»Nada es para siempre en la Tierra... sólo un poco aquí«
I.-
Treinta y uno de octubre. Como cada año en el Mundo de los Muertos, centenares de ánimas se formaban en interminables filas para ser transportadas en pequeñas barcas que los llevarían al Mundo de los Vivos (1), en donde les esperaba un gran festín en el que sus vivos ponían todo el corazón y esmero en esta fecha especial. Entre estas ánimas se encontraban dos jóvenes. Uno de ellos era alto, de cabello negro azulado, unos bonitos ojos azules y expresión gentil. El otro era más bajo de estatura y más joven, de cabello dorado como trigo, cuyos ojos plomizos miraban con aburrimiento a su alrededor.
–Como 'esa pesada' haya puesto el estúpido disfraz de conejo como el año pasado, no se la va a acabar –decía con el ceño fruncido
–¡Oh, vamos, Shinobu-kun! No seas tan duro con ella… después de todo era lo que llevabas cuando…
–¡No lo digas, Nowaki! ¡Si hay algo que más odio es que me sigan recordando con lo que traía puesto 'aquel' maldito día!
–Oh… –y luego susurró para sí– Creo que metí la pata
–Como sea, seguimos nosotros
–Hai –dicho esto abordaron un pequeño bote, inconscientes de la presencia de una tercera ánima
Mientras tanto, en algún pueblito en el Mundo de los Vivos las calles se encontraban repletas de flores de cresta de gallo (2), crisantemos, nube, alelíes (3), etc. Pero la que sin duda reinaba en este día tan especial era la legendaria flor de cempasúchil (4), flor traída desde México junto con la tradición desde décadas atrás. Asimismo las calaveritas de azúcar, chocolate y amaranto (5) con sus coloridos decorados le daban al ambiente cierto dulzor, contraste con el astringente (6) pero sublime aroma de la goma de copal (7). La gente iba de un lado a otro buscando lo necesario para darles a sus difuntos un recibimiento digno de los dioses. Entre ellos se encontraba una castaña de ojos grises, que llenaba su bolsa con tejocotes, naranjas, cañas de azúcar, manzanas, y toda clase de frutas de temporada.
–Risako ¿No crees que ya es suficiente? –le decía un pelinegro de unos 37 años, que cargaba con otras tres completamente llenas
–A Shinobu le gustaban mucho las frutas… se ofendería mucho si no pongo más que el año pasado
En tanto un castaño de ojos color avellana, que no pasaba de los 30 años, se encontraba aseando su casa. Como cada año guardaba en cajas de cartón los libros que conformaban las enormes pilas que ocupaban casi toda la habitación. Terminado esto, procedió a sacudir y barrer hasta que quedara rechinando de limpio, para más tarde montar el armazón y decorar el altar que por vez primera dedicaría a su persona especial, fallecida hace poco más de ocho meses.
–Menudo idiota –gruñó más con tristeza que con enojo– Si estuvieras aquí, seguramente andarías suplicando como niño chiquito que te deje ayudarme a poner la ofrenda
En tanto, un poco más afuera de ese pueblo, la gente miraba con curiosidad un auto rojo que venía rápidamente por las empedradas calles.
–Un 'fuereño' –espetó una pelinegra que barría la acera
–El mismo que viene cada año –siseó una anciana que también barría una parte
–¿Cómo?
–El joven Usami Akihiko… siempre viene al panteón a dejarle flores
–¿A quién?
–Al joven Takahashi Takahiro
El auto rojo se detenía frente a una casa no demasiado apartada del resto. Era una bonita casa de campo que se alzaba entre los árboles de una pequeña colina. No se preocupó en dejar el auto en cualquier parte, pues no pretendía quedarse mucho tiempo, sólo haría lo de cada año: comprar tantas flores como pudiera, dejarlas sobre la tumba de su primer y quizá único amor, hacer una oración y volver a la ciudad. A decir verdad él no creía en que las almas del Mundo de los Muertos tenían el permiso de Dios para visitar a los vivos, y por tanto no creía necesario hacer toda esa celebración.
–¿Ya llegamos? –preguntaba Shinobu con impaciencia al remador
–No –le respondió secamente
–¿Y ahora?
–Aun no
–¿Cuánto falta?
–Dos días
–¿Tanto? No creí que fuera tan lento
–Niño, si vas a seguir con tus estúpidos comentarios, será mejor que…
–¡¿Quién eres tú y qué haces aquí?! –gruñó el rubio desviando la mirada
–Etto… yo… –balbuceó el ánima de la que no se habían percatado– bueno… a decir verdad…
–¡Deja de balbucear como idiota y responde!
–¡Vamos, hombre! No te pongas así –le decía Nowaki tratando de apaciguarlo. Luego se aproximó al ánima y espetó con voz tranquila: – ¿Vas a visitar a alguien al Mundo de los Vivos?
–Sip –farfulló despacito
–Algún familiar tuyo, supongo…
–Emmm… no exactamente –rio nerviosamente
–¿Amigos? ¿Novia? –el espíritu negó con la cabeza– ¿Novio? –volvió a negar, esta vez con un sonrojo notable
–¿Entonces?
–Es un ánima olvidada –respondió el remador sin voltearlos a ver– sin nombre, sin hogar ni familia
–O sea que nada más vas de 'gorrón' (8) –siseó el ojigris, a lo que el espíritu bajó la mirada
–¡Shinobu-kun! No digas eso –le reprendió el peliazul, y luego de esto volvió a hablarle al alma con parsimonia– ¿Te gustaría venir conmigo? Quisiera presentarte a mi persona especial, en el Mundo de los Vivos
–Etto… yo… no quiero causar molestias
Había transcurrido toda la tarde y aún faltaba mucho. Shinobu se había quedado dormido después de hacerle preguntas al remero por más de una hora. Nowaki seguía despierto, acunando en sus brazos al alma sin nombre, pensando en si su persona especial estaría ya montando la ofrenda, como solían hacerlo cuando estaba en vida.
"Hiro-san"
CONTINUARÁ