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I want your love por metallikita666

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Notas del capitulo:

Y si bien es cierto que ya cumplimos con saludar a El De Nombre Impronunciable, les informo que en estos días también tenemos algunos otros homenajeados: Sakurai (seee, del que no sé ni por qué me acuerdo) el 7, Ace Shimizu de Seikima-II el 9; y uno de los personajes de esta historia, You Adachi, el 10 de este mes. 

Bueh, ya. Me dejo de fangirlear x3 Adelante con la lectura.

       Sábado por la mañana. Como era la costumbre, sus padres habían salido a pasear –muy probablemente junto a Mika-, y Jun se preparaba para el ensayo. Tras levantarse se había bañado, para luego barrer un poco el cuarto de paredes recubiertas y sacudir la batería de Shinya. Aquellas preciadas horas no debían ser desperdiciadas, pues de otra forma que no fuera con su ausencia y en fin de semana -si es que iban a hacerlo con percusión también-, los papás de Onose no les habrían permitido a los muchachos juntarse en su casa para practicar.

       El rubio, no obstante, estaba más intranquilo que todas las veces anteriores. Es decir, por supuesto que se sentía emocionado –formar un grupo estaba dentro de sus más importantes proyectos- pero la inseguridad que le provocaba la relación tan tensa con su mejor amigo lo incomodaba. Y en los últimos tiempos, la que mantenía hasta con Shinya y Sugizo, pues los acontecimientos recientes lo habían llevado a tener problemas directamente con los mayores.

       J estaba preocupado: claramente, mucho más de lo que era capaz de transmitir y aceptar. Durante muchos años había sentido que a pesar de lo que sucediera entre él e Inoran, el pelinegro siempre estaría ahí para él. Total, eran compañeros de clase y lo habían sido desde la más tierna infancia; e incluso luego de las peores peleas, no habían dejado de hablarse. Pero en aquellos momentos, muy dentro de él, ya no podía estar tan convencido.

       En su mente, sin embargo, se trataba de un pequeño y mimado Shinobu que todavía no había comprendido la lógica de que conforme pasaba el tiempo, lo que la gente esperaba de ellos iba cambiando. Cuando eran unos niñitos en el jardín de infantes, a nadie le importaba si se abrazaban y se besaban como hermanos. Una vez en la escuela primaria, podían seguir tomándose de las manos y entrar al mismo baño juntos; pero con la edad que tenían para entonces, prácticamente ninguna de esas cosas era aceptable ya. Lo que sucedía estando ambos solos era una cosa muy diferente.

       Los chicos salían con muchachas; y las muchachas, con chicos. Nadie rompía ese orden establecido; nadie se atrevería. Ni siquiera el rebelde Sugihara que había aprendido a tocar la guitarra por su cuenta y en contra de los deseos expresos de sus padres.   

       En buena teoría, las nueve era la hora convenida. J encendía el ventilador de pie que había colocado en una esquina del aposento y, en eso, escuchó el timbre.

-¡Ya voy!-

       Abrió la puerta y se encontró con un puntual castaño que cargaba su mochila en la espalda, y una caja de redoblante en la mano izquierda. En la derecha, Yamada sostenía una paleta de helado. 

       Jun suspiró. No porque fuera incapaz de entender cómo su amigo comía a todas horas –incluso minutos antes de comenzar con el arduo ensayo que lo dejaba empapado en sudor y muy agitado-; eso ya lo tenía más que entendido. Lo que lo inquietaba era el instrumento que el mayor traía.

-Shinya, ¿otro más?- inquirió sin poder creérselo. –En el cuarto hay como tres, y por lo menos diez parches rotos… ¿¡Cuándo te los vas a llevar!?-

       Luego de darle los últimos mordiscos a su paleta y acabársela, y entrando en la casa parsimoniosamente para después dejar el redoblante en el suelo, el aludido se volteó.

-Me lo regaló Minato-sama. ¿Qué acaso querías que le dijera que no?- preguntó Yamada a su vez con voz falsamente sorprendida, a modo de tenue burla, yendo a la cocina para botar a la basura el palito del helado. –Además, éste es el que me voy a dejar. Te prometo recoger todos los parches viejos y llevármelos, junto con los otros redoblantes. Si lo vuelvo a romper, solamente le cambiaré la piel.-

       Dijo, y sonrió con simpleza. Para Shinya no había nada más natural en el mundo, pero en el mismo momento, Jun soplaba su flequillo con una resignación casi obligada.

       El castaño entró en el cuarto alfombrado.

-¿No han llegado los chicos?-

       Onose negó con la cabeza, quedándose bajo el dintel de la puerta.

-Hmm… En ese caso, sólo espero que Ino-chan y Sugizo vengan antes que Ryuichi-kun- acotó el baterista, sentándose en su taburete y cogiendo las baquetas, para después darle unos cuantos golpes al pedal.

-¿Ryuichi-kun va a venir?-

       En la cara del rubio había sorpresa, si bien la vez anterior que se reunieron para ensayar, el de Yamato también los había acompañado. Claro, en aquel entonces, su presencia se debió más que todo al aprieto en que él mismo había puesto al pelinegro… Al recordar lo sucedido, Jun le bajó a su gesto de admiración.

-Sí, así es- Shinya hizo sonar un par de platillos, y al sentir que no estaba bien posicionado, se acomodó mejor en el asiento. –Sugizo y yo le pedimos que viniera, pero hay algo que queremos decirles a ustedes dos antes de que él llegue.-

       Y sin que el de rolliza contextura hubiese terminado de pronunciar aquellas palabras, el timbre se escuchó de nueva cuenta, y ambos colegiales voltearon a verse.

-¡Son ellos!-

       Yamada se quedó donde estaba y sacó de la caja el tambor, para posteriormente ubicarlo en el lugar del que tenía el parche reventado, entre sus rodillas. En el recibidor se escucharon los pasos de ambos jóvenes guitarristas, más los del anfitrión. Retirados los zapatos, Yasuhiro y Shinobu penetraron por el pasillo, siendo seguidos por Jun.

-¡Toma, gordo!-

       Apenas entró al recinto, el pelirrojo sacó de su bolsillo un paquetito de dulces de frijol –de esos que solamente vendían cerca de su casa- y se lo lanzó a su mejor amigo, quien lo atrapó estando entre sus platos y tambores. Al baterista le encantaba esa golosina.

-Ahhh, ¡te adoro, Sugichan, mi vida!- exclamó un enormemente contento Shinya, para, segundos después, cerrar los ojos y formar trompita con los labios, rematando la interjección con un apasionado beso que le tiró al violinista.

       Como era de esperar, la acción irremediablemente hizo reír a todos los presentes. Empero, pasada la algarabía inicial, Shinobu -quien se había sentado en el suelo en medio de la habitación- miró entonces a Sugihara, con quien venía, y luego al castaño. Tras ello, alzó una ceja.

-Y bien… ¿Qué es lo que se traen ustedes dos, a ver?-

       Sugizo abría el estuche de su guitarra y le colocaba a ésta la faja. Luego de atisbar brevemente a Shinya, se decidió a ser quien hablaría. Y puesto que no le había adelantado al pelinegro que el asunto tenía que ver con Kawamura, Inoran sería el más sorprendido de todos.

-Shin-chan y yo pensamos que no es mala idea decirle a Ryuichi que cante con nosotros.-

       Automáticamente, y aunque habían estado evitando el contacto visual directo, Inoue y Onose se miraron: ambos, perplejos.

-Pe-pero…- balbució el menor de todos.

-¡Oh, vamos, chicos! ¡Apenas si lleva unos días trabajando para Dead End!- comentó Jun, gesticulando con las manos y enfatizando así lo que decía. -¿Cómo diablos vamos a saber que nos conviene hacerle la propuesta? ¿Y si después tenemos que pedirle que se vaya? Sería muy feo, ¿no les parece?-

       Inoran se mostró de acuerdo con lo que el otro decía, y arrugó ligeramente el entrecejo por la preocupación.

-¡Pobre Ryu-chan! ¡A mí no me gustaría que me hicieran eso!-

       En ese momento, Yamada ejecutó un redoble que silenció a todos los presentes y dirigió la atención de éstos hacia él. Toda vez que conversaban en los ensayos, el castaño jamás abandonaba su lugar en la batería, y era porque visiblemente éste la confería un sitio de ventaja al poder hacer eso.

-Vaya, ¡pero qué poca confianza tienen en su amigo!- clamó. -¿Qué no recuerdan que ahora está en manos de Morrie-sama?- Y tras otro redoble, señaló al pelirrojo con una baqueta, volviendo a adjudicarle la palabra.

-Así es. ¿No han pensado que si Ryuichi-kun no sirviera para esto, ya Morrie-sama se lo habría dicho? ¿O ustedes creen que él es el tipo de persona a la que le gusta perder el tiempo?...- Al parecer, los mayores ya estaban muy preparados para las reacciones y argumentos de los chicos, que aunque de menos edad, eran los legítimos fundadores de la idea. Shinobu y Jun permanecieron en silencio.

-Yo lo he escuchado- dijo Yamada, atrayendo de nuevo la atención hacia su lado. –Y no lo hace nada mal; créanme…-

       El pelinegro del grupo se levantó de donde estaba y fue por su guitarra. Previamente, le había colocado las cuerdas nuevas, aunque no había tenido tiempo de afinarlas, por lo que comenzó a hacerlo. Todos, en especial Onose, lo miraban con expectación.

-Ese que acabas de mencionar… es un muy buen punto, Sugichan- una sonrisa suavizó el semblante del pelirrojo cuando escuchó al menor de todos decir aquello. –Además de que aquí nadie es un profesional… ni siquiera tú o Shin-chan. Que lleven años tocando no significa que sepan de qué va todo este asunto…-

       Era su forma de dar su veredicto: Jun lo entendió a la perfección. Así que, básicamente, eso era un “sí”. El rubio juntó los labios y los apretó un poco, colocándose después las manos en la cintura. Agachó la mirada.

-De acuerdo… - los demás levantaron los brillantes atisbos. –Pero quiero que estemos conscientes de que, al fin y al cabo, este es un período de prueba para todos. Desde un principio lo hablamos, ¿recuerdan? Dijimos que si, llegado el momento, alguno no lograba adaptarse a lo que el resto quería, tendríamos que separarnos. Cualquiera de nosotros, sin importar quién fuera.-

       Un breve silencio se instaló en el lugar; los colegiales asentían con su falta de palabras. Claramente, referirse a algo así no era sencillo para ellos, pero todos sabían que era la única manera de verlo. Shinya, durante varios años, había tocado junto a senpais que tenían otras bandas, pero nunca ninguna de ellas había trascendido más allá del colegio y los eventos internos. Ellos, por su lado, soñaban con más.

-¡Bien!- se oyeron un par de golpes en el bombo. -Entonces, ¡asunto decidido!- declaró el baterista con una amplia sonrisa, mirando a los demás.

-Sí- acotó Onose, devolviéndole el gesto. –Iré a abrir la puerta, pues me parece que ya Ryuichi-kun no tarda. Más bien, es extraño que aún no haya llegado…-

-Se habrá atrasado- repuso Inoran, terminando de ajustar las clavijas, y sin despegar la mirada de su instrumento. –Pero en este caso, nos convenía que así fuera- las comisuras de sus labios se alargaron discretamente. Por otra parte, en ese momento el rubio ya se encontraba en la entrada de la casa. –Vaya que Jun y yo podemos ser bien lentos a veces…- agregó Shinobu, mirando a sus camaradas. –No habérsenos ocurrido que tal vez el vocalista que siempre quisimos estaba más cerca de lo que pensábamos…-

-Bueno, todavía no podemos cantar victoria- Sugizo, arrodillado en el suelo, programaba su pedalera. –Falta que él acepte…-

-¡Buenos días, amigos! Perdón por el retraso. Con mi madre no hay manera…- saludó un visiblemente acongojado Kawamura. –Pero en fin. No es como que me necesiten para poder empezar…-

       Los otros cuatro adolescentes se miraron entre sí con complicidad; gesto que no fue percibido por el de Yamato. El rubio anfitrión –después de colgarse el famoso bajo que había suscitado la discordia entre él y su hermana mayor- se dirigió entonces a una de las esquinas donde se encontraban los redoblantes rotos del castaño, un par de pedestales algo desvencijados y otros tantos accesorios viejos, y tomó aquel soporte que tenía el único micrófono existente en la sala. Lo puso en el centro del cuarto y lo conectó al pequeño y empolvado amplificador que para él tenían, volteándose finalmente hacia el recién llegado.

       Ryuichi se había sentado en el piso, en una de las orillas, y miraba a Onose con extrañeza.

-Ryuichi-kun… ¿Nos ayudarías a cantar “Naitomea[1]”?-

       En el rostro del aludido, sus lucientes y achinados ojos cobrizos se abrieron grandemente. De inmediato, un vivo rubor le coloreó las mejillas, y el colegial dirigió la vista hacia sus otros camaradas.

-¿Y-yo?- inquirió, señalándose a sí mismo. –P-pero… esa canción la escribió Sugizo-senpai…-

-Pero yo soy guitarrista y no sé cantar- contestó el pelirrojo, sonriendo. –¡Vamos, Ryuichi-kun! ¿Qué acaso sólo vas a darle la oportunidad de escucharte a Morrie-sama? Nosotros somos tus amigos…-

       Kawamura, cuyos orbes se habían hincado en los también marrones de Yasuhiro, sonrió finalmente al recorrer con la mirada las caras de todos los chicos, pues advirtió en estas que la petición era general, y se sintió afortunado. En verdad ellos querían oírlo.

       Poniéndose de pie, dio un par de pasos hacia el centro. Aún tenía las mejillas sonrojadas.

-Bueno… ¡Pero tampoco es como que yo sea el gran cantante, eh!- agregó, y todos rieron. Él, no obstante, sin poder disimular que a pesar de todo estaba un poco nervioso.

-Tú la escuchaste la otra vez, así que ya sabes cómo va- dijo J, colocando los dedos en posición para dar inicio. Kawamura movió la cabeza en señal de asentimiento. -¡Uno, dos, tres!-

       El bajeo de Jun -dos, tres círculos-; luego la guitarra y la batería. La melodía tranquila y aquella marca que indicaba el inicio. El adolescente separó los labios y dejó que las palabras empezaran a fluir, haciendo subidas dramáticas y alargando vocales; justo como le había escuchado hacer a su ídolo tantas veces. Cantaba suavemente, con cadencia. No hacía falta hacerlo de otra manera, pues las notas eran lentas y armoniosas; y a pesar de que solamente hubiera escuchado la canción en el ensayo anterior, el hecho de que tuviera que leerla cada tanto no estropeaba su actuación. Pero conforme avanzaba, se tornaba más intensa –tanto por la música como por las palabras- y ahí sí entonó con fuerza. Sugizo, quien había cantado las veces anteriores para darles a sus compañeros una idea de cómo se imaginaba la letra junto a lo demás, lo miró: le había gustado lo que oyera. Y detuvo la ejecución.

-¡Vaya!- exclamó el pelirrojo -¡Eso estuvo genial! Ese crescendo…- dijo, señalando al menor con la mano en la que sostenía la púa. -¡Fue como escuchar a Morrie-sama!-

-¡Oh, no, no!- se apuró Kawamura, sintiéndose abrumado nuevamente por el calor facial. –Morrie-sama es incomparable. ¡Él es el mejor cantante del…!-

-…cuidadito con blasfemar, eh- todos, a un tiempo, miraron al rubio bajista, que había hablado con muchísima seriedad. -¡El mejor cantante del mundo es Atsushi Sakurai-sama y se acabó!-   

-¡Ni hablar! ¡Basta ya, niñas locas!- acotó Shinya seguido de un platillazo, pues si no, todos se pondrían a proponer a sus vocalistas favoritos para el título. –Además, Morrie-sama no canta tan agudo como Ryuichi-kun. ¡Me parece que tú puedes hacer combinaciones fantásticas si te lo propones!-

       El muchacho solamente sonrió en silencio, bajando la mirada, pero el acto de apretar el micrófono entre sus dedos era la manera que tenía de disimular su emoción. El castaño baterista lo notó.

-Bueno, vamos de nuevo, desde el principio- indicó Sugizo –y esta vez, completa.- Sus ojos le pasaron una rápida revista a los demás. -¿Sí, Ryuichi?-

       Ante el gesto amplio y amable del pelirrojo, Kawamura aceptó, devolviéndoselo con renovada disposición. El ensayo se prolongó –entre algunas canciones originales, covers, y muchas bromas- aproximadamente una hora y media más.



[1] “Nightmare”, una de las canciones que apareció en el demo titulado con el mismo nombre de la banda para entonces: Lunacy. Dicho lanzamiento de 1989 fue el primero de toda su discografía.

Notas finales:

Sí, siempre hay gente que le gana a uno en fangirlearse. Y eso que el gordo la cortó por la buena, porque si no, a todos les habría tocado además trapear el piso al final del ensayo... XDDD

Con estos jugos de amor prepúberes, me despido, esperando que la hayan pasado bien skdsjdsks

Las quiero montones *w*


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