movimiento de los dedos de aquel majestuoso pianista fuese capaz de contar su historia y sanarla, transformándola en algo hermoso como aquella melodía. Sin entender muy bien tantos sentimientos, esas lágrimas que no quería que saliesen, se escaparon. La sonata era tan triste pero a la vez tan bonita.


De sus bolsillos el chico saco un tissue y me lo pasó discretamente, colocándolo sobre el dorso de mi mano izquierda, mientras él miraba el horizonte y yo me había quedado de piedra, con el cuerpo recostado sobre el tronco, casi pegado a su costado derecho del joven que aún no sabía su nombre. Yo con el rostro aún ladeado, continuaba mirándolo, como expectando una explicación. Entonces sintiendo como le clavaba la mirada me miró para sonreírme.


—Es Debussy, Claro de Luna; siempre me relaja, es casi mágico —me dijo mientras tomaba el tissue que aún no usaba, el cual había resbalado del dorso de mi mano hasta mis dedos y peligraba con caer al grass, para casi sin rozarme siquiera, limpiarme aquellas lágrimas traicioneras que se habían escurrido de mis ojos.


Me dedicó una última sonrisa para voltearse y seguir mirando el atardecer que ya se formada. Yo de manera mecánica,  de quien seguía sin comprender que había pasado, lo imité y me quedé sentado a su lado, apreciando el crepúsculo que se formaba y descubriendo que su mágica música, como él le llamaba, me había enamorado, porque tan solo en unos segundos quitó toda mi cólera y la transformó en algo tan lívido que se había evaporado con los últimos rayos de sol de aquella tarde.


Cuando la sonata acabó, me sentía mucho mejor y, ahora con vergüenza por mi actos de unos minutos atrás. Me removí incomodó a su lado. No sabía cómo hablarle ni como devolverle sus audífonos. Lentamente intenté remover los audífonos, pero él me detuvo.


—Escucha un poco más, las que vienen también son buenas —me dijo mientras rápidamente cogió mis manos para que me llevase los audífonos a su lugar. Tan sólo hice un asentimiento con la cabeza a lo cual él se rió.


—Sí, mejor escucha todo el repertorio. Es cierto cuando dicen que la música tranquiliza a las fieras —se me mofó de mí. Quise poner cara de pocos amigos, pero sabía que él estaba intentado ser conciliador con respecto a mi mala actitud.


—Siento lo de hace un rato, yo estaba muy ofuscado y me descargué contigo. —Intenté justificarme. No quería socializar ni formar vínculos con nadie ahí, pero extrañamente ese joven me daba confianza.


—No te preocupes a todos nos pasa, cualquiera se estresa en un lugar como este —me siguió la corriente de la forma más cool, mostrándome una sonrisa de lado libre de sarcasmo. Parecía que de verdad comprendía ese sentir mío.


—Gracias por comprender... esto... —quise agradecerle de forma formal pero no sabía su nombre.


—Riku. Me llamo Riku. —Y tendiéndome la mano izquierda tomó mi mano más cercana a él para darme un apretón de manos. Yo no supe como responderle así que le correspondí el saludo para no ser más descortés de lo que ya había sido.


—Un gusto conocerte Riku, espero nos podamos llevar bien y ... bueno, supongo que para ello yo tendré que compartir mi árbol —concluí melancólico. Adiós soledad, adiós independencia.


—¿Estas muy encariñado con este árbol no Shuichi-san? —me preguntó sonriéndome, haciéndome lucir raro y a la vez descubierto. Pero cuando toda la información llegó a mi cerebro... ¿Cómo sabia mi nombre?   


    


 


 


 


 


 


  


 K agradecía contar con un par de piernas fuertes, no quería hacer demasiado bullicio usando su magnum para volar la cerradura de la puerta del departamento de Eiri. Una sola patada con todos sus fuerzas fue necesaria para reventar la puerta y bueno, al final, quizá hizo más bulla que el sonido de una bala el quebranto de la madera que se volvió astillas.


Recordando quizá sus antiguas épocas de espía o de gánster, épocas que solo el sabia la entera y completa verdad y que a nadie más había dicho, hizo gala de sus movimiento ágiles, casi unido a la pared, como si fuese un camaleón que quisiera pasar desapercibido de una posible presa que se encontrase al frente.


Sin embargo, cuando dejó atrás a los más terroríficos muebles destrozados y vidrios rotos, los peores enemigos con los que se había cruzado en mucho, al llegar a la recámara, a la cual él recordaba como el cuarto que compartían Shuichi y Eiri; el escenario puesto en escena no lo sorprendió tanto como la ira de Seguchi.


—¡K! ¡¿Por qué demonios te demoraste tanto?!


Su ira le hizo notar que no había ningún peligro potente que estuviera al asecho, pero igual debía seguir los protocolos, primero era lo primero. Haciendo caso omiso a Seguchi, y del bulto que llevaba sobre sus piernas, comenzó a rebuscar entre las esquinas del cuarto algún posible rufián escondido. Caminaba sinuosamente, intentando no ejercer mucha fuerza en sus pisadas para no ser oído.


—¡Con un demonio! ¡K! ¡¿Qué mierda haces?! —le gritó esta vez un ya muy exasperado Seguchi. Entonces por mera seguridad propia, terminó de sacar su magnum que se encontraba ya a medio sacar, y sin el menor atisbo de duda, apuntó directamente a Seguchi.


Pudo notar que toda la cólera de Seguchi se transformaba en desconcierto, pero no podía ser tan confiado, a lo mejor la llamada de unos minutos atrás era tan solo una trampa, debía ser cuidadoso con él, ahora sospechoso, empresario y jefe suyo.


—... k, disculpa, no debí gritarte, pero estoy muy nervioso, Eiri se está muriendo,...  Por favor déjate de juegos y ayúdame —. Ante aquello, prestó por primera vez atención a aquello que llevaba Seguchi sobre sus piernas cubierto con su saco. Con un movimiento de su magnum, le indicó que descubriese lo que sea se encontrase allí.


Seguchi le hizo caso obediente, sabía que K podía ser muy eficiente para ese tipo de situaciones pero también podía inmiscuirse tanto en su papel que podía retorcer la realidad. Estaba rodeado de puro loco y enfermo.


Descubriendo el cuerpo de Eiri, K se digno a guardar su magnum en su funda de cuero que colgaba de sus hombros. Entonces después de volver a mirar hacia todos lados, no entendió porque rayos había sido llamado con tanta premura.


—K ayúdame —le rogó estaba vez Seguchi, ya con una voz monótona.


—Para eso estoy acá, Boss, pero no veo para que me necesita.


—K —le dijo casi en un susurro cansino— Eiri está mal, no lo puedo sacar así nomas, exponiéndolo a que le pase algo o a que sea visto, necesito tu ayuda, debemos trasladarlo a un hospital...


K miró nuevamente el cuerpo de Eiri y sintió pocas ganas de querer ayudar a aquel sujeto, por un minuto barajeó la idea de irse del lugar y dejar que las cosas caigan por su propio peso, total, el final de Eiri era casi inminente. Sin embargo, Eiri aún podía ser una potente carta que usar si era bien empleada, quizá no era inteligente de su parte el descartar una jugada ganadora que podía emplear en un futuro.


—Yo no soy bombero Seguchi  y si al final no querías que nadie lo viese en este estado, lo hubieras cuidado más. No que antes eras todo un maestro stalking your dear Eiri.


—Pero sabes de primeros auxilios y como pasar desapercibido, por favor —esta vez imploró Tohma, ignorando el último comentario de K. Estaba dejando su orgullo por los suelos, al final cuando todo esto pasase, que esperaba Seguchi no fuese un tiempo tan largo, por más que le doliese; Eiri también iba a tener que depositar su merecido pago por todos sus trapos sucios que Seguchi estaba sacando cara como si fuesen suyos. A Tohma le dolía en el alma, pero era tiempo que Eiri aprendiese que todos los actos traen consecuencias.


K solo soltó un bufido, era de cierta manera compensatorio para él, el ver a su jefe sin su tan conocida cara de póker, pero lo que le pedía era una misión arriesgada y que tenía un nivel muy alto de no poder cumplir con lo asignado. Pero él no era cualquiera, era K, y debía seguir hasta el final.


Ya con un pensamiento más determinado, se proponía a tomar el cuerpo de Eiri para trasladarlo cuando Seguchi se lo impidió.


—Espérate, está muy delicado, no lo puedes mover así nomas... —le indicó quejoso, pero el leve movimiento que hizo Seguchi sobre el cuerpo de Eiri, le hizo ver a K que había una mancha extraña en las ropas de Tohma. Acercando uno de sus dedos hacia el origen de aquella mancha, el cuerpo de Seguchi se sobresaltó, pero era necesario saber que era. Llevando su dedo hacia su nariz, detecto que era lo que temía pero ¿de quién?


—¿Es tu sangre o la de tu cuñado? —le preguntó con el rictus recio.


—Es de Eiri, comenzó a escupir sangre después que lo golpeé porque intentó... —Pero no pudo terminar porque K se había ido de su lado para acercarse una de las ventanas de la habitación que se encontraba totalmente en penumbras.


Con un sólo movimiento jaló las cortinas, rompiéndolas, dejando que la luz se filtré en la habitación sombría. Con la mirada intentó reconocer algo diferente a vidriecillos regados en el piso, hasta que dio con lo que buscaba.


—¿Que me decías que intento hacer tu cuñado? —le preguntó K, mientras mantenía la mirada clavada en su pequeño objetivo que se encontraba en el piso, casi siendo imposible de reconocer por su diminuto tamaño.


—El... intentó matarme...creo —le respondió Seguchi con una dubitativa palpable que él esperaba no fuese verdad, o tan sólo era que en Tohma se había vuelto verdad aquel dicho, cría cuervo que te sacaran los ojos.


—¿Crees? ¿O de verdad intento hacerlo? Vamos Seguchi, se asertivo —le hostigó K. De una forma macabra se sonrió, hacia unas horas atrás se preguntaba que más podía salir mal, de qué forma las cosas podrían empeorar, y ¡Bingo! Lo había encontrado.


—No sé K, con un demonio, sé que no quieres ni te importa que le pase a Eiri, pero él es mi familiar y debo salvarlo —. Los ojos de Seguchi lucían hastiados ante sus propias palabras.


—Lo hubieras salvado antes entonces Seguchi —le implicó K mientras habiendo recogido del suelo el diminuto implicado se lo mostró a Seguchi— ¿Desde cuándo tu cuñado consume drogas?  


   


 


 


   


 


 


   

Notas finales:

Gracias por leer hasta final! n.n

Nos leemos en unas semanas cuidense!!


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