II.-
Cero horas del dos de noviembre. Las campanas de la iglesia y el tic-tac del reloj de péndulo anunciaban la hora en que las ánimas infantiles volvían al Mundo de los Muertos, para dar chance a los difuntos mayores (9). Centenares de almas, entre ellas los tres jóvenes entes, descendían de las barcas después de un largo viaje. Ahora se encontraban justo en el Limbo, el espacio entre el Mundo de los Muertos y el de los Vivos. Una vez ahí, tendrían que buscar el camino amarillo que sus seres queridos formaban con la legendaria flor (10) hasta sus hogares.
–Bien, pues como dicen por ahí –espetó Shinobu- Aquí se rompió una jerga y cada quién de vacaciones (11)
–Bien, nos vemos
Shinobu y Nowaki se disponían a ir a casa, pero el último se detuvo cuando notó que el ánima sin nombre se quedaba ahí parada, con la cabeza agachada.
–Ven –le instó– te dije que iríamos a ver a mi persona especial
–Pero, Kusama-san, no quiero ser un estorbo para…
–No te preocupes, Hiro-san seguro puso un plato para ti
–¿Cómo?
–Hiro-san siempre prepara uno más por si llega algún ánima olvidada, aunque la verdad nunca creí conocer una –rio sobándose la nuca– entonces ¿vienes?
–Etto… bueno
Salieron del Limbo hasta llegar al panteón. Los dos entes caminaban entre tantas lápidas adornadas bellamente con la 'veinte flor' (12) y las velas que con su luz los guiarían, buscando una en especial, hasta que dieron con ella.
Kusama Nowaki
(1986-2013)
Ni la ausencia ni el tiempo son nada cuando se ama.
Te amaré por siempre.
Tu esposo, Kamijou Hiroki
Se podía leer sobre una placa de granito en letras doradas. Una sonrisa boba surcó sus labios cuando notó que la lápida donde yacía su cuerpo había sido limpiada y adornada con un sencillo arco hecho de carrizos y flores de cempasúchil. Pero se borró cuando vio que un par de ojos verdes como esmeraldas se llenaban de lágrimas.
–¿Ocurre algo, Chibi-tan?
–¿Ah?
–Lo siento, me tomé la libertad de ponerte ese sobrenombre… digo, tenía que referirme a ti de alguna manera ¿no crees?
–Supongo que sí –dijo Chibi-tan, limpiándose las lágrimas
Decenas de personas podían verse entre las tumbas de sus muertos, algunas elevando alguna oración al Cielo, otras más habían contratado algún grupo para tocar la música que más les gustaba a sus difuntos en vida, y algunos más incluso montaron toda la ofrenda sobre sus lápidas, donde pasarían la noche. Sin duda era una vista hermosa.
–Etto… ¿Dónde dices que vive Kamijou-san?
–Por aquí, sígueme
Caminaron por un buen rato en las callecitas empedradas, iluminadas por la tenue luz proveniente del interior de las casas, hasta que encontraron el camino amarillo. Una vez ya frente a la puerta de la que fuera su morada, ambos atravesaron el umbral de la puerta y entraron. Dada la hora no se fijaron mucho del lugar.
–Hmmmn… –soltó el peliazulado en un bostezo– Fue un viaje muy largo ¿Te parece si descansamos primero?
–Etto… preferiría tomar un poco de sal y agua (13), si no es mucha molestia –espetó su acompañante
–Oh, por supuesto. Hiro-san debió ponerla por aquí.
Mientras tanto Shinobu buscaba su propio camino amarillo. Ya había transcurrido cerca de hora y media y apenas lo encontró. Lo siguió hasta llegar a la puerta, y luego de eso entró. Le extrañó un poco que sobre la ofrenda no estuviera el disfraz de conejo que su hermana Risako ponía año con año desde hace tres. Asimismo tampoco estaba tan repleta de fruta como ella acostumbraba, pero no le dio importancia y se tendió sobre el petate (14) para descansar de su largo viaje, no sin antes tomar un poco de agua y sal.
En tanto Usami Akihiko pasaba la noche en vela leyendo un libro y fumando su sexto cigarrillo del día. Así se habían vuelto sus días desde que su mejor amigo y amor no correspondido se fuera al Mundo de los Muertos hace más de cinco años, y aquella temporada no sería la excepción.
"Mi querido Kyoukou (15), quien siempre me apoyó y cuidó de mí, la persona que me motivó a escribir aquel ensayo sin el cual no sería quien soy ahora… dicen que la forma en que uno muere define quién fue en vida, pero… ciertamente no merecía una muerte así de horrible… Kyoukou…"
III.-
Nueve de la mañana. Los rayos de sol iluminaban la tierra, haciendo a sus habitantes abrir los ojos a la vida. Entre ellos se encontraba Kamijou Hiroki, quien se levantaba de la cama. Agradecía enormemente que en este día se suspendieran las labores escolares, pues de lo contrario estaría corriendo presurosamente a la secundaria donde impartía clases. Luego de un bostezo fue directamente a la ducha, y después de un rato a la cocina a preparar un rico pollo con mole (16).
–Abuela, si por mí fuera lo hubiera preparado desde ayer –se quejaba en voz baja– pero tenías que ser tan quisquillosa (17) que no te lo comes si no es recién preparado
Probó la sazón y luego de que estuviera en su punto, lo sirvió en tres platos que fue colocando sobre el espacio en el altar que reservó para tal finalidad.
–Uno para la abuela, otro para Nowaki, y uno más para el ánima olvidada
El olor de dicha comida despertaba también a las dos ánimas que se encontraban ahí desde anoche.
–Él es Hiro-san –espetó el de ojos azules una vez ya despierto
–Mucho gusto, Kamijou-san –saludó Chibi-tan en una reverencia, como si éste pudiera verlo
–¿Ah? –se extrañó Hiroki– Por un momento pensé que alguien me había hablado
Depositó un poco de goma de copal sobre el pequeño sahumerio (18) que tenía algunas ascuas. Una vez que se desprendió un humo bastante aromático, hizo la santa señal (19) y luego de elevar una oración instó a sus tres 'invitados' a comer.
–Gracias, Hiro-chan
–Gracias, Hiro-san
–Gracias, Kamijou-san
"¿Qué pasa?" se preguntaba el castaño "Por un momento creí que mi abuela y él estaban… no, seguro de tanto copal que puse ya hasta estoy alucinando"
Se retiró del altar en una reverencia y fue a revisar unos exámenes.
–Así que tú eres el esposo de mi Hiro-chan ¿eh?
–¿Nana-sama?
En tanto Shinobu también despertaba de su sueño para observar mejor el lugar: en la sala estaba un altar que consistía en un pedestal de tres niveles forrado con papel de colores (20). En los dos primeros niveles estaban los elementos básicos de una ofrenda: recipientes con agua, sal, incienso, pan, flores, frutas y algunas velas. Le extrañó que las frutas no se encontraran acomodadas en forma de pirámide como Risako lo hacía en otros años y que no fueran tan abundantes; que el altar sólo tuviera los tres colores básicos, naranja, morado y negro (21), sin los verdes, azules, amarillos, rojos y rosas. Por otra parte no se encontraba el disfraz de conejo, sino algunos libros en su lugar.
Iba a lanzar algunos improperios, pero la presencia de alguien frente al altar lo sacó de sus cavilaciones. Alto, de cabello negro como noche, de facciones maduras pero no por eso menos apuesto, y unos profundos ojos azul ultramar que podría confundirse fácilmente con negro.
–¿Quién eres tú? –preguntó para sí– Me parece haberte visto antes
–¿Ah? –espetó éste mirando para todos lados– ¿Hay alguien ahí?
–Creo que fue en mi funeral, estabas al lado de Risako –seguía con su monólogo– ¿Cómo te llamabas? A ver… em… –ponía una pose pensativa– Mmm… ¡Miyagi! ¡Te llamas Miyagi Yö y eras esposo de mi hermana! O algo así, la verdad sólo te vi esa vez
–¿C-cómo lo sabes? ¿Quién eres?
–¡Estabas en mi funeral, viejo estúpido! –alegó sin pensar
–¡¿A quién llamas viejo?!
"Puede escucharme… definitivamente es el destino"
Por otra parte, Akihiko Usami ya había comprado las flores, tantas que dejó a una de las floristerías más grandes y famosas del pueblo sin la preciada veinte flor. Notó que la lápida estaba reluciente y que había sido recubierta de pétalos anaranjados, y sobre éstos se hallaba un poco de fruta, un sahumerio y un plato de arroz rojo con zanahorias y guisantes. Asimismo un bonito arco de carrizo y flores de papel de colores se alzaba en la cabecera, quedando la cruz de la lápida dentro de éste.
–Veo que Manami vino antes que yo –espetó, refiriéndose a Manami Kajiwara, la viuda de Takahiro Takahashi. Luego de eso dividió el hato en cuatro partes y puso una en una maceta en cada esquina de la tumba– Mira que traerte flores ahora cuando pude dártelas en vida, mi querido Kyoukou… aun así sigo preguntándome por qué ese hermano del que tanto hablabas jamás ha venido a verte en estos cinco años
–Porque él también murió –musitó una voz a sus espaldas
Volteó a mirar con desdén hacia atrás, encontrándose con la serena mirada de una anciana, enmarcada con las arrugas que el inclemente tiempo había dejado sobre su otrora joven piel. Por la vestimenta que traía, podía verse que se trataba de una campesina. No quería ser grosero, pues a diferencia de las hipócritas 'amistades' que tenía en la gran urbe, ella no le provocaba aversión, pero tampoco quería que se inmiscuyera.
–Murió el mismo día en que Takahiro-kun se olvidó de él
"Eso es imposible… Kyoukou no paraba de hablar de su hermanito, sacrificó todo cuanto pudo haber sido y tenido para procurar el bienestar de ese mocoso… ¿Cómo podría olvidarse de él de la noche a la mañana?"
CONTINUARÁ...