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I want your love por metallikita666

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Notas del capitulo:

¿Realmente tienen alguna idea de qué es lo que puede seguir ahora?

Algo me dice que ni se lo imaginan. Así que adelante: el capítulo es todo suyo.

-…¡Y no olvides que mañana en la tarde ensayamos!-

       Inoran suspiró con fastidio ante la frase cargada de esperanzado tono jovial, negándose a voltear una última vez antes de salir de su salón. Sabía que Sugizo lo estaba esperando al final del pasillo.

-Sí, Jun. Ya lo sé. Ya me lo dijiste…-

       Todavía con un nudo en la garganta, el pelinegro cruzó el umbral de la puerta y caminó hasta la salida, siendo acompañado por el de rojiza melena luego de que se topara con él. Empero, Yasuhiro sintió que el silencio de su kouhai no era normal.

-Oye… ¿estás bien?- le preguntó apenas salieron del instituto, rumbo a la parada del autobús que tenían que abordar para ir a casa de Inoue.

-Sí, no es nada…- repuso el otro, intentando olvidar el incidente. No obstante, algo relacionado con este se le vino a la mente entonces, y recordó un detalle que no dejaba de ser importante para la práctica del día siguiente en casa del rubio.

-Sugichan… Creo que voy a tener problemas para el ensayo de mañana- el comentario atrajo la atención del más alto, quien se detuvo al escucharlo. –Es que a mi guitarra le faltan un par de cuerdas… y no tengo dinero para comprarlas.-

       Sugizo sonrió aliviado, provocando el momentáneo desconcierto de su interlocutor.

-¡Pero si eso no es nada grave! Vamos a mi casa. Justamente, hace unos días que mi papá amaneció de buenas no sé por qué y me trajo repuesto de todas las cuerdas.-

-¡Ah, genial!-

       Así las cosas, ambos chicos cambiaron de destino, ya que debían ir primero donde Sugihara. Por fortuna, el sitio en el cual tenían que tomar el otro autobús quedaba bastante cerca y hallaron asientos desocupados dentro del vehículo, uno a la par del otro.

       A lo largo de buena parte del trayecto, el menor de ambos permaneció ensimismado en sus pensamientos; hecho que no se le hizo del todo insólito a su compañero. Inoran podía permanecer callado por largos ratos, aparentando que observaba lo que acontecía a su alrededor, aunque muchas veces no era de esa manera. Así lo habían comprobado sus amigos en repetidas ocasiones, pues tras preguntarle sobre algo que todos habían visto, el pelinegro de ojos azabache ni se daba por enterado.

       No obstante, en aquella ocasión era algo muy distinto lo que ocupaba su mente. Luego de otro día de tener que ignorar a Jun durante la mayor parte del tiempo, su atención se había centrado en cuán pronto –desde la llegada de Ryuichi al colegio y a la ciudad- se había configurado una muy sólida amistad en aquel círculo de cinco miembros. Era como si todos se encontraran predestinados a tal efecto, pero siendo –por desgracia y a causa de las circunstancias de ese momento en particular- igualmente proclives a la separación. Resultaba esperable, él lo sabía, pues los años de secundaria eran muy pocos si se comparaban con los del resto de la vida de una persona, en los cuales se suponía que había que trabajar y producir. ¿Pero sería acaso que todos los seres humanos estaban irremediablemente ligados a un mismo y monótono destino?

       Y si bien los razonamientos a este respecto iban y venían dentro de su cabeza, había una imagen que el chico no podía rechazar de la forma tan estoica en que logró apartarse de su mejor amigo a la salida. Shinobu sabía que el semblante entristecido de J se colaba hasta en sus sueños, de la misma manera en que su faz llena de resentimiento debía representársele asiduamente al mayor en sus ratos de soledad. Al menos, rogaba porque así fuera.

       Su mirada se desplazó furtivamente hacia un lado para observar de soslayo a Sugihara, quien hojeaba una revista de música de esas que tenía que comprarse a escondidas de sus padres y que no podría leer con comodidad aun en su propia casa, si no era durante la ausencia de los mayores o con la puerta trancada. Entonces, un pequeño suspiro ascendió hasta la garganta de Inoue en el momento preciso en que éste deploraba –de la misma forma en que solía hacerlo cada vez que meditaba acerca del asunto- no haberse fijado primero en el violinista, con quien probablemente habría sido muchísimo más feliz.

       Porque incluso a pesar de que su madre lo adoraba con preferencia por sobre todos sus amigos, su padre era incapaz de soportarse a Jun. Sus hermanos, por su parte, querían a Onose tanto como a los demás; pero es que los menores eran tan dulces e ingenuos que no habrían dudado en demostrarle su afecto aunque se tratase de un desmadrado y peligroso yankii[1]. Y ahí estaba Sugizo, quien tenía todas estas ventajas, además de una nunca mencionada pero por todos convenida aura de respeto que le dignificaba como el mayor y el más experimentado del grupo. Todo ello aunado a que, desde siempre, el también guitarrista le había profesado sincero cariño al más joven de su grupo; incluso a pesar de saberse en desventaja frente al rubio ojinegro.

-Perfecto, no hay nadie en casa- informó Yasuhiro cuando divisó desde el bus que la cochera de su domicilio estaba vacía. A decir verdad, sólo Shinya había tratado un poco al trompetista y a la chelista padres de su amigo, quienes permanecían un tanto míticos para los otros muchachos, pues el pelirrojo evitaba llevar visitas siempre que pudiera. Jun e Inoran sólo conocían a los Sugihara de vista y de lejos.

-¿Y no pasa nada… si llegan pronto?- inquirió Shinobu dubitativamente, al tiempo que se levantaba de su sitio y hacía fila tras del mayor para bajarse del vehículo. –No quiero ocasionarte problemas.-

-Descuida. De todas maneras, será rápido. Nada más tomaré las cuerdas, dejaré la mochila y nos iremos a tu casa.-

       Una vez frente al edificio de dos pisos, el ojicobrizo extrajo de su bolso las llaves y abrió. Dejó que el más bajo ingresara primero, tras de lo cual arrojó el llavero a un sillón y subió rápidamente las escaleras para ir a su cuarto. Inoue, para quien había pasado muchísimo tiempo desde la última vez en que visitara aquel hogar, se quedó mirando las fotos que estaban colgadas en la pared del lado opuesto al barandal de la escalera, y cuya disposición ascendía conforme se llegaba a la otra planta. Estando a la mitad de las gradas, el retrato de una dama de cabello blondo y largo y ojos claros, que iba ataviada con ropas occidentales, llamó su atención.

-¿Quién es esta señora rubia, Sugichan?- preguntó el menor, fijando sus ojos negros en la fotografía, mientras que en la recámara su amigo hacía gran alboroto buscando las famosas cuerdas.

-Mi abuela de Alemania[2]- repuso el otro, escudriñando en los cajones de su armario. –Toda la familia dice que me parezco a ella… Pero ya ves, a pesar de que mi mamá puso ahí su foto, van años ya de que no la visitamos…-  

       El pelinegro, quien lentamente terminó de subir los peldaños que lo separaban del segundo piso mientras escuchaba lo que su amigo le decía, apareció en el umbral de la habitación ajena.

-¿La extrañas mucho, verdad?...-

       Sugizo cesó en lo que estaba haciendo y se volteó hacia Inoran.

-Cuando era pequeño, la visitábamos más. Ella era una de las pocas en la familia que me entendía y que no estaba de acuerdo con lo que hacían conmigo…- apretó los labios durante unos segundos, para luego esbozar una media sonrisa sumamente lánguida. –Recuerdo una vez en que le conté lo mucho que me gustaba Ryuichi Sakamoto[3]-sama, pero no solamente su música…-

       El de menor estatura había dado unos cuantos pasos más sin despegar su mirada de la del mayor. Sentía que podía entender al otro profundamente, pues a pesar de que él estaba seguro de que su madre nunca le daría la espalda aunque escuchara cualquier confesión salir de sus labios, definitivamente lo mismo no sucedería con su papá. A ojos de su progenitor, él siempre sería el ejemplo a seguir para Juni y para Mako, y en la rígida dinámica familiar del ojinegro, los deberes no se cuestionaban.

-Ino-chan, siéntate un momento mientras encuentro las malditas cuerdas- dijo Sugihara reanudando su búsqueda y volviendo a su tono estresado. -¡Estoy seguro de que las había puesto por aquí!-

-¿Qué es eso que se ve allá?- interrogó Inoue desde la silla del escritorio de su senpai, a lo que el otro miró en la dirección que se le indicaba, pero sin descubrir mayor cosa. –Allá, sobre los libros que están junto a tu lámpara.-

-¡Ah, demonios! ¡Con que ahí estuvieron todo el tiempo!- maldijo un ofuscado pelirrojo, tirando todo lo que tenía en las manos para abalanzarse sobre el estante en cuestión. –Sí, son éstas. ¿Cuáles son las que me dijiste que te faltaban?-

-Las dos más delgadas.-

       Incluso a sabiendas de que el otro podría notarlo, Inoran se quedó observando fijamente a su interlocutor. Una vez más, todas aquellas consideraciones que había estado rumiando en su fuero interno pasaron por su cabeza, pero derivando al fin en una conclusión inusitadamente clara. ¿Es que era ya demasiado tarde como para decidirse a darle una oportunidad a su amigo; a darse a sí mismo la posibilidad de superar a Onose? El rubio, a pesar del tiempo que había transcurrido y de lo que habían conversado desde que la disconformidad de Shinobu se hiciera predominante –sobre todo a causa aquel incidente en el colegio- no se había dignado a buscar al menor para arreglar las cosas; no había querido cambiar. Únicamente intentaba mantenerse a raya debido a la parquedad y el alejamiento de su compañero, pero incluso le costaba entender ese asunto de la distancia. Mejor dicho, parecía no comprenderlo del todo.

-Sugichan…-

       Dicho de forma casi inaudible, el susurro escapó por sus labios entreabiertos.

       Sugizo colocó en él su vista y se asustó al advertir la expresión en su semblante: en los orbes ajenos había una tristeza inmensa. Preocupado, se acercó al menor de ambos, quien a su vez continuaba mirándolo mientras el sentimiento reflejado en su rostro se acrecentaba y sus ónices se preñaban de lágrimas. Le pareció que aquello posiblemente tendría que ver con el anterior silencio del más joven, pues ya había aprendido a entender que muchas veces el chico no podía exteriorizar sus pensamientos o emociones con tanta facilidad, sino que parecía luchar por tragárselos. El más alto se aproximó hasta quedar de frente a Inoue, para luego colocar las manos en sus hombros y descender a su mismo nivel, acuclillándose. Todavía portaba los paquetes de las cuerdas en la mano derecha.

-Shino-chan, ¿qué tienes?... ¿Qué es lo que te pasa?...-

       Inoran apretó los labios y sintió que dos gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero no lo pensó dos veces: abalanzándose sobre su amigo, lo abrazó por el cuello al tiempo que presionaba sus finos labios contra los de él. Ante el súbito contacto, el mayor retiró sus manos de sobre el cuerpo del chico y las cuerdas de guitarra cayeron al suelo, pero luego de eso se quedó completamente inmóvil.

-¡Perdóname!… Perdóname por haber sido tan estúpido… todo este tiempo…-

       El pelinegro sollozó aquellas palabras junto al oído de su senpai, dejando que la cálida y pesarosa agua salina brotara de sus ojos. Sin embargo, tras unos momentos de notar que Sugizo seguía sin moverse, cesó de estrecharse a él con fuerza. En ese instante, los delgados dedos de Yasuhiro volvieron al torso del menor: esta vez, al espacio entre sus hombros y sus clavículas. Con un movimiento firme y decidido, lo apartó de sí.

       El jovencito, confundido por tal ademán, alzó su atisbo consternado para hallar en la faz del pelirrojo un torvo gesto que le hizo inquietarse aún más. El entrecejo de Shinobu todavía estaba fruncido, y las sendas de sus lágrimas se calentaron bruscamente con el rubor de sus mejillas.

-Jamás vuelvas a hacer eso, Inoran.-

       Sugihara –tras recoger del piso las cuerdas- se puso en pie y se volteó, dándole la espalda a su compañero.

       Rápidamente, éste deseó replicar algo, pero lo cierto es que no tuvo tino para vislumbrar la mínima cosa coherente qué decir en semejante situación. Sus labios se movieron nerviosos como si fueran a articular algo, y tal cual si pudiera verlo, el más alto, luego de exhalar un suspiro, acabó de pronto con las intenciones ajenas de pronunciar palabra alguna.

-Vámonos. Te llevaré a tu casa.-

       Inoue lo comprendió: probablemente, nada de lo que pudiera decir tendría sentido.

       Lo atribulado que estaba debido a la sensación de haberse equivocado gravemente se tornó en una pesada y culpable congoja. Deseaba disculparse, hallar las palabras, ¿pero qué cosa podría argumentar que no confirmara las motivaciones tan egoístas de su pésima actitud de hacía un momento? Y con todo eso, el mayor todavía estaba dispuesto a acompañarlo de vuelta a su hogar. El de melena oscura escuchó los pasos del anfitrión en la planta principal, y después de asir su mochila, bajó las escaleras y corrió tras él.

       Una vez en la calle, camino al autobús y en medio del más tenso silencio, Shinobu sentía que tenía que ofrecer disculpas y liberar a Sugihara de su compromiso de acompañarlo a casa. No obstante, vacilaba en su decisión, temiendo que el mayor fuera a tomárselo a mal, interpretando que –tras meter la pata- el ojinegro se había ofendido por su justa reacción. La inseguridad de qué hacer predominó, por lo que al final Inoran sólo siguió a su senpai, manteniéndose callado y sintiéndose muy mal por no haber pensado, antes de llevarlo a cabo, en lo que aquel acto podría significar para su entonces dolido amigo.

       Cuando llegaron a la última esquina que precedía a la calle sin salida en la que estaba ubicada la casa de Inoue, Sugizo se detuvo antes de doblarla, pues sabía que –como casi siempre- era posible que los “enanos” (como solía llamarlos Inoue de forma cariñosa) estuvieran esperando el arribo de ambos colegiales para correr a encontrarlos. El pelinegro también dejó de caminar, advirtiendo que el otro finalmente tenía intenciones de dirigirse a él.

-Sugichan, por favor… perdona mi error. No debí hacerlo. No sé qué estaba pensando en ese momento…-

-Sólo quiero dejar las cosas en claro, para que no vuelvas a malinterpretarlas- dijo con aplomo el mayor, empleando un tono calmado pero absolutamente convencido. –Si te acompaño a casa y procuro siempre estar ahí para ti es porque eres mi amigo, porque me preocupa lo que te pase, y porque te quiero. Te he querido también de otra manera, lo sabes, pero por más duro que haya sido y que sea dejar de hacerlo, nunca permitiré que te conviertas en un J para mí. Ya no…-

       Exento de palabras nuevamente, el más pequeño le vio irse. Después de voltear y dirigir sus pasos hacia el final de la calle, recibió a sus hermanos menores entre sus brazos. Cargando a Makoto y de la mano con Junichiro, Inoran intentaba mitigar en silencio el sinsabor que apretujaba su garganta.



[1] Los yankii son una tribu urbana japonesa caracterizada por una estética y un modo de vida diferentes a los de la gente promedio en ese país, la cual tiene asociada con su imagen el hecho de ser jóvenes problemáticos y callejeros. (Nota tomada de mi fanfic Live to love, en el cual se trata, entre otras cosas, el tema de esta agrupación).

[2] Volviendo a una de las notas al pie de alguna historia anterior, recordemos que Sugizo es mitad japonés, un cuarto chino (del lado paterno) y un cuarto alemán (del materno).

[3] Tanto Sakamoto como su banda Yellow Magic Orchestra son dos grandes nombres dentro de la lista de artistas respetados por el violinista de Luna Sea. De hecho, la música de YMO, junto con la de otros grupos de ese momento, fue la responsable del viraje que sufrió el entonces adolescente, quien venía de un entorno meramente clásico. Por otra parte, no está de más recordar que el aclamado compositor ganador de un Óscar, durante su juventud, fue reconocido también por su atractivo físico, y de ahí que sea una referencia acertada desde todo punto de vista para los objetivos de este pasaje. 

Notas finales:

Ay, Pollo, Pollo... qué clase de cagada, corazoncito. Más te habría valido no tener esos arranques de expresividad, que de todas maneras, casi nunca se te dan x3

Aun así, ese Sugichan capaz de mostrar su madurez a pesar de todo es quien brilló aquí, ¿no creen? Habría que considerar cuánta gente en su lugar hubiese tomado la oportunidad con tal de hacer rabiar a su rival, a riesgo de engañar a los demás y engañarse a sí mismos. Pero nuestra Sánguche no es así <3

Quiero disculparme de antemano, o de forma atrasada -depende de por dónde se vea- debido a los errores que a pesar de mi obsesiva revisión se hayan podido quedar en capítulos anteriores, o incluso en los que vaya a subir de aquí en adelante. Tengo que aducir a mi favor que AY quitó la opción de editar los capítulos ya colgados, hecho que para mí ha sido catastrófico, pues cuando releo las cosas y noto un desperfecto incluso mínimo (casi siempre; soy humana), sufro inconmensurablemente por no poder enmendarlo. Tal vez, a muchos esto les suene a transtorno obsesivo-compulsivo y piensen que no es tan relevante a pesar de todo, pero las personas que me conocen muy bien saben lo importante que es este asunto para mí. A veces, dichos errores se generan al mismo momento que voy revisando y aplico sinónimos o así, por el cambio de género gramatical, por ejemplo.

Ahh, gracias por leer eso... Es que tenía que decirlo *suspira* Y por ahora, sí llegamos ya al final de este encuentro.

Mil gracias por seguir leyendo.   


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